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A22. EL COMERCIO LUNES 6 DE ABRIL DEL 2015 OPINIóN EDITORIAL “Antes que ninguna otra cosa, la Costa Verde necesita alguien que sea responsable de ella”. Editorial de El Comercio Costa de nadie / 25 de enero del 2014 HUMOR PROFANO EL TÁBANO Todavía verde Consejo de Ministros Las reformas que la Costa Verde necesita solo serán viables cuando la responsabilidad sobre el proyecto esté definida. L a ciudad de Lima es una de las pocas capitales de América Latina con ac- ceso directo al océano. Sin embargo, la prioridad y el uso que la metrópoli le ha dado a este espacio a través de la Costa Verde durante décadas son, a lo mejor, precarios. Desde que se emprendió la construc- ción de la Vía Expresa a lo largo de la costa lime- ña en la década de 1970, la informalidad y la desidia de sucesivas gestiones municipales han facilitado que la capital del país siga viviendo de espaldas al Océano Pacífico, uno de sus mayo- res atractivos. Así, en el marco de los recientes debates sus- citados respecto del tercer carril de la vía –con- cluido el 30 de marzo en la zona de Miraflo- res– y, en general, del destino de esta arteria, El Comercio realizó la semana pasada una mesa redonda titulada Costa Verde: Lima de Cara al Mar. En ella, expertos en urbanismo y gestión pública coincidieron en que las prioridades de mejora en la Costa Verde pasan por mantener el equilibrio entre una vía vehicular de flujo mo- derado y un espacio público para el disfrute de la ciudadanía, además de enmallar las zonas de los acantilados que faltan. En realidad, el problema de fondo con la ad- ministración de la Costa Verde es uno que co- nocen bien quienes han formado parte de un aula de colegio: cuando algo sale mal, nadie quiere asumir la culpa. Este pun- to se hizo tristemente evidente en enero del año pasado cuando un menor de 3 años quedó en co- ma al ser impactado por una roca que se desprendió de parte del acantilado miraflorino. En aquel entonces, la Municipalidad de Miraflores se excusó de asumir cualquier cul- pa y apuntó a los procedimientos burocráticos de la Autoridad del Proyecto de la Costa Verde (APCV) que le impidieron enmallar el acantila- do. A su vez, la APCV señaló a la Municipalidad de Lima y a la Empresa Municipal Administra- dora de Peaje S.A. (Emape) como los principa- les responsables. No se trata, entonces, de un problema de pre- supuesto. De hecho, según la Municipalidad de Magdalena, solo para el enmallado integral del acantilado el Gobierno Central transfirió S/.10,5 millones a la anterior administración municipal, pero este no se realizó debido a que las licitaciones convocadas quedaron sin efecto. A la fecha, los seis municipios que forman parte del litoral descono- cen si la administración de Luis Castañeda les transferirá las obras civiles ejecutadas en la Costa Ver- de durante la gestión anterior y que permanecen bajo el control de la Municipalidad de Lima. Como ha mencionado antes este Diario, es inconmensurable lo que esta condición de “tie- rra de nadie” que jurisdiccionalmente tiene la Costa Verde viene costando a Lima. En la medi- da en que los distritos involucrados, la APCV y la Municipalidad de Lima tengan los incentivos para hacerse únicamente de los activos –econó- micos y políticos– que suponen la administra- ción de la Costa Verde, pero ninguno de los pasi- vos, el proyecto integral permanecerá inviable. Hace tiempo que el lugar tendría que haber- se desarrollado como uno de los grandes espa- cios de esparcimiento en contacto con la natura- leza que tanta falta hacen en la ciudad. Con un mar cada vez más limpio gracias a nuevas políti- cas ambientales y las plantas de tratamiento, un gran malecón que una a todos los distritos que la comparten, un sistema de seguridad apropia- do, accesos confortables a las playas y, en gene- ral, buena infraestructura para paseantes y ba- ñistas, no es exagerado decir que la Costa Verde podría cambiar lo que significa vivir en Lima –y ayudar a mejorar, además, lo que la ciudad es hoy para los turistas–. Lo cierto es que ningún proyecto ni ninguna visión de la Costa Verde será viable –esté bien financiado o no– mientras no haya una sola au- toridad que tenga a su cargo su concepción y ejecución, y que sepa claramente que verá con- centrados en ella los aplausos o las críticas, con- forme lo que ocurra con el lugar. P rimera sesión del nuevo Consejo de Ministros. Los jefes de las carteras antiguos ocuparon los lugares de siempre. Hacían bromas, estaban re- lajados. Los nuevos ministros, expec- tantes, trataban de no perderse un solo detalle. El jefe del Gabinete lucía concentrado en su rol. Durante 15 minutos todo transcurrió sin pro- blemas. Hasta que el titular del Interior tomó la palabra. El ministro empezó narrando las protestas an- timineras en Arequipa. El jefe del Gabinete em- pezó a moverse en su silla, incómodo. Luego hizo un recuento de los últimos sucesos vinculados a la inseguridad de la capital. Algunos empeza- ron a notar la transpiración del primer ministro, mientras este observaba fijamente al expositor. Finalmente, el encargado del Interior se refirió a las críticas que había recibido de la oposición desde el Congreso. Y es en ese momento donde todo cambió. IMPOSIBLE Nada será viable en la Costa Verde mientras no haya una sola autoridad que tenga a su cargo su concepción y ejecución. - MARIO MOLINA - - EL TUNCHE - La ministra de Cultura, amiga de años, fue la primera en ver que la piel del primer ministro co- menzaba a adquirir una tonalidad verdusca. “Pe- ter, dearest, calma”, le dijo, con una risa nervio- sa. Pero era muy tarde. Un vendedor de calzado en el jirón de la Unión sostiene que escuchó los gritos. No logró distinguir muchas palabras, solo entendió: “Pa- rís”, “Mirage” y “prescripción”. Al cierre de la edi- ción, los bomberos habían logrado controlar el incendio en Palacio. Se espera aún el pronuncia- miento oficial sobre lo ocurrido. - CARMEN MCEVOY - Historiadora - FERNANDO TUESTA SOLDEVILLA - Profesor de Ciencia Política de la PUCP NUESTRA CULTURA DE LA GUERRA POSIBILIDADES DE LA DISOLUCIÓN DEL PARLAMENTO L a lectura de la correspon- dencia del siglo XIX permite entender las grandes dificul- tades que enfrentó la frágil República del Perú, conde- nada desde su nacimiento a la guerra interna. En ese sentido, cabe recordar las palabras de Simón Bolívar en vísperas de su llegada a Lima: “Es preciso trabajar –le escribió a Joaquín Mosquera–, por que no se establezca nada en el país y el modo más seguro es dividir- los a todos [...]. Es preciso que no exista ni simu- lacro de gobierno y esto se consigue multipli- cando el número de mandatarios y poniéndolos todos en oposición. A mi llegada, el Perú debe ser un campo rozado para que yo pueda hacer en él lo que convenga”. Algunos años después de la instauración de un modelo de corte perso- nalista en que la opinión del otro era obviada, la correspondencia de Domingo Nieto retrata la polarización reinante en el Perú. “Amigo –escri- bió el general moqueguano en medio de aque- lla ‘guerra maldita’ que se lo llevó a la tumba–, marcharé pronto a pelear y usted cuente que los facciosos colocarán su silla sobre nuestros cadá- veres o los perseguiremos hasta encerrarlos en los infiernos. Esa raza debe exterminarse si que- remos patria”. El conflicto interno de 1834 que escaló en la Guerra de la Confederación (1836-1839) no so- lo significó la pérdida de la hegemonía peruana sobre el Pacífico sur, evidente en el predominio de Valparaíso, sino que derivó en la militariza- ción de la política. Así, mientras nuestros vecinos del sur se enorgullecían de su civilidad, exhibi- da en sucesiones presidenciales medianamen- te controladas, en el Perú la lucha por el poder se definió en procesos electorales muy violentos. Los que, usualmente, acababan a balazo limpio. En breve, la falta de acuerdos políticos en- tre los civiles, disminuidos frente al poder militar, cedió paso al entronizamiento de la cultura de la guerra donde el adversario debía desaparecer. Un reflejo de la política de mediados de siglo XIX aparece en una carta escrita por el futuro presidente Manuel Pardo, quien, en plena guerra civil de 1858, le señalaba a su primo José Antonio de Lavalle que el régimen peruano era la “anarquía moderada”. La res- puesta de Lavalle ante un concepto tan estram- bótico no se hizo esperar. La política peruana –subrayó en su irónica carta de regreso– era “un laberinto capaz de enredar al mismo diablo”. De ese laberinto diabólico ninguno salió con buen pie: Pardo fue asesinado en 1878 en la puerta del Senado por un miembro de su guardia de honor. Años después, Lavalle presidió la dele- gación peruana que firmó el Tratado de Ancón (1883). Esto después de haber enterrado a su hijo caído en San Juan y Miraflores. En días recientes hemos sido testigos de có- mo, durante una sucesión de huaicos, acciden- tes mortales de tráfico y atentados con grana- das del sicariato internacional, la clase política prosigue con la cultura de aniquilamiento del adversario que ha definido nuestra convulsio- nada historia. Sorteando el lodo, las piedras y los insultos de todo calibre, muchos se sorpren- den ante la política de la confrontación que nos desborda. Olvidan que ella está en nuestro ADN y, por ello, se expresa en las carreteras, en los mi- nisterios, en las oficinas públicas y privadas y en las redes sociales. Mientras no se desmonte la cultura de la guerra, instalada tempranamen- te en nuestras mentes, será muy difícil imaginar un proyecto nacional que nos integre y nos con- duzca a una vida mejor. L o que muchos temían se pro- dujo. El presidente Ollanta Humala designó al más con- frontacional de sus ministros. El menos aceptado por parte de la oposición y el que podría conducir a la negación de un voto de confianza y, en consecuencia, la posibilidad de que el man- datario disuelva el Parlamento y convoque a elecciones. Sin embargo, no es un camino inexorable. Es cierto que Pedro Cateriano puede ser un pirómano desde el gobierno. Es cierto tam- bién que su antiaprismo y antifujimorismo no cambiarán por el hecho de pasar del Ministe- rio de Defensa a la Presidencia del Consejo de Ministros. Pero Cateriano reporta confianza, expe- riencia y continuidad al gobierno. Forma par- te del entorno más próximo del presidente. Y no es que carezca de juego propio, sino que coincide totalmente con el nacionalismo. Nin- guno como él, con experiencia política en el Gabinete Ministerial. Los técnicos, que los ha habido y buenos en los gabinetes, han demos- trado ser muy vulnerables, justamente por su inexperiencia. Cateriano ha sido congresis- ta y tiene vínculos con las élites partidarias. Es decir, probará su destreza al intentar ganar a aquellas bancadas intermedias y congresis- tas que se sumaron a la censura, sin someter- se a la oposición más firme. Finalmente, como cualquier gobierno, el de Humala ya no podrá emprender ninguna reforma, pero quiere con- tinuar con sus políticas (sobre todo sociales) y terminar con una aprobación mayor. Cateria- no y la ratificación de la mayoría de sus minis- tros así lo indican. Pero Cateriano y su Gabinete deben primero obtener un voto de confianza del Con- greso o, de lo contrario, el presidente puede disolver el Parlamento. Pero ambos hechos no van siempre de la mano. Para que el apocalipsis, que algunos temen, ocurra, deben darse al menos dos condiciones necesarias. La primera, que Cateriano se presente con una ac- titud desafiante y agresiva. La segunda, que la oposición se mantenga unida, como en la cen- sura. Pero puede que Cateriano se presente (ries- gosamente) agresivo solo con el fujimorismo y aprismo y tienda puentes a las bancadas inter- medias. Puede que lo sea con toda la oposición, pero esta le otorgue un voto de confianza ahora y espere hasta después de Fiestas Patrias para censurar al Gabinete, pues el presidente Hu- mala ya no podrá disolver el Congreso, por en- contrarse a un año del fin del mandato. Pero si efectivamente Cateriano se presenta desafiante y la oposición se une para negar un voto de confianza, el presidente podría disolver el Parlamento. Aunque también podría no ha- cerlo y presentar un nuevo Gabinete. El riesgo de esta medida es mostrar a un Ejecutivo débil, subordinado al Parlamento, de cara a una opi- nión pública inclinada a la disolución. Pero la disolución del Congreso tiene varios problemas. ¿A quién le conviene dos elecciones consecutivas, 2015 y 2016, en menos de medio año? A ningún partido. Menos a los congresis- tas que hoy tienen una curul asegurada hasta el 28 de julio del 2016. Vistas así las cosas, todos tienen mucho que evaluar, antes de promover negación de con- fianza y disolución del Congreso. El apocalipsis puede venir, pero quizá solo tengamos un jue- go de centellas. Anarquía moderada Apocalipsis no

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Editorial "Todavía verde" publicado el lunes 6.4.15 en el diario El Comercio.

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A22. el comercio lunes 6 de abril del 2015

Opinión

editorial

“Antes que ninguna otra cosa, la Costa Verde necesita alguien que sea responsable de ella”. Editorial de El Comercio Costa de nadie / 25 de enero del 2014

humor profano el tábano

Todavía verde

Consejo de Ministros

Las reformas que la Costa Verde necesita solo serán viables cuando la responsabilidad sobre el proyecto esté definida.

l a ciudad de Lima es una de las pocas capitales de América Latina con ac-ceso directo al océano. Sin embargo, la prioridad y el uso que la metrópoli le ha dado a este espacio a través de

la Costa Verde durante décadas son, a lo mejor, precarios. Desde que se emprendió la construc-ción de la Vía Expresa a lo largo de la costa lime-ña en la década de 1970, la informalidad y la desidia de sucesivas gestiones municipales han facilitado que la capital del país siga viviendo de espaldas al Océano Pacífico, uno de sus mayo-res atractivos.

Así, en el marco de los recientes debates sus-citados respecto del tercer carril de la vía –con-cluido el 30 de marzo en la zona de Miraflo-res– y, en general, del destino de esta arteria, El Comercio realizó la semana pasada una mesa redonda titulada Costa Verde: Lima de Cara al Mar. En ella, expertos en urbanismo y gestión pública coincidieron en que las prioridades de mejora en la Costa Verde pasan por mantener el equilibrio entre una vía vehicular de flujo mo-

derado y un espacio público para el disfrute de la ciudadanía, además de enmallar las zonas de los acantilados que faltan.

En realidad, el problema de fondo con la ad-ministración de la Costa Verde es uno que co-nocen bien quienes han formado parte de un aula de colegio: cuando algo sale mal, nadie quiere asumir la culpa. Este pun-to se hizo tristemente evidente en enero del año pasado cuando un menor de 3 años quedó en co-ma al ser impactado por una roca que se desprendió de parte del acantilado miraflorino. En aquel entonces, la Municipalidad de Miraflores se excusó de asumir cualquier cul-pa y apuntó a los procedimientos burocráticos de la Autoridad del Proyecto de la Costa Verde (APCV) que le impidieron enmallar el acantila-do. A su vez, la APCV señaló a la Municipalidad de Lima y a la Empresa Municipal Administra-dora de Peaje S.A. (Emape) como los principa-les responsables.

No se trata, entonces, de un problema de pre-supuesto. De hecho, según la Municipalidad de Magdalena, solo para el enmallado integral del acantilado el Gobierno Central transfirió S/.10,5 millones a la anterior administración municipal, pero este no se realizó debido a que las licitaciones convocadas quedaron sin efecto.

A la fecha, los seis municipios que forman parte del litoral descono-cen si la administración de Luis Castañeda les transferirá las obras civiles ejecutadas en la Costa Ver-de durante la gestión anterior y que permanecen bajo el control de la Municipalidad de Lima.

Como ha mencionado antes este Diario, es inconmensurable lo que esta condición de “tie-rra de nadie” que jurisdiccionalmente tiene la Costa Verde viene costando a Lima. En la medi-da en que los distritos involucrados, la APCV y la Municipalidad de Lima tengan los incentivos para hacerse únicamente de los activos –econó-micos y políticos– que suponen la administra-

ción de la Costa Verde, pero ninguno de los pasi-vos, el proyecto integral permanecerá inviable.

Hace tiempo que el lugar tendría que haber-se desarrollado como uno de los grandes espa-cios de esparcimiento en contacto con la natura-leza que tanta falta hacen en la ciudad. Con un mar cada vez más limpio gracias a nuevas políti-cas ambientales y las plantas de tratamiento, un gran malecón que una a todos los distritos que la comparten, un sistema de seguridad apropia-do, accesos confortables a las playas y, en gene-ral, buena infraestructura para paseantes y ba-ñistas, no es exagerado decir que la Costa Verde podría cambiar lo que significa vivir en Lima –y ayudar a mejorar, además, lo que la ciudad es hoy para los turistas–.

Lo cierto es que ningún proyecto ni ninguna visión de la Costa Verde será viable –esté bien financiado o no– mientras no haya una sola au-toridad que tenga a su cargo su concepción y ejecución, y que sepa claramente que verá con-centrados en ella los aplausos o las críticas, con-forme lo que ocurra con el lugar.

P rimera sesión del nuevo Consejo de Ministros. Los jefes de las carteras antiguos ocuparon los lugares de siempre. Hacían bromas, estaban re-lajados. Los nuevos ministros, expec-

tantes, trataban de no perderse un solo detalle. El jefe del Gabinete lucía concentrado en su rol. Durante 15 minutos todo transcurrió sin pro-blemas. Hasta que el titular del Interior tomó la palabra.

El ministro empezó narrando las protestas an-timineras en Arequipa. El jefe del Gabinete em-pezó a moverse en su silla, incómodo. Luego hizo un recuento de los últimos sucesos vinculados a la inseguridad de la capital. Algunos empeza-ron a notar la transpiración del primer ministro, mientras este observaba fijamente al expositor. Finalmente, el encargado del Interior se refirió a las críticas que había recibido de la oposición desde el Congreso. Y es en ese momento donde todo cambió.

ImposIbLeNada será viable en la

Costa Verde mientras no haya una sola autoridad que tenga a su cargo su

concepción y ejecución.

- MariO MOlina - - El TunchE -

La ministra de Cultura, amiga de años, fue la primera en ver que la piel del primer ministro co-menzaba a adquirir una tonalidad verdusca. “Pe-ter, dearest, calma”, le dijo, con una risa nervio-sa. Pero era muy tarde.

Un vendedor de calzado en el jirón de la Unión sostiene que escuchó los gritos. No logró distinguir muchas palabras, solo entendió: “Pa-rís”, “Mirage” y “prescripción”. Al cierre de la edi-ción, los bomberos habían logrado controlar el incendio en Palacio. Se espera aún el pronuncia-miento oficial sobre lo ocurrido.

- carMEn McEvOy -Historiadora

- FErnandO TuEsTa sOldEvilla -Profesor de Ciencia Política de la PUCP

nuestra cultura de la guerra Posibilidades de la disoluciÓn del Parlamento

l a lectura de la correspon-dencia del siglo XIX permite entender las grandes dificul-tades que enfrentó la frágil República del Perú, conde-

nada desde su nacimiento a la guerra interna. En ese sentido, cabe recordar las palabras de Simón Bolívar en vísperas de su llegada a Lima: “Es preciso trabajar –le escribió a Joaquín Mosquera–, por que no se establezca nada en el país y el modo más seguro es dividir-los a todos [...]. Es preciso que no exista ni simu-lacro de gobierno y esto se consigue multipli-cando el número de mandatarios y poniéndolos todos en oposición. A mi llegada, el Perú debe ser un campo rozado para que yo pueda hacer en él lo que convenga”. Algunos años después de la instauración de un modelo de corte perso-nalista en que la opinión del otro era obviada, la correspondencia de Domingo Nieto retrata la polarización reinante en el Perú. “Amigo –escri-bió el general moqueguano en medio de aque-lla ‘guerra maldita’ que se lo llevó a la tumba–, marcharé pronto a pelear y usted cuente que los facciosos colocarán su silla sobre nuestros cadá-veres o los perseguiremos hasta encerrarlos en los infiernos. Esa raza debe exterminarse si que-remos patria”.

El conflicto interno de 1834 que escaló en la Guerra de la Confederación (1836-1839) no so-lo significó la pérdida de la hegemonía peruana sobre el Pacífico sur, evidente en el predominio de Valparaíso, sino que derivó en la militariza-ción de la política. Así, mientras nuestros vecinos del sur se enorgullecían de su civilidad, exhibi-da en sucesiones presidenciales medianamen-te controladas, en el Perú la lucha por el poder se definió en procesos electorales muy violentos. Los que, usualmente, acababan a balazo limpio.

En breve, la falta de acuerdos políticos en-tre los civiles, disminuidos frente al poder militar, cedió paso al entronizamiento de la cultura de la guerra donde el adversario debía desaparecer.

Un reflejo de la política de mediados de siglo XIX aparece en una carta escrita

por el futuro presidente Manuel Pardo, quien, en plena guerra civil de 1858, le señalaba a su primo José Antonio de Lavalle que el régimen peruano era la “anarquía moderada”. La res-puesta de Lavalle ante un concepto tan estram-bótico no se hizo esperar. La política peruana –subrayó en su irónica carta de regreso– era “un laberinto capaz de enredar al mismo diablo”. De ese laberinto diabólico ninguno salió con buen pie: Pardo fue asesinado en 1878 en la puerta del Senado por un miembro de su guardia de honor. Años después, Lavalle presidió la dele-gación peruana que firmó el Tratado de Ancón (1883). Esto después de haber enterrado a su hijo caído en San Juan y Miraflores.

En días recientes hemos sido testigos de có-mo, durante una sucesión de huaicos, acciden-tes mortales de tráfico y atentados con grana-das del sicariato internacional, la clase política prosigue con la cultura de aniquilamiento del adversario que ha definido nuestra convulsio-nada historia. Sorteando el lodo, las piedras y los insultos de todo calibre, muchos se sorpren-den ante la política de la confrontación que nos desborda. Olvidan que ella está en nuestro ADN y, por ello, se expresa en las carreteras, en los mi-nisterios, en las oficinas públicas y privadas y en las redes sociales. Mientras no se desmonte la cultura de la guerra, instalada tempranamen-te en nuestras mentes, será muy difícil imaginar un proyecto nacional que nos integre y nos con-duzca a una vida mejor.

l o que muchos temían se pro-dujo. El presidente Ollanta Humala designó al más con-frontacional de sus ministros. El menos aceptado por parte

de la oposición y el que podría conducir a la negación de un voto de confianza y, en consecuencia, la posibilidad de que el man-datario disuelva el Parlamento y convoque a elecciones.

Sin embargo, no es un camino inexorable. Es cierto que Pedro Cateriano puede ser un pirómano desde el gobierno. Es cierto tam-bién que su antiaprismo y antifujimorismo no cambiarán por el hecho de pasar del Ministe-rio de Defensa a la Presidencia del Consejo de Ministros.

Pero Cateriano reporta confianza, expe-riencia y continuidad al gobierno. Forma par-te del entorno más próximo del presidente. Y no es que carezca de juego propio, sino que coincide totalmente con el nacionalismo. Nin-guno como él, con experiencia política en el Gabinete Ministerial. Los técnicos, que los ha habido y buenos en los gabinetes, han demos-trado ser muy vulnerables, justamente por su inexperiencia. Cateriano ha sido congresis-ta y tiene vínculos con las élites partidarias. Es decir, probará su destreza al intentar ganar a aquellas bancadas intermedias y congresis-tas que se sumaron a la censura, sin someter-se a la oposición más firme. Finalmente, como cualquier gobierno, el de Humala ya no podrá emprender ninguna reforma, pero quiere con-tinuar con sus políticas (sobre todo sociales) y terminar con una aprobación mayor. Cateria-no y la ratificación de la mayoría de sus minis-tros así lo indican.

Pero Cateriano y su Gabinete deben primero

obtener un voto de confianza del Con-greso o, de lo contrario, el presidente puede disolver el Parlamento.

Pero ambos hechos no van siempre de la mano. Para que el apocalipsis, que algunos temen, ocurra, deben darse al menos dos condiciones necesarias. La

primera, que Cateriano se presente con una ac-titud desafiante y agresiva. La segunda, que la oposición se mantenga unida, como en la cen-sura.

Pero puede que Cateriano se presente (ries-gosamente) agresivo solo con el fujimorismo y aprismo y tienda puentes a las bancadas inter-medias. Puede que lo sea con toda la oposición, pero esta le otorgue un voto de confianza ahora y espere hasta después de Fiestas Patrias para censurar al Gabinete, pues el presidente Hu-mala ya no podrá disolver el Congreso, por en-contrarse a un año del fin del mandato.

Pero si efectivamente Cateriano se presenta desafiante y la oposición se une para negar un voto de confianza, el presidente podría disolver el Parlamento. Aunque también podría no ha-cerlo y presentar un nuevo Gabinete. El riesgo de esta medida es mostrar a un Ejecutivo débil, subordinado al Parlamento, de cara a una opi-nión pública inclinada a la disolución.

Pero la disolución del Congreso tiene varios problemas. ¿A quién le conviene dos elecciones consecutivas, 2015 y 2016, en menos de medio año? A ningún partido. Menos a los congresis-tas que hoy tienen una curul asegurada hasta el 28 de julio del 2016.

Vistas así las cosas, todos tienen mucho que evaluar, antes de promover negación de con-fianza y disolución del Congreso. El apocalipsis puede venir, pero quizá solo tengamos un jue-go de centellas.

Anarquía moderada Apocalipsis no