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UNA PERSPECTIVA DE LA IDENTIDAD
EDMUNDO JAVIER CAMPUSANO SEGUEL
SANTIAGO DE CHILE, (ABRIL, 2007)
Título del estudio: Una perspectiva de la identidad y del cambio personal
Nombre autor: Edmundo Campusano Seguel
Institución: Universidad Adolfo Ibañez
Numero teléfono: 09 3183688
e-mail: [email protected]
RESUMEN Y ABSTRACT
La idea de si mismo se ha entendido tradicionalmente desde una postura
donde el yo se encuadra “dentro” del sujeto, separando al observador de lo
observado. Otra perspectiva está centrada en una visión constructivista,
1
considerando el lenguaje y la construcción social de la realidad, como ejes que
permiten señalar que el yo se construye activamente por el observador, que es un
relato coherente, inserto en la propuesta social, y que el modo de expandir las
fronteras de esa identidad construida, es el cambio en el curso de las
interacciones de los participantes del proceso de lenguajear; esto permite también
cambiar las conversaciones e interacciones que colaboran en contarse “quien
soy”, cuya consecuencia central es la responsabilidad en el ser quien quiero ser.
Palabras Clave: identidad, construcción, lenguaje, responsabilidad.
The idea of itself has been understood traditionally from a position where I it is
fitted “inside” of the subject, separating to the observer of the observed thing.
Another centered perspective in a constructivist vision, considering the language
and the social construction of the reality, like axes that allow to indicate that it is
constructed actively by the observer, who is a coherent, inserted story in the social
proposal, and that the way to expand the borders of that constructed identity, since
this one always takes to a change in the course of the interactions of the
participants of the process of language; it allows to change to the conversations
and interactions that collaborate in counting themselves “who I am”, whose central
consequence is the responsibility in the being the one who I want to be. Key
words: identity, construction, languagee, responsability.
INDICE
1. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA……………………………………………….4
2. DESARROLLO DEL TEMA…………………………………………………………..8
2
2.1. CONSTRUCCION DE LA IDENTIDAD……………………………………….......8
2.2. CONSTRUCTIVISMO……………………………………………………………….9
2.3. LENGUAJE Y CONSTRUCCION SOCIAL………………………………….......11
2.3.1. Exigencia social de Coherencia personal……………………………….…….15
2.4. LENGUAJE Y NARRACIONES…………………………………………………..16
2.4.1. L a Identidad como construcción Lingüística……………………………..…..17
2.4.2. Narrativas; Construcción de relatos en torno al Sí mismo……………….....18
2.4.3. Construcción de Identidad: posibilidades infinitas?.....................................20
2.5. DISCUSION………………………………………………………………………...22
2.6. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS……………………………………………..24
PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
La imagen de sí mismo, de algún modo se estructura desde la idea –o
anhelo- de que existe una entidad relativamente estable al interior de los seres
humanos (Rosembaum & Dyckman, 1996).
3
En tal sentido, diversas teorías han postulado la existencia de un “Self”,
“Sí mismo” o “Identidad” que caracterizaría y, en cierta medida, definiría al sujeto
a lo largo de su vida.
Según Von Glasersfeld estos planteamientos respecto de un “Self” o
“Identidad” relativamente estable a la cual podemos acceder, se estructuran
desde “una forma de realismo ingenuo consistente en la creencia de que
podemos “conocer” las cosas tal como son en sí, como si la actividad del conocer
no tuviera ninguna influencia sobre la consistencia de lo conocido” (Von
Glasersfeld, en Pakman, 1996, p 20).
A fines del siglo XX, gradualmente se da lugar a una concepción en la
que “es imposible que lo que llamamos saber, pueda ser una imagen o una
representación de una “realidad” no tocada por la experiencia” (Von Glasersfeld,
en Pakman, 1996, p 25). De modo que, “la idea de adquirir un conocimiento
“verdadero” acerca de la realidad se desvanece” (Feixas & Villegas, 2000, p 20);
en tal sentido el “si mismo”, correría la misma suerte.
Protágoras, Immanuel Kant, y Giambatista Vico, entre otros, presentan
como punto de encuentro el énfasis en “el carácter proactivo, modelador y ficticio
del ser humano y su papel a la hora de configurar las “realidades” a las que
responde” (Neimeyer & Mahoney, 1998, p 29). Entonces “es el sujeto
(observador) quien activamente construye el conocimiento del mundo exterior”
(Feixas & Villegas, 2000, p 20).
Esta construcción, según Rafael Echeverría se basa en el Lenguaje, pues
éste “no sólo nos permite describir la realidad, sino que el lenguaje crea
realidades” (Echeverría, 1998, p 33).
4
De esta manera, el Lenguaje se caracteriza por su capacidad generativa,
así como recursiva (Echeverría, 1998). Maturana concibe al Lenguaje como “la
distinción que hace el observador de la recursión de las coordinaciones de
acciones consensuales que se han establecido entre los participantes de una
interacción, como consecuencia de sus interacciones recurrentes previas”
(Ibáñez, 2003, p 73). Estas distinciones que generan constructos son algo que, de
acuerdo a Bateson y Kelly, construimos o puntuamos y de lo cual somos
responsables (Feixas & Villegas, 2000, p 23). Del mismo modo, se afirma
entonces que “nuestra identidad personal, como el resto de las descripciones que
hacemos del mundo, son también una construcción lingüística” (Zlachevsky, 1998,
p 44), efectuándose en base a distinciones en el lenguaje, vale decir, posee una
existencia discursiva (Shotter, en Pakman, 1996). Gergen, plantea que “no hay
un yo que se exprese, sino que hay narraciones acerca del yo, prácticas de un
ahora” (Gergen, en Ramos, 2001, p 102).
El conocimiento del mundo, como el de uno mismo evoluciona en los
espacios de interacción, pues ahí los sujetos comparten un sistema de signos,
constituyendo un dominio consensual (Echeverría, 1998), siendo posible realizar
intercambios comunicacionales y distinciones (Zlachevsky, 1998, p 44), a través
de las cuales, de acuerdo a Keeney, somos capaces de conocer (Keeney en
Feixas & Villegas, 2000, p 23). Por tanto, “el conocimiento, incluyendo el
conocimiento o la narrativa sobre uno mismo, también es una construcción
comunal, un producto del intercambio social” (Anderson, 1999, p 77).
Así, los sujetos insertos en un contexto social, en las relaciones, y más
específicamente, en las conversaciones, van generando una definición del
mundo, de sí mismos y de los otros que “ha sido aceptada consensualmente, y
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que de una u otra forma calza con la propuesta social” (Zlachevsky, 1998, p 46).
En base a estos planteamientos se enfatiza “la base contextual del significado, y
su continua negociación en el tiempo” (Gergen, 1994, p 66 en Anderson, 1999, p
77), de esta forma, el contexto social o cultural constituye el marco en el cual se
limitan nuestras construcciones personales (Wetzing, 2004), pues “la forma de
ordenar el mundo se estructura sobre la base de la propuesta social en la que el
sujeto vive y según ésta, cobra sentido la forma propia de significar el mundo”
(Wetzing, 2004, p 8).
Sin embargo, los contextos varían, de manera que las personas pueden
retratarse de diferentes formas (Gergen, 1996), dependiendo del medio en el que
se encuentren, puesto que “uno no adquiere un profundo y durable “yo
verdadero”, sino un potencial para comunicar y representar” (Gergen, 1996, p
254), es decir vivimos tantas tramas narrativas como sistemas sociales o
dominios de existencia en los que participamos. En este sentido, “somos el
microcosmos de las historias que somos capaces de contar y contarnos” (Birulés,
1989, en Ramos, 2000, p 103).
Según Maturana, habitamos en múltiples dominios de existencia, con sus
consecuentes relatos en torno al sí mismo, siendo estos “hilados por el
protagonista, como constituyendo un cuento coherente y coordinado que le da
sentido temporal a la existencia” (Zlachevsky, 1998, p 46), mediante un hilo
conductor generado en el lenguaje. Este hecho se debe a que el consenso de
significados construido en conjunto, luego impone una cierta coherencia
conductual que los sujetos se sienten impelidos a cumplir. De manera que, la
definición de sí mismo se encuentra determinada por el espacio interaccional en
el cual se desarrolla, tendiendo a ser continua y, en lo posible, coherente pues “la
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capacidad de la gente para identificarse a sí mismos como unidades estables
tiene gran utilidad dentro de una cultura” (Gergen, 1996, p 253).
Con el propósito de responder al requerimiento de coherencia personal
efectuado por el medio, cada individuo desarrolla narrativas para expresar
“Quiénes son”; a partir de su particular interpretación de los hechos que han
experimentado en sus vidas (Villegas, 1995). Finalmente, “ese personaje
construido que de alguna manera pareciera que tiene historia (...), ése soy yo”.
En síntesis, “un sí mismo permanente es sólo una ilusión a la que nos
aferramos, una narrativa desarrollada en relación con otros a lo largo del tiempo y
que llegamos a identificar como quiénes somos” (Pakman, 1997, p 34), esta
narración o relato “es constitutivo de lo que el individuo es, ya que es, en los
relatos que hacemos de nosotros y de otros, donde generamos lo que somos”
(Echeverría, 1998, p 54), de modo que tales narraciones poseen “efectos
específicos sobre la forma como actuamos, sentimos y nos explicamos los
acontecimientos”, así, “al modificar el relato de quiénes somos, modificamos
nuestra identidad” (Echeverría, 1998, p 53). En definitiva, “los seres humanos no
tienen una esencia fija. Lo que es esencial en ellos (...) es el estar siempre
constituyéndose, estar siempre en un proceso constante de devenir” (Echeverría,
1998, p 166).
Como dice Echeverría, la identidad de los individuos -como las
narraciones- no es estática, no posee características fijas o inmutables. Por el
contrario, la noción del sujeto como una construcción narrativa, le confiere un
sentido de poderío sobre su propia vida, y le permite desempeñar un rol activo en
el diseño de su ser (Echeverría, 1998).
2. DESARROLLO DEL TEMA
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2.1. CONSTRUCCION DE LA IDENTIDAD.
Por largo tiempo se ha asumido, de manera natural, que “cada individuo
nace dotado de una particular forma de ser; que cada uno, en consecuencia,
posee una manera de ser permanente, fija o inmutable” (Echeverría, 1998, p 35),
de modo que cada persona durante el transcurso de su vida, daría cuenta de
aquella forma de ser que le caracteriza (Echeverría, 1998).
De algún modo, las distintas teorías clásicas de la personalidad
(Freud, Rogers, Erikson, etc.) (Maier, 1984) comparten un encuadre
epistemológico, un modo de comprender al ser humano y la construcción de la
realidad, que hace referencia más bien a una separación entre sujeto y objeto, así
como a entidades internas de algún modo estables en la persona. “Estos puntos
de vista, se apoyan en la idea cartesiana y lockeana de que la mente es un
espacio cerrado, autosuficiente” (Goolishian y Anderson, en Fried Schnitman,
1998, p 295). De algún modo, según Goolishian y Anderson, “estas concepciones
tradicionales, asumen que las personas constituyen un seceso independiente en
el universo, un sistema motivacional y cognitivo singular, unico, delimitado e
integrado, que es el centro de la conciencia, el juicio y la vida emocional”.
(Goolishian y Anderson, en Fried Schnitman; 1998, p 296)
Por otro lado, para comprender de una manera distinta la construcción de
la identidad, es necesario referirse a una postura epistemológica distinta a las
anteriores visiones, a saber, el constructivismo, donde el observador no esta
separado de las distinciones que realiza; éste, estaría involucrado
constantemente en lo que construye, de modo tal que no puede hacer
construcciones del mundo, de si mimo y de los demás, sin que esté participando
activamente en ellas.
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2.2 CONSTRUCTIVISMO
En el marco del Objetivismo, el sujeto cognoscente es considerado un
ente autónomo independiente de aquello que observa, describe y explica, y regido
por reglas inmanentes (Anderson, 1999, p 64; Gaete, et al., 2001). Desde la
mirada constructivista, la posibilidad de acceder a la realidad de manera objetiva
se desvanece, así Ernst von Glasersfeld sostiene que:
“La objetividad es la ilusión de que las observaciones pueden
hacerse sin un observador”. (Von Glasersfeld, en Pakman, 1996, p 19).
A diferencia de lo que se asumía, “ya no es sostenible el supuesto de que
las mentes de los individuos operan como espejos de la realidad externa”
(Gergen, 1992, p 141).
De manera que, como plantea Echeverría, “el cuestionamiento de la
capacidad de los seres humanos de acceder a la verdad (...) implica que el centro
de gravedad en materias del conocimiento se desplaza desde lo observado (el ser
de las cosas) hacia el observador. El conocimiento revela tanto sobre lo
observado como sobre quien lo observa” (Echeverría, 1998, p 41). De esta forma,
se plantea que “la realidad ya no es concebida como independiente de los
supuestos del observador que la organiza” (Demicheli, 1995, p 37).
En suma, toda observación es autorreferencial (Keeney,1987), vale decir,
toda observación se da en función a los puntos de referencia y de los valores del
observador (Sluzki, 1996, p 141).
Asimismo, se advierte que la realidad sólo puede ser “percibida a través
de transformaciones cognitivas (construcciones) determinadas por la estructura
del sujeto cognoscente” (Feixas & Villegas, 2000, p22).
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“La legalidad y certeza de todos los fenómenos naturales son
propiedades del que las describe y no de lo que se describe” (Segal, 1994, p 25,
en Romero, 1999, p 34), entendiendo a los individuos como “organismos
proactivos, planificadores, y orientados hacia fines” (Feixas & Villegas, 2000, p
21). De esta forma, el mundo es concebido como una construcción, basada en las
experiencias de cada sujeto, la cual, no exige correspondencia con una realidad
ontológica objetiva, ni siquiera con un supuesto ser o yo interno (Feixas &
Villegas, 2000). Por lo tanto, el criterio de validación depende de la “consistencia
interna con las estructuras existentes de conocimiento y el consenso social entre
observadores” (Feixas & Villegas, 2000, p 21), dando cuenta de la existencia de
interpretaciones alternativas y múltiples significados posibles (Feixas & Villegas,
2000).
En síntesis, cómo conocemos y cómo llegamos a conocer?. La respuesta
(...) es que nuestro conocimiento es una construcción de la realidad, y que esta
construcción es, a su vez, construida” (Feixas & Villegas, 2000, p 32), en cuyo
centro se encuentra el lenguaje.
La construcción de la identidad además es parte de las construcciones
socialmente aceptadas en una cultura y en un momento determinado, son
construidas en el lenguaje, en un contexto social y cultural del cual cada
observador es parte. En este sentido, la perspectiva desde el lenguaje y de la
construcción social puede colaborar en esta comprensión.
2.3. LENGUAJE Y CONSTRUCCION SOCIAL
Maturana (1995) propone que el mecanismo fundamental de interacción en
el operar de los sistemas sociales humanos es el lenguaje, el lenguaje es la
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característica del ser humano, que surge con lo humano en el devenir social que
le da origen.
Maturana plantea que los seres humanos, por existir en el lenguaje, viven
en el “fluir recursivo del convivir en coordinaciones de coordinaciones
consensuales, y configuramos el mundo que vivimos como un convivir que surge
en la convivencia en cada instante según como somos en ese instante”
(Maturana, 1994. p. 34)
La individualidad como seres humanos sería social “y al ser humanamente
social es lingüísticamente lingüística, es decir esta inmersa en nuestro ser en el
lenguaje.” (Maturana, 1995. p. 80) Maturana señala que eso es lo constitutivo de
lo humano, se es concebido, se crece, se vive y muere inmerso en coordinaciones
conductuales que involucran las palabras y la reflexión.
H. Maturana plantea que, si bien “el lenguaje es un fenómeno biológico
puesto que resulta de la operación de los seres humanos como sistemas
vivientes” (Maturana, 1997, p 50, en Ibáñez, 2003, p 75), éste ocurre “en el
dominio de las coordinaciones de acciones de los participantes y no en su
fisiología o neurofisiología” (Maturana, 1997, p 50, en Ibáñez, 2003, p 75). De esta
forma, se plantea que el lenguaje, en tanto construcción social, precede a la
construcción del individuo (Echeverría, 1998) pues, de otro modo, si
consideramos “al individuo como ya constituido, para derivar de él el lenguaje, se
nos cierra precisamente la posibilidad de comprender su propio proceso de
constitución en cuanto individuo” (Echeverría, 1998, p 47).
Es en esta comunidad interpretativa, en la que interactuamos, en donde
le atribuimos significado a los objetos, acontecimientos e incluso a nosotros
mismos, a través del diálogo social, el intercambio y la interacción (Anderson,
11
1999), pues “el sentido sólo se extrae de un empeño coordinado entre las
personas. Las palabras de cada uno carecen de sentido hasta que otro les da su
consentimiento. Y también ese consentimiento permanece mudo hasta que otro u
otros le confieren sentido” (Gergen, 1992, p 203). En base a este hecho,
Wittgenstein “propuso que nuestras palabras (...) cobran significado a través de su
uso en el intercambio social, en los “juegos de lenguaje” de una cultura.” (Gergen,
1992, p 139).
Es así como, la relación se instaura como el locus del conocimiento
(Anderson, 1999), pues los seres humanos podemos conocer, conocernos y
constituirnos “desde el sistema de relaciones que mantenemos con los demás”
(Echeverría, 1998, p 60).
Por tanto, el individuo se constituye en el lenguaje, el cual a su vez es
generado en un sistema social (en un determinado dominio consensual), de modo
que se plantea finalmente que “el individuo, no sólo es construcción lingüística, es
también una construcción social” (Echeverría, 1998).
Como individuos, “somos lo que somos (o nos contamos lo que somos)
debido a la cultura lingüística en la que crecemos y a nuestra posición en el
sistema de coordinación de la coordinación del comportamiento (esto es, del
lenguaje) al que pertenecemos.” (Echeverría, 1998, p 54), de manera que “el
sentido de sí mismo o el cuento que nos contamos sobre quiénes somos, surge
en la interacción con otros, en la danza de intercambios comunicacionales que
ocurre en los distintos dominios de existencia en los que nos desenvolvemos.
(Zlachevsky, 1998, p 46).
La influencia que ejerce un otro sobre la construcción del sí mismo, se
manifiesta al efectuar el relato de quién se es, pues, “las propias posibilidades
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sólo se materializan gracias a que otros las sustentan o las apoyan; si uno tiene
una identidad, sólo se debe a que se lo permiten los rituales sociales en que
participa; es capaz de ser esa persona porque esa persona es esencial para los
juegos generales de la sociedad” (Gergen, 1992, p 203).
Como afirma Lax, “los límites de nuestras narraciones son construidos a
través de restricciones y potencialidades (...), nuestra posibilidad de elegir
narrativas no es ilimitada, sino que existe dentro de contextos determinados” (Lax
1997, en Zlachevsky, 1998, p 46), pues “los contenidos asignados a nuestras
narraciones o explicaciones surgen en una cultura dominante, que le impone
ciertos límites” (Zlachevsky, 1998, p 46) a tales relatos.
Por lo tanto, los individuos no sólo construyen su identidad en un medio
social, sino que asimismo, tal identidad se forja de determinada manera en base
al contexto en el cual está inmerso y a los sujetos con los cuales se relaciona, así
como también desde la particular forma de ver, y de construir la realidad.
En síntesis, “no podemos olvidar que, mientras que el sistema condiciona
lo que somos en tanto individuos, no es menos válido que somos nosotros, en
tanto individuos, los creadores de ese mismo sistema” (Echeverría, 1998, p 58).
Esta aseveración, así como el énfasis en la construcción del sí mismo en
un contexto social, da cuenta de algún modo de la “integración de la mutua
influencia y reciprocidad entre los aspectos individuales-particulares y los
aspectos socioculturales” (Donoso, 2004, p 10) centrándose en “la relación que
existe entre los sujetos que participan de una cultura común, y que desde su
propia experiencia van construyendo realidades en el lenguaje social” (Donoso,
2004, p 10).
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La realidad es entendida como acuerdos narrativos co-organizados que
se desarrollan en las conversaciones, de manera que la realidad que vive cada
individuo en particular, se estructura a partir de tales acuerdos consensuales
(Sluzki, 1996, p 145).
Asimismo, es en el contexto interaccional y comunal en donde se genera
significación, de manera que es esencialmente discursivo (Anderson, 1999). A
partir de esta proposición, K. Gergen afirma que “el significado, pues, es hijo de la
interdependencia. Y como no hay yo fuera de un sistema de significados, puede
afirmarse que las relaciones preceden al yo” (Gergen, 1992, p 203 – 204), y
agrega que: “sin relación no hay lenguaje que conceptualice las emociones,
pensamientos o intenciones del yo” (Gergen, 1992, p 204), pues éste, como se
señaló anteriormente, es un fenómeno social.
Desde esta perspectiva, el contexto social es entendido como “un
dominio multirrelacional y lingüístico, donde las conductas, los sentimientos, las
emociones y las comprensiones son comunales” (Anderson, 1999: 80), los cuales
se dan al interior de redes de relaciones en constante cambio. Estas relaciones, a
su vez, se encuentran dentro de dominios locales o generales (Anderson, 1999).
En cada dominio de significados compartidos, vale decir, “en cada uno de
estos sistemas sociales, nos comportamos de forma distinta y esperamos que los
otros se comporten también de una cierta manera que por supuesto también es
diferente de otros sistemas sociales” (Zlachevsky, 1998, p 46).
La existencia de estos diversos dominios en los que cada individuo se
mueve, lleva a que éstos, al enfrentarse al cuestionamiento de quiénes son, a
organizar ciertos acontecimientos de su vida -considerados relevantes dentro de
ese determinado dominio social- en secuencias temporales (Zlachevsky, 2003, p
14
1) con el propósito de dar respuesta a tal interrogante. De modo que “tenemos
narraciones distintas para los distintos dominios de existencia o ámbitos de la vida
que forman nuestro vivir” (Zlachevsky, 2003, p 5).
2.3.1. Exigencia social de Coherencia personal.
Si bien cada individuo habita en diversos dominios de existencia, éste se
siente impelido por el contexto social a entregar un relato referente a sí mismo,
destacando determinados acontecimientos de su historia de vida, de manera que
es el contexto social el cual requiere e “impone la idea de identidad, de
coherencia. De un saber quien soy yo” (Zlachevsky, 1998, p 47).
De esta forma, “el problema de la identidad pasa a ser el problema de
mantener la coherencia y continuidad de las historias que relatamos sobre
nosotros mismos. Que le dé continuidad a las múltiples historias que contamos,
en los distintos dominios de existencia en los que participamos” (Zlachevsky,
1998, p 47; Maturana, 1997).
Una comunidad, con un lenguaje particular, considera coherente algo que
puede distar de serlo en otro contexto social (Echeverría, 1998, p 345), de modo
que cuando se afirma que un determinado relato es coherente, se está realizando
un juicio, y al hacerlo, se utilizan los diferentes estándares que posee la
comunidad (Echeverría, 1998, p 345).
Así, la coherencia exigida por la comunidad, se relaciona con la
perspectiva que asegura que cada individuo posee una particular identidad, la
cual se sustenta en la recursividad del lenguaje, pues ésta, “nos hace vivir como
una unidad de experiencia con continuidad en el tiempo. Esta misma recursividad
nos permite conectar una experiencia con otra, como flujo de acciones y
acontecimientos interdependientes” (Echeverría, 1998, p 341). No obstante, el
15
que una persona actúe o haya actuado de una forma, no conlleva necesariamente
la descripción de alguna propiedad permanente o fija de la persona que está
actuando” (Echeverría, 1998, p 332).
Al asumir el enfoque que sostiene la existencia de características fijas en
los individuos, los mismos sujetos se aferran a los relatos que construyeron en
torno a sí mismos, “sin siquiera cuestionar la idea, y por supuesto sin ver caminos
alternativos posibles, aunque estemos sufriendo producto de no lograr lo que
pensábamos deberíamos lograr” (Zlachevsky, 1998, p 46)
Estos relatos construidos por los individuos, enfatizando la coherencia
exigida por el contexto, se forjan mediante una trama invisible, haciendo posible
que los sujetos narren quiénes son.
2.4. LENGUAJE Y NARRACIONES
Humberto Maturana sostiene que el Lenguaje “no es un instrumento, es
la distinción que hace el observador de la recursión de las coordinaciones de
acciones consensuales que se han establecido entre los participantes de una
interacción como consecuencia de sus interacciones recurrentes previas” (Ibáñez,
2003, p 73). A partir de este planteamiento se descarta la separación entre
pensamiento y lenguaje, y se postula su capacidad recursiva, aludiendo a que “los
seres humanos, podemos hacer girar el lenguaje sobre sí mismo. Podemos hablar
sobre nuestra habla, sobre nuestras distinciones lingüísticas, sobre nuestro
lenguaje, sobre la forma en la que coordinamos nuestra coordinación de
acciones” (Echeverría, 1998, p 51).
El Lenguaje, desde una nueva posición epistemológica, participa de la
construcción del conocimiento, pues se postula que para conocer primero es
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necesario realizar distinciones, y éstas se dan únicamente en el Lenguaje
(Ibáñez, 2003).
Adicionalmente, el lenguaje es considerado una acción “y, en tanto tal,
como una fuerza poderosa que genera nuestro mundo humano” (Echeverría,
1998, p 98 - 99). Se explicita así, el carácter generativo del lenguaje, se sostiene
además que la realidad no precede necesariamente al lenguaje, pues éste
también precede a la realidad (Echeverría, 1998). Así, se esclarece que “a través
del lenguaje, no sólo hablamos de las cosas, sino que alteramos el curso
espontáneo de los acontecimientos: hacemos que las cosas ocurran” (Echeverría,
1998, p 34) incluso nuestro “yo”.
2.4.1. La Identidad como construcción Lingüística.
Se podría decir que cada ser humano se crea a sí mismo en el lenguaje y
a través de él, así según Echeverría “lo que somos, nuestra identidad personal, es
una construcción lingüística, una historia que fabricamos sobre nosotros mismos,
sobre la dirección de nuestras vidas en el futuro, y sobre nuestro lugar en una
comunidad y en el mundo” (Echeverría, 1998, p 44).
De esta forma, resulta imposible separar al individuo de su relato
constituyente (Echeverría, 1998), pues “somos el relato que nosotros y los demás
contamos de nosotros mismos” (Echeverría, 1998, p 54). Lo anterior, implica que
al modificar en algún grado este relato de sí mismo, se modifica –
consecuentemente- aquello que somos (Echeverría, 1998).
John Shotter plantea que “lo que describimos como nuestro “sí mismo”,
nuestra “psiquis” o nuestra “mente” solamente adquiere existencia a través de la
mediación semiótica de los signos dentro de un proceso conversacional interior”
(Pakman, 1996, p 215).
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El problema que conlleva esta perspectiva, de acuerdo a R. Echeverría, es
que “sigue siendo una comprensión individual del individuo y, como tal, no toma
suficientemente en cuenta el carácter social del lenguaje” (Echeverría, 1998, p
54).
2.4.2. Narrativas; Construcción de relatos en torno al Sí mismo.
Las narraciones, de acuerdo a Ricoeur, corresponden a “una innovación
discursiva que estructura semánticamente los eventos, aglutinando
circunstancias, causas, efectos, fines y objetivos en una unidad coherente no
heterogénea sino homogénea, en la que todos los acontecimientos se relacionan
entre sí.” (Villegas, 1995, p7).
Cada individuo, con el propósito de comunicar quién es, construye relatos
o narraciones que aluden a ello, las cuales se sustentan en juicios que son
resultado de acciones pasadas, de modo que los sujetos integran estas acciones,
junto con las presentes, a las cuales les han conferido un significado especial
(Echeverría, 1998, p 333).
De alguna manera, como dice Pakman, “lo que nos complace llamar
nuestro si mismo, es un fenómeno de frontera (…) es menos una entidad y más
un conjunto de estrategias, un conjunto característico de modos de responder a lo
otros alrededor nuestro” (Pakman, 1996)
Sin embargo, la recursividad del lenguaje “nos hace vivir como una
unidad de experiencia con continuidad en el tiempo (...) nos permite conectar una
experiencia con otra, como flujo de acciones y acontecimientos interdependientes”
(Echeverría, 1998, p 341).
La narrativa resultante, “o sentido del sí mismo”, no sólo surge a través
del discurso con los otros, sino que es nuestro discurso con los otros. No hay un
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sí mismo oculto a ser interpretado. Nosotros nos “revelamos” en cada momento
de la interacción a través de la continua narrativa que mantenemos con otros
(Pakman, 1996, p 152).
Goolishian y Anderson, señalan que según Schaefer, R. (1978), estamos
contándonos permanentemente a nosotros mismos y a los demás, quienes
somos, incorporando esta historias unas dentro de otras. Desde esta perspectiva
el si mismo se convierte en la maneras , mas o menos estables y emocionales, de
contarnos a nosotros mismo y a los otros a cerca de uno mismo y la propia
continuidad, a través del cambio azaroso y continuo del vivir. (Goolishian y
Anderson, en Fried Schnitman; 1998)
Por tanto, desde esta perspectiva narrativa, la construcción de un relato
de la propia vida se constituye en la base de toda identidad, siendo cuestionados
aquellos conceptos que dan cuenta de un yo unificado subyacente. Del mismo
modo, Goolishan afirma que: “somos el relato que nosotros y los demás contamos
sobre nosotros mismos” (Goolishan; Anderson, 1994 en Zlachevsky, 1998, 45).
En síntesis, de acuerdo a Goolishan y Anderson, “la concepción narrativa
se funda en gran medida en la observación de que la actividad humana que se
lleva a cabo de manera mas inexorable, en publico y en privado, despiertos y
dormidos, es la del lenguaje; y, en el lenguaje, crear significados implica narrar
historias. El self, en una perspectiva post moderna, puede considerarse una
expresión de ésta capacidad para el lenguaje y la narración”. (Goolishian y
Anderson, en Fried Schnitman; 1998, p 296).
Gergen en este sentido propone un enfoque relacional que considera la
autoconcepción no como una estructura cognitiva privada y personal, sino como
un discurso acerca del yo: la representación de los lenguajes disponible en la
19
esfera publica……un relato acerca de relatos, y mas aún, acerca de relatos del yo
(Gergen, 1996).
2.4.3. Construcción de Identidad: posibilidades infinitas?
La identidad de los individuos -como las narraciones- no es estática. Por
el contrario, la noción del sujeto como una construcción narrativa, le confiere un
sentido de poderío sobre su propia vida, y le permite desempeñar un rol activo en
el diseño de su ser (Echeverría, 1998).
De modo que, cada individuo genera relatos de sí mismo dentro de un
contexto social, en el que los demás son coautores de los guiones de sus vidas,
siempre en un marco de procesos idiosincráticos de ordenación (Feixas &
Villegas, 2000).
La posibilidad de cada sujeto de participar en su propia creación, se debe
a la capacidad generativa del lenguaje. El lenguaje además, entendido como
acción, nos permiten transformarnos, devenir (Echeverría, 1998). Las acciones
son una manifestación de nuestro ser, así como también, la forma en que éste se
construye. (Echeverría, 1998).
Así, en un proceso de transformación constante, la acción genera ser, de
manera que la identidad de los individuos depende de las narraciones que
construyan, es decir, de las acciones que ejecuten (Echeverría, 1998).
“Ser humano, es estar vivo, es estar siempre en una situación, en un
contexto, un mundo. No hay en nosotros nada que sea objeto de la experiencia y
permanezca constante e independiente de las situaciones. Pero la mayoría de
nosotros estamos convencidos de nuestra identidad” (Varela, 1992, p 83)
20
Es así como, nos trasladamos del ser a la acción, y con ello, evitamos
estar inmersos en el supuesto metafísico que sostiene que el ser es inmutable
(Echeverría, 1998).
Al participar de la construcción del relato que genera su identidad, los
individuos son capaces de modificarlo. Al transformar la narración que los
constituye, los sujetos se transforman a sí mismos, modifican su identidad
(Echeverría, 1998).
Según Goolishian y Anderson “en el mejor de los casos, no somos mas
que coautores de una narración en permanente cambio que se transforma en
nuestro si mismo, en nuestra mismidad. Y como coautores de esta narraciones de
identidad hemos estado inmersos desde siempre en la historia de nuestro pasado
narrado y en los múltiples contextos de nuestras construcciones narrativas”
(Goolishian y Anderson, en Fried Schnitman; 1998, 297). Según Ricardo Ramos
“se hace camino al andar, y (…) sujeto al contarse” (Ramos, 2001, p 100).
En síntesis, la identidad de cada ser humano, “sólo existe en nuestra
construcción” (Zlachevsky, 1998, p 47).
El self no es, entonces la simple acumulación de experiencias, ni de
características neurofisiológicas. Es más una expresión, un devenir a través del
lenguaje y de la narración. Las narraciones del si mismo, siempre cambiantes,
son los procesos por los que dotamos de sentido al mundo y a nosotros mismos.
(Goolishian y Anderson, en Fried Schnitman; 1998).
DISCUSIÓN
El sujeto se constituye y construye en el lenguaje, en un marco
referencial social, desde la particular forma que cada cual tiene de construir y
narrar la realidad. Este construye una identidad de relatos coherentes, articulados
21
históricamente de modo de dar coherencia a su relato (de algún modo exigido por
la propuesta social). Así, se “es” en la interacciones y en las conversaciones, y
ésta manera de contarse quien se es, tiene implicancias trascendentales en las
decisiones y en consecuencia, en la vida de las personas. Si se desarrollara la
capacidad, o el entrenamiento en “verse” momento a momento, en distinguir las
perturbaciones, en cómo y desde donde se hacen las distinciones, de mirar la
propia cosmovisión, las posibilidades de cambio, de ampliar las posibilidades de
elección para “ser” de un modo que permita mayor libertad de elección y
flexibilidad en la construcción personal, son cada vez mayores. Esto hace
referencia a ampliar la capacidad conocerse, pero no en el sentido clásico
(descubrir quien está dentro), sino de hacerse cada vez más “experto” en ver
como se está siendo. Como señala Francisco Varela (1992), “….así, es necesario
introducir una percepción e interrogación fuerte y estable en el afloramiento de lo
que llamamos “mente”, que es momento a momento” (Varela, 1992, pg; 85)
Esta postura lleva implícita una enorme responsabilidad en el operar
y en las distinciones que el sujeto realiza, ya que no se puede “culpar” de lo que
se dice o hace, ni si quiera a una supuesta entidad interna, estable dentro de la
persona (personalidad, carácter, yo, self, etc.), que la hace actuar como tal.
Desde aquí, solo cabe asumir la responsabilidad de elegir quien se está siendo, lo
que se hace y se dice.
Varela y Maturana (Maturana y Varela 1990, 1998; Varela y otros
1997, en Jilberto, R. 2003) dirían que el ser humano enactúa (trae a la mano) un
mundo. Es decir, que la cognición es un proceso de percepción guiada
sensorialmente en la cual el individuo crea un mundo en la medida que actúa. No
obstante esas formas a las que el hombre se ve abocado, porque es lo que
22
enactúa de mundo, es su mundo, no son de naturaleza definitivas, no son reales,
en el sentido que exista una correspondencia entre la imagen de esa forma en el
hombre y lo que está allí afuera de él.
Aferrarse a la idea de un yo permanente puede ser sólo una
explicación para darle sentido a lo que ocurre ahora, las distinciones que hago y
las decisiones que tomo, versus un yo centrado en el movimiento, en el
acontecer, donde se distinga un sujeto integrado a un macro sistema, de
relaciones y relatos, que sea capaz de ver como está viendo, desde donde está
mirando, como está siendo, y así poder re-comprender y re-describir
constantemente quién es (Varela, 1999)
En esta perspectiva el papel atribuido al observador cambia
profundamente la concepción clásica de que la vida “es la que a cada uno le
toca”, ya que incluye así la capacidad de elección del observador, así como el
diseño de su “ser”.
Siguiendo a Gergen, se podría plantear como él señala…. “Nuestra
identidad presente es, por consiguiente, no un acontecimiento repentino y
misterioso, sino un resultado sensible de un relato vital”, y cuanto mas capaces de
construir y reconstruir nuestra auto narración, seremos mas capaces en nuestras
relaciones efectivas (Gergen, 1996)
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