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8/2/2019 reflexionando castoriadis
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JOAS, HONNETH Y HABERMASFRENTE AL PROYECTO DE AUTONOMA
Javier L. Cristiano1
Universidad Nacional de Crdoba, Argentina
El objetivo que me propongo en este trabajo busca una modesta utilidad: presentar y
sopesar las crticas que el proyecto de autonoma recibi de voces largamente
autorizadas de la filosofa y la teora social crtica alemana. Digo presentar y sopesar
porque mi intencin es estimar y calibrar cada una de esas crticas, en base a la
respuesta explcita de Castoriadis, cuando existe, y de lo contrario en base a lo que
podra decirse desde su propuesta terica en trminos amplios y generales, a modo no
de respuesta, sino de inicio o segundo paso de la discusin. Va de suyo que siendo ladimensin prctico normativa de Castoriadis un elemento indisociable de su
pensamiento conjunto, se trata de hablar no slo del proyecto de autonoma sino
tambin de su teora social sustantiva. Y vale lo mismo para los otros tres autores, que
formulan sus objeciones desde el locus de sus propios empeos conceptuales. No se
trata ms en definitiva que de presentar una discusin, abrindose camino en medio de
textos cuyo intertexto y cuyo contexto, precisamente por ese anclaje filosfico, resulta
fcil de perder de vista. Habida cuenta del inters inmediatamente prctico y poltico del
asunto, se sobreentiende que no se trata de una discusin ni exclusiva ni centralmente
terica, y que envuelve las exigencias y desafos ms inmediatos de la actual agenda
poltica.
I
Voy a pasar por alto una descripcin detallada de lo que Castoriadis entiende por
proyecto de autonoma2. Puede el lector no familiarizado acudir a textos muy
conocidos, entre los que destaco el de Nicholas Poirier3, y mejor an los propios
trabajos de Castoriadis, que ofrecen en un nmero manejable de pginas una
presentacin coherente y sistemtica4. Ir al grano con las objeciones alemanas,
empezando por las que posiblemente sean menos conocidas, las de Hans Joas.El lugar desde el que habla Joas es un tanto curioso desde el punto de vista
filosfico, pero al mismo tiempo no muy extrao en trminos polticos. Filosficamente
su proyecto consiste en una recuperacin del primer pragmatismo, especialmente el de
1 Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tecnolgicas (CONICET), Argentina; Centro de
Estudios Avanzados U.E. CONICET (Universidad Nacional de Crdoba, Argentina).
[email protected] Una definicin breve para ubicarse en la temtica se encuentra en el sitio web www.magma-net.com.ar,
que incluye un glosario terminolgico de Castoriadis preparado por Y. Franco.3 Poirier, N. (2004). Castoriadis: el imaginario radical, Buenos Aires, Nueva Visin. Especialmente loscaptulos tercero y cuarto.4
Castoriadis, C. (1983). La institucin imaginaria de la sociedad, Vol 1: Marxismo y teorarevolucionaria, Barcelona, Tusquets: Captulo II. Vase tambin Castoriadis, C. (1999a). Hecho y por
hacer, enHecho y por hacer. Pensar la imaginacin, Buenos Aires, Eudeba. Pp. 72 99.
1
mailto:[email protected]://www.magma-net.com.ar/http://www.magma-net.com.ar/mailto:[email protected] -
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Dewey y Mead, en algunos de cuyos escritos, sobre todos los menos conocidos,
encuentra las bases de una reconstruccin de la teora de la accin que acenta, en
contra de los acentos clsicos en la racionalidad y las normas (utilitarismo y kantismo),
un nfasis en la apertura, la contingencia y la capacidad creativa de los seres humanos.
Polticamente esa teora se proyecta sobre la idea de una democracia creativa, que
ms all de sus detalles prcticos se interesa ms en la dinmica del aprendizajecolectivo y la resolucin imaginativa de problemas, que en cuestiones de
fundamentacin normativa5. El interlocutor polmico evidente de todo esto es
Habermas. Pero en trminos prcticos termina abogando por instituciones democrticas
abiertas, no muy alejadas en su espritu de los lugares comunes de un cierto progresismo
aggiornado que, frente lo inviable de los proyectos revolucionarios, se contenta con una
cierta intensificacin de la democracia que destrabe capacidades no estimuladas de los
actores, en este caso su creatividad.
La primera objecin que dirige a Castoriadis para precisamente por ah, por su
confinamiento a la revolucin como camino primario hacia la autonoma. Cmo
podemos seguir abrigando e impulsando el proyecto de autonoma una vez que ha
muerto el mito de la revolucin?6 es en su opinin la principal pregunta que deja sinrespuesta y que de algn modo (aunque no lo dice expresamente) nos conduce a las ms
modestas y realistas ambiciones del neopragmatismo. Su segunda objecin es ms
terica y se refiere a la relacin entre las dos autonomas, la individual, que convoca
al sujeto en trminos psicoanalticos, y la colectiva, que interpela a los grupos y a la
sociedad en su conjunto. Para Joas, Castoriadis no desarrolla esta relacin con el detalle
que cabra esperar, y nos deja ante el dilema de por dnde empezar, si es cierto que las
dos autonomas se implican mutuamente. La tercera crtica lleva un poco ms de agua al
molino del pragmatismo: dice que Castoriadis no tematiza adecuadamente la cuestin
de las condiciones de la creatividad, y concretamente no atiende al hecho de que la
presencia de problemas es uno de sus impulsos, algo que desdea, segn su
interpretacin, como consecuencia de su rechazo a las explicaciones funcionales o
adaptacionistas de la imaginacin. La autonoma y su despliegue son tambin en suma
cuestin de condiciones, y la identificacin de situaciones problemticas es una de ellas,
decisivamente importante, que requiere una tematizacin especial. Vamos a abrir en lo
que sigue la discusin sobre cada una de estas tensiones.
II
En un autor filosficamente tan refinado como Joas no puede pensarse que la palabra
mito sea un accidente. Y hablar de la revolucin como mito encierra como mnimo laidea de un impulso no racional que subtiende las energas colectivas y que remite en lo
esencial a condiciones simblicas que nadie puede crear a voluntad. Lo que quiere decir
que la existencia de la idea misma de autonoma como marco cultural -lo que en
trminos de Castoriadis llamaramos la significacin imaginaria autonoma- no es la
nica condicin para su despliegue y que necesita, la autonoma, de una significacin
imaginaria ms, por lo menos una, la idea de revolucin. En este sentido la crtica es
ms aguda de lo que parece a simple vista y puede proyectarse bastante ms lejos,
planteando qu otras significaciones son necesarias para que el proyecto pueda
despuntar, significaciones que adems no tienen por qu ser universales y que bien
5
Joas, H. (2005). The Creative of Action, Chicago, University of Chicago Press. Captulo 4.6 Joas, H. (1998). La institucionalizacin como proceso creativo: acerca de la filosofa poltica de
Castoriadis, enEl pragmatismo y la teora de la sociedad, Madrid, CIS: Pp. 164.
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pueden dilucidarse a escalas ms locales. En general Castoriadis se concentra en la
principal y quizs universal de esas condiciones, la significacin-autonoma, pero el
comentario de Joas lleva la discusin un poco ms all.
Distinta es la cuestin de si es cierto que para Castoriadis la revolucin es el
medio por excelencia de la autonoma. El argumento de Joas fue elaborado en el
momento mismo en que se demola el muro de Berln7
, y es evidente que en los ochoaos que pasaron de ah hasta la muerte de Castoriadis vemos en sus escritos no slo
una desaparicin del trend revolucionario sino tambin un giro mucho ms abstracto del
problema de la autonoma8
y aportes evidentemente ms mesurados e incluso
pesimistas en la discusin poltica prctica9. En este sentido la lectura de Joas es
incompleta por razones contextuales, pero plantea un problema de vital importancia
como es el de las relaciones conceptuales, ms all de las opiniones personales del
autor, entre autonoma y revolucin. Sin pretender agotar semejante discusin, digamos
solamente un par de cosas:
Primero, que las condiciones de posibilidad para el despliegue efectivo del
proyecto de autonoma presuponen un piso mnimo de funcionalidad sistmica que es
incompatible con las circunstancias efectivas de un nmero abrumador de sereshumanos y de sociedades en las actuales condiciones del capitalismo. Castoriadis no
slo reconoce esto como parte de su diagnstico de poca10
, sino que considera esa
plataforma mnima como parte de las condiciones triviales del proyecto de
autonoma11
. La pregunta que surge entonces es si la revolucin, ms que un medio para
alcanzar la autonoma, no es el medio para crear las condiciones de su despliegue
efectivo, por lo menos all donde esas condiciones alcanzan los lmites mismos de la
reproduccin de la vida como es el caso (y no el ms extremo) de las sociedades de
Amrica Latina. Esto remite a su vez al problema de si la poltica revolucionaria es el
nico medio o el ms idneo para ese objetivo, y obviamente al problema tambin de
sus condiciones de posibilidad actuales, incluida la muerte o la supervivencia de la
revolucin como mito (digamos de paso que Joas da por muerto el mito sin ms
argumentacin, cosa que dependiendo del sentido preciso que demos a la palabra mito
puede o no ser un hecho obvio, pero que en cualquier caso parece una afirmacin
profundamente eurocntrica y provinciana desde el punto de vista histrico. Un libro de
hermoso ttulo y mejor contenido escrito por Andrs Rivera se titula La revolucin es
un sueo eterno, y lejos de sugerir un aserto voluntarista alude a uno de los posible
sentidos de la palabra mito, el que vemos aparecer por ejemplo en otras perspectivas
acerca de lo imaginario, como la de Gilbert Durand o J. J. Wunemburger12
. La vigencia
7 El texto fue publicado originalmente en el nmero 94 (1988-1989) de laAmerican Sociological Review,
y reeditado en el mismo ao 89 tanto en un nmero especial dedicado a Castoriadis de la Revueeuropene des sciences sociales (el n 96) como en un volumen editado en Ginebra por la editorial Droz
bajo el ttulo (en francs) Autonoma y autotransformacin de la sociedad: la filosofa militante de
Cornelius Castoriadis. En una nota introductoria de su artculo Joas agradece al propio Castoriadis, que
de palabra y por escrito le hizo llegar sus comentarios. Lamentablemente el texto no se ha hecho
pblico.8 Por ejemplo: Castoriadis, C. (2005a). La lgica de los magmas y la cuestin de la autonoma, en Los
dominios del hombre, Barcelona, Gedisa. Pp: 212 218.9 Vase por ejemplo: Castoriadis, C. (1996). El avance de la insignificancia, en El avance de la
insignificancia, Buenos Aires, Eudeba.10 Vase sobre todo los artculos compilados enEl avance de la insignificancia, Op. Cit.11 Castoriadis, C. (1998a). Poder, poltica, autonoma, en Ferrer, C. [Comp.]. El lenguaje libertario.
Antologa del pensamiento anarquista contemporneo, Buenos Aires, Altamira. Pp. 140.12
Rivera, A. (1987).La revolucin es un sueo eterno, Buenos Aires, Anagrama; Durand, G. (2004).Lasestructuras antropolgicas de lo imaginario, Mxico, FCE; Wunnenburger, J. (2008).Antropologa de lo
imaginario, Buenos Aires, Ediciones del Sol.
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de la revolucin en tanto significacin imaginaria es por lo dems palmaria en una
multiplicidad de procesos polticos actuales, por lo menos fuera del mundo europeo).
La segunda cuestin se ubica en otro nivel, si se quiere ms especulativo, y
alude a las relaciones formales entre autonoma y revolucin. En este plano parece
evidente que el proyecto de autonoma precede lgicamente no slo a la revolucin sino
a cualquier materializacin estratgica y prctica concreta. Precisamente lo que la definees la puesta en discusin de cualquier cristalizacin, de modo que la idea de revolucin,
por lo menos en la acepcin moderna de la palabra, no es ms que una de las opciones
posibles que quedan sometidas a su despligue contextual. Joas pone con razn la
discusin sobre la autonoma en el marco de la discusin sobre la praxis. Y el despligue
del proyecto de autonoma es praxis en el sentido esencial de la palabra: un hacer
abierto a la contingencia que, en palabras de Castoriadis, no puede garantizar
racionalmente ni sus fundamentos ni de sus resultados13
.
III
La relacin entre las dos autonomas es en efecto un tema poco profundizado en los
escritos de Castoriadis, ms all de la afirmacin, que obviamente no es arbitraria, de
que no puede haber autonoma individual sin autonoma social y viceversa. La pregunta
de Joas acerca depor dnde empezarpuede procesarse en dos niveles, uno prctico (por
dnde empezar all donde la autonoma no existe), y uno terico: por dnde empezar a
desatar la madeja conceptual que vincula las dos autonomas. El primer Castoriadis, el
que est afincado todava en la nocin de praxis en un sentido prximo al de Marx,
discutira de buena gana esta distincin y dira que la teora se desarrolla precisamente
en y por la experiencia prctica. Retomo esa unidad en un momento, pero por ahora
tratemos ambas cosas por separado.
Desde el punto de vista prctico hay en efecto poco en los textos de Castoriadis,
ms all de expresiones como sta: crear las instituciones que, interiorizadas por los
individuos, faciliten lo ms posible el acceso a la autonoma individual y su posibilidad
de participacin efectiva en todo poder explcito existente en la sociedad14
.
Expresiones que remiten a otros tantos problemas prcticos (el quin de esa creacin,
sus condiciones de posibilidad, etctera) y que adems no son programticas sino
normativas (nos dicen dnde deberamos llegar, no de qu manera). Ms all de la
ancdota de si Castoriadis tiene o no tiene un programa, la cuestin de fondo es cmo
se relaciona la idea de autonoma con la idea de una programtica. Si en efecto la
autonoma es unproyecto, y si es un proyecto que se reelabora en funcin de situaciones
cambiantes, no hay ni puede haber por definicin una respuesta a la preguntaestratgica, sino en todo caso respuestas particulares, contextualmente situadas, tambin
cambiantes y esencialmente creativas, colectivamente creativas para ser ms precisos.
Lo que no quita que sobrevuele -y quizs sea el verdadero trasfondo de la crtica
de Joas- una cierta sospecha acerca de la viabilidad. Puestos en un contexto en que la
autonoma es la excepcin ms que la regla, tanto a nivel individual como colectivo, la
cuestin de por dnde empezar se refiere esencialmente a cmo es posible y si en efecto
lo es. En este punto volvemos a las condiciones mnimas y a lo mejor triviales para la
autonoma, pero est claro que, sean cuales sean esas condiciones, no hay despliegue del
proyecto de autonoma, en general y sobre todo en condiciones adversas, sin poltica en
el sentido agonal de la palabra, sin acumulacin de poder y sin ejercicio del poder. El
13 Castoriadis, C. (1983).La institucin imaginaria, Op. Cit. P. 127.14 Castoriadis, C. Poder, poltica, autonoma, Ob Cit: Pp. 141-2
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cuatum y los modos dependen tambin de variables contextuales, pero la dimensin de
la lucha es consubstancial al proyecto. Que Castoriadis haya dicho ms o menos sobre
el asunto es en tal sentido una cuestin secundaria.
En cuanto a la segunda entrada del asunto, la terica, hay que ampliar quizs un
poco la objecin de Joas y decir que el refinamiento y la precisin con que Castoriadis
desarrolla cada una de las autonomas es diferente, ms detallado y sutil en el caso de laautonoma individual, y ms vago y general en el caso de la colectiva. Las razones
son claras y estn en cierto modo de su parte: la autonoma individual tiene una historia
mucho ms larga de discusin y una tradicin concreta, el psicoanlisis, en que
afirmarse. La colectiva compromete en cambio el dficit que segn el propio
Castoriadis atraviesa la historia del pensamiento occidental: su imposibilidad de hacer
pensable una entidad como la sociedad, modalidad especfica del para s, ser creador
de formas capaz de poner en discusin su propia regla de formacin. En favor de
Castoriadis uno puede decir que ya es mucho haber desentraado esa perplejidad
ontolgica, pero tiene razn Joas en requerir un enlace ms preciso entre ambas cosas.
Sin embargo, si releemos a Castoriadis desde esa inquietud surgen rpidamente
pistas conceptuales, y varias. Una, por ejemplo, pasa por el desarrollo del proceso desocializacin. Castoriadis mismo reconoce que se ha limitado a los primeros pasos, y
que queda en gran trabajo por hacer referido a las etapas del proceso correspondientes a
la vida adulta. Los detalles del modo en que la institucin social moldea un individuo
comprometido con determinadas significaciones sociales (particularmente, la
significacin autonoma) es una clave terica concreta para pensar las mediaciones
entre autonoma individual y colectiva. Otra pista se apoya en la idea de reflexin, que
Castoriadis discute con mucho detalle y que es el punto de llegada de una institucin
social concreta que se orienta a la autonoma. Qu significa exactamente reflexionar, en
qu condiciones tiene o puede tener lugar la reflexin, y muy especialmente cmo se
vincula la reflexin con las significaciones imaginarias cristalizadas en una institucin
social, en trminos de dependencia y de crtica, son algunos de los caminos para la
aclaracin del vnculo.
Separadas como las he formulado las cuestiones prcticas y tericas
corresponden respectivamente a la praxis poltica en sentido restringido y a la filosofa
en sentido amplio. El dctum de que ambas cosas pueden y deben ir juntas no se limita a
la simple peticin de principio acerca del deber ser de la vida poltica y/o de la vida
intelectual. Se refiere antes bien a la circunstancia de que el proyecto de autonoma
presupone que la autonoma avanza creativa, y por tanto impredeciblemente, en y por
los colectivos, grandes o chicos, movilizados en esa direccin. De lo que se sigue que la
respuesta por las mediaciones tericas entre autonoma individual y colectiva viene
tambin inspirada por esos colectivos y por sus movimientos. Se sabe que Castoriadispractic activamente este principio entre las dcadas de los aos cuarenta y setenta, y
que perdi parte de sus energas al respecto en la ltima etapa de su vida. Pero tambin
aqu las vicisitudes de una vida personal son menos importantes que las implicancias
lgicas de una idea.
IV
Aunque su calado es tambin profundo ser ms breve en la consideracin de la ltima
objecin de Joas, teida como vimos de su propia perspectiva neopragmatista. Esindiscutible que la cuestin de las condiciones de la autonoma, y ms ampliamente de
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la creatividad social, no han sido tematizadas por Castoriadis con detalle y precisin,
por lo menos en una escala que podemos llamar histrica y sociolgica. El lugar en que
Castoriadis sita esa discusin es estrictamente ontolgico, y consiste en afirmar que la
creacin social es un fenmeno ex nihilo, si bien no in nihilo ni cum nihilo. Lo que
quiere decir que la creacin, precisamente por ser tal, slo puede ponerse parcialmente
en conexin con lo que estaba antes, puesto que es algo nuevo en el sentido sustantivo,algo que no era y que llega a ser. Preguntarse por las condiciones es en este sentido
preguntarse ms bien post facto, tratando de apreciar de qu modo lo viejo se recupera
en lo nuevo y de qu modo lo creado se proyecta a su vez sobre lo antiguo. Cuando trata
expresamente el problema de las condiciones, adems de estas consideraciones
generales remite a las condiciones ontolgicas de la creacin, aquella que cualquier
creacin, la autonoma incluida, debe cumplir para poder afirmarse como instancia del
ser15
. Ciertamente que sobre esto puede y debe construirse todava una sociologa de las
condiciones de la creatividad, que permita deslindar contextos en que su emergencia
resulta ms o menos probable. Sobre lo cual es indispensable sin embargo hacer un par
de precisiones. Una, que ninguna sociologa de esta naturaleza puede pasar por alto el
hecho de que la creacin histrica y social no se explica en el sentido clsico de lapalabra. Reducir la creatividad colectiva a una cuestin de condiciones de posibilidad
sera ni ms ni menos que despojarla de su naturaleza y tambin de su potencialidad
crtica; en una palabra, domesticarla y procesarla en trminos de la misma racionalidad
formal que niega. La segunda cuestin es que la presencia de situaciones
problemticas no tiene por qu ser el nico impulso de la creatividad social, ni
siquiera el principal, afirmar lo cual sera precisamente establecer una especie de
principio general. En todo caso, la presencia evidente de situaciones sociales vividas
como problemticas que no generan respuestas creativas, y a la inversa la irrupcin
inesperada de la creatividad histrica en apariencia despojada de razones, dan cuenta
empricamente del asunto.
En resumen, s que deben las condiciones de la creatividad ser mejor estudiadas
en trminos histricos y sociolgicos, estudio que debe cuidarse sin embargo de no
violentar la naturaleza del ser social a partir de cuyo esclarecimiento llegamos al
problema de la creatividad.
V
Las siguientes dos objeciones provienen de un mismo mbito institucional y de una
misma poca. Las formulan desde Frankfurt Axel Honneth, entonces sucesor ya
consagrado de Habermas, y el propio Habermas, en textos de mediados y principios delos ochenta respectivamente16. Los argumentos de Honneth estn impregnados de los
supuestos de la empresa frankfurtiana en general y de la habermasiana en particular,
pero pueden resumirse en dos objeciones centrales. La primera hace referencia al
carcter simplemente metafrico de la idea de magma, sobre la que descansa toda la
empresa intelectual de Castoriadis, incluido el proyecto de autonoma, y adems de
metafrico, hablando ya sustantivamente, metafsico. En otras palabras, la idea de
magma slo resulta comprensible en los trminos elpticos de un lenguaje figurativo, o
15 Castoriadis, C. (1999b). Imaginacin, imaginario, reflexin. En Hecho y por hacer: pensar la
imaginacin, Buenos Aires, Eudeba. Pp. 311 - 320.16
Honneth, A. (1986). Rescuing the Revolution with an Ontology: On Cornelius Castoriadis Theory ofSociety, Thesis Eleven, N 14; Habermas, J. (2008). Excursus sobre Castoriadis: la institucin
imaginaria, en Habermas, J.El discurso filosfico de la modernidad, Buenos Aires, Katz.
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en trminos de una cosmologa metafsica que apenas puede ser hoy discutida con
argumentos cientficos17
. La segunda objecin es la que da nombre a la monografa de
Honneth: Castoriadis pretende salvar la revolucin mediante la construccin de una
ontologa. Afirmacin que en el contexto desde el que escribe Honneth debe traducirse
en los siguientes trminos: no es posible elaborar hoy una ontologa, por las razones que
ya se expusieron ampliamente en distintas vertientes de la tradicin de Frankfurt, y porel lugar que ocupa actualmente la ciencia emprica en la empresa filosfica, que hace de
la elaboracin de una filosofa primera una tentativa viciada desde su mismo comienzo.
VI
Si bien no respondiendo expresamente a Honneth, Castoriadis ha reconocido la apora
que implica intentar dar cuenta de un fenmeno magmtico a travs de un medio
ensdico como el lenguaje. En las primeras pginas del captulo de cierre de La
institucin imaginaria habla expresamente por ejemplo de acumular metforas
contradictorias y de forzar el lenguaje hasta el mximo de su expresividad, para pensarpor ejemplo en una multiplicidad que no es una en el sentido del trmino que hemos
heredado, sino a la que nosotros nos referimos como una, o en un haz indefinidamente
embrollado de tejidos conjuntivos, hechos de materiales diferentes y no obstante
homogneos18
etctera. En la medida en que el magma es un tipo de ser que
desborda lo ensdico, y que por lo tanto desborda a la institucin social, incluido el
lenguaje precisamente como realidad instituida, no hay modo de referirse al magma que
no sea metafrico sin entrar en la discusin, en la que tampoco entran Honneth y
Castoriadis, acerca del sentido preciso en que la metfora puede o no ser un medio del
conocimiento.
El asunto importante pasa a ser entonces el de la verosimilitud de las razones por
las cuales tenemos que postular la existencia de algo ascomoun magma en el orden
de lo histrico y lo social. Honneth da al respecto casi como al pasar la derecha a
Castoriadis, afirmando que sus argumentos en esta materia le resultan esencialmente
convincentes. Concesin que es mucho ms que una gentileza protocolar, puesto que si
Castoriadis en verdad nos convence de la necesidad de postular la existencia de una
entidad magmtica ha dado el paso ms importante de su empresa, ms all de la forma
en que podamos y debamos hablar de ello.
Muy diferente es el trasfondo de la acusacin de cosmologa metafsica
encerrada en la idea de magma, acusacin que se complementa con una especie de
segunda y ms sutil acusacin, que consiste en comparar el magma con el elan vital de
Henri Bergson
19
. Lamentablemente para nosotros, ni Honneth en su monografa, niCastoriadis en su brevsima y elptica respuesta20, entran a fondo en la cuestin de lo
que significa recuperar algo de la filosofa de la vida a favor o en contra de la tesis del
magma, ni ms ampliamente en lo que significa la idea de una cosmologa y de una
metafsica, ni tampoco en el lugar que le cabe a los argumentos cientficos en este tipo
de empresa. Nos corresponde a nosotros en conscecuencia aclararnos un poco esta
cuestin, aunque sin perder de vista el contexto de la discusin.
17 Honneth, A., Ob. Cit., Pp. 77.18 Castoriadis, C. (1989).La institucin imaginaria de la sociedad. Vol. II: La institucin y lo imaginario,Barcelona, Tusquets: Pp. 289.19
Honneth, A. Op. Cit., Pp. 74.20 Castoriadis, C. (1999a). Hecho y por hacer, en Hecho y por hacer: pensar la imaginacin, Buenos
Aires, Eudeba: Pp. 62 y 65.
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En primer lugar, si una cosmologa significa algo as como una teora general
de lo dado, es en efecto el objetivo de la empresa de Castoriadis, que se propone
expresamente asumir la totalidad de lo pensable, volviendo en esto al sentido inicial
de la filosofa clsica y contraponindose expresamente a las filosofas actuales21
. Hay
al respecto poco que discutir, a no ser la posibilidad de semejante empresa a la luz de
los argumentos por los cuales ha sido desacreditada, argumentos que Castoriadis nodiscute y que tampoco Honneth subraya expresamente. En cualquier caso es cierto que
asumir la totalidad no es el signo de la poca, y que la carga de la prueba parece
corresponder a quien propone la empresa. La estimacin general del valor de la filosofa
de Castoriadis es el medio ms adecuado de todos modos para saldar esta cuestin.
Ahora bien, que un cometido de esa naturaleza sea metafsico es algo
esencialmente inevitable, por lo menos en el sentido de que corresponde al mundo de
las postulaciones tericas ms abstractas en cuyo respaldo o en cuya crtica slo cabe
convocar argumentos ms o menos convincentes de acuerdo con el estado del saber y de
la discusin de poca. Postular por ejemplo, como lo hace Castoriadis, que el orden del
ser vivo es distinto del orden histrico social no es algo que puede ser demostrado ms
que con lo convincente o no de los argumentos de los que habla Honneth en su crtica.Sera injusto sin embargo no reconocer que en esos argumentos estn muy
presentes las ciencias y las informaciones cientficas, sobre todo las de la fsica y de la
biologa, adems por supuesto del psicoanlisis e indirectamente, por va de la crtica,
las ciencias sociales. Que la cosmologa metafsica de Castoriadis apenas pueda
discutirse con argumentos cientficos no significa que no tenga como referencia algunos
postulados centrales de la ciencia contempornea, como la fisica de las partculas
elementales y del campo csmico, y muy especialmente las ciencias de la complejidad y
la biologa de la autopoiesis, caminos que en el mismo momento en que Honneth
escriba su crtica Castoriadis empezaba a transitar en forma mucho ms explcita22
.
VII
Esta discusin hace a la empresa global de Castoriadis y toca indirectamente al proyecto
de autonoma pero lo toca. A eso alude justamente la segunda objecin de Honneth,
que endilga a Castoriadis querer salvar la revolucin con esa teora general que
acabamos de discutir. Todo lo que se diga en contra de esa empresa, o lo que se plantee
como duda respecto de su valor, repercute sobre el proyecto poltico de Castoriadis que,
en la lectura de Honneth, consiste en volver a la vida la eclipsada idea de revolucin. La
lectura es coincidente en este punto con la de Joas, a propsito de la cual ya vimos que
la revolucin no es en Castoriadis la meta poltica evidente, por lo menos si se observasu obra en la perspectiva histrica que faltaba a sus crticos de los ochenta. En este
sentido, la idea de que el objetivo esencial de Castoriadis consiste en salvar la
revolucin casi no admite discusin a la luz de su evolucin posterior, pero s que es
importante el vnculo ms amplio entre ontologa y poltica, que la crtica de Honneth
plantea en ltima instancia.
Castoriadis respondi enfticamente esa crtica afirmando que la idea de que la
filosofa puede fundar una opcin poltica es caracterstica precisamente de los
21 Vale la pena leer sobre este asunto el breve ensayo de Escobar, E. & Vernay, P. (2004). Si hay unfilsofo llamado Castoriadis, Postfacio de Castoriadis, C. Sujeto y verdad en el mundo histrico-social,
Mxico, FCE.22 Castoriadis, C. (2005c). Alcance ontolgico de la historia de la ciencia, enLos dominios del hombre,
Barcelona, Gedisa; Adams, S. (2007) Castoriadis and Autopoiesis, Thesis Eleven, n 88.
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hegelianos como Honneth. Por el contrario, la postulacin de una ontologa de la
creatividad es tan compatible con la creacin del Gulag o los campos nazis como con la
creacin de las formas ms autnomas de democracia obrera o las ms elevadas y
perdurables creaciones artsticas. No hay relacin directa y de fundamentacin entre una
filosofa primera a una opcin prctica y poltica, y querer buscar esa relacin es uno de
los errores palmarios de perspectivas como las de Frankfurt en su versin habermasiana.Enseguida volvemos sobre esto.
Sin embargo, la respuesta de Castoriadis resulta insatisfactoria a la luz de sus
propios escritos, y ms concretamente de lo que habita en ellos como espritu y
orientacin general. En la medida en que, como l mismo dice, no estamos aqu para
decir lo que es, sino para hacer ser lo que no es (a lo cual el decir de lo que es pertenece
como momento)23
, la laboriosa construccin de una ontologa que desande el camino
de veinticinco siglos de filosofa occidental s que tiene un estricto, concreto y
fundamental objetivo poltico, que parece minimizarse en la respuesta a Honneth.
Aunque la ontologa de la creatividad y del magma no puedan fundamentar la opcin
moral por la autonoma, estn ah precisamente para mostrar que la autonoma tiene un
sustento en el modo de ser de las cosas, y especficamente de las cosas humanas, de lohistrico y de lo social. De otra manera carecera de sentido toda la empresa, o ms
precisamente se volvera una tpica empresa artificial, fuera del mundo efectivo e
incapaz de esa encarnacin histrica y social que Castoriadis, siguiendo en esto a Marx
hasta el final, busc a lo largo de su vida. La ontologa del magma y de lo imaginario
encuentran su sentido poltico en el proyecto de autonoma, al que no fundan pero s
respaldan, alientan y alimentan.
VIII
La cuestin de la fundamentacin, de por qu queremos la autonoma, es el centro de la
crtica de Habermas, la ltima estacin de nuestro recorrido. Es una crtica tramada en
sutilezas que hay que desentraar, con ms cuidado sin duda que en los textos de
Honneth y de Joas24
. Tambin siendo aqu muy esquemticos, puede desdoblarse en los
siguientes argumentos:
Apunta en primer trmino a la desconexin entre dos aspectos de la teora de
Castoriadis: la concepcin de la praxis como actividad poltica creadora, y el carcter
tambin creador del colectivo annimo, de la sociedad entendida como un todo y
como una forma del para s. En ambos planos propone Castoriadis que existe
creacin, dice Habermas, slo que en uno, el del colectivo annimo, se trata de la
manifestacin espontnea de un ser virtualmente inaprehensible que los sujetos nopueden controlar, y en el otro se trata de la creacin poltica colectiva que s est en sus
manos, por lo menos hasta cierto punto y dependiendo de las condiciones. El problema
que surge entonces es el de cmo pensar una praxis que se oriente a la autonoma, si es
que lo seres encargados de producirla son, como dice el propio Castoriadis, fragmentos
ambulantes de la institucin social, producto de la sociedad en tanto forma del para s,
23 Castoriadis, C. (1983). La institucin imaginaria de la sociedad. Vol. 1: Marxismo y teora
revolucionaria, Barcelona, Tusquets: P. 284 285.24 El artculo de Habermas forma parte de un anlisis ms amplio de pensadores franceses cercanos al
postestructuralismo. Como es propio de Habermas, no se trata slo de un anlisis sino del despliegue desu propia reflexin en dilogo con otras propuestas, lo que hace de su escritura una trama en la que por
momentos se hace irreconocible la voz de sus interlocutores, que adopta sin embargo, por eso mismo, unadensidad de implicancias mucho mayor (En esta concepcin [la de Castoriadis] el ltimo Heidegger
entabla una relacin marxista con el primer Fichte: P. 390).
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consecuencia en suma de significaciones que no han creado ni estn en condiciones de
crear. Este es un primer aspecto de la pregunta de por qu queremos la autonoma: quin
puede quererla y hasta qu punto es posible quererla si es que las significaciones
centrales de la sociedad son un producto espontneo y no de la praxis intramundana.
El segundo aspecto del problema es directamente normativo y se pregunta por
las razones que desde la propia concepcin de Castoriadis pueden esgrimirse a favor dela autonoma como valor. En la medida en que la sociedad es un cosmos de significados
que da orden y valor al mundo, y en la medida en que no hay desde dnde afirmar que
un cosmos es ms atinado que otro, el proyecto de autonoma se convierte en la
manifestacin de una simple decisin existencialista25
, que puede compartirse o no
pero que no tiene en la filosofa de Castoriadis ninguna fundamentacin posible.
Sintetizando esta objecin ha dicho Habermas que la posicin de Castoriadis no permite
distinguir entre sentido y validez.
El trasfondo de la crtica es por supuesto la apuesta de propio Habermas por
elaborar una filosofa en que las decisiones normativas puedan fundarse desde
principios tericos como la pragmtica universal. De ah surge tambin el tercer aspecto
de la objecin: Castoriadis carece para Habermas de una teora de la intersubjetividadcapaz de tematizar la produccin del consenso normativo en torno de los valores
polticos, por ejemplo la autonoma. Puesto que habla de la psique y de la sociedad
como entidades dependientes pero a fin de cuentas irreductibles, termina postulando una
suerte de polaridad entre la mnada privada y el todo social como cosmos de sentido.
No hay lugar en ese marco para la actividad intersubjetiva que allane las voluntades
polticas, que construya consensos y que prefigure la accin creadora de colectivos
concretos, y no ya del colectivo annimo.
IX
La cuestin de las mediaciones entre creatividad de la praxis y creatividad del colectivo
annimo es posiblemente la primera que interpela la sensibilidad no filosfica sino
poltica del lector de Castoriadis. Nos presenta por un lado, en efecto, la vocacin
poltica ms o menos clsica de una intervencin activa en el mundo, en su caso
orientada normativamente hacia la autonoma, y por otro una teora de lo histrico
social que, desde el punto de vista ontolgico, lo define como una forma del para s
cuya propiedad principal es la de crearse a s mismo incluidas sus partes, los actores
de la praxis. La apora ha sido reconocida por el propio Castoriadis, por ejemplo cuando
analiza el contexto de las actuales sociedades de modernidad tarda26
y se pregunta de
dnde pueden surgir en semejante sociedad, aptica y transida de valores anticolectivos,el tipo de sujeto capaz de procesar su crisis y encarar su transformacin. La apora -y
debiramos decir mejor la paradoja27
- no debiera sorprendernos sin embargo en un
planteo que busca precisamente romper con la lgica y la ontologa tradicional, que
denuncia como impensables en su marco cuestiones esenciales de lo histrico social, y
que nos obliga a reconocer el carcter lgica y ontolgicamente extrao de su
25 Habermas, J. (2008b). Otra manera de salir de la filosofa del sujeto: razn comunicativa versus razn
centrada en el sujeto,El discurso filosfico de la modernidad, Madrid, Akal: P. 377.26 Castoriadis, C. (1996). El avance de la insignificancia, Op. Cit.27 Como ha sostenido R. Ramos, lejos de ser un obstculo excepcional las paradojas irrumpen, a poco quelas busquemos, en el corazn mismo de los principales problemas de la ciencia social. La filosofa de
Castoriadis puede leerse como la aclaracin del trasfondo ontolgico de lo que detecta Ramos en un planosociolgico. Ramos, R. (1993). Una aproximacin a los paradojas de la accin social, en Lamo de
Epinosa, E. & Rodrguez Ibez, J. Problemas de teora social contempornea, Madrid, CIS.
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naturaleza. En ese contexto no encontrar paradojas o impensablescomo el que denuncia
Habermas sera ms una debilidad que una fortaleza. Lo que no quiere decir que
tengamos que constatar la paradoja y nada ms: es un desafo, debe ser pensado, pero
las races de la dificultad son sustantivas y no accidentales, y no pueden superarse
volviendo hacia atrs la crtica ontolgica.
Distinta y ms convencional es la cuestin de cunto y hasta dnde puede lapraxis en relacin al colectivo annimo y a su fuerza creadora (o destructora). En
trminos ontolgicos, Castoriadis ha afirmado que si a la pregunta de cunto de uno
mismo puede ponerse al margen de los condicionamientos del sentido creado por la
sociedad pudisemos responder un uno por ciento seramos el ser humano ms
original que haya existido jams28
. Traducido, esto significa que si bien somos a la vez
fragmento ambulante de la institucin social y subjetividad reflexiva y deliberante, la
proporcin que ocupa cada cosa desde el punto de vista antropolgico es
abrumadoramente desigual. De lo que resulta que el lugar que le cabe a la praxis en
constitutivamente acotado respecto de un fenmeno, lo social y lo histrico, que nos
supera abrumadoramente no slo en trminos prcticos sino tambin cognoscitivos
(tambin ha dicho Castoriadis que cuando nos acercamos a una sociedad arcaicatenemos la impresin vertiginosa de que un equipo de psicoanalistas, economistas,
socilogos, etctera, de capacidad y saber sobrehumano, trabaj por adelantado sobre el
problema de la coherencia y legisl proponiendo reglas para asegurarla29
; en este
aspecto es estrictamente durkheimiano y tambin rigurosamente antihegeliano, en el
sentido de que no hay sntesis posible de la razn universal y la razn singular; asume
expresa y decididamente una intuicin que buena parte de la sociologa ha rondado a su
manera y con sus propios conceptos: el carcter no slo complejo sino tambin
misterioso de lo social que es no obstante el medio y el objeto de nuestra actividad
poltica).
Ahora bien, esto es as desde el punto de vista antropolgico. En una perspectiva
histrica nos toca en suerte una sociedad en la que la autonoma existe como
significacin imaginaria. Y adems de ser esto la condicin de posibilidad para que se
plantee una discusin como la que sostenemos (esto es, reflexionar sobre la autonoma,
sobre la praxis y sobre la sociedad y su transformacin) es tambin la condicin de
posibilidad de su propio despliegue, y en consecuencia un incremento (histrico, no
antropolgico) del poder de la praxis frente al colectivo annimo. Si bien Habermas
alude a la distincin entre sociedades autnomas y heternomas no parece darle la
importancia que tiene, o por lo menos la que le da Castoriadis. La presencia de la
autonoma como significacin imaginaria plantea la tambin paradjica situacin que un
ser que, crendose a s mismo, crea la posibilidad de cuestionar su propia regla
constitutiva, fenmeno que no tiene equivalente en el universo que conocemos y queplantea la cuestin poltica de la praxis en un universo por completo distinto al de las
sociedades heternomas. La capacidad de reflexionar crticamente sobre las
significaciones heredadas y de empujar voluntariamente la creacin de otras nuevas es
tambin producto de significaciones que como tales no pueden crearse pero que una vez
creadas permiten el juego poltico de ese modo distinto e indito que es la democracia
en un sentido sustantivo. La distincin entre sociedades autnomas y heternomas es un
enlace conceptual, en suma, uno de los posibles, entre los polos colectivo-annimo y
poltico-deliberativo de la creacin social.
28
Castoriadis, C. (2005). La creacin en el dominio historicosocial, en Los dominios del hombre,Barcelona, Gedisa. P. 67-8.29 Castoriadis, C. (1983).La institucin imaginaria Op. Cit, P. 80.
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Dicho esto, hay que decir tambin que la relacin entre ambas cosas no se
reduce a estas condiciones generales y requiere, como lo requera la relacin entre las
dos autonomas (apartado III), un amplio procesamiento sociolgico que todava est
pendiente. La relacin entre ambos niveles de creacin es de hecho una traduccin
especfica del problema accin/sistema que atraviesa la historia del pensamiento social.
Castoriadis se limita en este sentido a sentar las bases desde las que elaborar eseproblema desde otros parmetros y bajo supuestos distintos de los tradicionales no
menos, pero tampoco ms que eso30.
X
El segundo envite de Habermas era la pregunta normativa concreta, por qu queremos la
autonoma, en el sentido de cmo puede fundamentarse desde una filosofa que parte de
la inconmensurabilidad de los mundos de sentido que crea cada sociedad y que no se
plantea la cuestin de su validez. Aqu contamos con una respuesta muy explcita de
Castoriadis, que ms all de su riqueza de aristas e intertextos31 puede resumirse en unafrase: es Habermas quien cree que tal fundamentacin puede existir, cosa de por s ms
que dudosa y que en cualquier caso l mismo no demuestra.
Somos en efecto, en ese noventa y nueve por ciento de que hablamos recin,
fragmentos ambulantes de la institucin social. Y es la propia institucin la que instaura
la distincin, que por ende no puede eliminar ningn filsofo, entre sentido y validez, es
decir, entre lo que tiene y no tiene significado, y lo que es y no es aceptable. Ocurre por
lo tanto que habitamos un tipo de sociedad que adems de esta diferencia esencial,
presente en todas las sociedades, ha formulado la distincin entre validez de hecho y
validez de derecho, o lo que es lo mismo: ha formulado la pregunta acerca de por qu
las cosas son vlidas y ha invitado a reflexionar y a argumentar al respecto. Habermas y
su proyecto filosfico son en este sentido tan fragmento ambulante de la institucin
como cualquier otro ser humano y como cualquier otra filosofa, y no tiene desde dnde
afirmar que la razn, el dar razones y el argumentar las instituciones y los valores sea
algo preferible a no hacerlo. La vuelta de tuerca que propone, la de fundar la razn en
una estructura antropolgica y lingstica determinada, es un intento que no puede
menos que convencer a los convencidos32
. Y ello por la razn simple pero profunda de
que, en el momento mismo en que aceptamos argumentar, reflexionar y responder por
qu, hemos asumido como incondicional un valor, el de la reflexin y la razn, que es
tan instituido imaginariamente como cualquier otro y que no puede imponerse
precisamente por la razn. El hecho de que estimemos concretamente la autonoma, y la
elijamos frente a la heteronoma, ms que la consecuencia de una reflexin filosfica essu punto de partida. En el momento en que empezamos a pensar, y lo hacemos racional
y no caprichosamente, tratando de convencer y abiertos a ser convencidos, nos hemos
situado ya en el proyecto de autonoma y por ende lo hemos valorado. No hay nada ms
que hacer al respecto y en este sentido, as como dijimos antes que era durkheimiano,
hay que decir que Castoriadis es weberiano y nietzcheano: el decisionismo que se le
30 Cristiano, J. (2009). Imaginario instituyente y teora de la sociedad,Revista Espaola de Sociologa,
N 11. P. 107 y ss.31 Castoriadis, C. (1999a). Hecho y por hacer, Op. Cit., Pp. 53 78.32 La tribu de los filsofos sera tan corrupta, estpida y envidiosa como para que el descubrimiento de
un fundamento racionaly fecundo de la razn en Francfort, digamos, no pasara de ser un acontecimientolocal, confinado a algunos seminarios, en lugar de provocar una maera mundial de entusiasmo y acuerdo
unnime? (Castoriadis, C. Hecho y por hacer, Op. Cit., P. 64).
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adjudica no es ms que la asuncin de una condicin irrebasable, que tampoco
Habermas puede rebasar ni demuestra con su obra que sea rebasable.
Sin embargo, la crtica de Habermas admite una lectura en otro plano, mucho
ms prximo a la poltica prctica y que nos conduce adems a la tercera de sus crticas.
La cuestin de por qu queremos la autonoma tiene tambin el trasfondo prctico de la
necesidad de argumentarla en un contexto sociohistrico en que no es dominante nipodemos contar con un acuerdo espontneo en torno a ella. De ah que la cuestin de
por qu queremos la autonoma sea no slo un problema filosfico sino un problema
poltico, del mismo tipo de los que discutimos al principio, en los puntos III y IV. Nada
parece indicar de todos modos que una discusin filosfica como la que acabamos de
revistar sea ni un medio indispensable ni evidentemente efectivo en la resolucin de ese
problema prctico, aunque es cierto que el problema de la fundamentacin de las
instituciones democrticas requiere de esa clarificacin.
Habermas, como hemos visto, da un giro nuevamente filosfico al asunto,
enjuiciando en Castoriadis la ausencia de una teora de la intersubjetividad. En sus
manos esta palabra tiene un trasfondo que implica como mnimo la crtica a la filosofa
de la conciencia, la asuncin de una cierta forma del giro lingstico, y ciertamente laidea de que la intersubjetividad slo puede procesarse adecuadamente en trminos de
lenguaje. No es necesario seguirlo en todo ese lastre, pero no debe perderse de vista si
se quiere sopesar la justeza de la objecin. Como se sabe, ni los cantos de la muerte del
sujeto ni el giro lingstico forman parte de las asunciones activas de Castoriadis, ms
bien al contrario. Escribi y ms de una vez en favor de la categora de sujeto, y
rechaz el giro lingstico como una moda filosfica de la que no particip 33. Esto no
quiere decir que retome la nocin de sujeto tal como se dibuja, o ms bien se
caricaturiza, en algunas de las crticas a la nocin, como una suerte de mnada
ahistrica, fuera del tiempo y del mundo, que viene a fundar la reflexin y las tomas de
posicin. El sujeto de Castoriadis es en lo esencial un sujeto no kantiano, encarnado
completamente en el mundo, transido de la institucin social (en ms de un noventa y
nueve por ciento) y muy especialmente es el sujeto del psicoanlisis, el que no es amo
de su propia casa y el que est escindido en una conciencia trabajosamente construida
en relacin a y en dependencia con el subconsciente.
Si por intersubjetividad se entiende simplemente la pluralidad de sujetos en
este sentido, o ms precisamente la coexistencia de este sujeto transido de historia y
sociedad con otros sujetos, la intersubjetividad, lejos de ser desconocida por
Castoriadis, es un punto de partida que por obvio no requiere remarcacin explcita.
Todo el proceso de socializacin, y en consecuencia de construccin del sujeto,
presupone la existencia de un otro que tiene primero la forma de una madre, despus de
un padre como representante abstracto de la sociedad, y finalmente de los pares comocoexistentes y copartcipes en la institucin social. Sin esa otredad simplemente no hay
sujeto, y en este sentido la intersubjetividad es constitutiva de la subjetividad.
Ahora bien, la intersubjetividad tiene en Habermas el sentido complementario de
intercambio, comunicacin y acuerdo, y plantea en consecuencia la cuestin de lo que
fenomenolgicamente podramos denominar reciprocidad de perspectivas. Tal
reciprocidad no existe de suyo, y la cuestin de su construccin es decisiva no slo para
una teora del sujeto sino tambin para un proyecto poltico orientado a la autonoma.
Ciertamente Castoriadis presta una atencin desproporcionadamente menor, en relacin
a Habermas, a este problema. Y acierta Habermas en detectar un exceso de
sociologismo en su concepcin del sujeto, en el sentido de que exagera el carcter
33 Castoriadis, C. (1998b). El estado del sujeto, hoy, en El psicoanlisis: proyecto y elucidacin,
Buenos Aires, Nueva Visin. Castoriadis, C. (1999a) Hecho y por hacer, Op. Cit., P. 41.
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homogeneizante sin ms de la institucin social. La pregunta decisiva es si las bases
conceptuales de Castoriadis permiten un desarrollo de este problema, o si por el
contrario es necesario, como sugiere Habermas, un golpe de timn y un replanteamiento
estructural. Mi tesis, con la que concluyo, es que nada parece indicar que este ltimo sea
el caso, a no ser que se quiera equiparar teora de la intersubjetividad a teora de la
fundamentacin de los acuerdos intersubjetivos.
XI
En efecto: pasa con la intersubjetividad, el intercambio y la comunicacin lo mismo que
pasa en Castoriadis como muchos otros temas: su propuesta es un esbozo sobre el que
debe construirse densidad sociolgica e histrica ms precisa y de alcance emprico ms
inmediato. El hecho de que, en efecto, exagere en muchos puntos el carcter homogneo
de las significaciones sociales, y por ende de las instituciones y de sus sujetos, no
significa que no puedan pensarse en su mismo marco instituciones heterogneas,
escindidas, dispares y conflictivas. En muchos momentos da la sensacin de queCastoriadis piensa ms en trminos de antropologa cultural que de sociologa, ms en
sociedades pequeas y arcaicas que en las modernas y complejas sociedades escindidas
en las que es ms difcil, por ejemplo, encontrar significaciones imaginarias centrales
nicas y homogneas. Pero eso no significa que su teora impida abordar esas otras
realidades. La eventual heterogeneidad de los sujetos fabricados por la institucin puede
ser discutida en principio desde el mismo punto de partida, a condicin de sociologizar
la ontologa y afinar empricamente su aparato conceptual.
La cuestin ms especfica y complementaria de cmo se llega a la reciprocidad
all donde no existe admite en Castoriadis una entrada especfica que es su concepto de
reflexin34
. Como se sabe, hay una diferencia entre el pensamiento en la acepcin
simple y reflexin en sentido pleno. Pensamiento hay siempre, en toda sociedad y en
todo ser humano, en el sentido de capacidad para razonar y para argumentar. La
reflexin es en cambio el rasgo institucional que despliegan algunos tipos de sociedad,
aquellas en las que existe la autonoma como significacin imaginaria y que, en mayor o
en menor medida, invitan a un cuestionamiento activo y reflexivo de lo heredado en
trminos de instituciones, saberes y valores. La constitucin de una subjetividad
reflexiva y deliberante es eso, una construccin, que tiene como condicin de
posibilidad la existencia de la significacin-autonoma, pero que tiene como tarea el
desarrollo, en trminos polticos, del proyecto de autonoma. Esa subjetividad orientada
a cuestionar y a dar razones es la base filosfica de una intersubjetividad en tanto
acuerdo y en tanto allanamiento de la heterogeneidad producida por la propiainstitucin.
La pregunta de hasta qu punto y cmo esa subjetividad reflexiva puede
asegurar acuerdos vlidos es ya propia del universo de Habermas y nos reenva a la
cuestin de la fundamentacin de que hablamos hace un momento (IX). Vimos ah que
Castoriadis niega cualquier intento de fundar la razn en funcin de la aportica
circularidad de que pretender fundarla es ya darla por vlida. En este sentido acuerdo
intersubjetivo y acuerdo intersubjetivo vlido no pueden distinguirse ms que al
interior de la institucin social y su cosmos de sentido, el rebasamiento del cual es un
objetivo filosficamente imposible y polticamente estril.
34 Castoriadis, C. (1999b). Imaginacin, imaginario, reflexin, Op. Cit., Pp. 320 331.
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XII
De muchas cosas referidas al proyecto de autonoma no dicen nada las crticas que
acabamos de comentar. En la lista de silencios pueden incluirse cuestiones tericas (qu
lugar ocupa el concepto de poder en el proyecto de autonoma; qu relacin concretatiene la autonoma con la creacin), cuestiones prcticas (se supone que el proyecto
crece y se perfecciona tambin a la luz de la praxis que lo realiza), pero muy
especialmente cuestiones diagnsticas, entendiendo por tal el reajuste de la percepcin a
lo que es caracterstico de una poca y de un tipo de sociedad. Muchos autores han
destacado que el suelo del que surge el proyecto de autonoma es el de las sociedades
todava industriales del capitalismo todava clsico del perodo de postguerra. De ah
por ejemplo que la temtica marxista de la alienacin ocupe un lugar tan importante en
las formulaciones de Castoriadis, precisamente como contracara de la autonoma y
como trasfondo negativo de su despliegue35
. La proliferacin de hiptesis acerca del
surgimiento de un nuevo tipo de sociedad (flujos, redes, riesgo, postdisciplinamiento,
descentramiento, policontexturalidad) no puede pasar desapercibida al proyecto deautonoma, ni en trminos prcticos ni en trminos tericos. En el debate que hemos
reseado estas cuestiones estn casi completamente ausentes, en parte por razones
histricas pero en parte tambin por el talante filosfico de los crticos. Con lo que
queda pendiente, como el ms importante de los silencios, la cuestin de la actualidad
del proyecto de autonoma en el contexto de una sociedad que ya no es, segn todas las
evidencias, la misma que inspir la formulacin de Castoriadis. Frente a semejante
asunto, que obviamente excede los lmites de un artculo, puntualizo para terminar unas
pocas cosas, las ms generales.
La primera en favor del proyecto de autonoma: a diferencia de otros horizontes
poltico-normativos es l, precisamente por su apertura y su indeterminacin prctica,
un principio ms resistente a la transformacin histrica de las instituciones, en el
sentido de que no se opone a una forma especfica de institucin sino al tipo genrico
que llamamos heteronoma. Por lo menos en trminos formales, el proyecto de
autonoma sigue siendo vlido simplemente all donde existe heteronoma.
El cambio de las formas de heteronoma sin embargo -segunda cuestin- no
puede ser desatendido ni por el ejercicio prctico ni por la reflexin terica acerca de la
autonoma. Y de que la heteronoma se ha (i) diversificado, (ii) complejizado, (iii)
flexibilizado y (iv) dinamizado en sus formas cabe poca duda, lo mismo que del hecho
de que sus manifestaciones son plurales, an cuando puedan reconocerse formas ms
extendidas y seguramente generalizables. Un reconocimiento de la pluralidad de lgicas
de heteronoma parece ser el punto de partida lgico de una puesta al da del proyecto,que tanto en la propuesta de Castoriadis como en las objeciones que comentamos parece
remitir a un nico trasfondo negativo, sentado como evidente.
En tercer lugar, el proyecto de autonoma no puede ignorar ni la multitud de
politicidades que han proliferado en la ltima dcada, ni las inspiraciones tericas que,
muchas veces apelando a otras nociones de autonoma, las han orientado, informado y
significado. Los aos ochenta y noventa en que transcurre el debate son con bastante
evidencia los del final de una poca de las luchas polticas de la izquierda europea. Pero
ni entonces fuera de Europa, ni despus en diversas regiones del mundo, Europa
incluida, la lucha poltica ha dejado de existir. En la medida en que el proyecto de
autonoma asuma su carcter de praxis en el sentido marxista inicial de la palabra, y en
35 Ingrassia, F. (2007). Autonoma y dispersin, en Franco, Y; Freire, H: & Loreti, M.Insignificancia y
autonoma. Debates a partir de Cornelius Castoriadis, Buenos Aires, Biblos.
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la medida en que acepte que su verdad no est en su trazo filosfico (no solamente) sino
en la prctica efectiva y creadora de colectivos concretos, la actualizacin filosfica del
proyecto a la luz de la praxis resulta indispensable e inevitable.
Por ltimo, si la autonoma es la forma de liberar las energas creadoras del
colectivo social, y un llamado a reconocer la potencia instituyente de la imaginacin, es
difcil encontrar un momento histrico en que la tarea haya sido ms urgente que hoy.Por decirlo brevemente, la invencin de lo nuevo se ha vuelto cuestin de
supervivencia, por lo menos a escala de poltica macro y de lo que Castoriadis llamara
la institucin de la sociedad como un todo. Ms urgente por lo tanto que en el
contexto clsico de la alienacin, se vuelve tambin ms difcil precisamente por la
urgencia y por la magnitud de lo an por inventarse.
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