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Una Revisión Crítica del Homo Economicus
desde Cinco Enfoques1
Resumen: La economía neoclásica está basada y estructurada alrededor de la noción de homo
economicus. La teoría de la elección del consumidor, la teoría de la empresa, la organización
industrial y los teoremas del bienestar requieren la suposición de que los agentes actúan de
acuerdo con el esquema de la optimización racional individualista. En este contexto, nuestra
contribución es triple. En primer lugar, delimitamos la noción de homo economicus según cinco
características o dimensiones. Segundo, revisamos críticamente este esquema antropológico
desde cinco enfoques distintos, a saber, economía del comportamiento, economía institucional,
economía política, antropología económica y economía ecológica. Tercero, concluimos que el
esquema del homo economicus es claramente inadecuado y deficiente. Sin embargo, a pesar de sus
insuficiencias, sigue siendo uno de los pilares fundamentales del paradigma neoclásico en
economía, lo que nos permite discutir por qué no hemos superado aún este paradigma.
Introducción
La noción de homo economicus -una construcción teórica que postula el interés propio
calculado como el principal motivo humano en todas las transacciones- ha sido
objeto de acalorados debates durante décadas entre los economistas. Esta
discusión también ha incluido a estudiosos de varias otras opciones (maximización
de la utilidad), la teoría de la empresa (maximización del beneficio), la organización
industrial, los teoremas del bienestar, que en conjunto comprenden prácticamente
todo el paradigma neoclásico de la economía, requieren, directa o indirectamente,
la suposición de que los agentes actúan de acuerdo con el esquema antropológico
del homo economicus. Así, como señala Trevor J. Barnes (1988: 477), esta noción
proporciona una estructura a la economía neoclásica:
[Establece una] agenda metodológica [que] reduce la complejidad de los
acontecimientos económicos en cualquier momento o lugar al rasgo
universal de la toma de decisiones racionales; un rasgo que, por su naturaleza
determinante, se representa fácilmente en un modelo formal.
1 Urbina, D. A., & Ruiz‐Villaverde, A. (2019). A critical review of homo economicus from five approaches. American Journal of Economics and Sociology, 78(1), 63-93. Traducido al español por Iván Salazar
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La noción de "hombre económico" (economic man) se remonta a John Stuart Mill,
aunque el término en sí fue introducido por sus críticos (Ingram 1888). Según Mill
(1836: 321):
[La economía] no trata de la totalidad de la naturaleza del hombre
modificada por el estado social, ni de la totalidad de la conducta del hombre
en la sociedad. Se ocupa de él únicamente como un ser que desea poseer
riquezas y que es capaz de juzgar la eficacia comparativa de los medios para
obtener ese fin.
Sin embargo, Persky (1995) ha sostenido que la concepción antropológica de Mill
no es tan reduccionista como a veces se piensa; por el contrario, se adapta a
diversas formas institucionales y tiene una gama de motivaciones más amplia que
el mero deseo de riqueza, que incluye el ocio, el lujo y la procreación.
La idea del homo economicus2 que se ha adoptado y utilizado intensamente en la
economía neoclásica es mucho más específica que en los escritos de Mill. Es este
concepto restrictivo el que es más relevante para revisar. Una vez que la noción
neoclásica de homo economicus está bien definida, se puede realizar una revisión crítica
de cinco enfoques.3 La intención no es tanto un registro exhaustivo de todo lo que
se ha escrito sobre el homo economicus. Nuestro objetivo es más bien seleccionar
aquellos estudios que nos permitan discutir de manera exhaustiva la delimitación
conceptual del homo economicus que proponemos.
Por lo tanto, nuestra contribución es triple. En primer lugar, en la siguiente sección,
se delimita conceptualmente la noción actual de homo economicus, que se utiliza
ampliamente en el campo de la economía neoclásica. En segundo lugar, en las
secciones que siguen, presentamos una revisión crítica de cinco enfoques,
comenzando con los paradigmas enfocados individualmente y avanzando hacia
otros más amplios. Los cinco enfoques son:
2 Al parecer, el primer uso del término "homo economicus" (en latín) se encuentra en Manual of Political Economy de Vilfredo Pareto (1906). 3 Siguiendo a Kuhn (1962), se entiende que un enfoque o paradigma se define en función de ciertos supuestos epistémicos y axiológicos.
3
- La economía del comportamiento, basada en la psicología cognitiva;
- Economía institucional, basada en el estudio de cómo las instituciones influyen en el
comportamiento;
- Economía política, que estudia el modo de producción capitalista y su influencia;
- Antropología económica, como una forma de entender los determinantes más
amplios de la historia y la cultura;
- Economía ecológica, que considera el contexto más fundamental de la existencia
humana, como parte de un ecosistema.
Por último, se resumen los resultados más importantes del examen y se introduce
un debate sobre las razones por las que aún no hemos superado el paradigma
neoclásico en la economía.
La delimitación conceptual del Homo Economicus
Comenzamos con una cuidadosa definición del concepto de homo economicus para
poder criticarlo con mayor claridad y claridad que en anteriores debates. La
definición que proponemos se basa en cinco dimensiones del homo economicus según
la concepción neoclásica del mismo:
i) Individualismo: Los individuos sólo piensan, deciden y actúan de acuerdo a sus
propios intereses. El esquema del homo economicus "asume que el hombre tiene un
interés atomísticamente propio" (Ng y Tseng 2008: 279). Algunos autores han
deducido que los agentes económicos son incapaces, según el criterio del interés
propio, de preocuparse por el bienestar de los demás. Pero esto no es
necesariamente exacto. Los individuos pueden preocuparse por el bienestar de los
demás en la medida en que afecta a su propio bienestar. Según este enfoque, si
alguien da limosna, puede deberse al deseo de sentirse noble por ser una "buena
persona" o querer evitar el sufrimiento de los demás para no sentirse mal. En otras
palabras, la perspectiva neoclásica plantea que hay una motivación individualista
detrás de las acciones que normalmente consideramos altruistas (Axelrod 1984).
Por lo tanto, cualquier consideración moral no será vinculante en sí misma, pero
estaría subordinada a (o se produciría exclusivamente en términos de)
maximización de la utilidad individual.
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ii) Optimización del comportamiento: El ser humano sería un calculador instantáneo de
placeres y dolores, de costos y beneficios, y buscaría siempre obtener el mejor
resultado con los medios de que dispone. Así pues, la teoría de la elección del
consumidor afirma que éste busca maximizar la utilidad con sujeción a las
limitaciones presupuestarias, y la teoría de la empresa afirma que el empresario
busca maximizar los beneficios dadas las posibilidades y los costos de producción.
Es precisamente debido a esto que "en términos prácticos la economía neoclásica
es capaz de modelar tal comportamiento determinante empleando la técnica
matemática de la maximización restringida" (Barnes 1988: 476).
iii) Racionalidad total: Los individuos tendrían plena capacidad para procesar
adecuadamente la información disponible (Simon 1986). Esto no debe confundirse
con la expectativa de información completa en algunos modelos neoclásicos, ya
que el esquema del homo economicus también opera en modelos de información
incompleta. Estrictamente hablando, todo lo que se requiere es que los individuos
procesen racionalmente toda la información disponible. Es decir, deben ser
totalmente objetivos en cuanto a las características de las opciones a partir de las
cuales tomar una decisión, sin caer en ningún tipo de sesgo cognitivo.
iv) Universalidad: Se mantiene la validez universal del postulado del homo economicus
como modelo de comportamiento. Por lo tanto, se aplicaría a todo tipo de eventos
en todo momento y lugar. No habría ninguna sociedad o individuo que pueda
escapar de este esquema. Esto ha sido fuertemente defendido por Gary S. Becker
(1981: ix):
[El] enfoque económico no se limita a los bienes y deseos materiales o a los
mercados con transacciones monetarias, y conceptualmente no distingue
entre decisiones mayores y menores o entre decisiones "emocionales" y
otras. De hecho... el enfoque económico proporciona un marco aplicable a
todo el comportamiento humano, a todos los tipos de decisiones y a
personas de todos los ámbitos de la vida.
v) Preferencias exógenas: La economía neoclásica considera que las preferencias se dan
de forma exógena (Bowles y Gintis 2000). Los agentes participan en interacciones
económicas con preferencias definidas cuyo proceso de formación está fuera del
alcance de la economía. En la economía neoclásica existe también "una concepción
del acto humano que es independiente de la interacción" (Wilson y Dixon 2008:
5
245). En este contexto, se supone que los agentes son coherentes cuando ordenan
sus preferencias; es decir, las preferencias deben cumplir ciertas propiedades
matemáticas: deben ser completas, transitivas y monótonas.
Una Visión Crítica desde la Economía del Comportamiento
La economía del comportamiento puede definirse como el enfoque que tiene por
objeto introducir más realismo en el análisis económico a partir de un conjunto de
principios psicológicos más plausibles. De esta manera, busca generar nuevas
percepciones teóricas, hacer mejores predicciones de los fenómenos de campo y
sugerir mejores políticas (Camerer y Lowenstein 2004: 3).
En la primera etapa, Herbert A. Simon (1947, 1955) fue uno de los pioneros en
cuestionar la supuesta racionalidad plena del homo economicus. Simon sostuvo que
para un estudio adecuado del proceso de toma de decisiones, debemos considerar
las limitaciones cognitivas y no cognitivas de los individuos. Por ejemplo, la
capacidad de la mente humana para almacenar, procesar y recuperar información
o cómo está condicionada por el conocimiento y la experiencia del individuo debe
considerarse como límites cognitivos en el proceso de adopción de decisiones.
Además, los individuos no siempre desarrollan cálculos computacionales al tomar
decisiones, lo que nos lleva a cuestionar la idea de la optimización mecanicista.
Factores no cognitivos como la cultura, las emociones o la imitación también
obligan a la racionalidad del individuo. Por eso Simon introdujo el supuesto de la
racionalidad limitada en la modelización económica, que trata la satisfacción en
lugar de la optimización como la motivación central en el estudio de la elección
racional.
No es difícil encontrar otros investigadores que también han cuestionado
seriamente el supuesto de la optimización y la racionalidad plena en la noción
neoclásica del homo economicus. Por ejemplo, Leibenstein (1976, 1978) desarrolló su
trabajo sobre la premisa psicológica de la racionalidad selectiva. Según él, los
individuos no tratan de optimizar entre las opciones posibles, sino que eligen la
intensidad con que reaccionan a las oportunidades y limitaciones en función de sus
personalidades y presiones externas.
En la segunda etapa de la economía del comportamiento, el programa de
investigación desarrollado por Daniel Kahneman y Amos N. Tversky en el campo
de la "investigación de la decisión conductual" atrajo la atención de los
economistas. Estos autores, gracias a los avances en el campo de la psicología
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cognitiva, cuestionaron la supuesta racionalidad plena de los individuos a través de
sus tesis sobre heurística y sesgos (Tversky y Kahneman 1974; Kahneman et al.
1982). Descubrieron que los individuos, al tomar decisiones, apelan
sistemáticamente a la heurística (atajos mentales), que permite evaluaciones
basadas en datos parciales. Estos atajos cognitivos se utilizan incluso cuando tienen
datos adicionales que permitirían una evaluación más precisa y exacta. Dos de los
heurísticos más estudiados por estos autores son la representatividad y la
disponibilidad. Por un lado, la heurística de la representatividad es un sesgo
cognitivo en el que los individuos toman decisiones o juicios que son contrarios a
la aplicación de las reglas básicas de la probabilidad. Por otra parte, bajo la
heurística de disponibilidad, los individuos tienden a sesgar en gran medida sus
juicios basados en la recencia4 o relevancia personal de la información disponible.
Además, en comparación con la teoría de la utilidad esperada, que modela un
comportamiento totalmente racional en situaciones de incertidumbre y riesgo,
Kahneman y Tversky desarrollaron un modelo crítico alternativo, que se denominó
teoría prospectiva (Kahneman y Tversky 1979). El núcleo de esta crítica se refiere
a los efectos de encuadre (Tversky y Kahneman 1981). A partir de una serie de
experimentos, estos autores demostraron que los individuos hacen su elección de
diferentes alternativas dependiendo de cómo se presenta la información. Por
ejemplo, los individuos tienden a correr más riesgos para evitar una pérdida que
para lograr una ganancia - de ahí la noción de "aversión a las pérdidas". Por todas
estas razones, se cuestiona seriamente la capacidad de los individuos para ordenar
sus preferencias de manera coherente. Esa capacidad es fundamental para el
modelo del homo economicus.
En la segunda etapa, los que estudian la economía del comportamiento han sido
particularmente críticos con la noción de homo economicus. Por ejemplo, el Premio
Nobel Richard Thaler (1980) describe un total de 10 tipos de problemas en los que
los consumidores son particularmente propensos a desviarse de las predicciones
del modelo normativo del homo economicus. Concluye que el modelo neoclásico de
comportamiento del consumidor es particularmente pobre en la predicción del
comportamiento optimizador del consumidor medio. Esto no se debe a que los
consumidores sean tontos, sino a que no utilizan todo su tiempo intentando tomar
las mejores decisiones. Otros economistas del comportamiento se han centrado
más en la crítica del individualismo, encontrando pruebas de que los individuos no
se comportan de forma puramente interesada (véase Fehr y Gächter 2000; Henrich
4 En la psicología cognitiva, "recencia" se refiere a la forma en que la memoria da mayor credibilidad a la última información recibida en comparación con los datos anteriores.
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y otros 2001; Fehr y otros 2002; Miettinen y otros 2017). A partir del uso de
métodos experimentales aplicados al campo de la economía (experimentos de
bienes públicos, el dilema del prisionero, el juego del dictador, el juego del
ultimátum), los investigadores han demostrado que los individuos tienden a
cooperar voluntariamente con los jugadores que los tratan justamente pero
castigan a los que no cooperan, lo que demuestra los efectos de la "fuerte
reciprocidad".
Una Visión Crítica desde la Economía Institucional
La economía institucional5 es un enfoque que se centra en las instituciones
(estructuras sociales, normas, ideas, valores, etc.) para comprender la economía. Si
en la economía neoclásica el "marco institucional" se considera exógeno, en la
economía institucional las instituciones se consideran no sólo endógenas sino
también aspectos constitutivos del sistema económico.
En este sentido, la primera crítica al homo economicus se centra en una cuestión
epistemológica: el individualismo metodológico. Para la economía institucional, la
subjetividad individual no puede entenderse sistemáticamente como algo anterior
al "mundo social". Más bien, siempre y necesariamente se construye a partir de un
determinado conjunto de influencias institucionales y sociales. De hecho, según
Geoffrey M. Hodgson (2000: 327), esta idea es "la característica más importante
del institucionalismo". Según los economistas institucionales, el proceso
económico "no tiene lugar a través del individuo, sino a través de los hábitos de
pensamiento, las convenciones y las instituciones" (Papageorgiou y Michaelides
2016: 14).
Más allá de la cuestión metodológica anterior, la economía institucional critica la
idea de individualismo con respecto a las motivaciones humanas. Los seres
humanos no son simplemente seres que realizan transacciones de manera aislada,
ya que siempre forman parte de una sociedad. Faber y otros (2002: 328) tienen esto
en cuenta cuando formulan el concepto de homo politicus, que se distingue del mero
homo economicus por suponer que "los seres humanos no se preocupan únicamente
5 Nos hemos centrado en las contribuciones críticas de la economía institucional tal como se definió originalmente. En cambio, "la Nueva Economía Institucional se ha identificado en general como un intento de ampliar el alcance de la teoría neoclásica explicando los factores institucionales que tradicionalmente se han dado por sentados, como los derechos de propiedad y las estructuras de gobierno, y, a diferencia del antiguo institucionalismo, no como un intento de sustituir la teoría estándar" (Rutherford 2001: 187).
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de sus intereses privados con respecto a sus propias preferencias individuales, sino
que también quieren recibir la aprobación de sus conciudadanos por lo que dicen
y por lo que hacen". Pero esto no contradice en modo alguno el postulado del homo
economicus, ya que el individuo exhibe un comportamiento "pro-social" sólo en la
medida en que al hacerlo obtendrá el reconocimiento de la comunidad, lo que bien
podría ser una motivación individualista (Alexander 1987). Sin embargo, como
señalan Faber y otros (2002: 328-329), la cuestión va más allá:
Esto no significa que el homo politicus maximice el consentimiento por ningún
medio. El homo politicus no sólo quiere obtener sino también merecer la
aprobación de los demás.... Para decirlo de otra manera: los seres humanos
se consideran a sí mismos como seres que tienen obligaciones y derechos
legales y morales.
En otro intento de teorizar el comportamiento humano de una forma más
orientada a la sociedad, Bastien y Cardoso (2007) recogieron un conjunto de
perspectivas críticas sobre el homo economicus que surgieron del movimiento
corporativista en el sur de Europa, especialmente en Italia y Portugal. Esto es
relevante en el contexto de la economía institucional porque, a diferencia del
esquema neoclásico individualista, el corporativismo sugiere que los agentes
económicos individuales no se mueven por motivaciones racionales
primordialmente individualistas; por el contrario, generalmente cooperan. Las
interacciones son posibles gracias al control y la supervisión institucionales
garantizados por las corporaciones y el gobierno; así pues, la sociedad es más que
una mera agregación de acciones individuales (Hollis 1987). El concepto de homo
corporativus difiere del homo economicus "no sólo porque es un ser social orientado a
la pertenencia a comunidades, sino también porque está dirigido por una noción
de interés social proporcionada tanto por las corporaciones como por el Estado"
(Bastien y Cardoso 2007: 123-124). En consecuencia, es la naturaleza
inherentemente social del ser humano, manifestada y condicionada por diversos
ámbitos institucionales, la que hace del homo economicus una construcción en gran
medida inviable para entender la acción social o incluso una sola acción económica,
que es siempre y necesariamente también una acción social.
Además, la economía institucional también ha criticado la visión neoclásica del ser
humano como una mera calculadora. Thorstein Veblen (1898: 389), padre de la
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economía institucional americana, describió la noción del ser humano subrayada
por la economía neoclásica como anticuada dado que ve a la persona como "un
calculador relámpago de placeres y dolores que oscila como un glóbulo
homogéneo de deseo de felicidad bajo el impulso de estímulos que lo desplazan
sobre el área, pero que lo dejan intacto". Más bien, Veblen argumentó que los seres
humanos son criaturas de costumbres, hábitos e instintos que se ven afectados de
manera continua y constitutiva por su contexto social. Esto fue precisamente lo
que le llevó a desarrollar nociones como "el instinto de trabajo", "el consumo
ostentoso", "el ocio ostentoso" y "la emulación pecuniaria" en su The Theory of the
Leisure Class (Veblen 1899).
Por último, los economistas institucionales ponen en tela de juicio la idea
neoclásica de las preferencias exógenas. Por ejemplo, Galbraith (1967) sostiene que
los economistas deben estudiar explícitamente el origen de las preferencias como
parte de su comprensión del sistema económico. El supuesto neoclásico de la
soberanía del consumidor es obsoleto en una sociedad que tiene los medios, a
través de la comercialización y la publicidad, para influir directamente en la
subjetividad del consumidor. Estos medios se utilizan de acuerdo con los requisitos
impuestos por el "sistema de planificación". Así, Galbraith (1958) propone la
existencia de un "efecto de dependencia", según el cual el sistema de producción
crea las necesidades que pretende satisfacer. En este nuevo contexto de dinámica
e instituciones de mercado, lo relevante es conceptuar las preferencias de los
consumidores como endógenas (Bowles 1998).
Una Visión Crítica desde la Economía Política
La economía política puede definirse como "la ciencia de las leyes que rigen la
producción e intercambio de los medios materiales de subsistencia en la sociedad
humana" (Engels [1878] 1947: 90). Así, en el análisis clásico, los conceptos
fundamentales implicaban el estudio de las características económicas de las clases
sociales (principalmente los trabajadores y los capitalistas) y las relaciones sociales
que se establecían entre ellos tanto en la fase de producción como en la de
intercambio del proceso económico. Se establece, pues, una clara diferencia entre
la economía política clásica, que se centraba en el análisis de las clases, y la
economía neoclásica, que se centraba en el análisis del individuo aislado (es decir,
el individualismo metodológico).
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Uno de los autores más influyentes de la economía política clásica fue Adam Smith.
Un pasaje de su obra más famosa, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth
of Nations, se utiliza a menudo para justificar el tipo de comportamiento
individualista y egoísta que subyace a la noción de homo economicus:
No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero de lo que
esperamos nuestra cena, sino de su consideración hacia su propio interés.
Nos dirigimos, no a su humanidad sino a su amor propio, y nunca les
hablamos de nuestras propias necesidades sino de sus ventajas. (Smith 1776:
Libro 1, Capítulo 2)
Sin embargo, en una obra anterior y menos conocida (The Theory of Moral Sentiments),
Smith (1759: Parte I, Sección I, Capítulo I) retrata una imagen más completa del
comportamiento humano:
Cuán egoísta se puede suponer que sea el hombre, hay evidentemente
algunos principios en su naturaleza, que le interesan en la fortuna de los
demás, y hacen que su felicidad le sea necesaria, aunque no derive nada de
ello excepto el placer de verlo. ... El hecho de que a menudo derivemos la
pena de los demás, es demasiado evidente como para exigir que se
demuestre; pues este sentimiento, como todas las demás pasiones originales
de la naturaleza humana, no se limita en modo alguno a los virtuosos y
humanos, aunque quizá lo sientan con la más exquisita sensibilidad. El más
grande rufián, el más duro violador de las leyes de la sociedad, no está
totalmente libre de él.
Adam Smith enfatizó la importancia del contexto en el comportamiento individual.
Por ejemplo, las reglas aplicadas en las relaciones orientadas al mercado entre
individuos cuyos valores son desconocidos son diferentes de las reglas utilizadas
en otras instituciones como la familia. Así pues, según Smith, la característica
predominante del entorno del mercado es la interacción entre individuos
impulsados por el interés propio; sin embargo, esto no significa que sea la única
conducta que guíe el comportamiento humano. El mercado forma parte de un
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sistema más amplio de normas sociales compartidas cuyo cumplimiento o
incumplimiento implica la aprobación o la desaprobación.
Otro autor particularmente influyente fue Karl Marx, que entendió su trabajo
como una contribución crítica a la economía política clásica. Según Marx, la noción
de hombre económico corresponde a la descripción apropiada del comportamiento que
ha surgido debido al capitalismo (Marquardt y Candeias 2004). Por lo tanto, el
hombre económico constituye una construcción social del modo de producción
capitalista, y este tipo de antropología y comportamiento no sería "universal"; por
el contrario, bajo otras formas de organización socioeconómica, el
comportamiento humano sería diferente. En el comunismo, la "alienación"
causada por el egoísmo no existiría. Karl Marx (1859: Prefacio) explicó cómo cada
tipo de sistema económico crea su propio modo de pensamiento:
No es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino su
existencia social la que determina su conciencia.... Así como uno no juzga a
un individuo por lo que piensa de sí mismo, tampoco puede juzgar tal
período de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, esta
conciencia debe explicarse a partir de las contradicciones de la vida material,
del conflicto existente entre las fuerzas sociales de producción y las
relaciones de producción.
Más recientemente, la economía política radical es un enfoque crítico de la
economía neoclásica y del capitalismo que busca recuperar la tradición iniciada por
los economistas clásicos y Marx. Una de sus principales críticas se centra en el
comportamiento individualista y optimizador del homo economicus, una visión
unidimensional que resulta conceptualmente insuficiente, dada la complejidad de
problemas como la crisis económica. Autores como Tsakalotos (2004, 2005) y
Hodgson (2012) coinciden en la necesidad de restablecer las motivaciones morales,
los valores y el compromiso social en el análisis económico.
Además, Samuel Bowles ha dedicado gran parte de su investigación a la crítica de
la noción neoclásica de homo economicus bajo un enfoque que podría denominarse
propiamente "economía política post-Walrasiana". En el esquema walrasiano, las
preferencias y normas se consideran como dadas o exógenas, al igual que el
cumplimiento de los contratos. En cambio, en un modelo poswalrasiano, las
preferencias y normas deben considerarse endógenas, basadas en relaciones de
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poder que permiten la manipulación de los agentes y la imposición de reglamentos
asimétricos en el mercado (Bowles 1985, 1998; Bowles y Gintis 1988, 1993). En
resumen, Bowles (1998) propone un nuevo fundamento conductual para todas las
ciencias sociales en términos de tres cuestiones clave:
i) Muchos comportamientos se explican mejor con preferencias sociales que se
basan en la reciprocidad, la aversión a la desigualdad, la envidia (o el rencor) y el
altruismo;
ii) Los individuos son agentes adaptativos que siguen las normas y cuyas acciones
hacia los demás se rigen por normas sociales internalizadas que se apoyan en la
sanción social;
iii) Los comportamientos dependen del contexto y se basan en situaciones sociales.
Las preferencias individuales son específicas de cada situación y endógenas, lo que
implica cambios a lo largo del tiempo.
Una Visión Crítica desde la Antropología Económica
Narotzky (2001) define la antropología económica como un enfoque que aborda
la interacción recurrente de los individuos -dentro y entre grupos sociales y con el
entorno más amplio- con el fin de proveerse de los bienes y servicios necesarios
para la reproducción social. Se centra principalmente en el estudio de las
economías primitivas y no capitalistas.
El debate formalista-sustantivista sobre la aplicabilidad universal del
comportamiento en un sistema capitalista a otras formas de economía es el aspecto
clave en relación con la noción de homo economicus. Los formalistas, como Firth
(1967), sostenían que el comportamiento de optimización individual es
universalmente aplicable en todo tiempo y lugar. Por el contrario, los sustantivistas,
siguiendo a Polanyi (1957), argumentaban que el modelo neoclásico de elección
racional sólo sería válido en el contexto de las sociedades de mercado occidentales.
Así, Polanyi (1944) mostró que las relaciones de intercambio en la mayoría de las
sociedades e individuos no seguían históricamente un patrón capitalista. Por lo
tanto, para aplicar ese patrón de organización social y económica en los países
occidentales, se requería una "gran transformación" en muchas dimensiones.
Debido a su carácter muy antinatural, las pautas capitalistas se encontraron con
mucha resistencia y oposición de grupos más apegados a las normas sociales
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tradicionales. Así pues, Polanyi demostró que el homo economicus no producía
capitalismo, sino que el capitalismo producía homo economicus.
En la misma línea, George Dalton (1961: 20) sugirió que las diferencias entre la
economía primitiva y la economía industrial eran sustanciales y que los esquemas
teóricos derivados de la segunda no podían aplicarse directamente al estudio de la
primera:
La economía primitiva se diferencia del industrialismo de mercado no en
grado sino en especie. La ausencia de tecnología de máquinas, la
omnipresente organización del mercado y el dinero para todo uso, más el
hecho de que las transacciones económicas no pueden entenderse al margen
de la obligación social, crean, por así decirlo, un universo no euclidiano al
que no puede aplicarse fructíferamente la teoría económica occidental. El
intento de traducir los procesos económicos primitivos en equivalentes
funcionales propios oscurece inevitablemente sólo aquellos rasgos de la
economía primitiva que la distinguen de la nuestra.
Así, contrariamente a lo que propone Becker (1981), el esquema de los agentes
maximizadores de la utilidad no podría aplicarse a todos los tiempos y lugares. Por
ejemplo, Elster (1989) explica que la teoría de la elección racional no proporciona
una explicación completamente adecuada de las normas sociales y su evolución
porque el comportamiento individualista racional se ocupa de los resultados y, por
el contrario, las normas sociales son incondicionales (no orientadas a los
resultados).
Por lo tanto, los seres humanos no son meramente criaturas individualistas;
también son cooperativos y solidarios a un nivel fundamental. Así, como señala
Sen (1977), los individuos no sólo muestran simpatía (preocupación por los demás
porque su bienestar afecta al nuestro), sino que también muestran compromiso
(preocupación por los demás independientemente de cómo su bienestar afecta al
nuestro). Es evidente que el compromiso no es compatible con el enfoque del homo
economicus.
El modelo neoclásico no es demasiado complejo; por el contrario, es demasiado
simple. El esquema matemático de la racionalidad, entendido sólo como
optimización individual, no puede captar de forma consistente la realidad de los
procesos de elección que son polivalentes. Las elecciones están condicionadas por
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patrones de racionalidad derivados de otras dimensiones, como la ética y la cultura,
que no pueden reducirse a la optimización individual. Hodgson (2012) sostiene
que la cuestión no consiste simplemente en incorporar consideraciones morales en
la función de utilidad; la ética tiene su propia naturaleza y especificidades, y los
seres humanos suelen tener tanto una motivación moral como un interés propio.
Otro tema pertinente que han destacado los antropólogos económicos es la
diferencia entre la "sociedad de mercado" y la "sociedad de los regalos". A este
respecto, Mauss (1923) analizó las ceremonias especiales de intercambio como el
"potlatch" practicado por los nativos norteamericanos y el "anillo de Kula"
practicado por el pueblo de Papua Nueva Guinea. Descubrió que el valor del
"regalo" se basaba en la relación entre las personas y los objetos, mientras que en
la sociedad de mercado existe una notable disociación entre las personas y los
objetos. Esta cuestión fue profundizada por Sahlins (1965), quien relacionó las
transacciones recíprocas con la distancia social entre las personas involucradas.
Más tarde, Weiner (1992) describió cómo los objetos pueden crear, sostener y
regenerar las relaciones sociales más allá del mero movimiento de dar y recibir
asociado a la reciprocidad. Este tipo de interacciones van más allá del homo
economicus y muestran por qué no puede ser universal. De hecho, la disociación
entre personas y objetos -como característica específica de las economías de
mercado- explica en parte por qué las sociedades capitalistas son marcadamente
más desiguales que otras sociedades (Gudeman 2015).
Además, la antropología económica pone en tela de juicio el supuesto
metodológico neoclásico de las preferencias exógenas. Las decisiones de los
individuos no pueden ser comprendidas consistentemente abstrayéndolas de su
contexto cultural, sociológico e histórico: "Incluso si nuestra preocupación es el
suministro de bienes materiales,... debemos ocuparnos de las actividades y
estructuras que, según las definiciones tradicionales, son religiosas o sociales o
ceremoniales" (Vayda 1967: 87). Por lo tanto, es necesario considerar
endógenamente factores como la socialización, la inculturación y las costumbres
(Jiménez y García 2016).
El conocimiento del contexto más amplio en el que las culturas o sociedades llevan
a cabo sus interacciones económicas es clave para el éxito (o el fracaso) de la
elaboración de políticas, y es poco probable que se refleje en un esquema que
considere todas estas cuestiones como meramente "exógenas".
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La mayoría de los economistas neoclásicos... parecen saber muy poco sobre
las circunstancias sociales, culturales o históricas de los países para los que
prescriben remedios.... [E]n los paradigmas que ahora dominan la economía
contemporánea... no hay lugar para tales "argucias empíricas". (Ferguson
2000: 995)
En resumen, la antropología económica amplía la perspectiva hacia el estudio de
las diversas culturas y sociedades y encuentra que el modelo antropológico
propuesto por la economía neoclásica es altamente restrictivo, deficiente y
engañoso.
Una Visión Crítica desde la Economía Ecológica
La economía ecológica puede definirse como un enfoque heterodoxo que entiende
explícitamente la economía "como un sistema social, y como uno limitado por el
mundo biofísico" (Gowdy y Erickson 2005: 208). No debe confundirse con la
"economía del medio ambiente". Esta última no es un enfoque heterodoxo sino
sólo una rama de los estudios aplicados dentro de la economía neoclásica.
Extrapola la lógica marginalista y los criterios de la economía del bienestar al medio
ambiente como si se tratara de una mera cuestión de "externalidades" o sólo de un
"bien de mercado".
La economía ecológica va más allá de la perspectiva de la economía ambiental
neoclásica, que se basa únicamente en las preferencias y el bienestar de los
individuos. La economía ecológica no ve los problemas ambientales y de recursos
exclusivamente como efectos externos, o como un problema de bienes públicos,
sino que percibe la economía y a los seres humanos como partes de un todo
ecológico abarcador. (Faber et al. 2002: 323)
La economía ecológica difiere sustancialmente de la noción individualista del homo
economicus. La economía neoclásica conceptualiza el medio ambiente como
fundamentalmente "externo" al individuo que lo percibe en términos de la lógica
del consumo (utilidad) o de la producción (explotación). En cambio, el medio
ambiente en la economía ecológica se considera no como "exógeno" sino como
constitutivo de la identidad y la existencia de los propios individuos. Siebenhüner
(1999), en su debate sobre los fundamentos antropológicos de una perspectiva
ecológica, relaciona los hallazgos de la neurobiología y las ciencias evolutivas con
16
el hecho de que los seres humanos tienen sentimientos de protección o estima no
sólo por los demás sino también por la propia naturaleza. Por consiguiente, la
disociación radical entre los individuos y el medio ambiente, más que provenir de
un rasgo humano intrínseco, es algo históricamente condicionado por la sociedad
capitalista occidental y los procesos modernos de urbanización. La economía
ecológica pone en tela de juicio tanto el individualismo como la reivindicación de
universalidad en el modelo neoclásico de la antropología; propone un análisis más
amplio en el contexto de la llamada ecología humana (Steiner 2016).
En cuanto al comportamiento optimizador del homo economicus, la economía
neoclásica lo considera en términos de análisis de decisiones marginales (utilidad
marginal, producto marginal, coste marginal). En este sentido, los modelos y
teoremas de la economía del bienestar se basan en varios maximizadores que
interactúan "racionalmente" para lograr el máximo bienestar social (Debreu 1959).
En consecuencia, el análisis de costo-beneficio se aplica para evaluar las cuestiones
ambientales suponiendo un "monismo axiológico" en virtud del cual todos los
objetos de utilidad tienen algunas características en común que permiten
compararlos. Sin embargo, el medio ambiente considerado en su conjunto es
cualitativamente diferente de cualquier objeto de consumo o factor de producción
particular; por consiguiente, no puede ser comprendido coherentemente de
acuerdo con la lógica del análisis marginal de la optimización basada en la
condición ceteris paribus.
La eliminación o adición de una especie a un ecosistema, por ejemplo,
afectará a otras especies y a la integridad general del sistema de manera
impredecible. Además, es probable que los efectos sean diferentes cada vez
que se realice un cambio.... En los sistemas evolutivos es imposible cambiar
una cosa y mantener constante todo lo demás. La existencia de un cambio
cualitativo y no marginal es un poderoso argumento para rechazar la teoría
microeconómica. (Gowdy y Erickson 2005: 215)
La idea de la racionalidad plena también se considera dentro de la economía
ecológica. Específicamente, los individuos a menudo caen en la "miopía temporal"
al ver y preferir arbitrariamente el presente más que el futuro. Esta es precisamente
una de las causas del problema ecológico actual. Los individuos buscan
"racionalmente" el máximo beneficio del consumo a partir de la explotación de los
17
recursos naturales a corto plazo; sin embargo, actuar colectivamente de esta
manera termina por afectar e incluso destruir la disponibilidad de los recursos a
largo plazo. Así pues, lo que parece "racional" a nivel individual, a corto plazo,
puede no serlo a nivel colectivo, a largo plazo. El comportamiento resultante
termina por perjudicar a los propios individuos. Por lo tanto, el análisis neoclásico
intertemporal, que utiliza tasas de descuento para tener en cuenta la importancia
de las futuras ganancias o pérdidas ambientales, no sólo es limitado sino que
también es engañoso (Georgescu-Roegen 1976; Price 1993).
Algunos fenómenos que se consideran "anomalías" en la economía neoclásica son
en realidad parte del comportamiento de los agentes reales. Por ejemplo, los
efectos de dotación ocurren cuando los individuos asignan arbitrariamente más
valor a las cosas porque las poseen, lo que puede afectar la implementación de
soluciones ecológicas específicas como "diseños de subdivisión ecológica"
(Magliocca et al. 2014). Otro ejemplo es el descuento hiperbólico, que se produce
cuando los individuos valoran el futuro cercano considerablemente más que el
futuro lejano. Teniendo en cuenta este fenómeno, los gestores ambientales que
deseen actuar racionalmente desde una perspectiva integral deben calcular no sólo
la "tasa de descuento del tiempo económico" sino también la "tasa de descuento
del tiempo ecológico" (Mazziotta et al. 2016). Un tercer ejemplo de cómo las
preferencias individuales pueden dar información muy engañosa en relación con
los resultados sociales es el problema de la parte integral. Esto ocurre cuando los
individuos valoran la suma de las partes individuales de un objeto más que el objeto
entero en sí. (Por ejemplo, según la lógica capitalista, el valor de los árboles de un
ecosistema importante puede considerarse más valioso que el del ecosistema, que
se trata como una "externalidad"). Para corregir este problema, se requiere un
análisis en términos de "sistemas complejos" para entender la economía en su
contexto ecológico (Balmann y Valentinov 2016).
En resumen, desde una perspectiva ecológica, la noción neoclásica de homo
economicus debe ser cuestionada. Un marco teórico que considere las cuestiones
ambientales como meramente "exógenas" o simplemente como un tema aplicado
no puede ser una guía adecuada para la acción racional, ya que la racionalidad del
homo economicus puede conducir a la "irracionalidad ecológica". Por lo tanto, el
enfoque ecológico apunta a una profunda reformulación de la economía.
Preocupaciones como el agotamiento de la capa de ozono, la reducción de la
biodiversidad y la destrucción de las selvas tropicales, por mencionar sólo algunas
de las más destacadas preocupaciones ambientales, están lo suficientemente
18
alejadas del tipo de cuestiones con las que los economistas se han ocupado
tradicionalmente, por lo que sería sorprendente que este cuerpo de teoría no
requiriese revisiones serias para abordar la política ambiental. (Gintis 2000: 311-
312)
Aplicando las Críticas
Como resultado de este examen crítico, la principal conclusión a la que se llega es
que el esquema del homo economicus es claramente inadecuado y deficiente. Sin
embargo, a pesar de sus insuficiencias, sigue siendo uno de los pilares
fundamentales del paradigma neoclásico en economía, lo que nos permite
cuestionar: ¿Por qué no hemos superado aún este paradigma?
La respuesta que se propone en esta discusión es que la noción de homo economicus
constituye una base teórica para la legitimación moral e ideológica de todo nuestro
sistema económico. Según esa lógica, cuando los individuos se comportan de
manera racional y con interés propio, hay una "mano invisible" que procura el bien
común. Como en la "Fábula de las abejas" de Bernard Mandeville de 1714,
asumimos inconscientemente que los vicios privados se convierten en beneficios
públicos por la magia del mercado. Desde este punto de vista, si los individuos son
racionales es posible asumir que todo el sistema es racional. Si se logra un
equilibrio competitivo general en los mercados libres, los economistas neoclásicos
sostienen que los recursos de la sociedad se están utilizando de la manera más
eficiente posible. Esto elimina cualquier posibilidad de reparos éticos o morales
con respecto a los comportamientos egoístas.
Además, la economía neoclásica ha ayudado a establecer una identidad
omnipresente entre el bienestar y la felicidad humana, midiendo esta última por la
multiplicación indiscriminada de las mercancías en una sociedad capitalista. Este
paradigma ha valorado el deseo de un aumento indefinido de la producción de
mercancías. El producto interno bruto (PIB) es un indicador monetizado de esta
idea de progreso, en el que los valores pecuniarios dominan la sociedad en
detrimento de otros valores más vitales (Naredo 2015: 85).
En una sociedad de mercado surge una contradicción entre los resultados reales y
la mejora esperada del bienestar general, incluso en términos de los principios
hedonistas de la economía neoclásica. Esta contradicción no sólo se refleja en la
crisis alimentaria de los países pobres, sino que también queda demostrada por la
pérdida de calidad de vida en términos materiales y psicológicos que se observa en
19
la metrópoli industrial. Si nos centramos en los Estados Unidos, el enorme
aumento de la producción de mercancías desde la Segunda Guerra Mundial ha ido
acompañado de un aumento significativo de la contaminación y la degradación de
las materias primas y los recursos energéticos. Además, no ha dado lugar a una
mejora significativa de las necesidades básicas, como la alimentación, el vestido o
la vivienda.
En relación con los alimentos, el esquema de maximización de beneficios en una
sociedad de mercado se sitúa por delante de la salud del consumidor, el sustento
del agricultor estadounidense, las condiciones laborales de los trabajadores y el
medio ambiente natural. Al examinar la primera cuestión, se observa un claro
retroceso en la calidad de la dieta consumida por el americano medio. Según
Monteiro y otros (2013), numerosos procedimientos de elaboración de alimentos
son beneficiosos para la salud humana. No obstante, la forma en que se elaboran
realmente los alimentos, así como el grado de elaboración y las razones para ello,
se han revolucionado como parte esencial de la industrialización. Desde mediados
del siglo XIX, la mecanización ha dado lugar a una eficiencia y eficacia mucho
mayores en la fabricación, distribución y venta de alimentos. Se han reducido las
deficiencias de nutrientes, y los requisitos de etiquetado han reducido la
incertidumbre sobre los ingredientes de los alimentos, que inicialmente fueron los
principales problemas de salud pública relacionados con los alimentos. Sin
embargo, la elaboración posterior permitió la introducción de alimentos con alto
contenido de grasas y azúcar, a lo que siguió el aumento de las enfermedades
cardiovasculares, al principio en los países prósperos, y luego se extendió a nivel
mundial (Omran 2005). Desde el decenio de 1980 se observa una evolución
revolucionaria más reciente en la práctica de la elaboración de alimentos (o incluso
la ultraprocesamiento). El rápido avance de las técnicas de la ciencia de los
alimentos ha facilitado el desarrollo de una inmensa variedad de productos muy
apetecibles elaborados con ingredientes y aditivos baratos. Las empresas
transnacionales de fabricación, distribución y venta al por menor de alimentos y
bebidas, así como las de comida rápida y empresas aliadas, cuyos beneficios se
derivan de productos listos para consumir de marca homogénea, se han convertido
en corporaciones mundiales titánicas. Estos cambios han ido acompañados de
aumentos significativos de la obesidad y de las enfermedades crónicas no
infecciosas conexas, sobre todo la diabetes, principalmente en los países de
ingresos altos y medios (Popkin 2002).
20
En relación con las prendas de vestir, la industria de las prendas de vestir es otro
ejemplo de las contradicciones asociadas a los "beneficios" de la sociedad de
mercado.
No hace mucho tiempo, sólo había dos temporadas importantes de ropa por año.
Actualmente, cada 15 días los minoristas de "moda rápida" cambian su colección.
La compra de ropa se ha convertido en una experiencia de entretenimiento: "Como
no queremos ver la misma película dos veces, cuando vamos de compras no
queremos ver el mismo vestido dos veces" (Doeringer y Crean 2006). Esto nos
lleva a ver a los consumidores deshacerse constantemente de su ropa usada (o
incluso no usada). La moda rápida es un concepto desarrollado inicialmente en
Francia para atender a los mercados de adolescentes y jóvenes adultos que quieren
ropa de moda, de ciclo corto y barata. Esta filosofía, basada en la "respuesta rápida"
y la "fabricación rápida" a un precio asequible, es utilizada por los grandes
minoristas para permitir a los consumidores corrientes comprar estilos de ropa
actuales a un precio más bajo. La empresa española -Inditex- ha estado a la
vanguardia de esta revolución de la venta al por menor de moda. Se ha convertido
en el modelo mundial de cómo disminuir el tiempo entre el diseño y la producción,
y al mismo tiempo reducir los costos.
Sin embargo, la capacidad de cambiar y actualizar la ropa y las tendencias cada 15
días tiene un aspecto negativo que es importante discutir. La psicología, la
psiquiatría e incluso el marketing han estudiado un aumento en el número de
trastornos de comportamiento perturbador en las últimas décadas. Por ejemplo, la
"compra compulsiva" surge cuando un consumidor experimenta impulsos
intensos e irrefrenables para comprar y adquirir (Edwards 1993). A menudo se
observa a los consumidores compulsivos realizando prácticas de compra
compulsiva como compensación por su baja autoestima o por eventos infelices
(O'Guinn y Faber 1989). La autoestima y el estado de ánimo del consumidor
pueden verse temporalmente elevados por el acto de compra; sin embargo, a
menudo esto va seguido de sentimientos de desgracia o infelicidad (McElroy y
otros, 1995). Las compras compulsivas tienen diversas repercusiones que pueden
dar lugar a discordias familiares o matrimoniales, ansiedad, frustración y deudas
financieras (O'Guinn y Faber 1989). Los compradores compulsivos suelen tener
un gran interés en la moda (Park y Burns 2005) junto con su apariencia física y su
atractivo. Los minoristas de moda rápida pueden ser una tentación irresistible si
un consumidor ya posee hábitos de compra compulsivos, ya que el consumidor
compulsivo puede confiar en el conocimiento de que siempre habrá disponibles
productos de ropa nuevos y actualizados.
21
La otra cuestión controvertida en relación con la moda rápida se refiere a las
condiciones de trabajo. La ropa es una industria de trabajo intensivo, en la que la
mayoría de los trabajos de producción son semi-cualificados o no cualificados, y el
capital por empleado es relativamente bajo. Estados Unidos tiene una desventaja
significativa en los costos de producción cuando se compara con la compensación
por hora en la industria del vestido de China de menos de $1 y aproximadamente
$2.50 en México. Por lo tanto, no es sorprendente el aumento constante de las
importaciones de países con gran cantidad de mano de obra desde mediados de la
década de 1970 (Doeringer y Crean 2006). Los casos de explotación laboral en los
Estados Unidos también han aumentado. Desde 2001, las quejas de los
trabajadores se han basado en largas y agotadoras jornadas de trabajo: planchar o
empacar ropa seis días a la semana, a veces 12 horas al día, por mucho menos del
salario mínimo. En otros casos, los empleados son pagados por pieza que cosen
en lugar de por hora, lo que no siempre da lugar a un salario mínimo.
Además, la moda rápida es catastrófica para el medio ambiente. Por ejemplo, se ha
debatido ampliamente el vínculo entre la producción de algodón y la devastación
ambiental en el mar interior de Asia central. Entre 1989 y 2014, el Mar de Aral se
secó casi por completo. En principio, el algodón es sostenible en el sentido de que
es una fibra natural producida por las plantas. Es biodegradable y no deja ningún
rastro una vez descartado, y siempre podemos cultivar más, ya que el algodón no
requiere intrínsecamente recursos que no podamos reemplazar. Sin embargo, la
producción de algodón es increíblemente intensiva en agua, ya que se necesitan
hasta 2.700 litros para producir una sola camiseta y la obtención de rendimientos
competitivos a escala industrial sólo es posible con programas de riego precisos
(Chapagain et al. 2006). Sin embargo, el problema no termina en el uso del agua,
ya que la producción de cultivos de algodón a escala industrial requiere un
tratamiento con niveles sorprendentemente altos de pesticidas y herbicidas. Se
estima que en 2014 los plaguicidas en los Estados Unidos causarán anualmente
9.600 millones de dólares de daños ambientales y sociales, y los Estados Unidos
son sólo el tercer productor mundial de algodón, después de la India y China, cuyas
reglamentaciones ambientales son por lo general menos restrictivas (Pimentel y
Burgess 2014: 47). La producción de algodón sigue siendo el cuarto mayor
consumidor de productos químicos agrícolas, a pesar de los esfuerzos de la
ingeniería genética y otros métodos para reducir el uso de esos productos químicos.
Por último, al considerar la necesidad de vivienda, también podemos informar de
importantes complicaciones derivadas directamente de las "mejoras" en una
sociedad de mercado. El problema surge cuando el deseo de maximizar el beneficio
22
se convierte en el principio rector que ordena el territorio y construye la ciudad.
Dos fenómenos son dignos de mención: la presión impuesta por la sociedad de
mercado para crecer sin límites y la conjunción entre el crecimiento y varios
modelos de desarrollo urbano.
En primer lugar, las obsesiones de crecimiento obligan a la expansión de las
ciudades a ritmos muy superiores al crecimiento de la población y de la renta
disponible. Aunque las ciudades deben crecer espacialmente para dar cabida a una
población en expansión, puede producirse un crecimiento espacial excesivo
(Brueckner 2000). No es infrecuente observar casas vacías en los centros urbanos
y la promoción de nuevas viviendas en otras partes de la ciudad, lo que implica la
expansión de los pueblos y ciudades bajo la lógica productivista que prevalece en
una sociedad de mercado.
En segundo lugar, estos procesos de crecimiento se ajustan implícitamente a dos
modelos que provocan una mayor fragmentación social y una mayor dependencia
de los productos básicos del mercado:
a) El modelo de expansión urbana que caracteriza a las ciudades modernas. Separa
y expande de manera muy ineficiente las distintas partes de la ciudad sobre un
territorio, lo que requiere una costosa infraestructura de transporte para
conectarlas. Así pues, como sostiene Brueckner (2000), la expansión urbana
excesiva implica desplazamientos excesivamente largos, que generan congestión de
tráfico al tiempo que contribuyen a la contaminación atmosférica. Además, al
dispersar a la gente, el desarrollo suburbano de baja densidad puede reducir la
interacción social, debilitando los vínculos que sustentan una sociedad sana.
b) También se impone un modelo de uniformidad arquitectónica en la ciudad
moderna. Antes del advenimiento del capitalismo, la "arquitectura vernácula" era
la norma. Estaba localizada, era diversa y reflejaba el conocimiento, la cultura y las
tradiciones locales. Tenía en cuenta las condiciones ambientales y climáticas, como
la humedad y la temperatura, así como los materiales disponibles en la región. La
sociedad de mercado desplazó a la arquitectura vernácula con una uniformidad
arquitectónica industrializada. Estos estilos de "arquitectura no vernácula",
relativamente baratos debido a la producción en masa, han hecho a los habitantes
de las ciudades más dependientes del consumo de aparatos de calefacción o de aire
acondicionado que encajan perfectamente en la lógica de la acumulación
capitalista.
23
Así, podemos ver que la noción de homo economicus y la sociedad de mercado que la
abarca han creado contradicciones dentro de tres áreas de subsistencia básica:
alimentación, vestido y vivienda. En cada caso, la escala de consumo de mercancías
ha aumentado, lo que la economía neoclásica considera como la única medida de
éxito. Pero el triunfo de la cantidad ha significado un declive de la calidad de vida
en muchos aspectos. Por esa razón, necesitamos mejores modelos económicos que
puedan reconocer más adecuadamente estas contradicciones y tratar de superarlas.
Resumen y Conclusión
El esquema neoclásico del homo economicus es claramente inadecuado y deficiente
para retratar la complejidad del comportamiento humano. Hemos utilizado no
uno, sino cinco enfoques para criticar la noción de homo economicus, que subyace en
todo el marco de la economía neoclásica.
- Desde el estudio de la psicología, la economía del comportamiento ha
demostrado que no existe una racionalidad perfecta o un criterio de optimización;
por el contrario, nuestras percepciones y decisiones se ven sistemáticamente
afectadas por sesgos y limitaciones cognitivas.
- A partir de un análisis de la forma en que el comportamiento está moldeado por
normas sociales, la economía institucional ha establecido que no somos sujetos
aislados con preferencias dadas, sino que estamos constituidos por normas y
estructuras sociales. Incluso nuestra aparente individualidad y preferencias en sí
mismas están influenciadas por factores sociales.
- Desde la perspectiva de las relaciones sociales y de poder, la economía política
encuentra que los individuos no existen de forma separada e independiente. Los
seres humanos existen en grupos o clases sociales dentro de un esquema jerárquico.
La naturaleza egoísta del homo economicus no es universal; por el contrario, es una
construcción social del propio capitalismo.
- A partir del estudio histórico del desarrollo cultural, la antropología económica
pone en tela de juicio la universalidad del homo economicus al demostrar que, en las
economías precapitalistas, los esquemas de interacción social basados en la
cooperación y la solidaridad no pueden reducirse a motivaciones de interés propio.
La complejidad de la motivación implica connotaciones más profundas y
trascendentales.
24
- Por último, desde la visión más amplia de conceptualizar al ser humano como
parte de un gran ecosistema, la economía ecológica considera el medio ambiente
no como algo exógeno que pueda ser abordado como una cuestión subsidiaria en
la teoría económica. Por el contrario, debe considerarse endógeno, como algo que
debe abordarse de manera coherente desde una perspectiva holística y no desde el
limitado esquema neoclásico.
A pesar de estas perspectivas críticas, la defensa del homo economicus sigue vigente
porque legitima y racionaliza el funcionamiento de la actual sociedad de mercado.
En las sociedades de mercado han surgido una serie de contradicciones que revelan
la necesidad imperiosa de trascender el enfoque creado por la adhesión a la lógica
del homo economicus.
La primera contradicción se refiere a los principios hedonistas del homo economicus,
que vinculan la felicidad o el bienestar al consumo de bienes y servicios.
Cuestionamos seriamente la validez de esa conexión. Como hemos demostrado, la
calidad de vida de la población puede en realidad estar disminuyendo en relación
con la alimentación, el vestido y la vivienda.
En segundo lugar, la lógica optimizadora de la producción y el consumo en un
entorno cada vez más competitivo de acumulación capitalista hace bajar el precio
de las mercancías. En la teoría neoclásica, este resultado se considera un indicador
del éxito del capitalismo. Sin embargo, la lógica de optimización también ha
causado el deterioro de las condiciones de trabajo y la reducción de la
remuneración de la clase obrera. El fracaso de la economía neoclásica para hacer
frente a esta tendencia revela una alianza duradera entre la economía convencional
y la clase capitalista.
En tercer lugar, el modelo de sociedad de mercado en la metrópoli industrial (las
naciones ricas del Norte Global) no es generalizable a escala mundial. El nivel de
producción alcanzado en estos centros metropolitanos se basa en el creciente uso
de energía y materias primas no renovables. Ese proceso sólo puede sostenerse
mediante la apropiación de la energía y las materias primas de los países del Sur
Global y mediante prácticas de colonialismo ecológico, como el funcionamiento
de las industrias más contaminantes en su territorio.
Por último, la economía ecológica nos muestra cómo la expansión del modelo de
sociedad actual y su creciente dependencia de la degradación de la energía y las
materias primas no renovables ya ha alcanzado los límites que ofrece nuestro
pequeño planeta. Así, se hace más urgente tener en cuenta los plazos relativamente
25
cortos para el agotamiento de toda una serie de materias primas no renovables y la
ruptura de los equilibrios ecológicos básicos que hacen posible la vida en la tierra
(Naredo 2015: 87).
La noción de homo economicus sigue dominando el pensamiento de los principales
economistas y, por extensión, de otros agentes de la economía capitalista. Para
obtener un progreso consistente y genuino hacia una economía más justa y
sostenible, se requiere una visión multiparadigmática. Hemos tratado de llamar la
atención sobre varios tipos de paradigmas que sería necesario incorporar en esta
nueva perspectiva. Un conocimiento más crítico nos permitiría construir una
economía alternativa y una economía alternativa. Terminamos con el inspirador
pensamiento de Pierre Bourdieu (1993: 944) de que un nuevo mundo es realmente
posible: "Lo que el mundo social ha hecho, puede, armado con este conocimiento,
deshacerse."
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