el actual imperio de la ausencia vicente verdú · ción de un espacio vacío, sin las esperables...
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138 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
EL ACTUAL IMPERIO DE LA AUSENCIAVicente Verdú
La fascinación del público por la desaparición de Madeleine, la creciente valora-
ción del trabajador de «lastre cero», sin compromisos, sin especialidad, sin hijos,
sin arraigo, o incluso la próxima Bienal de São Paulo consistente en la exhibi-
ción de un espacio vacío, sin las esperables obras de arte, son muestras de un
extraño auge de la ausencia. Otros tiempos se representaron a través de la histe-
ria, hoy la patología psíquica tiene en su centro la depresión, la asíntota cero de
la ilusión o del proyecto. Igualmente, mientras el cáncer o el sida simbolizaron
un tiempo, el Alzheimer se alza ahora como la seña del nuevo padecimiento. A
la multiplicación celular del cáncer o la invasión del virus se opone la dirección
cerebral hacia la ausencia.
La falta, el vacío, la vaciedad, todo esto se reúne en una atmósfera de ausencia
que, como una angustia fina, recubre la actualidad del espacio y ralentiza la ac-
ción. Así, la actual crisis financiera desarrolla la metáfora de una falta de fondos,
un agujero en los deudores o un vacío de solvencia que se opone a la plenitud de
la construcción inmobiliaria en el periodo anterior.
Ciertamente, todo sentimiento de ausencia se parece a un duelo, pero en la au-
sencia el objeto perdido no golpea duramente ni su dolor desespera, sino que el
revés absorbe para sí mismo todo el consuelo. El objeto de la ausencia se ensi-
misma y segrega la sustancia sedosa que regula la intensidad de una soportable
melancolía.
La sensación actual de ausencia se relaciona con la huera condición de la políti-
ca, la banalización del sexo, la indiferencia del arte, la trivialización general del
saber. Sin política, sin sexo, sin arte, sin maestros pensadores, en pleno apogeo Tumba de niño, Walker Evans, condado de Hale, Alabama, 1936.
139FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
de lo virtual, la impresión de pertenecer a este tiempo se confunde con la expe-
riencia de un tránsito intestinal tan fluido que podría abocarnos al sumidero. O
nos está colando ya.
No es para tanto. La ausencia se caracteriza por su inherente flacidez y el lacio
mareo de su permanencia. Sin fuertes elementos de referencia no sabemos, efec-
tivamente a qué atenernos pero también nos libramos de aquellos elementos
macizos y graves capaces de laminarnos.
En la ausencia no hay totalitarismos ni verdades lapidarias, como tampoco se
obtienen recompensas gloriosas ni sobresalientes opciones de salvación. Se vive
como se habita, al punto de que la existencia tiende a ser una secuencia enca-
rrilada a procurarse tan sólo las condiciones idóneas para durar más y mejor.
Desde la cultura de consumo, consolidada como la cultura total, hasta la «per-
sonalización» de las personas en busca de una identidad más apropiada, la bio-
grafía se encuentra suficientemente ocupada en rellenar ausencias. Ausencias
que empiezan a manifestarse en la vida laboral, donde la mayor parte de la
población, pese al aumento de la instrucción y sus opciones, no trabaja en casi
nada que le llene y, en consecuencia, se alistan en especialidades y dedicaciones
sólo para cobrar.
El trabajo, que lo fue prácticamente todo en el siglo XIX, perdió buena parte de
su misión identitaria en la última parte del siglo XX y los ciudadanos fueron,
poco a poco, pasando de productores, materiales y espirituales, a consumidores,
materiales, espirituales y emocionales.
Pocos abrazan un destino familiar o profesional con fuerza y, en la holgura de ese
abrazo, crece la fantasía de una felicidad basada en la variedad, la aventura simu-
lada y la surtida composición del tiempo libre. Libre u ocioso, desocupado o vacío.
Así, el tiempo ausente (de trabajo, de obligación) va convirtiéndose en el ámbito
más propicio para conseguir el simulacro de un yo más o menos diferente o tu-
neado. La briosa construcción de la identidad a partir del trabajo («somos lo que
hacemos», decía el marxismo) se suple con el diseño flexible de un personaje
capaz de ser modulado por sus consumos y contraconsumos, los logos y los no-
logos o anti-logos.
Silueta urbana de Manhattan desde el puente de Brooklyn, Walker Evans, 1930.
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No hay ciudadanía política que llegue a gran cosa pero hay ciudadanos consumi-
dores que piensan ser algo en la tarea de consumir. No hay sexo fuerte pero hay
sexo muy surtido, incluido el no-sexo o el a-sex. No hay arte nuevo pero no falta
forma de arte alguno y, en su exasperación, el arte de nada.
El mundo de la Red, como gigantesco paradigma de nuestro tiempo, coincide
con el absoluto imperio de la Ausencia. Los nexos personales o comerciales, las
web sociales, Google o las wikipedias crean el nuevo universo basado en el jui-
cio de la muchedumbre, un saber magmático e inseguro como corresponde a la
ausencia de autoridad en el conocimiento.
Todo el mundo parece presente en la comunicación electrónica pero, a la vez, se
traduce en una descomunal constelación de fantasmas. Centenares de millones
de personas en MySpace, Google o YouTube, todas ellas sumándose como intan-
gibles en el planeta de la ausencia. No se trata, sin embargo, de zombies de cuyo
rastro se desprendiera un aroma funerario, sino de seres tan extraños como
impalpables, tan inesperados como volátiles. Con una particularidad adicional:
su apilamiento no produce, su concierto no clama, su presencia se corresponde
con el exacto tamaño de su ausencia.
Podemos sentirnos multitudinariamente comunicados, pero basta un clic para
provocar la desaparición de lo presente y obtener la sensación de haber aban-
donado parte del mundo o elegido su disipación. Esta facilidad que cruza de lo
presente a lo ausente y de lo importante a lo más trivial, se corresponde con la
escasa densidad de la presencia.
De hecho, los objetos, las ideas, las religiones, las películas o los móviles, las
estaciones o los acontecimientos, pesan cada vez menos. Y apenas valen nada.
Los relojes o los periódicos, las enciclopedias o los bolsos, casi cualquier cosa se
regala por cualquier pretexto y los promotores inmobiliarios de la crisis han co-
menzado a donar coches, aparcamientos y larguísimos viajes que ahora circulan
con low cost y conocimiento turístico cero.
Camión y letrero, Walker Evans, 1930.
141EL ACTUAL IMPERIO DE LA AUSENCIA
Todo el conocimiento, turístico o no, ha venido a cebarse de ausencia. El empleo
se posa con igual liviandad que la identidad o la pertenencia. La pérdida de te-
rritorialidad y fijeza de los empleados se dobla hoy con los cientos de millones
de emigrantes arrancados de sus patrias y creando día tras día una masa ingente
que vive y respira en permanente estado de ausencia.
El grado de disponibilidad para cambiar la presencia por la ausencia de prejuicios,
fidelidades, hábitos o lealtades, define el carácter imperante en nuestros tiempos.
La facilidad del cambio, la facilidad de las transferencias, reconversiones, destruc-
ciones y restauraciones, expanden el efecto y la autoridad de las ausencias.
¿Conmemoraciones? ¿Memoria histórica? ¿Reciclajes? ¿Vintages? El pretérito siem-
pre ha pasado dejando una oquedad pero su ausencia aumenta o decrece de acuerdo
al impulso de cada época. Descompuesto el proceso histórico, exasperado el presente,
declarado el instante perpetuo, la ausencia es la sombra genuina del momento.
¿La muerte? La muerte no. La ausencia es un sucedáneo de la mortalidad y ya no
morimos, nada muere, sólo se sufre el mal de la obsolescencia y se queda arrinco-
nado o ausente. Se habita, en fin, sin la tortura del duelo, sólo entre una angustia
que no sobrepasa la náusea benévola, aunque constante.
El malestar en la cultura que diagnosticaba Freud no era otra cosa que el malestar de
otra ausencia. El flujo de la gran decepción tras constatar que las conquistas científi-
cas y técnicas «no habían sabido elevar la satisfacción placentera que exige la vida».
Ahora, tras la inédita corpulencia de los avances tecnológicos, tras la tumba del
comunismo, entre la aparatosa y sofisticada teatralidad del consumismo, hemos
reingresado en una nueva hospitalización. No parece desde luego tan grave como la
caída de una civilización pero significa un estado cultural de continua ansiedad que
no encuentra remedio en objeto alguno. El objeto, el sexo, el padre, la vocación, han
ido deshaciendo su cimentación hasta fomentar que el planeta flote sobre la delga-
da superficie de su plasma y la realidad funde su visión en ese caldo que humea. O,
también, que apoye su voz en la gran caracola de los media donde un son vaciado
de todo proyecto se complace en la nacarada angustia de su ausencia.
La ausencia, La Esfera de los Libros, Madrid, 2011.
Walker Evans con cámara, Peter Sekaer, 1936.