Universidad de Buenos Aires
Facultad de Psicología
-Maestría en Psicología Social Comunitaria-
-Cohorte 2012-
“Poder, Horizontalidad y Democracia Participativa”
Materia: Procesos Psicosociales I
Docente Responsable: Susana Seidmann
Temática Docente Invitada: Ana María Talak
Maestrando: Eleazar Daniel Rodríguez Navarro
“Si el poder se ejerce tal como se ejerce,
es ciertamente para mantener
la explotación capitalista.”
Michel Foucault
Introducción
Este texto lo elaboro desde una inquietud militante: ¿Cómo podemos democratizar el poder?
Más específico aún, ¿De qué manera se pueden establecer relaciones interpersonales agenciadas
donde la estructuración que caracterice dicha interacción no responda en favor de algún/os
individuos en contraste con otros? Y, volviendo a la primera pregunta desde esta segunda
interrogante: ¿Cómo puede abordarse un Estado-Nación en la búsqueda de que su gobernanza1 sea
idealmente equitativa para con los individuos que se desarrollan y se desarrollarán en ella?
Considero que plantearse esta pregunta es relevante para la Psicología Social Comunitaria
en torno a la noción de comunidad, de trabajo en, desde y para la comunidad, una acción
comunitaria que se deslinde de las posturas asistencialistas y que se maneje desde el potenciar las
habilidades, los recursos y los saberes (los poderes) de quienes habiten y frecuenten dicho espacio.
Siendo a su vez, mi implicancia personal, desde el interés de comprender lo que se denomina:
democracia participativa y protagónica en contraste con la democracia representativa, y la
imposibilidad de que ambas coexistan al mismo tiempo sin que alguna de las dos quede consumida
por la otra en la práctica cotidiana, más allá de lo discursivo.
Poder y Subjetividades
Pensemos la noción de poder desde Foucault. El poder que se juega ahí donde hay
relaciones entre individuos, en donde una persona logra que predominen sus intereses sobre los de
otra persona que no se encuentra sometida explícitamente y que, en principio, es considerada, según
los parámetros sociales, como un sujeto libre (Foucault, 1981; 1988). Desde esta perspectiva,
Foucault (1988) define gobernar como “estructurar el posible campo de acción de los otros” (p. 15).
En este sentido, el poder lo podemos concebir como una restricción socialmente aceptada de lo que
las personas puedan hacer, se establecen los límites de la sociedad a través del gobernar. Desde mi
perspectiva, la hegemonía2 juega un rol preponderante en esta práctica que incluye todas las
prácticas, un macrodiscurso que atraviesa todas las instituciones: lo educacional, lo familiar, lo
profesional, lo jurídico, lo económico, lo político, lo comunicacional y cualquier dimensión donde
sea posible la relación entre personas. De esta forma se hace posible gobernar más allá de la
1 Remito al término 'gobernanza' para concebirlo desde una visión más próxima a las propuestas de Foucault, desechando adrede la palabra 'gobernabilidad' por entenderla desde Marcos Roitman (2002) como la ejecución de las medidas necesarias para implementar en el Estado “la paz social necesaria para aplicar proyectos de corte liberal” (cp. Launay-Gama, 2008).
2 La hegemonía entendida como la estrategia en la cual el universal es cargado de significado a través de la instauración de un particular, siendo ese particular el resultado de la instauración de los intereses de quienes tienen acceso a determinadas capas sociales. Dicho particular está en constante transformación dialéctica entre él y los demás particulares que manejan la posibilidad de (re)llenar o cambiar el universal. Es decir, la hegemonía como estrategia discursiva en el ámbito del gobernar (según Foucault).
supervisión directa. Se instaura3 la necesidad de una autorregulación de las personas a riesgo de que
si se quebranta la norma se estará atentando contra la propia libertad. Razón por la cual deslegitimar
el poder -de un gobierno- hace que todo lo que en algún contexto podría pensarse como
cotidianidad pase a ser nombrado no poder sino violencia y despotismo.
Entonces, ¿dónde se legitima una dinámica de gobernanza? Pudiendo parecer una
perogrullada, diré: en las subjetividades y en los cuerpos que las contienen, y que son también
individuos que se relacionan entre sí, dando paso a las dinámicas en un campo de acción
previamente restringido y en constante redefinición. Una redefinición nomenclada bajo lo que sería
la similitud para Magritte, según Foucault (1973): “Lo similar se desarrolla en series que no tienen
ni comienzo ni fin, que uno puede recorrer en un sentido y en otro, que no obedecen a ninguna
jerarquía, sino que se propagan de pequeñas diferencias en pequeñas diferencias” (p. 60). El
capitalismo -que es encarnado por personas- remedaría dentro de sus maneras la forma de lo
similar4.
Pero hay subjetividades que se resisten, forzan la relación de las interacciones, desnudan la
coerción que ejercerán las instituciones ante quienes desnaturalicen las dinámicas de gobernanza
opresoras; dice Foucault (1981) “hay posibilidad de acción puesto que es a través de acción y
reacción, a través de conflictos y luchas, al tratar con ciertos problemas que se ha llegado a ciertas
soluciones” (minuto 27:00 – 27:14). Esas soluciones son generadoras de cambios en las dinámicas
sociales, y ante esos cambios, la estructuración capitalista se replica en series similares, se vuelve a
(re)producir, se termina cambiando la forma pero no el contenido.
Esa posibilidad de no cambiar, a pesar de la resistencia y de la lucha, se enmarca dentro de
la construcción del discurso de la verdad (Foucault, 1970). El discurso capitalista como verdad
máxima, es decir, el fatalismo naturalizado en los individuos como única posible forma de
interacción social, de forma tal que los cambios se den en lo concreto, en lo específico del reclamo
ubicado y segmentado en un tiempo y espacio determinado sin abarcar el carácter holístico del
mismo. De ahí la necesidad de caer en las frases históricas de “proletarios del mundo, uníos” y
“todas las luchas son la misma lucha”; necesidad de generar una nueva verdad común, más allá de
lo individual. Dice Foucault que para “hacer frente al porvenir necesitamos pertrecharnos de
discursos verdaderos. Éstos son los que nos permiten afrontar lo real” (1982; p. 282). Estas
verdades discursivas se construyen para afrontar las necesidades que nos surgen en el interactuar
con el mundo, “no son, en modo alguno, un desciframiento de nuestros pensamientos, de nuestras
3 En principio iba a decir 'se genera', pero, luego de una discusión con Román López Lara al respecto, consideramos más oportuna la palabra 'instaurar' en tanto que la estructuración se corresponde directamente con un sistema socio-político-económico.
4 En contraposición con el reformismo que se manejaría bajo la noción de la semejanza: “La semejanza tiene un «patrón»: elemento original que ordena y jerarquiza a partir de sí todas las copias cada vez más débiles que se pueden hacer de él” (Foucault, 1973; p. 60).
representaciones o de nuestros deseos” (p. 282). Son discursos con los que crecimos, con los que
atravesamos la socialización primaria, con los cuales se panoptizaron nuestras subjetividades, y
ante el posible tambaleo de la realidad, ante alguna dificultad decisiva, recurrimos a esas verdades
-que quizás individualmente cuestionamos en otro momento de interacción con lo real- para
protegernos en su cobijo de manto-verdad-abarcativa del mundo.
Los discursos se nos presentan limitados: con respecto a las pautas sociales -la gobernanza
en lo educacional, lo profesional, lo académico- que se establecen en el entorno, los discursos nos
amarran a autores, a las ideas de dichos autores, y nos hacen respetar figuras, nos acostumbran a
entes -sean personas o teorías o paradigmas- que tienen mayor credibilidad que otros, a personas
consideradas socialmente con mayor potestad para decir verdades -para decir lo que será tomado en
cuenta y multiplicado por el aparato comunicacional en cualquier área de la dinámica social-
(Foucault, 1969).
Así, el mundo se nos impone con la noción de una estructuración jerárquica natural para las
distintas áreas de interacción en la sociedad, estructuración a la que nos dirigimos ante momentos
de perturbaciones significativas de la subjetividad, y dicha verticalidad atraviesa todas las
instituciones, todos los niveles de relaciones, y una disparidad con respecto a la capacidad de
agenciamiento del poder en cuanto a esas personas que obtienen ciertos beneficios por ocupar el
lugar que ocupan en la sociedad. De forma tal, la subjetividad estará impactada, durante su
formación, por estas nociones, las cuales se desprenden de la lógica de la democracia
representativa .
Las Democracias
¿Cuál es el rol de la democracia representativa? ¿Qué implica ese epíteto? La
representatividad es la cualidad de representar, y ésta según la Real Academia Española5 (R.A.E.)
nos remite a diez acepciones, cuatro de ellas son: “1. Hacer presente algo con palabras o figuras que
la imaginación retiene”; “5. Interpretar un papel de una obra dramática”; “6. Sustituir a alguien o
hacer sus veces, desempeñar su función o la de una entidad, empresa, etc.”; “7. Ser imagen o
símbolo de algo, o imitarlo perfectamente.”
La representatividad implica que hay alguien que está siendo sustituído (la persona que
vota), ese alguien se hace presente por medio de imágenes o símbolos (banderas partidarias,
consignas, planes de gobierno), quien representa (persona electa) está dramatizando -actuando,
hablando, pensando y haciendo- las veces de la persona que sustituye por medio del armamentaje
del sistema de la democracia representativa.
Así, la democracia representativa cumple un rol institucional: “las instituciones -fábrica,
escuela, hospital psiquiátrico, hospital, prisión- no tienen por finalidad excluir sino por el contrario
5 Recuperado en: http://lema.rae.es/drae/?val=representar
fijar a los individuos” (Foucault, 1978/1996; p. 118): Encausa a las personas en cuanto a su activar
político, en cuanto a la noción que se percibe de poder en las dinámicas sociales, y en cuanto a su
conducta en relación a esa percepción de poder y de posibilidad de accionar político.
Desde la niñez se establecen estos parámetros de representatividad. Los padres -la madre y
el padre- son quienes ejercen la representatividad -no es un dato menor que una persona no elige a
su familia, es decir, no elige quién le representará hasta la mayoría de edad-, estas figuras se
encargarán de darle carácter legal -autenticidad y existencia estatal- a la persona durante la infancia,
todas las decisiones deben pasar por el aval de los representantes, y los representantes pueden
limitar, redefinir, imponer, negar o aprobar, y determinar lo que el/la infante pueda o no hacer.
Luego, se hace la transición de la representatividad: de los padres al cuerpo docente, de los
padres a los médicos, y en esta segunda instancia, entonces, conforme la persona haya vivido la
transición a las áreas de conocimiento y cuerpo -conocimiento, qué aprender, qué preguntar, qué
criticar, qué decir, qué hacer en relación con los pares, y otras dinámicas de la escuela; cuerpo, qué
es bueno y qué es malo para el organismo, qué debe uno consumir y en qué medida-, estará en
condición de reconocer las dinámicas del trabajo, de la justicia y de la gobernabilidad, tres
instancias que son parte de lo mismo. La representatividad como manera natural de relacionarnos
con nosotras/os mismas/os, aceptando la incapacidad -el fatalismo del que nos habla Martín-Baró-
de poder determinar quiénes son nuestros padres, nuestras maestras, nuestros directores, nuestros
jefes, nuestros policías, nuestros jueces, nuestros candidatos presidenciales, y teniendo que
conformarnos con quien esté a disposición de cumplir ese rol, así como también se logra instaurar la
noción de que los padres pueden actuar de cierta manera y tener ciertos “privilegios” sociales que
no son permitidos para el/la infante -por no cumplir con los requisitos sociales necesarios, en este
caso la mayoría de edad, por ejemplo-, así, ésta noción puede transferirse igualmente a las otras
instancias.
En este sentido, se deben crear -y mantener- las condiciones para encausar la resistencia que
se encuentra indefectible al poder; dicha resistencia no puede ser totalmente alienada, debido a una
estructuración intrínseca a la sociedad capitalista, la clase en sí -las minorías en sí6- existe, y debe
ser marcada y explícita esa diferencia, para que la prerrogativa de quienes ejercerán la
representación pueda ser actuada ante una regla implícita que no debe ser cuestionada7. Esto se
puede evidenciar de forma más concreta no de una clase con respecto a otra, sino en el juego de
relaciones interpersonales, en la interacción que cada cual vive en los distintos ámbitos sociales y
6 Para no entrar en la discusión de la lucha de clases ortodoxa del marxismo o la perspectiva posmarxista de la lucha, me adhiero a una noción de clase amplia, que podría asociarse más con la noción posmarxista -por ejemplo, la visión que enuncia Ernesto Laclau en Hegemonía, Contingencia, Universalidad-, pero hago incapié en que, desde mi perspectiva, dichas minorías han sido proletarizadas, y por tanto pertenencen al mismo ente de los y las oprimidas en relación a los opresores (en sentido patriarcal).
7 Remito a las normas implícitas de Slavoj Zizek, se puede encontrar en la conferencia: A Lacanian Plea for Fundamentalism. Recuperado en Julio 2014: https://slought.org/resources/a_lacanian_plea_for_fundamentalism.
desde los diversos roles que le toca y decide re-(a)plicar.
La figura de la democracia representativa encausa con gran habilidad dichas resistencias y
luchas vistiendo con ropajes pequeño-burgueses la dinámica de opresores y oprimidos/as. Para
descarnar esta lucha subrepticia implicada en la cotidianidad política, Foucault (1976/1997) invierte
a Clausewitz diciendo: “la política es la guerra continuada por otros medios”. El sistema de
representatividad logra contener, con todo el aparato estatal-electoralista, las maneras en las cuales
las personas oprimidas hemos de expresar nuestros descontentos con las medidas tomadas por el
ejecutivo, y de no ser así la represión se encuentra “justificada”. Así, se maneja la noción según la
cual el día en que un representante de las personas oprimidas llegue al poder (sea electo por medio
del voto) entonces habrá un cambio (a favor de quienes esta persona representa). Nos encontramos
acá con la lógica del “poder suma-cero” que Poulantzas (1969) caracteriza como “uno de los más
importantes supuestos erróneos, con frecuencia implícito, de la mayor parte de las teorías actuales
del poder” (p. 143): a grandes rasgos, lo que Poulantzas plantea es que el poder no es una cantidad
concreta de algo que se tenga o que se pueda dar, por lo tanto, no hay un único acto simbólico que
transfiera esa cantidad de poder de vuelta a sus dueños originales en aras a una sociedad donde cada
quien tenga su gramo de poder (volviendo a la homeostasis de “suma-cero”).
Es la de Poulantzas una propuesta que se complementa con la visión de Foucault y que
podemos aunar a la visión del sistema de la democracia representativa en su rol institucional: el
hecho de que una imagen que lleve en su discurso ciertas demandas, ideas o reclamos, el hecho de
que el representante de las personas oprimidas sea física y demográficamente similar a quienes se
sienten representados en su figura, el hecho de que el lugar que se considera como el que mayor
poder acumula sea ocupado por un representante de las personas oprimidas, no implica de ninguna
manera que la relación de poderes vaya a redistribuirse ipso-facto. Se pone en juego acá lo
económico, lo militar, lo judicial, lo social, y todas las herramientas de carácter regulatorio de que
dispone el claustro hegemónico para imponer sus intereses invirtiendo la frase de Clausewitz.
En este marco, una redistribución del poder a través de las mismas posibilidades del sistema
preponderante actual es inalcanzable8 porque funciona, como dije antes, en la forma de lo “similar”.
Con esto no busco fomentar la noción de desnudar la política y realzar la lucha de clases en cuanto
a enfrentamiento bélico, civil, de los cuerpos; esta dinámica tampoco implica una alternativa a la
lógica del sistema preponderante9 ya que estos levantamientos, estas formas de encausar la
resistencia y la lucha están ampliamente contemplados en las reglas, en las normas y en las formas
de mantener el estatuto de privilegio de quienes se encuentran en condición de opresores. Me
8 No hablo acá de utópico sino de imposible.9 Engels hace énfasis de esto en la introducción de 1895 a “Las Luchas de Clases en Francia de 1848 a 1850” cuando
dice (p. 9): “Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero (…). La rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.”
refiero acá a cambiar la lógica de las relaciones. Por tanto, cuando señalo que el poder no se va a
lograr agenciar de otra manera en tanto las posibilidades del sistema, no me refiero a hacer todo lo
que se pueda más allá del legalismo estatal, sino que remito es a las posibilidades en las cuales la
interacción posterior a esos puntos críticos de la historia se da. Es esto lo que concibo como el eje
fundamental de la lógica de la democracia participativa y protagónica, salirse de las posibilidades
del sistema de representatividad y todo lo que dicha propuesta implica (valores, relaciones,
dinámicas).
En una conversación que sostienen Foucault (1979) y Gilles Deleuze en 1972, éste último
aborda dos ideas concretas que luego se van complementando entre ambos: Una de las ideas que
maneja es que el intelectual debe estar al tanto de su rol opresor en tanto voz (autor) que intenta
representar una época, una humanidad, una teoría, etc. y que el saber popular es un saber en la
misma medida en la que lo es el saber del intelectual, un saber obstaculizado por un sistema de
poder y censura; La segunda idea es que el sistema democrático basado en esta lógica de
representatividad es una farsa, es la falsa consciencia burguesa enmascarando el despotismo en la
imposibilidad de la representatividad de las diversas minorías que constituyen la mayoría. Ambas
nociones se encuentran en consonancia con una democracia participativa y protagónica como
posibilidad.
La primera:
“Para nosotros el intelectual teórico ha dejado de ser un sujeto, una consciencia representante o
representativa. Los que actúan y los que luchan han dejado de ser representados ya sea por un
partido, ya sea por un sindicato que se arrogaría a su vez el derecho de ser su conciencia. ¿Quién
habla y quién actúa? Es siempre una multiplicidad, incluso en la persona, quien habla o quien
actúa. Somos todos grupúsculos. No existe ya la representación, no hay más que acción, acción de
teoría, acción de práctica en relaciones de conexión o de redes.” (Deleuze, 1972; cp. Foucault,
1979, p. 78)
Esa noción de multiplicidad al momento de quién habla y quién actúa, nos permite visualizar
que una persona al momento de hablar por ella misma se encuentra atravesada por todos los
discursos con los cuales se construyó, que al existir representa su tiempo, su sociedad, las
necesidades y las locuras de los espacios en los que ha vivido, así mismo, tiene una voz tan múltiple
como la voz de cualquier otro representante, pero esa sola voz no da cuenta de la multiplicidad en
macro, así como ninguna voz sola lo podrá hacer sin atribuirse un rol que opaque la multiplicidad
misma, tanto la social como la que nos compone como persona. La representación deja de existir
como verdad posible al desnudar la dinámica de opresión que se desarrolla en la sociedad al intentar
implementarla. En este sentido, Foucault complementa:
“Lo que los intelectuales han descubierto después de la avalancha reciente, es que las masas no
tienen necesidad de ellos para saber; saben claramente, perfectamente, mucho mejor que ellos; (…)
pero existe un sistema de poder que obstaculiza, que prohibe, que invalida ese discurso y ese saber.
Poder que no está solamente en las instancias superiores de la censura, sino que se hunde más
profundamente, más sutilmente en toda la malla de la sociedad. (…) El papel del intelectual (…) es
ante todo luchar contra las formas de poder allí donde éste es a la vez el objeto y el instrumento”
(1979, p. 79).
El rol del intelectual, desde esta perspectiva, implicaría hacer consciente la opresión de su
propio rol en cuanto al poder: “en el orden del «saber», de la «verdad», de la «consciencia», del
«discurso»” (Foucault, 1979, p. 79), de modo tal que permita agujerear el sistema de poder que
obstaculiza el fluir de la multiplicidad de discursos, verdades, saberes y consciencias, que amarran a
las subjetividades, que encausan las resistencias, las luchas, que no se impone solamente desde las
instancias superiores sino desde la misma sociedad.
Esto se precisa debido a la sociedad jerárquica y las subjetividades que en ella se
construyen, funcional al modelo de la democracia representativa. El saber debe ser rescatado desde
adentro de sí mismo en las instancias populares, paradójicamente, hacen falta voces jerárquicas
dispuestas a callarse cuando deban callarse y a reclamar de forma comedida. Estamos hablando acá
de la horizontalidad, no como metodología de problematización sino como utopía a alcanzar
sabiendo que para que haya una dinámica horizontal todas las voces deben poder expresarse desde
ellas mismas, con las mismas posibilidades y tiempos de ser escuchadas y de ser recibidas con el
mismo respeto y con la misma valoración.
Es en este punto en el que se desmorona la ficción de la representatividad como posible,
porque si el sistema jerárquico busca representar a las minorías que conforman a la mayoría, si
busca representar la multiplicidad, entonces las instancias en las cuales la multiplicidad resista y
luche, en las que la multiplicidad se autorrepresente, deberían ser tan válidas como las instancias
donde la voz del representante se encuentre. A esto la segunda cita de Deleuze (1972):
“Si los niños consiguen que se oigan sus protestas en una Maternal, o incluso simplemente sus
preguntas, esto sería suficiente para producir una explosión en el conjunto del sistema de la
enseñanza; verdaderamente, este sistema en el que vivimos no puede soportar nada: de ahí su
fragilidad radical en cada punto, al mismo tiempo que su fuerza de represión global. A mi juicio
usted (Foucault) ha sido el primero en enseñarnos algo fundamental, a la vez en sus libros y en un
terreno práctico: la indignidad de hablar por los otros. Quiero decir: la representación provocaba la
risa, se decía que había terminado pero no se sacaba la consecuencia de esta reconversión «teórica»
– a saber, que la teoría exigía que las personas concernidas hablasen al fin prácticamente por su
cuenta.” (cp. Foucault, 1979, p 80)
Evidenciar de este modo la contradicción de la representatividad que se busca plantear como
la panacea de la organización de la sociedad, nos trae a la pregunta inicial: ¿cómo podemos
democratizar el poder? Develando la indignidad de hablar (y de actuar) por las/os oprimidas/os es
una respuesta que se podría desprender del análisis previo. Pero, retomemos a Foucault para
preguntarnos:
“¿ (…) en qué consiste el poder? (…) no se sabe quizá siempre qué es el poder. Y Marx y Freud no
son quizá suficientes para ayudarnos a conocer esta cosa tan enigmática, a la vez visible e
invisible, presente y oculta, investida en todas partes, que se llama poder. La teoría del Estado, el
análisis tradicional de los aparatos de Estado no agotan sin duda el campo del ejercicio y del
funcionamiento del poder. La gran incógnita actualmente es: ¿quién ejerce el poder? Y ¿dónde lo
ejerce? (…) Se sabe bien que no son los gobernantes los que detentan el poder.” (1979, p. 83)
Buscando entender las preguntas que plantea Foucault con respecto al poder, relacioné éste
con la explicación que Deleuze (1978/2006) hace de la luz: “Plotino va a intentar mostrar que la luz
no puede ser comprendida ni en función del cuerpo emisor, ni en función del cuerpo receptor. (...)
No podemos decir que comienza allí y termina allá. ¿Dónde comienza una luz? ¿Dónde termina una
luz?” (pp. 107-108). ¿El poder, comienza o termina? Cuando se dice que el poder es eso que se
juega en las interacciones, se piensa que ¿el poder se da ahí de un cuerpo para con otro cuerpo? ¿O
es el poder la interacción misma, el encuentro, lo que no se ve cuando se ve a los dos (o más)
cuerpos interactuando? ¿Cuando Foucault pregunta “en qué consiste el poder”, está preguntando de
qué va esto del poder o está preguntando por la consistencia del poder, es decir, eso que más allá de
la dinámica del poder, hace poder al poder? Si eso que hace poder al poder fuera la manera en la
cual concebimos al poder, es decir, si lo que le da consistencia al poder es la dinámica en la cual
vivimos la noción de poder, la construcción de nuestra idea de poder está arraigada a la idea de la
sociedad capitalista-jerárquica en la cual se forman nuestras subjetividades que luego se van a jugar
el poder.
Haciendo el ejercicio de no pensar el poder como algo que se tiene o se pierde (suma-cero),
sino como relaciones, como lo que se da en la interacción entre cuerpos, si pensamos el poder como
algo que responde en su forma tal cual la conocemos, más a la dinámica de la sociedad capitalista
que al poder en sí mismo, que quizá el poder no tenga lógica alguna y se amolde como el agua al
envase en el cual se le vierta (siendo el vaso no la metodología sino la ideología), entonces
podremos pensar en la última frase de la cita de Foucault, “no son los gobernantes los que detentan
el poder”, es cada una y uno de nosotras/os, en la interacción en sociedad, que vamos legitimando
las formas en las que se ejerce el poder: en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en
nuestra calle, en nuestro barrio, en nuestro país, en nuestra cotidianidad inmediata y extensiva.
En este sentido, no es suficiente pensar la democracia participativa y protagónica 10 como una
metodología; debe pensarse en cuanto a la manera en la cual nuestras subjetividades se permitan
expresarse a sí mismas, considerando que la medida en la cual nos expresamos implica la medida en
10 Esta noción se ha propuesto desde distintas perspectivas, una de ellas ha sido desde la Economía Social y Solidaria, de la mano de Boaventura de Sousa Santos proponiendo la necesidad de la rizomatización y organización unida de los distintos movimientos anticapitalistas para poder luchar contra la dinámica patriarcal (de funcionamiento jerárquico) que se ejerce en las diversas interacciones sociales; de la mano de Luis Razeto pensando en la construcción de una nueva civilización (nuevas lógicas de funcionamiento) con nuevos valores (p.e. horizontalidad, solidaridad).
la cual escuchamos y permitimos que las demás personas se expresen; pensarla desde una lógica
que desnude el poder de lo viejo para poder vestirlo con lo nuevo, lo nuevo que se generará en las
dinámicas en las cuales se vaya problematizando teóricamente las nociones que maneja la sociedad
sobre el poder, en la medida en que esas problematizaciones devengan de la cotidianidad, de las
prácticas y de las interacciones entre cuerpos que vayan generando las condiciones para nuevas
lógicas, nuevas maneras de relacionarnos y de pensar el poder, desde la participación protagónica
de la multiplicidad que hay en lo grupal y en lo individual.
A Modo de Síntesis
Resuenan las palabras de Foucault: “se siente que en ningún momento el problema para
ellos cambiría si hubiese un cambio de gobierno. Y eso me alegra” (1977; cp. Fernández-Savater,
2014). Nos encontramos en esa alegría con el cansancio de los cuerpos a seguir creyendo en el
discurso que permite el funcionamiento de “lo similar”.
La regla implícita que no debe ser cuestionada, implica la reproducción de la lógica de la
representatividad como máscara pequeño burguesa de la lucha de clases ahí en las relaciones entre
los cuerpos, entre las subjetividades, por tanto, retomando la noción de lo erróneo del poder suma-
cero, es erróneo en tanto que conseguir esa homeostasis es imposible en la sociedad actual, ya que
tal equivalencia implicaría la disolución de las diferencias que se generan debido a la alteridad, y
ahí, en el reconocimiento, en la explicitación de lo que convierte las alteridades en diferencias, en
esa ruptura de la regla implícita en la cotidianidad se juega el poder en cuanto relaciones entre
alteridades, en esa explicitación de la dinámica de la sociedad actual está lo que diferencia la
democracia participativa y protagónica de la democracia representativa, en el hecho de que la
multiplicidad pueda ser acción, acción teórica y acción práctica. En este sentido pienso que se pone
en la palestra la lucha de clases a través de nuevas lógicas, más allá de lo concreto del
enfrentamiento bélico, ya que el poder no se da en el grado de la violencia, el poder no oprime a
través de la agresión directa, ya ahí no se juega el poder, por tanto tampoco es ahí donde la lucha de
clases tiene la posibilidad de redistribuir el poder; es en las instancias donde se oculta la imposición
de los opresores donde la lucha de clases debe tomar terreno:
“Cada lucha se desarrolla alrededor de un centro particular del poder (uno de esos innumerables
pequeños focos que van desde un jefecillo, un guarda de viviendas populares, un director de
prisiones, un juez, un responsable sindical, hasta un redactor jefe de un periódico). Y si designar
los núcleos, denunciarlos, hablar públicamente de ellos, es una lucha, no se debe a que nadie
tuviera consciencia, sino a que hablar de este tema, forzar la red de información institucional,
nombrar, decir quién ha hecho qué, designar el blanco, es una primera inversión del poder, es un
primer paso en función de otras luchas contra el poder.” (Foucault, 1979, p. 84)
Hacer escuchar las multiplicidades sin discursos que enclaustren, por ejemplo, hacia la
locura, dejar hablar las voces en asambleas barriales u obreras, en radios comunitarias, en escuelas
populares, en espacios que nos muestren distintos puntos de vista, que den cuenta de las diversas
realidades, que nos permitan mirarnos hacia dentro y pensarnos desde el rol que actuamos, desde la
sociedad actual plantearnos: En nuestro encuentro cotidiano con otras personas, con el mundo, ¿a
quién representamos; a nombre de quién habla nuestra voz; a quién imitamos; de quién hacemos las
veces; las funciones de quién sustituímos y desempeñamos; somos la imagen de quiénes y de qué?
Referencias Bibliográficas Citadas
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