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EL AMBIENTE SOCIAL de LA CONQUISTA Y SUS PROYECCIONES EN LA COLONIA José DURAND EL ESTUDIO de la primera sociedad española en Indias merece atención muy especial e interesa igualmente a la historia de América y a la de España. 1 Algo ocurrió en esos guerreros apenas llegaron a nuestras playas, pues los vemos transformarse en rasgos fundamentales de su ser. Desde Justo Sierra hasta nuestros días, muchos estudiosos coinciden en suponer una mudanza social en los primeros conquistadores, ya que a fines del XVI criollos y gachupines se muestran como hombres cla- ramente diferenciados. La presunción se ha repetido pero no comprobado, que es lo que trataremos de hacer aquí, amplián- dola y desarrollándola hasta donde sea posible. En América, desde los comienzos de la conquista, suceden cosas sorpren- dentes: por primera vez en su historia, los españoles desconocen la soberanía de su rey y pretenden apropiarse de ella. Eso ocurre desde el gallardo y valeroso Gonzalo Pizarro hasta el sanguinario Lope de Aguirre, o bien hasta los atolondrados hermanos Contreras o el irresoluto Martín Cortés, deudo espi- ritual del príncipe Hamlet. Honda razón interna, por encima de cualquier móvil, debió impulsar a estos españoles para que faltasen, sin mediar precedente, a su tradicional e inmacu- lada lealtad de vasallos e hidalgos. No hemos de detenernos a indagar las causas de conducta tan insólita; baste por ahora señalar su existencia, emparen- tada con otro fenómeno digno de observarse con algún cuida- do: durante la Conquista, los soldados se agrupan a su ma- nera, rigiéndose por principios distintos en muchos casos de los peninsulares. Basten los datos que ofrecemos para descu- brir y comprobar cambios sorprendentes: en América, desde los primeros tiempos, los hidalgos comercian sistemáticamente,

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EL AMBIENTE SOCIAL de LA CONQUISTA Y SUS PROYECCIONES

E N LA COLONIA

José DURAND

E L ESTUDIO de l a primera sociedad española en Indias merece atención muy especial e interesa igualmente a la historia de América y a l a de España. 1 Algo ocurrió en esos guerreros apenas llegaron a nuestras playas, pues los vemos transformarse en rasgos fundamentales de su ser. Desde Justo Sierra hasta nuestros días, muchos estudiosos coinciden en suponer una mudanza social en los primeros conquistadores, ya que a fines del XVI criollos y gachupines se muestran como hombres cla­ramente diferenciados. L a presunción se ha repetido pero no comprobado, que es lo que trataremos de hacer aquí, amplián-dola y desarrollándola hasta donde sea posible. E n América, desde los comienzos de la conquista, suceden cosas sorpren­dentes: por primera vez en su historia, los españoles desconocen la soberanía de su rey y pretenden apropiarse de ella. Eso ocurre desde el gallardo y valeroso Gonzalo Pizarro hasta el sanguinario Lope de Aguirre, o bien hasta los atolondrados hermanos Contreras o el irresoluto Martín Cortés, deudo espi­r itual del príncipe Hamlet. Honda razón interna, por encima de cualquier móvil, debió impulsar a estos españoles para que faltasen, sin mediar precedente, a su tradicional e inmacu­lada lealtad de vasallos e hidalgos.

N o hemos de detenernos a indagar las causas de conducta tan insólita; baste por ahora señalar su existencia, emparen­tada con otro fenómeno digno de observarse con algún cuida­do: durante la Conquista, los soldados se agrupan a su ma­nera, rigiéndose por principios distintos en muchos casos de los peninsulares. Basten los datos que ofrecemos para descu­brir y comprobar cambios sorprendentes: en América, desde los primeros tiempos, los hidalgos comercian sistemáticamente,

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y en ocasiones aún ejecutan trabajos manuales. Tales prácti­cas se tuvieron por innobles y deshonrosas en España hasta bien entrado el siglo XVIII. Y a juicio de Américo Castro, el des­precio castellano por el comercio y los oficios humildes, con­fiados ordinariamente a moros y judíos, es rasgo fundamental del ser hispánico, que influye de manera decisiva en el destino histórico del pueblo español.

E l hecho se conocía, pero a medias y mal. Germán A r a -niegas recuerda que los hidalgos que pelearon bajo las órdenes de Soto en la Florida aceptaron ser carpinteros; Marcos A . Morínigo hace ver que en el teatro de Lope los indianos piensan que los negocios no manchan la honra. Pero n i Arci-niegas n i Morínigo n i quienes los han reseñado conceden a esas noticias importantísimas todo su valor. A esas informa­ciones, nuevamente estudiadas aquí, unimos testimonios de interés provenientes de México y el Perú, cabezas del mundo precolombino y también del virreinal.

Á S E Ñ O R A M I E N T O DE L O S P L E B E Y O S E N I N D I A S

Pedro Henríquez Ureña piensa que el sistema de clases sociales de España no pasó a América, sino que más bien se formaron otras nuevas. Este hecho partía de un impulso ini­cial: los conquistadores venían a América, entre otras cosas, para subir en posición. E l ansia de honra, propia tradicional-mente de los españoles, se ve redoblada por el afán de gloria que se acrecienta durante el Renacimiento; el honor y la gloria se hallan íntimamente emparentados con la nobleza, que de suyo es honra y gloria. Todo ello se gana por las armas, y los indianos sabían que sus hazañas daban lustre a su linaje. Pero en España no se pensaba lo mismo, y la vieja aristocracia, salvo rarísimas excepciones, les cerró las puertas. Los conquistadores protestaron enérgicamente, y a sus pro­testas se unieron las de algunos historiadores españoles, como Gómara y fray Jerónimo Román. Era una protesta de carácter legal, pues en América se encontraban ennoblecidos de hecho y por su solo poder. Constituidos en una sociedad peculiarí-sima, una sociedad de guerreros, los conquistadores ocupa­ron lugares privilegiados; merecían todo género de distincio­nes, tanto de los demás españoles como de los indios, y vivían

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con pompa y señorío propios de caballeros o nobles. Usurpa­r o n tratamientos exquisitos, privativos de una estricta mino­r ía , y los generalizaron en Indias y hasta en España. Y en f i n , legaron a la Colonia una nueva aristocracia, en la cual e l título de conquistador se reconocía valioso y hasta compa­rable a los títulos de Castilla. Algunos de los hijos de los viejos conquistadores y pobladores mantuvieron el antiguo poder y rivalizaron con los más poderosos funcionarios espa­ñoles; otros, la mayor parte, vivieron empobrecidos y quejosos, en continua pugna con los recién llegados. Pero el criollo había nacido ya.

E l mero hecho de ser soldado en América se tuvo en los primeros tiempos por título glorioso, y consecuencia de este genuino orgullo militar fué un significativo proceso de nive­lación. Los plebeyos creyeron tener derecho a los usos del noble, tales como los desafíos, y en Potosí hubo un tiempo en que los duelos menudeaban a tal punto, que mercaderes y pulperos se batían como si fuesen hidalgos. E n una ocasión vemos un duelo en que participan juntamente plebeyos y nobles, si bien con protestas de los segundos. Pero Núñez —-a quien el Inca conoció en Madrid años después— nombró padrino a un tal Mejía, hombre de baja categoría social, de lo cual se quejó el padrino contrario, Egas de Guzmán. Di jo éste que siendo hidalgos él y los desafiados, no llevase Núñez por padrino "a un hombre tan v i l y bajo, hijo de una mulata vendedora" de sardinas fritas; "que llevase cualquier otro padrino, aunque no fuese hijodalgo, como no fuese tan v i l como aquél". Mejía se niega a renunciar, pese a los ruegos de Núñez, y en el duelo pelean bravamente padrinos y desafia­dos, con gran derramamiento de sangre.

A tanto llegó el atrevimiento y la igualación de los plebe­yos. de otro lado vemos que, en muchos casos, personas de muy humilde origen gozan de repartimientos de indios, mer­ced no sólo provechosa, sino honorífica. E l bondadoso padre Moto l in ía , cuyo testimonio resulta irrecusable, afirma que en México "han tenido y tienen repartimientos zapateros y herre­ros" . Cuenta él mismo un hecho revelador de la arrogancia popular: los conquistadores pusieron en sus encomiendas cria­dos para cobrar los tributos y atender los negocios; los criados eran en su mayor parte " labradores de E s p a ñ a " , pero acabaron

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por convertirse en verdaderos amos de la tierra y por mandar a los señores indios "como si fuesen esclavos", ¡Qué lejos estamos de los seráficos labradores con que soñaba el padre Las Casas!

E l poderío de la gente villana crece continuamente en México. A fines del XVI, mercaderes y taberneros, negros o mulatos libres y aun esclavos, revenden bastimentos hasta llegar a "más de ciento y cincuenta m i l ducados los que esta gente perdida y baja gana en cada un año con los vecinos". Este airado testimonio proviene del noble criollo Carlos Gómez de Cervantes. A tanto llega la riqueza de ciertos mercaderes que, según cuenta el mismo, "los que ayer estaban en tiendas y tabernas y otros ejercicios viles, están hoy puestos y consti­tuidos en los mejores y más calificados oficios de la tierra, y los caballeros y descendientes de aquellos que la conquistaron, pobres, abatidos, desfavorecidos y arrinconados". Por ello, afirma, sería muy importante que el rey "se sirviese en los oficios de estos renios de gente noble, porque como se ha abierto la puerta a venderlos a todo género de hombres, pocas veces caen en persona de aprobación; porque está claro que dineros se hallan en poder de mercaderes y tratantes, que no en gente ciudadana y noble". Eso resulta peligroso para el orden público, advierte, "porque el hombre que da cuarenta m i l ducados por un oficio por su vida, y de poco salario, pu-diendo perpetuar doblada renta, no es posible que piense ir por buen camino".

Son datos reveladores de la pujanza de los mercaderes in­dianos —gachupines y criollos oscuros—, pues los oficios públi­cos, con la guerra y las letras, se tenían por los únicos trabajos propios del hidalgo, según firmísima tradición española. A l ocuparlos el pueblo, no sólo aumentaba su hacienda, sino su honra y, además, su poder. Las cosas llegan a tal extremo a principios del XVIII, que el virrey duque de Linares informa que los nobles mexicanos se niegan a desempeñar puestos pú­blicos, antes ambicionados y honrosos. E l virrey pretende obligarlos, y entonces ellos obtienen una real cédula para que Linares "no los precisase a tomar estos cargos". Los sujetos de calidad, advierte Linares, "no tienen en el empleo de regi­dores más gloria de atender a los comunes". Y en tanto que los nobles rehusan esas distinciones, los villanos ricos con-

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t i n ú a n tan alzados, que e l C o n s u l a d o " a u t o r i d a d n i n g u n a c o n los mercaderes n o l a t iene" .

L a igualación de los plebeyos también se extiende a ciertos t ítulos o tratamientos, desde los días de l a C o n q u i s t a . E n e l P e r ú , el orgul loso i n d i o Guamán P o m a —más presumido a ú n de l o que su c a l i d a d le permit ía—se queja de que sastres y pulperos usen e l don p r i v a t i v o de l a nobleza. C o m o se sabe, l a exageración en los tratamientos era típica de Amér ica , y los h idalgos indianos l l e v a b a n comúnmente e l don. U n uso tan general , aunque i m p r o p i o , que se extiende a l a m i s m a E s p a ñ a y que perdura hasta hoy. F u e r a de su t ierra, los hidalgos —y hasta los plebeyos de que h a b l a Guamán Poma— se sienten caballeros o nobles, y l a p o m p a es cosa obl igada. E l franciscano Motol in ía , amante de l a h u m i l d a d sobre todas las cosas, cen­sura a los españoles " q u e v i e n e n m u y pobres de C a s t i l l a , c o n l a espada e n l a m a n o " , y que en u n año t ienen vali jas como p a r a dar trabajo a u n a recua, "pues las casas todas h a n de ser de cabal leros" . Y en f i n , e l b u e n mis ionero l a m e n t a l a pereza y escaso fervor de los colonos, entregados a u n a v i d a pr incipesca. Descr ibe entonces cómo remolonea a l despertar u n mexicano r icacho, cómo n o puede vestirse s in l a ayuda de varios pajes, cómo se engalana y viste de gran señor; y acaba Moto l in ía ofreciendo e l b u e n e jemplo de los indios , que saben valerse por sí solos, s in dar quehacer a nadie.

F u e r o n costumbres generales desde los pr imeros t iempos, tanto entre los que p o b l a r o n A m é r i c a como entre los indianos de España, b l a n c o de burlas y desprecio. A fines d e l siglo XVI y p r i n c i p i o s d e l XVII, y a u n después, los cr io l los m a n t i e n e n el m i s m o porte soberbio y e l m i s m o afán de notor iedad ; pero ya e l d i n e r o les falta y d e l ant iguo esplendor sólo vive e l recuer­do. J u n t o a ellos aparecen, como en los pr imeros t iempos de l a C o l o n i a , in f in i tos personajes de falsa a l curn ia , tanto crio­l los como españoles. • M a t e o Rosas de O q u e n d o se b u r l a de tanta pretensión en versos m u y conocidos:

Todos son hidalgos finos de conocidos solares. . . ¡Como si no se supiera que allá rabiaban de hambre!

Y en e l gracioso r o m a n c i l l o :

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A y , señora Juana, vuesarcé perdone, que aunque remendado soy hidalgo noble, y mis padres hijos de conquistadores. . . Aquesto cantaba Juan de Diego el noble.

A l f o n s o Reyes piensa que también se debe a Rosas de Oquedo u n ácido soneto contra los cr iol los . E l afán de aparentar mé­ritos, riquezas y blasones es e l p r i m e r reproche:

Minas sin plata, sin verdad mineros, mercaderes por ella codiciosos, caballeros de serlo deseosos, con mucha presunción bodegoneros. . . Calles, casas, caballos muy hermosos. . . Tiangues, almoneda, behetría: aquesto, en suma, en esta ciudad pasa.

Dorantes de Carranza , que recoge los versos de Rosas de Oquendo, ofrece también otros —¿del mismo?—, puestos en boca de un c r i o l l o que zahiere sin piedad a los gachupines:

Y el otro, que agujetas y alfileres vendía por las calles, ya es u n conde en calidad, y en cantidad u n Fúcar.

Las bur las y la maledicencia contra esos falsos nobles i n d i a ­nos viene desde los primeros tiempos, y no sólo en España, s ino en la misma América. E n el Perú, durante las guerras civiles de los conquistadores, don Diego Henríquez saca a relucir las bastardías de algunos linajes muy respetados en la tierra, y lo hace con tanto acierto que lo paga con la vida, por orden del mariscal Alvarado. Años más tarde, el estrambótico tratadista n o b i l a r i o Pero Mejía de Ovando, que no obstante su poca seriedad ofrece noticias de interés, recuerda que junto con los caballeros pasaron a Indias muchos hombres a quienes "les faltó nobleza", y menciona así la soga en casa del ahorcado.

Por lo demás, la aparición de aristócratas falsos no fué privativa de Indias, y n i s iquiera de los españoles. Bien co­nocido es el fenómeno del individuo que, nacido en una socie-

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d a d v i e j a y r ígida, se renueva con gran i m p u l s o a l salir de su p a t r i a ; luego, ya fuera de e l la , se apresura a inventarse u n pasado halagüeño y cómodo. L o cua l , c laro está, ocurría más acentuadamente en hombres como los españoles, hondamente preocupados p o r e l " q u e d a r b i e n " y por l a fama. Los solda­dos de I ta l ia o Flandes f ing ieron abolengos ilustres a l i g u a l que los indianos , pero l a i m p o r t a n c i a d e l m i s m o hecho difie­re, en América : la superchería en Flandes o I ta l ia era cosa más o menos transi tor ia , pues de sal ir con v i d a de las guerras, ios soldados volver ían a su p a t r i a ; y en Indias ocurría lo con­t rar io : sobre ese fantaseo de g l o r i a se fundaron muchas fa­m i l i a s , crecieron muchos espíritus y l a vana presunción se p e r p e t u ó en los descendientes.

C O S T U M B R E S LIBERALES DEL HIDALGO INDIANO

L a sociedad de los conquistadores, inestable y en c o n t i n u a ebul l ic ión, muestra dos l íneas de m o v i m i e n t o b i e n marcadas: l a u n a , de aseñoramiento general , en que aparecen plebeyos atrevidos y seguros de sí, guerreros justamente presuntuosos, h idalgos segundones enr iquecidos , farsantes que se i n v e n t a n nobi l í s ima a l c u r n i a . L a otra l ínea es de l i b e r a l i d a d en los usos de l h ida lgo , q u i e n acepta m a l que b i e n e l enaltecimien­to de los v i l lanos y luego, a su vez, muestra abierta condes­cendencia con menesteres i m p r o p i o s de su clase. U n a resul­tante nace de ambas tendencias: l a atmósfera de igualac ión socia l y de p a u l a t i n a diferenciación respecto de las costum­bres españolas. U n a igualac ión, eso sí, en l a que par t i c ipan hombres regidos por e l común d e n o m i n a d o r de l a ambic ión y e l o rgu l lo , y que concuerdan en protestar y en sentirse por las cortas mercedes recibidas.

M u c h o se h a hab lado ya de las escenas que el Inca nar ra en l a Florida, cuando los soldados de H e r n a n d o de Soto se esfuerzan a u n a , s in dist inción de clase n i j e rarquía , p o r const ru i r unos carabelones. " Y los más de los que trabajaban e n las herrerías y carpinterías eran caballeros nobil ís imos, que n u n c a i m a g i n a r o n hacer tales oficios, y éstos eran los que e n ellos mejor se a m a ñ a b a n . " E l Inca c u i d a de advertir que en estas faenas n o h a b í a di ferencia entre capitanes y solda­dos, s ino que, antes b i e n , "era tenido por capitán el que más

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trabajo ponía". Algo semejante debió ocurrir en la misma Florida, años antes, a los hombres de Panfilo Narváez, cuan­do "con un solo carpintero" armaron unos navios para esca­par de allí. Es de suponerse que los hidalgos, que constituían buena parte del grupo, también trabajarían, pues la situación era desesperada, según la pinta a lo vivo Alvar Núñez. E n trance parecido se vieron también los soldados de Gonzalo Pizarro en el Maranón, cuando labraron el bergantín que luego, con Orellana, recorrió por primera vez el Amazonas. Escribe el Inca: "Gonzalo Pizarro, como tan gran soldado, era el primero en cortar la madera, en forjar el hierro, hacer el carbón y en cualquiera otro oficio, por muy bajo que fuese, por dar ejemplo a todos los demás, para que nadie se excusase de hacer lo mismo." Estos trabajos no parecieron deshonra a los conquistadores, sino al contrario, pese a que usar las ma­nos en tales faenas era terrible afrenta para un hidalgo, enton­ces y hasta dos siglos después. Claro está que no siempre ocu­rrían hechos como éste, y que en otras ocasiones, aun movidos por necesidades semejantes a las de esos guerreros, los hidal­gos se negaban a desempeñar tales oficios. de ello hay ejem­plos, y uno muy significativo en Reinal : el de los hidalgos —y hasta falsos hidalgos— que no aceptan remar en el lago de Texcoco, contraviniendo las órdenes de Cortés. Sin embargo, parece cierto que en América se operaba una importante transformación social: también fueron liberales las costum­bres en tiempo de paz. Motolinía advierte que los pobladores de la Nueva España aprendieron "a sangrar y herrar y mu­chos oficios que en España no se tendrían por honrados de los aprender; aunque por otra parte tienen presunción y fan­tasía"; tal vanidad, por lo demás, a ojos del caritativo francis­cano, se compensa con " la mejor y más humilde conversa­ción", que usan esos arrogantes soldados.

Amé rico Castro ha comentado recientemente un memorial de los pobladores de Buenos Aires a Felipe II, fechado en 1590: "Quedamos tan tristes y necesitados —escriben— que no se puede encarecer más, de que certificamos que aramos y cavamos con nuestras manos. . . Mujeres españolas, no­bles y de calidad, por su mucha pobreza han ido a traer a cuestas el agua que han de beber"; y el guardián de los fran­ciscanos atestigua "que los vecinos y moradores hacen sus

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l a b o r e s " y c u i d a n sus ganados " p o r sus propias manos" , y se s i r v e n ellos mismos como si fuera l a ú l t i m a aldea española; t o d o l o cua l "es cosa de m u c h a lás t ima" . E l m e m o r i a l , como se ve, p rue b a l o arraigada que estaba en ellos, buenos espa­ñoles , l a repugnancia por " t raba jar con sus manos" ; pero a l a vez es e jemplo de que esa repugnanc ia , m a l de su grado., ten ía que ceder ante las circunstancias. L o s bonaerenses y los expedic ionar ios de l a F l o r i d a o e l M a r a ñ ó n trabajan en of ic ios manuales p o r necesidades extremas: l a de subsistir, l a de l l evar adelante e l descubr imiento ; en cambio , los mexica­nos de que h a b l a Moto l in ía lo hacen sólo por conveniencia. E n de f in i t i va , queda en claro que el precepto se quebranta , p o r p r i m e r a vez en l a h i s tor ia de España .

T a m b i é n h u b o tolerancia en otras costumbres. G r a n par­te de los conquistadores se amanceba con indias , muchas ve­ces de sangre rea l ; ellas actúan como mujeres legítimas, y los h i jos naturales, mestizos, asisten a ceremonias y a l ternan con los pocos niños de madre castellana, que además eran hi jos legít imos. T a l e s prácticas p e r d u r a n bastantes años, a l menos hasta l a época en que a b u n d a n los cr io l los de sangre española p u r a . T i e m p o después, esas alianzas con indias p ierden toda d i g n i d a d y se hacen inaceptables; por otra parte, vemos a Pero M e j í a de O v a n d o censurar que " c u a n d o se trata casamiento c o n a lguna donce l l a nob le y v i r tuosa , nadie pregunta qué es l o que vale, s ino qué es l o que tiene, de manera que quieren más c ien m i l pesos de renta que doscientos m i l de buena fama. Y a muchos n o se les da n a d a de casarse con mujeres plebeyas y v i l l anas , como tengan dineros que l levar a sus casas, n o repa­r a n d o en el g ran contrapeso que les pone la prealegada ley en razón de su n o b l e z a " ; las Partidas, recuerda, d i cen en "sus últi­mas palabras que el mayor denuesto que l a casa honrada pue­de haber es cuando se mezcla tanto con l a v i l " . N o parece m e n t i r M e j í a de O v a n d o a l tratar e l p u n t o con ta l deteni­m i e n t o y a la vez en tono tan agresivo. M a t e o Rosas de O q u e n d o coincide con él cuando tacha de interesadas a me­xicanas y l imeñas, descr ibiendo su proceder con todo género de detalles. P o r falta de mujeres en los pr imeros tiempos, ,y luego p o r codic ia , los m a t r i m o n i o s o ayuntamientos se verif i­c a n en u n ambiente de costumbres l iberales desde el p u n t o de v is ta n o b i l i a r i o .

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E n M é x i c o ocurr ió algo a larmante , y Gómez de Cervantes se i n d i g n a de que " los oidores y alcaldes de cortes, los cuales v ienen a esta • t ierra m u y pobres y adeudados", p r o c u r e n en cuanto pueden " l a h i j a de u n mercader r ico con q u i e n ca­sarse; y e l ta l mercader, p o r e n c u b r i r sus malos tratos, d a a l o idor o alcalde de corte u n dote excesivo". Pero no sólo se queja de tan mezquinas alianzas, n i de que éstas benef ic ien l a a l c u r n i a de los plebeyos ricos, s ino de que, a l a postre, "todos los deudos de q u i e n se casa e l o idor son oidores" ; y n o sólo cohechan, s ino que se hacen invulnerables cuando se quiere " p e d i r jus t ic ia contra n i n g u n o de ellos, que no es pe­q u e ñ o contrapeso para l a gente n o b l e " . Nace así franca pug­n a entre los cr io l los pobres d is t inguidos y los mercaderes ricos: éstos quizá gachupines , quizá cr iol los también. Y en f i n , l a costumbre de los mercaderes de mostrarse espléndidos en sus dotes crea u n grave p r o b l e m a a los hombres pr inc ipa les , pues m u y dif íc i lmente t ienen manera de casar a su f a m i l i a , y así quedan los monasterios l lenos de hijas de "cabal leros c i u ­dadanos, y l a repúbl ica adornada de hijas de mercaderes y tratantes". T a n t o preocupa esto a Gómez de Cervantes, que sol ic i ta que los virreyes y oidores procuren que sus deudos y criados se casen " c o n nuestros hi jos e h i jas " , u n a vez hecho e l soñado repar t imiento general y perpetuo, que en 1599 pedía a favor de los descendientes de conquistadores.

H I D A L G O S Q U E C O M E R C I A N

A tanto l legó l a transformación social en Indias, que n o sólo en los t iempos de l a C o n q u i s t a , s ino durante todo e l V i ­rre inato , los hidalgos se p e r m i t i e r o n comerciar, casi como si fueran mercaderes. L a costumbre nace desde los pr imeros días y cobra u n arraigo genuinamente americano, pues tales prác­ticas, que sepamos, sólo se aceptaron en l a Península a fines d e l XVIII.

Refiere e l I n c a que muchos caballeros cuzqueños o de Charcas se ded icaron a negociar env iando a sus criados a Po­tosí c o n coca y r o p a de indios , l a c u a l se vende " e n j u n t o y n o p o r m e n u d o " . Y añade que "e ra p e r m i t i d o a los hombres, p o r nobles que fuesen, e l tratar y contratar su hac ienda" ; se re­quer ían , sí, condic iones : l a venta se real izaba mediante cr ia-

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dos, y l a mercancía n o podía ser "ropa de España, que se vende p o r varas y en tienda de asiento". Eran costumbres que n o de jaban de extrañar a los recién llegados de España. Véase, si no , u n a pintoresca anécdota que refiere el mismo Garcilaso: Lorenzo de Aldana, uno de los más ricos conquis­tadores d e l P e r ú , deseoso de ayudar a unos parientes pobres que acababan de venir, les dió noticia con su mayordomo de que " e n a q u e l l a tierra se usaba granjear los hombres por no­bles que fuesen, mientras no había guerra n i nuevos descu­brimientos", y que para que empezasen a negociar les ofrecía diez m i l pesos. Los favorecidos no sólo rechazaron tan cuan­tiosa suma, sino que aceptaron las consecuencias de vivir, como vivieron, con necesidad, "como yo los v i " . Dijeron al mayordomo que "de ninguna manera lo habían ellos de ha­cer, porque eran caballeros, y que preciaban más su caballería que cuanto oro y plata había en el Perú, y que así lo debían hacer todos los caballeros como ellos, porque todo esotro era menoscabo y afrenta". Recibida la respuesta, "con mucha me­sura dijo Lorenzo de Aldana: si tan caballeros ¿para qué tan pobres?, y si tan pobres, ¿para qué tan caballeros?"

L a práctica del comercio entre los hidalgos cuzqueños con­tradice una costumbre de siglos, pero se verifica con la mayor naturalidad y aparece como rigurosamente histórica. de ello hay confirmación en cronista tan serio como Cieza, quien re­fiere que "muchos españoles enriquecieron en este asiento de Potosí con solamente tener dos o tres indios que les contrata­ran en este tiangues"; 2 y dice también que "muchos hom­bres que habían habido mucha riqueza" —entre ellos habría sin duda hidalgos—, "no hartando su codicia insaciable, se perdieron en tratar de mercar y vender". E l testimonio del Inca amplía y aclara el de Cieza, que aquí, para nosotros, sirve a su vez al Inca de corroboración.

AI amparo de esta tolerancia indiana en cuestiones de hon­ra se llegaron a cometer increíbles abusos, como los del virrey conde de Gelves en México, el cual no sólo comerciaba, con­tradiciendo la nobleza de su sangre y la dignidad de su car­go, sino que se valía del poder para hacerlo, hasta crear un monopolio muy perjudicial para la población. Usaba, eso sí, de tercera persona, el mercader don Pedro Mejía (¡un mer­cader con el don a cuestas!). Descubiertos los manejos, se pro-

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duce u n a grave revuelta , e l p u e b l o se amot ina y e l arzobispo interviene apasionadamente.

H a c i a l a segunda m i t a d de l siglo XVII la práct ica d e l co­mercio cont inúa entre los nobles mexicanos, en. tanto que los mercaderes adquieren más y más poder. Francois C h e v a l i e r menc iona u n Interesantísimo pasaje de las instrucciones de l virrey marqués de M a n c e r a , en que se h a b l a de " c ó m o se en­tretejen y entre lazan" caballeros y mercaderes, " c o n c u r r i e n d o en los pr imeros l a necesidad y en los segundos l a a m b i c i ó n " ; puede suponerse, concluye, "que en estas provinc ias , p o r l a mayor parte , e l cabal lero es mercader y el mercader es caballe­r o " . M a n c e r a , h o m b r e benévolo y de cr i ter io a m p l i o , no ve en e l lo "grave inconveniente " , s ino antes b i e n " u t i l i d a d polít i­ca " , pues de l contento de los interesados se sigue l a q u i e t u d públ ica . E n otro pasaje advierte M a n c e r a que "ios. mercade­res y tratantes, de que se compone en las Indias b u e n a parte de l a nac ión española [¿criollos, gachupines?], se acercan m u ­cho a l a nobleza , afectando su porte y t ratamiento , c o n que no es fácil d i s t i n g u i r y segregar estas dos categorías, porque la estrecheza y d isminución a que h a n venido los p a t r i m o n i o s y mayorazgos de los caballeros los ob l iga a reunirse en confi­dencias, tratos y recíprocos m a t r i m o n i o s con los negociantes, y l a sobra y o p u l e n c i a de éstos les persuade y -facilita, por me­dios semejantes, e l f i n de esclarecer su f o r t u n a " .

A p r i n c i p i o s d e l XVIII las cosas no h a n cambiado , y e l virrey-d u q u e de L i n a r e s censura que " los caballeros sean mercade­res o hacenderos" y el que " h a l l e n u n a nueva teología para pract icar e l m o n o p o l i o , con tan exorbitante escándalo que n o p i e r d e n t i e m p o en ocul tar frutos y géneros, aunque abun­d a n " . Y en cuanto a los plebeyos aseñorados, certi f ica que "entre mercaderes de telas y tenderos de aceite y v inagre hay l a dist inción que ellos saben" . L inares , en su instrucción, dista m u c h o de l a benevolencia mostrada por M a n c e r a con los cr io l los ; s in embargo, los testimonios co inc iden .

E n varios pasajes de L o p e de Vega recogidos p o r M o r í n i g o se refleja esa costumbre insólita de comerciar , p r o p i a de los hidalgos americanos, y se ve también que los ind ianos defen­d ían su ac t i tud . E n u n o de ellos l a h i j a de u n mercader sevi­l l a n o sostiene que l a d i g n i d a d se l leva en l a sangre y que n o sufre m e n g u a p o r tales ejercicios:

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Es m i padre del solar el más noble de Vizcaya; que a las Indias venga o vaya ¿qué honor le puede quitar?,

dice L e o n a r d a e n El premio del bien hablar; los viajes de su padre , c laro está, eran de negocios, y e l l ina je vizcaíno se alega como m u y ant iguo . T a m b i é n en La esclava de su galán se dice que e l ser tratante i n d i a n o no es afrenta capaz de borrar l a ca l idad de l a persona:

Y o soy h i ja , don Juan , de u n hombre indiano» hidalgo montañés, muy bien nacido,

a f i rma la h i j a de otro comerciante. C o m o observa M o r í n i g o , los textos de L o p e de jan l a impresión de que n o sólo negocia­b a n los hidalgos radicados en Amér ica , s ino también los que v i v í a n en E s p a ñ a y desde al l í tenían tratos con u l t r a m a r . A u n o de estos mercaderes, en Servir a señor discreto, se le l l a m a " i n d i a n o h o n r a d o " . C i e r t o es que el ca l i f icat ivo de honrado resulta a m b i g u o , pues p o r extensión se ap l i caba también a cristianos viejos y a gentes dignas de estima, hablándose así corr ientemente de " labradores honrados" ; con todo, e l pasaje merece tomarse en cuenta. T a m p o c o resulta c laro otro de El premio del bien hablar, en que l a h i j a de u n mercader resi­dente en E s p a ñ a , pero enr iquec ido en tratos con Indias , me­rece toda consideración:

Salió una señora indiana con dueña, escudero y paje.

Sab ido es que los tratamientos honoríf icos se a p l i c a b a n en­tonces más fáci lmente a las mujeres; de al l í que ese. " s e ñ o r a " e o valga p o r índice seguro de ca l idad . Además , como vimos,

. los ind ianos acostumbraban aplicarse títulos semejantes s in tener e l d e b i d o derecho. Sea como fuere, parece probable que, m i r a d o todo lo i n d i a n o como cosa nueva y a u n exótica, ese hecho inus i tado d e l comerciar entre hidalgos alcanzase l a i n d u l g e n c i a de muchas gentes, aunque p o r su parte no se ha­l l a r a n dispuestas a hacer l o m i s m o : tales innovaciones única­mente se permi t ían a los indianos , y eso sólo hasta cierto p u n ­to, dado que los ind ianos eran gentes de suyo m u y discut i ­bles, socialmente h a b l a n d o .

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Debido a eso, en tanto que los conquistadores modifican viejas y arraigadas tradiciones —la de no comerciar, la de no "trabajar con sus manos"—, éstas perduran en E s p a ñ a c o n i n ­creíble tenacidad. Y cuando Carlos I I I decide rehabilitar l a dignidad de los oficios manuales, alarmado p o r l a situación financiera del país, graves tratadistas creen necesario justifi­car la aceptación de esos trabajos entre los usos del hidalgo. Véanse, por ejemplo, el Discurso de la honra y deshonra legal, 1791, del doctor Antonio Javier Pérez y López, y de años antes, 1776, El noble bien educado, de A n t o n i o V i l a y Camps..

M I N E R Í A Y A G R I C U L T U R A

Si en cosa tan infamante como el comercio los hidalgos americanos quebrantaron leyes, con más razón se mostraron liberales en la minería y en la agricultura. Desde antiguo el trabajo de la minería estaba permitido a los hidalgos, tanto en España como en América, y si no era un ejercicio honroso de por sí, tampoco era mal visto. Claro está que América, con sus minas de oro, plata y azogue, con Potosí, Zacatecas, Gua­najuato, Carabaya y Huancavelica, invitaba al trabajo. Las fortunas hechas en las minas ennoblecieron después a sus dueños, cuando en el siglo XVIII la corte se mostró más abierta a la concesión o venta de títulos. N o sólo los mineros de pla­ta y oro, sino hasta los de azogue juntaron riquezas que los llevaron a condados y marquesados; así, los Tamayo y Men­doza, mineros de Huancavelica, obtuvieron el título de mar­queses de Villa-hermosa de San José y entroncaron luego con las casas de los vizcondes de San Donas y de los condes de Monteblanco.

Las tareas de campo merecían tolerancia en España, y en las Indias tampoco se tuvieron por afrenta. Sin embargo, ha­llaban secreta resistencia entre los conquistadores, los cuales, según advierte para México Francisco A . de Icaza, rara vez cultivaron la tierra. E n cambio, Francisco Pizarro gustaba de atender su huerto y vigilaba en persona sus casas de cam­po; cuenta la historia que cuando fué a verlo el almagrista Juan de Rada, el mismo que lo habría de matar pocos días después, lo encontró ocupado en faenas de labranza, uno de sus entretenimientos preferidos. Sin embargo, lo general era

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tener en menos l a agr i cu l tura , idea que se trasluce en e l de l i ­cioso capítulo de Gage dedicado a los zafios hidalgos de C h i a -pas. " A pesar de jactarse tanto de su nac imiento —escribe—, n o se ocupan sino de l a cría y cu idado de sus reses, y su p r i n ­c i p a l r iqueza consiste en l a labranza de l a hac ienda , donde t i enen sus vacadas y ganado m u l a r . " Recordemos, en f i n , que e l d u q u e de L i n a r e s , ya en e l siglo XVIII, censura a los nobles cr io l los por "mercaderes y hacendados" .

T a l resistencia, como es de suponer, provenía de l espír i tu t rad ic iona l , que reserva a l h i d a l g o e jemplar sólo para m u y contados menesteres; pero e l lo no i m p o r t a b a a los cr io l los de Chiapas , n i a l común de los americanos, pues, evidentemente, e l concepto de h ida lgo , y hasta el de l a h ida lgu ía , sufr ieron en sus mentes graves modif icaciones.

N A C E E L CRIOLLO

C u a n d o e l conquistador pisa p o r p r i m e r a vez las playas de Amér ica , l lega con él u n vigoroso empuje renovador . T o d o e l ímpetu de l a R e c o n q u i s t a y l a pujante época de Car los V , toda el ansia h ispánica de h o n r a , toda l a i lusión de v i v i r epo­peyas y novelas de cabal ler ía . Los conquistadores fueron los representantes más señalados de importantes fuerzas vivas del p u e b l o español , c o n v irtudes y defectos, y arrastraban consigo esa capacidad de transformación p r o p i a de l a h i s tor ia . Pero e l cambio ocurre con giros tan violentos e inesperados y con ta l rapidez, que l a corona i m p l a n t a u n rég imen dest inado a frenar ese a larmante desorden. E l v i r re inato surge así como u n a m e d i d a de reacción, como u n a vue l ta a l o t r a d i c i o n a l y u n c o n t i n u o rechazo de las .exigencias de los conquistadores. M e d i d a necesaria, p o r q u e esos bravos soldados nac ie ron para l a guerra y n o p a r a l a paz. C u a n d o e l v i r rey Andrés H u r t a d o de M e n d o z a , p r i m e r marqués de Cañete , l lega a l a t ierra más alzada e i n q u i e t a , e l Perú , empieza p o r censurar l a excesiva p o m p a con que v i v í a n los conquistadores, a p l i c a en seguida l a v ie ja pol í t ica de "desaguar l a t i e r r a " de hombres revolto­sos, enviándolos a nuevas conquistas, y acaba p o r expulsar de l r e i n o a docenas de soldados pedigüeños, que h a b í a n real izado important ís imos servicios en favor de l rey. L a i n j u s t i c i a se hacía forzosa, p o r q u e i m p l a n t a r e l orden c o l o n i a l equ iva l í a a

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ahogar la pu janza de guerreros y conquistadores. Además , en contra de éstos pesaban los ataques obsesivos de L a s Casas y l a c o n t i n u a exhib ic ión de sus faltas y defectos. L o s soldados indianos ex ig ían repart imientos en v i r t u d de u n a promesa regia y para descargo de l a rea l conciencia Las Casas ex ig ía todo lo contrar io : l a supresión i n m e d i a t a de los repar t imien­tos. ¡Pobre y zarandeada conciencia l a de Car los V !

B a j o e l re inado de F e l i p e II, ya en los comienzos de l a decadencia española, crece e l poder v i r r e i n a l y l lega a su apo­geo. L o s conquistadores, en cambio , p ie rden su poder a l mis­m o t i empo que E spaña su magni f icenc ia , como observa sagaz­mente M a r i a n o Picón Salas. L a di ferencia radica l entre am­bas épocas —Conquista y V i r r e i n a t o — puede apreciarse clara­mente en las quejas de los hi jos de conquistadores contra las autoridades coloniales. A n i n g ú n gobernante o d i a e l Inca Garc i l a so tanto como a l marqués de Cañete , si no es a l v i ­rrey T o l e d o , m á x i m o organizador d e l sistema c o l o n i a l pe­r u a n o . Gómez de Cervantes, defensor de l a progenie de los conquistadores novohispanos, embiste a i rado contra virreyes y oidores. T a n t o él como e l Inca se sienten pertenecer, en e l fondo, a u n a época d i s t in ta y e x t i n g u i d a . o mejor d icho , arrancada de cuajo.

T a m b i é n ellos tenían su razón, y no sólo por los méritos que alegaban, s ino también p o r q u e los funcionarios chapeto­nes enviados de E s p a ñ a n o eran mejores que los criollos, n i representaban a u n a c o m u n i d a d vigorosa y l lena de pujanza . L a sociedad c o l o n i a l se empantana en Indias como la española en l a Península , y u n a v i d a m o n ó t o n a embalsama los espíri­tus. " D o n d e se capta b i e n l a atmósfera de l siglo XVII mex i ­cano —escribe R a m ó n Iglesia— es en las lentas páginas de los d iar ios de sucesos notables" ; en ellas, continúa, "puede apre­ciarse hasta qué p u n t o era escasa l a densidad histórica de l a v i d a e n aquel los días". Y concluye : " v i d a lenta, soporífera, a l terada tan sólo p o r unos pleitos que hoy nos parecen ca­rentes de sent ido" . L o m i s m o advierte Picón Salas en Sud-américa: "a lgunas crónicas de ciudades coloniales, como l a curios ís ima de Potosí , de Mart ínez V e l a , los Anales del Cuzco o e l Diario de Lima de M u g a b u r u , nos hacen entrar como n i n g ú n o t r o documento en los enigmas y el detalle de esa estancada v i d a c r i o l l a " . A t a n justas observaciones hemos de

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a ñ a d i r que cuando esa v i d a se estancó ya l levaba dentro de sí muchos nuevos usos, in t roduc idos p o r l a v ie ja sociedad de los conquistadores. E l empleo excesivo de l don, l a cortesía y a u n c ierto ref inamiento se hacen generales, y caracterizan a i crio­l l o frente a l recién l legado. L a costumbre de l comerciar entre los hidalgos se af ianza y prospera, con escándalo de algunos virreyes y e l aplauso de otros. Ignoramos si continuó l a prác­t ica no profesional de algunos trabajos manuales, pero lo que sí se sabe es que durante l a C o l o n i a se m a n t u v o la to lerancia y l i b e r a l i d a d de los nobles para con los plebeyos; con protes­tas o s in ellas, los nobles aceptaron casarse con hijas de comer­ciantes opulentos. L o s plebeyos, a su vez, continúan mostrán­dose aseñorados; sus exquisitos modales, que en los pr imeros t iempos debieron ser postizos, a mediados de l XVII resul tan de n a t u r a l elegancia, y e l v i r rey M a n c e r a confiesa que se hace dif íci l d i s t ingui r u n cabal lero de u n mercader. E n l a C o l o n i a se sigue est imando l a nobleza i n d i a n a ; e l hecho de ser descen­diente de conquistador i lus t ra l a sangre como e l mejor t ítulo, y cont inuamente se alega en ejecutorias y probanzas.

L o que en l a C o n q u i s t a se presenta como p r o p i o de u n a sociedad movediza , se hace permanente durante l a C o l o n i a : l a n u e v a aristocracia, los nuevos valores nobi l ia r ios , e l v i l l a n o igua lado y e l cabal lero condescendiente, l a presunción de to­dos. S i antes a n d a b a n mezclados en u n a i n q u i e t a sociedad de guerreros, ahora se encuentran "entretej idos y entremezcla­d o s " p o r necesidades económicas.

L a situación de l mestizo, por e l contrar io , se hace radica l ­mente d is t inta , y cada vez más. Y a n o a b u n d a n , como en los pr imeros tiempos, esos mestizos aristocráticos, compañeros de estudios de l Inca Garc i laso . Cholo, mestizo, montañés y pro­bablemente serrano aparecen como despectivos en el Perú , y en toda A m é r i c a crece e l p r e j u i c i o rac ia l . L o s conquistadores fueron más tolerantes, pero ellos mismos, a l preferir casarse con mujeres españolas y n o con sus concubinas indias , senta­r o n las bases de l o que luego habr ía de ocurr i r . H a s t a en esto l a sociedad c o l o n i a l t iene antecedentes e n l a de los pr imeros pobladores. Y surgen así las clases v irreinales , m u y diferentes de las de E s p a ñ a , como a p u n t a b a P e d r o Henr íquez U r e ñ a .

A p a r t i r d e l siglo XVII, y a u n antes, hay dos pequeños grupos, poderosos y aristocráticos, que están en constante r i -

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v a l i d a d a veces franca, a veces ocul ta : de u n lado, los españo­les que a c o m p a ñ a n a l v i r rey y a l a R e a l A u d i e n c i a , casi siem­pre de paso p o r Amér ica , hombres frecuentemente hostiles a l c r i o l l o ; d e l otro, l a gran aristocracia loca l , cargada de títulos y riquezas, casta que a p r i n c i p i o s de l XIX colaboraría c o n e l m o v i m i e n t o independiente y hasta l legaría a dirigirlo» Otros dos sectores, más numerosos y de menos poder, r iñen o frater­n i z a n entre sí y con los grupos superiores, según las circuns­tancias: los comerciantes plebeyos adinerados y los nobles cr io l los empobrecidos. Éstos no de jan de quejarse, hasta me­diados d e l XVII, p o r l a postergación en que se encuentran ; luego v a n d i s m i n u y e n d o sus protestas, pero queda e l resenti­m i e n t o contra los gachupines en M é x i c o y contra los chape­tones en e l Perú. L o s mercaderes se i n f i l t r a n cada vez más en las demás clases, superiores en sangre y en orgul lo , mediante m a t r i m o n i o s , cohechos o compadrerías . Y por ú l t imo, apa­recen los que desempeñan profesiones l iberales, hombres de s ituación modesta, pero que a veces logran dist inguirse y le­vantarse; su n ú m e r o adquiere i m p o r t a n c i a en e l XVIII, y entre ellos a b u n d a n los mestizos cultos. Éstas son las clases i m p o r ­tantes; frente a ellas está e l pueb lo , de abigarrada composi­ción, ex t raña mezcla de gentes de diversas razas, educación y for tuna .

Es d i g n o de notarse que todos los grupos —salvo e l de los profes ionales—vienen de l a p r i m e r a sociedad de conquistado-res, ya di ferenciada de l a peninsular . E n vista de esto, c u a n d o se piense e n las raíces humanas de l h ispanoamericano, ya n o deben bastar las usuales referencias a l español y a l i n d i o , o al c r i o l l o y a l mestizo. Antes de que nac ieran mestizos n i crio­l los ya exist ía c ierto t i p o de h o m b r e , d is t into de l español de E s p a ñ a : el conquistador i n d i a n o . Gracias a él, a fines de l XVI los cr io l los se s ienten como algo totalmente diferente de l gachupín , en maneras, costumbres y concepto de la v i d a . E l l o s , los cr io l los , representan l a supervivencia de l a v i e j a tradición de los conquistadores, tradición que crece al as imi­larse a e l l a los hi jos de los gachupines que se sienten cr io l los .

R e s u l t a m u y s igni f icat ivo que las señales de diferenciación entre e l conquis tador y e l español pen insu lar se encuentren en las zonas más hondas d e l espír itu social español : l a f ide l i ­dad al rey y los usos d e l h ida lgo . C o n todo, por i m p o r t a n t e

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que fuese e l cambio , e l h ispanoamer icano seguirá siendo es­

p a ñ o l en muchos rasgos dist int ivos de su ser. Amér ico Castro

h a d i c h o que e n e l siglo XVI e l conquistador v iene a las regio­

nes d e l P l a t a y a toda A m é r i c a " l o m i s m o que en los siglos x

y XI se hab ía extendido hac ia e l sur en l a Península , a fin' de

ganar h o n r a y mantener señor ío" . A u n q u e en Indias los h i ­

dalgos comercien y aunque en muchas ocasiones carezcan de

pre ju ic ios contra los oficios manuales o l a agr icu l tura , n o lle­

g a n a crear una nueva forma de vida, fundada en el comer­

cio, la industria o la tierra. E n Indias sólo floreció una que

otra industria (la sedería en México), así como en España

fueron pocas las industrias que se desarrollaron (la cerámica

por e jemplo) .

Quizá no haya que culpar al virreinato de haber frenado

un impulso renovador en los conquistadores. Nada permite

afirmar que esa renovación valga más como síntoma y signo,

pues jamás logró descubrir un estilo de vida propio. Pero

bastan el síntoma y el signo para saber que en América las

cosas marcharon de otro modo, y que gracias a ello quedó

planteada, desde la primera hora, la formación de las actuales

nacionalidades hispanoamericanas.

N O T A S

1 E l tema de este trabajo coincide con el del cursil lo Transformación social del conquistador, y más exactamente con la segunda conferencia de este; se ofreció en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Na­cional Autónoma de México, durante los cursos de invierno de 1952. Esos mismos asuntos ya se habían expuesto en el curso académico de 1951. Agradezco a las señoritas Crist ina Conde y Aracel i Granados, alumnas de esa facultad, su ayuda en la revisión de los textos de Motolinía.

2 Resulta interesante en Cieza el uso del náhuatl tianguis, pues el cronista, a l parecer, sólo anduvo por Nueva Granada, T i e r r a F i rme y el Perú, y no por zonas de influencia azteca. Debió ser u n nahuatlismo lle­vado al Perú por los muchos soldados que vinieron de Nicaragua con Hernando de Soto, y de Guatemala con Pedro de Alvarado; o bien del mismo México, entre los refuerzos enviados por Hernán Cortés cuando la rebelión de Manco Inca. E l uso de esa palabra ha desaparecido del Perú, así como el de huípil, que en la forma huapil usa el Jesuíta Anónimo para designar una prenda femenina incaica. E l jesuíta, al parecer, la creía voz quechua, lengua en que según Tschudi careció de autoridad, a diferencia de su hermano de religión Blas Valera , mestizo, con el que algunos historiadores lo identifican erróneamente.