ediciÓn nro. 7 julio 2016 bimensuario digital...

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EDICIÓN NRO. 7 JULIO 2016 BIMENSUARIO DIGITAL GRATUITO DE ESCRITORES ULTRAVERSALES Homenaje Poesía Prosa Artículos Entrevista Novela Reseñas Humanidades Fotografías Ilustraciones

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ED IC IÓN N RO . 7 JUL IO 2016 B IMENS UAR IO D IG ITAL G R ATUITO DE E SC RITO R ES ULTR AVE RS ALES

Homenaje Poesía Prosa Artículos Entrevista Novela Reseñas Humanidades Fotografías Ilustraciones

Staff EDICIÓN NRO. 7 JULIO 2016

Dirección general

Gavrí Akhenazi

Subdirección

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Redacción

Arantza Gonzalo Mondragón

Eva Lucía Armas

Isabel Reyes Elena

Morgana de Palacios

Rosario Alonso

Diseño & diagramación

Jorge Ángel Aussel

Ilustración de tapa

Ovidio Moré

Autores que aparecen

en esta edición

Alejandro Pérez

Arantza Gonzalo Mondragón

Enrique Ramos

Eva Lucía Armas

Gavrí Akhenazi

Isabel Reyes

Joan Casafont Gaspar

Jordana Amorós

Jorge Ángel Aussel

Juliana Mediavilla

Mercedes Carrión Masip

Mirella Santoro

Morgana de Palacios

Rosario Alonso

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Sitio web

http://revista.ultraversal.com

cc 2016 Revista Ultraversal está

bajo una licencia Creative Com-

mons Atribución-NoComercial-Sin-

Derivar 4.0 internacional (CC BY-

NC-ND 4.0).

pág. 06 In memoriam » Homenaje a Manuel Martínez Barcia

» Por autores ultraversales

pág. 12 Prosa » No-es » Por Mirella Santoro

pág. 14 Poesía » Papelera de reciclaje I, II, III & IV » Por

Joan Casafont Gaspar

pág. 16 Artículo » Recursos literarios (séptima entrega) »

Por Enrique Ramos

pág. 18 Poesía » Cuestión de sicariato / Alabando tu voz /

A-par-cando / Desangelando a angélica » Por Eva Lucía

Armas

pág. 20 Entrevista » Juliana Mediavilla » Por Rosario Alonso

pág. 24 Poesía » Para después del miedo / Cuando cese /

Virtud de cobardía / Silencios » Por Mercedes Carrión Masip

pág. 26 Novela » El brillo en la mirada (segunda entrega) »

Por Eva Lucía Armas & Gavrí Akhenazi

pág. 34 Reseña » La quinta estación: Un libro de Silvio Ma-

nuel Rodríguez Carrillo » Por Alejandro Pérez

pág. 36 Prosa » Hemos parado la guerra / Descripción / No

sirváis a nadie que se os pueda morir » Por Isabel Reyes

pág. 40 Poesía » Nihilismo / El día de los lúcidos / Designio /

La tristeza mayor » Por Jordana Amorós

pág. 42 Humanidades » Sobre el buen convivir » Por Gavrí

Akhenazi

pág. 44 Artículo » Afectos virtuales » Por Juliana Mediavilla

pág. 48 Poesía » Matrix / Un pasaje de ira con retorno / Un

poema de ardor / Una verdad incuestionable » Por Jorge

Ángel Aussel

pág. 50 Prosa » Introducción tardía a él / Nudo / Desenlace »

Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

pág. 54 Reseña » Novelas robadas sin terminar: Un libro de

Gavrí Akhenazi » Por Morgana de Palacios

Sumario

Por Arantza Gonzalo Mondragón

La emoción,

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UANDO era adolescente escuchaba programas específicos de radio donde la música y la buena literatura eran los principales contenidos. Mientras mis congéneres se pirraban por Los 40 Principales, yo iba alimentando mi mundo in-terior con aquellos locutores y sus elecciones para despertar los sentidos.

Si me gustaba especialmente algún poema, anotaba el nombre del autor y compraba libros. Así hice una buena bi-blioteca. Mis momentos favoritos eran cuando llegaba a ca-sa y los leía en voz alta, varias veces, e incluso llegaba a gra-barlos en mi viejo radiocasete.

Un día escuché uno que me cambió la vida. No era espe-cialmente emotivo, pero tenía una belleza y unas metáforas tan mágicas que se me erizó hasta el último pelo de mi cuerpo. Se titulaba Ella y era de Vicente Huidobro. Nunca imaginé que un hombre pudiera escribir algo tan hermoso a una mujer y de una forma tan diferente al romanticismo exagerado y plagado de tópicos. Ese poema me hizo absolu-tamente feliz.

Desde entonces es ese golpe mágico el que busco como lectora y también como poeta.

Yo soy una convencida de que para hacer sentir al otro, tienes que sentir tú. Tiene que haber una trasmisión, sea estética o puramente emocional. El que lee, como el que es-cucha música, observa un cuadro o ve una película va bus-cando sensaciones que conecten con su yo más emocional.

Todo vale excepto la indiferencia. Yo he leído poemas de catedráticos en literatura, perfectos

en la forma que no me han dicho nada y también he leído otros de gente humilde y apenas sin estudios que me han traspasado. La única explicación es que la forma se aprende, pero el talento no, por eso cualquiera con talento tiene la obligación de aprender lo formal para poder expresar las co-sas con altura. Eso es lo que hacemos en Ultraversal, un ta-ller literario donde todos aprendemos de todos y comparti-mos crítica sincera con el único objetivo de ayudar a mejo-rar al otro.

No es un trabajo fácil, requiere tiempo y esfuerzo, pero el premio del crecimiento personal y literario merece la pena.

El propio y el ajeno. ◣

6 Por autores ultraversales

Homenaje a

hoy no puedo llegar hasta la cumbre si es allí donde aguardas y contemplas al fin la bahía del lado de los sueños donde el mar te esperaba y para mí se oculta en la vertiente que tan solo iluminan los crepúsculos mi camino se cierra en la espesura ya cerca del lugar que ahora te contiene prometo que mañana intentaré romper esa distancia con mis versos retomaré el camino hasta el dolmen sagrado que guarda entre sus losas las ausencias desde allí la mirada no entiende de confines

Mercedes Carrión

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Emigras con tus alas más allá de los límites y llegas a la altura del silencio. Desde allí seguirás con nuestra historia porque la vida no se ha dado cuenta que siempre prescindimos de su mundo, que nunca hicieron falta los sentidos. Somos dos transgresores delirantes que no aceptan las reglas de otro juego. Tú sigue susurrándome palabras en las noches, sigue con tu diluvio limpiando mi guarida y habita en mi. Juntos nos burlaremos otra vez del destino.

Silvana Pressaco

Flota su embrujo, fuego sobre el río; llora el Guadalquivir, está llorando,

y me duelen sus lágrimas tan puras que tan lejos de mí hielan mis manos.

Otro poeta duerme sobre el agua, cruza la Estiguia solo, mientras tanto,

los lirios crecen altos en la noche y un sol yace en sus libros sin amparo.

También mi lira tañe en la ribera versos entre los sauces solitarios. Sonetos a la ausencia de tu verbo,

poemas que se agarran a sus brazos.

Golondrinas oscuras de Triana, comed mi corazón sobre la tierra,

mi rostro sin color, mis ojos blancos. Mi esqueleto se niega a estar de pie

muriendo día a día sin descanso. Cuándo se quebrará mi ser maltrecho,

porque el río me ahoga desbordado.

Mar García Romero

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Todo ocurre de ojos para adentro. Un algo en el azul se nos opaca, sin saber bien por qué , con ciertas pérdidas y un poso de tristeza indefinible gravita sobre el aire. Hay modos de vivir, al menos tantos como vivientes , y cada cual estampa —hosca o amable— su deleble huella según su decisión sobre el camino. Algunos, los benditos por la suerte, nacieron para ser los paladines de la palabra y defender su enseña armados de belleza y poesía. La muerte solo es una y nos iguala: un mismo polvo para un mismo olvido. Hay formas de morir y de quedarse morando un poco más entre nosotros. Cuando muere un poeta no se apaga ningún astro ni tiemblan conmovidos los pilares del cosmos . Pero suspira un ángel y se impregnan de paz las cuatro esquinas del silencio. Y algunos, los lunáticos de siempre, nos quedamos un rato pensativos.

Jordana Amorós

El cuerpo tembloroso conmutó mis sonrisas en lágrimas furiosas que no aceptan destinos

y se rebelan ante crueldades insumisas que no saben de amores y que siegan caminos.

No habrá ningún adiós que pueda pronunciar

pues en mi corazón ya te alojé eterno y los versos llorando solicitan volar

fugaces a tus manos con cariño fraterno.

Declino despedidas que te nombren ausente y el alma se emociona de este dolor consciente que desnuda callado mis profundas flaquezas.

Un poeta sin rostro dueño de lo versátil

enraizó sin querer de manera vibrátil mis labios a los suyos que hoy respiran tristezas.

Carmen Jimenez

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Escribir un poema más allá de las sombras y deshacer los nudos de silencios que invaden y nos hieren las gargantas. Deletrear tu voz muy poco a poco como la deletrean tantas voces e intentar ser semilla y ser cobijo de esa mano que escribe y acoge todo un cosmos con sus dedos abiertos ¿Acaso el infinito es suficiente para este firmamento de poemas? Salir y despertar a todas las ciudades que siguen proyectando la rabia y la tristeza en sus paredes y recorrer las calles nuevamente persiguiendo algún sueño.

Joan Cassafont Gaspar

Qué poco te entendieron, compañero.

Qué fácil y jodido era entenderte.

Agosto se agostó. Se hizo chiquito como todo lo que se agosta, finalmente,

y me falta ese tul de tus poemas y esa costumbre que instauraste en mí

de devanar mis sesos intentando hacerme a tus metáforas.

Nos enojamos mucho, compañero, y nos gritamos mucho

o yo te grité mucho y vos pusiste esa cara de mártir tan austera

que me jodía vivo y me hacía callar y repensar "soy verdugo de un mártir".

Pero yo sé que nada nos debemos

`porque a pesar de todo, nos quisimos.

Te quise mucho. Para qué negarlo. Te odié y te quise y te odié y te quise

y me hiciste enojar más de mil veces que siempre perdoné.

Te quise mucho y agosto se agostó como es agosto. Costumbre de llevarse tantas cosas

que te llevó como un ladrón difícil que encima, por robarte, te golpea.

Te golpea. Y te golpea mal. Y te golpea.

Sin piedad te golpea. Nos golpea.

Te quise mucho e igual te quise poco y renegué de vos y renegamos, uno del otro, una y varias veces

en que nos insultamos y terminamos en abrazos profundos y complejos.

Ahora me faltás, hijo de puta...

Que mal tan necesario te volviste.

Gavrí Akhenazi

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Todo pasa y todo queda, porque lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar. Te fuiste sin aviso, escribiendo quizás el último poema, con la muerte en los dedos. Y se quedaron huérfanas de golpe las mañanas, los versos, las metáforas y todo tu paisaje que ya era compartido, que ya era de nosotros. Agosto se vistió de escarcha y de carámbanos, nos vino a helar el alma, quebrando su verano. Todo queda, mi amigo, más allá del misterio de la muerte implacable, del destino inseguro, tú estás entre tus versos que contienen la vida: poeta del presente, acaso estudiarán en tus versos alados, esa voz encantada de secretos matices y humano corazón. Y a mí, ¿quién me traerá los ecos susurrados, cerquita del oído, de mi Antonio Machado?

Juliana Mediavilla

Tu voz ya estaba en mí, sobre este barro

no engendrada mi sed bajo tu soplo. Yo era en ti una quimera,

un espejismo azul sobre tu tiempo.

Yo aún no era nada, entre raíces de cepas soterradas, entre el légamo

donde estaban los granos de mi trigo tú estabas preparándome el sendero.

Tu voz ya removía por mi surco

y apuntaba maneras hacia mí. Hacía mi esperanza tu esperanza.

Ahora, de repente, falta el limo

y el poema me sabe a siempreviva. Alguna vez, quizás, nos besaremos

en la limpia lujuria de la nada. Dame la libertad

de quedarme sentada en el guijarro y agrietarme a los soles de tu lluvia.

Yo soy libre, lo sé, tú solo esperas. Tú que fuiste mi boca para el beso

me has dejado en la nocturnidad más absoluta.

Isabel Reyes

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A tu manera vuelvo, compañero para ver si leyéndote me creces. Dónde han ido a parar tantas preñeces de amores de papel y de tintero. Paso y te quiero, vuelvo y te desquiero porque duele quererte tantas veces, y me callo y te oculto y apareces y te buscó y te anhelo y te requiero. Tristísimo de ti por mí te invoco buscando algo que incite tu presencia sin dejar ni un segundo de llorarte. Porque sabes de sobra que estoy loco, loco de loco y loco de tu ausencia y es que jamás aprenderé a olvidarte.

Vicente Vives

yo detuve mis versos con la tonta ilusión

de ver aparecer tus contrapuntos tus versos cotidianos en el foro

Manuel acompañando con ese interminable caudal de poesías

fluyendo por sus venas

no sé porque de pronto sin aviso el reloj personal se nos detiene

con rebeldía y tristeza yo tengo que aceptar que el tuyo se ha cansado se detuvo en silencio

este silencio pesa con versos sofocados

asómate en tu cielo déjame que te cuente cómo la vida sigue con altas y con bajas

y aunque ya estemos hartos nuestro reloj nos lleva

con su tic tac constante como si fueran pasos que la vida esta dando con tacones

nos pone en el camino las pesadas lecciones

con sumas y con restas nos remueve las costras de nuestras cicatrices nos hace que sigamos el ritmo que nos marca

hasta que se detenga

tu voz se extraña como sol en día nublado

Eugenia Díaz

Por Mirella Santoro

OY un hecho que esperaba no se produjo. Uno de esos aconteci-mientos, cada vez más escasos, que todavía me provocan cierto entusiasmo.

Esperaba esta tarde con ga-nas. Ganas que hace mucho

duermen el sueño de los injustos, porque ac-tualmente los justos son los que padecen in-somnio, mientras que quienes no lo son duermen a pata tendida, envueltos en la fra-zada de la impunidad.

Como generalmente no pego una —y en los últimos tiempos todavía menos— cuando leí el mail de la cancelación, quedé en blanco. Entonces vi sobre el escritorio los objetos que había preparado para el evento la noche ante-rior y me acordé de otros preparativos, de an-tiguas ilusiones, especialmente las de la in-fancia, con el ulterior gusto acibarado de la frustración.

Ese NO mayúsculo que te viene de afuera, si se vuelve una constante en tu vida muy por encima de tus decisiones, te forma una costra que, poco a poco, te impermeabiliza para que te inmunices ante los reiterados “no-es”.

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Creí que estaba vacunada, pero la negativa que apareció al comienzo del día, me afectó más de lo normal. Caí en una sensación que detesto: la autocompasión, cuando lo habitual en mí es culparme hasta por el vuelo de una mosca.

Recordé el refrán que taladró mi mente des-de que tengo uso de razón: unos nacen con estrella y otros nacen estrellados. Nosotros pertenecíamos a la casta de los sin estrella. En mi familia se había dictaminado que la fortuna no nos favorecía ni acompañaba.

No voy a hacer un análisis sobre la suerte y la mala suerte. Lo que para otros era simple y les salía al primer intento —y me refiero a cuestiones cotidianas— en mi caso venían encarajinadas, con vueltas, trabas, esperas. Si el asunto llegaba a buen término, la alegría era una alegría mustia por la incertidumbre previa y por toda la carga energética invertida para lograr la concreción.

Este pesimismo que avanza como una ma-rea oscura, el vacío de anhelos que se agigan-ta, no son aspectos de los que me sienta orgu-llosa, sin embargo, ahora existen en mí y ya no me importa manifestarlos.

Hoy necesito tener piedad hacia esa mujer que acarrea un baúl de ilusiones trizadas. Ilu-siones sin desmesura, apenas algunas expec-tativas sobre sucesos comunes, que siguen pasando de largo por su puerta.

Hoy soy egoísta, hoy me quejo. No puedo decirme, a modo de lenitivo como hago ante otras frustraciones, fíjate en los que viven en la calle, en los chicos que son enviados a pe-dir limosna, en...

Hoy me encuentro espiritualmente inarmó-nica y aunque me siguen doliendo las manos al tipear, escribo mi queja.

No quiero consuelo, consejos, solo la posibi-lidad de desahogarme, un derecho al que no le doy cabida.

Hoy se me volaron los pájaros. ◣

Por Joan Casafont Gaspar

Si quieres que te diga la verdad no sé cómo explicarte aquello que me pasa, será que de repente me invaden esos miedos que creía tener muy superados o será que el otoño regresa como siempre con toda esa nostalgia de la infancia, con la desilusión y la tristeza que después de vivir la magia del verano un niño va a sentir al volver al colegio. Será que yo también tengo la obligación de guardarme mis sueños y quimeras en esa dimensión desconocida que tantos arrastramos por las calles. (A veces veo gente incapaz de cruzar ningún semáforo de tan cargados como van de sueños). No sé tampoco mucho si los poemas hablan alguna vez de mí. Creo que están callados, a veces aburridos, jugándose a las cartas sus versos y sus rimas. A veces se reúnen y organizan peleas. Yo los encuentro heridos, algunos mutilados, incompletos, sedientos de venganza. Algunos están muertos, otros son demasiado pretenciosos para reconocer que han sido abandonados, víctimas del olvido. Entonces les dibujo una “L” con alas, una especie de símbolo que indica libertad y acabo planeando sobre todo el paisaje que esos poemas libres acaban por formar.

A mí me gusta mucho

salir a pasear con mi calculadora. Mirar escaparates y puestos callejeros,

sentarnos en un banco y ver pasar la gente, compartir un helado de nata y chocolate

y regresar a casa.

Siempre me soluciona los problemas, a veces dice doce,

otras dice quinientos diecisiete, pero no tengo dudas

yo sé que ella me quiere, tanto como yo a ella.

A veces en el parque nos tumbamos al sol. Es algo relajante mirar al infinito

sabiendo que un futuro pronto nos va a acoger.

A veces llegan nubes presagiando tormentas.

Qué enamoradas vienen del viento y las corrientes y cómo se divierten pintándose los labios.

Pasan dos o tres veces, algunas hasta cinco

y quieren espejarse en la ola que sonríe, sumergida en la acracia

a lomos de un caballo que se la lleva lejos de la uniformidad y la mecánica

del reino de los mares.

Cantan todas las nubes:

Corre, corre caballo, caballo de cartón.

Que nos pilla una bruja, que nos pilla un dragón.

Y se ríen las nubes,

las nubes remendadas.

Han llegado zurcidas, recreando un paisaje que viví en la niñez,

donde el sol era un globo y unas manos creaban con un poco de barro

millones de universos y de un papel salían barquitos y aviones.

Entonces sí que el mar llegaba hasta mis pies.

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A veces me pregunto si me quieres. Otras quiero saber cuál es la solución para quitar las manchas de cola en el parqué. (Sin duda ahora mismo lo que más me interesa es lo que se refiere al tema de las manchas). Ya sé que tú recuerdas, tal como yo recuerdo, los días en que el mar brillaba en nuestros ojos... Mira. Ya empiezo a estar muy harto de buscar una forma de expresar lo que pienso que contenga lirismo y emoción. Yo prefiero escribir de llaves, engranajes y motores, de la gente en la calle que a veces come queso, o de las propiedades del calcio y del potasio. Yo prefiero leerme si escribo sobre el modo en cómo interactúan los neurotransmisores a nivel de membrana celular o de cómo se estira en una asíntota una función de equis que tiende al infinito. Si el poema te aburre o no lo entiendes, piensa que no lo he escrito para ti. Y si a mí me disgusta tampoco pasa nada, al fin y al cabo todo es susceptible de encontrar su destino en una papelera. Por ejemplo este texto, quizás nosotros mismos, tal vez esa bendita relación que me salvó la vida. Inspirada en un windows, hay una opción posible que es la de reciclar aquello que tiramos a nuestra papelera personal. Quizás es buen momento de iniciar el proceso con todos los poemas que quedaron en nada. Luego, si te apetece, podemos reciclar aquella relación que se inició en Noviembre, hace casi tres años. Y acabaré el poema diciendo que esta noche tú vas a ser un verso dormido entre mis labios.

Hoy yo quiero imitar a aquel muchacho

que quiso corregir las noches ciegas bailando con los ojos muy abiertos.

A aquel muchacho joven que soñaba

con brújulas de sal en cada roca. A aquel que no encontró jamás la llave,

para la casa ingrata que escondía los soles, si no solo la llave del hacerse mayor.

Quiero recuperar a aquel que fui

y acogerte en mi hoja de papel, llenar de ideas nuevas nuestras mentes

y escribir un poema sin fechas ni lugares.

No voy a permitir que borren tu sonrisa e iniciaré una historia

con helados de estrella y muchos, muchos más, dulces de horizonte,

que yo ya sé que a ti te gustan mucho.

Y, aquí, sigo instalando algunas embajadas en mi cuerpo

de todos los países que surgen de tu voz y un manicomio cerca de mi frente

donde poder crear nuevas locuras

que el asma, la rutina y los pronombres nos dejaran sin aire

si seguimos buscando motivos en la nada.

Por Enrique Ramos

Séptima entrega del estudio de Enrique Ramos

publicado en el taller de Ultraversal

A ETOPEYA consiste en la descripción del carácter, cualidades, defectos y va-lores morales o espirituales, de las ac-ciones y costumbres de una persona,

es decir, en la descripción de su interior. Veamos algunos ejemplos. En primer lugar,

un magnífico poema de Morgana de Palacios, publicado en la serie de “Días de Marihuana”, sin título:

Soy la Reina Negra de las calaveras, la del holograma de un fantasma triste, la que escupe al cielo de las primaveras y desde su invierno, se eleva y persiste. Soy la del insomnio vestido de verso, la de los secretos detrás de la luna, nictálope oscura de oscuro universo, la de la mirada de verde aceituna. Soy la gata en vela, la bruja nocturna, la de negras alas robadas al viento, la que finge risas siendo taciturna y miente verdades de amor fraudulento. La de los cuchillos, la de los trigales, la de los divorcios y los esponsales de Dios y el Diablo tras de mi ventana. No tengo respuestas, soy tiempo perdido en la sombra leve de un pájaro herido que sueña su tumba. Me llaman Morgana.

A continuación, un poema de Ángel González:

Para que yo me llame Ángel González Para que yo me llame Angel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante voz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos. De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento...”

Bellísimo este poema de nuestro compañe-

ro Aspideviper:

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Osetia Soy una arista, una lágrima, un inmenso dolor imperceptible, soy un aullido socavado, soy una sombra deshuesada, soy un recurso, un sin nombre, el solar de la injusticia, soy la carne despiezada en las paredes, un error de la paciencia y un rostro sin quejidos, un pájaro de plomo, soy dos ojos asustados de la terrible hazaña de los dioses y la palabra soy que habla de jazmines en vez del horror en las escuelas o del limpio estallido de las aves con cien almas en sus vientres, soy, como bien sabes, soy los restos del naufragio, el asco de la arcilla, las sobras del milagro, soy un muerto perfectamente muerto aun en vida, eso, un muerto.

José Luis Jiménez Villena nos deleitó con

el poema que reproduzco aquí completo:

El animal

Yo soy el animal y tú la selva húmeda la raíz que endereza el tesón de los árboles, el calor sofocante, la tormenta, la lluvia salvaje eres, aire, la comida del hambre. Yo soy el animal, soy el eco lejano que resuena en la voz de las ramas más altas de tus sueños, soy yo la fiera del pantano, el caimán acechante, el felino que asalta el latir de tu cuello y ansioso lo devora. Yo soy el minotauro, cabalgo por el tiempo arcano de la noche, y soy tu laberinto, soy la furia del viento, la ley de la manada, soy yo el animal que te ha mordido el alma.

Y también precioso, este ya clásico de la poesía en habla hispana, de Antonio Macha-do:

Retrato Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conoceréis mi torpe aliño indumentario—, mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía” Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. ◣

Por Eva Lucía Arma

Mr. Smith... he visto que anda suelto a la caza de dulces pajaritos pródigos en amores celestiales y labios de rubí (perdone mi obviedad liric-odiosa pero verlo indefenso me aturulla). Ande usted, Mr. Smith... con esa 22 de sicariato ejecutando óperas de almíbar y remando en el pan de la dulzura. ¿Quién lo ha visto, señor y quién lo ve con su repento místico? El amor es tan áspero como un papel de lija del 40 inclusive para un corazón áspero, un corazón de hueso hecho de huesos mondos por los viejos mordiscos del amor. Toda una paradoja criminal la del efebo gordo con su arco desaforado, errático y maléfico. Ese bichito sí que es un sicario del mal, obra de Venus, que para la malicia fue más ducha que Hera, no me diga... Mujeres...ayyyyyyyyyyy, mujeeeeeeeeres. Le escribo con la premisa simple de escoltarlo en la andadura al punto de regreso a su centro cordial del corazón (pleonasmo adherido a la verdad). Le guardaré la espalda en el camino, la mirada en los ojos, la palabra en la hondura abecedárica y el vuelo yo le guardaré el vuelo afuera de las jaulas y en la parte de afuera de los muros y en la fronda más alta donde se apoya el viento para agitar la luz y aquí en el sentimiento y en el amor que tengo por las alas y por los horizontes. Coaching de libertad sparring de la vida, baile, Mr. Smith... encima de la tumba de Cupido.

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Esa, tu voz morena, antigua, góspel, tan morena como un toffee de cacao y café, sabrosa como la libertad, ancha como las esperanzas de los enamorados y rabiosa como el estómago de un varón con hambre va gritando como una tempestad que grita loca, como un rabo de nube que arranca una laguna, como el rugir de un rayo que desgaja una ceiba. Esa voz de moreno es una voz con ojos, es una voz con instrumentos inmortales que repueblan las playas con cavernas cavadas con timbales en los sueños, un tumulto de olas y ambulancias que corren por las calles del socorro cruzando pentagramas y opulencias con acordes brillantes y mayores. Parece un huracán de la madera tu voz interminable que llega por el siempre como un pentagrama atormentado en el que canta el sol. ¡Qué voz, moreno loco, esa voz tuya de azúcar mascabado!

la paz a veces es una cosa triste pero yo la disfruto porque me hace sentir que estoy pulsando los acordes del grito aún cuando esa dulce Átropos se acerque seductora y lesbiana hasta mis sexos la miro por venir como una sombra de amenaza de lluvia

y con el hacha en mano parto la cruz de sal pongo frontera a su avance de Atila por mi sangre ahora somos dos o yo soy ella que se personifica en ésta que se mira en el espejo y sonríe porque la vida siempre debe ser sonrisa y nunca cobardía la vida es un diseño para armar con futuro con chispas y con pájaros con vientos de jardines y con velas de barcos que jamás naufragarían mi vida es mía y la disputo con ella —o a ella— palmo a palmo si le gusta mi imagen y cepillarse el pelo o teñirse de rubia ante el combate mi vida es mía no la negocio fácil a su nombre difícil de comedora compulsiva y agria mi vida es mía vamos a ver quién gana esta contienda

El domingo decae como una vedette rubia que en un rincón de la ciudad se acuesta en los papeles de la calle. Se queda ahí ecléctica y gatuna esperando el desfile de suicidas, de grandes solitarios que mastican ausencias y rosas disecadas en los libros. Yo traspaso mi sombra en el espejo buscando el corazón que tiene ella reservado a otro mundo. Se escapó de mi boca cuando legró el silencio su cáscara de vidrio. Ella lo guarda roto por si vuelvo.

Por Rosario Alonso

“No sé inventar, escribo siempre a través de la observación y de mis propias vivencias"

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ULIANA MEDIAVILLA, licenciada en Filología Hispánica, es profesora jubilada de lengua Castella-na y Literatura. Colabora con esta revista realizando comentarios de texto de los poemas de autores Ul-traversales.

Nos comenta que es muy amiga de las caminatas, preferentemente por el campo, pero también le gustan las rutas urbanas. Adora el mar como espectáculo, los paseos por la playa o mirar las puestas de sol y no tanto bañarse porque es de tierra adentro y sumergirse en el mar siempre la ha asustado. La montaña es su elemento natural pues na-ció en un pueblo de la comarca "Pinares Soria-Burgos" y ese paisaje, viviera donde viviera, siempre la ha acompañado.

De sus actividades como ama de casa, profesión de la que no se ha jubilado, lo que más le agrada es cocinar y, según nos explica, no solo es un acto de amor, como dice una hermana suya, sino que también es un acto creativo.

Nos comenta que, quizá porque nació en un lugar muy frío, odia el calor sobre todo el calor húmedo de los veranos de Barcelona, (donde habita en la actualidad) así pues su esta-ción preferida es el otoño, con los días de lluvia incluidos.

Una de sus aficiones más interiorizada es leer novela y poesía y nos aclara que, aunque solo se vaya de fin de se-mana, viaja siempre con libros y procura hacer un hueco pa-ra la lectura. Además disfruta de las reuniones periódicas que mantiene con su grupo poético de Barcelona y también del intercambio de poemas y comentarios con los compañe-ros de Ultra.

Le gusta mucho el teatro, también el cine, aunque nos in-siste en que no soporta las películas violentas, ni tampoco las de terror.

1. ¿Qué es la literatura para ti? Es una actividad de tipo artístico que utiliza la escritura como medio de expresión. En su carácter creativo debe reunir unos determi-nados requisitos. El nombre engloba funda-mentalmente tres géneros: lírica (poesía), épi-ca (narrativa) y dramática (teatro). En la práctica estos géneros se solapan entre sí.

Para mí es muy importante, porque el escri-tor es testigo del tiempo que le ha tocado vivir

y eso se refleja directa o indirectamente en su obra. Siempre encontramos en la literatura un sedimento histórico y humano, una forma de aprendizaje que nos enseña a comprender a los demás y a comprendernos. Leyendo El Lazarillo podemos entender la sociedad del siglo XVI. Si leemos El Quijote podemos en-tender la vida en general.

La Literatura es también apoyo de otras for-mas artísticas, como puede ser el cine, respal-

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dado siempre por el texto literario, bien en for-ma de guion o de adaptación de novela o teatro.

2. ¿Y la poesía? Algo indefinible por naturaleza que consiste en sublimar lo instantáneo, casi nada. Para mí es esa lucecita intermitente que me acompaña allá donde voy y, pese a su mala fama de ensoñadora, yo creo que es la forma de expresión que más conecta con la vida.

3. ¿Desde cuándo escribes y qué te motiva a continuar? Desde niña, pero siempre con una dedicación limitada y hasta diría que un tanto clandesti-na. Priorizando siempre el trabajo: clases, exámenes, correcciones…y la casa y la fami-lia. Mi trabajo me fomentaba la lectura y la selección de textos, pero no disponía de tiempo para mi propia creación literaria, aun-que siempre llevaba, y llevo aún, una libretita en el bolso por si tenía que apuntar algún ver-so.

Desde mi jubilación dedico más tiempo a la poesía: participo en Ultraversal, en el grupo poético Metáfora, aquí en Barcelona, y asisto también a un club de lectura poética que diri-ge el poeta Jordi Virallonga en la biblioteca Merçè Rodoreda, especializada en poesía, a la que también está adscrito el grupo Metáfora.

Me motiva la propia creación, la búsqueda y todo el proceso que conlleva. Creo en la poe-sía como vehículo de crecimiento personal que me permite conocerme mejor y conocer también a los demás.

4. ¡Cómo definirías tu poesía? Sencilla y esencial. No sé inventar, escribo siempre a través de la observación y de mis propias vivencias. Tomo distancia y dejo re-posar los sentimientos, sé por experiencia que en mi caso no es bueno escribir en “ca-liente”. La sencillez es premeditada y no

siempre es fácil escribir sencillo.

5. ¿Y tu prosa? Yo creo que tiene las mismas características que la poesía. Escribí un libro de relatos auto-biográficos: El maletín (la luz de la memoria), en el que está muy presente la mirada poética y también esa sencillez que acompaña a mis poemas. Como género me cuesta mucho más porque requiere una mayor organización y planificación. Dentro de su dificultad para mí un poema es mucho más abarcable.

6. ¿Qué influencias literarias han marcado tu manera de escribir? En poesía G. Adolfo Bécquer, Antonio Macha-do y Juan Ramón Jiménez.

Cuando era joven, si decías que te gustaba Bécquer te tildaban de cursi. Mucho después supe de la gran influencia del poeta de las rimas en los otros dos. Hay sin duda otras influencias pero estas son las más notorias. Me considero muy machadiana, de ahí que me guste tanto la poesía “sencilla”, pero sé que poéticamente Juan Ramón es superior.

7. ¿A qué público pretendes llegar? También creo que la poesía es un acto de co-municación, o de comunión. En principio es-taba restringido a la familia. En Ultraversal me gusta mucho compartir con los compañe-ros de una manera tan rápida y gratificante. Cuando me comentan, a veces desde el otro lado del Atlántico, y se identifican con aque-llo que escribo me parece como un milagro. Disfruto también con el intercambio poético entre los compañeros de Metáfora. Aunque se dice que se escribe para uno mismo, no es verdad, siempre se escribe también para co-municarte con los demás. Creo que mi poesía se entiende y no requiere un público deter-minado. Me gusta más que la lean, en los reci-tales soy muy tímida y lo paso muy mal.

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8. Dentro de todo el panorama, ¿con qué ti-po de poesía te sientes más cómoda?

Aunque procedo de la poesía rimada, en particular de los poemas con rima asonante, ahora me siento mucho más cómoda con el verso blanco, modalidad que aprendí en Ultra, donde hay muy buenos poetas en verso blan-co. Aunque me gusta volver de tanto en tanto al romance o a la rima arromanzada y tam-bién a la rigidez del soneto.

9. Para ti, ¿qué condiciones debe cumplir el escritor para ser considerado como tal? Debe tener su propia voz, su “denominación de origen”, poder descubrirlo sin leer su nom-bre. Abundan los poemas anodinos, exentos del sello del autor.

10. ¿Cuál es tu proceso creativo, te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue? Soy bastante anárquica, aunque dentro de ese caos hay una cierta organización: el poema surge siempre de una idea que me sigue en la cocina, en el metro, durante la sesión de plancha…, eso es el embrión del poema, hasta que surge el primer verso en torno al cual aparecerán los demás que me obligarán a sentarme y darle forma.

11. ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito? No mucho, muchísimo egocentrismo. Lo pue-do decir porque ya tengo una edad y lo he visto con mucha frecuencia; a veces el ego no se corresponde con la calidad poética ni mu-cho menos. También hay poetas humildes. El poeta, como todo artista, es un personaje es-pecial, un bicho raro que pretende elevarse de la mediocridad y se siente diferente. En oca-siones es soberbio y engreído, otras veces es excesivamente introvertido y muy poco so-

ciable. Pero en esto, como en tantas otras co-sas, no se puede generalizar.

12. ¿Crees que la poesía vende? En absoluto. Nunca puede ser un objetivo pa-ra lucrase, de ahí que en la vida de muchos se relegue a un segundo plano, porque se tiene que vivir, generalmente de otros trabajos que no tienen ninguna relación con ella.

13. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad ac-tual? En los últimos años he notado un incremento del interés por la poesía, particularmente en gente joven. Hay una serie de poetas jóvenes que están publicando y que empiezan a reco-nocerse. Hay también mucho intrusismo, mucho falso poeta que piensa que el hecho de engarzar cuatro versos ya lo hace poeta. Son los que desprecian las leyes de la poesía por-que las ignoran. Yo considero que en la poe-sía confluyen la inspiración y el trabajo y que hay que dominar el oficio.

14. ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?

Pues a pesar de todas mis reticencias hacia todo lo digital, como creo que pasa a muchos de mi generación, tengo que reconocer que el formato digital contribuye mucho a la divul-gación de la poesía y la acerca a los lectores, sin que estos salgan de casa. Yo soy muy “li-bresca” y me gusta tocar los libros, pero mis hijos, por ejemplo, están muy familiarizados con todo lo digital.

Juliana te doy la gracias por tu tiempo y amabilidad. Ha sido un placer conversar con-tigo Gracias a vosotros por vuestra impagable labor en el fomento y difusión de la poesía. Encantada de poder colaborar en este pro-yecto. ◣

Por Mercedes Carrión Masip

postergado del edén del diseño y los caprichos por no llegar a ser ni suficientemente hermoso ni rentable llegó hasta mi portal como llegan los viejos al final de un exilio tumultuoso sintiendo que la historia los desplaza perdidas sus raíces para después del miedo del dolor del camino acabar su existencia en un solar sin nombre presentía la muerte y se entregó a la espera sin paisaje ni vientos en que reconocerse con la memoria de su pulso herida solo ahora despierta muy despacio sobre el ancla del gen que lo hace fuerte sobre la edad incierta de su piel marcada por el paso de los siglos sobre la tierra virgen dadivosa de asilo y alimento que jamás albergó sino hierba de pasto entre la huella perenne del ovino ha vuelto a florecer y está pariendo pequeñas aceitunas todavía no quiero preguntarle de cuántas guerras habrá salido indemne ni de cuántas sequías pudo salvar la sed o si ayudó a algún hombre a morir solitario bajo el amparo mudo de sus ramas aún no nos hablamos pero es cuestión de tiempo

parece que al llegar se desintegre la voz del cátaro mistral en la veleta ronca ha alisado los restos de las nubes cicateras ayer lagrimeando sobre la boca seca del plantío sobre la seca digestión de los barbechos desmenuza los cantos de las guerras va sembrando a voleo la venganza en la terca memoria de los hombres y aborta las promesas del almendro sin que el polen aún las fertilice cuando cese en su paso recupere el romero la fragancia los tilos la entereza y a los pájaros regresen su tesón y arboladura cuando calle de nuevo la veleta habré de recoserme las heridas que esta noche despierta su grito en mi memoria

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hoy hace mucho frío y sin embargo sobreviviendo erguidas persisten sin temor algunas rosas alentando serenas frente al viento en mi jardín de olvidos sus rostros ya improbables escrutan mi mirada igual que haría un gato que sabe que estás mal y lo deplora me muerdo la impotencia la guerra ha madrugado un día más dejándome sus muertos a pedazos con su carga de horror ante mi puerta no sé qué hacer con ellos y llorarlos no basta cayendo entre las manos ateridas los versos se me anudan y emborronan igual que escritos viejos letrillas cuneiformes apenas entendibles sobre el papel deleble de la escarcha recurriré al altar de mis propósitos voy a encender las velas anémica virtud de cobardía que siempre sustituye por defecto a mi inútil plegaria

No quiero ser la fuerza encadenada oculta en el trastero de la vida, ave desdibujada que, cohibida, malvive compañera de la nada. No quiero ser la lágrima callada doliente en la vereda de subida, sintiendo haber perdido en la partida sueños que siempre oculto en la almohada. Renuncio a ser la voz queda y oscura que recorre sumisa su destino doméstico, servil, y a todo asiente. Tornaré mis silencios en bravura, tomará mi palabra su camino cantando contumaz, limpia y valiente.

Por Eva Lucía Armas

Segunda entrega

& Gavrí Akhenazi

Capítulo 3

Por Eva Lucía Armas

Alguien dijo de mí que estaba muy salidora

últimamente, mientras se preparaba el al-muerzo.

Con eso de “salidora” no se referían a que me estaba dedicando a hacer visitas a parien-tes o amigas ni que una arrasadora fe me había poseído como para llevarme varias ve-ces al día hasta la iglesia.

Pensé que eso no se notaba. Que mis ausen-cias no eran suficientemente percibidas co-mo para hacer algún comentario sobre su frecuencia. Ser la cuarta de una buena lista te provee de cierto anonimato, pensaba yo y ejercía la exclusión de estar satélite a la mi-rada general, siempre más obsesiva con las mayores que ya andaban de pretendiente o tenían algunas obligaciones más que yo.

Acerca de eso de las obligaciones, en mi concordaban, no sólo el número en la lista, sino además, mi fama de “propio criterio” que podía tornar “dificultosa” una negociación simple o “muy simple” algo dificultoso. Como nadie podía predecir el resultado al que lo llevaría tenerme por partícipe, preferían en-cargarme lo no aleatorio, en lo que ya pudie-ran predecir un resultado sin contarme como factor de riesgo, a saber: tender la mesa, le-vantar la ropa de cama... y no creo que hubie-ra más situaciones en las que pudiera inter-venir sin complicar.

Preparar una comida era una aventura culi-naria, por ende, entre los ingredientes de una carne asada de domingo, podían aparecer castañas, chocolates, picantes, mentas... que

los ortodoxos paladares familiares no estaban en condiciones mentales de comprender, lo que transformaba mis manjares en insabo-reables.

Además, mi veleidosa cocina ponía en ries-go la cocina rutinaria de mis hermanas ma-yores, porque sus pretendientes solían ser los primeros en ponderarla.

Mi padre decía entonces a mi madre que hiciese algo conmigo, ya que no iba a casar-me nunca si continuaba cocinando y pen-sando como yo lo hacía. “No hay un hombre en toda la Tierra que acepte casarse con al-guien como Luisina, ni aunque la dote con el doble que a sus hermanas. Van a devolvérme-la enseguida y me exigirán un resarcimiento por los perjuicios ocasionados”.

Mi hermana Josefina lo decía con otras pa-labras: Vas a ser una solterona que ni el cura va a querer para que le vista los santos.

A pesar de tanto mal augurio familiar yo tenía buen éxito con el sexo opuesto. Era ocu-rrente, inquieta, padecía de distracción, testa-ruda en mis convicciones, impredecible, un elemento francamente dinámico en la estan-ca sociedad femenina del pueblo.

Eso no escapaba al dominio del entorno, así que Josefina se puso al frente de la curiosi-dad general y elaboró su propia hipótesis. Según mi hermana, yo tenía algún oculto fes-tejante del que debían preservarme, porque, según daba la cuenta, era imposible que yo fuera considerada seriamente para fines ma-trimoniales. “Hasta ella lo sabe... por eso man-tiene todo en secreto”.

Me sorprendió la agudeza en la observación. Y como de mí podía esperarse todo, hasta eso entraba en la probabilidad.

A pesar de ser una especulación sin asidero, no escapaba a la realidad de lo que estaba ocurriendo.

Nos habíamos encontrado una vez por esas cosas de la casualidad. Luego, la casualidad

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de los hechos empezó a reproducirse poco casualmente pero ya estábamos convencidos de que no importaba el porqué, sino que lo verdaderamente importante era que sucedía.

De la primer mirada aquella tarde, él pasó sin trámite en el segundo encuentro a echar pie a tierra, acercarse hasta mí sin el menor titubeo y decirme: “Hola... ¿cómo está usted?

Yo dije “bien... gracias... ¿Y usted?", pero mis ojos debían decirle otro cúmulo de cosas co-mo: “me gusta lo atrevido de este señor... que linda sonrisa franca tiene debajo de esos ojos burlones... le queda muy bien la cabellera en-trecana... de lejos me lo había imaginado más maduro y resulta que es más joven... será por el cabello casi plateado... no es guapo pero es atrevido y eso me gusta más que si fuera un buen mozo enorme como el pretendiente de Cayetana...”

Pero por sobre todo me preguntaba “¿cómo es posible que quién no conversa probada-mente con nadie, me elija tan decididamente como interlocutor?”

—Conociéndola... hasta podría andar de amores con Irala.

El aire en la cocina se detuvo por arte de encantamiento y todas las miradas cayeron sobre Bernardina, como si en vez de una su-posición que podría tomarse hasta como jo-cosa, hubiera lanzado sobre todas nosotras la peor de las maldiciones.

–La boca se le haga a un lado, mi niña Ber-nardina –musitó persignándose Magnolia, la cocinera– Eso no se ha de decir ni en broma en esta casa... Y menos así... tan livianito... hablar de ese Irala sin persignarse para que la Virgen la libre de todo mal.

Yo ya sabía que Daniel era el séptimo hijo, porque él me lo había contado cuando andá-bamos por ahí entre los pastizales y los bos-quecillos y a la vera del río, con esa libertad despreocupada con la que caminábamos el uno junto al otro, llevando los caballos de la

rienda y a los perros detrás en un retozo. –¿Por qué, Magnolia? –pregunté– ¿Se con-

vertirá en hombre lobo el vecino? –Yo sé que cuando era niño, un buen día su

padre lo llevó a la ciudad de repente. El patrón Irala se lo llevó y lo hizo encerrar... porque decía que era peligroso... –contó la cocinera, mientras nosotras nos reuníamos como cuando éramos niñas y ella nos relataba cuentos fabulosos.

–Y... ¿es porque se convertía en hombre lo-bo? –insistí.

–Y después... un buen día... toditos se fueron como si huyeran de algo... Tan así que dejaron semejante propiedad sola, abandonada a la buena de Dios. Y si la casa no se derrumbó con el tiempo, fue porque adentro quedó Eleu-teria que no se habrán llevado porque se la olvidaron con el apuro. Y de repente... vuelve este... el séptimo... Yo sé que su familia no le quería, que era malo y que se la pasaban de castigo con él. Eso lo sé por Eleuteria.

Cara de malo tiene, pensé yo. Y de su fami-lia no habla.

–Un pretendiente a la medida de Luisina. –se rió Josefina– Los descastados se unen en-tre sí.

–No digas esas cosas. –se molestó Cayeta-na– A misa no va. Debería ir. Las buenas gen-tes necesitan de Dios.

–Es ateo. Todas me miraron por la convicción con

que dije esas palabras. –Es la explicación de por qué no va a misa...

–suavicé tal dicho– Y si es un hombre lobo, pertenece a las fuerzas infernales como dice el cura. Haría hervir el agua bendita.

Todas al unísono reprocharon tan heréticos comentarios, pero, como provenían de mí les restaron importancia.

Daniel no hablaba de su familia, como si tu-viera de todos ellos un vago recuerdo que su memoria no alcanzaba a clarificar.

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Había heredado “Las Sombras” como se lla-maba su inmensa propiedad, a la muerte de su padre y por expresa voluntad testamenta-ria. La única voluntad testamentaria que de-bía cumplirse a rajatabla. “Para mi séptimo hijo, Daniel, dejo “Las Sombras”, en mi firme decisión de conservar la armonía y unión familiar, sabiendo que si mantengo al díscolo, indisciplinado y conflictivo hermano fuera del patrimonio general, estaré contribuyendo a la felicidad de mis demás herederos.”

Daniel lo recitaba de memoria. Y agregaba, sonriendo burlón: “Le estaré eternamente agradecido por esta bendición”.

Yo pensaba que aquel comentario tan lapi-dario de su padre, debió causarle dolor. No lo estaba bendiciendo. Lo excluía como a lo in-deseable, a lo que no debe ser, a lo maldito. Pero no le dije lo que pensaba. Solamente lo escuché.

Era bastante mayor que yo. Aunque era un hombre joven, ya no era un muchacho, como decía mi abuela. Tenía treinta y cuatro años o sea que me llevaba dieciséis, lo que marcaba entre nosotros una considerable diferencia que saneamos enseguida suprimiendo el ri-guroso usted, como medida de acercamiento.

En una oportunidad le pregunté si estaba o había estado casado. Me costaba imaginár-melo treinta y cuatro años soltero.

Me miró con sus ojos burlones y respondió sin titubear: “Es que soy de genio complejo”. “O sea que ninguna mujer te aguanta...” iro-nicé yo y él se puso a reír. “Yo soy el que no las aguanta” contestó. “Gracias por lo que me toca... En cualquier momento me vas a echar al demonio...” dije. “¿Por qué?... ¿Está en tus planes mudarte conmigo?” dijo él, fingiendo un asombro pueril que no sentía y una sor-presa que lo desconcertaba. Yo no dudé: “De eso se trata esto, Daniel... ¿recuerdas?”.

Él soltó una carcajada. Esa faceta de conflictividad, sí se manifesta-

ba en el trato con sus peones. Era excesiva-mente severo, casi despótico. Demasiado exi-gente para la masa de poca levadura con la que estaba condenado a hacer el pan. Los peones le tenían miedo, un miedo silencioso y carnívoro, que los enmudecía y corroía.

Había tenido hasta entonces pocas oportu-nidades de observar el fenómeno, porque tratábamos de vernos sin testigos, pero a ve-ces, quizás por mi poco sentido de lo oportu-no o por mi inclinación innata hacia lo tras-gresor, había ido yo a buscar el oso a su ma-driguera.

Con aire casual había pasado a la vera de sus faenas rurales para contemplarlo de lejos en el trabajo rutinario, sin intercambiar salu-dos ( miradas siempre) y había podido notar yo la tremenda influencia que tenía él sobre sus gentes.

Los dominaba sin hablar, apenas con una mirada, con un gesto, con un ademán, en un ritual de silencio que confirma lo que es in-apelable.

“Hazte la fama y échate a la cama” dice el dicho.

–¿Por qué están peleadas nuestras familias? –pregunté a mis hermanas y a Magnolia.

También le había hecho a Daniel esa pre-gunta y él me había contestado: “No sé... ¿Te importa acaso?”

Magnolia, legendaria de tan vieja, rememoró alguna oscura historia pasada, con todo tipo de condimentos pueblerinos que la enrare-cían más que clarificarla. En realidad, el ver-dadero porqué no lo sabía, pero había escu-chado que cierto Irala tuvo amoríos con algu-na pariente mía, aunque no podían darse por ciertos como todos los rumores en los pue-blos, cuando vienen de lejos.

—Cuídate entonces, Luisina, porque contigo seguro que no se casaría ni siquiera un hom-bre lobo. –me dijo Josefina. ◣

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Capítulo 4

Por Gavrí Akhenazi

A Daniel Irala no le había costado absoluta-

mente ningún esfuerzo hacerse las composi-ciones de lugar necesarias como para com-prender las anfractuosidades en el paisaje social de Villarrica.

Así, había estudiado en silencio todo, porque estaba acostumbrado a sentarse en el tiempo como en un sillón, mientras el mundo dis-curría en sus ojos atentos.

De la familia de León tenía sus propios apuntes, ya que le tocaban como de rigurosa vecindad.

Sabía por ello que don Huberto de León te-nía todas hijas mujeres, de las cuales cuatro estaban en edad de merecer.

Sabía además que Luisina, la cuarta y la cercana, nunca había tenido cómplices entre sus hermanas. Sí, se llevaba con unas mejor que con otras y con Josefina, la mayor, no se llevaba.

Cayetana, de la que siempre ponderaba la posición de moderadora como una actitud de vida, había sido la primera en alzarse con pre-tendiente.

Josefina, para no ser menos que Cayetana, había dado un veloz consentimiento a un ga-

lancete cuyo nombre era Faustino, que la rondaba como una mosca y al que ella había hecho blanco de todos sus desprecios hasta que de la noche a la mañana optó por él, co-mo si no quedaran más hombres en la tierra.

Hasta fecha de boda fijaron en un apresu-ramiento asombroso.

Luego Josefina se encargó de dilatar aquel tiempo tan escaso.

Cayetana, en cambio, ya sea por su tempe-ramento observador, dulce y apacible o por arte de magia, había cosechado la envidia de todas las casaderas del pueblo cuando Félix se presentó formalmente a sus padres, pre-tendiendo visitarla.

La sorpresa mayor se la llevó la misma Ca-yetana que le quería en secreto pero no espe-raba reciprocidad de tan codiciado soltero.

Bernardina, la tercera, tejía novelas de amo-res fabulosos y esperaba por algún príncipe azul que, estaba visto, no vivía en el pueblo.

Daniel, desde ya, se había dado a sí mismo por descartado, porque, según Luisina, aquel príncipe azul debía cumplir a rajatabla varios requisitos indispensables para oficiar de tal: alto (Daniel sin ser bajo no era alto), rubio (Daniel era entrecano), de ojos azules ( los de Daniel eran negros) y blanco ( Daniel era bien morenito).

Luego de Luisina, continuaban dos herma-nas más, Guillermina y Benjamina que aún no participaban del reparto.

Por el otro lado de Las Sombras, se extendía la propiedad de los Otaisa.

María Rosa Otaisa era la representante pri-maria de su enjundiosa familia, ya que su padre no estaba ya para cuestiones de ese tenor y prefería delegar en su hija (a falta de un hijo varón) el férreo manejo de la fortuna familiar.

Todos la llamaban "La Dueña". Inclusive en el pueblo, su fama de ser poderoso la ungía de un extravagante halo de poderío, que sumado

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a la fortuna capaz de adquirir todo lo compra-ble –conciencias y morales incluidas– la volvían temible y dictatorial.

La de Villarrica era una sociedad conven-cional y estrecha.

Cuatro o cinco apellidos poderosos, diri-giendo un rebaño de ovejas y obsecuentes, cuando no, temerosos de perder los escasos flacos favores que cualquiera de aquellas fa-milias concedía más próximos a una compra de voluntad que a una limosna.

Por muchas razones Daniel Irala se mante-nía apartado del núcleo y si accedía a nego-ciaciones, las llevaba a cabo directamente con don Fausto Mirándola, que hacía las ve-ces de banquero, prestamista, corredor inmo-biliario y facilitador de enjuagues diversos que beneficiaran a los que debían beneficiar.

Como en la mesa del rico Dios tiene siempre un plato caliente, el cura usufructuaba las bondades del confesionario para codirigir los destinos de la comunidad desde un razonable sitio de poder sin que se le notara demasiado a su piedad cristiana.

La atención de Irala, entonces, se había cen-trado especialmente en la de la "niña Otaisa", porque, en realidad, la atención de ella se había centrado en él, que no participaba de su pequeña sociedad de ganancia y poder y pa-recía decididamente obstinado en arruinarles gratificaciones que ellos se consideraban con derecho a recibir.

Menos Huberto de León, que parecía el más periférico de los adinerados y al que se le veía en general una cuota de mayor humanidad, los demás estaban tan nerviosos como ex-pectantes frente a la irrupción en la estática escena pueblera, de este Irala venido de la nada, ya que de la familia Irala no quedaba ni el banco de la iglesia que les correspondió en sus épocas de esplendor.

Había llegado con un testamento y unas es-crituras que debieron los interesados en re-

partirse Las Sombras, dar por buenas, ya que se notaba claramente su legitimidad.

Todos habían esperado que jamás aparecie-ran de nuevo los antiguos dueños, así que lentamente habían comenzado a avanzar sobre las tierras, un poco cada día.

Los Otaisa fueron los más perjudicados con la aparición casi fantasmagórica de aquel personaje tan hosco como misterioso.

Como no se andaba con vueltas de ninguna clase, lo que les había tomado su tiempo pa-ciente invadir, debió ser desalojado a toda velocidad.

María Rosa, sin embargo, pensó que la mejor estrategia era la que ella mejor sabía usar.

Así como era de cruel, era de hermosa. Tenía una cabellera rubia, voluptuosa como

si la envolviera una espesa luz de sol y ojos grandes, azules y rasgados, además de una figura que alborotaba mal a los varones. Se le habían conocido muchos. Se entretenía una temporada y luego los despachaba.

Dos se suicidaron cuando ella los abandonó como a un pelecho de fruta. A otros les sacó el jugo como hacen las arañas, hasta que se quedaron secos.

Con todas sus artes, comenzó la campaña para atraer al díscolo al redil.

La primera vez que lo vio, no pudo creer que ese moreno tan mal entrazado fuera el extra-ño Irala del que hablaban todas las lenguas.

María Rosa no pudo con su asombro. Se había imaginado de cualquier modo al

Irala, menos como en realidad era. Se quejó con Nieves “que un hombre de su

poder y fortuna no puede andar hecho un estropicio por el mundo, como si fuera el último de sus criados”. “Que un hombre con su poder y su fortuna no puede andar arre-glando él mismo sus asuntos a cuchillo, como si no se pudiera pagar un secretario que se los arreglara”.

Nieves, su criada personal, le preguntó si era

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guapo. –Ni siquiera me saludó cuando nos encon-

tramos en lo del Licenciado Alamandós –se quejaba ella recordando la escena.

"¿Sabes quién soy?" lo había enfrentado ella. "No me interesa" le había respondido él. Esa noche, María Rosa no durmió. Estaba enfurecida y desconcertada. No le parecía posible que el Irala, con la

animalidad que ella podía intuir que lo habi-taba, no se detuviera un instante a conside-rarla como todo el resto de los mortales mas-culinos la consideraba.

Mandó a averiguar si era casado, si vivía con alguna mujer, si le interesaba alguna mu-jer o “si era así de raro, nomás”. Porque ella sabía el estrago que hacía en los machos me-jor plantados y éste, no la consideraba ni si-quiera para preguntarle el nombre.

“Maldito orgulloso” mascullaba en la intimi-dad, mientras Nieves le cepillaba su esplén-dido cabello “¿Juegas, eh? … Ya te veré venir como un perrito a que rasque tu cabecita…”

La respuesta de Bravo, su capataz, que an-duvo de averiguaciones hasta que ya no le asistieron dudas fue: “es de raro , nomás”. Y le contó lo que el pueblo decía y que ella ya ha-bía oído. “Una gran cantidad de fábulas inúti-les, en las que no cabe la mirada de los ojos del Irala” lo cortó María Rosa, porque la fasti-diaban los inventos de las comadres.

Fabricó toda clase de excusas y reuniones. Cursó todo tipo de invitaciones a fiestas y convites. Reunió cien veces a la más rancia sociedad de Villarrica, intentando unir el agua y el aceite.

El nunca llegó. Apostó vigías que le avisaron si aparecía por

el pueblo. Pero cuando ella llegaba, él ya no estaba.

La cacería se volvió una obsesión para Ma-ría Rosa, que no hallaba resignación. Para ella era absolutamente imposible no poseer lo que

se le antojaba. Y más imposible aún le resul-taba entender que lo que se le antoja no tuvie-ra interés en ser de ella, que era el objeto de deseo de todos los hombres de Villarrica.

Cuando uno de los hombres de Bravo llegó diciéndole “que al caballo del Irala se le aflojó una herradura y está en lo de don Berto, espe-rando que se la compongan”, María Rosa salió corriendo.

Desde la boca de la calle lo vio. Estaba sentado en unos maderos, distraído

en quién sabe que pensamientos, jugando a arrojarle piedritas a las gallinas que comían granos esparcidos y aburrido de esperar que llegara el herrero.

María Rosa avanzó por la calle, fingiendo una casualidad.

Pasó frente al Irala y dudó si detenerse a sa-ludarlo o jugar su juego de indiferencia.

–¿Andas de apuro , doña?... –escuchó ella que le decía él, mientras iba pasando y sintió de repente el tirón firme en su brazo, que la atrajo violentamente.

Casi la arrastró al interior del galpón, donde se agolpaban piensos y caballos y caía un sol a monedas sobre el aire brillante en el que danzaban partículas de polvo.

–¿Estás detrás de mi … o me parece? –le preguntó el Irala, mirándola con una sonrisa maliciosa.

–¿Cómo se te ocurre? –protestó María Rosa, intentando desasirse de las manos que la su-jetaban con fuerza contra el cuerpo moreno, sin permitirle muchos movimientos– Suél-tame, bruto… ¿Qué te está sucediendo?

–Lo mismo que a ti –le respondió el Irala y la acorraló contra los fardos de pienso.

Se le apoderó de la boca, de los pechos er-guidos que temblaban, de las nalgas bajo las faldas y los calzones, como si ella no tuviera voluntad.

María Rosa lo sentía adherirse a ella, pegar-se frotándose. Su olor a animal, a jugo verde, a

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limón y gramilla, se fundía con sus perfumes caros, mientras se mezclaban sudores y ja-deos calientes encima de las bocas y salivas y lenguas.

–¡Suéltame! –exigió, porque le pareció que le estaba regalando demasiado territorio al invasor y permitiéndole un avance desorbi-tado sobre ella, que deseaba el privilegio de avanzar sobre él y conquistarlo.

Irala la tomó por el cabello con una mano y por el mentón con la otra. María Rosa sintió los dedos hundiéndosele en las mejillas y los ojos quemándose en los suyos. Peleó.

Nunca la habían maltratado. Nunca la ha-bían sacudido por el cabello como ella remec-ía a sus sirvientas. Nunca la habían sujetado hasta casi ahogarla por el cuello, como ella había visto que Bravo le hacía a los díscolos. Y nunca la habían sometido por la fuerza.

Se arqueó, con un gemido largo de animal malherido, ya sin forcejear contra el cuerpo violento que se hundía en el suyo.

Le diría luego a Nieves, mientras se quitaba los restos de polvo y pienso de la piel, que-riendo arrancarse el olor a hierba y a limón, que “definitivamente ese es el varón que quiero”.

Cuando la soltó, María Rosa todavía temblaba. El placer le estremecía las entrañas y los la-

bios y le agitaba de gemidos la respiración. Se recompuso, acomodándose las faldas y el cabello y volviendo a ajustar a sus formas el corpiño.

Sentía los labios hinchados y mojados de be-sos. Le ardían los pezones erguidos y entre las piernas le palpitaba el sexo un estremecimiento que le chorreaba jugo por los muslos.

El ni siquiera se ocupó de ella . Se fue hasta el barril de agua y metió la ca-

beza para empaparse los cabellos, levantán-dolos después con una sacudida, mojados. Se le adhirieron a la nuca y al rostro.

María Rosa no supo que decir.

Salió casi corriendo del galpón, llevándose como una estela el olor a limón y la brujería de los ojos.

–Oye María Rosa...Cuando quieras… –escuchó que le decía él, riéndose, mientras le arrojaba una piedrecilla brillante, como a las gallinas del herrero.

María Rosa se detuvo. Iba a responderle alguna cosa. A jurarle

venganza o a mirarse otra vez en sus ojos. No pudo hacer ninguna de esas cosas. La furia se le quedó atragantada cuando el

caballo gris pasó al galope a su lado, develan-do que las reglas del juego eran distintas.

El detuvo el caballo varios metros adelante y la miró subir desde arriba la callecita empi-nada y terrosa.

Cuando la tuvo cerca, empezó a darle vuel-tas alrededor, en un alarde de rienda, obsta-culizándole los pasos y el avance.

–¡Basta , maldito seas! –le gritó María Rosa, deteniéndose al fin, atrapada en el círculo del caballo que le daba vueltas y vueltas en-cerrándola.

–Sube…te llevo… –le dijo él y la arrancó del suelo en la curva de su brazo, para acomodar-la de través en la montura, como si la raptara. Ella aceptó el brazo fuerte alrededor de su cintura y se acomodó contra el pecho caliente.

–¿Te regresaron los modales, animal? –le preguntó.

Los ojos de negros la miraron. No le respondió. El caballo entró al pueblo bajo la resolana

del fin del mediodía y se detuvo ante el am-plio portal de la casa, que en el centro del par-que se veía enorme y magnífica.

Como la había subido a la montura, igual-mente la depositó en tierra.

Ella quiso decirle “quédate, no te vayas” pero solamente lo miró, alejándose al galope por el mismo camino. ◣

Por Alejandro Pérez

Título: La quinta estación

Autor: Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Publicado: 2003

Género: Poesía

Editorial: Libros En Red

Idioma: Español

Páginas: 248

ISBN: 9871022840

ISBN-13: 9789871022847

Un libro de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

I se me permitiese una metáfora elo-cuente, tendría que decir que la poesía es una flor que esparce en el otoño de sus sueños los pétalos crucificados de

una vida anclada en el vacío, en la nada de ser alguien que sabe que está condenado a vivir en el sufrimiento o, mejor dicho, a mo-rirse varias veces sin que pueda hacer nada por evitarlo. "Pobrecita raza, pobrecita huma-nidad, que nace llorando / y que debe apren-der a reír, porque no ríe al nacer." Si tuviera que pensar lo que uno siente, si no tuviera que sentir lo que uno piensa, si la historia no fuese más que un presente que uno sueña, donde el olvido no fuese más que el refugio de una memoria malherida por las garras de un beso, si la verdad, como un racimo de

pétalos, se derramase entre mis manos y, en-tre el sí y el no, bostezara la flor de un senti-miento, si todas estas hazañas se dieran al unísono, al autor de este libro de poemas no le quedaría más remedio que claudicar con estas palabras suyas: "Qué sería de mí, de vos, de nuestras cosas si yo / tuviera que pensarlo todo antes de hacerlo." Y es que la poesía se siente por encima de todo, late en la mano nerviosa por la emoción de quien escribe unos versos, se disfraza de luciérnaga para alumbrarnos en la tristeza acomodada de la soledad, detiene el reloj pausado de un co-razón que madruga en el corazón de la noche donde el amor da sentido al sinsentido de la existencia humana y cae rendido ante los pies de un mar que duerme la ausencia, que busca lo que no tiene y quiere, que se busca a sí misma entre el eco lejano de dos olas, entre la distancia de dos orillas opuestas, entre el

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rumor nocturno de una espuma muerta de risa, muerta de sueños, muerta de soledad. "Un corazón a distancia que escucha lo que escriben nuestros dedos / una terraza sola, vigilada por estrellas, traicionada siempre por un nuevo día". "La mañana se anticipaba de-masiado al dolido despertar / de ojos entre-abiertos."

Silvio Rodríguez Carrillo deshoja las páginas de La Quinta Estación por medio de 5 pétalos que caen desmayados en el papel: Maitines, Laudes, Guerra, La quinta estación y Piedras y arquitectos donde los poemas van despertán-dose a la vida y la vida del poeta va des-granándose verso a verso, pétalo a pétalo. Las esperanzas de la vida quedan depositadas en un futuro mordido ya por la colilla del tiempo que se tumba a pierna suelta sobre la inocen-cia virgen del hombre en minúsculas, que se lanza al mundo sin casco y con la única pro-tección de un alma desnuda con el fin de que pueda latir en otro cuerpo, bucear en las aguas de un desconocido y reflejarse en el espejo herido del dolor sin darnos cuenta. Es el hombre quien se busca a sí mismo. "Sabrías darlo todo por nada"."Sólo existe lo que aún no está, lo que se busca". Ese desconocido puede ser el mismo autor que dialoga con el silencio, con ese yo que perdió hace años, pero que recupera siempre gracias a la nos-talgia, al desengaño y al café de las tardes que son muy afines porque ambos quitan el sueño y por la noche crece el germen de una fe que no cree en nada, ni en nadie y mucho menos en el mundo y en el hombre. El autor se refu-gia en el almanaque de la noche y en un mundo de palabras que atropella las páginas de su vida. "Es un ejercicio que me corres-ponde / hilar no las palabras, sino sus inten-ciones". Pero debe enfrentarse a la desconso-lada realidad, despertar y afrontar el desafío del día, de un yo solitario que nos acusa a no-sotros, que apunta siempre a los ojos. La idea

del tempus fugit revolotea por el aire como un ave que empieza a volar en una zona de ca-zadores. La vida es una muerte que no llega a matarnos del todo. "El tiempo ha dejado de ser lúdico". Y el poeta ha dejado de ser pasivo. Es un inconformista anclado en la paradoja, recurso que emplea para de algún modo dar forma a ese halo de incomprensión y de con-fusión que es el mundo y la vida. No le queda más remedio que vivir contracorriente. Dirige su mirada hacia ese hombre que tiene que mentirse a sí mismo para encontrarse con el niño inocente que fue, que busca el consuelo de la noche, donde se cierran los ojos a la rea-lidad y se abren al sueño. "Así tu imagen en la memoria, la memoria en el recuerdo / como un cuadro instalado en una pared rota".

El llanto de la lluvia no cesaba en ese em-peño de morir ahogado donde el amor es amigo del recuerdo y de una soledad que me recuerda a una espalda huida y esa espalda me dice adiós. Amar y amarse, amar y ser amado. Este principio conlleva a una doble salida: la condena del amor y la salvación de ser amado. "Hay una sonrisa que he perdido (...) Yo me pregunto dónde estarás cuando la recobre". "Y el corazón por fin dudó de seguir hablándole a los labios". Porque todo tiene su precio, aunque el corazón no se vende, se deja matar por una causa noble.

Silvio Rodríguez es un poeta que no está de vuelta de nada, sino que su vida es un conti-nuo viaje en el que aprender a vivir es su ob-jetivo. Las pequeñas cosas nos hacen gran-des, afirma con la boca llena, y la posesión es la cruz de una cara llamada búsqueda. Se es-cuda en el silencio de no callar lo que uno siente, de no sentir lo que calla, porque su alma sale valiente a la calle, da la cara ante la vida y sus circunstancias y se enfrenta a un verso desnutrido por la palabra. ¿Derrota o pérdida? Tan sólo Carpe Diem: "Se me pudre la boca de tanto callar". Hablemos. ◣

Por Isabel Reyes

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N Bosnia Herzegovina la primave-ra es una broma. La noche se ha cerrado y es nieve lo que cubre el escaso paisaje a través de las ventanas sin crista-les. Nuestra vista no alcanza a ver

más que la nieve. El fuego cruzado rompe el silencio. —¿Qué pasa, Enver? – le pregunto. —No debes preocuparte, es una boda. Y dejo que me mienta. Un disparo, diez segundos. Veinte más y

otro disparo. Yo busco protección entre sus brazos. Desconozco si tiene el miedo que yo tengo.

Mi temor de mujer —porque ya no soy médico en el momento del miedo urgente y agrio—, es un apenas en los brazos de un hombre. Pero al miedo no le importan los detalles.

He aprendido del miedo a tener miedo. Del disparo, la muerte. De la explosión, los restos mutilados.

Y ahora estoy a su lado, protegida en su pe-cho, mientras nos acribillan los que matan.

Me tumba entonces con la brusquedad que da la urgencia.

La piel sabe cuando sí, con quien sí, cómo sí, pero desconoce el impulso que la guía.

Nos besamos hasta el cansancio de las bo-cas.

Y estas cosas olvidan su porqué. Entre sus brazos que tiemblan con las balas,

me sostiene a mí que también tiemblo. No hay nada que decir.

Cuando el combate arrecia, el minuto en que se piensa o no se piensa, pasa a ser el último minuto.

El miedo es un testigo que no habla. Pero un hombre y una mujer son dos sobre-

vivientes sobre el suelo. Cuando todo cesa, me susurra: Doctoriza,

hemos parado la guerra. ◣

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Mi terraza es una enfermiza primavera cua-jada de invierno. Reducido espacio de madera y cristal.

Una silla delante del PC como un verano muerto y esquelético. Una cinta de andar es-perando la herrumbre del olvido. Los macete-ros abiertos al aire de abril son eriales rectan-gulares. Y piedras, cosas olvidadas y una li-brería incoherente.

Han pasado muchas noches sobre todo ello y hay todavía un frío muerto en mi terraza como un pájaro gris caído de lo inhóspito del mundo. Cruzan los cristales unas líneas du-dosas que empequeñecen el paisaje y miden el vacío dando una nueva dimensión al fir-mamento.

Mi terraza es la vida arrinconada, el hueco de un verano, el hueco de mí misma. Y estoy aquí detrás de los cristales, pero tampoco es-toy, el pensamiento va por otras vías ahora que el verdor ha huido de los maceteros so-plado por una boca oscura.

Un reducto de letras y de muerte por el que me muevo hablando sola. La soledad como un naufragio.

Es mi ataúd abierto festoneando de polvo el fracaso de mi vida. ◣

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¿Qué es la poesía sino un deslumbramiento,

compañero? Porque la vida es un minuto que brilla, una alegría que transcurre, el vuelo su-til de los pájaros, el gesto de unas manos, el aire fresco contra la cara, que bullidores, van y vienen, vuelven y tornan a llegar desde den-tro y fuera de la palabra. Acuérdate de lo que te digo.

Pensabas que los versos eran solamente envoltorios, dedalillos de coser en los que cabían únicamente las lágrimas, arroyos para las avemarías con sueño, cajitas para signifi-car, nada más. Pero antes de todo fueron aguas abismales.

La poesía entró por libre en nuestra existen-cia y el día que enmudezcamos habremos muerto. Las palabras son excesivamente en-gañosas. No sirváis a nadie que se os pueda morir.

Después, a base de espigar en los campos de las palabras, hemos sabido que es cuestión de escuchar. Todas las palabras van, desde el primer latido emocionado en procesión. Gra-duales como los salmos.

No paras de estarte a ahí sobre la mesa dale que te pego a la máquina de escribir. Se te va a desorientar el sentido y la conducta como no salgas a darte una vuelta.

Tiramos muchos escritos a la papelera, pero las palabras quedan esculpidas sobre los de-dos anchos del pantocrátor de la memoria. Tal vez la poesía no nos lleve a ningún sitio, pero ¿qué es al fin la poesía sino un grito de auxilio, un peldaño más en la escalera que sube hasta la azotea para contemplar el ama-necer? Hay noches y noches, eso es cierto. La poesía, que os quede constancia, destruye todo lo malo de algunas noches. ◣

Por Jordana Amorós

Aovillarme es todo lo que hoy me pide el cuerpo. Sumirme en el placer del nihilismo. Vivir... Vivir sin más, sin molestarme en buscarle un por qué al hado absurdo de existir masticando la congoja de ser burda materia que suspira por trascender, por ser iridiscente aleteo en el aire, que trastoca universos perdidos y es pálpito que crea el caos necesario. Entregarme a la plácida desidia de respirar, gozando del instante lo mismo que la hierba, que se esponja bajo la carantoña de la lluvia y agradece cualquier deleite mínimo que sin querer la vida le regala. Ser solamente un ser elemental, emancipado de sus mil soliloquios, que rumian soledades y agravan el silencio con ecos de derrota. Regresar al estado venturoso que tenía en el vientre de mi madre donde un don de quietud era infalible. Y dejar de pensar... Y dejar de sentir, si se pudiera.

Alguna vez tenía que llegar a reclamarme el día de los lúcidos. Hoy sí voy a mirar de frente, por fin voy a atreverme a vislumbrar lo que vale la pena, a dejarme tentar por el peligro de la vida exultante que deflagra ante mis ojos secos. A subvertir la historia y a lograr que campen a sus anchas en tropeles las mariposas blancas sobre mis prevenciones. Porque yo sí que sé qué color tiene el miedo, pues lo he visto enturbiarme el fulgor de la mirada. Astillarme en los labios la sonrisa, asaltarme el latido, hasta volverlo una insana cadencia que acongoja y abruma el corazón. Porque yo sí que sé cuánto puede pesar sobre los párpados un tenue velo de desesperanza. Voy a mirar de frente, a buscar la verdad, esa que dicen todos, que siempre duele y que nos hace libres. Valdrá la pena desangrarse a cántaros, llorar sobre las ruinas que contemplas y redimirte en tus contradicciones. Y ver cómo amanece más luminosa y clara la mañana.

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No se entretiene el viento en la cintura del sauce, ni se enreda en su ramaje, los acaricia, en breve travesura, con sus dedos de brisa y sigue el viaje. No se ensimisma el río en el celaje de su orilla bucólica, procura discurrir, susurrándole al paisaje, hacia la mar, buscando otra aventura. Los astros, suspendidos en el cielo, no saben de quietud, son un revuelo de azares enfrentándose a su suerte. ¿Y quieres tú, espíritu inaudito, contrariar el designio de este rito del cambio universal y detenerte? Sabido es que lo inerte lleva sobre la frente un nombre escrito con escarcha y es muerte, muerte, muerte.

El aire, ese es ahora el mortal enemigo que se empeña en faltarnos, que se obstina en ahogarnos con saña en el silencio supurando congoja, al tiempo que proclama su triunfo incontestable trayendo mil virtuosos olores añejados, que van acuchillando la memoria. Ya no cabe, por mucho que se apriete, el hondo desamparo en la estrechez del pecho ni alcanza la tristeza esconderse en los ojos de cuévano y estanque. El abandono deja la piel, tibia añoranza del tacto , al descubierto; la soledad la acecha de frío a dentelladas. Y este extravío extremo de manso corazón que en cada rostro te busca a su pesar... El desamor es este perro flaco empecinado en pasarse las noches contándole sus penas a esa Luna de luz desangelada por si acaso se digna a contestarle. No queda ni un rincón en el que guarecerse de tanta indefensión desasistida, de tanto desconcierto.. Estupor desvalido, ferocidad inerme ,desdicha sordomuda, que acaba por volverse indiferencia No hay desdicha mayor que un desconsuelo, que ya agotó sus lágrimas y al que ya no le quedan más ganas de llorar.

Por Gavrí Akhenazi

¿Qué sabemos acerca de Leonardo Da Vinci? Que fue un gran genio, que pintó La Gioconda y La última cena. Pero no sólo fue un pintor, también fue ingeniero, arquitecto y anatomis-ta.

Lo imaginamos un hombre con una perso-nalidad absorta, abstraído, meditando acerca de sus complicados experimentos. Pero no era esa su personalidad, en realidad, Leonar-do, era un hombre con los pies sobre la tierra, lleno de sentido común y consciente del en-torno que lo rodeaba, como del tiempo en que le tocaba vivir. No por nada fue la “gran” figu-ra del Renacimiento, período que marca el

nacimiento del mundo moderno. Tanto fue así, que mientras trabajaba, como

Maestro de Banquetes (una de sus más queri-das profesiones), para Ludovico Sforza, Go-bernador de Milán, observó el comportamien-to del Gobernador y de sus invitados en la mesa. Leonardo redacto uno de los primeros catálogos de “Modales y usos en la mesa”, donde aconsejaba y reflexionaba:

“... me parece indigna de los tiempos pre-sentes la costumbre de Mi Señor de limpiar su cuchillo en la ropa de sus compañeros de mesa. ¿Por qué no lo hace, como el resto de los miembros de la corte... en el mantel?”

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“…Hay ciertos procederes indecorosos que debe evitar todo invitado, y

para esto me baso en las observaciones que realicé a lo largo de los últimos años:…”

Ningún invitado ha de sentarse sobre la mesa, ni de espaldas a la mesa,

ni sobre el regazo de cualquier otro invitado. Tampoco ha de poner la pierna sobre la mesa. Tampoco ha de sentarse bajo la mesa en ningún momento. No debe poner la cabeza sobre el plato para comer. No ha de poner trozos de su propia comida de aspecto desagradable o a

medio masticar sobre el plato de sus vecinos sin antes preguntárselo. No ha de enjugar su cuchillo en las vestiduras de su vecino de mesa. No ha de limpiar su armadura en la mesa. No ha de morder la fruta de la fuente de frutas y después retornar la

fruta mordida a esa misma fuente. No ha de escupir sobre la mesa. Ni tampoco de lado. No ha de pellizcar ni golpear a su vecino de mesa. No ha de hacer ruidos de bufidos ni se permitirá dar codazos. No ha de poner los ojos en blanco ni poner caras horribles. No ha de poner el dedo en la nariz o en la oreja mientras está comien-

do. No ha de hacer figuras modeladas, ni prender fuegos, ni adiestrarse en

hacer nudos en la mesa (a menos que mi señor así se lo pida). No ha de dejar sueltas sus aves en la mesa. Ni tampoco serpientes ni escarabajos. No ha de tocar el laúd o cualquier otro instrumento que pueda ir en per-

juicio de su vecino de mesa (a menos que mi señor así se lo requiera). No ha de cantar, ni hacer discursos, ni vociferar improperios ni tampo-

co proponer acertijos obscenos si está sentado junto a una dama. No ha de hacer insinuaciones impúdicas a los pajes de mi señor ni ju-

guetear con sus cuerpos. Tampoco ha de prender fuego a su compañero mientras permanezca

en la mesa. No ha de golpear a los sirvientes (a menos que sea en defensa propia). Y si ha de vomitar, entonces debe abandonar la mesa.

Extracto del Protocolo de Ceremonial redactado para Ludovico Sforza por

Leonardo Da Vinci

Por Juliana Mediavilla

N la revista anterior, trataba yo de demostrar, a través del análisis de dos poemas de un contrapunto, las dos vertientes que se podían ver en ellos: por una parte la fantasía, la

evasión a través de la magia de otros mundos y por otra la humanidad, el mundo de los sen-timientos y las emociones. Pero ese contra-punto también nos muestra el ejemplo de una relación amorosa.

En ese tema se centra hoy mi análisis, par-tiendo de un pequeño muestreo de fragmen-tos de diferentes contrapuntos.

En los foros, concretamente en Ultraversal, se intercambian de forma natural los afectos. Partiendo del amor, palabra polisémica por excelencia, que incluye muchas acepciones, tendríamos también el compañerismo, la amistad, el cariño, la empatía...

La constatación de este hecho me ha ido sorprendiendo porque es algo observable y muy importante dentro de las relaciones humanas no "presenciales". Supongo que ya

habrá sido objeto de estudio, de más de una tesis doctoral, de más de un ensayo y, por qué no, materia novelable para cualquier escritor que quiera hurgar en el complejo mundo de este tipo de relaciones.

Tomo el primer ejemplo del Foro de Arte menor, de un contrapunto entre Morgana de Palacios y Gavrí Akhenazi, ambos asesores. Han mantenido contrapuntos "históricos" y son los exponentes más claros de la llamada "Poesía del arrebato". Éste se fraguó debido a una larga ausencia de Gavrí en el foro, a su regreso, y a partir de un poema de Morgana. El título del contrapunto es "Agua y acero":

Aguacérame los ojos hasta que me abra de ideas y con paso resoluto cruza despacio mi lengua que, a los gritos, anda loca por la calle de tu ausencia. Morgana

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Mujer no pidas por mí desde el borde de la ausencia. Mujer, no pidas por mí desde tus fieras almenas, porque si tu boca llama tu palabra me atormenta y una cadena de llanto a tus manos me encadena. Por aguacerar tus ojos mis ojos se me aguaceran. Sombra que viaja en mi sombra, conmigo te has vuelto errante y yo me he sentido dócil por tu fe de acompañarme con tu mano en mis heridas y con tu carne en mi carne. No me dejes solo, sombra. No permitas que te espante. Gavrí Mi sombra junto a tu sombra como dos pájaros negros, avizoran horizontes de amor que son un misterio. La fuerza del corazón nos ha elevado del suelo y el enigma está servido hasta lo que aguante el cuerpo Morgana Vemos en los versos de ambos ese inter-

cambio de afectos, aunque escrito desde la sencillez del romance, las voces son fuertes y se debaten entre la llamada y la imprecación, creando y recreando palabras:

Aguacérame los ojos Morgana Por aguacerar tus ojos mis ojos se me aguaceran Gavrí

En muchos de sus contrapuntos se utilizan expresiones del campo semántico de la pa-sión amorosa. Vemos que aquí también apa-rece explícitamente el amor. Son muy repre-sentativos dos versos de Morgana que nos acercan a ese amor:

La fuerza del corazón nos ha elevado del suelo Que nos hablan de un amor que se ha ido

forjando en la distancia a través de la palabra: un darse y contenerse en la palabra. No es una poesía amable que se centre en una rela-ción armónica. Las voces casi siempre son broncas, desgarradas, y los escenarios tortuo-sos, que nos muestran muchas veces situa-ciones al límite.

Detrás de ese sentimiento amoroso-pasional, se intuye una entrega espiritual ab-soluta, retomando las palabras de Morgana, una verdadera elevación, una comunión, un profundo hermanamiento en la distancia.

Un segundo ejemplo está tomado del con-trapunto “Papelera de reciclaje”

que mantienen hace tiempo Joan Casafont y Silvana Pressacco, océano Atlántico de por medio:

Sé que vendrás cargada de nubes y de soles pertinaz forjadora de cielos y de versos. Encontrarás mi calle, mi luna y mi tristeza

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y pintarás sonrisas de luz verbeneante entre la comisura de mis labios, prisión de esas palabras encerradas que malhieren el alma. Joan Ya lo ves soy desembocadura y soy embalse bajo un cielo que es cielo con todos sus matices. Podés fluir tranquilo hacia mis aguas. Cómo no voy a escucharte. Si me seguís debés estar dispuesto a recorrer pasillos de locura, apostar al desorden y encerrar el encierro con tus llaves. Silvana Aquí en esta ciudad domina la locura, las calles son relojes que a veces llegan tarde, las casas son etapas de cemento que se van repitiendo a lo largo del año, el mar es un espejo que nunca está aburrido y el cielo son tus manos cuando escriben poemas. Joan Puedo jugar a ser adolescente porque ya no entretiene ser adulta entre adultos horribles. Por vos, puedo olvidarme de lo que nunca olvido y perdonarme lo que no perdono, puedo permanecer en una esquina

y esperarte las horas que nunca cedo a nadie mientras mastico pedacitos de uñas y una oración para que no demores. Silvana Encontramos en este contrapunto dos voces

bastante diferentes: por una parte Joan de ten-dencia más pesimista, con planteamientos exis-tencialistas, a veces hace incursión en el surrea-lismo pero sin perder de vista lo cotidiano.

Silvana es más positiva y más clara en la expo-sición del sentimiento, pero con el vuelo necesa-rio para defender poéticamente el intercambio.

Han llegado ambos a un perfecto acoplamiento poético y afectivo. El afecto está presente en todo el poemario, pero clasificarlo es arriesgado, aun-que sin duda aparece el amor en cualquiera de sus múltiples ramas: “y el cielo son tus manos cuando escriben poemas”, dice Joan. A lo que contesta Silvana: “y esperarte las horas que nun-ca cedo a nadie/mientras mastico pedacitos de uñas…” Juzguen ustedes.

El tercer ejemplo no se encuentra en ningún contrapunto, sino en el poema de Mercedes Carrión “Los pies en el umbral”, colgado en el Foro de Verso libre y verso blanco. Máximo Pérez-Gonzalo tiene por costumbre contestar en verso y Mercedes no deja poema sin res-puesta, produciéndose así un notable contra-punto, cuya corriente afectiva fluye clara y natural:

Que alegría saber que aún estas viva en la algazara de tus versos sólidos, laurel de centenarios horizontes donde tu hilván se cruza con mis dedos. Garza de siemprevivas que apostaron la gracia de tu sol, sol que deslumbra mi intimidad sacramental y austera en los umbrales de mis noches largas. Max

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todo cuanto seremos se contiene tan solo en la lectura del pretérito así entiendo los salmos de tu boca lo sabio de tu aplomo la bondad que respiras la frescura la gracia y el valor siempre sereno que apuestas a la vida nada podría darte que no tengas nada de mis castillos en las nubes del caminar sonámbula en pos de los recuerdos cuando en la madrugada no soy nadie Mercedes Nada importa tu dádiva altruista y generosa, tu casa y tu jardín anaranjado, el precio de tu alcoba o el salitre de la brisa del mar en tu ventana. Pero me das tu voz con la frescura de un sol que me protege, un pentagrama de fuego y aire en la coral que alivia mis noches de pasión y de tristeza. Max que mi voz llegue a ti donde la esperas en brazos de mis horas más livianas ungidas del aroma del jardín donde se abren promesas cada día del color del futuro que te atañe sin duda y compartimos la lluvia nos abraza y fortalece Mercedes Dos voces singulares, dos poetas de altu-

ra, cada uno en su estilo. En Máximo des-

tacan esos versos de corte clásico y trazo tan personal, inconfundible en la lectura. Los versos de Mercedes tienen la textura de una voz que se ha ido formando, conso-lidando y adquiriendo su propio sello.

Con esta pequeña muestra podemos ver sin duda esa corriente de cariño que se crea entre los dos, unidos ambos por el en-torno natural desde el que escriben: el hombre de las montañas palentinas, que decide vivir lejos del mundanal ruido, co-nocedor del campo y sus secretos, maestro de la vida. Por otra parte, la mujer que se refugia en las montañas de l’Empordà para escribir y que tiñe sus versos de ese paisaje que la envuelve, sabia y sencilla, observa-dora del entorno y de la vida. Tienen am-bos una temática interminable en la que se mueven con soltura: la fauna, la flora, las estaciones, los vientos y, sin duda, ese ca-riño que aflora como puede observarse en la lectura de sus versos.

Los afectos no solamente se manifiestan en los versos, también en los comentarios y en las respuestas, que ofrecen una visión muy clara de esas relaciones virtuales.

Hay muy buenos contrapuntos que se han quedado en el tintero. Aquí intento desta-car, a modo de apunte, lo que desde hace tiempo vengo observando. A título personal puedo presumir de numerosos amigos en mi mundo virtual que se reduce al Foro Ultraversal y soy consciente de cómo se han ido consolidando estos afectos. Cada uno es bastante lo que escribe y las impos-turas se delatan en los poemas. De ahí que yo presuma de dos familias que comparto de forma paralela: mi familia real con la que convivo a diario y mi familia virtual con la que intercambio versos y afectos y que también es una parte importante de mi vida. ◣

Por Jorge Ángel Aussel

«La ley básica del capitalismo es tú o yo, no tú y yo».

Karl Liebknecht

En la Matrix macabra del cinismo somos mitad humanos, mitad clones fraguados bajo estandarizaciones que representan al capitalismo. Como trágicos títeres del mismo nos debatimos entre las nociones del ser y del tener más posesiones, enajenados por el consumismo. Importa más que ser, el parecer, aunque esto signifique perecer, pasando de ser alguien a ser algo. Como es una película animada, en Matrix lo que tengo es lo que valgo y no soy nadie si no tengo nada.

Esta fiera volcánica que explota en el trémulo estero de mi mente se ciñe a la razón intransigente de tener la razón que nos derrota. Soy amo de la furia y soy mascota de la herida que causa mi tridente cuando lame las tripas de la gente nutriéndose del daño gota a-gota. Estoy viciado de beber mis noches en un coctel cargado de reproches por mi comportamiento encarnizado. Y es que en cuanto vacío las botellas vomito en el vacío las estrellas de mi arrepentimiento atragantado.

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Un poema de amor que me lacere como un escupi-tajo en la mejilla, de esos que son hijos del desprecio y madres meretrices de la angustia. Un poema de odio que me escueza como un ají picante en la garganta, de esos que son ácido sulfúrico cuando muerden la carne del espíritu. No un poema de amor indigerible donde las heces huelan como rosas y sean siempre suaves los c-olores. No un poema de odio en que procures lanzar tu anfibológico venablo siendo indulgente con Jesús y el diablo.

Un toque de locura es razonable y muy poca razón, una locura, aunque sea mal vista la cordura que amplía nuestra sombra deleznable. A veces la persona más amable cubre su fealdad con hermosura, y quien viste el disfraz de la tortura nos salva de una vida miserable. La criatura que nace saludable instaura en su país la dictadura, se vuelve intransigente e implacable y aplica una mordaza a la cultura. Si busca una verdad incuestionable, no juzgue al bollo por su levadura.

Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

A violencia es para él, en primer término, un lenguaje, un modo de ex-presarse, una manera de cuestionar, responder o afirmar. Una pelea a trompadas entre niños por la defensa

o el intento de conquista de un juguete —ajeno para ambos contendores—, o por la de-fensa o conquista de un pedazo de patio de recreo —del que nuevamente ninguno es pro-pietario— es solamente hablar con otros me-dios. Ya en una segunda interpretación, la violencia le significaba energía puesta en movimiento, intensidad manifestada a través de un grito que putea, carajea y busca ofender cuando no humillar al receptor de turno. Ma-nifestación que, como en la primera instan-cia, normalmente lo que busca es defender o conquistar. Así, cuando el gerente le dice bu-rra a su asistente porque ésta ha redactado una carta con errores gramaticales, cuando el maestro trata de animal al alumno que yerra por falta de atención o incluso por incapaci-dad congénita, hay detrás el deseo de con-quistar lo correcto. Y cuando la asistente le responde al gerente que hay que ser imbécil para tratar a una persona de burra, cuando el alumno le dice al maestro que sólo un idiota se pone a enseñar a un animal, es cuando se da la defensa del territorio intelectual que dominan, que conocen, y entonces hay que ver cómo sacarlos de ahí.

Ahora bien, ¿y cómo explica él el tiempo de los gladiadores? Para él, aquello de la violen-cia por satisfacer a tal o cual grupo es simple y tristemente una degeneración de la con-cepción original. Esto es, gente que conquistó o que salvó un territorio —cualquiera sea es-te— por medio de la violencia puede llegar a confundir la satisfacción de lo conquistado o defendido con éxito, con el medio en sí. Ex-

trapolando, gente que es feliz comprando una casa, antes que teniendo una casa. Pero claro, todo esto siempre dentro de los planos de la tercera dimensión, dicho sea.

Por otra parte están los que por a o b han desarrollado la capacidad de accionar violen-tamente y sin errores, en un principio quizás obligados a la defensa, luego quizás obligados al ataque. Una vez que las destrezas han sido adquiridas —y aquí los no violentos deben saber que el adquirir estas destrezas es un proceso muy doloroso a nivel físico como mental y emocional— el poseedor de las mismas puede comerciar con esta habilidad. Y así tenemos a los guardaespaldas y a los que buscan liqui-dar a quien protegen los guardaespaldas, a los policías y a los ladrones, a los ejércitos y a los mercenarios, a los que raptan y a los que res-catan, e incluso a los ángeles y a los demo-nios, ya que estamos. Aquí también hay que considerar que hay un trasfondo metálico, como ocurre en la final por el cinturón mun-dial de pesos pesados de boxeo.

Y como se ha mencionado la frase "ya que estamos", partamos de la redundancia de ella para indicar la existencia de la magia blanca y la magia negra. Y aquí tenemos al hechicero que con siete fumadas poderosas te recupera la pareja en seis horas, como también al brujo que con un sapo le causa la muerte a un pobre tipo, o que consigue exactamente lo contrario del hechicero anterior, separar a una pareja en seis horas. Por supuesto que ya en este nivel, que roza salirse del plano de la tercera dimensión, ya muchos apartarán la vista aún cuando la lógica anteriormente expuesta ca-rezca de ningún tipo de error —y que es lo que molesta, en demasiados casos—, sencilla-mente porque aun cuando les sea sencillo asumir que dos o doscientos tipos se maten en un circo para alegría de un millar de faná-ticos, no son capaces de asumir con la misma gracia que puedan hacer lo mismo —o incluso cosas mejores y/o peores— unos tipos que sólo usan velas, plumas y rezos. ◣

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A chichería era de muy mala muerte, gente pobre en apariencia y en gus-tos, claro está, pero cargada de mone-das. Un local lleno de luces desorde-nadas que parecían buscar generar un

caos antes que una mínima decencia al mo-mento de iluminar. De pronto un foco azul, y a los dos metros un foco rojo, y luego otro ver-de, y otro más allá pero amarillo. Mesas re-dondas, con lo incómodas que son, y con lo feo de los manteles agujereados, blancos de blancura escondiendo la suciedad de grasa y cenizas de cigarrillos y trago derramado por virtud de todos los focos mintiendo estúpi-damente una suma de luces enalteciendo la superioridad del cálculo diferencial por sobre el cálculo integral.

Seis metros al frente de la puerta de entra-da, sentado y dando la espalda a la pared, Chichimali bebía su chicha. Dos negritas lo flanqueaban y, enfrente, acompañándolo duro y parejo en el arte de beber porquerías —que alguna vez fueron néctar de sacerdotes— uno de sus fanáticos, uno de esos paralíticos almáticos que por gracia y altísima sabiduría bondadosa —of course— del mago/brujo, de paralítico pasó a cojo, luego de una serie de ceremonias con las que Chichimali logró eli-minar el trabajo que otro mago/brujo hiciera sobre la existencia del ahora juramentado devoto del gran Chichimali, humilde hacedor de milagros.

A la derecha de la mesa de Chichimali, tam-bién con la pared detrás, él luce el brillo inne-

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gable de unas pulseras de oro de grueso cali-bre triunfando sobre la sorda lucha de los fo-cos coloridos. Por dentro de la v que delinea su camisa blanca desabotonada, un juego de tres collares también de oro, cada uno con un crucifijo, parecen señalar su fe, como también el desprecio hacia la cruz, a la que se llega por fe y no por dinero, claro está. Él bebe cerveza, aunque no le gusta, bebe cerveza, porque eso es lo que tiene que hacer. Y aunque le moles-tan las seis botellas sobre su mesa, aunque la mesera intentó llevar la primera una vez aca-bada, están ahí, porque él quiere que se sepa cuánto sabe beber a solas. Se lo dijo con un "no quiero que me engañen en la cuenta aun-que esté borracho". Cada botella es de litro.

Le sirvieron la segunda botella de cerveza cuando Chichimali llegó, la tercera cuando llegaron sus negritas y la cuarta cuando llegó el devoto fiel. En la quinta botella, él notó que a Chichimali se le encendía el indio, que co-menzó a manosear a las negritas pese a la presencia del devoto, para quien todo lo que hacía el mago/brujo era sacro como el orín de un papa. Ahora que él andaba en la sexta bo-tella, las negritas reían felices con los pezo-nes al aire, y Chichimali los lamía o los chu-paba, alternadamente, felizmente borracho. Él cabeceaba al ritmo de la música, como mucho más borracho, eternamente más borracho que Chichimali, pues hasta los párpados se le caían haciendo brotar la risa lastimera y al tiempo altanera de las negritas, y el comenta-rio del devoto que se permitió un "está que-mado el amigo, don Chichi", a lo que Chichi-mali respondió "dejalo, es un pendejo".

Como un cisne estúpido y con la idiota pre-cisión de la manecilla de un reloj ingresó al local el Sebas. Puso su mano izquierda sobre el hombro del devoto, y cuando éste se volvió con la boca abierta y sonriendo, atravesó en ella el largo puñal. Narcisa, a la izquierda de Chichimali, no pudo ni gritar antes de que el mismo puñal le corte de un tajo la garganta. Carmen era todo gritos cuando se levantó de

su silla pensando confusamente en refugiar-se detrás del borracho enjoyado, pero al cru-zar al lado del Sebas este le enterró el puñal también en la garganta."Ahora te toca a vos, maricón", dijo el Sebas, mientras que a él le costaba fingir lo que disfrutaba de ver al ma-go/brujo estar en la situación en la que se en-contraba.

Sólo él, enjoyado y pletórico de cerveza, es-cuchó el estruendo torpe de la mesa que se-paraba al Sebas del brujo/mago, porque los demás, a excepción de los tres cuerpos en-charcados en su propia sangre, habían salido disparados de la chichería, algunos buscando tan solamente escapar, otros pocos buscando también ayuda. Sólo él pudo ver el pánico sereno en total posesión del brujo/mago, y el gesto de su boca dibujando en ese pedacito asfixiante de noche un "no, no, por favor, no, no, por favor", al tiempo que el Sebas demora-ba como un cocodrilo en la orilla de un río el momento preciso de hincar su colmillo de acero.

El disparo no lo vio nadie, y menos él, que fue quien disparó. El Sebas cayó desplomado, con lo que le quedó de cara, a los pies de Chi-chimali e irónicamente, hay que decirlo, so-bre los orines del disfrutador de negritas. Él cruzó los charcos granates —disfrazados de colores indecibles a causa de los focos— y pasó por encima de los cuerpos hasta darle su mano izquierda a Chichimali diciéndole "me-jor nos vamos, antes que lleguen los pacos". Chichimali, sobrio de toda sobriedad, se dejó llevar, como un nene al que llevan a la direc-ción de la escuela y que se deja hacer porque no tiene ni a la madre ni al padre al lado. Ya en la calle, él guardó el arma y —feliz coinci-dencia— justo en el momento en el que pasa-ba un taxi, el cual abordaron. "Hay cada loco", dijo él, luego de beber un trago de whisky que llevaba en una petaca, petaca que Chichimali aceptó semiinconsciente cuando él se la ofreció, casi sonriente. ◣

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NA semana después él entró a la consulta del brujo/mago, que lo reci-bió entre feliz y azorado, porque odiaba sentirse en deuda después de tantas décadas viviendo de acreedor,

y porque así es que no sabía cómo conducirse ante quien le había salvado la vida sin tener motivos para hacerlo.

—Tengo un enemigo —dijo él—. Y quiero que muera.

—Eso es muy grave, hermanito —le respon-dió Chichimali. Lamentando entrever por dónde iría a pagar la deuda.

—Tengo un enemigo y quiero que muera ahora —dijo él, sacando un arma y posándola sobre su vientre como se coloca un halcón enjaulado sobre una mesa.

—Pero todo se puede hacer, aun cuando sea difícil —se apresuró a decir Chichimali, recor-dando de pronto la explosión del balazo en la chichería, los charcos de sangre, la cara de la Narcisa y la de la Carmen, y la que él tendría, recordando el futuro, si no le complacía a él—. Pero necesitaré una prenda, o un cabello, una fotografía también puede ser.

—Tiene su saliva —dijo él, extendiendo un ínfimo pedacito de metal.

—Sirve —dijo Chichimali, sintiéndose feliz por tan buen elemento.

—Necesito que muera ahora —dijo él, blan-diendo el arma y apuntando al brujo mago.

—Pero esto lleva su tiempo, hermanito —balbuceó Chichimali, casi tan acobardado como la noche aquella en la chichería.

—Tan cansado —dijo él, suspirando y engati-llando el arma, cansinamente decidido a pre-sionar el dedo índice, a que de nuevo todo estalle contra una pared como mandan los tan aburridos manuales.

—Ya, ya, ahora lo hacemos, hermanito —dijo Chichimali, resignado.

El brujo/mago fumó tabacos muy negros, rezó oraciones aymaras, quechuas y guara-níes, escupió, gritó, danzó en contorsiones horriblemente absurdas, se laceró los muslos, y hasta convulsionó por unos segundos con los ojos puestos en blanco y la espalda contra el suelo. Luego, lentamente, volvió en sí, con los ojos brillantes y una sonrisa vanidosa desacomodándole un poco el rostro. Se sienta detrás de su mesa y suspira satisfecho.

—Está hecho —dijo Chichimali—. En unos veinte minutos estará muerto, sea quien sea.

—¿Y cómo sabré si fuiste vos y no otro? —le cuestionó él.

—Su boca estará llena de baba —contestó Chichimali, orgulloso y despreciativo.

—Bien, esperemos —dijo él. Él sacude sus brazos, como si estuviesen

llenos de mosquitos o polvo, saca de un bolsi-llo su móvil, lo pone en función cronómetro y lo coloca sobre la mesa. "Mi gente está en su casa", le dice a Chichimali. Chichimali asien-te, tranquilo. Luego, él toma el arma y la aco-moda con sus dos manos apuntando a la boca de Chichimali, sonriendo por dentro su capa-cidad de saber estar por horas sosteniendo lo que ahora sostiene. Sabiendo, sintiendo, co-nociendo lo que Chichimali siente, esa segu-ridad del acierto.

Faltan 60 segundos y, a diferencia de Chi-chimali, él no confía. Quiere que funcione, y quiere que no, aunque no le importa. La 21C es una con él, y sus 13 tiros anhelan decir su voz, él las escucha antes que sean dichas.

Cumplidos los plazos la expresión de Chi-chimali cambia. Un estertor inútil y la baba cayéndole por entre los labios. Un temble-queo, sí. Y luego su mirada pegada al techo.

Él toma su móvil, presiona un botón y dice "Yónas".

Del otro lado escucha decir "¿funciona?". Y responde "Sí. Ahora nos quedan seis". ◣

Por Morgana de Palacios

Título: Novelas robadas sin terminar

Autor: Gavrí Akhenazi

Publicado: 4 de agosto de 2013

Género: Novela

Editorial: Lulu editores

Idioma: Español

Páginas: 183

ISBN: 978-1-304-29256-8

Encuadernado: Tapa blanda

Tinta interior: Blanco y negro

Peso: 0,73 lbs.

Dimensiones en pulgadas: 5,83 de ancho x

8,26 de alto

Un libro de Gavrí Akhenazi

Consíguelo en Lulu.com

L protagonista es un antihéroe con pocas cosas rescatables, un villano en un mundo de villanos, que actúa como tal sin remordimientos precisamente

porque es amoral. De todas formas, una cosa es lo que nosotros desde nuestra subjetividad tengamos ganas de ver y otra la realidad del personaje que, en esta ocasión, nos llena los ojos de cristales porque es así como lo pre-tende el autor desde su propia concepción de

esa amoralidad impune. Nos han acostum-brado a que el villano pague finalmente, por-que eso es lo que permite a la sociedad conti-nuar en su Babia particular. Paga tanto como paga en la vida, el cerdo que se come a sus crías porque tiene hambre. La realidad es jus-to la que pinta Akhenazi y en pintar realida-des sin edulcorar, no hay quien le supere. Y es así de injusta y así de repugnante. Y así, a su manera y como en todo hay grados, ese pro-tagonista, tiene también sus códigos porque todos los hombres somos una mezcla de bien y mal. Cuestión de equilibrio universal. ◣

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