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año 14, no. 44. Verano 2012 AL PASO DEL TREN... CORREN LAS PATRONAS DEMAC - XALAPA

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año 14, no. 44. Verano 2012

Al pAso del tren... corren lAs pAtronAs

deMAc - XAlApA

Directorio

Amparo Espinosa RugarcíaDirectora

Graciela Enríquez Enríquez Coordinadora editorial

Amaranta Medina MéndezAraceli Morales FloresMaría Suárez de FenollosaÁngeles Suárez del SolarColaboradoras

Blanca Delgado OcampoSecretaria

Retorno TassierArte y Diseño

Impreso en Nea Diseño Dr. Durán No. 4 Desp. 118, Doctores Cuauhtémoc 06720 México, D.F.

dEMAC Para mujeres que seatreven a contar su historia,es el órgano de expresión y difusión de Documentación y Estudios de Mujeres, A.C.Publicación trimestral. Año 14, Núm. 44Fecha de impresión: julio de 2012 con un tiraje de 2,000 ejemplares.Certificados de licitud de título y contenido: números 12493 y 10064 otorgados por la Secretaría de Gobernación.Certificado de reserva:número 04-2011-092217035900-102

Recibimos la correspondencia en:José de Teresa No. 253, Tlacopac, San Ángel Álvaro Obregón 01040 México, D.F.Tel. 5663 3745 Fax 5662 5208Correo electrónico: [email protected]: www.demac.org.mx

Derechos reservados. Se prohíbe lareproducción total o parcial por cualquier sistema o método, incluyendo electrónico o magnético, sin previa autorización del editor.

“¡Gracias, madres, que Dios las bendiga!”Leticia Amaranta Medina Méndez

Las Patronas, mujeres que no sólo ofrecen alimento y cobijo… van llenas de amorRaquel Martínez Valdivia

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En su andar hacia los Estados Unidos, los inmigrantes centroamericanos reciben una muestra inesperada de solidaridad humana: quince mujeres veracruzanas les ofrecen comida y bebida de manera gratuita. Por aquellos lares la gente las conoce como Las patronas, en honor a su pueblo de origen que se llama La patrona. Son mujeres que nacieron y han vivido cerca de la vía del ferrocarril. El ir y venir de los trenes zigzagueantes es su cotidianidad. Los vagones transportan hombres y mujeres que van en búsqueda de una mejor vida, ellas lo saben. Los trenes de las moscas, los llaman. El trayecto es arduo y los riesgos abundantes. Violaciones, secuestros y extorsiones definen, casi de manera inevitable, el viaje de estos migrantes que se estima cruzan nuestra frontera en un número que oscila entre los doscientos y cuatrocientos cada día. ¿Quiénes son estas quince mujeres capaces de actuar con solidaridad y de hablarnos de esperanza en un ambiente sumido en la violencia y la desesperanza? ¿Qué piensan? ¿Cómo son? ¿De dónde salieron? Amaranta Medina, colaboradora de deMAc, y Raquel Martínez, representante de deMAc en Xalapa, viajaron hasta donde ellas se encuentran para acompañarlas a contar sus vidas por escrito. Este boletín recoge la experiencia. Sus relatos les devolverán la fe en el desinterés y la bondad humanos, no me cabe ni una duda.

Amparo Espinosa RugarcíaFundadora y Directora deMAc

Editorial

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Cada vez que alguien menciona el tren mexicano, vienen a mi mente fantásticas imágenes de mis aventuras en ese gusano metálico. Por ahí de los ochenta, desde

mis tres hasta mis diez años, viajaba tres o cuatro veces al año en un tren de lujo llamado Pullman —también había trenes de segunda clase, donde viajaban personas de escasos recursos con animales, granos, fruta y verdura e iban sentados, parados, acostados, torcidos, sudados, apretados y como podían. A mi mami, por ser empleada de Ferrocarriles Nacionales de México (ffnnM), le daban pases que mi abuelita y yo aprovechábamos para irnos a San Luis Potosí, donde vive la familia materna. Era toda una aventura viajar en ese tren, alfombrado, lento, pesado, con restaurante, con camas, y con muchos escondites para desaparecer cuando pasaba por algún túnel. Si en el tren había muchos pequeños viajeros, nos juntábamos todos para correr de vagón en vagón jugando a las escondidas. Era muy emocionante cuando en cada comunidad se subían señoras con grandes trenzas y enormes canastas a vender exquisitos tacos de guisado con sabor a pueblo. Todavía recuerdo ese aroma. Había tacos de arroz, de huevo cocido, frijoles, habas, chicharrón, nopales y chile relleno. También vendían gorditas rellenas de dulce o de guisado, mmm. Muchos años más tarde, cuando ya había desaparecido el tren de pasajeros, me enteraría de que hay otras formas de viajar en él y de esconderse, pero no por paseo y mucho menos por diversión. En el año 2006, con el documental De nadie, pude ver que, cada día, cientos de personas de Centroamérica, hombres y mujeres, viajan en el tren de carga que recorre las vías desde Arriaga, Chiapas, hasta Córdoba, Veracruz. No viajan adentro, como yo lo hacía en el Pullman, y los motivos por los que ellos se esconden son muy diferentes a los míos cuando yo lo hacía. Ellas y ellos viajan colgados por necesidad, porque en sus países no hay oportunidades de sobrevivencia

“¡GrAciAs, MAdres, que dios lAs bendiGA!”1

leticiA AMArAntA MedinA Méndez

1 Palabras que gritan los migrantes centroamericanos a las Patronas, mujeres de la comunidad Guadalupe la Patrona, en Córdoba, Veracruz, cuando éstas les regalan comida.

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o por alcanzar el “sueño americano” de tener trabajo y una vida materialmente confortable para sus familias. Ellas y ellos se esconden por terror a que los violenten los “maras”, a que los asalte la policía o a que los coja la migra y los regresen a sus países, se esconden para evitar comenzar desde menos cero, sin dinero, sin fe, sin esperanza, muchas veces sin dignidad y sin tierra. En ese documental aparecen personajes femeninos o, mejor dicho, mujeres mexicanas que me mostraron que un poco de arroz y frijoles se transforman en un momento fugaz, pero poderoso, de alegría, esperanza y fe. ¡No todo está perdido!, me dije cuando vi a estas mexicanas.

En noviembre de 2011, Raquel Martínez, colaboradora de deMAc en Xalapa, nos platicó que ofreció el Taller deMAc Para perderle el miedo a la escritura® a un grupo de mujeres que reparten comida a los migrantes centroamericanos que viajan en la Bestia de acero, el tren de carga que vi en De nadie. Quisiera no ocupar tanto espacio en estas líneas, pero no puedo evitar expresar mi gusto y agradecimiento por tener la oportunidad de conocer a estas mexicanas de quienes tenemos mucho que aprender. El día esperado llegó. Raquel y yo nos armamos con nuestro traje de aventureras de deMAc y, como sabíamos que sólo eran dos días de taller con las Patronas, estábamos seguras de que serían muy intensos y ricos en experiencias y aprendizaje para todas las involucradas.

La llegada

Desde Córdoba, Veracruz2 tomamos un camión de esos que la gente suele llamar “polleros”, camiones viejos, lentos, ruidosos, contaminantes e incómodos. Después de una hora de trayecto, llegamos a la comunidad Guadalupe la Patrona el jueves 12 de enero a las 10 a.m. Nos recibieron Berna (Bernarda) y un chico estadunidense, Mario, que hace su tesis de maestría acerca de las Patronas.

2 Veracruz está visto como uno de los estados con mayor índice de violencia, ocupa el segundo lugar en su índice de feminicidios, principalmente por violencia doméstica, fuente: http://cronicadelpoder.com/seguridad-publica/201101/veracruz-bajo-lupa-de-eu-por-violencia-de-genero-y-feminicidios-wikileaks

La Bestia de acero con migrantes, comunidad Guadalupe la Patrona, 13 de enero de 2012.

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Berna, de estatura media, morena y muy callada, nos recibió y dijo que su hermana ya le había dicho de la “conferencia”. Bastó con estar un rato en esa casa para percatarnos de que, desde la mañana, va y viene mucha gente con las Patronas. Algunas personas van a pedir información, otras pasan a saludar, unas más van a pedir un consejo, otras a platicar sus penas, hay quienes llevan comida, ropa, medicamentos y diferentes cosas para apoyar, y muchas para acompañarlas a repartir la comida en el tren. Cuando llegó Norma, comenzó el ajetreo. Con ella quedamos en que comenzaríamos el taller “en la tardecita”, cuando las cosas estuvieran hechas y las Patronas tranquilas y reunidas. Como a las doce del mediodía, un poco antes de comenzar a revisar las bolsas de comida, Rosa (quien todavía no nos conocía) nos dijo que nos sirviéramos de comer. Al voltear, vimos que en la estufa ya había huevo revuelto, frijoles, tortillas calientes y café. Comimos, comimos, comimos y platicamos sin parar hasta que Norma nos dijo que ya era hora de revisar la comida. Entonces, como resortes, nos levantamos de nuestras sillas para comenzar a abrir bolsas de arroz y frijoles, oler y probar la comida para saber si estaba en buenas condiciones.

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Las Patronas son muy quisquillosas, cuidan de los migrantes como si cuidaran de ellas mismas, jamás les darán comida en malas condiciones porque “no los vamos a mandar a que se enfermen, ya con lo que padecen y padecerán tienen más que suficiente”. La comida que no está buena, se recicla en un bote donde comen los animales; la que está buena se vuelve a cerrar y a calentar para los migrantes. Así le hacen los 365 días del año desde 1995. Si multiplicamos estos días por 17 años, resultan 6 205 días dedicados al migrante. Por 14 mujeres estos días se multiplican en 86 870. Si hacemos una multiplicación más de los kilogramos de comida que preparan cada día, ésta resulta en 62 050 kg de arroz desde 1995, y esto sin contar los frijoles, el pan, las latas de atún y los pasteles que también les regalan. Cada día le invierten, aproximadamente, seis horas a su misión, pues no sólo preparan la comida. Durante cuatro días a la semana hay que ir a Córdoba por el pan que una tienda de autoservicio les dona; en una ida invierten cerca de tres horas, más el tiempo de elaboración de los alimentos, la revisión de la comida, la preparación de los paquetes que se les darán a los migrantes, el lavado de las botellas de agua, el llenado de cada una para después amarrarlas de tres en tres y colocarlas en las carretas. Una vez terminada esta labor, sigue el lavado de los utensilios de cocina que se utilizan para hacer el arroz, los frijoles y el huevo. Como a las cinco de la tarde tienen que estar muy alertas para sentir y escuchar la vibración y el silbido del tren y correr a entregar la comida. El 22 de marzo de 2012 publicaron en su Facebook que ese día

habían visto a mil migrantes repartidos en tres trenes que pasaron desde la mañana hasta la noche. Cuando hay un migrante accidentado o un voluntario que con toda su buena intención las quiere ayudar, pero con toda su falta de experiencia se accidenta, las horas que las Patronas le invierten a su labor se multiplican, pues se convierten en madres, enfermeras, gestoras, transportistas, etc., sin importar si es por algunos días, o al infinito.

Las Patronas y la entrega

Son catorce mujeres, de las cuales sólo conocimos a ocho. Físicamente son de estatura media, tez morena; unas tienen ojos pizpiretos y otras, ojos con una mirada de profunda ternura. Cabello oscuro, largo o medio. Algo que todas tienen en común es la seguridad y la confianza que transmiten al estar cerca de ellas. Otra importante característica de las Patronas es la gran energía que las impulsa a estar activas y en movimiento todo el tiempo. En los dos días que estuvimos con ellas, jamás las escuché quejarse de cansancio o por lo que hacen. Sólo se sientan unos minutos para descansar un poco y continuar con sus labores. Es curioso cómo, de pronto, se desaparece una y aparece otra en la casa donde nos reunimos. Ellas van y vienen entre casa y casa para cumplir con las labores de su hogar, con sus familias, con las de atención a los migrantes y a las visitas. Cuando están seguras de que es el tren indicado, toman las canastillas con comida, las

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carretas con agua y corren hacia la vía que se encuentra a unos veinte metros de la casa. Si hay un cambio de estación, suben todo a la camioneta y “vuelan” hacia donde se realiza el cambio, pues esto quiere decir que el tren se detiene por unos minutos y hay oportunidad de repartir la comida a los jóvenes hondureños, salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos y chiapanecos. Y no sólo eso, Dios da la oportunidad de platicar un poco con ellos y aconsejarles que en la primera oportunidad avisen a sus madres que están vivos, así las Patronas ofrendan palabras de amor que dan fuerza a los migrantes en su camino. Ante todo su trabajo me pregunto qué sueñan cuando duermen, pues estoy casi segura de que hasta en sus sueños están muy activas. No es fácil describir su entrega, es mejor verla de cerca, sentirla.

La cocina y la comida

La cocina es el lugar por excelencia de las reuniones con las Patronas y es donde se desarrolla la mayor parte de su día a día. Éste es un espacio abierto, nunca cerrado. Al llegar a la dirección indicada, lo primero que se aprecia es un jardín con un pequeño huerto en forma de círculos concéntricos para sembrar vegetales orgánicos. Después se ve el frente de una pequeña casa y, al fondo, cuartos hechos de bambú. Si caminamos atrás de la casa, podemos llegar a la cocina siempre abierta para quien quiera un poco de su calor. Es sorprendente y excitante vivir la experiencia de la comida con las Patronas. Aquí

todos comemos, no importa si nos conocen o no. Las Patronas con las que todavía no nos presentaban llegaron, prepararon huevo y, sin preguntar nuestro nombre, nos dijeron: “Ya vamos a comer, tomen un plato de ahí y sírvanse lo que gusten”, con su peculiar acento al hablar. Cuando vuelvo a recordarlas, me surge una duda: creo que por ahí, entre su ropa, las Patronas tienen más manos, brazos y corazones para todo lo que hacen, pues tienen el don de multiplicar la comida, el amor, las atenciones y el tiempo. ¿Cuántas manos y brazos tendrá cada una en total? Ése es un misterio sin resolver.

El Taller demac Para perderle el miedo a la escritura®

Con todas sus labores y con su característica tan particular de no negarse a nada, mucho menos cuando se trata de aprender y compartir, las Patronas se hicieron un espacio-tiempo en

Lorena, comunidad Guadalupe la Patrona, 12 de enero de 2012.

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sus vidas para hacer el taller. Asistieron Berna, Rosa, Norma, Lupe, Julia, Karla y Karina. Fue la cocina testigo de las vivencias en este ejercicio. Al calor de las estufas de gas y de leña, al mismo tiempo que el fresco aire vespertino nos acariciaba para robarnos, con engaños, las palabras, y los martillazos al unísono con las gotas de lluvia nos servían como música de fondo, las Patronas reían, lloraban, reflexionaban y compartían picardías y confesiones que plasmaron por escrito. Algunas ya escribían desde tiempo atrás, otras no, pero descubrieron la facilidad y la importancia de plasmar sus vidas por escrito. Solamente Rosa escribió unas pocas líneas y después se negó rotundamente a continuar; ella

prefiere fundirse en la acción de sus quehaceres cotidianos. Las Patronas hablaron de sus nombres y bromearon acerca de ellos, desde Berna que se reía de que su abuelita le puso Bernarda, hasta Rosa con su nombre de flor. También hablaron de sus casas, su lugar familiar y de seguridad por excelencia. Lupe dijo una frase que a todas nos dejó mudas: “Lo más importante de mi casa es quienes vivimos en ella”. Hubo pausas en los dos días de taller porque llegó el tren. Pero después de correr, cargar, entregar comida y regresar a la casa, seguimos escribiendo. Las Patronas no dejan nada a medias, todo lo completan. En los siguientes ejercicios escribieron cartas a sus padres, principalmente a su mamá. Todas fueron cartas de agradecimiento por haberles dado la vida y por haberles enseñado a ayudar a los demás. Estas damas, a quien todo mundo conoce como las Patronas, también

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técnica especial de tres botellas con un trozo de rafia y atar las bolsas de comida. Una experiencia que, al menos una vez en la vida, toda la gente debería vivir es comer en la larga mesa con personas desconocidas pero hermanadas. Al escuchar el sonido del tren se siente ese cosquilleo de nervios y ansiedad en el estómago tan sólo de pensar en si es el tren indicado o no. Salir corriendo con pesados cajones de plástico en las manos para alcanzar a repartirlo a los migrantes no tiene comparación. Esperar en la orilla de las vías del tren mientras el corazón se acelera cada vez más al sentir la fuerte vibración de las ruedas de metal sobre los rieles me hizo sentir a punto de un colapso emocional. Tener al tren de frente, con sus luces encendidas, su rugido al pasar, estirar la mano tomando una bolsa y dejando que la otra cuelgue para que la pueda tomar el migrante, es una de las experiencias más inexplicables y excitantes que he vivido.

Norma y Karla, Taller deMAc Para perderle el miedo a la escritura®, comunidad Guadalupe la Patrona, 12 de enero de 2012.

escribieron acerca de sus sueños, sus ilusiones, sus logros y su sentido de la vida. Quieren continuar ayudando a los migrantes, y uno de sus sueños es viajar a los países de donde ellos son, a Honduras, El Salvador y Nicaragua, para entender mejor la problemática de esos seres humanos a los que brindan alimento. Con el taller, las Patronas descubrieron que también pueden ser escritoras, plasmar sus vivencias, dar testimonio permanente de lo que ven, hacen, escuchan, callan. Dejar testimonio de un acontecimiento histórico, político, social y humanista en nuestro país. En el taller vi que estas mujeres no sólo son madres, campesinas, esposas, hijas, hermanas, transportistas, gestoras, enfermeras, vendedoras, cocineras, etc., sino que también guardan un buen potencial como escritoras; basta con verlas escribir y escucharlas leer lo que plasmaron en la hoja de papel.

Mi experiencia

Cómo quisiera que quien lea estas líneas fuera a la comunidad la Patrona para ver a estas mujeres en acción, para oler la comida, probarla, lavar y rellenar botellas de agua, amarrarlas con la

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En cuestión de segundos toqué el infierno cuando el migrante no lograba agarrar la bolsa por mi inexperiencia al no acercársela adecuadamente. Pero esa sensación se curó con cada una que logré repartir y como alfombra mágica me llevó al cielo. Cuando no lograba entregarla, mis manos se iban inmediatamente a mi cabeza al sentir mucho coraje y frustración por el fracaso. Y cuando lograba darla, brincaba mientras me carcajeaba. Cualquier persona que me hubiera visto pensaría que estaba loca de remate. Las lágrimas salían solas, en ningún momento mi cerebro les dio la orden de brotar, tomaron vida propia y se aparearon las del enojo con las de la alegría, y ya no supe cuáles eran cuáles. Con estas vivencias me acordé de mi tío Antonio que, cada vez que se le pegaba la gana, caminando hacía camino y se iba a la frontera norte para pasarse al “otro lado” escondido en el tren. También me acordé de otros tíos que emigraron en los ochenta por la falta de oportunidades en México. Parecería que las circunstancias de este país se contagiaron a Centroamérica, y esto sumado a la privatización de los Ferrocarriles y a mi tarea en deMAc son tres de los factores que me llevaron a conocer a las Patronas. Esas mujeres son parecidas a las que se subían a vender comida en sus canastos de mimbre al tren en el que yo viajaba cuando era niña. La diferencia es que las Patronas no venden la comida, la regalan a todo aquel ser humano que busca darles una vida digna a sus niñas y a sus niños, a sus madres y a sus padres, a sus hermanas, esposas, hermanos, a sí mismos. Ese migrante que le da sentido a la vida de estas catorce mexicanas con quienes compartí momentos intensos de escritura, comida, recuerdos y reflexiones. Me pregunto si en realidad ir a Estados Unidos es garantía de tener una vida digna. ¿Qué es una vida digna? ¿Cuáles son las oportunidades que necesitamos para tener buena calidad de vida? ¿Qué es tener una buena calidad de vida? ¿La calidad de vida tiene que ver necesariamente con los dólares? No me queda más que decir gracias, deMAc; gracias, Patronas.

* Leticia Amaranta Medina Méndez. Dicen que nació en 1973, pero ella siente que ya había nacido en otras vidas. Trabaja en una asociación civil llamada deMAc, donde promueve la escritura autobiográfica entre las mujeres. También trabaja en el conocimiento de sí misma. No quiere dejar de ser estudiante, así que continúa escribiendo su tesis de licenciatura. Le interesan los espacios vividos por los habitantes de la Madre Tierra. Es activista de la palabra escrita, de la bici y de las Gratiferias. Gusta de conocer la ciudad a través de la gente y la experimenta montada en su bicicleta. Ama peregrinar junto a los wirrárikas en el desierto de Wirikuta. También es madre, esposa, amiga, hermana, tía, compañera y lo que surja. Su frase favorita es: “Una no sabe lo que tiene y de lo que es capaz, hasta que escribe su vida, se sube a la bicicleta y sube a una montaña”.

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Es 12 de enero de 2012 y no tarda en amanecer… Ya no quiero dormir, cada vez que lo intento, llegan a mis sueños las imágenes

de trenes de carga con jóvenes casi niños que viajan a veces en vagones completamente cerrados, que van a la intemperie, en las uniones de un furgón y otro o sobre las llantas; cuando se dan cuenta de que estamos ahí, tratan de alcanzar la comida, la cobija y el amor que las mujeres de la Patrona y algunas voluntarias les llevamos. Sólo estuve dos días ayudando y no puedo borrar esas imágenes que no me dejan dormir. Me duele la humanidad… me duele que no tengan siquiera la posibilidad de irse “al otro lado” sin arriesgar su vida tras su sueño, en busca de lo que creen que es su única oportunidad de trabajo para sacar adelante la subsistencia de su familia y, con ella, la de su país. Porque tal vez, como en muchos de nuestros países latinoamericanos, las posibilidades de crecimiento no están bien distribuidas y afectan fuertemente a los más desprotegidos.

lAs pAtronAs, Mujeres que no sólo ofrecen AliMento y cobijo…

vAn llenAs de AMor

rAquel MArtínez vAldiviA

Trabajo en bruto pero con orgullo,aquí se comparte, lo mío es tuyo.

Este pueblo no se ahoga con marullos,y si se derrumba, yo lo reconstruyo…

No puedes comprar mi vida.Latinoamérica, Calle 13

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Nos dirigimos a la comunidad de la Patrona, en Amatlán de los Reyes, Veracruz, pueblo del que ha surgido el nombre con que se conoce a estas mujeres. Nos recibieron como si fuéramos de la familia. Ayudamos a embolsar comida, desayunamos, comimos, todo con un trato igualitario, y también acordamos la dinámica para hacer el Taller deMAc Para perderle el miedo a la escritura®. Por ellas me enteré de cómo están organizadas para tomar acuerdos, atender el comedor —que implica hacer quince o veinte kilos de arroz, poner a cocer el frijol—, coordinar a los que llegan a preparar las bolsas con comida, atender a quienes van de visita, a pedir información o a prestar ayuda. Su organización es funcional y se basa en el trato horizontal. Una Patrona se encarga del poco dinero que alguien les aporta, pues tienen gastos que van más allá de las aportaciones en especie que les da la gente en diferentes espacios. Cuando se termina el alimento que obtienen por donación, venden la ropa que les regala la gente y que no les sirve a los migrantes, como blusas, shorts, huaraches. Siempre necesitan dinero para agua, gasolina, pago de luz, gas, etc. Y dice Norma, una de las Patronas: “Cuando ya no tenemos dinero, no falta cómo se resuelva. Yo no quiero vivir con más de lo que Dios me da, no tengo más aspiraciones. Todas sabemos que están las cosas claras. No por el hecho de que vengan periodistas pretendemos sacar algún provecho

Espero un día llegar a ser como estas mujeres a quienes llaman “las Patronas”, que a diario y desinteresadamente dan de comer a los migrantes que vienen del sur, encaramados en los trenes con varios días de “hambre atrasada” —como se dice en mi pueblo— y, sin juzgarlos, les ofrecen alimento como si fuera para ellas o su familia: prueban la comida antes de embolsarla, piden que no vaya remojado el pan, y muestran empatía con los migrantes, ésa que las lleva a entender lo que otro ser humano puede necesitar y sentir; lo ven como un derecho humano que todos tenemos y que ellos, por ir en la búsqueda de una mejoría para su situación familiar, no tienen por qué no ejercer. En noviembre había ofrecido dar un Taller deMAc Para perderle el miedo a la escritura®

al grupo de mujeres que prepara y entrega comida a los migrantes. Se acordó la fecha del 12 de enero.

Migrantes y la Bestia. Gloria Marvic/Flickr.

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de eso. No vamos a pedir dinero a nadie porque no estamos lucrando con nuestro trabajo. Dios siempre nos da lo que vamos necesitando, no ha habido necesidad de corromperse. El trabajo es más importante que el dinero. Hay mucha gente que viene con la intención de querer “sacar” la información, pero yo creo que si esa persona lo dice, es porque ella lo cobra, lo hace así. Bernarda es la que lleva el control de todo, como la cabeza”. Norma continúa: “Guadalupe es la que se queda a cargo cuando Berna o yo no estamos.

Queremos que las sobrinas participen, pero que no descuiden la escuela ni sus obligaciones, que atiendan a la familia. Yo tengo a mi hijo y no lo descuido. En la mañana trabajo en lo que se necesita y, por la tarde, me voy con mi hijo. Cuando llega el tren y yo estoy con él, le digo que voy a llevar la comida. Su padre era muy casero y él también lo es, su contribución a la sociedad es diferente, pero es muy noble también”. “Agradezco a Dios que se me haya presentado en cada uno de los migrantes”,

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comentan estas mujeres que, desde hace dieciséis años, preparan diariamente comida para los migrantes que pasan en dos o tres corridas diarias del tren por esta comunidad. Ellas encuentran un interés genuino en ayudar a las personas sin cuestionar su procedencia, sin juzgar, sin esperar nada a cambio. Y así lo hacen las otras catorce mujeres que día a día cuidan los alimentos que les dan, como si fueran para ellas mismas. Norma cuenta que los migrantes les dicen: “No les importa si soy un hipócrita, un asesino o un ladrón; cada persona que va en el tren tiene derechos humanos”. Ella dice: “Mucha gente se llena la boca diciendo que son malas personas, gente que expulsa su país,

pero ellos se están muriendo allá, son personas que valen por lo que son y no tenemos por qué juzgarlas nosotros, para eso está Dios”. Esto me confronta conmigo misma, con la formación que prevalece en la sociedad, y me lleva a comprender que los demás tienen derechos y que no debemos juzgar a nadie. Tomamos cursos y, aun así, juzgamos y hacemos poco o nada por los derechos de los otros. En mi caso, cuando vivía en León, juzgaba a los jóvenes sólo por estar tatuados y porque pedían en las calles. Pensaba que nadie debería darles dinero y así obligarlos a que volvieran a su país, porque “seguramente eran maras”. Ahora que conozco las reflexiones de las Patronas, y que las acompañé a darles comida a los migrantes,

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Lupe, comunidad Guadalupe la Patrona, 13 de enero de 2012.

lo que más me duele es reconocer que me he creído juez, que quiero imponer mis puntos de vista y mis reflexiones, y que no respeto las opiniones ajenas. Me digo muchas veces, sobre todo al recordar las bendiciones que nos enviaban los migrantes al entregarles la comida y abrigo —y aun cuando no pudimos alcanzarlos para dársela y nos agradecieron y pidieron que Dios nos diera más y nos cuidara—, ¿cuántos de ellos, al encontrar que se les reconoce como seres humanos con derechos, con dignidad, sin juzgarlos, voltearán también para auxiliar a las personas que encuentren en el camino de su vida? Esto es lo que necesitaba vivir de cerca con estas mujeres y así lo hice. Quería saber qué

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ha influido en ellas para que tengan esta fuerza y determinación; esto fue lo que encontré y así lo interpreté. Empiezan reconociendo a Dios en el migrante, no en el templo, donde la gente confiesa sus pecados para que se los perdonen y sale a seguir cometiéndolos, aunque ahora con “la culpita bien lavada y planchadita”. Nada las detiene para juzgar a los demás, para seguir pensando sólo en sí mismas y negarse a compartir. Estas mujeres van poco a la iglesia porque Dios las acompaña efectivamente. Prueban antes los alimentos que entregarán. Norma insiste: “Es como si fuera para nosotras. No aceptaríamos una comida en mal estado ni el pan mojado. Hay que regalar cosas en buen estado. Si los enfermamos, ellos no pueden atenderse en el camino”. Rosa hace pruebas para entregar un pastel cuadrado que regalaron en la tienda Chedrahui. Se imagina entregándolo y espera

que lo disfruten. Es evidente: hace las cosas con amor, con entrega, desinterés y preocupación. Son de familias trabajadoras, pero muy pobres, por lo que algunas no pudieron seguir estudiando al tener que trabajar y a pesar de tener muchas ganas. También está la otra cara de la moneda, según nos dijeron en el taller de escritura. Alguna fue la niña a la que no le gustaba estudiar y a la que sus padres querían enviar a fuerzas. También están las chicas de la nueva generación, interesadas en seguir estudiando, con mucha disposición para el estudio y para escribir. Ahora, en el taller, nos comparten sus sueños, sus anhelos, pero es definitivo: todas trabajan, además de realizar los quehaceres de sus casas, en la comida de los migrantes. Comparten risas, charlan, y cada quien sabe dónde acomodarse en la cadena que prepara los alimentos que se repartirán cuando pase el tren atiborrado de riesgos y sueños. Ahora, en el taller, escriben, y una buena cantidad de sus historias, las leen. Está un par de jovencitas, Karina y Karla, hermanas que estudian la prepa y a las que, más allá de sus tareas, les gusta escribir. Una de ellas expresa que es para desahogarse, la otra nos dice que siempre escribirá. Nos cuentan cómo su nombre tiene el mismo origen, aunque no es igual, cómo se han apropiado de él y cómo cada una lo ha vivido diferente; aunque son hermanas gemelas, cada una ha construido su propia historia. Escriben también Norma, Berna, Rosa, Lupe y Julia, unas con gran soltura, otras con timidez, pero contándonos aspectos importantes

Karina, Karla y Julia, Taller deMAc Para perderle el miedo a la escritura®, comunidad Guadalupe la Patrona, 13 de enero de 2012.

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de su historia, a pesar de que algunas confiesan que no les gustaba ir a la escuela o no tuvieron la oportunidad. Ellas narran en sus manuscritos la historia de su familia, lo que les duele, les agrada, los recuerdos más íntimos que las han marcado, la incomprensión que las rodea cuando se plantean que los hombres no son igual de entregados, cuando se preguntan qué encuentran ellos en la bebida que los lleva a ser desobligados con su familia, pues comentan que en su pueblo el alcohol es algo que lleva a la desintegración familiar. Ellas no se lo explican y les preocupa. Eso sí, ellas se ocupan de sacar adelante a su familia y aún tienen para compartir con los migrantes: amor, atención, alimento y oraciones que los acompañan en su travesía, con la intención muy noble de que cumplan sus sueños, de que su familia pueda salir adelante, de que les vaya bien. En sus aspiraciones y trabajo están siempre los migrantes. Empezaron hace más de quince años —nos cuentan Berna y Rosa—. Les preparaban un poco de comida y les compartían del poco alimento que tenían; después se integraron su mamá, Leonila y Norma. Poco a poco fueron sumándose las demás, casi todas hermanas, cuñadas, sobrinas. Para ellas la atención a los migrantes al proporcionarles un poco de comida, abrigo y buen trato, es reconocerles sus derechos humanos como personas, esto las ayuda a ellas a revalorar la vida y, con ello, la relación con los demás. Es demostrar que sí es posible el respeto, el apoyo a los que sufren y la solidaridad.

En suma, son parte de una familia a la que, más allá de la consanguineidad, la une el deseo de ayudar a sus semejantes sin cuestionar. Quienes llegamos a su casa tenemos las puertas abiertas. Confían en quienes las visitan. A nosotras no nos conocían bien y, sin embargo, desde que llegamos nos trataron como si fuéramos de la familia. No nos preguntaron si traíamos para pagar la comida, nos ofrecieron el desayuno. Ayudamos un poco y platicamos sobre la intención de nuestra visita, no porque la cuestionaran, sino porque lo considerábamos pertinente para acordar un horario para el taller, pues se veían con mucho trabajo. Una vez convenido que se realizaría como a las cuatro o cinco, cuando termináramos de preparar las cajas con alimento y las botellas de agua, sin más, nos dijeron: “Siéntense, vamos a comer”, y todos los presentes compartimos alimentos y charla, gozamos de su gratuidad igual que si estuviéramos en casa. El segundo día realizamos las últimas actividades del taller, donde agradecieron a sus familias; se entristecieron por lo que no alcanzaron a decirles a quienes ya murieron; expresaron lo que deseaban a quienes se han retirado de sus vidas, ya sea para formar otra familia o por abandono; afloraron diferentes estados de ánimo y nos entregamos a nuestros sentimientos gracias a que la escritura nos lo permitió. De repente escuchamos el silbato del tren y corrimos a llevar una última ración a los migrantes. Ahora sí logramos darles a varios. Nuevamente nos llovieron bendiciones

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y agradecimientos de personas desconocidas para nosotros, pero conectadas a través de los corazones, de la esperanza, de la fe en que se les proveerá de más comida, cobijo, amor, respeto y dignificación, y de que habrá un porvenir mejor, de que no morirán en el intento, de que habrá fuerzas y apoyo para seguir ayudándoles desinteresadamente, de que siempre surgirán quienes coloquen la vida por encima de los bienes materiales y del dinero devolviéndole así un sentido a esta humanidad que duele, que pareciera ensimismada en su individualidad, sin pensar en los otros… Terminamos el día con esa “cobija de bendiciones”, como dice Vero, que alienta a seguir adelante y dirige nuestros pasos hacia el “rostro de los otros” para ayudarlos sin juzgar, por el respeto y reconocimiento a su humanidad y sus derechos. Agradezco a la vida por la oportunidad de reivindicarme luego de mis pensamientos negativos que me hacen juzgar a las demás personas sin respetarlas. Ahora expongo mis mejores deseos porque se cumplan los sueños de estas mujeres en pro de los derechos humanos de los migrantes, por su propia felicidad, por su fuerza y amor incondicional. Espero que sigan escribiendo su historia, que evidencien estas formas de ver, de sentir, de encontrarse en los otros; que dejen estas huellas para el bien de la historia, que nos permitan encontrar fuerza en sus relatos y que al escribirlos ayuden a la conformación del manuscrito de las mujeres de este país.

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* Raquel Martínez Valdivia. Estudió la Normal básica para graduarse como educadora en su natal Aguascalientes y luego ejerció en la ciudad de León, Guanajuato, mientras criaba a sus dos hermosas hijas y estudiaba la Licenciatura en Educación Preescolar en la Universidad Pedagógica Nacional (upn), donde posteriormente laboró como docente. Participó en la conformación de la asociación civil LudoArte, gracias a la cual se abrieron diversas ludotecas en la ciudad de León. En 2009 se retiró de la upn, y meses después se jubiló del preescolar. En la Feria del Libro de León supo de deMAc, de la mano amigable de Amaranta, a quien solicitó más talleres para las mujeres cercanas a la ludoteca, actividad que se llevó a cabo y con mucho éxito. Como jubilada, se fue a vivir a Xalapa. Una vez que entró en contacto con algunas mujeres, solicitó a deMAc autorización para compartir los talleres Para perderle el miedo a la escritura®, y meses después fue invitada a ser la representante de deMAc en la ciudad, actividad que aceptó de inmediato, pues está convencida de que la misión debe llegar a todas las mujeres del país e incluso más allá.

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