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Dra. Rocío Enríquez Rosas Profesora Investigadora Universidad Jesuita de Guadalajara en México ITESO Envejecer en América Latina 6-8 de Octubre, 2010 IIS UNAM

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Dra. Rocío Enríquez Rosas

Profesora Investigadora

Universidad Jesuita de Guadalajara en México

ITESO

Envejecer en América Latina

6-8 de Octubre, 2010

IIS UNAM

ÍNDICE

I. Introducción.

II. Envejecimiento y pobreza en América Latina y en

México: contexto y antecedentes.

III. Subjetividades y análisis social: consideraciones

teóricas.

IV. Precisiones metodológicas y datos sociodemográficos.

V. Comentarios Finales.

VI. Bibliografía.

I. INTRODUCCIÓN

El envejecimiento poblacional es un fenómeno global en el presente siglo. Se trata del resultado de las transiciones epidemiológicas y demográficas en las que la mortalidad y la fecundidad cayeron hasta alcanzar niveles históricamente bajos (Ham-Chande, 2003).

Dicho fenómeno traerá profundas modificaciones en las

estructuras sociales, económicas y culturales en los países en desarrollo. Es por ello necesaria la definición de políticas y programas sociales que permitan hacer frente a un proceso de envejecimiento acelerado (Aranibar, 2001).

En México, el envejecimiento poblacional acentúa las inequidades de género, generacionales e intergeneracionales y advierte sobre la producción gradual de nuevos riesgos sociales así como sobre la posible exacerbación de procesos de exclusión social.

El alargamiento en la esperanza de vida en la población latinoamericana y particularmente mexicana, el achicamiento del tamaño de los hogares, la coexistencia de tres o más generaciones compartiendo una misma vivienda, la diversificación de los arreglos familiares, son solo algunos de los factores a tomar en cuenta cuando se busca abordar el proceso de envejecimiento en México.

En esta investigación se busca explorar a partir del análisis de las subjetividades, el fenómeno del envejecimiento en su relación con la pobreza y exclusión social y en clave de género. Para ello, se trabaja el material empírico recogido a través de una encuesta aplicada a 201 personas mayores de setenta años.

La encuesta contempla preguntas abiertas que indagan específicamente sobre los significados de envejecer en situación de pobreza. El material obtenido fue analizado cualitativamente y se construyeron categorías que dan cuenta de las múltiples formas en que el acercamiento a las subjetividades despliega los significados, creencias y emociones relacionados con el ser viejo o bien, ser vieja y vivir en pobreza y exclusión social.

II. ENVEJECIMIENTO Y POBREZA EN AMÉRICA LATINA Y MÉXICO: CONTEXTO Y ANTECEDENTES

En las últimas dos décadas la baja mortalidad, el descenso de la fecundidad y el aumento de la esperanza de vida han transformado las características demográficas de la población a nivel mundial. En el año 2000, el porcentaje de adultos mayores equivalía al 10% (606.4 millones) de la población mundial, se estima que para el 2030 este porcentaje ascienda al 16.6 % (1 348.3 millones) y a 21.4 % (1 907.3 millones) en el 2050.

En el periodo de 2000 a 2005 la esperanza de vida en promedio fue de 65 años, se estima que para el 2050 será de 75 años.

Si diferenciamos la esperanza de vida de acuerdo al nivel de desarrollo de los países, encontramos que en aquellos más avanzados la esperanza de vida al nacer en el periodo 2000-2005 fue de 76 años y se estima que llegará a 81 años en 2050.

En cambio para los países en vías de desarrollo ésta fue de 63.4 y se estima que llegará a 73.1 en el mismo período. El género es también un diferencial con respecto a la esperanza de vida, las mujeres viven en promedio cinco años más que los hombres (Zuñiga y Vega, 2004). En el 2020 se estima que México ocupará el noveno lugar de los países con mayor población de personas adultas mayores (Aguilar y Pando, 2002).

El envejecimiento de la población mexicana es un proceso que aún no alcanza su cúspide, se espera el aumento más significativo para el año 2050. Con respecto a la esperanza de vida media de los mexicanos se duplicó durante la segunda mitad del siglo XX al pasar de 36 años en 1950 a 74 en el año 2000. Se espera que para el 2050 se alcancen los 80 años (Zuñiga y Vega, 2004 y Zuñiga y Gomes 2002). En México, la esperanza de vida de las mujeres es entre 3 y 5 años mayor que la de los hombres. Las proyecciones hacia el 2050 señalan 83.6 años para las mujeres y 79 años para los hombres. Asimismo y como producto de un proceso de envejecimiento acelerado, dentro de 50 años, la edad media de los mexicanos pasará de 27 años a 43.

Los datos señalan también que alrededor del 58% de las personas mayores vive en localidades urbanas y el resto en localidades mixtas y rurales, es en éstas últimas donde se registra mayor longevidad (Zuñiga y Vega, 2004). Uno de los riesgos centrales de este acelerado proceso de envejecimiento demográfico es el empobrecimiento de los adultos mayores debido al incremento en la esperanza de vida sin un sistema de protección social adecuado. Además, una población importante de adultos mayores continúa realizando actividades económicas precarias para garantizar los mínimos de sobrevivencia (Zuñiga y Gómes, 2002).

La transición demográfica y por ende el envejecimiento de la población representan problemas urgentes a resolver en los países en desarrollo debido al poco tiempo con el que se cuenta (Aguilar y Pando, 2002). “De nuestra capacidad como sociedad y gobierno depende el garantizar a los jóvenes las oportunidades que requieren, de esto dependerá en buena medida que el envejecimiento demográfico no se traduzca en un proceso de empobrecimiento de la población” (Zuñiga y Gómes, 2002:153) El envejecimiento tiene principalmente un rostro femenino debido a que la esperanza de vida es más alta para las mujeres que para los hombres. Si observamos el número de nacimientos podemos notar que nacen más hombres que mujeres, sin embargo hay una mayor mortalidad masculina por lo que a partir de los 25 años hay más mujeres que hombres. En la población de 60-64 años hay en promedio 90 hombres por cada 100 mujeres y este fenómeno se acentúa en el grupo de 75-79 años, aumentando a 80 hombres por cada 100 mujeres (Zuñiga y Vega, 2004).

En México, la mayoría de los adultos mayores vive en localidades urbanas, sin embargo las personas que residen en el medio rural tienen una mayor longevidad así como niveles de pobreza más altos. Esta diferencia en las localidades nos muestra que existe un grado de transición demográfica distinto, pero también da cuenta de los efectos que la migración tiene en algunos estados y localidades. Gran parte de esta población está compuesta por adultos mayores y niños lo que produce un envejecimiento atípico ante la migración de la fuerza laboral. Zuñiga y Vega (2004) señalan que a diferencia de lo que ocurre en los países desarrollados, en México cerca del 65% de los hombres de entre 60 y 64 años de edad sigue trabajando. Esta tasa va disminuyendo conforme aumenta la edad sin embargo encontramos que uno de cada cuatro hombres de 80 años, sigue laborando. La razón central es la baja o nula cobertura del sistema de pensiones y la falta de seguridad social.

El empleo informal no es exclusivo de los adultos mayores, es una tendencia preocupante en México, sin embargo en este grupo etáreo más del 80 % tiene un trabajo de estas características (79% de los hombres y 85 % de las mujeres). Otro dato importante que nos muestra la alta precariedad del trabajo de los adultos mayores es el hecho de que el 75% de los hombres que trabajan ganan menos de dos salarios mínimos, en el caso de las mujeres este porcentaje asciende a 83% (Zuñiga y Vega, 2004).

En este sentido, “la participación en el trabajo de los adultos mayores en México no debe interpretarse como un rasgo positivo asociado a una vejez productiva, sino como un resultado de la insuficiencia de los programas de pensiones, que obstaculiza la institucionalización del retiro y obliga a muchos a permanecer trabajando en actividades precarias y de baja productividad” (Zuñiga y Vega 2004:34).

III. SUBJETIVIDADES Y ANÁLISIS SOCIAL: CONSIDERACIONES TEÓRICAS

Para establecer los presupuestos teóricos y metodológicos para el análisis de las subjetividades en personas mayores que viven en pobreza extrema, se señalan a continuación algunos de los elementos centrales a tomar en cuenta para enmarcar el estudio realizado.

El análisis de la subjetividad social es problemático e implica desafíos teóricos y metodológicos importantes.

La subjetividad social constituye un ángulo particular desde el cual es posible realizar análisis social, para ello, es necesario ir más allá de la subjetividad individual y abordar la vertiente social. En este sentido; el reto se centra en encontrar un concepto de subjetividad constituyente mediador entre las variables psicológicas y los procesos macrohistóricos (Zemelman, 1997).

Al referirse a subjetividad, Reguillo (2006) señala que se trata de “una compleja trama de los modos en que lo social se encarna en los cuerpos y otorga al individuo históricamente situado, tanto las posibilidades de reproducción de ese orden social como las de su negación, impugnación y transformación. Es el intento por explicitar los dispositivos de percepción y respuesta con que los actores sociales enfrentan la incertidumbre y los riesgos epocales” (2006:51).

Carrizo (2004) aporta a partir del marco de la complejidad y afirma que el análisis de las subjetividades debe incluir conciencia, pensamiento y racionalidad así como inconsciencia, sueño, irracionalidad y mito.

Al respecto Zemelman (1997) señala que el estudio de la subjetividad social genera el rompimiento con acercamientos unidisciplinares y lleva a la construcción de conceptos y categorías inter y transdisciplinares.

La subjetividad es entonces la articulación concreta entre necesidades, experiencias y utopías en determinadas coordenadas de espacio y tiempo y con la incorporación de la dimensión sociohistórica.

Zemelman (1997) afirma que un enfoque centrado en la subjetividad social pone énfasis en los movimientos en el tiempo y en el espacio tanto del individuo como del colectivo. Este enfoque se centra en los nucleamientos de lo colectivo, la subjetividad social se asienta en lo que se construye socialmente ante las tensiones entre la memoria y la visión utópica. La subjetividad social consiste entonces en una articulación específica entre coordenadas de tiempo y espacio, en un marco sociohistórico particular y ante realidades concretas que favorecen el surgimiento de sentidos de futuro.

Bajo este marco la noción de sujeto no es estática ni lineal y unidimensional. Zemelman (1997) propone al sujeto interconectado en múltiples redes y de acuerdo a la amplitud y heterogeneidad de los nucleamientos colectivos a los cuales pertenece.

Es precisamente el sujeto contemporáneo, un actor que en la mayoría de los casos, pretende sostener un relato desimplicado y desde esta distancia narrar los acontecimientos, lo que Rosaldo (1989 y 2006) denomina como el discurso remoto para el caso del sujeto investigador.

A partir de esta posición “desimplicada” del sujeto contemporáneo se producen dos dispositivos simbólicos, el de excepcionalidad que tiene que ver con lo que acontece y el de lejanía que refiere algo fuera del territorio del sujeto. Estos dispositivos operan como estrategias de contención (Reguillo, 2006).

Para Zemelman (1997) las barreras que operan en el fortalecimiento del sujeto social tienen que ver con las estructuras sociales que obstaculizan que la consciencia transforme al hombre histórico social en sujeto activo.

Para Arfuch (2006) y Reguillo (2006) los medios desempeñan un rol central en la construcción actual de las subjetividades y del sujeto mismo. Los medios interpelan la subjetividad de la persona, disminuyen la complejidad de los acontecimientos y tienden a fijar al sujeto en sus certidumbres. Las imágenes son también ideas sobre los otros, sobre el mundo y sobre nosotros mismos, estas imágenes configuran también las subjetividades contemporáneas. Para Zemelman (1997) la teoría del sujeto esta relacionada con la teoría de la subjetividad constituyente. En primer lugar a partir de la relación individuo-colectivo que se expresa en los diversos nucleamientos colectivos con los cuales el sujeto entra en contacto y en segundo lugar a través de la construcción de universos semánticos de pertenencia en los que se resuelve la cuestión del sentido en prácticas habituales de vida.

Este tipo de abordaje sobre la subjetividad social permite dar cuenta de las formas en que un valor o un deseo de futuro se transforma en una práctica social específica. Desde esta óptica, una teoría de los sujetos es una teoría de lo social ya que implica la producción de sentidos que pueden ser orientadores de producciones posibles.

Los niveles de lo constitutivo de los nucleamientos colectivos y de acuerdo a inclusividades de creciente amplitud son subjetividad individual en lo grupal, experiencia grupal, apropiación del contexto sociohistórico, generación de nuevas experiencias, utopías y transformación de las utopías en proyectos viables.

Al sujeto es necesario estudiarlo en sus aperturas hacia la otredad, hacia la grupalidad, hacia lo colectivo y hacia sus relaciones posibles, estas diversas posibilidades de constitución son expresión de la subjetividad social.

Es a través del reconocimiento de los fundamentos subjetivos como es posible dar cuenta de la construcción de subjetividades. Estas bases son el principio de identidad complejo que posibilita la subjetividad y la objetivación del ser sujeto, principio de exclusión que promueve la distinción y de ahí la identidad subjetiva y el principio de inclusión, que permite la identidad colectiva, la construcción del nosotros (Carrizo, 2004)

IV. PRECISIONES METODOLÓGICAS Y DATOS SOCIODEMOGRÁFICOS

El objetivo central es analizar las subjetividades en torno a la vejez y a la pobreza en mujeres y hombres mayores de setenta años que residen en la zona metropolitana de Guadalajara y que viven en condiciones de pobreza extrema. Se aplicó una encuesta a 201 adultos mayores.

Los sujetos entrevistados forman parte de hogares que se encuentran en el padrón del programa federal Oportunidades o bien, que se encuentran en asentamientos urbanos caracterizados como de alta marginación. La duración de la aplicación de la encuesta a través de una entrevista semiestructurada, tuvo un promedio de dos horas. Las entrevistas se realizaron principalmente en los hogares de los adultos mayores.

El total de adultos mayores entrevistados fue de 201, de los cuales 96 son hombres (47.76%) y 105 mujeres (52.23%). Las entrevistas para la aplicación de la encuesta se realizaron en los municipios de Guadalajara, El Salto, Zapopan y Tlaquepaque. En total, se trabajó en 17 colonias de la zona metropolitana de Guadalajara. La evidencia empírica señala que 11.5% de los hombres y 16.2% de la mujeres residen en hogares unipersonales. Este tipo de arreglo familiar está relacionado con los flujos migratorios y los cambios demográficos que dan lugar a diversas formas de organización familiar que pueden estar asociadas con condiciones de mayor vulnerabilidad social cuando se relacionan con variables de carácter económico y social.

Los hallazgos reportados señalan un porcentaje de hogares unipersonales por arriba del mencionado por Saad (2005). El dato es mayor para las mujeres con respecto a los hombres y puede estar asociado con un factor de riesgo social que se materializa cualitativamente distinto en relación al género.

Para Saad (2005) la razón por la cual hay mayor número de residencias solitarias femeninas, tiene que ver con que las mujeres viven más que los hombres, con que cuando ellas enviudan, las segundas nupcias son menos frecuentes, así pues, el riesgo de vivir solo en las edades más avanzadas es más elevado, especialmente en aquellas mujeres que no tuvieron descendencia, ello puede estar relacionado con situaciones emocionales específicas y que tienen que ver con el posible aislamiento social.

Los resultados señalan que el tipo de arreglo familiar más frecuente es el de estructura extensa, 44.8% de los hogares en los que residen los adultos mayores varones y 47.4% en el caso de las mujeres adultas mayores. La información confirma que alrededor del 45% de los adultos mayores encuestados vive acompañado por otros familiares, más allá de la estructura nuclear tradicional.

La corresidencia, especialmente con los hijos, es un arreglo residencial altamente frecuente entre los adultos mayores y facilita las transferencias intergeneracionales, el cuidado del otro y con ello, disminuye el riesgo social y la posible vulnerabilidad del adulto mayor (Saad, 2005).

Un arreglo también frecuente está relacionado con aquéllos adultos mayores que corresiden con su pareja. Los porcentajes más bajos fueron encontrados en la categoría de familia generacional que incluye al adulto mayor en corresidencia con hermanos y primos, sin embargo, este tipo de arreglo puede verse incrementado en los próximos años y especialmente en el entorno urbano.

Para conocer los ingresos económicos semanales del hogar donde reside el adulto mayor, se consideró la variable de promedio de aportación semanal de los miembros del hogar. Los datos muestran que los hogares de estructura nuclear cuentan con la aportación mayor al hogar (571.60) y los de estructura unipersonal con la aportación menor (165.00).

A pesar de que el promedio de número de miembros en los hogares extensos es mayor que en los hogares nucleares (5.6 y 3.4 respectivamente), de entrada se cuenta con un recurso económico relativamente mayor en los de estructura nuclear con respecto a los extensos (549.50).

V. ENVEJECIMIENTO Y POBREZA: SUBJETIVIDAD EN ANÁLISIS

El diagrama número uno muestra los hallazgos obtenidos a partir del análisis de cada una de las unidades de respuesta y de la categorización de las mismas. Este diagrama se centra en la evidencia empírica referente a los hombres y busca dar cuenta de las relaciones intersubjetivas existentes entre dos campos problemáticos de interés, la pobreza y la vejez, todo ello a partir de la perspectiva de los hombres.

Se encontró un total de 183 unidades de respuesta que fueron categorizadas inductivamente en un total de nueve campos de significado

El primer campo de significados y que obtuvo la frecuencia más alta, se refiere a las emociones con un total de 59 unidades de respuesta. Cuando se indaga sobre los significados de envejecer en situación de pobreza, las emociones son los descriptores de sentido que mayor recurrencia presentaron. Aparece como emoción central la tristeza (36 unidades de respuesta) e íntimamente ligada al segundo campo de significados que se refiere a la escasez de recursos (38 unidades de respuesta) y que tiene que ver con no contar con los recursos necesarios para vivir, para alimentarse, para comprar medicamentos y para transportarse. Algunas citas textuales son: “tristeza, en veces no tenemos ni para un taco”, “se siente uno triste porque está pobre”, “triste porque no tengo lo suficiente para vivir”.

La tristeza está también en relación con los siguientes campos de significado: el trabajo (22 unidades de respuesta), los vínculos familiares (7 unidades de respuesta) y la salud (4 unidades de respuesta). La tristeza se vincula entonces con la subcategoría de ya no poder trabajar (13 unidades de respuesta), no tener trabajo (7 unidades de respuesta), contar con un trabajo precario (1 unidad de respuesta). Con respecto a los vínculos familiares la tristeza tiene que ver con el no recibir ayuda de los hijos (4 unidades de respuesta) o bien, con la imposibilidad de ayudar a los hijos (1 unidad de respuesta). En relación a la salud (4 unidades de respuesta) se asocia con la enfermedad y la consecuente imposibilidad de trabajar.

El primer campo de significados que denominamos como emociones arroja información sobre aquéllas emociones a través de las cuales los adultos mayores varones significan la experiencia de pobreza y envejecimiento. Esta familia de emociones, de acuerdo a la propuesta del construccionismo social moderado (Gordon, 1990; Armon Jones, 1986a y 1986b; Franks y McCarthy, 1989, entre otros) y tomando en cuenta el análisis cualitativo realizado, está conformada por: la tristeza como emoción social central y el sufrimiento, la felicidad, sentirse acabado, la alegría, la mortificación, sentirse amolado, desesperación, tranquilidad, soledad, sentirse hundido, sentirse desgraciado y la lástima; como emociones que transitan alrededor de la experiencia de envejecer en pobreza.

Los adultos mayores varones construyeron también metáforas que sintetizan la experiencia emocional de la pobreza y la vejez y que se muestran a continuación: “se cargan los años”, “está uno perdido”, “batallar toda la vida”, “sentirse una cosa echada a perder”, “se siente uno un animal”.

El lenguaje metafórico favorece la construcción de sentidos y permite dar cuenta de la carga afectiva experimentada por el sujeto social. Las emociones son vehículos centrales para el análisis social, a través de ellas podemos interpretar el mundo social que nos rodea y posicionarnos con respecto a él.

Las emociones con valencia positiva están vinculadas a connotaciones religiosas (6 unidades de respuesta), se trata de la creencia central de que la vida en pobreza es voluntad de Dios y que lo importante es tener fé en Dios. Algunas citas que ilustran estas construcciones son: “feliz de ser pobre porque Dios así me tiene”, “feliz, si Dios quisiera darme él me daba”. Llama la atención en el caso de los adultos mayores varones que en el campo de significados referente a las acciones relacionadas con la búsqueda de soluciones ante la vejez en situación de pobreza (12 unidades de respuesta) aparece como primera alternativa pedir caridad, con frecuencias menores están saber administrarse, limitarse con lo poco que se tiene, hundirse, no saber qué hacer y dar consejos( dinero no se tiene). Los hallazgos muestran una situación límite de ausencia de seguridad y protección social para el adulto mayor, que lo lleva en muchos de los casos a buscar la caridad de los otros para poder garantizar la subsistencia.

Un último campo de significados tiene que ver con la naturalización de la pobreza (7 unidades de respuesta), la subcategoría central es se nace y se muere pobre. Esta construcción da cuenta de un determinismo total en la condición de ser pobre donde no hay posibilidades de encontrar salida y que está ligado a una condición individual más que a un fenómeno estructural.

El diagrama número dos ilustra los hallazgos encontrados en torno a los significados que las mujeres adultas mayores construyen en relación a la pobreza y el envejecimiento.

Se obtuvieron un total de 215 unidades de respuesta que fueron categorizadas en nueve campos de significado. Nuevamente el campo que obtuvo la frecuencia más alta es el campo de las emociones (68 unidades de respuesta) y al interior de este campo, aparece nuevamente la tristeza con el peso más alto (45 unidades de respuesta).

Las emociones que se vinculan con la tristeza son la felicidad, la soledad, el sufrimiento, la preocupación, la envidia, la angustia, la impotencia y la torpeza.

La felicidad, al igual que en el caso de los hombres, está relacionada con el campo de significados referente a las connotaciones religiosas, la pobreza es entonces voluntad de Dios: “feliz, le doy gracias a Dios porque así es su voluntad”, “yo estoy bien así pobre, cuando uno es rico, se olvida de Dios”. La angustia se materializa en los gastos a consecuencia del fallecimiento “vives con angustia de cómo pagar el funeral”. Se encontró también una analogía que ilustra lo que para una mujer significa envejecer en pobreza: “es mejor morir a puñaladas”. Esta frase contiene una carga afectiva muy fuerte y advierte sobre la dimensión del tiempo en la experiencia del morir, ante las puñaladas la muerte deviene rápida y contundente, a diferencia, ante la pobreza, la muerte deviene lenta y encarnada en la vida cotidiana. La tristeza se concreta en cuatro campos de significado: la escasez de recursos (42 unidades de respuesta), la salud (9 unidades de respuesta), los vínculos familiares (7 unidades de respuesta) y el trabajo (6 unidades de respuesta).

En lo que se refiere a la escasez de recursos tiene que ver con no contar con lo necesario para vivir “pasar el día” (22 unidades de respuesta), no contar con los recursos para alimentarse (17 unidades de respuesta), no contar con lo necesario para compra de medicamentos (2 unidades de respuesta) y para apoyar a los hijos (una unidad de respuesta).

Con respecto a la salud la tristeza está relacionada con la presencia de enfermedades (4 unidades de respuesta), no valerse por sí mismo (1 unidad de respuesta), ya no estar nuevo (una unidad de respuesta), no tener las medicinas (1 unidad de respuesta).

Los vínculos familiares y la emoción de tristeza se vinculan a través de las siguientes subcategorías: estar solo, sin familia (5 unidades de respuesta) y ser una molestia para los demás (una unidad de respuesta). Por último en el campo relacionado con el trabajo las unidades de respuesta (5) se centran en la subcategoría ya no poder trabajar.

La naturalización de la pobreza (13 unidades de respuesta) está fuertemente arraigada en la cosmovisión de las mujeres, se encontraron 13 unidades de respuesta, las primeras siete tienen que ver con estar acostumbrado a la pobreza y las seis unidades de respuesta restantes tienen que ver con la pobreza es algo con lo que nacimos, una cita textual ilustra esta construcción: “yo no salgo de la pobreza hasta que me muera”. Esta cita sintetiza el círculo inquebrantable de la pobreza desde la perspectiva de una mujer anciana mayor de 70 años y que vive en la periferia marginal de la zona metropolitana de Guadalajara.

A diferencia de los hombres donde pedir caridad obtuvo el pesaje más alto y en relación al campo de significados Acciones, las mujeres ejecutan las siguientes prácticas para hacer frente a su condición de pobreza: esperar a que los otros le den (4 unidades de respuesta), limitarse con lo que se tiene (4 unidades de respuesta), no dejarse uno (3 unidades de respuesta), vender lo que se pueda para comer (una unidad de respuesta), no quejarse (una unidad de respuesta), pedir caridad (1 unidad de respuesta), estar unidos (una unidad de respuesta), llorar (una unidad de respuesta).

VI. COMENTARIOS FINALES

El análisis de las subjetividades permite dar cuenta de los múltiples significados, creencias y percepciones en torno al fenómeno de la pobreza y el envejecimiento a partir de la perspectiva de los propios sujetos. Envejecer en pobreza advierte sobre una triple exclusión, se trata de la vida en condiciones de precariedad económica, de la desvinculación con respecto al mundo laboral y de la desconexión y discriminación por el grupo etáreo al que se pertenece, a ello, es posible añadir también la discriminación por género en detrimento especialmente aunque no exclusivamente, de las mujeres.

El análisis realizado muestra los campos de significado centrales en relación a la asociación de la pobreza y el envejecimiento, la dimensión emocional de la pobreza aparece de acuerdo al sustento empírico demostrado, como una de las vías de análisis del objeto de estudio propuesto en esta investigación.

El análisis sociocultural de las emociones facilita la revelación de las múltiples interconexiones entre la experiencia subjetiva de la pobreza y las condiciones macro estructurales que la sustentan.

En este sentido, la pobreza está fuertemente vinculada a la emoción social de la tristeza, esta a su vez encuentra sus referentes sociales en los escenarios concretos de la escasez de recursos, escenarios que advierten sobre el hambre, la incertidumbre de poder resolver “el día a día”, la inseguridad y el desamparo ante la posibilidad de enfermar.

Estos escenarios se entretejen con aquellos relacionados con la imposibilidad de conseguir trabajo así como con la constatación de no poder trabajar más.

Esta tristeza es entonces el paisaje social-emocional que pinta y otorga matices particulares a la experiencia de vivir la vejez en un contexto cotidiano marcado por la precariedad y la exclusión social urbana.

El análisis de las narrativas muestra una profunda y arraigada atribución a lo religioso de la condición misma de la pobreza. Los sujetos sociales se desdibujan mientras el poder y la fuerza divina aparecen como la voluntad suprema que dicta e impone cierto orden social.

En este mismo sentido se presenta la naturalización de la pobreza, se le narra como condición inherente al que la vive y se le descubre desde que se nace hasta que se muere, no hay entonces escapatoria alguna a la inescrutable reproducción del círculo de la pobreza.

Se trata además, desde la óptica de los sujetos, de una pobreza entendida desde el marco del individuo y lejos de la subjetividad colectiva, se advierte como una condición del sujeto y no como un determinante social y estructural que se encarna y objetiva en sujetos concretos del mundo contemporáneo.

Las prácticas de los sujetos para hacer frente a esta condición de pobreza muestran el agotamiento de los recursos y la necesidad de recurrir a la caridad, a pesar de la pena y la lástima, que ellos experimentan referir. Pedir limosna es la narrativa que domina en el imaginario masculino de los sujetos entrevistados, se trata de hombres que han quedado desafiliados de sus vínculos laborales, sociales y en muchos casos familiares. Este escenario de riesgo, es sin lugar a dudas, un panorama social contemporáneo que advierte sobre los espacios de abismo social, polaridad última de la exclusión, en la que sujetos concretos, hombres y mujeres, sobrellevan su cotidianeidad.

Vejez, pobreza y subjetividades llevan necesariamente a la urgencia de avanzar en la concreción de los derechos sociales que permitan garantizar una vida digna a los adultos mayores y especialmente a aquellos que experimentan cotidianamente los estragos de la pobreza y la exclusión social.

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