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PERFIL DEL VOTANTE, EFECTO CAMPAÑA Y TRANSFORMACIÓN DEL
SISTEMA DE PARTIDOS
José Pablo Ferrándiz Magaña (Metroscopia)
Francisco Camas García (Metroscopia)
(BORRADOR)
RESUMEN
Esta comunicación tiene como propósito evidenciar la importancia del perfil
sociodemográfico del electorado como variable explicativa de los resultados de las
elecciones generales del 20 de diciembre de 2015. Más concretamente, en el marco de la
gran volatilidad electoral que impulsa la transformación del sistema de partidos en España
entre 2015 y 2016, este trabajo tiene como objetivo estudiar hasta qué punto la campaña
electoral tuvo un efecto decisivo en el resultado de los comicios. La hipótesis de partida
es que se produjo un realineamiento de los electorados que alteró la estimación previa de
sus principales rasgos: el PP recuperó votos de Ciudadanos; el PSOE fue aupado
principalmente por las mujeres; Podemos, el partido más joven y masculinizado; y
Ciudadanos sufrió un declive entre sus fortalezas (gente joven y de edades medias). En
definitiva, una parte destacada de los y las potenciales votantes cambió de opinión en el
último momento y reunió unas características determinadas.
Los resultados de las elecciones generales arrojaron unos resultados novedosos en la
historia electoral de nuestro país que han llevado a la transformación del sistema de
partidos, pasando de un sistema bipartidista imperfecto (Galli, 1966) a un sistema político
de pluralismo limitado y moderado (Sartori, 1980). Esta situación es inédita al menos por
dos razones: 1) el multipartidismo actual es competitivo, es decir, cuenta con cuatro
fuerzas políticas principales en un margen de 15 puntos porcentuales de voto, lo que les
permite tener orientación de gobierno y capacidad de conformar coaliciones; 2) los
perfiles de los nuevos y viejos partidos reflejan la existencia de dos grandes brechas en la
sociedad española: la generacional y la demográfica.
2
Este trabajo se sustenta en los estudios de opinión realizados por Metroscopia a finales
de 2015 y a principios de 2016, especialmente las encuestas preelectorales y
poselectorales de diciembre y de enero y febrero, respectivamente.
Palabras clave: elecciones generales, sistema de partidos, perfil del votante, campañas
electorales, encuestas
Las elecciones generales celebradas en España el 20 de diciembre de 2015 arrojaron unos
resultados inéditos en la historia electoral de nuestro país. Por primera vez desde la
restauración de la democracia, cuatro partidos políticos lograban superar el 10 % de los
votos pero ninguno de ellos conseguía alcanzar el 30 %. Además, nunca antes la
diferencia entre el primer y el cuarto partido, tanto en número de votos como en número
de escaños, había sido tan estrecha: 15.8 puntos porcentuales y 83 diputados. Asimismo,
el número de escaños logrado por la formación política que consiguió más votos (en este
caso, el Partido Popular) fue el más bajo de todos los procesos electorales anteriores
(123). Y fue, también, la primera vez que el segundo partido se quedaba por debajo de
los 100 diputados (el PSOE logró 90). Por otro lado, nunca antes la suma de porcentajes
de votos y la suma de escaños de los dos partidos principales habían sido tan reducidas:
50.7 % y 213 diputados (un 60.9 % del total de los 350 escaños que componen el
Congreso de los Diputados). Y otra novedad: fue la primera vez que dos partidos nuevos,
debutantes en unas elecciones generales, obtenían tantos votos y escaños como los
logrados por Podemos y por Ciudadanos: entre los dos sumaron casi nueve millones de
votos y 109 diputados (casi un tercio del Congreso). También fue la primera vez que los
españoles se fueron a la cama la noche electoral sin saber quién iba a ser su próximo
presidente del Gobierno. De hecho, por primera vez en la historia de España, ha habido
que repetir las elecciones generales por la falta de acuerdo de los diferentes partidos
políticos con representación parlamentaria para elegir a un Presidente. Tras las elecciones
de 2015, el 13 de enero de 2016 se iniciaba la XI Legislatura que finalizó el 3 de mayo
de este mismo año pasando a ser la más corta de la democracia española: solo ha durado
111 días. El 26 de junio de 2016 están convocadas unas nuevas elecciones generales en
nuestro país.
Con que solo se hubiera producido uno de estos resultados habría sido suficiente,
probablemente, para calificar las elecciones del 20 de diciembre como excepcionales.
3
Pero, sin duda, lo fueron al haber concurrido simultáneamente todos estos
acontecimientos. Estos comicios lograron, además, un plus de unicidad al haberse
celebrado en un contexto de crisis económica —la mayor crisis económica del periodo
democrático— y de crisis social —también la peor de, al menos, los últimos 30 años—.
En este sentido, los resultados de las elecciones del 20 de diciembre de 2015 permiten
afirmar, siguiendo la tesis de Morgan (2011), que el sistema de partidos español colapsó.
En su libro Bankrupt of representation and party system collapse, la autora mantiene la
teoría de que para que un sistema de partidos1 colapse tienen que producirse de manera
simultánea y en un corto período de tiempo dos circunstancias: el desmoronamiento
partidista y la transformación del sistema. Estos dos acontecimientos se han producido en
el caso español en apenas cuatro años: los que abarca la X Legislatura (transcurrida desde
el 13 de diciembre de 2011 al 27 de octubre de 2015). Por un lado, con respecto a las
elecciones de 2011 el PP ha perdido en 2015 más de tres millones y medio de votos (en
este periodo de tiempo los populares han pasado de lograr su mejor resultado histórico
con 10.866.566 votantes a 7.215.752) y el PSOE se ha dejado en ese tiempo casi un millón
y medio de electores (de 7.003.511 votos a 5.530.779, su peor resultado histórico2). Por
otro lado, la transformación del sistema se ha producido tanto el plano económico como
en el social y en el político. En el plano económico, la crisis iniciada en 2007 tuvo en
España un carácter dual: además de la crisis externa de carácter internacional nuestro país
tuvo que hacer frente a una serie de desequilibrios económicos propios que, tal y como
señaló el director general del Servicio de Estudios del Banco de España, “otorgó a la crisis
en España un componente de mayor complejidad y determinó un cierto retraso en la
capacidad de salida de la misma”3. Los desequilibrios a los que hace mención son,
primero, un exceso de concentración de recursos reales y financieros en el sector
inmobiliario; segundo, una tendencia al endeudamiento excesivo de empresas y familias
y, en tercer lugar, el desarrollo y expansión de ciertos problemas de competitividad.
1 Se utiliza la definición de sistema de partidos de Giovanni Sartori: “el sistema de interacciones que es
resultado de la competencia entre partidos”. Sartori, G. Partidos y sistema de partidos, 1, Madrid Alianza
Editorial, 1980, p. 69. 2 El retroceso electoral del PSOE se produjo ya de manera abrupta en las elecciones de 2011 cuando
perdió con respecto a los comicios precedentes de 2008 más de cuatro millones. Su suelo electoral hasta
ese momento. Es decir, en solo dos legislaturas (la IX y la X) el PSOE ha perdido casi seis millones de
votos. Fuente: Ministerio del Interior. 3 Así lo afirmó en una conferencia titulada “La economía española en la crisis mundial” que dio el 1 de
febrero de 2010 en Zaragoza dentro del Programa “Economía de la crisis y de la reactivación/Caja de
Ahorros de la Inmaculada de Aragón. Puede consultarse en
http://www.bde.es/f/webbde/GAP/prensa/intervenpub/diregen/estudios/ficheros/es/estu010210.pdf
4
Entre 2007 (el año justo antes del inicio de la crisis económica) y el 2014 el PIB a precios
de mercado español se redujo pasando de 1.080.807 millones de euros a 1.041.160
millones de euros. También se produjo un descenso del PIB por habitante pasando de
23.111 € a 22.261 €. Y decreció el número de empresas tanto las menores de 20
empleados (de 3.246.329 a 3.059.140) como las de más de 20 empleados (de 90.328 a
60.170). El coste por hora trabajada se incrementó de 12.7 € a 14.6 €4.
En el plano social, año tras año desde el inicio de la crisis económica5 la desigualdad se
ha ido incrementando en nuestro país, en gran parte, como consecuencia del aumento del
desempleo. Se pasó de una tasa de paro del 9.6 % en el primer trimestre de 2008 (el 9 de
marzo de ese año se celebraron elecciones generales) a una del 22.6 % en el cuarto
trimestre de 2011 (coincidiendo con las elecciones generales de ese año). Desde entonces
y hasta el cuarto trimestre de 2015 (coincidiendo con las elecciones generales del 20 de
diciembre) ese porcentaje ha permanecido por encima del 20 %6. En el caso de los más
jóvenes (los menores de 25 años), la tasa de desempleo se ha mantenido próxima o ha
superado el 50% en este período de tiempo. A pesar de las duras medidas adoptadas —
primero por el Gobierno socialista de Zapatero y posteriormente por el Gobierno popular
de Rajoy— el número de parados continuó alcanzando cifras estratosféricas y atípicas en
comparación con los países europeos de nuestro entorno7. Una de las consecuencias de la
mala situación económica nacional ha sido el incremento de jóvenes españoles que han
emigrado al extranjero: según el Instituto Nacional de Estadística, entre los años 2012 y
2014 se han producido 525.3858 emigraciones de españoles entre los 18 y los 35 años8.
Entre otras cuestiones, esta migración ha afectado al Censo Electoral: en el de 2011 los
menores de 35 años suponían el 24.8% y en el 2015 tres puntos menos: el 21.8%. Una
diferencia que, como se verá más adelante, ha tenido implicaciones directas en el
resultado de las elecciones generales.
Por otro lado, la variación de las rentas también ha incidido en el incremento de la
desigualdad. En el periodo comprendido entre 2007 y 2015, el 30 % con menos renta ha
4 Estos datos pertenecen a un estudio del Consejo Económico y Social que ofrecen una panorámica
cuantitativa de la evolución de los principales fenómenos económicos, laborales y sociales de España desde
el año 2007 hasta el 2015. Puede consultarse en:
http://www.ces.es/documents/10180/3318071/Cauces_30_pp106-119.pdf 5 http://economia.elpais.com/economia/2014/06/26/actualidad/1403806469_557818.html 6 Puede consultarse la evolución de la tasa de paro en:
http://www.elmundo.es/grafico/economia/2014/10/24/544a3a98268e3ece028b456d.html 7 Alemania, por ejemplo, pasó de un desempleo del 11.3 % en 2005 —cuando llevó a cabo un duro
programa de ajustes— a uno por debajo del 6% en 2011, en plena crisis económica. 8 Por emigrado el INE entiende a quien, habiendo sido residente habitual en el territorio que se toma en
consideración (España, en este caso) deja de ser residente habitual por un periodo de al menos 12 meses.
5
perdido alrededor de un 20 % de sus ingresos, el 30 % con rentas medias —las clases
medias— han perdido entre un 6 % y un 7 % (las medias-altas algo menos) y, sin
embargo, las rentas muy altas han subido desde 2007. Las personas que en 2004 vivían
en hogares con un nivel de renta medio llegaban al 59%. Tres años más tarde, el
porcentaje creció hasta un 60,6%, el máximo histórico. A partir de ahí no ha dejado de
caer y en 2013, bajó al 52%. En total, en esos nueve años la clase media ha perdido cerca
de 3,5 millones de personas. La crisis económica ha traído un descenso de la renta
disponible de las familias. Hasta 2007 crecía, llegó a acercarse a una media de 28.000
euros. Ese año alcanzó su máximo y desde entonces no ha parado de caer. En 2013, ha
quedado en poco más de 22.000 euros, un 20% menos que seis años antes. Pero esta
reducción no ha sido uniforme. La distribución de personas según el nivel de renta de los
hogares en que residen lo muestra con claridad. En 2007, el 60,6% de la población
española, formaba parte de familias que se podían considerar de clase media, el 26.6 %
en la clase baja y el 12.8 % en la alta. Seis años después la parte de abajo de la pirámide
había crecido significativamente. Las personas que se podían considerar clase baja habían
pasado a 38,5%. Los integrantes de hogares con rentas medias bajaron en más de ocho
puntos porcentuales, hasta el 52,3% y cayeron hasta poco más de 24 millones. En seis
años, este colectivo ha menguado en unos 3,5 millones de personas. Estos son algunos de
los datos que analiza con detalle un estudio sobre la evolución en la distribución de la
renta a comienzos del siglo XXI en el que su autor principal (Goerlich, 2016) ofrece
algunas importantes conclusiones. La primera es que el nivel de vida de los hogares
españoles se ha ido deteriorando de forma importante desde 2007. Los datos recopilados
hasta el año 2013 indican que la renta per cápita y por hogar al inicio de la segunda década
del siglo XXI ha retrocedido a niveles de finales del siglo pasado. En segundo lugar, se
observa que la distribución de la renta también ha empeorado de forma sustancial desde
2007. No solo la renta ha caído, sino que el reparto de la misma, su distribución, ha
empeorado notablemente desde el inicio de la crisis. Según el autor, 2007 marca
claramente un punto de inflexión en lo que se refiere a la situación de las economías
domésticas. Los niveles de desigualdad se situaban en 2013 en máximos históricos desde
que hay registros de encuestas de hogares. En tercer lugar, concluye que el reparto de la
crisis económica ha sido muy desigual afectando en mayor medida a los estratos inferiores
que han visto cómo sus niveles de vida disminuían de forma drástica generando
situaciones de pobreza y exclusión social desconocidos en nuestro país desde hace
décadas.
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En el plano político, la transformación ha sido evidente. El realineamiento electoral de
los ciudadanos en los últimos años ha provocado que el sistema de partidos español haya
pasado —utilizando la clasificación clásica de Sartori9— del bipartidismo vigente en las
últimas dos décadas (al que se le puede añadir la expresión “imperfecto” que acuñó
Giorgio Galli (1966) para definir el sistema político italiano de la década de los sesenta),
a un sistema de pluralismo limitado y moderado inédito en nuestro país. Inédito porque
si bien es cierto que hay cierto consenso académico en definir también como
pluripartidista limitado el sistema de partidos emanado de las urnas en las dos primeras
elecciones democráticas tras la dictadura franquista, el de los años setenta se trataba de
un multipartidismo que cabría definir como no competitivo. Sin embargo, el
multipartidismo presente en la política nacional tras los comicios de 2015 es claramente
competitivo, con cuatro fuerzas políticas —PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos—
orientadas hacia el gobierno, es decir, con disponibilidad para coaliciones
gubernamentales.
¿Pero cuáles son las causas que están detrás del colapso? ¿Qué motivos inciden en la
transformación del sistema y en el desmoronamiento de los partidos que acaban
provocando el colapso del sistema de partidos?
En su libro —y tras comparar varios países en los que el sistema de partidos ha colapsado
en diferentes momentos: Italia, Colombia, Venezuela o Bolivia— Morgan plantea la
hipótesis según la cual un sistema de partidos acaba colapsando cuando el sistema en su
conjunto falla a la hora de conectar con la mayoría de los ciudadanos. La vinculación
entre el sistema y los ciudadanos puede lograrse a través de tres estrategias principales:
mediante lo que llama la representación programática, mediante la incorporación de
intereses de grupo y mediante intercambios clientelares. Lo que sostiene la autora es que
cuando los sistemas pierden la capacidad para conseguir el apoyo de los ciudadanos a
través de cada uno de estos mecanismos —es decir, cuando las tres estrategias de
conexión fracasan simultáneamente— la vinculación entre el sistema y los electores falla
y el sistema de partidos acaba colapsando. Morgan explica por qué pueden frustrarse cada
una de esas estrategias.
9 En este trabajo se utiliza la clasificación de Sartori —que se desarrolla en el capítulo de este trabajo
referido al estado de la cuestión en el estudio de los sistemas de partidos— en lugar de la de Morgan.
7
La representación programática se deteriora cuando coinciden, al mismo tiempo, tres
acontecimientos. En primer lugar, la existencia de una situación de crisis política —
debida, específicamente, al agotamiento de los modelos de política establecidos— que da
lugar a una serie de retos, de problemas urgentes, que exigen respuestas innovadoras por
parte de los principales partidos políticos. En segundo lugar, la presencia de una serie de
restricciones internacionales que limitan las opciones políticas de los partidos para hacer
frente a la crisis. Y, en tercer lugar, los acuerdos entre los principales partidos que impide
a los ciudadanos percibir diferencias programáticas significativas entre ellos. Ante esta
situación —la gente rechaza la política del status quo y los acuerdos entre partidos no
permiten distinguir entre las políticas del gobierno y las de la oposición— los ciudadanos
no perciben alternativas programáticas en el sistema de partidos vigente y se ven en la
necesidad de buscar fuera del sistema otras opciones políticas o ideológicas que les
resulten creíbles.
La incorporación de intereses —el ingreso de los ciudadanos al sistema político — se
ve limitada por dos motivos: a) cuando se producen una serie de transformaciones sociales
que hacen que algunos grupos sociales puedan sentirse excluidos del sistema; y b) porque
las estructuras organizativas de los partidos políticos impide participar en ellos a estos
mismos grupos.
Finalmente, el deterioro del clientelismo se produce cuando debido al impacto de una
crisis económica, empiezan a decaer amplias redes de corrupción (el clientelismo
colapsa). En consecuencia se produce una reducción de las rentas a repartir (se socava la
capacidad de los partidos para satisfacer la demanda) y hace que los electores se vuelvan
más críticos y exigentes. En otras palabras, la demanda ciudadana de cambios sociales
aumenta al tiempo que la crisis económica provoca una reducción del suministro de
recursos por parte de los partidos. Esta circunstancia se agrava si en el transcurso de los
acontecimientos tienen lugar otro tipo de elecciones de un orden diferente al nacional
(locales, regionales, europeas…), porque obliga a los partidos políticos tradicionales a
multiplicar los incentivos para intentar volver a atraer a sus electores a las urnas.
En la Figura 1 se esquematiza el modelo completo del colapso del sistema de partidos tal
cual lo define Morgan en su libro.
8
Figura 1
Este proceso, con algunas particularidades, es el que se ha producido en España en el
período que se analiza en el presente estudio. En primer lugar, desde las elecciones
generales de 2008 —las últimas ganadas por el PSOE con Zapatero al frente— y hasta
las de 2011 —cuando se produjo un recambio en el Gobierno nacional y el PP sustituyó
al PSOE tras dos legislaturas consecutivas de gobierno socialista— la insatisfacción
ciudadana tanto con el Gobierno como con la oposición alcanzó porcentajes nunca antes
conocidos. Por primera vez en nuestra historia democrática, la desconfianza hacia los dos
principales candidatos a presidir el Gobierno de la nación era un sentimiento compartido
por la amplia mayoría de la población. A solo un día para la celebración de las elecciones
9
generales, el candidato socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, inspiraba poca o ninguna
confianza a tres de cada cuatro electores (75%), y lo mismo le ocurría al candidato popular
Mariano Rajoy (dos de cada tres ciudadanos: 66 %)10. Unos porcentajes que se
mantuvieron prácticamente inalterables a lo largo del mes previo a los comicios (Gráfico
1). Y se llegaba a la cita electoral con una percepción ciudadana de la política, de los
políticos y de los partidos abrumadoramente negativa. De hecho, para la mayoría de la
ciudadanía estos últimos pasan a ser una parte del problema y no de la solución. En el
Barómetro de Octubre de 2011 de CIS (un mes antes de las elecciones), “los políticos en
general, los partidos políticos y la política” pasaban a ocupar para los ciudadanos el tercer
puesto del ranking de problemas que sufría España en esos momentos, solo por detrás del
paro y los problemas de índole económica.
Las políticas adoptadas por el Gobierno del PP para intentar combatir a la crisis
económica —que lejos de remitir, aumentaba en profundidad y extensión — no se
diferenciarse sustancialmente —o así lo percibía la mayoría de ciudadanos— de las
aplicadas por el último Gobierno socialista. La sensación mayoritaria de que quienes
marcaban la agenda económica española no eran los partidos políticos nacionales sino
organismos internacionales (los mercados, la troika, Europa…) fue socavando la
confianza ciudadana en el sistema: los principales partidos políticos no tenían margen de
maniobra —o así se percibía— para aplicar políticas diferentes a las marcadas por esos
10 Los datos corresponden a la última oleada de un tracking preelectoral llevado a cabo por Metroscopia
entre los días 15 y 19 de noviembre de 2011. Se realizaron 2.012 entrevistas a razón de unas 400 entrevistas
diarias afijadas mediante muestreo estratificado por región y tamaño de hábitat proporcional a la
distribución de la población electoral y con aplicación de cuotas de sexo y edad para la selección de la
unidad última.
10
agentes externos (Cuadro 1). El recambio político que se había producido tras las
elecciones generales de 2011 se transformaba en continuidad. El PP implementaba una
serie de medidas económicas que diferían muy poco de las llevadas a cabo por el anterior
Gobierno socialista y la crisis seguía sin remitir. Medidas que, de nuevo, los ciudadanos
percibían que venían impuestas desde fuera. La vinculación basada en la representación
programática de la que habla Morgan quedaba deteriorada.
CUADRO 1
“¿ESTÁ DE ACUERDO O EN DESACUERDO CON LA AFIRMACIÓN DE QUE LAS MEDIDAS DE AJUSTE
ECONÓMICO PARA RECORTAR EL GASTO PÚBLICO QUE HA DECIDIDO LLEVAR A CABO EL GOBIERNO
DE ESPAÑA SON IMPUESTAS DESDE FUERA DE ESPAÑA?” (En porcentajes)
Total entrevistados
Entrevistados que en las Elecciones Generales de
2008 votaron al…
PSOE PP
De acuerdo 64 63 65
En desacuerdo 22 28 21
NS/NC 14 9 14
Fuente: Clima Social de diciembre de 2010 de Metroscopia para EL PAÍS. Ficha técnica: 1000 entrevistas estratificadas
por la intersección hábitat/Comunidad Autónoma y distribuidas de manera proporcional al total de la región. Cuotas de
sexo y edad a la unidad última (individuo). Fecha de campo: Entre el 1 y el 2 de diciembre de 2010. Margen de error:
+ 3.2 puntos.
En segundo lugar, la crisis económica iniciada a mediados de 200711 provocó una
importante crisis social caracterizada, principalmente, por un aumento de las tasas de paro
y un incremento de las de las desigualdades sociales hasta niveles prácticamente
desconocidos en, al menos, los últimos cuarenta años. Estas transformaciones sociales
provocaron la expulsión del sistema de importantes grupos sociales (especialmente los
jóvenes) que dejaron de sentirse representados por el sistema y por los partidos políticos
existentes. Lejos de autoexcluirse, lo que estos grupos reclamaban era participar
activamente en las soluciones políticas. Pero enfrente se encontraron unos partidos
cartelizados (Katz y Mair, 2004): rígidos en su funcionamiento, endogámicos y alejados
de las necesidades y de las demandas de sus conciudadanos. Un dato relevante que no
puede pasar inadvertido es que en el mes de julio de 2011 se hizo público que por primera
11 George Soros— inversor, filántropo y especulador financiero que se hizo famoso al hacerse
multimillonario especulando con divisas, llegando a quebrar el Banco de Inglaterra— considera que: “el
golpe de la crisis financiera de 2008 puede fijarse oficialmente en agosto de 2007. Fue cuando los bancos
centrales tuvieron que intervenir para proporcionar liquidez”. Soros, G. (2008). El nuevo paradigma de
los mercados financieros. Madrid: Taurus.
11
vez en la historia reciente de España se perdía población. Las emigraciones eran mayores
que las inmigraciones12. La vinculación ligada a la incorporación de intereses fue
cercenada.
Y en tercer lugar, para cerrar el modelo que define el colapso del sistema de partidos, hay
que tener en cuenta los casos de corrupción política que han salpicado la política nacional
desde el inicio de la crisis económica. La corrupción (el clientelismo) no supone, por
supuesto, una novedad en nuestra historia democrática, pero con el avance y
profundización de la crisis económica y la consecuente crisis social, la corrupción
emergió como un problema que personalmente afectaba a los ciudadanos. La crisis
económica redujo, sin duda, las redes de corrupción política debido a la disminución de
los recursos disponibles. Pero también, y quizá sea lo más relevante en el caso español,
redujo los incentivos que los electores podían tener para votar a los partidos salpicados
por casos de corrupción. Como señaló Ignacio Sánchez Cuenca en un artículo publicado
en EL PAÍS en abril del 201013, los efectos colaterales de la corrupción “no se
materializan inmediatamente: operan más bien como un óxido que va corroyendo poco a
poco la confianza en el partido y en sus cuadros”. La combinación de crisis económica y
corrupción llevó a muchos electores, que se sentían traicionados, a dejar de identificarse
con aquellos partidos vinculados a esas prácticas socialmente reprobables y, por tanto, a
no votarlos. El sistema político clientelar y la corrupción conllevaron que los españoles
percibieran que ni el Estado ni el mercado (la economía) estaban al servicio de los
ciudadanos. Decaía, así, el vínculo asociado al clientelismo.
El sistema de partidos español no había colapsado con anterioridad a 2015 porque en
ningún momento se había producido una desvinculación entre el sistema y los ciudadanos
en los términos que plantea Morgan en su tesis. Y no se había producido porque cuando
dejaba de haber continuidad en el plano político siempre había recambio. En otras
palabras, cuando los ciudadanos dejaban de confiar en el partido en el Gobierno (fuera
este PP o fuera PSOE), siempre visualizaban y confiaban en la alternancia política como
solución. El sistema colapsa a lo largo de la X Legislatura porque deja de haber
12 http://elpais.com/diario/2011/07/25/sociedad/1311544803_850215.html 13 El artículo se encuentra disponible en:
http://elpais.com/diario/2010/04/16/opinion/1271368804_850215.html
12
continuidad —los ciudadanos dejan de confiar en el Gobierno del PP— y no se visualiza
el recambio —la alternancia del PSOE había dejado de ser para los ciudadanos una
alternativa: habían dejado de confiar en él a mitad de la última legislatura de Zapatero y
seguían sin hacerlo a mitad de la legislatura de Rajoy, cuando los apoyos electorales al
PP se estaban desplomando—. Al mismo tiempo, el colapso se produce porque los otros
dos partidos de ámbito nacional, —Izquierda Unida (IU) y Unión Progreso y Democracia
(UPyD)— no son capaces de capitalizar el desgaste de populares y socialistas y no
cumplen, por tanto, con su potencial función de cambio. A esto hay que añadir el
incremento de las tensiones nacionalistas —sobre todo, y de manera especial, en Cataluña
con motivo del debate sobre su independencia del resto de España— que dificulta (si no
impide) que a los partidos nacionalistas se les vuelva a atribuir el papel que
tradicionalmente habían solido jugar de socios determinantes en la estabilidad de los
gobiernos nacionales minoritarios tanto del PP como del PSOE14. Sin continuidad y sin
recambio, hace falta cambio. Tienen que aparecer nuevos partidos que no existían —
Podemos y Ciudadanos15— para cubrir las expectativas y necesidades de ese demandado
cambio. En las elecciones del 20 de diciembre de 2015 en torno a nueve millones de
electores variaron su comportamiento electoral con respecto a los anteriores comicios de
2011. Junto a las de 198216, estas últimas de 2015 han sido las elecciones en las que la
volatilidad electoral ha sido más elevada de la historia electoral española. Y esta afectó a
unos grupos sociodemográficos más que a otros (y a unos partidos por encima de otros).
La brecha generacional y demográfica tras el colapso
El envejecimiento de la sociedad española no se detiene y supone un reto no solo
económico sino también político. En el censo electoral de cara a las próximas elecciones
del 26 de junio de 2016, el peso de las personas con derecho a voto de más de 55 años es
del 40%, mientras que el de menores de 35 años es casi la mitad (21%). Este fenómeno
demográfico en aumento ha derivado, tras el impacto de la crisis económica, en una
brecha generacional con una intensidad sin precedentes. De hecho, detrás de la
14 Además de que, en esta ocasión, los diputados obtenidos por los partidos nacionalistas vascos y
catalanes no eran, por sí solos, suficientes para facilitar mayorías gubernamentales del PP o del PSOE. 15 En realidad, la creación de Ciudadanos se remonta a 2006, pero su ámbito de actuación política queda
circunscrito fundamentalmente a Cataluña. Aunque ya se había presentado a las elecciones Europeas de
2009 y 2014, no es hasta 2015 cuando se produce su expansión nacional. 16 López Pintor y Justel (1982) hablan de una volatilidad de casi el 40 % (unos diez millones de votos)
entre las elecciones de 1979 y 1982. Otros autores elevan esa cifra hasta “entre seis y ocho electores de
cada 10” (Santamaría, 1984).
13
transformación el sistema de partidos español se halla un cleavage generacional con un
efecto directo en la moderada materialización de las expectativas de cambio señaladas un
poco más arriba. Dicho de otro modo, la demografía española, en su diversidad de
actitudes y comportamientos políticos, ha actuado como un freno parcial al avance de las
demandas de cambio tal y como hasta aquí se han definido y, al mismo tiempo, ha dado
continuidad –también parcial– al propio sistema. En palabras de Gramsci (1977), “la crisis
consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este terreno se
verifican los fenómenos morbosos más diversos”. Ni PP ni PSOE han desaparecido y
tampoco Podemos y Ciudadanos han sustituido a los dos grandes históricos. Este
fenómeno no es, pues, explicable en términos politológicos sino que tiene también incluye
razones de corte sociológica.
En un artículo reciente17 se señalaba que actualmente conviven en España cuatro
generaciones: desde los nacidos antes del final de la guerra civil hasta los que vieron la
luz en los albores de la democracia. Esto permite destacar una de las claves del presente
político: la persistencia de una cultura bipartidista entre ciudadanía que mayoritariamente
ha dado el giro hacia el multipartidismo. Los datos recientes disponibles18 indican que el
componente generacional es esencial para comprender esta situación: tres de cada cuatro
jóvenes –entre 18 y 34 años– (76%) cree que lo mejor para España es la existencia de un
sistema multipartidista con varios partidos de tamaño similar, en cambio entre quienes
tienen 55 años o más este porcentaje cae a un poco más de la mitad (58%), casi 20 puntos
porcentuales menos. Entre estos últimos, casi el 40% sigue prefiriendo el bipartidismo
como el sistema que más le conviene al país. El factor ideológico es en este sentido
decisivo, pues este mismo segmento de edad está conformado en su mayoría por votantes
del PP (50%) y en menor medida del PSOE (15%) y Ciudadanos (11%)19.
En el momento de redactar este trabajo, los datos referidos a los potenciales votantes de
los cuatro principales partidos (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos) de cara a las
elecciones generales del 26 de junio reflejan con claridad la existencia de esta brecha
17 Enric Juliana, “Las cuatro generaciones”, La Vanguardia (8/03/2015). En la pieza periodística el autor
recoge el trabajo del demógrafo Jaime Miquel. 18 Banco de datos de Metroscopia (meses de abril y mayo de 2016; muestra de 4.800 entrevistas) 19 El porcentaje restante corresponde a otros partidos, a votos en blanco y abstencionistas.
14
generacional. Conforme aumenta la edad, mayor cantidad de votantes populares y
socialistas y conforme disminuye, son mayoría los votantes de Podemos y Ciudadanos.
La incidencia de este factor generacional ya se preveía tiempo antes de las propias
elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 y, con estos nuevos datos, se consolida
la imagen de una sociedad dividida prácticamente en dos.
Apenas dos meses antes del 20D se remarcaba que, efectivamente, esta ruptura
generacional se proyectaba de forma irreductible pero que sus efectos se podrían ver
atenuados por la incidencia de la particular demografía española y, en cierta medida,
también de la movilización electoral.
La población española con derecho a voto entre 2011 y 2015 aumentó en 340 mil personas
pero de una forma desigual según tramos de edad. Una muestra del proceso continuo de
envejecimiento es que casi la misma cifra en que aumentó la población de 55 años o más
(940 mil) disminuyó la población de entre 18 y 34 años. En definitiva, los mayores (40%)
supusieron casi el doble de electores potenciales para el 20D que los jóvenes (22%).
Evidentemente, la mayor o menor incidencia de la brecha generacional en términos de
inclinaciones partidistas mostradas en el gráfico anterior dependería del cuán alta fuera la
participación electoral en cada grupo de edad. En ese momento, se estimaba que sería 16
puntos porcentuales más la de los mayores (79%) que la de los jóvenes (63%).
15
La demografía española parece que jugaba en contra de Podemos y Ciudadanos. La
formación morada encontraba su fortaleza justamente en las personas jóvenes,
fundamentalmente hombres y en ciudades grandes. Teniendo en cuenta la dispar
motivación para acudir a las urnas según la edad del votante, la dependencia de una alta
participación electoral entre la gente joven no sería suficiente, a priori, para competir por
la primera posición.
Algo similar le ocurría a Ciudadanos, ya que este partido aparecía segundo en intención
de voto entre la gente joven y a gran distancia de PP y PSOE. No obstante, es cierto que
su principal fortaleza se registraba entre el grupo de edades medias (35-54 años), el más
activo laboralmente (el 62% posee trabajo remunerado) y más masculinizado (53% son
hombre y 47% mujer –lo que se correspondía con la situación ocupacional a nivel
nacional-). Su liderazgo entre las personas trabajadoras entre 35 y 54 años era el
componente que le otorgaba ventaja sobre Podemos y sobre el PSOE, pues no solo se
mostraban más movilizadas (68% decía que iría a votar) sino que su peso demográfico en
el censo electoral es claramente superior al de los jóvenes (38%). Con estos datos, la
formación de Albert Rivera estaba en condiciones de ser la segunda fuerza política.
Esta brecha generacional entre cohortes de población más inclinadas hacia los partidos
emergentes (fundamentalmente gente joven) y otras en donde el bipartidismo PP-PSOE
se mantiene arraigado (gente mayor) permitía describir los potenciales votantes de cada
partido y, al mismo tiempo, dar cuenta de cómo estos desequilibrios otorgaban más
posibilidades de competición a unos que a otros. Tras recalcular el porcentaje de votos
que obtendrían, según estimaba Metroscopia, los cuatro principales partidos de acuerdo
al censo electoral los votos que obtendrían PP y PSOE se distribuían de forma casi
idéntica: la mitad de sus votos provendrían de personas con 55 o más años, principalmente
jubilados y pensionistas, un tercio tendrían entre 35 y 54 años y algo más de un 10%
serían jóvenes.
16
Si se echa la vista atrás, la caída del PSOE entre votantes jóvenes y de edades medias
viene de lejos: más concretamente perdió la mitad de este voto entre 2008 y 2011. De
cara a las elecciones de 2015, este decrecimiento se vio igualmente acentuado,
quedándose probablemente en un 25% de lo que fue en hace siete años. En el caso del
PP, la fuga de votantes en estas edades parecía que se iba a producir el pasado 20D, ya
que en los comicios de 2011 mejoró incluso su resultado en estos estratos.
Estos espacios perdidos por PP y PSOE eran justamente en los que parecían asentarse
Ciudadanos y Podemos. Pero, si el bipartidismo resistía, lo hacía fundamentalmente
porque la presencia de las formaciones emergentes entre edades avanzadas sería poca o
muy poca.
17
El censo registraba que 13,8 millones de personas tenían 55 o más años, es decir, el 40%
del total. La comparación entre los votos que obtendría el tándem PP—PSOE y el tándem
C’s—Podemos en el grupo poblacional más numeroso y más movilizado, sería de más de
20 puntos porcentuales de diferencia a favor del bipartidismo.
Esta parecía una barrera difícil de saltar para los nuevos partidos de cara al 20D. De
cualquier manera la participación electoral era una cuestión fundamental porque
determinaría el mayor o menor avance de los partidos emergentes, los más necesitados
de que la gente joven y de edades medias se movilizara.
Sin embargo, se erró en la estimación de participación y esto, según los sondeos
posteriores a las elecciones, tuvo obviamente un impacto en los resultados generales pero,
también, en particular en la dispersión entre el voto estimado y el real para Ciudadanos.
Pero antes de entrar en el análisis de los perfiles de los votantes no puede dejarse de lado
lo destacado de la campaña electoral, que fue decisiva. La incertidumbre generada por el
alto grado de volatilidad dio pie a que un gran número de electores tomara la decisión en
los últimos días y esto condicionó la previsión de las encuestas.
El efecto campaña y los votantes indecisos
Una cosa es la intención de ir a votar a un partido y otra es hacerlo. La cuestión está en
cómo medir el camino —a veces tortuoso— de la actitud al comportamiento y no tanto
para predecir el desenlace sino para explicar cómo se ha llegado hasta él. El análisis de
las tendencias de las formaciones políticas en el último tramo del 2015 permitió constatar
que en el resultado del 20D la campaña electoral y, en ella, los debates fueron
decisivos, tal y como se pronosticaba. Los decididos a votar pero indecisos en cuanto a
qué partido (en torno al 25%). finalmente se decantaron. Podemos y Ciudadanos fueron
los que mejor representaron las consecuencias del efecto campaña.
18
Para empezar, las elecciones catalanas del 27 de septiembre supusieron el punto de
inflexión que marcó el despegue de Ciudadanos y el descuelgue de Podemos. Mientras la
formación naranja parecía contar con el viento a favor, la morada registraba sus peores
datos.
Entonces llegó el Cara a Cara del 17 de octubre entre Albert Rivera y Pablo Iglesias. En
un informal y distendido formato, se reflejó el buen momento del líder naranja y, al mismo
tiempo, se puso sobre la mesa quiénes serían los denominados agentes del cambio: “lo
nuevo frente a lo viejo”. Al margen de la actuación de los dos líderes en el debate, el
número de potenciales votantes de ambos partidos de ahí en adelante aumentó. Los dos
se beneficiaron de la llamada de Jordi Évole.
Apenas unos días antes del comienzo de la campaña electoral, y después del Debate a
tres organizado por EL PAÍS el 30 de noviembre, Ciudadanos era ya la primera fuerza en
intención de voto y Podemos había recuperado tres puntos porcentuales desde los
comicios en Cataluña. Los dos parecían llegar en buen estado de forma a la recta final
pero las estrategias, los discursos y el desgaste acumulado hicieron mella: para bien en el
caso de Podemos y para mal en el de Ciudadanos.
Efectivamente, la campaña fue decisiva desde el principio. El Debate a Cuatro del 7 de
diciembre —apenas tres días después del inicio— supuso el primer y gran aviso. Una
semana después, el sondeo preelectoral de Metroscopia del 14 de diciembre —en pleno
19
ecuador de la campaña— recogió con toda claridad el golpe de efecto: Iglesias
sobrepasaba a Rivera en intención directa de voto.
En definitiva, el escrutinio final resultó muy marcado por todos los avatares de los
intensos 15 días previos a las elecciones. Solo como consecuencia de lo ocurrido en la
campaña, Ciudadanos habría perdido seis puntos porcentuales de voto sobre censo (del
16.2% al 10.1%) mientras que Podemos habría ganado casi cuatro puntos (del 11.3% al
15.0%).
En momentos de gran incertidumbre y volatilidad, el buen manejo de los instantes finales
puede marcar la diferencia. En el escenario postelectoral se detectó precisamente hasta
qué punto tuvo impacto la campaña: hizo que buena parte del electorado cambiara de
opinión en último momento. Según las encuestas poselectorales, el PP recuperó votos de
Ciudadanos, el PSOE fue aupado principalmente por las mujeres, Podemos fue el partido
más joven y masculinizado y Ciudadanos se desinfló entre sus fortalezas (gente joven y
de edades medias). Estas conclusiones son extraídas de los datos disponibles antes de las
elecciones (encuesta preelectoral de diciembre) y después (sondeos posteriores de enero
de 2016).
20
Los temas y las decisiones tomadas durante la campaña, especialmente los días más
próximos a los comicios, parece que marcaron la diferencia. Teniendo en cuenta que el
sondeo preelectoral se realizó justamente una semana antes de las elecciones, cualquier
variación estuvo en realidad muy condicionada por lo sucedido en esos últimos días. La
gran volatilidad registrada daba pie a ello. Sin embargo, el dato de participación fue
desconcertante: no resultó una elección tan atractiva como se pensaba pues la cifra fue
del 73%, lejos del 77% que se anticipaba. ¿Quién se quedó finalmente en casa? ¿Qué
partido recuperó o perdió votantes? Y más importante aún, ¿qué características presentan
esos votantes fieles, nómadas o desencantados?
El perfil del votante antes y después del 20D
Para intentar dar respuestas a estas preguntas se analiza el perfil del potencial votante —
quien antes de las elecciones tenía intención de votar a un partido— en comparación con
el perfil del votante declarado —quien pasadas las elecciones dice haber votado a un
partido—. Esta comparación es vulnerable al menos a tres sesgos20, pero es una de las
herramientas analíticas más cercanas y consistentes respecto a lo que realmente pudo
pasar. Básicamente nos acerca a un posible balance electoral del 20D: qué se preveía y
qué acabó ocurriendo para los principales partidos.
El PP pudo recuperar votantes que plantaron a Ciudadanos en el último momento. Para
los populares, la campaña electoral supuso una recuperación de votos que apenas unos
días antes de las elecciones estaban en manos de Ciudadanos. ¿A quién pertenecían? La
mayoría de hombres entre 35 y 54 años, precisamente una de las aparentes fortalezas de
la formación naranja.
20 De forma general, el recuerdo de voto como variable de análisis está condicionado al menos por tres
circunstancias: 1) el factor olvido: la persona entrevistada puede no acordarse del partido por el que votó,
aunque es menos probables dada la cercanía con la fecha de los comicios; 2) la persona entrevistada
puede reescribir la historia de su comportamiento a partir de lo que sucedió o lo que pueda estar
sucediendo coyunturalmente en el momento de la entrevista; o 3) existe un sesgo de deseabilidad social
según el cual reconocer la abstención electoral puede ser algo mal visto.
21
Este perfil de votante masculino de edad media, urbano y con trabajo remunerado pareció
decidirse in extremis y solo en parte por el PP. En total le supuso un 22% del total de sus
votos, 9 puntos porcentuales más de lo que a priori iba a obtener en las urnas. De todos
modos, no debe descartarse tampoco que en lugar de un votante popular camuflado en las
siglas naranjas, se tratara de un voto oculto o no declarado. Sin embargo, parece encajar
mejor la primera hipótesis, ya que es precisamente ahí, en ese tramo de edad, en el que
Ciudadanos experimenta sus mayores pérdidas —como se ve más adelante—.
En cambio, el voto popular de hombres con más de 65 años (14%) fue bastante menor
que el esperado (21%), siete puntos porcentuales menos. Las mujeres con estas edades se
mantuvieron más fieles. De ahí que, en general, la elasticidad del voto popular se
concentra entre los hombres, especialmente los que tienen entre 35 y 54 años y 65 o más
años.
Por último, es destacable que de los 7.2 millones de votos que obtuvo el PP, solo un 11%
eran jóvenes (menos de 800 mil), siendo más de la mitad mujeres.
El PSOE tuvo más éxito entre las mujeres de lo esperado, sobre todo las jóvenes (+4
puntos porcentuales) y las de 55 a 64 años (+5 puntos porcentuales). De hecho, los datos
postelectorales registran que el peso del voto al PSOE de las mujeres sobre el total fue el
más alto de todos los partidos: de los 5.5 millones de votos que lograron, el 56% (casi 3.1
millones de votos) fue voto femenino. En cambio, un 4% de las mujeres con más de 65
años, que en un principio se decantaban por esta formación, no solo no acabaron votando
a este partido sino que aparentemente ninguna de las otras principales formaciones pudo
reunir el atractivo necesario para ellas.
22
Esta destacada variación en el electorado femenino socialista va en consonancia con la
previsión de mayor indecisión entre las mujeres que entre los hombres. El PSOE no solo
ha dependido de las mujeres en mayor medida que de los hombres, sino que su potencial
crecimiento parece estar más en el lado de ellas que de ellos.
Por último, cabe mencionar la baja penetración socialista entre la gente joven, con unos
valores ligeramente mejores a los esperados, pero muy similares a los del PP (por debajo
del 10% tanto en hombres como en mujeres).
Podemos —contabilizando en conjunto a En Comú Podem, Compromis-Podemos y En
Marea— parece haber logrado los apoyos más asimétricos en términos de edad, ya que
no consiguió ser una marca atractiva para las personas mayores. El 73% de sus votantes
tiene menos de 55 años, un porcentaje que se divide en dos mitades iguales entre personas
jóvenes (18-34 años) y de edades medias (35-54 años). Solo el 27% de sus votantes tiene
55 o más años, 13 puntos porcentuales menos que el peso real de esta población en el
censo electoral (40%).
23
Desde el punto de vista del género, se constató que Podemos es el partido más
masculinizado. Para esta formación el peso del voto femenino fue el más bajo de todos,
exactamente el opuesto al del PSOE: el 44% del escrutinio morado correspondería a
mujeres (algo menos de 2.3 millones de votos de un total de casi 5.2 millones). No
obstante, su resultado acabó siendo mucho más equilibrado en comparación con los datos
que auguraba el sondeo preelectoral (37% mujeres y 63% hombres).
Muchos hombres jóvenes y de edades medias cambiaron de opinión en el último
momento: decidieron no votar a Ciudadanos. Mientras que el resultado del voto femenino
fue mejor al esperado en casi todos los tramos de edad, el de los hombres estuvo muy por
debajo del previsto. La formación naranja perdió 6 puntos porcentuales tanto entre la
gente joven como la de mediana edad.
Algunas razones que pueden ayudar a explicar este fenómeno de abandono pueden
apoyarse en el impacto de la campaña electoral. Los errores asumidos por el propio
partido se pueden encontrar detrás de esta huida de última hora. Pero también podría
reflexionarse sobre la existencia de una sobredeclaración de la intención de votar al
partido liderado por Albert Rivera, una intencionalidad que no se convierte en realidad.
Es evidente que la alta volatilidad ha sido una tónica dominante en 2015, pero también
cabe recordar que solo 20 días antes de las elecciones Ciudadanos era la primera fuerza
en intención directa de voto. Además queda en el aire si el efecto campaña supuso que
muchas personas se abstuvieran de ir a votar o si cambiaron de color político. Todo parece
indicar que la gente joven se quedó finalmente en casa y que muchas personas entre 35 y
54 años regresaron o decidieron votar en última instancia al PP.
24
¿De lo que fue a lo que será?
La rapidez con la que suceden los acontecimientos en este nuevo tiempo multipartidista
dificulta detener la mirada en un único momento del tiempo, ya que en menos de seis
meses volverá a haber elecciones y el precedente de 2015, sobre el que se basa este
trabajo, ya forma parte del pasado. Por eso, a modo de conclusión, se vuelve necesario
dirigir la mirada hacia el futuro y tratar de detectar si todo lo hasta aquí relatado está más
o menos cerca de la continuidad o del cambio. Los datos disponibles, hoy por hoy, van
en una dirección clara: continuidad.
El nuevo escenario multipartidista, con apoyos crecientemente ajustados y en el que los
electores españoles parecen encontrarse cada vez más cómodos, se consolida y, con él,
las fortalezas y debilidades electorales de los principales partidos políticos.
Teniendo en cuenta los resultados históricos y los últimos sondeos de Metroscopia, nos
encontramos con un Partido Popular con una enorme estabilidad electoral, apoyado en un
alto porcentaje de voto entre los mayores de 65 años, esperanzado en la ventaja que le
daría un baja participación electoral y con claros síntomas de no haber digerido aún el
nuevo escenario multipartidista.
El PSOE arrastra un histórico de voto muy elástico y en general no le han ido bien las
elecciones con baja participación. Para las del 26J cuenta con un notable apoyo de
electorado femenino (55% frente al 45%) y una alta evaluación de su líder, Pedro
Sánchez. Y aunque sus votantes están menos movilizados que los del PP, mantiene una
alta fidelidad de voto: un 72 % de quienes votaron al PSOE hace cuatro meses lo volvería
a hacer ahora.
En el caso de Podemos nos encontramos con un electorado muy movilizado (un 74%
manifiesta que votará seguro), pero lo que no tienen aún tan claro es si la papeleta que
meterán en la urna volverá a ser la de la formación morada. Se enfrentan también a un
significativo debilitamiento del liderazgo de Pablo Iglesias, que se percibe de forma
especial en los segmentos del electorado donde su fuerza ha sido tradicionalmente mayor
(jóvenes y parados), aunque retiene en todo caso el granero de apoyos entre los
votantes de 18 a 34 años (23%). A su favor, la demostrada habilidad para exprimir la
campaña electoral y las muy favorables expectativas de una posible coalición con
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Izquierda Unida, que optimizaría de manera relevante la transformación en escaños de
sus apoyos en votos.
Ciudadanos, por último, tendrá como mayor enemigo la volatilidad electoral. La
tendencia ascendente de la formación naranja refleja no solo un estado de ánimo de la
ciudadanía que en parte le es favorable, sino un estatus de gran partido de acogida de
electores que hace unos meses dieron su confianza a otras opciones. Se trata de un
colectivo de votantes en tránsito que otorga una destacada dosis de fragilidad a la actual
mejoría de Ciudadanos, ya que es altamente dependiente de que estos transeúntes dejen
de serlo, se queden y, a la hora de la verdad, le voten. Surgen dudas también en cuanto a
su evolución durante la campaña electoral, que no fue buena en la del 20D, pero cuenta a
su favor con la alta evaluación de Albert Rivera, que conserva la transversalidad de su
capacidad de liderazgo.
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