8/18/2019 Peter Hartling - La Abuela (Recuperado) (Recuperado).pdf
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·
a abuela
Pe te r Hart l ing
Ha
publicado libros
de
poemas
cuentos
y
ensayos
y es
muy conocido
como novelista.
En
1973
empezó
a escribir
libros para
niños
que
se
caracterizan por la actualidad
de
su problemática
y
su autenticidad
Karli pierde a sus padres y es
educado
por su abuela Tanto
Karli como
la abuela tíenen que
cambiar
para
adaptarse y convivir
sin
tensiones
Pero
vencen
las
dificultades
acaban
siendo muy buenos amigos Este libro
recibió el
Deutscher
Jungedbuchpreis
en 1976.
I lustrac ión
de
cubierta
J UAN
R AMÓN ALONSO
\
\
•
· · ; . . . .
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tf
De
cómo Karli -_
fue
a
parar
a
casa de la
abuela
ice la
gente
que a los sesenta y siete
años ya se
es viejo.
La
abuela, no. La
abuela
ha dicho
siempre yo
suelen decir muchos
viejos-
que
uno
es
tan
joven como
se
siente.
Y la abuela
se sentía bastante
joven. Decía
también la abuela que por fuera era vieja y
por dentro una muchacha.
Los
que la conocían
bien, se
lo creían. La abuela no
tenía
mucho
dinero.
A
veces se
quejaba de su
escasa
pensión
y de su difunto marido que no .había
sido
precisamente
una lumbrera, pero prefería reír
que
quejarse.
Y
sabía
arreglárselas.
Su
piso
de
Munich
era
pequeño
y casi
tan
viejo
como
ella.
El
sofá
se
venía abajo
con frecuencia
cuando
el
peso de
las visitas
era excesivo. Sólo la
estufa
de
fuel-oil era
nueva
y la abuela no
acababa
de apañárselas con .ella, Tenía miedo de que
salieran
las
dos volando
por
Jos
aires cualquier
día.
Cuando
la estufa
empezaba
a
borbotear
y
a
hacer glu-glú,
la abuela le
hablaba
como si
fuera
un burro testarudo. A la abuela le
gustaba
hablar consigo
misma y con
las cosas
que
le
rodeaban. Los que no
la
conocían
bien
tenían que acostumbrarse.
Incluso
en
medio
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10
de
una conversación empezaba
a
veces a
hablar
consigo misma y ,
cuando
el otro la miraba
sorprendido, la abuela meneaba simplemente
la
cabeza como
diciéndole
que
no
se
refería
a él.
A
la
abuela
todos
la llamaban
abuela:
los
vecinos,
el
panadero
de la esquina,
los
chicos del patio que
de
vez
'en
cuando se
burlaban
de
ella
pero
que,
en
realidad, la
querían
y
hasta le
subían
a veces la bolsa
de
la
compra al
quinto piso,
porque en la casa
en
que
vivía
la
abuela,
no
había
ascensor.
-No somos
príncipes -solía
decir
la
abuela cuando se le
acababa el.
resuello
en
el
tercer piso
y tenía.
que tomarse un
pequeño
descanso.
«Frau Erna Bittel» ponía en -letras
de
adorno en la puena del piso. Su
hijo
le
preguntó
una
vez por lo
de
«Frau» delante
de
su nombre. .
-Tú
es que eres tonto -le
había
respondido
la
abuela-. Así es como
quiero
que
me llamen.
Después de la muerte
de Otro
la
gente podría creer que soy
una
vieja solte-
rona.
Y
eso es lo que no soy.
El
hijo
de la
abuela tenía
otro
hijo.
De
él
y
de
la
abuela trata
esta
historia.
Se
llama
Karl-Ernst o se llamaba -mejor dicho-
porque desde un
principio
le llamaron Karli.
Karli creció
en
una
pequeña ciudad
cerca de
Düsseldorf. Su padre trabajaba
en
las
oficinas de
una fábrica.
11
-Era
el que calculaba lo que iban a
cobrar los otros -así explicaba Karli
la pro-
fesión de su padre.
A
veces
el
padre
de
Karli,
los
viernes
por la
tarde casi
siempre,
se
iba
a la taberna,
volvía borracho
a
casa y
le
entraba
la
llorera.
La madre de Karli
se
quejaba:
-¡Ya vuelve a
estar esta calamidad
con las dichosas lamentaciones del
fin
de
semana
Karli
no lo comprendía.
Su
padre era
una
persona
más
bien
alegre
y
Karli
se
entendía
bien
con él. Mejor que con su
madre
que
siempre protestaba de lo
mucho-
que ensucia-
ban
los dos y
de lo mucho que
tenía
que
limpiar.
Y se pasaba el día limpiando.
-Pues esto no es normal-decía el
padre
de
Karli.
Los
padres
de Karli
murieron en
un
accidente de automóvil cuando
Karli tenía
cinco
años. Habían
salido con
unos conocidos
-ellos no tenían coche- y a Karli le habían
dejado en casa
de la
vecina, Allí acudió tam-
bién el policía
que
le
dijo
a la mujer:
-Han muerto los dos.
Al
principio
Karli
rici':lo
comprendió.
Karli
tardó
mucho
tiempo
en.
poder
imaginarse
que no
iba
a
volver a
ver a
sus
padres.
Que
se habían ido para siempre.
-No es posible -solía
decir.
La vecina lo metió .en cama y un médico
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2
le puso
un
supositorio. A Karli le entró
la risa.
-Ahora
vas
a poder dormir. Primero
tienes
que dormir, hombrecito le dijo el
médico.
A Karli lo de
hornbrecito
le
pareció
idiota y
el
médico
medio tonto.
Aquellos
días todo el mundo le parecía medio tonto
porque no
paraban
de acariciarle
la
cabeza
o
de abrazarlo,
porque se
portaban todos de
forma muy distinta.
La abuela, no. Llegó
la
abuela -tam-
bién debía haber
llorado-
y
empezó
en
seguida a mandar:
-¡Hay
que
seguir, de alguna forma
hay
que
seguir
Y ante
un
montón de
tías
y
tíos
desconocidos, en presencia de Karli, decidió:
'.
A Karli me
lo
llevo
yo.
Karli se
queda conmigo.
.
. Uno
de los tíos le dijo:
-¡A
tuedad, Erna
La
abuela, al
oírlo, se echó a reír y le
gritó:
-¿Es que lo.
quieres
tú?
¡Déjate de
tonterías
entonces
Karli había visto pocas veces a la
abuela
pero
siempre
le
había
gustado.
La
abuela
hablaba
un
poco
más alto de
lo
acostumbrado,
decía palabras
que no
siempre eran
decentes
y
trataba
a
su
hijo como
si
fuera
de
la edad
de
Karli. A
la
madre
de Karli
la
llamaba
llorona y
al
padre,
a
veces,
flojeras.
A
Karli
13
lo llamaba
Karli
y nunca hombrecito, Joven-
zuelo y
monada.
Le tomaba en
serio.
A
Karli
le
sorprendió
lo
deprisa
que
se
liquidaba un piso
y lo deprisa que
el piso
liquidado
se
vaciaba. La
abuela
repartió los
muebles. ·
-Todo
eso
no
lo
necesito -dijo.
Al
final
a
Karli le
quedó
una maleta
con sus cosas y nada más. Y
con
la
maleta
que arrastraba la
abuela
salió de la ciudad en
la
que
había
vivido
con
sus
padres.
A casa
de
la abuela,
a
Munich.
Ahora soy
yo
la 'que tengo al
chico.
Estoy loca, una vieja y un niño
que
hasta
dentro de
doce
o
trece años
como
mínimo
no
podrá
valerse por sí mismo. ¿He de cumplir
los
cien por culpa de Karli?
¿Si
no
lo hago
yo, quién
de
los parientes
lo hubiera
recogido?
Al
final lo
hubieran
metido e n un orfanato.
¡Yeso no puede
s er
¡Eso
no
Seguro que va
a
echar d e m e n o s
a sus
padres durante
mucho
tiempo. Sobre todo a su padre.
Pero
eso son
también
habladurías.
Hay
niños
que
tienen
padres y ni
s e enteran de
q u e los tienen. Voy
a procurar olvidarme
de
que soy vieja. Karli
y
yo
ya
nos
las
arreglaremos.
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/ La
buel es iferente
Karli
se
acostumbra
rápidamente
a
la
abuela,
aunque el piso le
siga
pareciendo
raro. Pero
al fin
y
al cabo la abuela
hace
y a
muchos años
que tiene
todos
esos
muebles
y no va a comprar otros
nuevos
sólo
por
él.
Karli
tiene
un cuarto casi para él
solo.
Durante
el día la abuela lo utiliza
para
coser y Karli,
por la noche, tiene
que
ir· recogiendo agujas
para no pincharse
los
pies.
En muchas cosas la abuela es
diferente.
Una
de
las
primeras
noches Karli,
que
no
podía
dormir, entró en el cuarto de baño' que está
junto
a su habitación
y
encontró
un vaso
de
agua con los dientes
'de
la abuela. Karli
se pegó
un
susto
terrible y no
se
atrevió a
tocarlos por miedo a que se le cerraran.
Por la mañana le preguntó:
¿Desde
cuando
se· sacan
los
dientes
de la boca? Yo
no
puedo.
La
abuela se lo explicó:
-Es que éstos no son mis dientes,
Karli.
Los
míos se han
ido
cayendo todos,
los
he perdido.
Igual que tú tus
dientes
de
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16
leche. Lo
que
pasa es que la tercera vez ya no
crecen. Se
los
hacen a una.
-¿Tienes que lavártelos
también?
-preguntó
Karli.
La abuela no quiso
seguir hablando de
la dentadura postiza.
-Todo
eso no
es
tan importante,
Karli.
En casa de
la
abuela el día transcurría
de una
forma
distinta. La abuela se
levantaba
todavía más temprano
que
el
padre
de
Karli,
aunque no
tuviera
que ir
a
la oficina.
Le
explicó
el
por qué:
-Me duele todo el cuerpo, Karli. Es
la
gota,
¿sabes?
Karli
era
incapaz de imaginárselo.
-¿Una gota de
qué?
-La gota
es
una enfermedad que se
coge
de
viejo
-dijo
la
abuela.
A
las seis
de
la mañana la abuela
andaba ya metiendo ruido por el
cuarto
de
al lado
y despertaba
a Karli. Pero
Karli
no
tenía ganas de
levantarse
tan temprano, se
tapaba
la
cabeza
con
la manta y se ponía a
pensar en sus padres.
Lo
hizo durante
mucho
tiempo, tres meses
casi,
hasta
que
fue a
la
escuela
y
tuvo
amigos.
El desayuno era a las siete. La abuela
tenía
una taza
tres veces
mayor
que las de
casa de
Karli.
Era el
tazón del café.
Lo llenaba
hasta
el
borde y sorbía. A Karli
su
madre
se
lo había
prohibido.
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17
-No
sorbas, abuela
-decía Karli.
La abuela lo miraba
asustada,
dejaba
el
tazón
en
la mesa
y le
preguntaba:
-¡Oye
¿Son
esas
formas de
hablar
conmigo?
-Mi madre decía
siempre
que
no
sorbiera.
Y
tú
sorbes.
A
partir de entonces
la
abuela
se
esforzó por
no sorber. Tan difícil le
resultaba
que, al desayunar,
se
bebía sólo la mitad del
tazón y luego, cuando
Karli
jugaba en el otro
cuarto,
sorbía el resto.
La abuela había
decidido no
volver
a
llevarlo
al parvulario antes de qHe
fuera
a la
escuela.
-Estos seis meses
es
mejor que nos
acostumbremos
el
uno al otro,
Karli.
A Karli, al principio,
le
pareció una
tontería.
Luego
se
alegró.
Los
días con
fa
abuela
eran
más movidos y siempre
pasaban
cosas.
Por
la
mañana repartían
volantes
que le lle-
gaban a la abuela de cualquier fábrica. Decían
que en
el
«Astoria»
exponían
lavadoras
y
que
hacían regalos, o que para el café
lo
mejor
era
el filtro «PassaMPassa».
-No es que
me
paguen
muy
bien
-.
decía la
abuela-
pero
así
me
muevo.
Por
nada del mundo me compraría yo esos chis-
mes que venden.
Tú no
tienes idea
de lo
tonta
que
es
la gente,
Karli.
Fuera donde fuera, siempre
había
gente
que la
conocía. Y ella, entonces,
«echaba la
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19
Karli.
Los primeros
días losotros niños no
se
lo
creían. Cuando
se
lo contó a la abuela, la
abuela
dijo:
¿
Por
qué
no
les
has contado
que
eres
se fue dando cuenta de que
la
abuela era
más
pobre que sus
padres.
-Cuando me paguen tu pensión de
orfandad
lo
pasaremos
un
poco
mejor,
Karli.
Pero
los
señores
funcionarios van
despacio
y
no piensan e n nosotros
-le
decía la abuela.
Karli
le
preguntó
que
quienes eran
los
señores
funcionarios.
-Gente sentada
detrás de enormes
escritorios, pasando
eternamente papeles
y
más
papeles de un lado a
otro.
De ellos
depende que le den dinero a uno o
no le
den.
Karli se
admiraba de que
hubiera
gente
tan
poderosa.
Karli,
a
veces,
deseaba
ser igual de poderoso
para
regalarle
a
la
abuela
un montón
de
dinero.
La abuela cocinaba más deprisa que
la
madre de Karli.
-En
la cocina lo
único
que
se
hace
es
perder tiempo -decía.
Después de
la comida la abuela
se
sentaba a
coser a máquina
y
dejaba
a Karli
bajar al patio. Allí,
al
principio, Karli no
conocía a nadie. Los
niños
se burlaban de él;
decían
que hablaba
como un extranjero,
como
un turco
casi.
Y no
soy
ningún.
turco
-decía
parrafada». A Karli
le
resultaba aburrido
pero,
como solían darle caramelos,
aguantaba
y le
decía
a la
abuela:
-Me parece
estupendo que
repartas.
Después iban de
compras. A la
abuela
en
las tiendas del
barrio
la temían.
No
había
qmen le
diera
gato
por
liebre. La
abuela
decía:
-Si y o me
lo
tengo
que
pensar tres
veces
antes de
gastarme
una
perra,
tendré
derecho también
a
darle otras tres vueltas como
mínimo a
lo
que
me
voy a
comprar
con ella.
¿No?
Karli
la
ayudaba y
los
tenderos
se
enfa-
daban. Uno
le
dijo
a
Karli que dejara
de
una
vez
de
tocar
los
pepinos. con las manos sucias
y la abuela
le
gritó:
-¡Lo que faltaba ¿Es que
los
lava
usted
tan
a
menudo
como Karli
las
manos?
La abuela tenía mucha
gracia
y eso
le
encantaba
a Karli. Era
una mujer que no
admitía
réplicas
ni
le
tenía miedo
a
nadie.
Era
más bien la gente
la
que
le
tenía miedo a
ella.
Cuando
la abuela
fruncía
el ceño el ten-
dero se ponía siempre
la
mar de amable.
La abuela
no
paraba de
inventarse
cosas.
Al
panadero, por
ejemplo,
le
decía cada
dos
por
tres:
-Oiga
usted,
¿es
que envía
los
pane-
cillos
a
que adelgacen?
Cada
vez los
encuentro
más
pequeños
y más caros. .
La
gente no sabía
qué
contestarle. Karli
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20
un turco de la Cuenca del Ruhr? j Dios mío
¡Los niños son ya tan imbéciles
como los
padres Creen
que
un
turco ha
de ser
mala
persona
por
el
mero hecho
de ser
turco
..
Al cabo
de
algún
tiempo
a Karli le
dejaron
jugar
con ellos. Y poco después se
pegó
por primera vez con Ralph que tenía
siete años
y
era el único que mandaba.
No
le
ganó
pero
se pegó
tan
bien que
Ralph
no
le
guardó
el menor
rencor.
Ralph tenía un pequeño
defecto
físico:
hablaba
mal'
como
entre dientes' y
en
vez de
decir «sabes» decía
«chabech».
Al principio a Karli le
daba
risa
y
se
lo contó a la abuela.
-No está
bien que
te rías de Ralph
-dijo la abuela-.
Casi todos tenemos
algún
defecto.
Y
no -dijo
Karli.
-Tú sí -dijo la
abuela-.
Tú tam-
bién porque te
crees
que no
tienes
ninguno.
Eso también
es
un
defecto.
-¿Y
tú?
-preguntó
Karli.
-Y o
tengo
incluso
uno
terrible -dijo
misteriosamente la
abuela-.
Algún
día
te lo
enseñaré.
Unos
días
después
la
abuela
salió des-
calza del cuarto de baño
y
le
señaló
el pie
'derecho.
-Mira,
Karli. El meñique se
me
ha
pegado
al de al
lado.
Es uno de mis
defectos,
sabes.
· . \
'1
1
.,
'
· . :
2
-¿Tienes
todavía más? -preguntó
Karli.
-¿Te crees tú que
los
vas a
ver todos
de
una
vez?
-le
dijo
la
abuela.
Con la
abuela, por las
noches,
era
todo también muy
distinto.
En casa de Karli
su
madre
lo bañaba y , a veces, cuando se
retrasaban,
llegaba
el padre, se
duchaban
juntos
y la bañera era una
fiesta.
La primera noche la abuela
le
dio
la
toalla y
le
dijo:
-¡Anda, lávate
Y Karli, que estaba todavía hecho un
lío,
se echó
a llorar. Y
la
abuela también.
Karli, al verla así, dejó de llorar y se lavó él
solo.
A
partir
de
entonces
lo hicieron siempre
igual. La
abuela se sentaba al borde de la
bañera
y
miraba
cómo Karli se lavaba.
-Se
te
puede
ver crecer -le decía.
La abuela lo secaba. Le gustaba
hacerlo.
La
abuela frotaba
terriblemente
a Karli, hasta
dejarle
el
cuerpo
colorado
como un
cangrejo,
y le
decía
siempre:
-¿Verdad
que
sienta
bien,
Karli?
Había otra cosa todavía muy distinta
a las de casa.
La abuela, cuando
se lavaba,
se
encerraba en
el
cuarto
de·
baño.
Le
tenía
miedo por
lo
visto. Al cabo
de
algún tiempo
Karli se lo preguntó. ·
-¡Tonterías, Karli -dijo
la
abuela-.
Lo
que pasa
es
que no
es nada
agradable
ver
viejos.
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2 2
-Tú lo
que
tienes
es
vergüenza de
que
te
vea -dijo
Karli.
_-Tienes razón, Karli
-dijo
la
abuela.
A
Karli no
le
parecía
bien
pero
no
consiguió convencerla
de
que dejara abierta
la
puerta del cuarto
de
baño.
-Tú
eres
Karli
y
yo
la abuela. Tú
eres pequeño y yo soy vieja. Esa es la única
diferencia.
Karli
s e
ha dado
cuenta en seguida
de
que aquí no e s como en
s u
casa. ¡
Eso
de
la educación moderna
[Cielos
¿Tendré
que salir
yo
ahora desnuda del baño
sólo
porque
sus
padres
le tuvieran acostumbrado
a
eso?
Karli no s abe
el aspecto que tienen
los
viejos.
Y además, me da vergüenza. Ahí
sí que
no paso.
Yo soy
de
otra época.
En-
tonces
no
s e era -¿cómo
diría
yo?
tan
desvergonzado.
No,
desvergonzado no
e s
tampoco la
palabra
exacta.
Hoy
e n
día lo que
pasa e s
q u e
nd l e s toca ya
sentir
vergüenza;
y
está
bien que así
sea.
Pero yo
no
puedo
cambiar
a estas
alturas.
Karli
tiene que
comprenderlo.
·
l
i
¡
¡
j
on la abuela en
el egociado
los cuatro meses largos de estar
Karli
con
la abuela y una vez que lo
tuvo
ins-
crito en la escuela,
la
abuela agarró un
berrin-
che.
Todas
las
mañanas
_
miraba
en
el
buzón
esperando
que le llegaran, por fin,
noticias del
Negociado.
Pero
el Negociado
no le
enviaba
nada y
la abuela se ponía
cada
vez
más furiosa.
-¡No dan golpe -gritó un buen
día-. ¡Venga a
comer
papeles y
a hurgarse
las
narices con el
lápiz
¡
Funcionarios
tenían
que
ser
Karli no conseguía
imaginarse a
la
abuela
de
oficinista
pero
sabía muy bien
de
qué se trataba.
Su tutor. el
jefe de su padre,
había solicitado que se hiciera
a la abuela
cuidadora, es decir una especie
de
madre
adoptiva
de Karli,
cosa -claro-
que la abuela
no
podía
ser en
absoluto;
a lo
sumo
abuela
adoptiva.
y
abuela
de
Karli
l o
había
sido
toda
la
vida,
de
modo
que
resultaba
también
una
tontería.
Para el
Negociado,
no.
Así
que la
solicitud seguía
su curso
legal,
como suele de-
cirse. Más
que
seguir
su curso legal lo que
hacía, en realidad, era
arrastrarse por los
des-
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pachos.
La abuela
necesitaba el permiso para
que le concedieran el subsidio de orfandad de
Karli. Y
eso, para
ella, era importante, porque
la
abuela
al
fin
y
al cabo
era
pobre
y
Karli
-según decía
ella- se
la estaba
comiendo
viva.
La abuela entonces
decidió
«intervenir
cerca del Negociado».
Cuando
hablaba del
Negociado la
abuela se expresaba siempre con
mucha
prosopopeya.
-Tienes que acompañarme,
Karli -le
dijo la abuela-. Han de verte.
Tú eres la
prueba,
Karli.
El
cuerpo
del delito.
La abuela
se
puso
su
mejor
vestido
y
a Karli no
paraba
de acicalarlo. Karli
se
enfadó.
Antes de salir de casa
se
comió
unos
copos de
avena para fastidiar y volvió a ensuciarse.
-¡Siempre me
tienes que
llevar la
contraria
La
abuela
estaba
de
mal humor.
Fueron en tranvía. La abuela guardaba
silencio.
Más que guardar silencio
lo
que hacía
era
ir hablando bajito, consigo
misma,
reci-
tando
frases
que se había aprendido de
memoria para
soltarlas en el Negociado. A
Karli
no
le
hacía ni
caso.
En el Negociado el portero les envió al
despacho
número
diecisiete. Esperaron
media
hora
sentados
en un
banco
de
madera
y sin
hablar tampoco.
Cuando
por fin
les tocó
el
turno,
un
señor
y a mayor
y
de aspecto muy
2 5
serio, acomodado tras
un
enorme
escntono,
les
dijo:
-No. Compete
al
veintidós.
Volvieron
a
esperar
delante
del
vein-
tidós. Karli se
dio cuenta
de
que
la
abuela
se estaba
hartando y de
que apenas iba
a
haber forma
de
contenerla. De
un momento
a otro empezaría a dar gritos. El hombre que
los
recibió en el veintidós
era
bastante joven
todavía,
aunque y a peinase
algunas canas.
Tal
vez fuera
culpa
de la mucha
gente por la
que
le
tocaba
preocuparse.
El
hombre
miró
a
Karli
y
le
dijo,
como
si fuera
el párroco.
-¡Vaya, vaya
Así
que aquí tenemos
al pobrecito.
A Karli le entraron ganas de sacarle
la
lengua.
Luego
pensó que, para
ayudar
a la
abuela, quizás fuera
mejor
hacerse de verdad
el
pobrecito
y
puso la
cara
triste.
La abuela se,
sentó
de golpe y
porrazo
en
la única
silla que había
delante del
escritorio
y dijo:
-. ¡Venga, hombre
¡No
se
deshaga
usted
en
lamentaciones
[Muévase
A Karli le dio la impresión de que el
hombre
iba
a iniciar
la
huida' de
un
momento
a otro. Pero
se quedó.
Le
tocaba
quedarse:
era su oficio. Le preguntó
el nombre a la
abuela, buscó en un
armario
y sacó un
expe-
diente bastante gordo, de tantas cosas como
se
habían
escrito
y a sobre
Karli y
la
abuela.
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2 6
En
el Negociado eran
famosos.
Tampoco
parecía que les
sirviera
de nada.
El hombre se sentó muy digno detrás
del
escritorio,
humedeció
el
dedo
y
se
puso
a hojear papeles, meneando a veces la
cabeza
y
asintiendo
de
cuando en cuando. Al final
dijo:
-Es un asunto complejo.
Karli
no
sabía
lo
que
significaba.
-¿Qué es
complejo?
En
lugar del hombre le respondió la
abuela,
-Y o
es
que
no lo se
tampoco.
-Su caso
no tiene
nada de sencillo
-explicó el
funcionario-. No se trata de
una simple cuidadora sino
que
usted además
es
pariente
del muchacho:
su abuela para ser
más
exactos.
-¡No
me diga
-exclamó la abuela.
-¡Conmigo
déjese
usted
de ironías
-le
dijo
el hombre.
-Para mí son
cosas bastante
serias
-ie dijo la
abuela-.
¿Cuándo
van
a darle
entonces
la pensión
al
niño?
-¿No
se
puede usted pasar sin ella?
-le
preguntó
el hombre.
La
abuela
se
levantó,
echó
a
un
lado
la
silla
de
un golpe y dijo:
-¡Haga el
favor, hombre Sabe usted
perfectamente lo que
cobro
de pensión. Está
ahí,
en los papeles. Y
sabe
usted también lo
que se traga
al
día un chaval así,
los
calcetines
27
y pantalones que rompe y todo lo que hace
falta. ¿Se
cree
usted
que soy millonaria?
¿Tengo yo cara
de
fábrica?
A
Karli,.
entretanto,
el
Negociado
le
parecía
estupendo.
-Y o como muchísimo, de verdad
-dijo-. La abuela
tiene razón. Y lo
de
los
pantalones es verdad también.
-¡Ahí
lo tiene -dijo la abuela.
El hombre se echó a reír.
-Trataré
de
acelerar los trámites de
cara
a
la
resolución del expediente
-dijo.
El
funcionario
se expresaba,
realmente,
con mucho
empaque.
-¡Acelere, hombre, acelere -le dijo
la abuela-. De lo contrario
vuelve
a
tenerme
usted
aquí la semana
que
viene. ¡Se lo juro
El hombre volvió a reírse.
-Sería un
placer
-.dijo-. Aunque
voy a hacer todo lo posible
para
que la cosa
se arregle.
El funcionario se despidió
de
los dos
con un apretón de
manos.
Tan· pronto
como
estuvieron en
el
pasillo la
abuela
pegó un
saltito, un brinco
tan
sólo
porque
no era
y a
capaz
de saltar de verdad
y
dijo:
-Lo hacemos estupendamente, Karli.
Tenemos
que seguir
así. Somos
capaces de
ablandarle
el
corazón
a
cualquier
funcionario.
.
Karli
estaba de acuerdo.
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No puedo imaginarme tener que volver
a
vivir sin Karli.
El
chico
me
cansa,
qué
duda
cabe, me agota y
por
la noche acabo reventada.
Tal
vez
sea
cuestión de
costumbre. Y
al
fin
y
al
cabo también s e va haciendo mayor.
A menudo me recuerda
a
s u
padre
y
e ntonce s pienso que vuelvo
a
tener un
hij'o
mío.
Soy
demasiado
vieja.
Su madre seria
mucho
mejor
para
él.
s
raro
que me inquiete
(odavía
pensar
e n
ella.
En
realidad no estaba
mal.
Y era
una
buena
madre. Lo único
que
pasa e s que
lo
hacía todo
de
forma
diferente a la mía.
No s e
preocupaba tanto
del niño.
Decía
s iempre
que
tenían
que aprender temprano a
a,;eglárselas
solos. Eso
sí,
J .ero
hay CJ 1:e
ayudarles. Así decía que lo
hacia
ella tambien.
A
mí
m e
parecía
que
no.
No
nos
entendíamos,
e s cierto. Me crispaba los nervios. Y yo a ella
seguro que también.
Ahora, a
veces, pienso
que fue una
lástima haberme
peleado tanto
con
ella.
¡
.¡
.1
: · - ¡
_ · : ¡
1
.
¡
.
. _ : )
·.¡
uando la
abuela
se
pone
a
contar cosas
Karli
no comprende
que
la
abuela ha-
ble
siempre
de
otros
tiempos.
A
la abuela
no le interesa gran
cosa
lo
que
le
pasó.
ayer
mismo.
Pero de
las
cosas
que
le
ocurneron
hace
treinta
o
cuarenta
años
sigue acordándose
perfectamente.
Todavía se acuerda
de
la
primera
vez que fue
en
tren, de
cuando
se
casó
con
el abuelo,
del
traje que
llevaba
en la
boda y
de
lo
que
comieron. A Karli le da
lo mismo.
La abuela dice siempre:
-Todo
ayuda, Karli. Cualquier tiempo
pasado fue mejor.
Esa es la
diferencia
entre Karli
y
la
abuela.
A Karli le interesa sólo lo
que
pasa
ese mismo día, lo que
acaba
de
decidir
con
sus amigos, lo
que ha
hecho y lo que pro-
yecta.
A
la abuela no le parece importante
todo
eso.
Y menos todavía cuando
le
toca
en-
fadarse por culpa
de
ello.
La abuela prefiere
enfadarse
por
aquellas cosas de las
que
se
acuerda todavía
«la mar
de bien».
-Te
acuerdas, Karli, de cuando
el
abuelo fue
a
parar debajo del tranvía y faltó
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aseguro,
Karli,
que
una guerra de verdad tam-
poco les gusta a
los
niños. Lo
pasan muy
mal.
Piensa en esos
pobres vietnamitas. Bueno,
¿dónde
estaba?
-En
lo de papá -·dijo Karli.
-Eso. . Pues tu padre
estaba todavía
en casa y ,
cuando empezó
ese terrible bombar-
deo,
nos
refugiamos
todos en
el sótano. Las
bombas
se oían
cada
vez más cerca. Yo me
quedé tiesa de miedo y lo cogí en brazos.
Poco
después
se
puso
a
temblar
la
tierra.
El
techo
del
sótano se caía a
pedazos. Alguien
dijo que tenía
que haber
sido
en nuestra casa
·y allí
fue.
La casa se mantenía aún en pie.
O
casi,
porque
las bombas habían
arrancado
un trozo del tejado. En nuestro
piso
no
quedó
nada sano,
ni
un cristal en las ventanas.
Dormimos
en
casa
de unos
parientes
y , al
día
siguiente,
empezamos
a arreglar la
casa.
En
las ventanas
pusimos
cartones
en vez de
cristales.
Karli no la escuchaba demasiado aten-
tamente porque y a conocía la
historia.
Karli
pensaba en
cosas muy
distintas.
En cómo
explicarle
por ejemplo
a la abuela
que
no tenía
nada de
particular que
fuerá.
a
jugar
al patio
de al lado· porque con
los niños
de allí se
entendía mucho mejor.
La abuela no le dejaba.
-He
de verte
por la
ventana,
Karli
-le decía-. Ya está bien de independencias.
30
bien poco
para que se
nos
quedara
sin
pierna.
Yo
es
que no consigo olvidarme
de cómo
lo
trajeron al
pobre
lleno de
sangre
a casa, y él
todavía
dijo:
-No
es
nada.
-Y
yo pensaba que el hombre
se
me
desangraba
entre las manos.
Son
cosas que se
quedan
grabadas.
Y
la
abuela, no obstante, hace tiempo
y a
que
las ha superado. Lo
que
pasa es
que
sus recuerdos le siguen
pareciendo
excepcio-
nales.
Cuando
ve
en
la
televisión
una
película
interesante, dice:
-Todo
eso
es inventado.
A mí que no
me engañen.
Te acuerdas, Karli,
de cuando·
nos bombardearon
la
casa ...
Luego
sigue
una
historia
que Karli
ha
oído
contar
ya
multitud
de
veces
con
infinidad de
variantes.
-Tu
padre acababa de entrar
de
aprendiz cuando empezó lo de
los
bombardeos.
Puede incluso que fuera todavía
a la
escuela.
Poco antes de terminar la Guerra Mundial
esos
locos lo
llamaron
a
filas,
a los servicios
auxiliares de aviación, y
le
tocó derribar
bombarderos.
¡A
los
niños como esos
los me-
tían
en
las
baterías antiaéreas
-¡Me parece
fenómeno
-la inte-
rrumpió
Karli.
-¿Fenómeno? A
ti
te parece fenó-
meno
porque vosotros os pasáis
el
día
corriendo
con las pistolas y jugado a guerras. Yo
te
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