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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXVI, Nº 71. Lima-Boston, 1 er semestre de 2010, pp. 75-98 EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA O DOSCIENTOS AÑOS DE INCERTIDUMBRE: LA INDECIDIBILIDAD DE UNA FECHA EN EL URUGUAY POST-INDEPENDENCIA 1 Gustavo Verdesio University of Michigan Resumen El papel velado de los indios charrúas en la formación de la identidad nacional uruguaya es analizado a través de los vaivenes oficiales por decidir la fecha de origen del Uruguay como país y como sentimiento colectivo. Este artículo enfa- tiza las diversas iniciativas por celebrar el Centenario y el Bicentenario del Uru- guay a la luz de sus propias contradicciones y del ocultamiento tradicional del elemento indígena. Palabras clave: Uruguay, Independencia, Centenario, Bicentenario, José Artigas, Tabaré Vázquez, Julio María Sanguinetti, José Mujica, Juan Zorrilla de San Martín, Tabaré, charrúas. Abstract This paper looks at the hidden role of the Charrúa Indians in the formation of a national Uruguayan identity by examining the official lack of consensus in determining Uruguay’s date of founding as a country and as a collective identi- ty. The article emphasizes the different initiatives to celebrate Uruguay’s Cen- tennial and Bicentennial in the light of its own contradictions and the traditio- nal concealment of the indigenous element. Key Words: Uruguay, Independence, Centennial, Bicentennial, José Artigas, Ta- baré Vázquez, Julio María Sanguinetti, José Mujica, Juan Zorrilla de San Martín, Tabaré, Charrúa indians. En este trabajo voy a reflexionar sobre la reciente decisión del entonces Presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, de establecer el año 1811 como el que debe ser conmemorado en las celebraciones del 1 Una versión más breve de este trabajo fue leída en el simposio “Creating Affinities: 1810 and 1910 in Latin American Culture”, University of Toronto, 6 de marzo, 2010.

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXVI, Nº 71. Lima-Boston, 1er semestre de 2010, pp. 75-98

EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA O DOSCIENTOS AÑOS DE

INCERTIDUMBRE: LA INDECIDIBILIDAD DE UNA FECHA EN EL

URUGUAY POST-INDEPENDENCIA1

Gustavo Verdesio University of Michigan

Resumen

El papel velado de los indios charrúas en la formación de la identidad nacional uruguaya es analizado a través de los vaivenes oficiales por decidir la fecha de origen del Uruguay como país y como sentimiento colectivo. Este artículo enfa-tiza las diversas iniciativas por celebrar el Centenario y el Bicentenario del Uru-guay a la luz de sus propias contradicciones y del ocultamiento tradicional del elemento indígena. Palabras clave: Uruguay, Independencia, Centenario, Bicentenario, José Artigas, Tabaré Vázquez, Julio María Sanguinetti, José Mujica, Juan Zorrilla de San Martín, Tabaré, charrúas.

Abstract This paper looks at the hidden role of the Charrúa Indians in the formation of a national Uruguayan identity by examining the official lack of consensus in determining Uruguay’s date of founding as a country and as a collective identi-ty. The article emphasizes the different initiatives to celebrate Uruguay’s Cen-tennial and Bicentennial in the light of its own contradictions and the traditio-nal concealment of the indigenous element. Key Words: Uruguay, Independence, Centennial, Bicentennial, José Artigas, Ta-baré Vázquez, Julio María Sanguinetti, José Mujica, Juan Zorrilla de San Martín, Tabaré, Charrúa indians.

En este trabajo voy a reflexionar sobre la reciente decisión del entonces Presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, de establecer el año 1811 como el que debe ser conmemorado en las celebraciones del

1 Una versión más breve de este trabajo fue leída en el simposio “Creating

Affinities: 1810 and 1910 in Latin American Culture”, University of Toronto, 6 de marzo, 2010.

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Bicentenario en la República Oriental del Uruguay2. Se trata de un cambio significativo en relación con los centenarios anteriores, ce-lebrados en 1925 y 1930. Este último ha pasado a la historia como el más “oficial”, debido a que uno de los proyectos que llevó a cabo fue la construcción del Estadio Centenario, lugar donde se de-sarrolló el primer campeonato mundial de fútbol de la FIFA. Este de hoy es un interesante momento histórico debido a que en los últimos años no sólo Vázquez ha mostrado interés en repensar lo apropiado (o no) de las fechas que se han celebrado como el día de la Nación (o Estado, como veremos luego) uruguaya, sino que tam-bién el ex Presidente Julio María Sanguinetti ha hablado y escrito sobre este tema en varias ocasiones.

En este ensayo, me propongo preguntarme sobre el significado de esta iniciativa. Algunas de las interrogantes que surgen son: ¿se trata de un momento de integración regional, representada por el MERCOSUR, que requiere un repensar los símbolos que han dado forma a las narrativas de la nacionalidad uruguaya? ¿O es que el momento político que nos presenta por primera vez en la historia uruguaya a un partido no tradicional en el gobierno, el Frente Am-plio, ganador de las dos últimas elecciones, nos permite una re-flexión más desapasionada de la historia de la lucha entre los parti-dos tradicionales, el Blanco y el Colorado, por la apropiación de las fechas y los símbolos patrios? ¿O es que las narrativas de la Nación forjadas por los partidos tradicionales han llegado a un impasse o a un punto en el cual han perdido su poder interpelante? ¿Será que la izquierda ya está lista para proponer sus propias narrativas de la Na-ción para reemplazar a las imperantes hasta ahora? ¿O se trata, sim-plemente, de la llegada a la esfera pública del revisionismo histórico que ha venido desarrollándose en la academia del país en las últimas décadas?

Pero antes de entrar a contestar algunas de estas preguntas, de-searía hacer un breve sumario de la historia de lo que en Uruguay se

2 Tabaré Vázquez es el primer presidente uruguayo no perteneciente a los

partidos tradicionales Blanco (o Nacional) y Colorado, que se han alternado en el gobierno desde la fundación del Estado uruguayo moderno. El Frente Am-plio, una coalición de partidos de izquierda (que incluye a comunistas, socialis-tas, ex guerrilleros, independientes, y un largo etcétera), ganó las elecciones de noviembre de 2004, y volvió a ganar en noviembre del 2009.

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ha llamado “el problema de la independencia”. Esta forma de lla-marlo (problema) ya debería darnos una idea de la complejidad del asunto en ese país. La situación es más o menos así: Uruguay no ob-tuvo su independencia, técnica y prácticamente hablando, hasta 1828, a pesar de que había declarado su ferviente adhesión a los su-cesos de mayo del 1810 allende el Plata. Sin entrar en mayores deta-lles, será suficiente decir que el territorio de lo que hoy conocemos como Uruguay sufrió varias ocupaciones e intervenciones por parte de países limítrofes. Una de las más largas ocupaciones fue la que vino del norte (Portugal, primero; y Brasil, después), conocido co-mo el período cisplatino (que era el nombre que le daban los norte-ños al territorio del Uruguay) y que duró desde 1815 a 1828.

Antes de la Convención Preliminar de Paz que le otorgó la inde-pendencia a la Banda Oriental3, los miembros de la Cruzada Liber-tadora, que se proponía liberar el territorio de la dominación brasile-ra, se juntaron en La Florida y declararon la independencia el 25 de agosto de 1825. Lo que ha dividido tanto a historiadores como a políticos es, por un lado, el grado de independencia declarado ese día y, por otro, de quién se declaraba independiente la Banda Orien-tal4. Históricamente, aquellos que proponen esta fecha como la que debe ser celebrada, se encuentran en el lugar más conservador del espectro político –el cual ha incluido, tradicionalmente, a la Iglesia y

3 De hecho, según Julio María Sanguinetti, ésta es la verdadera fecha de in-

dependencia para el Uruguay (en República Oriental del Uruguay. Poder Legislativo. Cámara de Senadores 4). Esta fecha no ha sido una de las preferidas para celebrar el día de la Independencia (¿quién querría celebrar una fecha que conmemora el día en que la independencia fue otorgada por potencias extranjeras que firma-ron la convención?). Pero ha habido excepciones: se celebró en Montevideo como fecha de la Independencia desde 1824 a 1860 (Bardesio 6) y el caso más reciente y sorprendente tuvo lugar en el Departmento de San José, en octubre del 2006, cuando el gobierno local celebró esa fecha como día de la Indepen-dencia (Bardesio 1).

4 Están también aquellos que creen que la Independencia fue una dádiva y no algo que fue ganado en buena ley, como Angel Floro Costa (151) y Bernar-do Prudencio Berro (246-247). Para una discusión detallada del alcance de la Declaración de Independencia y de quién se estaba independizando el país en 1825, ver Demasi, La lucha por el pasado; especialmente 81-104.

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sus representantes–5. En lo referente a su afiliación partidaria, se tra-ta de simpatizantes del Partido Nacional o Blanco, aunque también ha habido un número significativo de miembros del Partido Colo-rado que se han adherido a esta propuesta.

Entre otras fechas que compiten por el honor de ser elegidas como la de la Independencia del país, la más importante, junto a la declaración de La Florida, es el 18 de julio de 1830. Esta es la fecha en la que se juró la primera Constitución, el año en que Uruguay comenzó su vida independiente no ya como Banda Oriental (es de-cir, no como provincia), sino como país. De modo que esta fecha marca el nacimiento del Estado moderno conocido como el Uru-guay. Antes de eso, no se puede hablar de un país, pues era un terri-torio y una gente considerados (y que se consideraban a sí mismos) como parte de una estructura más grande: las Provincias Unidas del Río de la Plata. Esta posición fue la defendida por el sector Batllista del Partido Colorado6. Ha sido históricamente asociada con otro as-pecto del debate sobre la Independencia: el de la nacionalidad, que está, a su vez, relacionado con los diferentes términos que la gente usa para referirse a sí misma7.

Históricamente, los simpatizantes del Partido Colorado se han llamado a sí mismos “uruguayos”, a fin de distinguirse de la gente que se llama a sí misma “orientales”, término favorecido sobre todo por los simpatizantes del Partido Blanco (Caetano, “Notas” 30-35; ver también Frega8). “Orientales” tiene mucho que ver con el ciclo

5 Para un estudio detallado del importante papel jugado por una de esas

fuerzas conservadoras, la Iglesia católica, en las celebraciones del Centenario, ver el artículo de Gerardo Caetano, Roger Geymonat y Alejandro Sánchez.

6 José Batlle y Ordóñez fue el líder colorado que da nombre a esa corriente, el batllismo, que se caracterizó por un fuerte progresismo en materia legislativa (bajo sus dos gobiernos a principios de siglo se aprobaron, por ejemplo, el di-vorcio, la jornada de las ocho horas y muchas otras medidas progresistas, antes que en varios países de Europa) y por una fuerte apuesta por el estado de bie-nestar o welfare state.

7 Aunque Arturo Ardao correctamente sostiene que el problema de la Na-ción en Uruguay comprendía una serie de discusiones sobre dos temas princi-pales, la independencia y la viabilidad, me voy a ocupar solamente con el prime-ro de ellos, que es el más relevante para una de las discusiones del 2009 analiza-das aquí.

8 Es interesante señalar que, según Frega, el término “orientales” u “orien-tal” comprendía, en las primeras dos décadas del siglo XIX, un espectro semán-

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artiguista (ya hablaremos de él más adelante), con una noción de tra-dición y con las tendencias nacionalistas del Partido Blanco, en tan-to que “uruguayos” está más relacionado con una concepción de la nacionalidad que tiene muy poco que ver con la tradición o el pasa-do; más bien concibe a la Nación como un proyecto que existe más en la provincia del futuro que en el dominio del pasado. El proyecto Batllista estaba más interesado en crear una nueva comunidad, una nueva Nación basada más en principios universales que en cierto pasado que fue, de acuerdo con ellos, de muy poca utilidad para aquellos interesados en crear una nueva sociedad “más civilizada”.

La posición sostenida por los Batllistas estaba en marcada oposi-ción con aquella sustentada por historiadores como Francisco Bauzá, quien escribía con la convicción de que “la ley histórica a que obedece nuestro desarrollo nacional es anterior y preexistente a la lucha misma de la independencia” (7)9. Otro autor que creía que había que buscar los orígenes de la nacionalidad uruguaya en el pe-riodo colonial (en particular en lo que él llamaba “la ciudad colo-nial”), fue Pablo Blanco Acevedo, quien sostenía lo siguiente:

Partimos de un concepto que es el fundamental: el espíritu localista del núcleo urbano principal determina la nacionalidad, cuyo germen vive y se desarrolla durante toda la época española. La legislación fortifica esa ideali-dad, y en Montevideo las instituciones se moldearon con un carácter re-gional (XXVI). Algunos de los momentos más propicios para el debate de estos

temas son, como es bien sabido, las festividades nacionales que tico mucho más amplio: se refería a todos aquellos que estaban “protegidos” por José Gervasio Artigas, también conocido como el “protector de los pue-blos libres” en aquella época (99). También sostiene que el término “orientales” empezó a cambiar su significado al final de ese siglo, cuando comenzó a ser asociado con los proyectos del “criollismo” y el “nativismo”, que habían reac-cionado contra la llegada masiva de inmigrantes, la urbanización, y la moderni-zación de la sociedad uruguaya que estaban ocurriendo en ese momento (103).

9 Y estaba incluso decidido a ir aun más lejos en el tiempo: las raíces de la identidad uruguaya podían encontrarse, también, en la “época pre-colombina” (Bauzá 9). Se debe además señalar que, según Rebecca Earle, algunos conserva-dores argentinos y mexicanos creían que la historia debía remontarse hasta los tiempos coloniales, pero sólo hasta 1492, a fin de reconocer que la historia en el continente comenzó con el arribo de los europeos y no con los amerindios (“‘Padres de la Patria’…” 7).

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conmemoran sucesos del pasado. Los centenarios (y bicentenarios) en particular han sido momentos para discutir cómo la Nación se percibía a sí misma. En Uruguay, la discusión se llevó a cabo en di-ferentes momentos de la segunda y tercera décadas del siglo XX. Para que esa discusión pudiera ocurrir, según el historiador Carlos Demasi, el clima del país, que había pasado por varios momentos de gran división a lo largo de su historia, debía cambiar. Y ese cambio tuvo lugar después de la aprobación de la Constitución de 1917, que fue el resultado de un nuevo pacto entre los tradicionales adversa-rios: blancos y colorados. Estos partidos habían, hasta ese momen-to, resuelto sus problemas de manera violenta. Este nuevo pacto que hizo posible la elaboración de la Constitución fue el resultado de la toma de conciencia de que el país necesitaba nuevas formas de negociación de las diferencias y nuevas formas de manejar y resolver conflictos (Demasi, La lucha por el pasado 17, 21, 29).

Es en ese clima que la discusión sobre la fecha de la Indepen-dencia en Uruguay tiene lugar a partir de la segunda mitad de la década de 1910. Pero antes de entrar a los aspectos políticos de ese clima, sería bueno aclarar que estaba fuertemente imbuido de un sentimiento colectivo, un estado de ánimo compartido que estuvo presente durante las celebraciones del Centenario y que bien podría definirse como optimismo10. Este sentir popular fue posible gracias a que a pesar de las décadas de conflictos violentos sufridas por el país, la economía funcionaba bien y la prosperidad que el país dis-frutaba promovió un optimismo significativo en relación con el fu-turo (Demasi, La lucha por el pasado 81). A esto debería agregarse que

10 Ese optimismo era también prevalente en las celebraciones argentinas, que estuvieron igualmente caracterizadas por cierta tendencia al gasto y despil-farro de divisas en monumentos, celebraciones y edificios, actitud que es carac-terizada por Álvaro Fernández Bravo como una especie de apoteosis materialis-ta (331). El Centenario fue, entonces, una ocasión para celebrar los logros de la Nación (332) y el progreso de esa empresa colectiva era mensurable en térmi-nos materiales (342). Este mismo autor nos recuerda que, sin embargo, las ce-lebraciones tuvieron lugar, a pesar del despilfarro y de la celebración materialis-ta de la Nación, en medio de un clima político que podría definirse como ines-table: de hecho, las celebraciones se llevaron a cabo bajo el régimen de estado de sitio (333-334). Otros autores también señalan este hecho como un elemen-to importante en el clima del Centenario (Funes 250). Para el tema del gasto en edificios y monumentos en el caso del Centenario uruguayo, ver el artículo de Susana Ántola y Cecilia Ponte.

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la aprobación de la Constitución de 1917 marcó la conclusión de un proceso de transformaciones sociales y políticas que la sociedad qui-so celebrar como logro significativo (idem).

Pero a pesar de que el clima político era mucho menos tenso que en el pasado reciente (o remoto), y a pesar de que se desarrollaron alianzas en el parlamento que superaron y desconocieron las otrora infranqueables fronteras de los partidos, en el debate se volvieron a poner sobre la mesa de discusión las diferencias que los habían divi-dido en el pasado. La situación resultante en las dos primeras déca-das del siglo XX muestra, según Demasi, una sociedad que se fue desplazando desde la resolución violenta de los conflictos a la nego-ciación: un cambio que revela un itinerario que va de una situación de permanente violencia a una en la que los enemigos tradicionales comparten el poder (La lucha por el pasado 17). Esto tuvo como con-secuencia el surgimiento de una nueva imagen de la Nación: como un lugar donde la negociación, no el conflicto, debía tener lugar (24).

Sin embargo, a pesar de esta nueva forma de hacer las cosas en el plano político, el debate no se vio coronado por una solución: la cámara de diputados votó por la fecha de la declaración de La Flo-rida (25 de agosto), en tanto que el senado lo hizo a favor de la otra (18 de julio). La resolución de este conflicto entre cámaras se deriva a la Asamblea General, que es la sesión conjunta de ambas. Pero es-to nunca llegó a ocurrir: las cámaras jamás sesionaron juntas y el problema quedó irresuelto, al menos desde el punto de vista jurídi-co. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, podría llegar a decirse que ambas fechas ganaron y que ambas perdieron. El 25 de agosto ganó, de alguna manera, porque incluso hoy es popular y oficialmente conocido como el Día de la Independencia. Sin embar-go, el 18 de julio también puede reclamar la victoria, ya que es la fes-tividad a la que históricamente se le han dedicado más atención y recursos por parte del Estado uruguayo –y es, además, la fecha que le ha dado nombre a más calles y avenidas principales en todas las ciudades y pueblos del país–11.

11 Esta es la opinión del periodista Miguel Bardesio, que apareció en un artículo del diario El País en octubre del 2006, después de las primeras declara-ciones del Presidente Vázquez sobre la posibilidad de cambiar la fecha para la conmemoración de la Independencia y después de las declaraciones de Julio María Sanguinetti sobre la oportunidad que se estaba abriendo para empezar un

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Ahora, si el criterio se limita a las festividades oficiales, la fecha ganadora es el 18 de julio: en dicha fecha, en el año 1930, el Estado realizó tanto el mayor número de actividades celebratorias como la mayor inversión económica para las festividades12. Aunque algunas celebraciones tuvieron lugar en 1925 (cuando se cumplió el centena-rio de La Florida), debido a que el gobierno de aquella época estaba en manos del Partido Colorado, el Estado se negó a organizar las festividades directamente. Lo que hicieron fue autorizar a grupos de ciudadanos particulares a organizar algunos eventos, pero no con-tribuyeron con demasiado dinero y le negaron a los organizadores algo que era considerado fundamental en ese tipo de fiestas públi-cas: el desfile militar (Demasi, La lucha por el pasado 129). Una de las consecuencias de esta actitud por parte del gobierno colorado fue que uno de los documentos más importantes publicados en esa oca-sión, el Libro del Centenario, terminó siendo publicado recién en 1926, gracias a lo cual no tuvo el impacto que podría haber tenido de haberse publicado contemporáneamente a las celebraciones.

De modo que, históricamente, Uruguay ha tenido problemas pa-ra decidir colectivamente cuál es la fecha en que debe celebrarse su Independencia. Por eso no debería sorprendernos que en el presen-te, el reciente ex presidente Tabaré Vázquez proponga una nueva fecha: la del Grito de Asencio, que conmemora la primera señal que proceso de seria reflexión sobre los temas relacionados a la nacionalidad y a la Independencia (6).

12 Por supuesto que esta retórica de ganar y perder no ayuda mucho para entender cómo funcionan estos procesos, pero ilustra la actitud de muchos es-critores en relación con este tema. Aún en el presente, investigadores sofistica-dos como Demasi caen un poco en la tentación de ver las cosas desde esta perspectiva. Por ejemplo, cuando dice que desde 1834 a 1860 hubo un predo-minio del 18 de julio en las conmemoraciones, pero que desde 1860 en adelan-te, la fecha triunfante es el 25 de agosto (Demasi, La conmemoración de los centena-rios en el Uruguay 52-53). Esa lógica no da cuenta de los tipos de éxito que se ex-presan en la visibilidad constante de algunos edificios, tales como el Estadio Centenario, un monumento erecto en 1930 que es visitado por miles de perso-nas por lo menos dos veces por semana durante los calendarios deportivos na-cionales e internacionales. Tampoco da cuenta del hecho de que una genera-ción literaria que se forma alrededor de 1930 sea llamada “generación del cen-tenario”. Cabe señalar que, como Demasi mismo admite, esta tendencia de pri-vilegiar la fecha de la declaración de la Independencia por sobre la que reme-mora la fecha en que se juró la primera constitución, es común a todos los paí-ses latinoamericanos (La conmemoración 53).

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la Banda Oriental dio de querer ser independiente de la Corona Es-pañola. La fecha es el 27 de febrero de 1811 y conmemora una reu-nión de patriotas que, cansados de tolerar las medidas del ex gober-nador, y entonces Virrey D’Elio, decidieron tomar las armas y rebe-larse contra las autoridades. Si bien el general independentista José Gervasio Artigas (1764-1850) no estuvo presente en ese encuentro, se sumó al movimiento casi inmediatamente (existe evidencia que sugiere que él creía que era el evento más importante en la historia de los orientales –Demasi en Lagos 6–) y se convirtió, de la noche a la mañana, en el líder natural del mismo.

Las razones detrás de la propuesta del ex presidente Vázquez fueron explicitadas ante la prensa el 26 de junio del 2009 por Enri-que Rubio (por entonces Secretario General de la Oficina de Pla-neamiento y Presupuesto, un organismo con rango ministerial): aunque los uruguayos han conmemorado su Independencia como un evento o suceso único, la verdad es que fue lograda luego de un largo y extenuante proceso13. Y ese largo proceso tiene su origen, su matriz e inspiración en el ciclo artiguista (1811-1820). Naturalmente, esta forma de pensar no es nueva y nadie se sorprenderá si se le in-forma que en 1911 hubo celebraciones oficiales de los comienzos del ciclo artiguista. En aquella ocasión, la fecha elegida fue el 18 de mayo de 1811, en que se dio la batalla de Las Piedras, una de las po-cas ganadas por Artigas, como general, contra las tropas españolas lideradas por el capitán Posadas.

Sin embargo, el clima en el país en 1911 no era tan celebratorio como en Argentina en 1910 (Demasi, La conmemoración 38). Una de las razones para ello puede encontrarse en los ecos de una guerra civil (1904) que había asolado al país hacía poco. Además, la rela-

13 Este es el argumento usado por Tabaré Vazquez en su alocución en ca-

dena de radio y televisión que anunciaba la propuesta de cambio de fecha para la celebración de la Independencia uruguaya (“El Presidente Tabaré Vázquez” 3). Otra posible inspiración para la decisión de cambiar las fechas de celebra-ción del Bicentenario para una fecha más temprana que las tradicionales en Uruguay se puede encontrar en las declaraciones de la entonces Ministra de Educación y Cultura, María Simón, en el Senado de la República, donde sostu-vo, en el 2008, que su país estaba atrasado en relación con los otros países de la región en cuanto a las celebraciones del Bicentenario de las independencias la-tinoamericanas (5).

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ción con Argentina no era tan buena por esas fechas, de modo que las celebraciones que tuvieron lugar al otro lado del Plata en 1910 ofrecieron a las autoridades uruguayas una oportunidad para distin-guirse de sus hermanos rioplatenses (Demasi, La conmemoración 60). Este estado de ánimo estuvo causado por diversos factores, de los cuales haré referencia sólo a dos mencionados por Demasi en su tesis sobre la conmemoración de los centenarios: uno, que en 1911 las posibilidades de reincorporación de Uruguay a la Argentina eran menores que, digamos, en la década de 1880 (56-57), otro periodo en que se discutió animadamente la viabilidad del país; y, dos, el re-ciente incidente (1907) en aguas territoriales uruguayas junto a la in-tervención del gobierno argentino en la reciente guerra civil de 1904 (43). En este contexto, la elección de la batalla de Las Piedras fue, para los orientales o uruguayos, una forma de distinguirse de los ar-gentinos y de su proceso de independencia. Se trató, entonces, de un mensaje a los vecinos de allende el Plata –lo cual nos hace pre-guntarnos si no habrá algo de eso en este nuevo cambio de fecha propuesto por Vázquez–.

Los primeros cien años

Más allá del tenso clima entre los vecinos del Plata, lo cierto es que las celebraciones de 1911 en Uruguay no salieron demasiado bien. La celebración principal consistió en la inauguración de un monumento en la ciudad de Las Piedras. Dicho monumento tenía la forma de un obelisco de piedra coronado por la figura de una victo-ria alada de bronce, cuyo modelo puede haber sido la famosa Pirá-mide de Mayo argentina (Demasi, La conmemoración 66). Desafortu-nadamente para los organizadores, se desató una tormenta horrible que duró varios días, lo cual, junto con una prolongada huelga de trabajadores de tranvías, que luego se transformó en la primera huelga general de la historia uruguaya, hizo que el clima y las condi-ciones de las celebraciones fueran poco ideales –tal vez sea por eso que hayan caído en el olvido–. Lo interesante es que la publicación oficial de las celebraciones, según cuenta Demasi, no describe el monumento ni habla sobre su autor (La conmemoración 65). La per-sona a cargo de la oratoria fue Juan Zorrilla de San Martín, conoci-do como el poeta de la Patria, quien también escribió un texto que adornaba otro monumento, uno más efímero (hecho de cartón y

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madera), que se erigió para esa ocasión: un arco de triunfo ubicado en la avenida de acceso al monumento principal. Como señala De-masi, es un poco extraño que se le haya prestado más atención al monumento efímero que al principal (La conmemoración 67).

Una de las posibles causas detrás de esa desproporcionada aten-ción dada, al menos oficialmente, al efímero arco, es que el monu-mento principal puede haber sido sospechoso de representar una figura que ostentaba rasgos que peligrosamente semejaban carac-terísticas indígenas. De acuerdo con una descripción de ese monu-mento, queda claro que la victoria no exhibía rasgos griegos sino más bien indígenas, y que su ropaje contenía, indudablemente, ele-mentos indígenas tales como boleadoras, una túnica y una “corona”, que bien podría ser un tocado de plumas atado a una vincha (De-masi, La conmemoración 67). Si esto es así, entonces no nos debería sorprender la actitud oficialista, porque como ya veremos, los líde-res políticos latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XIX, a diferencia de sus pares de la primera mitad, dejaron de invocar y usar símbolos e íconos indígenas en la construcción de las narrativas nacionales (al respecto, ver los artículos de Rebecca Earle).

Esta nueva iniciativa de Vázquez tiene lugar en un clima muy distinto al del primer Centenario. Para empezar, el optimismo que rodeó a las principales celebraciones (me refiero a las de 1925 y 1930) ya no está presente. Aunque la primera administración de la coalición de izquierda Frente Amplio, liderada por Vázquez, hizo un buen gobierno en lo económico, también es cierto que las condicio-nes en las que le dieron el país al asumir como presidente eran ex-tremadamente negativas. De modo que si bien este es un momento de esperanza, también es un momento en el que no campea el mis-mo optimismo que, causado por una innegable prosperidad econó-mica, caracterizó las tres primeras décadas del siglo XX. Esta vez, las celebraciones centenarias están enmarcadas por una historia de promesas incumplidas a lo largo de dos siglos, no sólo en Uruguay, sino también en el resto de Latinoamérica. Como Horacio Machado Aráoz señala, después de dos siglos de vida independiente y demo-cracia burguesa (aunque haya sido a menudo interrumpida), las es-tructuras que caracterizaron al sistema colonial están aún firmemen-te arraigadas en toda Latinoamérica, y la noción de “desarrollo”, que

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ha tomado el lugar de las viejas categorías de dominación, opera, al mismo tiempo, como fantasía colonial y como unificador nacional14.

Sin embargo, y a pesar de este marco neocolonial que domina la región (y al que nadie en Uruguay, hasta donde yo sé, hace referen-cia15), el clima del país se ha vuelto más propicio para el cambio de fecha propuesto para las festividades. Esto es así por varias razones, una de las cuales es el fuerte apoyo dado a esta idea por el ex presi-dente Julio María Sanguinetti, quien cree que conmemorar el ciclo artiguista es una buena idea. Este ex mandatario ha estado propo-niendo algo similar (aunque no idéntico) a lo que propone Váz-quez16, que es volver a los orígenes del proceso que llevó a Uruguay a convertirse en un país independiente –algo que Argentina ha ve-nido haciendo desde 1811, cuando ese país festejó el primer aniver-sario de la Junta de Mayo–. No es por casualidad que Vázquez pro-pone, simultáneamente a este cambio de fecha, cambiar el lugar donde se guardan los restos de Artigas, el hombre que inició todo el proceso de la nacionalidad uruguaya. La razón que anima a esta se-gunda propuesta es que dichos restos están en este momento ubica-dos en un mausoleo que los militares erigieron durante la dictadura (en el año 1977), inspirados en una estética fascista en la que el ce-mento y el mármol predominan, en lo que fue un serio intento de los militares por apropiarse de un ícono nacional indiscutible.

14 En Argentina, el discurso que domina las celebraciones de este año 2010,

es claramente uno de gran positividad: se intenta enumerar y subrayar los lo-gros del Estado argentino, pero sin mencionar los temas coloniales o neocolo-niales de los que habla Machado Araoz. Para una descripción del plan de feste-jos del Bicentenario, véase: “Se lanzan festejos del Bicentenario”; y el portal oficial argentino http://www.bicentenario.argentina.ar/

15 Esta falta de referencia a temas coloniales y neocoloniales en Uruguay es una consecuencia de los efectos de lo que Aníbal Quijano ha llamado la colo-nialidad del poder. Esto es, los mecanismos que hacen posible el sistema colo-nial. En un artículo leído por Yolanda Martínez-San Miguel y este escriba, me ocupo de señalar las formas peculiares en las que la colonialidad del poder se desarrolló en Uruguay: en ese país, todo el mundo piensa como un colonizador, como un descendiente de aquellos que salieron victoriosos del choque colonial.

16 En realidad, Sanguinetti está proponiendo otra fecha (la de abril del 1813, en el que se hicieron públicas las instrucciones de Artigas a los delegados de la Banda Oriental al congreso de las Provincias Unidas), lo cual contribuye a la preexistente riqueza de fechas nacionales elegibles.

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Llegados a este punto, puede ser oportuno decir unas pocas pa-labras sobre la unanimidad que el nombre de Artigas genera entre los uruguayos de todos los credos políticos. De hecho, se puede de-cir con seguridad que es el único héroe nacional sobre el que no hay casi debate; al menos hasta hace unos años atrás, cuando el historia-dor Vázquez Franco escribió un libro –La historia y sus mitos (1994)– cuyo objetivo principal era desmitificar la figura histórica y simbóli-ca de Artigas. Pero fuera de esa excepción, en el imaginario social uruguayo la unanimidad campea en relación con esta figura históri-ca. Esta figura ha sido apropiada por muchos sectores de la socie-dad a lo largo de la historia del país, desde los partidos tradicionales a los de izquierda, pasando por los militares y la Iglesia (ver Verde-sio, “A Artigas póngale la firma”). Teniendo en cuenta todo esto, la aparición de Artigas en la escena del debate sobre las fechas de la independencia uruguaya parece un poco tardía –especialmente en un contexto y en un clima donde el acuerdo ha sido imposible sobre esos temas–.

Es prueba de las unanimidades que provoca la figura de Artigas el hecho que dos defensores de la modernidad y la urbanización, como Vázquez y Sanguinetti, estén de acuerdo sobre su estatus y simbolismo nacional. Digo esto porque Artigas fue básicamente una figura rural, un héroe que luchó contra las autoridades que residían tanto en la ciudad de Buenos Aires como en la de Montevideo. Es interesante que en Uruguay, un país que se ha imaginado a sí mismo como muy “civilizado”, donde la ciudad de Montevideo ha sido siempre un bastión de modernización, un héroe de extracción rural como Artigas sea la única figura consensual para las narrativas de la Nación. Este es sólo uno de los aspectos en que se manifiesta la pa-radoja de un país que se imagina a sí mismo como moderno, pero que depende sobre todo de la producción rural para la subsistencia. En ese país, dos defensores de la modernidad y la ilustración termi-nan vindicando no sólo la memoria, sino también el proyecto del único caudillo de las luchas de la independencia que defendió a esos sujetos que se organizaban a sí mismos de manera “premoderna”: los habitantes de las zonas rurales que practicaban un patrón de subsistencia considerado arcaico y “bárbaro” para los promotores de la ilustración y la modernidad. El proyecto de Artigas no incluía una modificación sustancial de los patrones de subsistencia de esa gente. Por el contrario, lo que él promovía era una reforma agraria

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que les habría permitido continuar con sus modos de producción tradicionales y premodernos, o al menos pre-capitalistas.

Sea como fuere, el punto es que ambas medidas anunciadas por Vázquez parecen estar dirigidas a proponer algunos cambios en la forma en que los uruguayos se imaginan a sí mismos. En otras pala-bras, se busca reflexionar sobre los pasados que se eligen como pla-taforma para la elaboración de proyectos a futuro. Según Sanguine-tti, esta alternativa (la que ubica el comienzo de la nacionalidad uru-guaya en el ciclo artiguista) podría llegar a solucionar los problemas que hasta hoy son endémicos al debate sobre la fecha de la Inde-pendencia uruguaya. Entre otras razones, porque este es un mo-mento histórico muy especial, en el que el país está presidido no por un blanco o un colorado, sino por un ciudadano de otro partido (República Oriental del Uruguay. Poder Legislativo. Cámara de Senadores 3). Este es probablemente un buen punto de partida, en lo referente al clima, para la discusión de temas tan conflictivos y difíciles que están tan permeados de lealtades partidarias enfrentadas.

En opinión de Sanguinetti, el problema reside no sólo en las di-ferentes visiones del pasado sustentadas por los partidos políticos tradicionales, sino también en la confusión que ha dominado todo este debate. Se está refiriendo a que lo que los partidos han estado discutiendo hasta ahora es el comienzo o nacimiento del Estado uruguayo, cuando en realidad lo más importante es, o debería ser, averiguar cuándo ocurrió el nacimiento de una Nación (“Un necesa-rio debate” 7). Y el nacimiento de una Nación no es un solo hecho, sino un largo, complejo, y a menudo conflictivo proceso (República Oriental del Uruguay. Poder Legislativo. Cámara de Senadores 4). Este pro-ceso, argumentó Sanguinetti en el 2008, antes de que Vázquez pro-pusiera el cambio de fecha, comienza sin duda en el ciclo artiguista (“Un necesario debate” 9).

Aunque el recientemente fallecido José Pedro Barrán, probable-mente el historiador uruguayo más influyente de las tres o cuatro últimas décadas, haya sostenido –el 22 de junio del 2009– que es muy posible que el sentimiento que tenían los habitantes de la Ban-da Oriental en 1811 no haya sido exactamente, en esa etapa tan temprana, un sentimiento nacional, él cree que lo que sí tenían eran fuertes sentimientos autonomistas que con el tiempo estaban desti-nados a convertirse en sentimientos nacionales (Lagos 1). Y esto es lo que cuenta, según esos coyunturales aliados, Vázquez y Sangui-

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netti: encontrar un momento en el que los uruguayos puedan ver el comienzo de su narrativa nacional. Este asunto es algo que ha veni-do reclamando clarificación y análisis más rigurosos, a fin de poder delimitar y deslindar conceptos y categorías tales como nacionali-dad, Nación, Estado, Estado-Nación y, por último, Independencia. Fue la confusión de los términos y los borrosos límites de los con-ceptos usados por las partes en conflicto, lo que ha embarrado o ensuciado las aguas de la discusión.

Esta propuesta de Vázquez tuvo lugar unos meses antes de un incidente que ha llamado la atención del público uruguayo: el cuplé (o sketch) de la murga Agárrate Catalina, un grupo musi-cal/dramático carnavalesco que hace, como todos sus pares, sátira política, social y cultural17. En ese cuplé, la murga presenta a los charrúa –el grupo indígena más emblemático del Uruguay (Verdesio “El retorno”)– como un conjunto de inútiles que no dejó grandes monumentos ni nada de valor alguno para la posteridad. Esto es, representa a los indígenas como inferiores culturalmente, como una comunidad privada de densidad o valor cultural algunos. Para dar una idea de esto que estoy señalando, baste mencionar que, en un momento del sketch, un murguista vestido de conquistador español canta los siguientes versos: “pero no tenían nada/la puta que los pa-rió”. De modo que si bien este cuplé ha sido defendido o justificado por los portavoces de la murga como una mera broma, los integran-tes de ADENCH (una asociación de descendientes de charrúas) y José López Mazz (probablemente el arqueólogo más influyente del último cuarto de siglo) piensan que este tipo de broma sobre grupos en situación de subalternidad es inaceptable.

Los lectores se preguntarán: ¿a qué viene esto? Bueno, viene al caso porque los indígenas son el sujeto más incómodo en la historia de las narrativas nacionales uruguayas. A diferencia de las otras na-ciones de América Latina, Uruguay nunca usó iconografía indígena para representar a la Nación. A nadie sorprenderá enterarse de que en México, Guatemala, Perú y otros países de fuerte presencia indí-gena, los líderes de sus respectivas guerras de independencia tuvie-

17 La murga es un tipo de formación dramático-musical que proviene del

carnaval español y que se caracteriza por satirizar los acontecimientos políticos del año previo al carnaval. Para un exhaustivo análisis de este tipo de formación carnavalesca, ver Diverso.

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ron propensión a usar imágenes evocativas de lo indígena (al menos en forma alegórica) para representar a las nuevas naciones y para reclamar como propio un pasado indígena que le daría profundidad temporal a la forja de la Nación. Lo que es un poco menos espera-ble es que incluso en Argentina (un país que no se ha caracterizado por un gran interés en lo indígena) se usó iconografía indígena en las primeras dos décadas de vida independiente para la creación de los símbolos patrios: hay numerosa evidencia de ello en las mone-das, los sellos postales, las estatuas, y la bandera nacional –el sol de esta bandera estaba inspirado por el sol inca (para un estudio más detallado de estos casos, ver Earle, “Sobre Héroes” 387)–.

En Uruguay, hasta donde yo sé, no hay demasiadas ocasiones en las que los pueblos indígenas aparezcan en representaciones alegóri-cas de lo nacional, fuera de las dos siguientes: el sol de la bandera (probablemente un préstamo tomado de la bandera argentina); y la siguiente estrofa del himno nacional, escrita por Francisco Acuña de Figueroa; estrofa que, dicho sea de paso, no se canta nunca:

Al estruendo que en torno resuena De Atahualpa la tumba se abrió, Y batiendo sañudo las palmas Su esqueleto, venganza! gritó: Los patriotas el eco grandioso Se electrizan en fuego marcial Y en su enseña más vivo relumbra de los Incas el Dios inmortal.

La invocación del último líder inca es un tanto sorprendente en

un país que, como Uruguay, nunca reclamó lazos que lo unieran a las culturas inca, andina o quechua. Tuvo, eso sí, un breve affaire con la imagen del amerindio en la segunda mitad del siglo XIX, que se materializó en el poema romántico tardío Tabaré, del ya mencionado Zorrilla de San Martín. El personaje principal del poema, Tabaré, es un mestizo nacido de una cautiva cristiana y un cacique charrúa18. Esta breve y bastante excepcional evocación de la indigenidad en Uruguay tuvo como consecuencia que la imagen de Tabaré apare-ciera, en algún momento del siglo XX, en un billete rojo de quinien-tos pesos y en la tapa de un cuaderno cuyo nombre era el mismo

18 Ver Zorrilla de San Martín en la Bibliografía.

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que el del personaje central del poema. En otras palabras, las únicas apariciones de los indígenas en la iconografía uruguaya de la Na-ción, fuera de la mención de Atahualpa en la estrofa del himno na-cional, parecen reducirse al billete de 500 pesos con la cara de Ta-baré, un indígena (o mestizo) más bien literario. La mención de Atahualpa, en cambio, parece enmarcada en aquella tendencia de los criollos de las dos primeras décadas posteriores a la Independencia a identificar las luchas por ella con un pasado indígena prestigioso, imbuido de connotaciones legendarias y glamorosas. Esto es, el apoyo de un rey inca a la lucha por la Independencia uruguaya la hace más legítima y le da más profundidad histórica. Sin embargo, es el único caso que conozco de indígenas reales (es decir, no litera-rios), invocados por textos o imágenes uruguayas dedicadas a fo-mentar las narrativas de la Nación19.

En suma, en el contexto uruguayo, los pueblos indígenas son ra-ra vez, y tangencialmente, referidos en relación con los discursos sobre la Nación. Es muy probable que la razón de esta ausencia pueda encontrarse muy temprano en la historia de la novel repúbli-ca, en el período entre 1831 y 1832, cuando el primer presidente de la república, Fructuoso Rivera, ordenó personalmente a sus tropas que comenzaran una campaña de exterminio de los charrúas. Ese genocidio tuvo su momento más definidor en un lugar irónicamente llamado Salsipuedes, donde los aborígenes sufrieron una cobarde celada llevada a cabo por el ejército uruguayo. Esto es lo que he llamado, en otra parte, el pecado original del Uruguay (Verdesio “The Original”). Es algo que la gente no quiere recordar, y por eso apenas se menciona este episodio en los libros de texto de educa-ción primaria y secundaria. En ellos, el hecho se refiere como “la extinción de los charrúa”: un pueblo que parece haberse desvaneci-

19 Y esta rara, única aparición de un rey inca en el corpus uruguayo de dis-

cursos patrióticos, podría muy bien ser consecuencia del culto a la cultura inca que caracterizaba a varios líderes del movimiento independentista argentino (para una descripción de esta tendencia entre los argentinos de la época, ver: Earle, “Sobre héroes y tumbas” 381, 383, 387-88); un movimiento que estaba, acaso, demasiado cerca del uruguayo, que como lo sugiere el sol de su bandera, puede haber sido tomado del de la bandera argentina, que estaba basado en el sol inca, como ya se ha dicho. Lo interesante es que los colores de la bandera argentina, a diferencia de su sol, están tomados de la tradición española, según José Carlos Chiaramonte (75).

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do por sí mismo, a juzgar por expresiones tales como “se desvane-cieron”, “desaparecieron”, o la menos inocente “fueron extermina-dos” –una voz pasiva en la que el sujeto está oportunamente omiti-do20–.

Como decía, no es sorprendente que la iconografía indígena esté tan ausente de los sellos, monedas y monumentos producidos en las primeras décadas de la vida independiente del Uruguay: habría sido demasiado hipócrita haber usado ese tipo de imágenes después del genocidio conducido por el gobierno, que tuvo, es bueno aclarar, el apoyo total de las élites criollas. En la Argentina, es luego de la ge-neración de 1837, quienes no eran amigos de los aborígenes (son la gente cuyas ideas inspiraron, de alguna manera, la campaña de ex-terminio conocida como Conquista del Desierto, que tuvo lugar desde el año 1879 en adelante), que las imágenes indígenas empie-zan a desaparecer de los objetos simbólicos producidos por el Esta-do (Earle, “‘Padres de la Patria’” 14).

En Uruguay, el ya mencionado Libro del Centenario contiene varias referencias a los pueblos indígenas del Uruguay, pero todas son sis-temáticamente negativas a lo largo del texto (Caetano, “Identidad nacional” 88)21. El libro era un documento oficial (había conseguido la aprobación del Ministerio de Instrucción Pública y su publicación había sido ordenada por el Consejo Nacional de Administración), a pesar de que el gobierno, como ya hemos visto, no apoyó activa-mente las festividades de 1925. En ese documento oficial, que ofre-cía una especie de autorretrato del Uruguay cubriendo todo tipo de actividades sociales, económicas, y culturales, la imagen de los indí-genas ofrecida y creada por los autores (que estaban entre los inves-tigadores más prestigiosos de aquel momento) es increíblemente negativa.

Para empezar, el libro sostiene, en sus dos primeras páginas de texto (5-6), con orgullo, lo siguiente: “Es, […] por otra parte, la úni-

20 Expresiones de este tipo pueden encontrarse en la enorme mayoría de los

textos escolares de historia. 21 Es, además, un lugar donde todos los lugares comunes sobre los indíge-

nas aparecen agrupados. Por ejemplo: “Eran todos estos indígenas de genio taciturno, poco habladores, no practicaban el bullicio de la danza y de la músi-ca” (Libro del Centenario 18); “La libertad era su gran pasión y la desorganización política y social en que vegetaban a esa pasión debióse siempre” (18). De su lengua, se dice: “eran dialectos guturales” (19).

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ca nación de América que puede hacer la afirmación categórica de que dentro de sus límites territoriales no contiene un solo núcleo que recuerde su población aborigen” (5-6). Pero cuando le toca ex-plicar la ausencia de habitantes indígenas, los autores dicen simple-mente, en el estilo de los ya citados libros de texto:

Los últimos charrúas desaparecieron como tribu, sin dejar vestigios per-durables, en el rincón de Yacaré Cururú, en el año 1832, y desde aquél le-jano entonces, casi una centuria, quedó la tierra en posesión de la raza eu-ropea y de sus descendientes (6). Como se puede apreciar, según el Libro del Centenario, los charrúa

simplemente desaparecieron en un lugar específico; pero se le aho-rran al lector los detalles de los hechos que causaron la desaparición de los indígenas. La masacre es omitida una vez más. Una de las ra-zones detrás de ese retrato tan negativo de los indígenas es que los autores de este libro creían que la homogeneidad étnica y lingüística eran una virtud y un objetivo a alcanzar:

No hay dialectos o parcialidades diferenciales de idioma por zonas, dada la propia unidad política del Uruguay, su pequeña extensión territorial, su ori-gen como expresión absoluta del dominio y conquista de una sola raza y el carácter etnológico uniforme de su población (329). Es por esta razón que los autores celebran, también, la escasa

población africana y la ausencia de población aborigen: esos facto-res favorecían una más completa integración y cohesión de la socie-dad uruguaya, ahora dominada por gente de origen europeo (43)22.

22 Merece notarse que en otras partes del Libro del Centenario, como ha mos-

trado Carla Giaudrone, hay textos e imágenes que dan la impresión de desafiar, al menos parcialmente, la imagen de homogeneidad étnica: las fotografías de los gauchos que aparecen en algunas de las páginas ilustradas del libro exhiben una significativa variación de orígenes étnicos, y la disposición de los elementos en algunas de las fotos sugiere una intención, de parte de algunos de los colabora-dores del libro, de llamar la atención sobre las limitaciones de las narrativas de la Nación predominantes en aquella época. También vale la pena recordar que, según Fernández Bravo, el legado indígena tomó un peso inesperado durante las celebraciones del centenario argentino (“Centennial Divisions” 7). El indí-gena, luego de finalizado el exterminio conocido como Conquista o Campaña del Desierto, comenzó a ser imaginado como un recurso de capital cultural que estaba desapareciendo y, como consecuencia de esto, empezó a aparecer en

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Como se ve, lo indígena tiene mucho que ver con las narrativas de la Nación. Y si bien no se puede afirmar categóricamente que el genocidio fue el verdadero origen de la nacionalidad uruguaya, es ciertamente uno de sus más tempranos e importantes episodios, porque marca el nacimiento de una república sin indígenas, una ca-racterística que hace sentir orgullosos a muchos uruguayos incluso hoy. De modo que su importancia tiene que ver con que son una especie de traza, en un sentido derrideano, en el complejo tejido de la nacionalidad uruguaya y sus discursos y estrategias. Ellos son lo no dicho, el elemento ausente que es, sin embargo, parte integral de ese tejido que, si lo leemos a contrapelo, puede permitirnos poner en duda y cuestionar la positividad del elemento predominante (o presente, en el sentido de la metafísica de la presencia) en ese tejido: el sujeto occidental. Lo indígena, incluso en su ausencia (y proba-blemente, debido a esa su ausencia), es una parte crucial de las na-rrativas de la Nación en Uruguay. Es el elemento que nos permite deconstruir esas narrativas, ayudándonos a verlas bajo una luz dife-rente y más crítica. En otras palabras, nos permite ver cuán violento el proceso de construcción de la Nación ha sido a lo largo de su his-toria y cuán extremamente violentos fueron algunos de sus actos fundacionales.

Pero los indígenas no deberían ser vistos sólo en términos de trazas, sino también como presencia: sabemos que acompañaron a Artigas hasta el final –al menos aquellos que eran identificados co-mo charrúas lo hicieron–. También sabemos que el pueblo charrúa estuvo presente en dos de las escasas batallas ganadas por Artigas, las cuales tuvieron lugar en territorios frecuentemente visitados y explotados por ellos –lo cual ha hecho pensar a algunos historiado-res que el conocimiento corográfico y topográfico de los aborígenes puede haber sido fundamental para ganar dichas batallas (ver Mag-gi)–. En otras palabras, la presencia de este pueblo indígena en las

ciertos corpus iconográficos y en el curriculum escolar (Fernández Bravo “Cen-tenial Divisions” 12, 14). Este no es el caso en Uruguay, donde, como ya hemos visto, el indígena no tuvo un papel significativo en las celebraciones del Centenario. Robert Lehmann-Nitsche parecía un tanto sorprendido o escanda-lizado de que los uruguayos estuvieran tan orgullosos de no tener indígenas en su territorio, lo cual lo lleva a recordarle a los orientales sobre la “sangre mesti-za que hay en todas partes de su campaña” (en Fernández Bravo, “Centenial Divisions” 10).

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narrativas de la Nación puede que no sea estelar (ya vimos que han sido silenciados), pero su contribución a los hechos concretos que forjaron las primeras etapas de la nacionalidad uruguaya es innega-ble, especialmente ahora que casi todo el mundo parece estar de acuerdo en que esos comienzos deben buscarse en la serie de even-tos conocidos como el ciclo artiguista: ellos estuvieron allí, fueron parte del movimiento emancipador y lucharon al lado del “padre” indiscutido de la generalmente debatida nacionalidad uruguaya.

El sketch de Agárrate Catalina es tan sólo otro ejemplo del des-precio por la indigenidad mostrado por los uruguayos. Es, también, sintomático que hayan decidido presentarlo en público tan sólo unos meses después de las declaraciones del entonces presidente Vázquez sobre su intención de cambiar las fechas para la conmemo-ración de la Independencia –y es legítimo especular que no lo repre-sentaron antes debido a que el carnaval empieza recién en febrero–. Todos estos temas relacionados con la identidad nacional son, apa-rentemente, parte del presente clima político. Probablemente hoy más que nunca, cuando un personaje, José Mujica, considerado in-deseable por los sectores más conservadores de la sociedad debido a su pasado como líder guerrillero de un movimiento que tomó su nombre de un líder indígena –Túpac Amaru–, es el presidente elec-to democráticamente. Algunos temas están siendo discutidos en la esfera pública y, aunque algunas de las declaraciones públicas de ciertos agentes sociales (como los integrantes de Agárrate Catalina) no son las más felices, el clima parece estar maduro para traer a primer plano el tema de los muchos silencios y ausencias que carac-terizan las narrativas de la Nación en el Uruguay de hoy. Ojalá que ésta sea una oportunidad para los uruguayos de repensar sus narra-tivas de la Nación y hacer lugar a aquellas voces y experiencias a las que les ha sido negado, hasta ahora, un papel (estelar o secundario) en la trama que esas narrativas han laboriosa, y a menudo tenden-ciosamente, elaborado a lo largo de la historia.

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