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UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA Departamento de Filosofía SFC El valor de la verdad y otros fenómenos Luis Castillo “LA PROFUNDIDAD” En los pasajes abordados, Arendt caracteriza el fenómeno de la superficialidad (aunque, por cierto, en este texto ella misma no use mucho el término) de una manera que puede resultarnos familiar, en el sentido de que se refiere al carácter o la personalidad de una persona. No obstante, el término no deja de resultar problemático cuando, al pensarlo en aquella familiaridad (y no parece que podamos pensarlo de otro modo), intentamos dar luz sobre lo que significa propiamente <ser superficial>. Y la principal razón de lo anterior es que la oposición entre aquella noción y su opuesto -la noción de profundidad, no parece operar de manera muy clara. Uno de los propósitos centrales, a mi modo de ver, por los cuales Arendt utiliza esta oposición (superficial-profundidad) es atacar una suerte de imaginario común construido alrededor de los nazis, según el cual aquellas serían personas con un grado de maldad suficientemente distinguible. En contraste, la noción de ‘ser una mala persona’ pareciera, según este imaginario, no ser suficiente, ya que podría darse el caso de que una persona así fuese mala circunstancialmente (en esta o aquella acción), o bien que lo fuese inconscientemente. La noción de maldad, por otra parte, parece referirse a algo un poco distinto, toda vez que sí denota el compromiso del actor con el mal que ejerce. En otras palabras, se deja de lado la posibilidad de que los nazis fuesen malos sin saberlo o que lo fuesen excepcionalmente, y se pasa a considerar que su maldad se entreteje con su propia manera de ser, de obrar y de pensar. Arendt, en efecto, enfatiza la idea de que Eichmann no era una persona con una profunda maldad, o con un odio irrefrenable, un “monstruo”, como quizá muchos pudieron esperarlo (cf., 85). Pero la sorpresa era doble porque, de otra parte, un pilar solido de aquel imaginario sobre los nazis consistía en que éstos no sólo eran movidos por emociones, sino por una ideología puntual, de manera que la falta de compromiso de Eichmann con el corpus teórico del nazismo, con su doctrina y, en

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Sobre el concepto de superficialidad

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Page 1: Eichmann

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIADepartamento de Filosofía

SFC El valor de la verdad y otros fenómenosLuis Castillo

“LA PROFUNDIDAD”

En los pasajes abordados, Arendt caracteriza el fenómeno de la superficialidad (aunque, por cierto, en este texto ella misma no use mucho el término) de una manera que puede resultarnos familiar, en el sentido de que se refiere al carácter o la personalidad de una persona. No obstante, el término no deja de resultar problemático cuando, al pensarlo en aquella familiaridad (y no parece que podamos pensarlo de otro modo), intentamos dar luz sobre lo que significa propiamente <ser superficial>. Y la principal razón de lo anterior es que la oposición entre aquella noción y su opuesto -la noción de profundidad, no parece operar de manera muy clara.

Uno de los propósitos centrales, a mi modo de ver, por los cuales Arendt utiliza esta oposición (superficial-profundidad) es atacar una suerte de imaginario común construido alrededor de los nazis, según el cual aquellas serían personas con un grado de maldad suficientemente distinguible. En contraste, la noción de ‘ser una mala persona’ pareciera, según este imaginario, no ser suficiente, ya que podría darse el caso de que una persona así fuese mala circunstancialmente (en esta o aquella acción), o bien que lo fuese inconscientemente. La noción de maldad, por otra parte, parece referirse a algo un poco distinto, toda vez que sí denota el compromiso del actor con el mal que ejerce. En otras palabras, se deja de lado la posibilidad de que los nazis fuesen malos sin saberlo o que lo fuesen excepcionalmente, y se pasa a considerar que su maldad se entreteje con su propia manera de ser, de obrar y de pensar.

Arendt, en efecto, enfatiza la idea de que Eichmann no era una persona con una profunda maldad, o con un odio irrefrenable, un “monstruo”, como quizá muchos pudieron esperarlo (cf., 85). Pero la sorpresa era doble porque, de otra parte, un pilar solido de aquel imaginario sobre los nazis consistía en que éstos no sólo eran movidos por emociones, sino por una ideología puntual, de manera que la falta de compromiso de Eichmann con el corpus teórico del nazismo, con su doctrina y, en una palabra, con la ideología, resultaba tan o quizás más sorprendente que la ausencia de aquella maldad.

Es la ausencia de motivos profundos (como un gran sentimiento positivo o negativo, o quizá como una fiel adopción a una doctrina o a una idea), lo que mejor parece caracterizar la superficialidad de Eichmann: “[…] carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso” (417). Pero, entonces, era la ausencia de motivos nazis, de razones propiamente nazis lo cual parecía ser sorprendente, y no la ausencia de motivos sin más.

Justamente en este punto resultaba, según mi lectura, algo confuso el uso de la oposición superficial-profundo. Ya que si bien en la construcción del perfil de Eichmann, éste no parecía tener como fundamento de sus acciones ideas o sentires, digamos, propiamente nazis, sí parecía estar comprometido con una suerte de principios personales, de dictados que para él hacían que su vida tuviese cierta unidad y, por tanto, sentido. Puntualmente me refiero a la cuestión sobre la obediencia de las reglas (lo cual aparece tanto en el seguimiento de ordenes como en el seguimiento de la ley): “y en cuanto al problemas de conciencia, Eichmann recordaba perfectamente que hubiera llevado un peso en ella en el caso de que no hubiese cumplido las órdenes recibidas, las órdenes de enviar a la muerte a millones…” (46). Lo que parece sugerirse es que en el caso de Eichmann la obediencia de las reglas no representaba para él una

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ponderación de dos males (aunque, por supuesto, en retrospectiva, siempre podría decirse que el haber seguido las reglas constituía un mal menor a decidir no haberlas seguido), sino que representaba, ante todo, un tipo de deber moral.

Ahora bien, cabe preguntarse, entonces, hasta qué punto está relacionada la superficialidad con el individualismo, teniendo en cuenta que, en cierto sentido, Eichmann sí tenía motivos “profundos” (aunque éstos fuesen estrictamente “personales”). Y la pregunta puede tener lugar, además, cuando se pone de presente uno de los rasgos sintomáticos que le develaron a Arendt dicha superficialidad: “No era posible establecer comunicación con él, no porque mintiera, sino porque estaba rodeado por la más segura de las protecciones contra las palabras y la presencia de otros, y por ende contra la realidad como tal” (79). Me pregunto, entonces, en qué medida podría caracterizarse la vida de Eichmann como sostenida por un profundo individualismo. Y, si alguna relación pudiese establecerse entre la superficialidad de Eichmann y su estricta restricción a “empresas personales” y motivos puramente individuales, podría comenzar a rastrearse una acepción no puramente individual de la noción “superficialidad”, ya que justamente el individualismo existe como una forma de vida en un grupo social determinado, dadas unas prácticas y unas ideas determinadas, y no constituye un rasgo puramente privativo de esta o aquella personalidad.

Bibliografía.

Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén. De bolsillo, 2008.