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1. ------�------ EIN BONNER MEMORANDUM (t) « Una república está dividida en partidos cuando en la misma hay varios grupos de personas con sentimientos contrapuestos». Adelung (1807) «El partido completo se satisface, se sacia con aquél al que habn robado». Grimmelshausen (1668) Hans Magnus Enzensberger l. TATORT (2) E xterior. De día. Delante del estirado edificio de oficinas en Düsseldorf- Oberkassel, en un viejo Ford, con la ropa de siempre, nuestro viejo amigo Kowalski, el comisario. Vista de la puerta girato- ria del edicio de oficinas. Junto a Kowalski su ayudante, siempre dispuesto a dichos algo necios, le lía a su je, con la mano izquierda y de una manera pasmosamente perfecta, el cigarrillo si- guiente. Zoom del hall de entrada: el je de contabilidad entra, portando una cartera, a toda prisa en el edificio. Corte. Caja erte por dentro. La mano del contable. Billetes de mil marcos. Carpetas. Corte. El antedespacho. Kowalski en lucha con la secretaria; el zafio y descortés ayudante se sirve en la máquina del ca. Música: redoble de tam- bor. La cámara sigue al comisario; éste abre brus- camente la puerta de un tirón. Primer plano: los ojos del contable je pestañeando nerviosos tras las gas. Kowalski: «qué casualidad Sr. Diehl. Entrégueme suavemente la llave». Diehl: «esto lo va a lamentar Ud.». El comisario: «el lamentarse y arrepentirse es parte del oficio». Corte. En el co p e. El contabl con la esposas p uestas. . Corte. Ua puerta de reJas se cierra detras de D1ehl. El asistente: «bueno, al menos a éste ya lo hemos dejado, de momento, era de la circulación». Kowalski aio: «¿y su je?». Corte. Campo de golf. Los dos ministros hablando con el je del consorcio. Música: flauta de jazz. La pelota de golf, grande, rodando lenta pero segura, cae exac- tamente en el último hoyo. En los títulos de cré- dito aparece el título de la película: «Cajas Ne- gras». El tort sobre el Flick-Afire no aparecerá en las pantallas alemana&en una temporada, por muy diversas razones. En primer lugar, porque, como es sabido, la televisión alemana se encuentra pre- cisamente bajo la tutela de aquellas «erzas so- ciales» a las que iban destinados los consabidos billetes de mil marcos de la caja erte. Permitido está lo que les gusta a los partidos. Cuando el amo, el tutor, dice «siéntate», lo mor para el pupilo es ponerse en la actitud sumisa de un Dac- 14 kel; esta regla la sabe hasta el más borde de los directores de programación. Pero, ancamente, no estoy nada encaprichado con que la WDR filme· la historia-Flick. Preveo, en tal caso, una serie de problemas de representación que me parecen insolubles. ¡ Ay de aquél que se meta a montar este tema para la acogedora tarde dominical del público alemán! Sin duda, la ruda temática les costará a los consos de Administra- ción bastantes noches sin dormir; sin embargo, el espectador no haría más que dar cabezadas de aburrimiento. Nos hallamos ante un «crimi» (3) que contra- dice todas las leyes del género. En oposición a los parágras de goma de la ley de los partidos y a los «principios de rentabilidad de las subvenciones del Estado para la tarea de rmación política de- mocrática», las leyes por las que tiene que regirse el autor de un guión son de acero ndido e ine- quívocas. Máximo tres sospechosos, el mayor número de caras en las que pueda coiarse, que se puedan notar; de vez en cuando una persecución en co- che; un único hilo conductor de la trama, bonito, rojo o, por mí, también negro, que marche en zig-zag a través de la emisión; todo en tres días, en tres escenarios; la acción tensa, agradable, li- geramente penetrante, un poquitín sucia. Análisis cuidadoso del Milieu, caracteres ertes, enjun- diosos, los motivos obvios: el tipo en bancarrota ío como un témpano, la exquisitafemme fata/e, el puesto de trabajo amenazado, el matrimonio roto -en una palabra: personas como tú y yo, sólo ligeramente más malvadas, un tris más ías, una pizca más bajas. El cumplimiento estricto de estas reglas garantiza que todo se aclare en noventa minutos, que ya antes del telediario el Bien, aun- que sólo sea un poco, triun y que Kowalski, el cazador solitario, pueda regresar hosco y contento a su vivienda de soltero desordenada, saturada de máquinas tragaperras. La monótona, tediosa realidad de la corrupción no puede competir, en ningún aspecto, con la dramaturgia inmediata de un Tatort. No es el co- mienzo lo que nos procura, desde el punto de vista del valor de esparcimiento, quebraderos de cabeza. ¡ Al contrario! En comparación con las continuaciones, el comienzo es del que tenemos que esperar recibir realmente un gran goce. Ima- ginémonos, por ejemplo, un paisaje de invierno a la orilla del Rhin, niños patinando sobre el hielo, unas cornejas en los árboles deshojados, un le- trero que dice Sankt Augustin. Delante de la Mi-. sión Steyler, dedicada a las obras de amor al pró- jimo, un anciano padre vestido con los hábitos de la orden camina balanceándose. Gustosamente le indica al discreto visitante, Forster se llama, de oficio Inspector de Hacienda, el camino hacia las oficinas. Allí, en la Sociedad Soverdia, Asociación para el bien común de responsabilidad limitada, el señor Forster se inrma sobre dónde han ido a parar las donaciones de la casa Flick, incidental-

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EIN BONNER

MEMORANDUM (t)

« Una república está dividida en partidos cuando en la misma hay varios grupos de personas con sentimientos contrapuestos».

Adelung (1807)

«El partido completo se satisface, se sacia con aquél al que habían robado».

Grimmelshausen (1668)

Hans Magnus Enzensberger

l. TATORT (2)

Exterior. De día. Delante del estirado edificio de oficinas en Düsseldorf­Oberkassel, en un viejo Ford, con la ropa de siempre, nuestro viejo amigo

Kowalski, el comisario. Vista de la puerta girato­ria del edificio de oficinas. Junto a Kowalski su ayudante, siempre dispuesto a dichos algo necios, le lía a su jefe, con la mano izquierda y de una manera pasmosamente perfecta, el cigarrillo si­guiente.

Zoom del hall de entrada: el jefe de contabilidad entra, portando una cartera, a toda prisa en el edificio. Corte. Caja fuerte por dentro. La mano del contable. Billetes de mil marcos. Carpetas. Corte. El antedespacho. Kowalski en lucha con la secretaria; el zafio y descortés ayudante se sirve en la máquina del café. Música: redoble de tam­bor. La cámara sigue al comisario; éste abre brus­camente la puerta de un tirón. Primer plano: los ojos del contable jefe pestañeando nerviosos tras las gafas. Kowalski: «qué casualidad Sr. Diehl. Entrégueme suavemente la llave». Diehl: «esto lo va a lamentar Ud.». El comisario: «el lamentarse y arrepentirse es parte del oficio». Corte. En el cope. El contabl� con la� esposas puestas .. Corte.U Iia puerta de reJas se cierra de tras de D1ehl. El asistente: «bueno, al menos a éste ya lo hemos dejado, de momento, fuera de la circulación». Kowalski agrio: «¿y su jefe?». Corte. Campo de golf. Los dos ministros hablando con el jefe del consorcio. Música: flauta de jazz. La pelota de golf, grande, rodando lenta pero segura, cae exac­tamente en el último hoyo. En los títulos de cré­dito aparece el título de la película: «Cajas Ne­gras».

El Tatort sobre el Flick-Affaire no aparecerá en las pantallas alemana&en una temporada, por muy diversas razones. En primer lugar, porque, como es sabido, la televisión alemana se encuentra pre­cisamente bajo la tutela de aquellas «fuerzas so­ciales» a las que iban destinados los consabidos billetes de mil marcos de la caja fuerte. Permitido está lo que les gusta a los partidos. Cuando el amo, el tutor, dice «siéntate», lo mejor para el pupilo es ponerse en la actitud sumisa de un Dac-

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kel; esta regla la sabe hasta el más borde de los directores de programación.

Pero, francamente, no estoy nada encaprichado con que la WDR filme· la historia-Flick. Preveo, en tal caso, una serie de problemas de representación que me parecen insolubles. ¡ Ay de aquél que se meta a montar este tema para la acogedora tarde dominical del público alemán! Sin duda, la ruda temática les costará a los consejos de Administra­ción bastantes noches sin dormir; sin embargo, el espectador no haría más que dar cabezadas de aburrimiento.

Nos hallamos ante un «crimi» (3) que contra­dice todas las leyes del género. En oposición a los parágrafos de goma de la ley de los partidos y a los «principios de rentabilidad de las subvenciones del Estado para la tarea de formación política de­mocrática», las leyes por las que tiene que regirse el autor de un guión son de acero fundido e ine­quívocas.

Máximo tres sospechosos, el mayor número de caras en las que pueda confiarse, que se puedan notar; de vez en cuando una persecución en co­che; un único hilo conductor de la trama, bonito, rojo o, por mí, también negro, que marche en zig-zag a través de la emisión; todo en tres días, en tres escenarios; la acción tensa, agradable, li­geramente penetrante, un poquitín sucia. Análisis cuidadoso del Milieu, caracteres fuertes, enjun­diosos, los motivos obvios: el tipo en bancarrota frío como un témpano, la exquisitafemme fata/e,el puesto de trabajo amenazado, el matrimonio roto -en una palabra: personas como tú y yo, sólo ligeramente más malvadas, un tris más frías, una pizca más bajas. El cumplimiento estricto de estas reglas garantiza que todo se aclare en noventa minutos, que ya antes del telediario el Bien, aun­que sólo sea un poco, triunfe y que Kowalski, el cazador solitario, pueda regresar hosco y contento a su vivienda de soltero desordenada, saturada de máquinas tragaperras.

La monótona, tediosa realidad de la corrupción no puede competir, en ningún aspecto, con la dramaturgia inmediata de un Tatort. No es el co­mienzo lo que nos procura, desde el punto de vista del valor de esparcimiento, quebraderos de cabeza. ¡ Al contrario! En comparación con las continuaciones, el comienzo es del que tenemos que esperar recibir realmente un gran goce. Ima­ginémonos, por ejemplo, un paisaje de invierno a la orilla del Rhin, niños patinando sobre el hielo, unas cornejas en los árboles deshojados, un le­trero que dice Sankt Augustin. Delante de la Mi-. sión Steyler, dedicada a las obras de amor al pró­jimo, un anciano padre vestido con los hábitos de la orden camina balanceándose. Gustosamente le indica al discreto visitante, Forster se llama, de oficio Inspector de Hacienda, el camino hacia las oficinas. Allí, en la Sociedad Soverdia, Asociación para el bien común de responsabilidad limitada, el señor Forster se informa sobre dónde han ido a parar las donaciones de la casa Flick, incidental-

---------------mente diez millones; porque hay sobre el asunto un par de discrepancias. El P. Schroder, el encar­gado de estos temas, se pone pálido como una tiza y el destino comienza así su andadura. ¡Ya sólo falta el misterioso teléfono de Düsserldorf y da toda la impresión de que tendremos el hilo en las manos! Después bastará ya sólo con ir tirando con sumo cuidado, una tarea que para el señor Fors-

. ter, un experto pescador, no debiera resultar complicada.

¡ Y así es! Encuentra nuevamente el número de teléfono, precisamente debajo de la hoja de cristal que cubre la mesa del portero de las oficinas cen­trales de Flick; corresponde a la filial de Diehl. El inspector de hacienda atrapa al contable, como debe ser, con los ominosos clasificadores en las manos; parece otearse una solución digna de un guión. Flick ha donado a la Sociedad de interés público y merecedora de ayuda alrededor de diez millones. Los padres le extendieron una factura y le reembolsaron al donante ocho millones. Los misioneros se quedaron con un millón, el otro se lo embolsa el agente que ha enhebrado el negocio, Flick obtiene un ahorro en los impuestos de cinco, y eso significa una ganancia neta de tres millones. Todos los implicados están satisfechos, al menos hasta el momento en el que el señor Forster :nter­viene. En ese momento ya tendrían que haber caído las esposas.

Mas el final no está, ni de lejos, a la vista. El «crimi» comienza propiamente ahora. Lo que da lugar a que el guionista arroje, definitivamente, la toalla es el hecho de que cada acontecimiento, cada sorpresa desagradable trae, tras sí, otra. Son los «hallazgos casuales». Son las carpetas «con las siglas de los cuatro partidos del Parlamento alemán». Son los «clasificadores depositados en una caja fuerte con el rótulo «copias confidencia­les», que conforme al apartado 108 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, quedan confiscados. Son las signaturas de registro, el sumario, los docu­mentos, los comprobantes, las actas levantadas, los materiales de reuniones, los comunicados de prensa, los escritos de descargo, los escritos de réplica y los informes de la investigación: un alud de papeles que entierra con él toda posibilidad de un final bonito.

Todo ésto no sólo resultaría excesivo para la dramaturgia sino también para la oficina de re­parto. Para los señores Lambsdorff y Matthofer, Friedrichs y Apel aún se podrían encontrar acto­res; actores jóvenes de carácter, grandes héroes fuertes, gastados bon-vivants habría disponibles en número suficiente. Pero ¿qué hacer con el Consejero Ministerial señor Wohlleben y con el Director Wacker, con el Director General Koch y con el señor Kanter de la Oficina de Bonn? Para un caso con más de mil sumarios de instrucción y, correspondientemente, numerosos testigos, la lista de actores, que habría que contratar, adquiere el tamaño de una guía de teléfonos. ¿ Y cómo evitar que el espectador pierda el hilo, cuando nosotros

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mismos no podemos estar ya seguros de qmen formó el Memorandum fatal y quién estuvo pre­sente en la cena decisiva, el señor Kreile o el señor Mühl o el Secretario de Estado Parlamenta­rio, el de las gafas, cómo se llamaba, hombre?

Son difíciles de distinguir estos caballeros; to­dos trajeados igual, todos en sus mejores años, ni una marca en la máscara de acero, por no decir nada del secreto de los narcisos amarillos; y por lo que concierne a su mímica, en éso la expresión «máscara teatral» ya sería una lisonja.

No, de esta historia no sale nada para la tele. Aparte de los fiscales y abogados implicados, no veo más que a uno que sea suficientemente co­rreoso como para dejarse enredar en las frondosi­dades de semejante asunto y de tragarse todo su polvo gris. El redactor Kowalski. Que tiene, con el comisario del mismo nombre, ciertos rasgos comunes. Por una parte, escaldado, por otra, in­vadido de un elevado ethos profesional, es como su colega de la chapa metálica ciertamente nuestro representante moral. Aunque, al contrario que el comisario, se mantiene invisible y anónimo. In­cluso quizá se alegre, como un segundo Rumpels­tilzchen (4) de que nadie sepa su nombre, a pesar de que muy pronto toda la República va a hablar de su Story.

Había recibido un soplo, un dossier en la mano, barruntó el grandioso golpe e investiga, acopia, examina hasta el fondo, no para ni deja nada. Mas lo que resulta de todo ello no es un film bonito, atildado, es una maraña interminablemente enre­dada, y nada apetitosa, en la que «está metida» toda la clase política del país. A él, a Kowalski, le cae la tarea de «rechequear», «desliar», «cocinar» todo el asunto y, por supuesto, inmediatamente, hoy por la tarde, antes de que el próximo número esté «cerrado», listo. Sólo entonces, ya al amane­cer, mientras «se imprime» su historia, regresa, respirando el hálito de la soledad, hosco y satisfe­cho, a su bonita vivienda de soltero, saturada de máquinas tragaperras.

Todavía no está la revista en los quioscos y en los bungalows de Bonn los caballeros ya están colgados del teíéfono, y mientras el público, el lunes, se restrega los ojos (un par de cosas se habían tenido por posibles, ¿pero esto? ¡ Una Re­pública bananera!) los primeros lanzanieblas están ya instalados. Tomas de posición ondulantes, cu­lebrear. Referencias a los procesos y trámites en curso. Velos, vapores de declaraciones de dis­culpa. Vagas amenazas con consecuencias. Mien­tras, al principio, donantes y receptores se cubren armónicamente, más tarde, cada uno por su parte, en la competencia, en la prensa, en la radio y la televisión salta a la vista un silencio compacto, testarudo, envidioso. Las cámaras de las emisoras alemanas, que, en su momento, persiguieron im­placablemente hasta en los percheros de sus man­siones a los Césares del cemento de la Neue Hei­mat (5), guardan esta vez una discreción que clama al cielo. Las centrales de los partidos han

-------------dado ya ostensiblemente la contraseña: no abrir el pico y ganar tiempo. Pero los redactores, ahora se ocupan ya dos, tres, cuatro de la historia, no tie­nen pensado dejar que los maten de hambre. En­tregan puntualmente, cada semana, la nueva con­tinuación con citas cada vez más increíbles, con cerdadas cada vez más espeluznantes. Pensar en silenciar o ignorar el caso no tiene ya ningún sen­tido. Alcanzado este estadio, los guardaespaldas de los partidos pasan a una ofensiva de disculpa. Un tal Klein, Secretario de Estado Parlamentario en el Ministerio de Justicia, llega a la conclusión de que estamos ante un «periodismo-por-la-espal­da» y el Frankfurter Allgemeine Gezeter (6) exige una «reacción dura», naturalmente no contra el negocio de los regalos, de soborno de los políticos (a los que el periódico les desea, más bien, «una amnistía») sino contra el trabajo concienzudo del redactor Kowalski, al que desearían ver entre re­jas. El FAZ (7) es el único periódico del país que domina, realmente, el arte de llevarse las manos a la cabeza. «Un escándalo, una ruptura de la lega­lidad» clama, y con éso no se refiere a los parti­dos, que juegan al fútbol con la Constitución, sino a esas «Revistas Ilustradas» que miman semanal­mente a un público hastiado de palabras de odio contra el Estado de partidos.

Verdaderamente no es ningún placer «censurar» públicamente una doble moralidad que desde los tiempos de Metternich no ha aprendido nada. El primer ladrón que gritó «¡Al ladrón!» tiene que haber sido una cabeza brillante y difícilmente se le puede negar una cierta admiración; pero una prensa que produce diariamente sus editoriales de acuerdo a ese esquema no logra más que hastiar.

A esa conclusión tienen que haber llegado tam­bién los técnicos militantes del negocio de dona­ciones. Constatan, imperturbables, que la criatura se les ha caído al pozo y le caen por la espalda al santurrón de Frankfurt con rudas declaraciones: «en este sector todo me parece posible» (Halsten­berg, SPD). «No hemos ocultado nunca que no estamos libres de nada humano» (Glos, CSU), «Después de que todos toleraron el ensuciarse en el lodo no se puede dejar a nadie colgado sino que hay que sacarle del aprieto» (Lahmann, FDP). De hipocresía no se podrá acusar a estos caballeros. Juegan a dejar correr el tiempo y se preparan para una larga guerra de desgaste. Cuentan con el ci­nismo del público y no está descartado que, al final, sus cuentas cuadren.

Pues de semana a semana nuestro represen­tante, el redactor Kowalski, se encuentra en una situación más complicada. La atracción de la no­vedad ha desaparecido. De un artículo a otro el «crimi» afecta a círculos cada vez más amplios, pero va resultando cada vez más monótono. Con la quinta, séptima, novena entrega de la historia ya no hay forma de lograr una gran tirada. La actitud del lector amenaza con dar un giro brusco. Este hace un mohín, bosteza: ¡ otra vez! Al contra­rio que los partidos, a los que no les importa en absoluto seguir manchándose durante decenios, el

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lector conserva todavía otros intereses. Por eso, perderá, tarde o temprano, la paciencia. Desco­necta. Esa es la esperanza de los estrategas de los partidos.

Caso de que los pringados se las tengan que ver con el juez, en tal caso puede llevar diez años hasta que se llegue a una sentencia legalmente efectiva. Confesándolo abiertamente, tanto no quisiéramos aguantar. Mejor será que arriesgamos el intento, aún con el peligro de que se nos escape algo, de sacar un par de conclusiones provisiona­les de lo que Kowalski, el inagotable, ha sacado a la luz hasta ahora.

2. CUIDAR LA TRADICION

En la biblioteca de mi padre había varios tomos,de formato grande, fotos oscuras y ornamentados abundantemente, que trataban de los «Usos y cos­tumbres de los pueblos primitivos». Desde los días de esa inolvidable lectura infantil siempre he deseado que un equipo de investigación bien pre­parado presentase una obra estándar similar sobre Alemania. El instrumentarium de los etnólogos se ha afinado mucho desde los tiempos de Lettow­Vorbeck, sin embargo mi deseo no se ha cumplido todavía. El gran lienzo de las costumbres de la República Federal es, manifiestamente, una tarea que excede las posibilidades de nuestra literatura y nuestra ciencia. Los papeles de la casa Flick no pueden compensar esa deficiencia, pero nos pro­curan, a pesar de todo, ciertas imágenes de un medio que no parece menos insólito que el del cazador de cabezas de Papua-Nueva Guinea. La vida tribal, que se revela en los apuntes, sor­prende por su abundante diferenciación jerár­quica, pero, aún más decisiva que esa ordenación vertical, es la distinción de castas entre el grupo de los que pagan y el grupo de los pagados, los cuales trabajan también en distintas «casas». La contraprestación más importante que el clan-de­los-donantes espera del clan-de-los-receptores, y que éste satisface regularmente, es una actitud servil. A través del largo ejercicio, los pagados se adiestran en el carácter social específico de la diligencia, de una diligencia semejante a la que se esperaba, en otros tiempos, de los camareros, pero que, entretanto, ha quedado prácticamente extinguida en las sociedades centroeuropeas. Esa actitud se pone de manifiesto en expresiones del tipo siguiente, de las que, desgraciadamente, sólo podemos reproducir aquí una pequeña selección:

«Lahnstein está en todo momento con gusto a nuestra disposición para ayudarnos». «El Ministro y su departamento de seguros cooperan en todo». «Matthofer ha asegurado que «presionará» para que vayamos adelante». «Genscher está listo para ayudar». «Matthofer se está esforzando en sor­tear la postura negativa de su casa». «Karry se esfuerza también por una resolución positiva in­mediata». «Kiep se ocupa del asunto lo mismo que los otros señores». « Lambsdorff está decidido a abrirnos las puertas de la casa vecina». En su

--------------«opinión, en este caso todo consistirá en si conse­guirá mover al señor Matthofer a una decisión técnica que pase por encima de los reparos lega­les». Se ofrece «a ponerse a nuestra disposición en su momento para el tratamiento táctico de la eliminación de obstáculos en aquel Ministerio». «Friedrichs me dijo concluyentemente que está, a cualquier hora del día o de la noche, a nuestra disposición».

La impresión de armonía que despiertan tales aseveraciones solemnes es, de todas formas, en­gañosa. Por lo que oímos, por parte del clan-de­los-receptores del espíritu está, es cierto, presto, pero la carne es débil, situación que mueve a los donantes a expresar su disgusto y desprecio. Se enfadan porque uno se ha enfriado, el otro sufre de «invariables dolores fuertes de barriga», y de un tercero se dice «que éste -si es confrontado sólo- está algo encogido y tiene cague». Las pruebas de sumisión no pueden ser en tales condi­ciones satisfactorias. «Esta es la cosa. Por el asunto mismo, bien. Pero el tembleque de los pan­talones del M. no me gusta nada».

Sin embargo, lo que al clan de donantes le enfu­rece todavía más que esos signos de flaqueza son ciertas indicaciones esporádicas de los receptores sobre el hecho de que existen leyes. Evidente­mente el derecho es, para los que- pagan, una especie de aversión, repugnancia, cólera y a quien argumenta con él se le toma por un «jurista quis­quilloso» o por «un purista fanático de la justicia» y se le expulsa de la tribu.

Si esta medida tampoco lleva al éxito deseado, los tonos ásperos de los donantes se hacen per­ceptibles. Los que cogen, se dice entonces, tienen que estar, en definitiva, también interesados «en sacar adelante el asunto Flick sin mayor ruido». A los ministros se les recuerda que están «im Obligo» frente a los donantes. Si esa indicación no logra tampoco ninguna repercusión, entonces hay que «poner en marcha, camino del Ministro» a otros personajes, posiblemente a los guerreros de la tribu, siempre con la esperanza de que «el Mi­nisterio se ponga en marcha por la cuenta que le trae». Finalmente, como última ratio se les mos­trarán a los receptores los instrumentos: «En nin­gún caso se le debe dar al Sr. N. ninguna confir­mación, se le debe decir con toda claridad que no estamos dispuestos a nada más hasta que la deci­sión sobre los impuestos esté, por fin, resuelta». Esta amenaza está destinada a meter el miedo y el espanto en el cuerpo al clan de los receptores, puesto que éstos, notoriamente, no están hechos para una vida sin Douceurs.

Puede que las expresiones «dar» y «coger» le resulten, al no avisado, fácilmente inteligibles; dentro del Milieu de la tribu describen, sin em­bargo, una transacción central que discurre según reglas rituales misteriosas. Incluso al etnólogo no le resultará siempre fácil distinguir, con el esmero debido, entre «caja especial» y «caja negra», «pa­gos in oficiales» y «sobres».

Las explicaciones siguientes, por ejemplo, pro-

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cedentes de un emisario del clan-de-los-donantes, suponen también para el experto un enigma: «el tema 'Lambsdorff especial' (?) no debe, por con­siguiente, ponerse en relación con el 'invento muy personal' del Sr. Kan ter, la 'carta especial'. Mi cliente ... designaba ... a los sobres conteniendo di­nero siempre simplemente como 'Couverts'». Un pasaje como ése plantea al investigador la cues­tión de cómo podían, en absoluto, entenderse en­tre sí los miembros del clan-de-los-donantes, si ya incluso sobre el significado de expresiones tan simples como carta, couvert, y sobre era imposi­ble llegar, dentro de la «casa» a un acuerdo. ¿Ha­blaban en alemán estos señores? Sobre ésto las dudas se hacen más grandes cuando se leen las cuatro páginas en las que los emisarios del clan explican todo lo que la palabra wegen (8) puede significar en Düsserldorff - Oberkassel. Ochenta millones de alemanes parecen estar engañados en este punto. Por lo menos se les había escapado hasta ahora «la embrollada plurisignificabilidad» del contenido conceptual de la palabra «wegen». Se no,s advierte del hecho de que el uso de esta preposición tiene en Flick, el cacique del clan, «una larga tradición», lo mismo que la abreviatura «wg». Según la transmisión de la tribu la palabra no significa sólo aquéllo que significa sino también lo contrario de éso. Presumiblemente nos encon­tramos aquí ante un sociolecto desconocido hasta ahora. Quien quiera descifrarlo hará muy bien en dejarse aconsejar por los trabajos del lingüista in­glés Lewis Carroll, especialmente su famosa obra «A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado», de la que quisiera citar un pasaje per­tinente:

«Pero 'campana' no significa en absoluto 'prueba tumbativa'», objetó Alicia.

«Cuando yo uso una palabra», contestó Cabe­zota en un tono claramente altanero, «entonces significa exactamente lo que yo considero co­rrecto -ni más ni menos>>.

«La cuestión es solo», dijo Alicia, «si se puede hacer que las palabras signifiquen simplemente cosas distintas».

«La cuestión es solo», contestó Cabezota, «quién es más fuerte, y nada más».

Pero nada, no sirve para nada. Nos hemos es­forzado por arreglárnoslas con el método de los etnólogos, por esa imparcialidad que tiene; pero debemos confesarnos que no basta. Quizá debié­ramos seguir, mejor, las repetidas referencias a los «decenios de tradición de la casa». Esas nos dan a entender que la Sociedad de Administración de Empresas Industriales Friedrich Flick, Sociedad Limitada, o la Administración Industrial de la So­ciedad de Accionistas Friedrich Flick está bien lejos de la inocencia histórica de una tribu mela­nesia de cazadores de cabezas.

Ante el olor típico a establo que esparcen los documentos fracasa la ingenuidad estructuralista; sólo la experiencia histórica puede identificarlo. Recuerda a antiguos despachos de señores alema­nes, humo frío de cigarros y puertas forradas,

---------------acolchadas. En este ambiente no hay ninguna mu­jer. La única fantasía que se desarrolla aquí es la militar. Se ponen en marcha convoys que «llegan a su destino sin contratiempos». Y se dan mutua­mente «señales de humo» y «se cubren recípro­camente». Los matices del tono de casino van desde oficial de estado mayor hasta cerdo del frente. El puesto de súbdito lo ocupa la autoridad civil, a la que, caso de que sea necesario, ya se le dará un tirón de orejas, si no coopera en todo, si no abre, diligentemente, las puertas y si no está a disposición a cualquier hora del día y de la noche. Derecho como una vela se estará sólo ante el general en jefe, que espera de sus subordinados, según las deposiciones de su representante legal, «informes cortesanos en el sentido de tiempos le­janamente pasados». Los abogados exponen las relaciones Wilhemnianas que imperan en el puesto de mando de la economía alemana con las pala­bras siguientes: «Todos los informadores tienen que preocuparse, según sea posible, en orientar sus informaciones a las expectativas, la disposi­ción síquica y las sensibilidades de los destinata­rios bajo anticipación de posibles reacciones y de la contrarreacción a éso, teniendo siempre pre­sente la estructura de poder existente».

Expresado de otra forma: «Para la mentalidad de Flick se tenía que hablar y dar vueltas y rodeos sobre una carta. La responsabilidad fuera debía quitársele y, sin embargo, se seguía ligado a: él: .. Esto es como un matrimonio ... Del conjunto re­sultaba que estábamos educados demasiado estric­tamente respecto a los costes. Flick pensaba muy fuertemente en el dinero ... La caja era para él lo esencial... Ocurría con él que lo desagradable no podía aguantarlo... Esto estropeaba su atmósfera completa».

Aquí se está hablando, en todo caso, del señor Flick senior y la información procede de un anti­guo maniobrero de la firma, el antecesor del señor von Brauchitsch, SS-Brigadeführer Director Ge­neral Otto Steinbrinck. Y a en aquellos tiempos había, por cierto, quisquillosos y caballeros que tenían dolores de barriga, los pies fríos o cague: «Se expresó con toda claridad que en el Ministerio de Hacienda y en el Ministerio de Comercio del Reich se tenía la idea de que el grupo de Flick trataba de hacer aquí un negocio especialmente bueno en desventaja del Reich. Especialmente el Ministerio de Hacienda del Reich tiene grandes reparos en exponer al Ministro la operación de canje en la forma presentada».

Sobra decir que los puristas fanáticos de la jus­ticia no tenían tampoco en el año 1939 ninguna posibilidad y que el convoy llegó sin contratiem­pos también entonces a su destino. Fue posible mover a Hermann Goring a una decisión técnica que pasaba por encima de todos los reparos lega­les. Al fin y al cabo, el Tercer Reich, al contrario que la República Federal, no tenía ningún interés en ser considerado como un estado de derecho. Y el que Heinrich Himmler, de oficio Reichsführer

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de las SS, apareciese en febrero de 1933 en el despacho berlinés del grupo Flick para recoger allí, como corresponde a la tradición de la casa, 120.000 marcos (200.000, según otras fuentes) al contado que Flick había donado, éso ha de to­marse ciertamente como un encuentro casual. Igualmente, el que Flick, en cuanto miembro con­tribuyente del Círculo de Amigos del Reichsführer SS, hiciese transferir también, cada año, 100.000 marcos a la «conocida cuenta especial S» se ex­plica, sin ningún esfuerzo, por la opinión del do­nante «de que un apoyo político no me hará nin­gún mal».

«Cómo se asentó éso en los libros», manifestó Steinbrinck ante el tribunal militar de Nüremberg, «no lo sé». El dinero de los Amigos-de-Himmler, en total 7 ,65 millones de marcos, estaba destinado «a ciertos gastos, como por ejemplo, las deudas restantes de la expedición al Tibet, construcción de Wevelsburg, a alfarería, tejedurías y trabajos de talla de maderas, excavaciones y cosas que después han sido incluidas en la herencia cultural básica». Himmler parece haber puesto «mucho interés en la armonía y auténtico compromiso hu­mano de los hombres entre sí».

Con estos comentarios sobre el cuidado de la tradición no pretendemos, naturalmente, dar apoyo a la conjetura estrafalaria de que Flick fuera un nazi. Los abogados de Herr von Brau­chitsch se han remitido, con toda razón, a los «decenios de praxis de donaciones, praxis fun­dada por el señor Friedrich Flick» y que no se estableció, por primera vez, en los días de Him­mler.

Los libros de la firma registran, al fin y al cabo, partidas como las siguientes: wg. Brüning 150.000, wg. Hindenburg 950.000, wg. Schleicher 100.000, wg. Papen 100.000 y wg. Stresemann una cantidad que, desafortunadamente, no figura en las actas.

Esto lo comprendió también el Tribunal Aliado en Nüremberg. Este había condenado en 1947 a Flick, como criminal de guerra, a siete años de prisión y lo dejó libre de nuevo, antes de cum­plirse la condena, en agosto de 1950 -una semana antes el canciller Adenauer había exigido, con to­das las formalidades, a los Altos Comisarios de las tropas de ocupación la creación del ejército de Alemania Occidental. El negocio de las armas po­día empezar de nuevo.

Las costumbres y obras de esta familia de em­presarios alemanes muestran, pues, una continui­dad que impresiona y en sus balances no puede verse, de ninguna forma, la acción del frecuente­mente deplorado Flick-Malus sino la autenticidad de una concepción del oficio por la que al señor Flick, senior y junior, tiene que importarle un bledo que sean socis o nazis, negros o verdes los que gobiernan el país, con tal de que estén, en todo momento del día y de la noche, a su disposi­ción.

El canciller Dr. Konrad Adenauer dio expresión a su cálida: comprensión de esta forma de cultivar

---------------la tradición en un telegrama de felicitación a Frie­drich Flick redactado en términos emotivos: «Ud. ha levantado, en un esfuerzo largo y lleno de renuncias, imperturbable ante todos los golpes del destino que han caído sobre nuestro pueblo y so­bre Ud. personalmente, una obra grande y asom­brosa. Ojalá le sean dados todavía muchos años de salud y fuerza para disfrutar de sus éxitos y logros».

3. DE LA VIDA DE LA ASOCIACION

Como se sabe, el poder político es ejercido en laRepública Federal Alemana por dos asociaciones no reconocidas y sin personalidad jurídica y por otras dos reconocidas. No hay una explicación de ésto. Al menos en la Constitución no está prevista una dominación así. Al contrario. La ley funda­mental no tiene para estas asociaciones más que una única frase: «Los partidos coactúan en la educación de la voluntad política del pueblo». Más modestia, más sobriedad es casi imposible. En la realidad, los llamados «dirigentes de los partidos» se han convertido en una oligarquía que toma sus decisiones fuera del Parlamento; la Cá­mara de diputados registra sólo las resoluciones a las que han llegado las presidencias, comités di­rectivos, fracciones y comisiones de los partidos.

El artículo 38 de la Constitución determina que . son los diputados, y no una asociación, sea cual sea, lo que ha de elegirse «en elección general, directa, libre, igual y secreta»; ellos son «repre­sentantes de todo el pueblo, no están atados a órdenes e instrucciones y sólo están supeditados a su conciencia». Los partidos han abolido prácti­camente esta disposición por medio del principio de la elección de listas y la obediencia al grupo parlamentario. La mitad de los diputados no es elegida por el pueblo sino nominados, mucho an­tes de la fecha de las elecciones, por funcionarios que deciden quién recibe un puesto garantizado en el Parlamento y quién no.

Los partidos establecidos pueden decretar, además, quién debe construir autopistas, tanques, teléfonos, y quién debe ser conserje de una pis­cina o Director del Bundesbahn (9), quién director de programación o portero. También esta compe­tencia carece de fundamento constitucional. Los padres de la Constitución guardaron silencio sobre quién tiene que repartir las prebendas y las sine­curas.

Se plantea ahora la pregunta de si a estas cuatro asociaciones debe corresponderles, por las presta­ciones mencionadas, una compensación o remu­neración y, caso de que sí, de quién, en qué canti­dad y en qué forma debe ser eregido ese tributo. Propiamente debería suponerse que los gastos de una asociación deberían cubrirse con las aporta­ciones de sus miembros. Una concepción como ésa la rechazan, sin embargo, los dirigentes de los partidos como un solo hombre. Exigen que sus asociaciones sean alimentadas por todos los habi­tantes del país. «Del ciudadano se exige aquí

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sólo», según se expresaba ya en 1965 el tesorero de la CDU, un Catedrático de nombre Fritz Burg­bacher, «que cofinancie la política, de cuyos fru­tos se aprovecha; pues sólo gracias a la política de estos partidos puede pagar los impuestos, con lo que se financia todo esto».

De desagradecidos está el mundo lleno y por eso no podía dejar de ocurrir que, aquí y allá, en la República Federal se oyesen voces que se vuel­ven contra tales pagos-de-dinero-de-protección. Que el contribuyente sea obligado a sostener él mismo el amiguismo de cargos y su expropiación política, éso no todos están dispuestos a com­prenderlo así sin más ni más.

Para escarmentar a tales criticastros, las direc­tivas de los partidos han ideado una nueva, y altamente original, justificación de su petición. En el fondo, a los partidos el poder no les interesa lo más mínimo; sus miras están, más bien, puestas en formar al pueblo alemán; la actividad política de los partidos es una especie de acto académico por el que todo el mundo ha de pagar el tributo de oyente correspondiente. En este sentido, el teso­rero del SPD explicó que el ciudadano tiene que financiar a los partidos «una parte del trabajo de éstos por ilustrarlo, por esclarecerlo». Para estas clases complementarias, las asociaciones se han concedido, desde 1959, «subvenciones globales», «donaciones» y «fondos especiales» que se elevan a millones. Juzgado por el índice de aumento de esos recursos, la formación política de los alema­nes tiene que haberse nonuplicado entre 1968 y 1981 y el final de este gigantesco esfuerzo intelec­tivo no está, ni de lejos, a la vista.

Para el cobro de estos y otros subsidios, las cuatro asociaciones se encuentran en la cómoda situación de poder hacer ellas mismas las leyes por las que resultan favorecidas. Lo único cons­tantemente incómodo y molesto en todo ésto es, en todo caso, la existencia de una Constitución que prevé el principio de la división de poderes. Especialmente irritantes para los partidos son los artículos 92 y 93 de la Ley Fundamental, que someten sus prácticas a la revisión del Tribunal Constitucional.

Por lo menos en cinco ocasiones se ha visto obligado este Tribunal a emitir juicio sobre la fi­nanciación de los partidos. El resultado fue, cada vez, una enérgica bofetada y, en cada ocasión, las direcciones reprendidas tuvieron, por expresarlo suavemente, una «reacción flexible»:

En 1958 el Tribunal Constitucional decidió que las donaciones a partidos no debían ser desconta­das de los impuestos; la praxis ejercida durante años por los partidos es anticonstitucional. Ante eso, los partidos permitieron, con el fin de sortear la prohibición, que el dinero de las donaciones afluyese hacia las llamadas «Asociaciones Ciuda­danas» que ellos habían fundado como organiza­ciones de camuflaje.

En 1966 el TC rechazó el instituir como una función estatal la asistencia financiera permanente a los partidos. El tribunal declaró ilegal «que les

-------------sean otorgadas por parte del Estado a los partidos políticos subvenciones continuas para el conjunto de sus actividades políticas». En vista de ello, las asociaciones se atrincheraron en sus respectivas Fundaciones, de las que inmediatamente se pro­veyeron, con sus tristemente célebres «subven­ciones globales para el trabajo de formación de­mocrática y política-social». En total los partidos elevaron de tal manera la parte correspondiente al dinero procedente de los impuestos en sus gastos que en 1979 se alcanzaban las cuotas de subven­ción siguientes: CSU 76 %, FDP 65 %, SPD 64 %, CDU 62 %.

En 1968 el TC llegó a la resolución de que la Ley de Partidos, aprobada un año antes, era anti­constitucional en muchos puntos. El tribunal que­ría que en el futuro quedasen registradas pública­mente de forma especial todas aquellas donacio­nes que superasen los 20.000 marcos. Ante eso, las cuatro asociaciones se embolsaron donaciones anónimas y recibieron créditos; cambiaron su Ley de Partidos que no prevé sanción alguna contra las infracciones.

En 1975 el TC declara ilegal que los partidos exigan a los diputados una parte de sus dietas. A pesar de eso se ha seguido simplemente pagando. El dinero de ayuda de los parlamentarios a la caja de los partidos alcanzaba en 1978 ya más de 20 millones de marcos. « Si uno no paga», así dicen voces autorizadas, «entonces no vuelve a ser pre­sentado».

En 1979 el TC falló que los partidos no son organizaciones de utilidad pública en el sentido fiscal. El tribunal rechazó una solicitud de los partidos para conceder amplias ventajas fiscales a las donaciones a los partidos. Las cuatro asocia­ciones extrajeron de ahí la conclusión de que ha­bía llegado el momento de cambiar la Constitución y la legislación fiscal, naturalmente siempre a su favor.

Resumiendo, se puede constatar que los fallos del más alto Tribunal no han movido, ni en un solo caso, a la oligarquía a cambiar su conducta. Su energía criminal sigue intacta. El intento de inculcar a palos a los dirigentes de los partidos conciencia, aunque sea mínima, de ilegalidad es manifiestamente inútil. Se trata de reincidentes que están, además, orgullosos de su incorregibili­dad. Si las asociaciones fueran personas naturales, los tribunales no tendrían, en estas condiciones, probablemente más remedio que ordenar la prohi­bición de ejercer la profesión (según el artículo 70 de la StGB) y la detención preventiva (según el artículo 66 de la StGB).

En todo caso, un enigma cardinal, que cierta­mente se le tiene que plantear a cualquier pen­sante, les ha quedado atragantado a los críticos de esta situación, quizá porque, en su silenciosa re­pugnancia y en su enfurecimiento audible, tenían demasiado que tragar: ¿ cómo se puede explicar realmente esa codicia propia de ratas de los parti­dos? ¿Por qué los 2.300 millones de marcos, que

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oficialmente han recibido entre 1975 y 1981, les parecen a sus tesoreros como una gotita de agua sobre la piedra ardiendo? ¿De dónde viene esa cruda necesidad que les obliga a sangrar todas las cajas negras posibles?

La explicación más a mano de que los «bonzos» «allá arriba» despilfarran «nuestro dinero» «en pasarlo bien» puede que sea ciertamente popular, pero no es, en ningún modo, suficiente. Sin duda, recepciones, vuelos especiales, suites, parque móvil, todo éso se hace notar en el presupuesto y no vamos a ser tan ingenuos como para discutir que algún «político de alto rango» considera como ineludible el estilo de vida que se le ha pegado, que ha copiado de su amigo personal de la gran industria. Sin embargo, una simple ojeada a las directivas de nuestras asociaciones debería bastar, incluso al más malicioso, para disculparlos de cualquier sospecha de sibaritismo. No, la satisfac­ción, la pompa, la voluptuosidad, la suntuosidad,

-el lujo, todo eso son categorías que estos viejoscaballeros apenas son capaces de sentir. Talesdeseos de la sensualidad y de la fantasía tienenque mantenerse alejados de una esfera de la que,como dice Otto Schily, es propio «algo cadavé­rico».

No olvidemos, por lo demás, que sigue exis­tiendo todavía, sobre todo en el nivel medio de las asociaciones, el tipo del trabajador altruista del partido, cuya insobornabilidad puede llegar a con­vertirse en una ascesis demostrativa, a pesar de que en los grandes salones, donde los lobbystas y los virtuosos del amiguismo dominan la imagen, se le nota algo perdido. El tiene todavía nostalgia, echa de menos la barraca. Por los gigantes de hormigón superclimatizados, en los que tiene que pasar su vida, no puede sentir ningún entusiasmo. Quizá note incluso que el paisaje completo de los partidos se parece, más bien, al ala de una cárcel de alta seguridad y que las asociaciones, con to­dos los millones que tiran por la ventana, no han creado ni un único edificio que siquiera pueda competir con una villa en Grunewald.

Su representación es y permanece representa­tiva, la pompa resulta sin clase, es más, insípida­mente sin clase, prevalece por todas partes el sa­bor a plástico de las Credit Cards, y la Attaché­Case, a la que se aferra, es el apoyo principal de la personalidad. En definitiva, se trata siempre de lo mismo, de juntar papelitos para conseguir gastos de representación y el reembolso de los gastos. En el ambiente de los partidos todo sale caro, pero tiene muy poca calidad; ésto hay que reconocér­selo. Y cuando más abajo se va en sus jerarquías, más indistintos y más deslucidos y raídos resultan los despachos. Lo más lujoso que se puede encon­trar en el local de una asociación municipal media debería ser un ficus. Incluso ése sería, de todas las maneras, innecesario si los partidos se redujesen al núcleo real de su actividad, a su papel como power brokers, es decir, como puestos de cone­xión para la venta, la marketización del poder.

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Para éso no necesitarían nada más que una u otra trastienda y un teléfono que funcione. Su instru­mentario de administración podrían llevarlo con­sigo los funcionarios en los bolsillos del pantalón: una agenda gastada en la que estén anotados los números de teléfono apropiados.

¿Por qué, entonces, me pregunto, ese echar la mano maniático a la caja? ¿A qué viene todo el montaje? ¿Para qué el dinero? Presumo que se trata aquí de Un caso de Potlatsch, por tanto, de una forma ritualizada de derroche social. A favor de éso está el que los presupuestos millonarios de los partidos son necesarios principalmente para la producción de basura. Las asociaciones producen año tras año autodescripciones que pesan cientos de toneladas; editan folletos de completa vaciedad lingüística y factual; mandan millones de envíos postales que, puesto que no hay absolutamente nada que extraer de ellos, van, sin dar ningún rodeo, del buzón a la papelera; producen cortos publicitarios de una banalidad que incluso al endu­recido y encallecido lector del Bild-Zeitung se le saltan las lágrimas; imprimen posters a los que ni siquiera se les puede acusar de mentir, puesto que una mentira, que esté libre de todo contenido, no es pensable; emiten spots televisivos cuyo único mensaje consiste en que se emite un spot; se en­tregan o dedican a «un trabajo de esclarecimiento político» que, puesto que nadie toma nota de él, ni siquiera funciona como su negativo, su contrario, quiero decir como idiotización, alelamiento; en una palabra, consuman una aniquilación de los recursos que es, por principio, ilimitada porque la nada se deja multiplicar a discreción.

Las razones impulsoras de este comportamiento están ocultas, no se conocen. No pretendo, no me arrogo, haberlas aclarado definitivamente; tras larga cavilación, creo, sin embargo, poder ofrecer al menos una indicación útil. El aparato de parti­dos de Bonn se encuentra en una situación de aislamiento peculiar. Esto vale más o menos, se­gún el grado de abstracción de su actividad, para todas las instituciones que no producen nada; es­tán tan excesivamente ocupadas en administrarse a sí mismas como para poder lograr mantener el contacto con la realidad social. Los. portavoces de los partidos son conscientes de esta separación o soledad aislada y la expresan con máxima exacti­tud cuando designan al resto de la pobláción, o sea, a aquellos que no se encuentran en Bonn, como «la gente de ahí fuera, en el país». Por supuesto, en ese modismo se expresa un cierto desconocimiento de la situación; pues los sesenta millones de habitantes del país habrán de estar seguro menos excluidos de la realidad que los ocupantes del barrio gubernamental de Bonn.

Esa situación social del aparato de los partidos afecta a su naturaleza. Tiene consecuencias onto­lógicas. Las cuatro asociaciones le dan, al que se mantiene al margen de ellos, una impresión, en cierta medida, mortecina. En comparación con ellas, instituciones como una oficina de correos o

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un club de fútbol, la jardinería pública o un asilo de ancianos resultan rechonchas y mofletudas, como si cada una de ellas fuera un prodigio de fuerza vital y productividad. Que los partidos es­tablecidos se presenten públicamente sólo por sus siglas no es ninguna casualidad sino un síntoma de su grado ínfimo de realidad, de su carácter fan­tasmal, de su esencia espectral.

Mi hipótesis apunta a ésto: que los mismos diri­gentes de los partidos tienen un presentimiento de este estado (aunque, conforme a lo que es natural, sólo pálido), que anida en el corazón de los apara­tos una duda existencial y que la mayor parte de su actividad está destinada a luchar contra ese presentimiento, contra esa duda. Ese es el sentido de sus orgías de derroche y el único contenido de su autopresentación: ¡ existimos realmente! ¡ So­mos!

Pero puesto que tales aseveraciones seguras no convencen a nadie, ni siquiera a sus autores; puesto que éstas sólo refuerzan al público en su tranquila e imperturbable certeza de que todo es únicamente paja y aire caliente; y puesto que la duda profunda en la propia realidad vuelve a uno mismo tanto más dolorosa cuanto más alta se vo­cifere, surge un circulus vitiosus y se genera el comportamiento clásico del adicto, de la adicción: el aumento de la dosis se convierte en obsesión central; las líneas directivas, los folletos, entrevis­tas tienen que multiplicarse y con ello también el coste. Tiene que conseguirse dinero a cualquier precio, incluso al de la ilegalidad. Lo mismo que el adicto no puede respetar las leyes porque nece­sita su botella, los partidos tienen que valerse de todos los medios en su intento impertérrito de llenar una carencia ontológica que es insaciable. Quien actúa según la máxima «Gasto, luego existo», ése nunca se quedará harto. El Potlatsch de los partidos es su prueba de existencia.

4. INDICACION DEL REMEDIO

En las últimas elecciones federales participaronel 89 % de los ciudadanos con derecho a voto. El 94 % de los votos fueron para los diputados de aquellos cuatro partidos que hasta entonces esta­ban representados en el Parlamento. Estos hechos no se entienden por sí mismos. La crítica tradicio­nal al parlamentarismo puede aportar poco a la comprensión de esos hechos. Esto vale sobre todo para la tesis marxista según la cual la gente no sabría con quién se las tiene que ver; el sistema político ha conseguido manipular de tal manera a los electores que éstos se sienten representados, con toda seriedad, por los partidos. En conse­cuencia no están en condiciones de entrever el carácter aparente de la representación parlamen­taria; y precisamente esa ilusión es lo que se pre­tendía; ella es una necesidad social; y sólo a ella le debe el sistema su estabilidad (Johannes Agnoli ha defendido con profundidad y agudeza este argu-

--------------mento en su libro «Die Transformation der Demo­kratie»).

Y o considero a esta teoría de la idiotización, entre cuyos seguidores, si las cosas no engañan, están también los manageres de las campañas electorales de los partidos, como errada. No hay ningún «trabajo de formación ciudadana» que esté en condiciones de desconvencer a la gente de sus concepciones y experiencias duramente adquiri­das; quien se figure algo así cae en el autoengaño. Al contrario, me gustaría afirmar que los votantes saben con toda exactitud para quien hacen su cru­cecita, que no tienen grandes ilusiones y que es­tán, totalmente, en condiciones de tasar correcta­mente la integridad política y moral de los parti­dos.

Un dato a favor de ésto es la impasibilidad plomiza con la que el pueblo ha tomado el asunto Flick y los innumerables escándalos financieros de los partidos que le precedieron. No porque los ciudadanos estuvieran cabalgando en una ilusión o porque nadie les hubiera esclarecido (ilustrado), sino, al contrario, porque están ya esclarecidos en un grado sin consuelo y porque manejan su indig­nación de forma ahorrativa. Reiteradamente se ven confirmados en aquello que ya hace tiempo saben. Eso pone unas exigencias excesivas a su presupuesto de sentimientos. Rechazan derrochar sus emociones, que les son necesarias para cosas más importantes, en las siglas fantasma de Bonn.

A largo plazo el periodismo de investigación no lo va a tener, por eso, fácil en la República Fede­ral. Pues la venerable tradición del muckraking en las publicaciones presupone un lector que sea de­sengañable-desencantable. Sólo se puede desen­mascarar a aquél cuya cara se diferencia de su máscara. Expresado de forma dramatúrgica, a los cuatro partidos de Bonn les falta la altura de caída moral imprescindible para un escándalo. (A los sindicatos, al contrario, la población les concede todavía, manifiestamente, una cierta honradez; de esos restos se alimentó la excitada reacción pú­blica en el affaire del escándalo de Neue Heimat).

En estas circunstancias no es el muy cacareado «desencanto» sobre los partidos lo que me asom­bra y me da que pensar sino la bondad ilimitada, la tolerancia inaudita con la que se acepta su po­der. Este semidespectivo, semimagnánimo dejar hacer tiene una larga prehistoria y múltiples raí­ces.

«En Política una cosa es hablar y otra hacer»; «La Política corrompe el carácter»; «La Política es un negocio sucio»; frases como· ésas tienen en Alemania el estatus de proverbios con siglos de antigüedad. Su validez tiene, sin ninguna duda, algo que ver con los déficits democráticos de nuestra historia. Pero ellos pueden también apo­yarse en la experiencia de que los profesionales de la política se han abstenido de pocas cosas y han consumado muchas hasta que el tenaz prejuicio se convirtió en certeza indiscutible.

A este motivo más bien tradicional se ha aso­ciado, sin embargo, en la República Federal otro

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que es históricamente nuevo. Me refiero a la edu­cación sistemática, y durante decenios, a la pica­resca. Las estrambóticas reglamentaciones fisca­les y del-estado-social, que tenemos que agradecer a los partidos de Bonn, han hecho de los alemanes un pueblo de timadores. El que no se las entienda a fondo con el descontar, reclamar, rescatar, de­ducir, ése no tiene aquí ningún motivo para reírse. Sea con la vivienda social, con la construcción ilegal, el seguro de enfermedad o con la factura del taxi, la beca o la ayuda, por todas partes y en todo vale el imperativo del gorrón, del quisqui­lloso, del echar el guante y hay un número cre­ciente de conciudadanos que sin estas habilidades estarían perdidos.

El tirar la primera piedra se convierte, en estas condiciones, en una operación problemática y arriesgada. Por eso este deporte ha perdido, en comparación con otras disciplinas populares como el esquí, el sacar partido a las invitaciones, jogging y la defraudación de impuestos, gran parte de su antigua popularidad.

Así, cuando el informe de la Fiscalía de Bonn sobre el asunto Flick constata: «La cuestión de si se debe dirigir hacia los partidos dinero pagado a través de los que tienen cargos en los partidos no tiene aquí importancia jurídica. En principio, un pago al contado y sin factura habla más bien en contra que a favor de un empleo así», no hace más que hablar la experiencia normal de la vida.

Que los alemanes soporten con tal paciencia a sus partidos, para eso se puede agregar todavía un tercer motivo impulsor. Calculado a ojo, el dinero que mueven las cuatro asociaciones de Bonn está en torno a los 500 millones, lo que hace unos 10 marcos por cabeza. Me podría figurar que hay muchos ciudadanos de este país que estarán asombrados de con qué poca propina se contentan los partidos y que esos ciudadanos, a la vista de esta magnitud, se sientan desarmados ante la mi­rada tímida, el ademán abochornado y el ocultar apresurada y afablemente un tema debajo de la manta de los respectivos presidentes, cuando se pasa a hablar en la televisión de sus locales de autoservicio. En comparación con un delincuente callejero que le zumba a uno con un tubo de gas en la cabeza y que le limpia hasta la camiseta, sorprende aquí positivamente una cierta falta de decisión y el votante, que ha aprendido a rebajar sus aspiraciones, toma el tartamudeo del farsante como una defensa torpe. El escritor francés Henry de Montherlant hizo, en un caso parecido, esta observación: «Es un gran error tener una con­fianza ilimitada en la maldad de las personas: sólo muy raramente nos hacen todo el mal del que serían capaces».

En resumen, las andanzas del CCDDDFPPS­SUU se toman, por tanto, más bien de manera resignada y a regañadientes, como si esa nube de siglas fuera una nube de mosquitos que, al final, no hay manera de espantar.

Al fin y al cabo no se trata de un suceso natural inevitable y por eso quizá sea recomendable usar,

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como comparación, dos fenómenos del existir comunitario, a saber la gran banca y las grandes multis del petróleo. Cierto, la utilidad de estas dos instituciones es obvia y, en esa medida, flojea la comparación; sin embargo, también ellas, como los partidos, se ven obligadas a sufrir ante el to­zudo desamor de su clientela. Esa desconfianza enfermiza sólo se la pueden explicar por la defi­ciente educación económica de la población, una precariedad que, como los partidos, intentan re­mediar mediante folletos de esclarecimiento arre­batadores.

He realizado una encuesta privada para averi­guar las verdaderas razones de su poca populari­dad. Pero, puesto que visto de forma puramente jurídica, no hay fama que sea tan mala como para que no pueda ser todavía empeorada, no me aven­turo a exponer en detalle mis resultados. «Mafia» y «banda de gangsteres» fueron las expresiones más suaves que tuve que oír, incluso de la boca de ciudadanos normalmente razonables, sí, y benig­nos.

Pero estos juicios condenatorios no llevaron a los encuestados, de ninguna manera, a prescindir del servicio de una cuenta bancaria y de la adqui­sición de un coche. Al contrario, el 85 % de las casas están motorizadas. Prácticamente cada uno dispone de una conexión con un Banco. Esto son cuotas que se asemejan a la participación electoral normal. Las cantidades de dinero que esta gigan­tesca clientela tiene que entregar a los bancos y a las firmas de petróleo intentan mantenerlas lo más bajas posibles, por medio de comparación de pre­cios y amenazas de boicot; pero saben bien claro que nadie se puede escapar de su red de filiales y gasolineras y saben que el tributo exigido a diario pertenece alfaux frais, al coste muerto de su vida diaria.

Exigencias de abolición o expropiación encuen­tran, en estas circunstancias, poco eco. Los ciu­dadanos han tomado en cuenta cuidadosamente las experiencias adquiridas en otros lugares con los sistemas de economía planificada. Por eso pre­fieren los oligopolios privados al monopolio esta­tal. La observación de que las bandas mutuamente rivales, aunque de cara a la galería defiendan sus bases comerciales comunes, en su relación entre sí, sin embargo, no actúan precisamente como hermanos de sangre sino como competidores, puede que sea lo decisivo para esa elección. Esto vale tanto más para la naturaleza de las asociacio­nes. El voto para nuestras siglas es, por tanto, también, y quizá en primera instancia, un voto contra el estado con un partido único.

Aunque, por una parte, se expresa así un anti­comunismo muy saludable, por otra, ciertas ideas marxistas han calado, hace ya tiempo, en la carne y la sangre de los ciudadanos de nuestro país, independientemente de sus tendencias ideológi­cas. Hoy ya no se le ocurriría a nadie tomar a la política y a la economía por esferas puramente distintas o tampoco por diferenciables. Todo el

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mundo sabe por qué una política energética, que mereciese ese nombre, está excluida en la Repú­blica Federal de Alemania, por qué el negocio de armamentos, la construcción de carreteras y el llenar todo de cables no se rigen por los intereses de la población sino por los de las grandes empre­sas. Para entender ésto nadie necesita asistir a un grupo de trabajo sobre el Kapital y cuando el Ministro de Comercio de esta República designa a las autoridades de su departamento como una «empresa al servicio de su clientela», éso no es más que una bonita confirmación de esta com­prensión teórica ampliamente extendida.

En todo caso, nuestros conocimientos básicos populares-materialistas han sido adquiridos a un alto precio. En ellos triunfa un sentido de la reali­dad escaldado que está orgulloso de entreverlo todo pero que está completamente inclinado a pa­rarse ahí. Nadie, o casi nadie, quiere aquí, en el país, ser tomado por un utópico o por un' redentor ingenuo del mundo. De hecho tendría muy poco sentido enmendar el encogimiento de hombros sin consecuencias con una crítica del sistema sin con­secuencias.

Pero me pregunto qué futuro puede concederse a una comunidad que renuncia de salida a imagi­narse otro agregado moral que el puré. ¿Es inevi­table, considerado estrictamente, que las decisio­nes de un ministro puedan conseguirse a cambio de un couvert, una carta especial o un sobre? ¿ Tienen que ser corruptos los partidos democráti­cos, y caso de que sí, totalmente o sólo hasta un cierto grado? Su Potlatsch sinsentido ¿es una de­formación incurable o podrían, caso de que no les quede otro remedio, respetar hasta cierto punto las leyes?

No serán las direcciones de los partidos las que planteen estas cuestiones. Pero no importa. Hay todavía en este país un cierto número de personas que se oponen, por distintas razones, a su circo rudo, salvaje. La libertad de opinión y la división de poderes son obstáculos que le salen al paso a la comunidad de los cleptócratas; están presentes no sólo en la Constitución sino también en la vida de la República y va a costar mucho abolirlas. Son defendidas por muchos, no sólo por los verdes y los «periodistas-a-traición» sino, a veces, también por los jueces y por los «quisquillosos» y «los fanáticos de la justicia» situados en las fortalezas de la muy censurada burocracia. Por tanto, hay que honrar al obstinado Inspector de Hacienda Forster, que no se dejó arrancar de las manos sus actas y al redactor Kowalski que siguió investi­gando a pesar de los bostezos del público.

Lo que les haya motivado a ello Dios lo sabrá; sin embargo, las acciones nobles no exigen nece­sariamente motivos nobles y por eso nos da igual si ha sido por sentido del deber, por venganza, por afán de notoriedad o por convicción.

En cualquier caso no es bueno, a la larga, dejar a nuestros representantes morales solos con su tarea de Sísifo. Podrían volverse arrogantes o, lo

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que es más posible, desesperar. Esto vale inclusopara el Tribunal Constitucional, el cual, gracias aDios, ha dado a las direcciones de los partidosbofetada tras bofetada. Me parece un precepto nosólo de la legítima defensa sino también de lamoral política, no sólo de la fidelidad a la Consti­tución sino del humanitarismo sustituir, de vez encuando, a los agotados jueces en este servicio.

No es un entretenimiento. Nadie aguanta, a lalarga, una tarea tan ingrata. También el brazo delos funcionarios fiscales, de la fiscalía y de losperiodistas se paraliza con los años, por no hablardel escritor, que se ve obligado a ensayar su arteen un asunto tan yermo y que arriesga además enello el caer en el papel sin gusto del moralista.Todos nosotros tenemos cosas mejores que hacery por eso es siempre necesario encontrar nuevosvoluntarios para la continuación de esta buenaobra.

La única recompensa que puede prometérseleses la incrédula perplejidad del abofeteado oligarca,el momento efímero en el que relampaguea, traslos cristales de sus gafas, un asomo lejano decomprensión democrática, antes de que vuelva aentregarse a sus negocios. Y así nuestro esfuerzocomún va, en último término, en su propio inte­rés. Quizá fe depare, en el momento de la verdad,una pizca de aquella certeza dolorosa que, en elfondo, siempre ha anhelado; la certeza de �que existe. Soy abofeteado -puede que ·�piense-, luego existo. ..

Flick - Die gekaufte RepublikSpiegel Buch, 48. Rowohlt 1983

NOTAS

(1) Respetamos aquí íntegramente el título alemán del artí­culo. La traducción resultará obvia para cualquier lector: algo así como un Memorandum sobre o de Bonn.

(2) Es el título general de una famosa serie policiaca de latelevisión alemana en la que distintos inspectores resuelven el crimen. Enzensberger juega en toda la parte primera del artí­culo con la idea de rodar un telefilm semejante sobre el caso F1ick.

(3) Crimi o Krimi: por si hubiera dudas, nombre genéricoalemán para referirse a ese tipo de telefilmes policiacos-crimi­nales.

(4) Personaje de un cuento o fábula alemana que expresasu alegría porque nadie sabe su nombre, cómo se llama.

(5) Neue Heimat es el nombre de una enorme empresa deconstrucción de viviendas, controlada por los sindicatos ale­manes, que se vio envuelta hace unos años, ella y sus dirigen­tes, en un gran escándalo financiero parecido al actual F1ick.

(6) Siglas del Frankfurter Allgemeine Zeitung.(7) Se refiere, nuevamente, en un juego de palabras, al

mismo periódico; en vez de llamarlo por su nombre cambia, irónicamente, la palabra Zeitung por Gezeter, con lo que el título quedaría como el «Gritador General de Frankfurt».

(8) Preposición; significa «por», «a causa de»; es una delas claves del escándalo; es la palabra usada para asentar, en los libros de contabilidad de la casa Flick, las entregas de dinero; se asentaba así: «wegen Lambsdorl 100.000».

(9) El equivalente alemán de la Renfe.

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TRANSPORTE DE

VIAJEROS EN

AUTOCAR

LINEAS

PROVINCIALES,

NACIONALES E

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