economía con sus diversos rostros de violencia

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Economía con sus diversos rostros de violencia Nuestra economía, tal y como funciona, es una verdadera máquina productora de violencia. En lugar de ser un instrumento al servicio de la humanización de nuestra sociedad, la economía produce enormes desigualdades, desata ambiciones y genera exclusiones que se expresan en desnutrición y muertes prematuras en abundancia. La economía es violenta cuando por una parte produce centenares de miles de personas sin comida y sin un trabajo digno y a la par, esa misma economía genera derroche, gasto superfluo, irrespeto y ofensa hacia los menos beneficiados en la injusta distribución de la riqueza, y obliga a que mucha gente emigre y sea discriminada en una tierra extraña. Otra forma de violencia es la mentira institucional, sobre todo aquella que lleva a que se le niegue a la gente su derecho a la verdad. Pero tal vez la mentira más agresiva es la de decir a los pobres que estamos bastante bien, que las maquiladores e inversionistas extranjeros llegan al país porque aprecian la mano de obra hondureña. Lo mismo que cuando nos dicen que vivimos bajo el imperio de una ley que es igual para toda la gente, sabiendo que el juez le dará siempre la razón al que tiene más dinero. La corrupción es otro acto de violencia. Desde pagar mordida a un policía en lugar de seguir los procedimientos propios de una multa hasta darle marmaja a un alcalde tras el otorgamiento de un proyecto. Desde usar las necesidades de la gente para elevar perfiles políticos en tiempos de elecciones, hasta buscar influencias partidistas para conseguir una chamba en la burocracia. La débil institucionalidad se convierte al final de cuentas en un reflejo de la corrupción existente. En la situación de violencia todos tenemos un grado de responsabilidad. Es responsable el Ministerio de Seguridad y su Policía, como responsable es también el Ministerio Público y el sistema Judicial, porque en la lucha contra el crimen no sólo hay negligencia, sino involucramiento de los funcionarios y de las propias estructuras públicas. Sin embargo, en la violencia social y delincuencial que nos rodea, algo tenemos de responsabilidad Usted y yo amable oyente, cuando no acabamos de cuestionar la situación desde sus propias raíces y cuando en nuestro propio hogar ejercemos o tenemos actitudes de violencia con nuestros propios familiares. La violencia es algo más que la brutalidad que vemos en la calle. Es también nuestra actitud y el modo de vivir indiferentes ante la injusticia, el crimen, la corrupción o la debilidad institucional. Y tanto la violencia delincuencial callejera y la organizada como la irresponsabilidad social y falta de solidaridad, constituyen rostros diversos de un problema común. Necesitamos rehacer la sociedad desde una economía que ataque la inequidad; un sistema de salud para toda la sociedad y no sólo a los que pueden pagar un médico; que dignifique el trabajo honrado y repudie al que se aprovecha de las ventajas del poder y del dinero; que ofrezca una educación que así como dignifica al educador dignifica a la niñez y a la juventud con enseñanza de calidad y con las mismas oportunidades. Necesitamos una economía y una ética que atienda en primer lugar a la población víctima del actual modelo demoledor de esperanzas, y convertirla en la fuerza promotora y constructora de una nueva sociedad. Nuestra Palabra | 14 Noviembre 2013

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Editorial, Radio Progreso y Eric-SJ

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Page 1: Economía con sus diversos rostros de violencia

Economía con sus diversos rostros de violencia

Nuestra economía, tal y como funciona, es una verdadera máquina productora de

violencia. En lugar de ser un instrumento al servicio de la humanización de nuestra

sociedad, la economía produce enormes desigualdades, desata ambiciones y genera

exclusiones que se expresan en desnutrición y muertes prematuras en abundancia.

La economía es violenta cuando por una parte produce centenares de miles de personas

sin comida y sin un trabajo digno y a la par, esa misma economía genera derroche, gasto

superfluo, irrespeto y ofensa hacia los menos beneficiados en la injusta distribución de

la riqueza, y obliga a que mucha gente emigre y sea discriminada en una tierra extraña.

Otra forma de violencia es la mentira institucional, sobre todo aquella que lleva a que se

le niegue a la gente su derecho a la verdad. Pero tal vez la mentira más agresiva es la de

decir a los pobres que estamos bastante bien, que las maquiladores e inversionistas

extranjeros llegan al país porque aprecian la mano de obra hondureña. Lo mismo que

cuando nos dicen que vivimos bajo el imperio de una ley que es igual para toda la gente,

sabiendo que el juez le dará siempre la razón al que tiene más dinero.

La corrupción es otro acto de violencia. Desde pagar mordida a un policía en lugar de

seguir los procedimientos propios de una multa hasta darle marmaja a un alcalde tras el

otorgamiento de un proyecto. Desde usar las necesidades de la gente para elevar perfiles

políticos en tiempos de elecciones, hasta buscar influencias partidistas para conseguir

una chamba en la burocracia. La débil institucionalidad se convierte al final de cuentas

en un reflejo de la corrupción existente.

En la situación de violencia todos tenemos un grado de responsabilidad. Es responsable

el Ministerio de Seguridad y su Policía, como responsable es también el Ministerio

Público y el sistema Judicial, porque en la lucha contra el crimen no sólo hay negligencia,

sino involucramiento de los funcionarios y de las propias estructuras públicas. Sin

embargo, en la violencia social y delincuencial que nos rodea, algo tenemos de

responsabilidad Usted y yo amable oyente, cuando no acabamos de cuestionar la

situación desde sus propias raíces y cuando en nuestro propio hogar ejercemos o

tenemos actitudes de violencia con nuestros propios familiares.

La violencia es algo más que la brutalidad que vemos en la calle. Es también nuestra

actitud y el modo de vivir indiferentes ante la injusticia, el crimen, la corrupción o la

debilidad institucional. Y tanto la violencia delincuencial callejera y la organizada como

la irresponsabilidad social y falta de solidaridad, constituyen rostros diversos de un

problema común.

Necesitamos rehacer la sociedad desde una economía que ataque la inequidad; un

sistema de salud para toda la sociedad y no sólo a los que pueden pagar un médico; que

dignifique el trabajo honrado y repudie al que se aprovecha de las ventajas del poder y

del dinero; que ofrezca una educación que así como dignifica al educador dignifica a la

niñez y a la juventud con enseñanza de calidad y con las mismas oportunidades.

Necesitamos una economía y una ética que atienda en primer lugar a la población

víctima del actual modelo demoledor de esperanzas, y convertirla en la fuerza

promotora y constructora de una nueva sociedad.

Nuestra Palabra | 14 Noviembre 2013