edicion 149

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AÑO XI - No. 149 - VENEZUELA - COLOMBIA, OCTUBRE 2011- DL PP2000012U637 - ISSN-1317-1275. Bs.F. 5,00 / $ 3000 EL PERIÓDICO DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS WAYUUNAIKI @wayuunaiki_10 wayuunaiki wayuunaiki.org.ve EDICIÓN DIGITAL

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especial 12 de octubre

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Page 1: Edicion 149

AÑO XI - No. 149 - VENEZUELA - COLOMBIA, OCTUBRE 2011- DL PP2000012U637 - ISSN-1317-1275. Bs.F. 5,00 / $ 3000E L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A S

WAYUUNAIKI

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wayuunaiki.org.veEDICIÓN DIGITAL

Page 2: Edicion 149

E L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A SWAYUUNAIKI2

VENEZUELA-COLOMBIA

OCTUBRE

Debajo de su wayuushein el vientre de Mística crecía con una gracia particular. La barriga fue de pequeña a grande, casi sin darse cuenta, supo de su estado hasta pasados los cinco meses. Sería su primer hijo, la bendita consecuen-cia del amor de su esposo, un ab-negado hombre wayuu que conoció en Ziruma recién iniciada la juven-tud.

Mística vivió sus primeros años en Nazareth y de allá sólo se llevó los recuerdos. Su padre y su madre decidieron llevar su parentela de cuatro hijas a otras tierras de las que mucho hablaban por aquellos lados, donde se decía que manaba agua y los árboles crecían frondo-sos. Fue así como resolvieron salir una mañana del norte de la Penín-sula de la Guajira hasta las tierras bajas de Mara.

El viaje en burro duró cinco días y cinco noches. Sin poder esquivar el sol y pernoctando bajo los cu-jíes, llegaron a La Rosita, en lo que era para entonces un terreno cam-pestre. Allí se asentaron, el padre de Mística construyó una pequeña vivienda de barro y caña brava, ho-gar que le ofreció a su esposa y a sus hijas.

En la Rosita las niñas termina-ron de crecer y aprendieron las la-bores del campo. Todos trabajaban por igual, inclusive Mística durante su embarazo, en una parcela que parecía no tener límites, donde se sembraba yuca, frijoles y maíz. Nunca fue mujer de quedarse en casa sin nada que hacer, a pesar de sus siete meses de preñez, Mística seguía yendo al campo.

Cada día de su embarazo que pasaba se le hacía más difícil ocu-parse de las siembras.

- “Ya la preñez no te deja tra-bajar, mejor quédate tranquila en casa”, le advertía su madre

Sin embargo, Mística no paraba de trabajar. Se iba de mañana y re-gresaba cansada, siempre antes de que cayera la noche para evitar ser vista por un yoluja y correr el ries-go de perder a su niño.

Como todos los días, Mística sa-lió muy temprano hacia el campo. Su papá y su mamá partieron a dar de comer a los burros y sus her-manas tomaron sus machetes para

cortar el monte, todos regresarían recién entrada la noche.

Mística se fue sola a buscar yucas, salió con dos ollas, una en cada mano. La tarde estaba más calurosa que de costumbre, sentía Mística

-“Son los días de verano”, pen-só.

Cuando llegó al sembradío, puso las ollas en el suelo y comenzó su labor removiendo un poco la tierra para desenterrar las yucas. Como pudo se inclinó y comenzó a jalar, así las fue sacando una a una hasta llenar ´la olla completa.

Mística se disponía a llenar la segunda olla pero sentía que las piernas se le debilitaban, sin em-bargo, prosiguió. Esta vez el can-sancio la obligó a usar las últimas fuerzas, apretó los dientes y jaló la yuca haciendo presión hacia su cuerpo. Cuando la desprendió, un fuerte puyazo le recorrió todo el cuerpo y un vivo dolor se alojó en lo bajo de su vientre.

¡¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhh!!!!!!!, gritó fuertemente.

Mística dejó las ollas en el cam-po y corrió apresurada tratando de conseguir ayuda, pero no encon-tró a nadie a su paso. Caminando a tumbazos, con un dolor que se vivificaba cada vez más, llegó a su casa. En el rancho solitario Mística dispuso una estera en el suelo y se

acostó.Temía por su hijo, sola, en el in-

terior de su casa, comenzó a pujar. Sus gritos fueron ahogados, nadie la escuchó. Pujó fuertemente, ba-ñada en un sudor que le recorría de pies a cabeza y con los cabellos pegados al rostro. Luego de dos horas y media de llantos y dolores, tuvo a su niño.

Al cabo de unos minutos llega-ron sus hermanas y sorprendidas vieron a Mística pálida y con el pequeño en brazos. Cobijaron al recién nacido y dieron chicha ca-liente a su hermana primeriza. Mís-tica tuvo nueve hijos más, vive hoy en Ziruma y orgullosa dice que las wayuu “somos fuertes hasta para parir”.

Relato Wayuu

Presidenta Editora: Dulcinea MontielDirectora Co-Fundadora: Jayariyú Farías Montiel

Directora de Mercadeo: Eliany MontielReporteros: Mermis Fernández, Neida Luzardo Fernández,

Luis Ferrer, Manuel Román FernándezCorresponsal en Amazonas: Carmen Aragua

Corresponsal en Monagas: Joanna Salas

Corresponsal Delta Amacuro: Yordana MedranoCorresponsal en Colombia: Leonel López

Coordinador de Monagas: Cruz AlguacaCoordinadora Dpto. Guajira: Claudia Sierra Torres

Traducciones: Jose Ángel FernándezEjecutivo de Ventas: Erick González

Asesores: Nemesio Montiel, José A. Fernández,José María González, Ángela Castaño, Hilario Chacín,

Lisseli Connel, Weilder Guerra Curvelo, David Hernández PalmarAsesores Jurídicos: Román Antonio Montiel,

Nicolino Primi MontielDiseño y Diagramación:

Víctor Mendoza - [email protected]

Editora: Fundación Wayuunaiki / Calle 72 con Avenida 19, sector Paraíso. Edificio Noel, piso 3 oficina F, al lado edificio On lineContactos: 0261-7629828 - 0424-6051772 / Colombia: 315-7588148,

Oficinas en Maicao: 005757260765. [email protected]

DIRECTORIOE L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A S

WAYUUNAIKI

RIF: J-30892663-9

La raíz de yuca que suscitó un místico alumbramiento wayuu

Tü suurala ai jemeliikaa akajee wanee wayuu pülasüin shia

POR: LUIS DEL GADO

Wayuushein: Vestimenta típica de la mujer wayuu, llamada comúnmente manta.Ziruma: Comunidad wayuu de Maracaibo.Nazareth: Poblado wayuu de la Alta Guajira.Mara: Municipio del estado Zulia, fronterizo con Colombia.Cují: Planta propia de climas áridos.La Rosita: Comunidad wayuu del municipio Mara.Yoluja: Espíritu de un muerto.

Glosario

Mis nietos, le voy a contar las historias de nuestros orígenes. En las palabras han per-manecido desde que los primeros abuelos wayuu conocieron los principios de nuestra creación.Nietos míos, en los tiempos en que todo era diferente a como es ahora, el viento lamia la tierra y las aguas, lo cubrían casi todo… en esos tiempos solo existían los padres creadores que con sus maravillosos prodigios, crearon a las plantas y a los ani-males... por último crearon a los primeros wayuu. Le dieron el don de la palabra y el raciocinio… esos fueron nuestros primeros abuelos.Escuchad mis palabras… aprendelas, repí-tanselas a sus hijos y luego a sus nietos; ellos deben hacer lo mismo con los suyos... nuestra palabras, que hablan de nuestros orígenes, no deben perderse en el corto ciclo de nuestras vidas.

POR: RAMÓN PAZ IPUANA

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VENEZUELA-COLOMBIA

3OCTUBRE

Juli’irü numaa Patchono’ui

Las libélulas hijas de Juya

POR: MANUEL ROMÁN FERNÁNDEZ

Relato Wayuu

Construyendo relaciones de largo plazo y mutuo beneficio con quienes interactuamos, buscando contribuir al bienestar de las regiones en las que participamos y con la convicción de que nuestra gente es el factor esencial para el logro de los objetivos trazados.

Desarrollamos nuestrasactividades conexcelencia y responsabilidad

Los wayuu son hijos de

juya, el Dios de la lluvia, el padre

creador y de Mma, la madre tierra, este

proceso pasó por cua-tro generaciones, hasta

llegar a la generación de los wayuu. Primero, la generación de

los Pulashii, que abarca los grandes ge-nios; la generación de los Wunu’u (las plantas); la generación de los Uchii (los animales); y la generación de los wayuu (el hombre).

J u y a , ente mítico masculino, es el Dios de

la lluvia, el relám-pago y el

trueno, de espíritu errante y, patrón que reproducen

los wayuu varones y que representa la fer-tilidad.

Cierto día el padre crea-dor Juya, se encontraba descansando después de una fuerte faena de reco-rridos por todos sus predios en los con-fines del mundo. Había pasado cierto tiempo desde su última visita a sus hi-jos de la Guajira, lo que le motivó su preocupación de saber en qué condi-ciones estaban.

Juya manda a llamar a una de sus hijas, Juli’irü (la mariposa), para que vaya a ver a sus hijos los wayuu y saber de ellos y de sus animales de cría.

-Juli’irü, pu’unapa pulapaluin tamuin tachonnii cha’ya wajiirümuin, eere ee notjorülee wüinñ nama’ana – Maripo-sa, hija mía, ve ha saber como están mis hijos, tus hermanos de la Guajira, y tráeme razón de ellos, si aún tienen o no agua para ellos y sus animales- y así fue, Juli’irü (mariposa) emprendió su recorrido y después de varios días llegó a la península de la Guajira.

Juli’irü fue tan insensata con los wayuu, que en su andar por la inmen-sidad de las sabanas y montañas de la Guajira, en el camino al ver la orina de los burros, caballos, vacas, entre otros animales, pensando que era agua de lluvia, regresó nuevamente a darle la gran noticia al padre creador Juya, di-ciéndole que sus hijos de la Guajira, ya

tenían abundancia de agua. Cada vez que la enviaban decía lo mismo, cuan-do en realidad, en la Guajira lo que hay es sequía, azotada por el verano.

Juya, dudó de las palabras de su hija Juli’irü (mariposa), y dijo: - Me da la impresión que mi hija Juli’irü, me está mintiendo,… mejor envío a mi otro hijo al incansable Patchono’ui (la libélula), y es más rápido, sí eso haré - dijo juya.

Entonces Juya, envia a buscar a Patchono’ui (la libélula): -¡pu’unapa pulapaluin tamuin tachonnii cha’ya wajiirümuin, eere ee notjorülee wüinñ nama’ana!- hijo mío, anda y mira como están mis hijos, tus hermanos de la Guajira, y tráeme razón de ellos, si tienen agua y alimentos - y así fue, Patchono’ui emprendió su recorrido a la Guajira y lo que encontró y vio era pura miseria, los animales putrefactos por-que murieron del hambre y de la sed, a falta de agua, las personas desespe-rados andaban de un lugar a otro en búsqueda de agua.

Entonces, Patchono’ui regresó de in-mediato para contarle a su padre Juya la mala noticia de que sus hijos de la Guajira, se están muriendo de hambre y de sed.

Patchono’ui, le dice a su padre Juya: -Taataa, muliashaanashii ma’i puchon-nii, jawaliwa’atsü murü’ülü jutuma miaasü ee jamü – Gran padre Juya, tus hijos y sus animales se están mu-riendo de sed y de hambre, están hara-pientos por la miseria que los azota por el instenso verano- Agregó Patchono’ui, a su padre Juya.

Juya le respondió: - Esta bien hijo, gracias te doy por decirme la verdad, y vámonos ya, para darle apoyo a mis hijos de la Guajira, vaya y siga usted delante de mí y me indica el camino por

donde debo ir- Eso dijo Juya a su hijo Patchono’ui (la libélula).

Entonces llovió porque Juya vino a traer el regalo a sus hijos de la Guajira, cuando llueve todo cambia en la Gua-jira, hay comidas, cosechas y muchos pastos para los animales. Cuando se oye los truenos de Juya en las serra-nías, es alegría para los wayuu, co-mienzan a limpiar sus conucos “A’pain o Yüüja”, para cuando apenas llueve, proceden a sembrar y asegurar sus ali-mentos para el próximo verano.

Cuentan los ancianos de la Guajira, que desde entonces Juli’irü (la maripo-sa), es la culpable de la escases de agua en la Guajira. Mientras que Patchono’ui (la libélula), representa el hijo fiel y obediente a su padre Juya, y cada vez que está próximo a llover, es notable la presencia de las libélulas, porque anda recorriendo los lugares, antes de caer la lluvia. Detrás de las libélulas viene Juya (la lluvia) y viene a traer mucha abundancia a sus hijos de la Guajira.

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OCTUBRE

E L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A SWAYUUNAIKI

YosuchonPOR: ELIMENES ZAMBRANO / TOMADO DE CUENTOS PEDAGÓGICOS PARA NIÑOS Y NIÑAS, OBRAS INÉDITAS

POR: ELIMENES ZAMBRANO

Había nacido durante el frio invierno, en el calor de la tierra de Kayuushipano’u, en la Península Guajira, por eso su abuelo decidió llamarlo “Ju-yachon” que significa; hijo de Juya (Dios de la lluvia), lo colo-caron en una esterilla de acuer-do a la costumbre, para que nunca se enfermara, y siem-pre viviera en la abundancia. Y esa mañana el pájaro carpin-tero, cantaba alegremente de rama en rama, picoteando los arboles de cují. –Taaak, dijo el abuelo – Juyachon, el carpin-tero te está invitando a que toques con él, seguramente serás un gran tamborero como tu abuelo.

Pasaron los años y Juya-chon asistió a la escuela más cercana, le gustaba estudiar y en su camino todo los días ha-blaba con el pájaro carpintero y le decía – enséñame a tocar como tú, e interpretar los true-nos del gran Juya, el paso de los caballos, el tropel de las se-ñoritas, quiero que en mi casa haya siempre música, eso me hará feliz y seguramente a los

demás niños también.Un día después de ordeñar

las cabras, y de llevar los bu-rros a beber agua en el arroyi-to, pensó que él podría volar y tocar el tambor. Era una tar-de primaveral, donde las aves cantaban por doquier, y las mariposas adornaban el atar-decer, Juyachon soñó haber visto al pájaro carpintero, que le habló diciéndole: Tu abuelo, es un gran tamborero, ve y dile que te enseñe, y si logras dar los “3 pasos” amarás la música y será para ti.

- Que sueño tan extraño, dijo despertándose Juyachon. Y se lo contó a su abuelo y este le dijo: “si quieres ser tam-borero tienes que superar los tres retos, primero; Tu mismo fabricarás un tamborcito con un pote reciclado y tratarás de aprender a tocar, segundo; si resulta exitoso te fabricaré un tamborcito especialmente para ti. Y tercero; es una sorpresa que te daré, ahora tienes tiem-po para cumplir con los dos retos.

Aquel día Juyachon fabricó

su propio tamborcito con el pote, todos los días practica-ba, componía nuevos ritmos, los pájaros se espantaban, con aquel ruido ensordecedor y casi nunca veía el abuelo, sino hasta el anochecer que llega-ba. –seguramente que estaba trabajando, pensaba.

Un año después, cuando las libélulas anunciaron nuevas lluvias, y las nubes grises pa-saban coqueteándose ante las miradas de los niños, el abue-lo le trajo el hermoso regalo – un tamborcito hecho para él. Y ese día, tocó sus músicas pre-feridas. Los pasos del viento Epichikua, se aligeraron aque-lla tarde y se encargaron de llevar el talento de aquel joven a lejanas tierras Guajiras..

-Han pasado los años- dijo el abuelo, en la tierra de Kuleesiama’ana habrá una gran fiesta hoy, ahora eres un adolescente, te vestirás con tu mejor traje para que ejecu-tes las mejores melodías y las señoritas puedan bailar ale-gremente. Seguramente tus músicas las entusiasmarán. Y

también querrán bailar contigo – Magnificó abuelo, iré a bus-car los caballos.

En el oasis del desierto, los vientos danzaban del norte al oeste, meciendo aquel singular paisaje, se escuchaba la alga-rabía de los jóvenes bailarines ejecutando sus mejores pre-sentaciones. Ese día Juyachon interpretó los mejores ritmos, dándose a conocer como uno de los mejores tamboreros de la región. – Ese si es un verda-dero talento- decían todos. Las muchachas bailaron toda la noche y los jóvenes felicitaron a Juyachon por su destreza y talento. Los ancianos anfitrio-

nes lo premiaron con un ovejo blanco.

Feliz y satisfecho el abuelo, le regaló a Juyachon el mejor tambor que tenia, y le dijo. –ahora eres libre y responsa-ble. Ya cumpliste con los retos, solo te queda un reto de por vida: difundir el valor de nues-tra música y hacer de ella, algo grande.

“Soy libre y feliz, pero con una gran responsabilidad - dijo Juyachon, ahora llevaré el rit-mo del tambor adonde quiera que vaya. Y la música wayuu donde sienta el llamado de los vientos danzantes.”

Juyachon

Yosuchon crecía feliz junto a su familia, a las orillas de la playa de Cojoro, todas las noches conver-saba con su abuela y le hablaba acerca de la bella ciudad de Ma-racaibo, su gente, las costumbres, -el idioma es diferente, -hablan el castellano y no el Wayuunaiki, de-cía la abuela.

En una madrugada fría, cuando las brisas besaban las olas del mar, Juyachon profundamente dormi-do, soñó que crecía tanto, que casi llegaba hasta el cielo y jugaba con las estrellas, estaba en otra tierra, lejos de la Guajira, y hablaba con varios niños, pero era otro idioma, que él no entendía.

En estas Yosuchon se despier-ta un poco aturdido por el sueño y le cuenta a su abuela lo que ha-bía soñado, - será que vas a llegar muy lejos y conocerás nuevas tie-rras, tendrás nuevos amigos.

En la media mañana llegaron tres niños en un carro, con mache-te en mano, y zaas, cortaron el pe-queño cactus y se lo llevaron para Maracaibo. En donde fabricaron

con él, un carrito de cardón para una competencia en la escuela de la comunidad.

Mucha gente asistió ese día a la escuela Ekirajuikai, para presen-ciar los juegos deportivos wayuu, los niños trajeron a Yosuchon, compitió con varios carritos de otros niños, provenientes de mu-chas escuelas.

El público aplaudió sin cesar, porque Yosuchon resultó ganador y los niños bien emocionados, re-cibieron el trofeo. Y se alegraron de haber traído al mejor carrito de cardón y por eso se lo regala-rían a un niño alijuna (No wayuu) para que lo conservara por mucho tiempo.

El niño alijuna se llevó el carri-to de cardón, lo quería conservar como un gran premio, un súper recuerdo. Lo colocaba en la mesa junto a otros juguetes, y le de-cía que era un raro pero bonito juguete y se lo mostraba a todos los amigos que lo visitaban y to-dos quería jugar con el carrito de cardón.

Cierta noche cuando el niño ya se estaba dormitando, Yosuchon se incorporó de su letargo, se con-virtió en un simpático niño wayuu y habló: -hola, que tal, tengo mu-cha sed, me estoy desnutriendo aquí en tu casa, quiero volver a mi tierra, además no entiendo el castellano - dijo en su lengua ma-terna. -Oh, que pasa cactucito, me asustas, pero que interesante, que puedas hablar. Le respondió el niño. Pero ya de día Yosuchon vol-vía a ser el mismo cactus, y espe-raba todas las noches para trans-formarse. A parte del niño, en la casa más nadie sabía el secreto.

Al día siguiente se presentaron los niños wayuu, para ser traduc-tores de las palabras de Yosuchon y decidieron cumplir con sus de-seo, menos con la exigencia de devolverlo a su familia. Lo lleva-ron al jardín para plantarlo entre muchas flores y de esta manera reverdeció y se sintió fuerte como antes.

Todas las noches el niño jugaba con Yosuchon y le enseñaba nue-

vas palabras en castellano, cada día que pasaba el cactucito se sentía feliz y satisfecho de apren-der un nuevo idiomas, de tener muchos amigos pero seguía extra-ñando los cuentos de su abuela, el calor de su hogar, los mimos de su mamá, sus amigas las estrellas del desierto, el canto de los pájaros.

Eran muchos los motivos, por los cuales quería regresar a Cojo-ro, por eso cada vez era más in-sistente, una noche, habló con el niño alijuna y este a su vez con los niños wayuu, para que lo lleva-ran de regreso a su querida tierra Guajira. Y así se hizo, los niños cedieron y comprendieron la tris-teza del Yosuchon, se pusieron de acuerdo, para devolver al cactuci-to a su tierra y a su familia.

Aquel día, todos se alegraron de la llegada de Yosuchon a su te-rruño, y lo felicitaron. La mamá y la abuela lloraron de la emoción. Los niños regresaron a Maracaibo, con sus morrales llenos de piedras, iguarayas, frutales que les regaló la abuela de Yosuchon.

Relatos Wayuu

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VENEZUELA-COLOMBIA

5OCTUBREPublicidad

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VENEZUELA-COLOMBIA

OCTUBRE

Oyirakshi y el castigo que dejó sin luz el día

Oyirakshi je tü süsalaa kasa maluusainkaa oo’ujee tü ka’i kale’ujatkaa

¡¡¡¡¡¡¡¡Ttttuuuuuuuuuuu!!!!!!!!Sonó fortísimo la tobata para

avisar a todos los yukpa de Tare-mo que una niña había nacido. No hubo quien se quedara en casa, algunos llegaron bailando y otros cantando para recibir a la nue-va criatura. Dicen los ancianos que antes que la niña naciera, la casa se impregnó con un aroma de flores, por eso le pusieron de nombre Oriyakshi

Oyirakshi creció en el seno de una familia trabajadora, vi-vía junto a sus padres y sus dos hermanos en una choza a orillas del riachuelo, en una empinada montaña de la Sierra de Perijá. Al cruzar las aguas vivían otras fa-milias yukpa que a diario se acer-caban a pescar, buscar caracoles y bañarse en el río. En Taremo todos eran una gran familia, se sembraba y se recolectaba en conjunto.

Amaba Oyirakshi las reunio-nes que se hacían en su casa para celebrar la época de las cosechas de maíz. Su choza se rodeaba de niños y podía jugar con ellos hasta la noche.

“Esta tierra es buena, nos da su fruto a buen tiempo, esta co-secha es para todos, porque to-dos la sembramos contentos”.

Su padre siempre entonaba cánticos nuevos e improvisados mientras su madre bailaba y ser-vía tuka a los invitados.

Cuando la celebración termi-naba, Oyirakshi se sentaba en un pequeño banco de madera a es-cuchar a los ancianos narrar his-torias sobre los primeros yukpa que habitaron Taremo. En una

de tantas noches, los padres de Oyirakshi le habían explicado que los hermanos y hermanas no de-bían unirse entre sí porque esta-ba mal visto ante los dioses y del cielo podía sobrevenir un castigo grande.

Una azulada mañana los pa-dres de Oyirakshi habían ido al campo, como de costumbre, a buscar malangas. Ella se quedó con sus hermanos recolectan-do palitos y hojas para jugar a hacer chozas en miniatura. Los niños reían entretenidos cuando de pronto se pasmaron al ver como todo a su alrededor se iba opacando y la luz del día se fue apagando lentamente.

- ¡Oooooooohhhhhhhhhhh uuuuuuuhhhhhhhh!, sonó es-truendosa la voz de un hombre, era una señal de alarma.

Oyirakshi y sus hermanos dejaron al instante de hacer las chocitas y corrieron rápidamen-te a esconderse. Todo se fue sumergiendo en una densa os-curidad y los ancianos de la co-munidad salieron de sus casas gritando y advirtiendo que se es-condieran todos aquellos que se habían casado con sus hermanos porque el castigo del cielo los al-canzaría.

- “Se transformarán en rabi-pelados, se convertirán en osos hormigueros”, gritaba desespe-rada una anciana yukpa.

Oyirakshi y sus hermanos se escondieron dentro de su choza y lloraban en medio de una os-curidad que no les permitía verse los rostros. Los niños temían por la vida de sus padres que habían

salido muy temprano al campo y aún no regresaban.

Los hombres de Taremo em-pezaron a tirar flechas al cielo para que la luz regresara, las mujeres gemían pidiendo per-dón por los yukpa que habían desobedecido. Al cabo de unos minutos, la luz del sol fue ilumi-nando de nuevo el día y el susto de todos fue cesando.

Oyirakshi y sus hermanos sa-lieron de su choza a buscar a sus padres. Al ver que era tarde y no llegaban, creyeron que habían sido transformados en animales, pero de pronto los vieron cruzar el riachuelo y con una alegría in-contenible corrieron hacia ellos lanzándose sobre sus brazos.

Luego de aquel día, algunos niños yukpa quedaron huérfanos porque sus padres nunca más aparecieron. Oyirakshi vive aún en la Sierra de Perijá y todavía, en su mente, guarda el recuerdo de aquel eclipse que perturbó a Taremo.

POR: LUIS DANIEL DELGADO

Süchuwa tüü laniakatSüchuwa tüü laniakat

POR: EDWIN SILVA

Hace muchísimo tiempo un joven wayuu nativo de la Alta Guajira, se enamoro de una hermosa Majayüt pero ella no lo quería, ni lo aceptaba para nada. Con el pasar del tiempo, cuando vio que la joven ya no lo aceptaba, mantenía las esperanzas de que algún día lo aceptara y mientras él caminaba sin rumbo fijo embar-gado por la tristeza él no dejaba de pensar en ella.

Una noche tuvo una revelación, soñó que una Ala’ülaa le dijo: Ya que estas muy triste, debes irte ahora mismo para Alapaipamüin sin despedirte de na-die y que tu familia no se dé cuenta ni se enteren para donde vas, le recalco.

De aquí en adelante tu situación va a ser diferente, procura no tener miedo a las cosas que vas a encon-trar al llegar al sitio que te he indicado. Allá te encon-trarás una serpiente enrollada dentro de una cueva de piedra, es una serpiente muy brava pero tú no le vas a tener miedo, correrás y te lanzarás sobre ella para atraparla por el cuello y veras que inmediatamente se convertirá en una matica cuyas hojas y pequeños tallos se moverán con el viento en tus manos, segui-damente le arrancarás las hojas y llévalas a tu casa y cuando llegues tu mismo las vas a macerar mezcladas con bija y luego le das forma redonda y lo dejas se-car al sol. Una vez seco lo guardas en una mochilita pequeña y lo cargas siempre encima sin que nadie ni nada te lo toque y cuando veas a la mujer deseada lo frotas en tu cuerpo y le pasas a un lado, luego veras los resultados.

Esa misma noche el joven se levanto y se fue en-seguida al sitio e hizo lo que la anciana le revelo en el sueño. A los pocos días vio a la Majayüt de la que estaba enamorado y se froto la Lania (contra wayuu) por su cuerpo y paso cerca de ella, la Malayüt lo miro y conversaron, se enamoro de él. La pidió a su familia y tuvieron varios hijos y vivieron felices.

La Lania se la paso a su primer hijo varón y este a su hijo, es decir de generación en generación, además cabe destacar que existen varios tipos de Lanias: para enamorar, para riquezas, para valentía, etc.

Shia nee tian…!!!!!!!!!!!!!!

Tobata: Instrumento sonoro hecho de cacho de venado.Oyirakshi: Olorcito en idioma yukpa.Taremo: Comunidad yukpa de la Sierra de Perijá.Malanga: Fruto que se produce en la Sierra de Perijá.Rabipelado: Cochino de monte.Tuka: Bebida fermentada de maíz.

Glosario

Relato Yukpa

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VENEZUELA-COLOMBIA

7OCTUBRE

E L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A SWAYUUNAIKI

Diez ovejos olvidados y un eterno encuentro en el jagüey

Po’loosü anneerü maashajaaju achikirü je wanee antirawaa waneepia laalu’u

Era vehemente e impetuoso, como las aguas del mar. Y así sonaba su nombre, Palaa, como esa corriente azul que se unía con el cielo de Wuincúa. Allí se unía también su joven alma con la de Maleiwa, todas las tardes, cuando el mar se tragaba al sol y del cielo caía una infinita quie-tud que lo arropaba.

Palaa siempre salía de su casa con su sombrero bien puesto y un bastón amarrado al guayuco. Eran sus días de mozo andariego, recorría los caminos arenosos de la Alta Guajira pas-toreando los ovejos de la familia y buscando jovencitas wayuu a las cuales cortejar.

De sus tres hermanos, Pa-laa siempre fue el mejor pastor, nunca dejaba huir a ningún ani-mal, se iba muy temprano a la sabana y regresaba con todos los ovejos sanos. Su padre le había encomendado el cuidado de diez ovejos, algunos eran muy pequeños y corrían rápido, pero Palaa los guiaba hábilmen-te por las llanuras.

En uno de sus días de pasto-reo, como de costumbre, Palaa salió al jagüey. Esa mañana la brisa estaba fresca, provocaba dejarse andar y andar en aquella tierra primorosa. Anduvo prime-ro un rato cerca de las ranche-rías y luego se perdió con sus diez ovejos entre los cardonales, rumbo al jagüey.

Cuando llegó, ya el sol había calentado el día y los diez ove-jos sedientos se arrumaron pre-surosos alrededor del jagüey. Palaa estaba un poco cansado y se recostó en el tronco de un pequeño cují, puso el bastón en la tierra, se quitó el sombrero y lo puso en su pecho.

Mientras reposaba, Palaa vio a una joven llegar al jagüey, era primera vez que la veía por esos lados. Montaba un burro, tenía su cabello negro lacio cayendo sobre los costados de su man-ta y la cara pintada de marrón, como suelen hacer las wayuu, para que el sol no les queme la piel. Se llamaba Rosa, era ya una majayut, acababa de salir de su encierro y se había con-vertido en una hermosa joven.

Palaa se puso sobre sus pies, agarró su bastón, colocó de nue-vo el sobrero sobre su cabeza y se propuso de inmediato a cor-tejar a Rosa. La joven llenó su amüchi de agua y se montó otra vez en su burro. Palaa la siguió y se presentó

- “Nunca le había visto por el jagüey”, le dijo Palaa

- “Duré dos años de en-cierro en mi casa, recibiendo enseñanzas de mi mamá, mis tías y mis abuelas, por eso tenía tiempo sin salir”, le respondió Rosa.

Ambos comenzaron a andar y conversar amenamente. Rosa

le contaba todas las cosas que había aprendido en su encierro, mientras que Palaa le narraba sus andanzas sabaneras con los ovejos tratando de impresionar-la.

Luego de un largo rato, Pa-laa vio a un pequeño ovejo que se cruzó en el camino, alarmado dio vuelta y se fue sin siquiera despedirse de Rosa. Había re-cordado a los ovejos de su pa-dre, los había dejado solos en el jagüey por seguir a Rosa. Pensó que ya se habrían ido y estarían desperdigados en la sabana. Se-ría imposible encontrarlos nue-vamente.

La tarde había caído, las es-trellas se dibujaron en la noche y Palaa no encontró a los ovejos. Se había recorrido los recovecos de la sabana, pero fue inútil, no los halló.

“¿Dónde estarán? ¿Vagando entre la noche? ¿Alguien se los habría llevado?”, pensaba pre-ocupado Palaa

Tenía miedo porque por pri-mera vez regresaría a su casa sin los ovejos. Y así fue. Llegó con la espalda encorvada y la mirada clavada en el suelo, los diez ovejos se habían perdido. Sus padres preocupados se sor-prendieron y le preguntaron por qué había perdido a los ovejos. Él respondió con la verdad y re-cibió un fuerte escarmiento.

Al cabo de un tiempo le die-ron otros diez ovejos para que pastoreara. Palaa siguió yen-do al jagüey y se siguió viendo con Rosa. Tiempo después se casaron y tuvieron diez hijos. Aún siguen juntos y Palaa sigue pasando, con su guayuco, su bastón y su sombrero, cerca del jagüey donde conoció a Rosa.

POR: LUIS DANIEL DELGADO

Glosario

Palaa: Mar.Wuincúa: Poblado wayuu de la Alta Guajira.Maleiwa: El Dios de los wayuu.Majayut: Señorita.Amüchi: Tinaja de barro.

Relato Wayuu

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OCTUBRE

E L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A SWAYUUNAIKI

NOTIFICACIÓNSres. ALCALDÍA DE PADILLAAsunto: AVISO DE COBRO

El periódico WAYUUNAIKI informa al alcalde del municipio ALMIRANTE PADILLA y/o al personal administrativo de esta institución que tiene pendiente el pago de la Factura Nro. 0200, con el periódico WAYUUNAIKI de fecha 10-10-2009. Exhortamos al alcalde Ydelbrando Ríos su inmediata cancelación.

Una noche de luna llena y el niño que se convirtió en pezWanee ai su’utpünaajatü piratüin kashikaa je chi jintüi

a’awanajaakai jimejaain niaPOR: LUIS DANIEL DELGADO

Glosario

Bocachico: Especie de pez autóctona de la laguna de Sinamaica.Cayuco: Embarcación de madera.Palafito: Vivienda típica de los indígenas añú.

Su papá tiró certera la lan-za sobre las aguas serenas y ensartó un gordo bocachico. Carlos sentía un sano orgullo cada vez que veía a su padre pescar, era aquel recio hombre añú, su héroe. Esa, como to-das las mañanas, la laguna es-taba llena de cardúmenes de coloridos peces que nadaban sincronizados en las aguas.

Carlos adoraba ir a pescar, esperaba cada día una nueva luz matinal para salir en el ca-yuco a recorrer la Laguna de Sinamaica. Su papá era un diestro fabricante de firmes palafitos y un pescador por excelencia, preocupado por enseñarle a su hijo los conoci-mientos que los hombres añú tienen que saber para poder luego ser padres de familia.

Cuando paseaban por los caños su padre solía contarle

historias sobre los orígenes de su pueblo.

- “Los añú venimos de los peces que están en el fon-do del mar”, le decía, mientras él asomaba su rostro pueril por el borde del cayuco a divisar el agua.

Una vez le dijo que tuvie-ra cuidado porque si un niño se tiraba a la laguna cuando la luna estuviera llena se trans-formaría en pez. Desde ese día Carlos comenzó a pensar sobre aquella advertencia de su padre.

Una tranquila noche, sen-tado en las afueras de su pala-fito, viendo el reflejo de la luna llena en la laguna, Carlos pen-só que si todos los añú eran peces antes, no debía ser tan malo convertirse en uno, de hecho, creyó que sería muy fe-liz la vida dentro de la laguna,

nadando con todos esos peces alrededor y siempre con nue-vas cosas que ver en las pro-fundidades de las aguas.

Fue así como esa noche, después de varios días medi-tándolo, Carlos resolvió lanzar-se al agua y convertirse en un pez.

- “Nadaré todos los días hasta el cayuco de mi papá y así cuidaré de él”, fue su último pensamiento como niño

Carlos se lanzó y al sólo to-car el agua sintió como poco a poco su cuerpo dejaba de ser el de un niño para transfor-marse en el de un pez. Sobre su piel fueron brotando esca-mas azules, desaparecieron sus brazos, sus piernas y la sustituyeron dos aletas y una cola. Esa noche la pasó nadan-do por toda la laguna, se pre-sentó ante los demás peces y

estos le dijeron que todos ellos también habían sido niños al-guna vez.

En la mañana fue al sitio habitual a donde iba a pescar con su padre y lo vio en el ca-yuco pescando. Carlos quiso salir de la laguna y comenzó a brincotear pensando que su papá lo vería y podría estar con él igual que antes. Saltó y saltó pero se entristeció al ver que no podía hablarle ni decirle más nunca cuanto lo quería.

Al ver que su padre no lo observaba, se acercó más y más al cayuco, hasta que se hizo notar en un salto deses-perado. Pensó que quizá lo ha-bría reconocido, debía haberse dado cuenta que en aquel pe-queño pez vivía el alma de su hijo, pero Carlos se sorprendió al ver que no fue así. Alarma-do vio como su papá agarró la

lanza y desesperado trató de huir pensando lo peor

“¡Me va matar mi propio padre!”, “¿Acaso no sabe que soy su hijo?”, pensó

Al ver que era demasiado tarde para huir, Carlos cerró los ojos y esperó a que su pa-dre lo pescara. Se sintió aba-tido, resignado a morir soltó lo que creyó sería su último aliento antes que lo ensarta-ran. Cuando abrió los ojos vio a su papa con la lanza en la mano y éste le dijo

“Hijo, despierta, tenemos que ir a pescar”, todo había sido un sueño.

Hoy Carlos vive en la Lagu-na de Sinamaica y les cuenta a sus hijos las mismas historias que su padre le narraba cuan-do iban a pescar.

Relato Añú

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VENEZUELA-COLOMBIA

9OCTUBREPublicidad

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10VENEZUELA-COLOMBIA

OCTUBRE

E L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A SWAYUUNAIKI

Saashin jiakaa matünainsalü ejeettaa jünülia: jemeisü tisiyeenwure’ulu 31

Aquel mes de octubre, fue como los octubres anteriores que llegaron ellos a nuestra ranchería, llegaron con la mañanita y con las últimas lluvias. Mis primas y yo buscábamos y recogíamos leña para quemarla y hacer con ellas el carbón que después iríamos a vender. Los sentimos llegar en caravanas de ca-rros. Así como cuando nosotros vamos a comprar maíz al mercado de Uribia o cuando vamos a cobrar una ofensa. La diferencia es que ellos llegaron en unos carros que parecían de cristal, todos nuevos y lujosos, a los que les llaman burbujas y nosotros vamos en el camión viejo de mí tío, en la parte de atrás, de pie y apiñados como las vacas, moviéndonos de un lado para el otro, porque el camino está dañado y el puente que hicieron el año pasado sólo sirvió por dos meses. Ahora nos toca bajarnos para que el camión pueda pa-sar sin peso el arroyo y así evitar que se quede atollado, pero cuando llega el invierno el camión se queda en el Paraí-so, nuestra ranchería, porque el arroyo crece y se lo puede llevar.

Dejamos nuestros oficios de bus-car y recoger la leña y, presurosas, nos acercamos a la enramada a donde ellos llegaron. Preguntaron por mí tío Tanko, pero él en un principio no los quiso atender, dijo que no han cum-plido lo que prometieron. El puente que hicieron, hace ya un verano y un invierno ¡se cayó y no lo han levanta-do!, sólo bastó que lloviera para que el arroyo creciera y se lo llevara; tampoco han traído el molino para sacar agua y preparar nuestros alimentos, aún seguimos tomando agua de las cacim-bas y, cuando éstas se secan nos toca tomar de la misma agua donde toman los animales, gracias a Juyá, la lluvia, que llena nuestro jagüey; y la escue-la, la escuelita que prometieron para la comunidad y nuestros niños estudiaran tampoco la han hecho —decía molesto mí tío. Ahora entiendo porque nunca aprendí a leer y a escribir; ahora en-tiendo el sentido de las promesas no cumplidas.

Han traído para mi abuela y mi abuelo, café, el que trae una muñe-quita pintada sobre una hoja; sacos de maíz; juguetes para nosotros y ¡cuatro llantas!, para el camión de mí tío. Ellos parecían no escuchar las quejas de mí tío. Se le acercaban y decían que esta vez las cosas eran diferentes porque el que estaba de candidato no era el papá sino el hijo —y ese sí es buena gen-te, hasta le mandó estas llantas nue-vas para su camión — le dijeron. Mi tío las miró y le pidió a mi hermano Saúl que las tomará. Aceptó la visita de los recién llegados y mandó a colgar unos chinchorros para ellos, les sirvieron chi-cha agria y comieron chivo asado ¡se comieron nuestro desayuno! No se por qué tratan a esta gente como si fueran caciques. No se dará cuenta mí tío de

que siempre lo engañan con las mis-mas palabras y los mismos regalos.

Todos estaban reunidos en la en-ramada más grande, la de las visitas. Sentados unos y otros acostados en nuestros chinchorros, tomaban la chi-cha agria y hacían como si les gustara, pero al menor descuido de mi tío había gestos de desagrado en sus caras; otros la derramaban a propósito y fingían un accidente. ¿Acaso, no saben ellos que la chicha agria es la que le brindamos a quienes vienen a nuestra tierra, como muestra de nuestro respeto? Se reían de los cuentos largos y aburridos de mi tío y a él parecía agradarle las carcaja-das de esa gente. Veía en la cara mi tío satisfacción cuando los recién llegados le decían “mi tío”. ¿Con qué derecho?, si no lo tienen. Otros sólo vienen con esos ojos que parecieran mirar deba-jo de las mantas que cubren nuestros cuerpos. Y sus mujeres, sus mujeres vienen buscando niños para convertir-los en sus ahijados y así, según ellas, tener el deber cristiano de cuidarlos y educarlos. ¿Educarlos? A qué le llaman ellas educación si lo que hacen con nuestros niños es tenerle de sirvien-tes en sus casas de cemento; decirles que la comida no se toma con la mano, sino con la cuchara; que uno no debe andar por ahí con los pies descalzos como los indios, como si no lo fuéra-mos; que no es ay que es yuca, que no es wat-tachón que es mañana, que no es arika que es tarde, que no es aipá que es noche, que tú no te llamas Tarra Pushaina sino Sara Ramírez, ¿Ramírez? ¿Por qué?, Porque eres mi ahijada ¿Y mi clan? ¡Ay, no niña eso sólo se usa en el monte! Y se refieren a nosotros como la chinita o el chinito. Fue por eso que no quise seguir viviendo con mi madri-na en su casa de Puerto López.

No sé por qué se alegran cuando ellos llegan a nuestra ranchería. Mis primas salieron como unas locas a cambiarse las mantas viejas por unas nuevas y a pintarse las caras como las alijunas. Mi primo, Alfonso López, que se llama así porque un señor que estu-vo de paso por La Guajira hizo el favor de bautizarlo, pero mi primo insiste en que es su tío y que, además, fue Presi-dente de la República, les dijo que pa-recen perritas en tiempo. No sé lo que quiso decir en ese momento mi primo Alfonso López, pero ahora entiendo por qué mis primas tienen hijos con caras de alijunas.

IIAquel mes de octubre, fue como los

octubres anteriores que llegaron ellos a nuestra rancheria. Nosotros seguíamos en nuestros oficios de buscar y reco-ger la leña, mamá y mis tías tejiendo chinchorros para vender, papá estaba de visita en su ranchería, mis tíos arre-glando el matrimonio de mi hermana mayor Yotchón con un sobrino del viejo

Mapua y mis primos pastoreando los chivos y las ovejas. Esa vez llevaron unos papeles grandotes que tenían la imagen de ese hombre que se llamaba “Candidato”. Ellos tienen nombres ex-traños, por lo que nada de raro tendría que ese señor se llamara así. También llegó el Candidato, abrazando a todo el mundo y dando besitos a las mujeres, hasta aquellas que ya tenían marido ¿No saben ellos que está prohibido tocar a las mujeres comprometidas y aun a las doncellas que no lo están? Se sabía el nombre de mí tío Tanko, el de mis primos, el de Toushi y Tatuus-hi, era como si nos conociera desde hace tiempo. Pero cuando Toushi fue llevada hasta el hospital de Uribia y de ahí a Riohacha, mi primo Alfonso Ló-pez, aprovechando que estábamos en Riohacha, fue hasta su casa a pedir ayuda porque la enfermedad de Toushi era costosa. El señor Candidato ya no se acordaba de él y estaba rodeado de hombres que no dejaban que nadie se le acercara. Creo que el señor Candida-to tenía problemas, porque los hombres que lo acompañaban estaban armados hasta los dientes.

La casa del señor Candidato tam-bién tiene nombre, se llama Goberna-ción. Pero creo que no es de él, por-que cuando pasaron tres veranos ya no vivía ahí. Después vivía otro que se llamaba igual, pero cambian de nom-bre cuando llegan a vivir a esa casa porque la mayoría termina llamándose “Señor Gobernador”. Hay otra casa que se llama Alcaldía y el que vive ahí se llama Alcalde, pero al principio también se llamó igual que el otro... Candidato. ¿No saben ellos que tantos nombres pueden causar confusión? Pero prefiero a Candidato porque es bueno. Él regala comida y cuando nos lleva al hospital nos atienden; caso contrario cuando se cambian el nombre por el de Goberna-dor, Alcalde o Senador, ya no nos co-nocen. Siento que no sólo cambian el nombre, sino también el alma.

Mi primo Matto, que si sabe leer porque estuvo en el internado de los

capuchinos, en Nazareth, y al igual que muchos terminó escapándose de ahí, me dijo que en esos papeles grandes decía “Primero la comunidad”, “El ami-go del Pueblo”, “Concertación y Traba-jo”, “La mejor Opción”, “Por un Mejor Departamento”... en fin muchas cosas que aún no entiendo lo que quieren de-cir. Y en esos mismos papeles la cara del señor Candidato sonreía; los brazos extendidos como si fuera un gallito de pelea; pero sus ojos tenían el brillo de la traición, sus ojos decían qué clase de persona era; pero al traer tantos regalos nos hacía creer que era bue-na persona. En realidad ellos son gente buena mientras se llaman Candidato, la maldad la aprenden apenas entran en esa casa grande. Lo digo porque ese señor Candidato, el mismo que me dijo princesita mientras me daba un beso cerca de la boca y que prometió casar-se conmigo cuando yo creciera, fue el mismo que se negó a ayudarnos cuan-do Toushi enfermó y el mismo que dijo cuando nos alejábamos de él ¡Esos in-dios si joden!.

Recuerdo que ese beso me robó el sueño por muchas lunas. Ese momento se repetía en mí mente una y otra vez mientras trataba de dormir en mi chin-chorro, quería que el señor Candidato regresara y me besara nuevamente, pero no lo hizo. Ni siquiera me miró cuando fuimos a su casa grande.

IIIAquel mes de octubre, fue como los

octubres anteriores que llegaron ellos a nuestra ranchería. Regresaban en sus carros de cristal. Esa vez llegaron más temprano, el sol aún no salía. Toda mi familia estaba preparada para ir a Uri-bia. Ese día ellos lo llamaban el “Día de las elecciones”. Yo también quería ir, por eso me monté en el camión de mí tío; mientras que Toushi y Tatuushi lo hicieron en el del señor Candidato, se fueron en el carro de cristal.

Al llegar a Uribia escuché que uno de ellos le decía a otro, Esta catajarria de indios tiene hambre, ¿qué le damos?

POR: ESTERCILIA SIMANCA PUSHAINA

Manifiesta no saber firmar. Nacido: 31 de diciembreRelato Wayuu

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VENEZUELA-COLOMBIA

11OCTUBRE

E L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A SWAYUUNAIKI

Saashin jiakaa matünainsalü ejeettaa jünülia: jemeisü tisiyeenwure’ulu 31

Y aquel le contestó, Dales gaseosa roja con un pan de caña, al indio le gusta todo lo que sea de color rojo. Y así lo hizo. Desde ese momento ellos me em-pezaron a caer mal.

Toda mi familia hizo una larga fila junto con otras gentes que venían de otras rancherías, para recibir una tarje-tita plástica que ellos llamaban cédula. Eran las mismas que ellos se habían llevado una semana antes de las “elec-ciones”. Ese día me enteré que mí tío Tanko Pushaina se llamaba Tarzan Co-tes, que Shankarit se llama Máximo, que Jutpunachón se llamaba Priscila, que Yaya se llamaba Clara, que Castorila se llamaba Cosita Rica, que Kawalashiyú se llamaba Marquesa, que Anuwachón se llamaba Jhon F. Kennedy, que Asha-neish se llamaba Cabeza, que Arepuí se llamaba Cazón, que Waríchón se llama-ba Lebranche, que Cauya se llamaba Monrrinson Knudsen, que Cotiz se lla-maba Alka-Selkser, Jierranta se llama-ba Hilda, el primo Rafael Pushaina se llamaba Raspahierro, mi primo Matto se llamaba Bolsillo, y por un momento temí que conmigo pasaba lo mismo.

Le pregunté a uno de ellos qué de-bía hacer para tener una cédula y me dijo que eso era fácil, que buscara mi partida de bautismo y que él después me llevaría a un lugar que se llama Re-gistraduría Nacional del Estado Civil, la cual aún existe. Y así lo hice. Cuando terminaron las lluvias me dirigí a Uribia y fui a la iglesia donde me habían bauti-zado. Por el nombre de mis padrinos y la fecha que me decía mi madrina dieron con mi partida de bautismo. Recuerdo que el padre dijo que mi padrino había bautizado cerca de cien chinitos ese mismo día. Y allí estaba, me bautizaron el 5 de septiembre de 1970 y mi fecha de nacimiento 31 de diciembre de 1965, que yo no era hija de Karouna Pushai-na ni de Colenshi Jusayú, sino de Maria Santa Pushaina con Domingo Santo Ju-sayú, y que yo no me llamaba Coleima Pushaina, sino Faride Abuchaibe, que todos los chinitos bautizados ese día se llamaban Faride y Eduardo Abuchaibe.

Ahora entien-do porque todos me

dicen la turca. ¿Sabe padrino que tiene usted un colegio en Uribia a donde ni siquiera van sus ahijados a estudiar?

IVEn varias oportunidades me encon-

tré con mis primitos, los mismos que aquellas mujeres se llevaron a sus ca-sas de cemento. Los encontrábamos en Uribia y por las calles de Puerto López, ellos sabían que iríamos a comprar maíz en el mercado y se escapaban para ver-se con uno. Las niñas llevaban puestos vestiditos de florecitas y en sus pies sandalitas. Me recordaban a sus hijas que cuando iban a nuestra ranchería le preguntaban a sus padres si nosotros éramos los indios de los cuentos que ellos le contaban en las noches antes de ir a dormir, y ellos le contestaban, Sí... esa es Pocahontas. Y sus niños nos rodeaban y nos empezaban a decir, ¡Po-cahontas!, ¡Pocahontas! Sabrá Maleiwa, Dios, quién es Pocahontas. ¿No saben acaso que no nos gustan que nos com-paren? Y los niños, los niños llevaban puestos unos pantalones cortos con ca-misitas de cuadritos abotonadas hasta el cuello, sus cabellos llenos de aceite y en sus pies zapatos negros con medie-citas blancas. ¿Dónde estaban las guai-reñitas que les hacía mí tío Julio? Yo les hablaba en wayuunaiki, lo que habla-mos nosotros. Y ellos me contestaban en alijunaiki, o sea castellano. Y cuando los llevaban a nuestra ranchería, para el tiempo en que comenzaban las lluvias,

c a r g a b a n carritos de madera y ba-lones de fútbol; nuestros niños olvidaron sus arcos y sus flechas. Y las ni-ñas cargaban muñequitas catiras que hablaban en alijunaiki..., Cámbiame el vestido, llévame al parque, cómprame un helado; nuestras niñas olvidaron sus wayunkeras. Los mosquitos los picaban, el agua del Jagüey les brota la piel y el agua del molino les parece salada. ¿Qué les hicieron a nuestros niños que cuando llegan a nuestra ranchería se enferman?

VYo nunca me había tomado una

fotografía y sentarme en frente de un aparatejo de esos mientras el fotógrafo me observaba me daba risa. Cada vez que salía una luz fuerte como el Kaí, el sol, cerraba mis ojos y me levantaba atemorizada, luego soltaba una car-cajada que molestaba al fotógrafo. Mí hermana Ketchón también se reía. Ella era muchísimo menor que yo, pero el que me llevó a sacar la cédula la metió en la fila de la Registraduría y dijo que tenía dieciocho años. A todos los que estábamos en la fila nos puso dieciocho años. Ese día también nos acompañó nuestro primo Alúwanuí Pushaina. El mostró su partida de bautismo y los que trabajaban en ese lugar se reían, no sé por qué. Lo que sí sé es que Alúwanuí no es Alúwanuí en la cédula, sino EME DIECINUEVE. A él no le mo-

lesta que lo lla-men así; sólo se

ríe. Recuerdo que la mujer que estaba

sentada detrás del escri-torio era la que nos preguntaba cómo nos llamábamos. Me dijo que yo estaba muy bichecita para sacar cédula, pero igual todos los que fuimos ese día sali-mos con comprobante en mano. Todos teníamos dieciocho años, y habíamos nacido el 31 de diciembre.

No quise mostrar mi partida de bau-tismo porque me dio pena. No quería ser Faride ni llevar el apellido Abuchai-be, quería seguir siendo Coleima del clan Pushaina, y así respondí cuando me preguntaron: Nombre, Coleima Pushaina, ¿Trajo partida de bautismo?, No, se me perdió. No importa, ponle ese nombre, grito alguien de alguna parte de ese lugar, y que también na-ció el 31 de diciembre, agregó. ¿De qué año?, preguntó la mujer. Ponle diecio-cho años, saca la cuenta, le contestó la misma persona, y así fue. Nombre: Co-leima Apellidos: Pushaina; Nacido: 31 de diciembre de 1965; Estatura: 1.60 metros; Señales: ninguna; Lugar y fe-cha de expedición: Uribia, 14 de enero de 1984. ¿Sabe firmar? me preguntó la mujer levantándose de la silla. No sé, le contesté. Y de nuevo la voz que salía de alguna parte dijo, no pierdas tanto el tiempo, tómale la huella. Tomó mi mano derecha y estampó mi dedo índi-ce en el papel. Ya eres ciudadana, me dijo, pero manifiesta no saber firmar.

Hoy cuando mis hijos, qué si van a la escuela, me preguntan por qué no sé firmar, yo sólo les puedo decir que la escuela quedaba muy lejos y que tenía que buscar y recoger la leña. A ti te puedo decir que hace días intenté arrancar tu imagen que está detrás de la puerta, la que cuando nadie me ve, yo la miro y la miro y siento que tu ima-gen, que tú, lo haces también, le sonrío y hasta me da pena encontrar tus ojos con los míos, pero no, para qué hacer-lo, lo haría así como mamá ha arran-cado tu imagen y la imagen de otros candidatos, si arrancando tu imagen de la puerta, también lo estaría haciendo de mi corazón.

POR: ESTERCILIA SIMANCA PUSHAINA

Manifiesta no saber firmar. Nacido: 31 de diciembre

Glosario

Wayuu: Pueblo indigena ubicado en la península de La Guajira Colombo-Venezolana.Wayuunaiki: Idioma de los Wayuu, familia etnolingüística Arawak.Alijuna: No wayúu, sirve para identificar al negro, al blanco, al forastero.Alijunaiki: Idioma de los Alijunas.Paraíso: Rancherías indígenas wayúu.Rancherías: Lugar donde habitan los wayúu, por grupos familiares. Asen-tamiento indígena. Hoy gozan de protección mediante la constitución de los resguardos.Toushi: Mi abuela.Tatuushi: Mi abuelo.Pushaina, Jusayú: Clanes indígenas wayuu.Wayunkeras: Muñequitas elaboradas en barro.Catajarria: Guajirismo, significa cantidad, multitud.

Relato Wayuu

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VENEZUELA-COLOMBIA

OCTUBRERelato Wayuu

El fuegoTuu shaitaaktPOR: RAMÓN PAZ IPUANA

Sólo el gran padre Maleiwa poseía el fuego, los hombres pasaban frío y no podían cocinar sus alimen-tos, los comían crudos y los sacaban al sol.

unuunai era un joven wayuu muy vivaracho y un día decidió ir en busca de Maleiwa para conseguir el

fuego. El joven subió hasta el Iitujolu y encontró al gran padre calentándose junto a la hoguera, el

fuego era semejante a los fulgores áureos del cielo. Jununai deslumbrado por la

maravilla del fuego sintió como sus huesos se calentaban y lle-

nando su boca de halagos hacia el gran padre, le

rogo que le deja-ra permanecer

esa noche j u n t o

a l

fuego. Maleiwa mostraba indiferencia ante tantos halagos, pero el joven poco a poco fue captando la atención de Maleiwa…

Y logro distraerlo en su vigilia del fuego y en un descuido del gran padre robo dos brasas y las metió en su bolso, Maleiwa se dio cuenta de la jugada de Jununai y enfurecido comenzó a perseguirlo. En su huida el joven se encontró con un cazador llamado Kenaa a quien entrego una de las brasas y le dijo que la escondiera de Maleiwa para entregársela a las demás. El sol, que ya salía, oculto a Kenaa de la mira-da de Maleiwa; pero al anochecer, el gran padre, vio la brasa y descubrió al cazador. Enfurecido Maleiwa castigo a Kenaa y lo convirtió en cocuyo para que eternamente iluminara las noches oscuras y frías… seguidamente continuo su persecución…

Junanai en su carrera de escape se encontró con Jinulu, cigarrón y le entrego la otra brasa para que la escondiera y este la guardo en un palo de caujaro y

luego la paso a un palo de olivo, y luego a otro palo y otro. Hasta que el fuego se propago…

Maleiwa por fin le dio alcance a Junanai y con mucha furia lo convirtió en escarabajo para que se alimentara de excrementos…pero el gran padre no recupero la segunda brasa y continuo la búsqueda.

Un niño llamado Serru’ma jugaba en el bosque y al treparse un árbol de caujaro encontró el fuego, corto varias varitas del árbol y se fue hasta donde estaban los hombres y al llegar ante ellos se los enseño, froto con sus manos dos varitas de caujaro y de ella surgió el fuego y los hombres aprendieron a hacerlo, y se obsequiaron muchas brasas a otros hombre y así se extendieron miles y miles de brasas.

Maleiwa al saber lo que había hecho Serru’ma y lo convirtió en Sikiyuu, pájaro que canta: ¡siki! ¡siki! ¡siki!...fuego, fuego , fuego.

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E L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A SWAYUUNAIKI

“Yorekitiramï” y su conquista del fuegopara el pueblo yanomami

“Yorekitirami” jümaa tü nountüin tü sikikaa jümüin tü juumainkaa yanomaamiPOR: ANTONIO PÉREZ / EDICIONES DE MITOS YANOMAMI Y LITERATURA / EDICIÓN: NEIDA LUZARDO

“Antiguamente era uno solo el yanomami que poseía el fue-go y se llamaba Iwa-riwë. Era alto y caminaba estirado, era tan celoso de su fuego que lo guardaba escondido debajo de la lengua.

Iwa-riwë era el más malo de los yanomamis. Era malo porque era mezquino a nadie cedía ni siquiera una llamita de su fuego. Los otros yanomamis regresaban de cacería y le pe-dían a Iwa-riwë un poquito de fuego para asar la carne. ¡Nada! Tenían que lavarla bien, frotar-la sobre una piedra, exprimirle toda la sangre y, luego se la comían cruda.

Llegaban las lluvias y hacía frío. Iwa-riwë escupía una parte de su fuego, encendía el fogón, cocinaba sus alimentos y se calentaba de lo lindo. Cuando quería, con las manos apagaba

el fuego A los otros yanomamis no los dejaba siquiera acercar-se a su fogón.

Iwa-riwë no tenía amigos. Los hombres mezquinos no pueden tenerlos. Los yanoma-mis, resignados desde hacía tiempo, ya nada esperaban de él. Estaban cansados de pedirle un poquito de fuego y de que él se lo negara siempre.

Pero había un hombre pe-queño, charlatán, y muy avis-pado, que no se rendía. Se lla-maba Yorekitiramï. Iwa-riwë lo rechazaba; pero él seguía ron-dando junto al chinchorro del dueño del fuego. Le hablaba mucho y lo hacía reír con sus morisquetas. Cuando Iwa-riwë se movía, Yorekitiramï no lo perdía de vista.

Era una mañana de densa neblina. Iwa-riwë se levantó con un gran dolor de cabeza,

pero tenía sueño: la gripe que tenía no lo había dejado dormir. Volvió a acostarse como todos los demás. Nadie iba al conuco. Nadie salía a cazar. Todos esta-ban enfermos. Desesperados, algunos se acercaron a Iwa-riwë y le suplicaron:

—Somos tus parientes. Da-nos un poco de fuego, que nos vamos a morir.

Todo fue inútil Pero Yorekiti-ramï seguía cerca del chincho-rro de Iwa-riwë, alerta como nunca. El dueño del fuego dor-mitaba, cuando, de pronto, es-tornudó:

—¡Atchún!— El fuego había saltado fuera de su boca. Iwa-riwë, aturdido por la fiebre, no sabía qué estaba pasando. Cuando se dio cuenta de lo su-cedido, Yorekitiramï ya tenía el fuego entre sus manos y corría lejos, saltando loco de conten-

to.Iwa-riwë había perdido el

fuego. Entonces, se enfureció y huyó lejos del xapono. No que-ría ver más a los yanomamis te-mía su venganza, desesperado, se zambulló en las aguas del río y se transformó en babilla

Yorekitiramï volvió al xapo-no y distribuyó el fuego entre todos los yanomamis. Cuando vio que todos tenían su fogón prendido, se puso más conten-to todavía y dio un salto tan alto que fue a parar a las ra-mas de un árbol. Allí y, poco a poco, en todos los árboles de la selva, fue dejando una chispita de fuego. Por eso la madera se quema.

En la planta del cacao puso más; por eso es el árbol que sirve para prender el fuego. Yendo de árbol en árbol, él se transformó en un pájaro negro

de pico rojo, como el fuego.Cuando Iwa-riwë escupió

el fuego, Pre-yoma, una mujer [que estaba allí, de la tribu, al ver el fuego en manos de todos chilló horrorizada y dijo:

Ese fuego que ustedes tan-to querían y que Yorekitiramï le sacó a Iwa-riwë, los hará sufrir. Debían dejarlo tranquilo en la boca de su dueño y habrían sido felices. En cambio, han sa-cado algo eterno que los hará sufrir siempre: todos ustedes y todos los descendientes de ustedes se quemarán con el fuego (Haciendo referencia a la cremación ritual de cadáveres) Yo no quiero ser quemada. Yo viviré feliz sin fuego. Nunca el fuego tocará mi cuerpo.

Eso dijo la mujer y fue a ti-rarse al agua de un caño. Allí quedó transformada en un sa-pito de color anaranjado”.

Relato Yanomami

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OCTUBRE

E L P E R I Ó D I C O D E L O S P U E B L O S I N D Í G E N A SWAYUUNAIKI

El espíritu del aguaSüsheyuu wuinkaa

POR: FELISA BASTARDOCUENTOS WARAO / YORDANA MEDRANO

POR: ALEJANDRA PERAZACUENTOS WARAO / YORDANA MEDRANO

Ésta es la historia de dos hermanas warao que vivían en Boca Grande, una comunidad muy pobla-da de arawako y warao.

Un día salieron para una fiesta acompañadas de su hermano menor. La fiesta quedaba al otro lado del río, en la misma Boca Grande. En la tarde de un sábado, el hermano menor le dijo a sus hermanas: -“Vamos para la fiesta, que ya es tarde”.

La hermana mayor dijo: -“Vamos mañana”- y la menor respondió -“Yo no puedo ir” “¿Por qué?”-, pre-guntó el hermano; ella respondió: -“Porque tengo la regla”. El hermano le dijo: -“No importa, vamos; si piensas que va a pasarte algo malo, no creas en esas cosas.

Nabarao (ser que habita en el agua) no existe”. Ella respondió: -“Bueno, entonces vamos”-. De ma-nera que cruzaron el río en una curiarita (Canoita) hasta que llegaron a la fiesta. Bailaron, cantaron, se divirtieron hasta más no poder; al regreso se aproximaban ya las 12 de la media noche, cuando a mitad del río quedaron atascados en una playa.

El hermano dijo asombrado: -”Cuando pasamos por aquí no estaba esta playa”. El muchacho des-esperado saltó para empujar la curiara y no pudo sacarla, mientras la muchacha lloraba; luego bajó la hermana mayor para ayudar al hermano y tampoco pudieron.

Después de un largo rato de desespero y angus-tia, la muchacha que tenía la regla, con voz de re-signación dijo: -“Es inútil, no intenten luchar contra la naturaleza, este es un anuncio… jamás sacarán la curiara de esta lugar si me quedo sentada”.

Los hermanos se embarcaron y se miraron; ella continuó diciendo: -“Yo lo sabía: tengo la regla; si no salto de esta cu-riara, aquí podemos morir todos, tengo que que-darme para que ustedes puedan continuar”. Ella lloraba desesperadamente y recordó las palabras de su mamá:-“No te metas en el agua con la regla; el agua tiene un espíritu que lo cuida”. Ella le pidió que les dijesen. Diciendo esto, saltó de la curiara (Canoa) hacia la playa donde estaban detenidos... y ésta flotó.

Ella lentamente se fue sumergiendo en el agua; su cuerpo fue cambiando de especie. Los hermanos lloraban desconsoladamente; abrazados miraban a su hermanita convertirse en nabarao, en otra que viviría en la mágica profundidad del agua para siem-pre.

Mientras su cabello crecía muy largo y de una manera extraña, aleteó fuerte, pero muy fuerte y se fue; sólo se veían burbujas… y más burbujas… El Agua llena de espumas se la tragó… Desde enton-ces esa comunidad desapareció, vino un gran ven-tarrón, lluvias, centellas y truenos que acabó con todo a su paso, pero algunos se fueron de allí y todos los demás murieron…

Cuentan los ancianos warao, que en lo profundo del agua viven los dioses, que cuidan celosamente sus aguas y sus manglares… a sus familiares que se fue para otro mundo por desobedecer a sus pa-dres y les dejó un consejo: - “Las historias warao son reales; esto que nos pasa es por desobedecer nuestra tradición”.

En un principio la gente vivía en la oscuridad. Los warao buscaban yuruma en tinieblas y sólo se alumbraban con candela que sacaban de la madera. En ese entonces, no existía el día ni la no-che.

Un hombre que tenía dos hijas supo un día que había un joven dueño de la luz. Llamó entonces a su hija mayor y le dijo:

-Ve donde está el joven dueño de la luz y me la traes.

Ella tomó su mapire y partió. Pero encontró muchos caminos por donde iba, y tomó el que la llevó a la casa del venado. Allí conoció al venado y se en-tretuvo jugando con él.

Luego regresó donde su padre, pero no traía la luz. Entonces el padre resol-vió enviar a la hija menor:

-Ve donde está el joven dueño de la

luz y me la traes. La muchacha tomó el buen camino y después de mucho an-dar, llegó a la casa del dueño de la luz.

Vengo a conocerte -le dijo, a estar contigo y a obtener la luz para mi pa-dre.

Y el dueño de la luz le contestó: -Te esperaba. Ahora que llegaste,

vivirás conmigo. El joven tomó una caja, el torotoro,

que tenía a su lado, y con mucho cuida-do, la abrió. La luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos. Y también el pelo y los ojos negros de la muchacha.

Así, ella descubrió la luz, y el joven, después de mostrársela, la guardó.

Todos los días, el dueño de la luz la sacaba de su caja y hacía la claridad para divertirse con la muchacha.

Así pasó el tiempo. Jugaban con la luz y se divertían. Por fin, la muchacha

recordó que tenía que volver con su pa-dre y llevarle la luz que había venido a buscar.

El dueño de la luz, que ya era su amigo, se la regaló:

-Toma la luz. Así podrás verlo todo. La muchacha regresó donde su pa-

dre y le entregó la luz encerrada en el torotoro. El padre tomó la caja, la abrió y la colgó en uno de los troncos que sostenían el palafito. Los rayos de luz iluminaron el agua del río, las hojas de los mangles y los frutos del merey.

Al saberse en los distintos pueblos del Delta del Orinoco que existía una familia que tenía la luz, comenzaron a venir los warao a conocerla. Llegaron en sus curiaras desde el caño Aragua-bisi, del caño Mánamo y del caño Ama-curo. Curiaras y más curiaras llenas de gente y más gente.

Llegó un momento en que el palafi-to no podía ya soportar el peso de tan-ta gente maravillada con la luz. Y nadie se marchaba porque no querían seguir viviendo a oscuras, porque con la clari-dad la vida era más agradable.

Por fin, el padre de las muchachas no pudo soportar más a tanta gente dentro y fuera de su casa.

-Voy a acabar con esto -dijo- Si to-dos quieren la luz, allá va.

Y de un fuerte manotazo, rompió la caja y lanzó la luz al cielo.

El cuerpo de la luz voló hacia el Este y la caja hacia el Oeste.

Del cuerpo de la luz se hizo el sol. Y de la caja en que la guardaban, del torotoro, surgió la luna.

De un lado quedó el sol y del otro, la luna.

Pero como todavía llevaban la fuer-za del brazo que los había lanzado, el sol y la luna marchaban muy rápido. El día y la noche eran muy cortos, y ama-necía y oscurecía a cada rato.

Entonces el padre le dijo a su hija menor:

-Tráeme un morrocoy pequeño. Y cuando tuvo en sus manos el mo-

rrocoy, esperó a que el sol estuviera so-bre su cabeza y se lo lanzó, diciéndole:

- Toma este morrocoy. Es tuyo, te lo regalo. Espéralo. Desde ese momento, el sol se puso a esperar al morrocoyci-to. Y al otro día, cuando amaneció, el sol iba poco a poco, como el morrocoy, como anda hoy en día, alumbrando hasta que llega la noche.

Relatos Warao

El dueño de la luzChii kakorolokai tuu warattuikat

Glosario

Curiara: Embarcación larga y más ligera que una canoa, hecha en un tronco ahuecado con hacha y fuego.Mapire: Canasto redondo y profundo tejido con hojas de palma.Torotoro: Pequeña maleta, tejida con junco. Tiene forma rectangular y tapas dobles, forrada con hojas de junco para hacerla impermeable.Yuruma: Especia de torta o pan, que se prepara con la médula de la palma.

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OCTUBRE

Hace muchos años vivía en estos lares dos hermanos Apus: Sinti y Tiriqmana, ellos se querían mucho, se ayuda-ban y compartían todo. Así vi-vieron por cientos de años.

Una tarde por el camino que cruzaba entre los dos Apus apareció un joven can-sado que se asomó a des-cansar a la sombra del Apu Tiriqmana entrando en un profundo sueño.

En ese momento el Apu Tiriqmana pensó en sí mis-mo: “tengo mucha hambre, voy a comérmelo a éste jo-ven, sin que mi hermano se

dé cuenta”.Cuando el Tiriqmana es-

taba a punto de comérselo, el Apu Sinti que había intuido la intención de su hermano le preguntó: “¿hermano, no pensarás comértelo solo ese churu gallo que está entre tus piernas?”.

El Tiriqmana le respondió que él había visto primero al joven y por eso tenía derecho a comérselo solo, ante esto el Apu Sinti lo reprochó: “No puede ser hermano, nosotros siempre hemos compartido todo, además, eso es lo que nos ha enseñado nuestros

padres”.Así se enfrascaron en una

fuerte discusión, cuyas voces retumbaba en toda la quebra-da, hasta que el joven ante tanta bulla se despertó asus-tado y continuó caminando.

Desde aquel día los dos hermanos se enemistaron e incluso levantaron a sus ay-llus del uno contra el otro en-cabezando ataques con hua-racas y piedras.

Wachwalla, la madre Apu de los dos hermanos, al en-terarse de las peleas de sus hijos llamó al gran Amaru (Que) Katari, en aymara ser-piente. Se vincula al culto del agua. O gran serpiente para encargarle la misión de hacer entender a los hermanos que no sigan peleando y que vi-van en paz; pero, el Tiriqma-na muy soberbio no aceptó el consejo de su madre.

El Amaru o gran ser-piente regresó ante la madre Wachwalla manifestándole que sus hijos se habían con-

vertido en malos y soberbios, sobre todo el Tiriqmana que no aceptaba ninguna disculpa de su propio hermano ni es-cuchaba los consejos de su madre.

Entonces, la madre Wachwalla muy indignada dic-tó una sentencia: “Serpiente, por haber fracasado en tu mi-sión te convertirás en un gran río y separarás para siempre a mis hijos” y luego castigó a sus hijos, hizo caer una llu-via de fuego sobre el Tiriq-mana y su pueblo; mientras que al Sinti lo convirtió en un gran puma de roca maciza para que un día reviva y en la oscuridad de la noche mu-rió también su Ayllu porque el sol se había escondido por el humo de la lluvia de fuego.

En la actualidad podemos observar a los cerros Sinti y Tiriqmana en la carretera Abancay – Casinchihua, en el sector de Carolina distrito de Pichirhua; el Apu Sinti en for-

ma de puma agazapado, se puede divisar antes de entrar al poblado de Yaca. Y en ver-dad, cuando visitas las cuevas del Sinti encuentras cientos de cráneos amontonados, mientras que en el Tiriqmana los utensilios de piedra están todos rajados y los esquele-tos humanos calcinados.

Los abuelos al contarnos esta leyenda nos hacían re-flexionar que no es bueno vivir en discordias y rencillas entre hermanos porque tarde o temprano se paga lo malo que se hace; además, expre-saban que algún día el Apu Sinti reviviría para luchar por el pueblo y liberarlo de tan-to sufrimiento, “ya los tiem-pos están cambiando, ya el Pachakutiq está volviendo, pronto los quechuas, los pue-blos originarios y los comu-neros seremos fuertes, uni-dos y libres, pronto nuestros hijos tendrán una mejor vida”, decían en tono reflexivo y de esperanza.

Sinti: Donde el puma se escondeSinti: Eere nunujulaain chi ka’lairakai

POR: WILMAN CAICHIHUA ROBLES

WAYUUNAIKIX

WAYUUNAIKI PARTE IIVerbos SustantivosAsaa (beber) wuin (agua)Aashajawaa wayuunaiki (idioma guajiro)Ashajaa (escribir) karalo’uta (libro/cuaderno)Ayonnajaa (danzar) Majayülü (señorita)Asakaa (saludar) Atünajutuu(amigo)Asakiraa(preguntar) anüliee (nombre)Ekaa (comer) asalaa (carne)A’yatawaa (trabajar) luma (enramada)A’yalajaa (llorar) jintüi (niño)Ayalajaa (comprar) keesü (queso)Aikaa (vender) anneerü (dinero)

Pronombrespersonales:Taya = yoPia = túNia = élShia/jia = ellaWaya = nosotrosJaya = vosotrosNaya = ellos

Msc., José Angel Fernández [email protected]

El artículo de género-número:(SM)Chi püliikükai El burro(SF)Tü püliikükaa-kat-kalü La burra(PL)Na Püliikükana-irua Los burros

Ademàs tenemos los colectivizadores yuu y nüüEJ: Jierü= mujer, entonces jieyuu= mujeres o el grupo de las mujeresJinnuu= linaje wayuu cuyo tótem pertenece al zorroJimo’olu= adolescente, entonces jimo’onnuu= el grupo de las adolescentes.Es así como la mayoría de los clanes wayuu terminan en nuu o yuu, así: Ja’yaliyuu, paüsayuu, juusayuu… son colectivos por excelencia.

Modos de preguntar la hora y dar las gracias en wayuunaiki:Jalapushijana waya?= Qué hora es?Respuesta: 2:30 jana waya(SM) Anayaawatshija’a taya sutuma Ja’yaliyuu = Gracias a Jayariyú.(SF) Anayaawatsüja’a taya sutuma Mariia = Gracias a Maria.(PL) Anayaawatshiija’a waya jatuma = Gracias a ustedes.Yootiraajeena waya maatte’ulu= Dialogaremos el martes.

Relato Indígena de Perú

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RECOPILACIÓN DE CUENTOS PEMÓN / POR: JHON GODOY

Relato Pemón

El origen mítico de los makunaimaJuchikuwa tuu eejere newetuin naa makunaima

Hace mucho tiempo el sol era un indio, que se dedicaba a limpiar la montaña y (hacer conuco) para sem-brar ocumo. Él sólo comía su cosecha de ocumo; y su cara era brillante.

Un día que fue a tomar agua y bañarse en un riachuelo después del trabajo, al acercarse, sintió en un pozo de agua como el remolino de una persona que se sumerge. Y que-dó pensando qué sería aquello.

Al otro día volvió con más sigilo al pozo de agua y vio a una mujer pe-queña, pero de una cabellera larguísi-ma, que le llegaba a los pies. Estaba bañándose y jugando y batiendo el agua con sus cabellos.

Pero ella se dio cuenta de que ve-nía el sol y se sumergió en lo profundo del pozo, pero el sol aún logró asirla por la cabellera. “A mí no, a mí no”, gritó aquel ser, que se llama Tuenka-rón. Y dijo más: “Yo te enviaré una mujer para que sea tu compañera y esposa”. Y entonces el Sol soltó su ca-bellera y dejó irse a Tuenkarón.

Al otro día, estando el Sol limpian-do el conuco y juntando los árboles para pegarles fuego, vio venir a una mujer blanca, que le enviaba Tuenka-rón.

¿Ya limpiaste el conuco?, le pre-guntó la mujer. El Sol le contestó: “Aún no; apenas he limpiado más que

este pedacito que ves y he juntado estos pocos montones”.

Después dijo el Sol a la mujer: “Saca esos ocumos, que yo asé, para comer”. Sácalos de las brasas, la mu-jer le dijo al Sol: “Aquí está”. Y comie-ron.

Después dijo el Sol a la mujer: “Pega fuego a los montones, que yo junté”. Y la mujer pegó fuego a los montones con un palo rajado y con-chas secas.

Cuando terminó de pegar fuego la mujer dijo: “ya está”, volvió a decir el Sol: “Ahora vete a buscar agua”. La mujer se fue a la quebrada con su camaza (recipiente), se agachó para coger el agua. Mientras la estaba cogiendo y llenando la camaza (reci-piente), se le ablandaron las puntas de las manos (los dedos), y después los brazos y todo el cuerpo. Y así que-dó aplastada como un montoncito de arcilla. Porque aquella mujer estaba hecha con tierra blanca.

En vista de que la mujer no vol-vía, el Sol se fue a buscarla. Y cuando llegó a la quebrada, encontró el pozo con el agua de color terroso: era la mujer que se había deshecho entur-biando el agua.

Entonces el Sol, disgustado, dijo: “Eso es lo que me manda Tuenkarón, una mujer que no sirve ni para coger agua”. Después se subió más arriba a beber agua no turbia. Y, como ya estaba atardeciendo, el Sol se fue a dormir a su casa.

Cuando amaneció y fue otro día, el Sol tornó a su conuco a trabajar en la limpieza, mientras trabaja-ba, al mediodía, cuando ya iba a comer, Tuenkarón le mandó otra mujer, negra como la gente de esta raza.

La mujer le preguntó al Sol: “¿Ya limpiaste el conuco? «Sí y no», respondió el Sol, «apenas he limpiado ese, poquito que tú ves». Después le dijo también: «Vete a buscarme agua para be-ber, para que comamos juntos».

La mujer se fue a la quebrada, trajo el agua y comieron juntos el ocumo. Después de comer, el Sol se pegó de nuevo al trabajo y le dijo a la mujer: «Mientras yo sigo

amontonando, tú pega fuego a los montones ya hechos».

La mujer cogió un palo rajado para ir a pegar fuego. Se arrodilló junto a unas brasas, sopló para levantar lla-ma, pero el fuego le calentó la cara y de ahí se fue derritiendo por los bra-zos y por todo el cuerpo; y así quedó aplastada como un montón de cera silvestre. Porque aquella mujer estaba hecha con cera.

El Sol se volteó repetidas veces para ver el fuego que iba prendien-do; pero como no veía humear ningún montón, se fue a ver qué pasaba con la mujer, iba diciendo: “Pues si le dije que fuera pegando fuego a los mon-tones”. Pero, ¡qué sorpresa! al acer-carse, encontró a la mujer derretida y convertida en un montón de cera. Entonces el Sol se fue a la quebrada y dijo: “Hay que ver qué mala y embus-tera es Tuenkarón. Pues bien; ahora yo voy a secar esta quebrada, yo voy a secar toda el agua».

Pero Tuenkarón, sin dejarse ver, le contestó: “No, no; no hagas eso; espera que yo te voy a mandar una mujer”. Pero aquel día no se le sentó al Sol la semilla del vientre (no se le sosegó el corazón). Aquella noche se acostó bravo.

Pero al otro día, cuando hubo amanecido, el Sol se fue, según su costumbre, a trabajar en su conuco. Y estando inclinado sobre su trabajo, se le presentó otra mujer de color rojizo (de laja), con una olla en su mano.

La mujer, poniéndose delante, le preguntó: “¿Ya limpiaste el conuco?”. Pero el Sol no le contestó, como si no oyera, receloso con los engaños pa-sados. “¿Por qué no me contestas?”, volvió a preguntarle la mujer. El Sol le contestó: «Porque todas sois em-busteras; todas os aplastáis y os de-rretís». «Si es así, replicó la mujer, me regreso a Tuenkarón».

Pero el Sol le dijo: «Bueno, espe-ra que yo te pruebe». Y entonces le mandó pegar fuego, y lo pegó y no se derritió y le man-dó traer agua; y la trajo y, al cogerla, no se ablandó. Des-pués le mandó

cocinar ocumo en la olla; y el Sol vio cómo la colocaba sobre unas piedras y cómo hacía el fuego. El Sol observó con cuidado todas sus costumbres y habilidades.

Cuando comenzaba a atardecer, la mujer dijo al Sol: “Yo vine para re-gresar”. “Bueno, le contestó el Sol; hazme la comida para que regreses”, después que la hizo, la mujer le dijo al Sol: «Ea, me voy; me voy para re-gresar mañana temprano». El Sol le dijo también: «Sí, vente bien de ma-ñana».

Al otro día el Sol se fue más tem-prano que de costumbre al trabajo. La mujer vino también muy temprano. El Sol volvió a probar otra vez a la mu-jer: le mandó a traer agua, le mandó hacer fuego, le mandó cocinar la co-mida. Y, viendo que ni se ablandaba, ni se derretía, ni se rajaba, le cayó en agrado.

Al caer la tarde, fueron a bañar-se juntos a la quebrada; y entonces el Sol vio muy bien que la mujer era rojiza, como los pedazos de piedra de fuego que suele haber en el lecho de los ríos. No era blanca ni tampoco ne-gra.

El Sol le dijo entonces a la mujer: “Vámonos a mi casa” pero la mujer le respondió: “No se lo dije a Tuenka-rón”. “Eso qué tiene que ver”, le re-plicó el Sol. Pero la mujer le contestó: “Eso no lo puedo hacer de ninguna manera”. Entonces, dijo el Sol, “vente bien temprano a prepararme la comi-da”. “Está bien, le dijo ella, y también le diré a Tuenkarón para quedarme contigo”.

Y al otro día la mujer vino muy temprano, le hizo comida cocida, le asó ocumo, arrancó yuca, la ralló e hizo casabe. Aquel día se quedó a dormir con el Sol y desde aquel día vivieron siempre juntos.

Y tuvieron varios hijos; y esos fue-ron los makunaima.

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