Serie de Ensayos de la Biblioteca Virtual de Mauricio Rojas. Nº 26. 7 de abril de 2014
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Mario Vargas Llosa
Las aventuras de un liberal
latinoamericano1
Mauricio Rojas2
1 Esta es la segunda parte de mi libro Pasión por la libertad El liberalismo integral de Mario Vargas Llosa, publicado en Madrid por la Editorial Gota a Gota/FAES en mayo de 2011. 2 Profesor adjunto de historia económica de la Universidad de Lund (Suecia), ex diputado del Parla-mento de Suecia y Director de la Academia Liberal de la Fundación para el Progreso de Chile
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Mario Vargas Llosa cumplió 78 años este 28 de marzo de 2014. Su obra
literaria es ya parte del patrimonio de la humanidad. Su defensa
incansable de las ideas de la libertad ha inspirado a muchas
generaciones de liberales latinoamericanos. Para quienes hemos tenido
el privilegio de conocerlo ha sido, además, el amigo generoso y amable,
curioso y sonriente, que siempre llevamos con nosotros.
Las líneas que siguen a continuación no son sino un pequeño homenaje
a quien tanto le debemos.
Mauricio Rojas
Santiago de Chile, 28 de marzo de 2014
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Índice
Adiós a la tribu 4
¿Peruano, cosmopolita o latinoamericano? 9
América Latina: Un diagnóstico 13
Soluciones liberales 20
Luces del progreso y sombras del caudillismo 28
El indigenismo y la utopía arcaica 34
En la plaza Che Guevara, bajo las pedradas 42
Bibliografía 48
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Adiós a la tribu
En América Latina se han probado prácticamente todos los sistemas sociales,
menos el de la libertad integral. Desde el régimen colonial mercantilista de las
castas hasta el caudillismo oligárquico o populista, las dictaduras de izquierdas
o de derechas y las democracias clientelistas de los Estados independientes, la
libertad ha estado o plenamente suprimida o fuertemente restringida. Sistemas
políticos corruptos, instituciones frágiles y reñidas con la libertad, líderes
autoritarios, y economías cerradas y rentistas, han caracterizado a la región al
igual que lo han hecho la pobreza, la falta de participación y la marginalización
de sus mayorías populares.
Esta realidad frustrante ha sido la tierra fértil de una literatura que ha
conquistado al mundo pero también de una voluntad de encontrar soluciones
drásticas, totales, revolucionarias o simplemente mágicas al conjunto de los
problemas latinoamericanos. La ficción no solo ha poblado las mentes de sus
grandes novelistas sino que se ha vuelto política, cruzando aquella línea que la
hace demencial y desastrosa. En la fuerza de voluntad de la figura mítica del
caudillo o del comandante, o del caudillo comandante, se ha encarnado esta
sed de milagros hechos realidad, esta tentación de lo imposible, este sueño de
refundación mágica que mezcla la fe religiosa, el machismo y el delirio político
en porciones variables. Este deseo mesiánico supone la renuncia de la persona
a su individualidad y al uso de su razón para fundirse en una masa anhelante
que se entrega a su líder: es una vuelta enloquecida al tribalismo, a aquel
bien, como sabemos, el retorno alucinado al tribalismo con su correlato
necesario que no es otro que el conductor, caudillo o Führer que crea a la masa
al encarnarla, seducirla, poseerla y, a través de su voluntad, hacerla una, no ha
sido de ninguna manera un mal exclusivo de América Latina. Sin embargo, ha
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sido su enfermedad recurrente, una peste de la cual parece no poder librarse
definitivamente.
El desarrollo de América Latina durante la segunda mitad del siglo XX
manifiesta sorprendentes similitudes con el de Rusia en la segunda mitad del
siglo XIX. Un amargo sentimiento de vivir en el atraso respecto de los países
más avanzados de Europa dio origen en Rusia a una literatura extraordinaria y
a una intelligentsia cada vez más radicalizada, que terminaría poniendo en la
violencia revolucionaria sus esperanzas de un renacimiento apocalíptico de la
grandeza de Rusia. De esta ardiente voluntad de cambio nacieron tanto
(narodniki) como los marxistas rusos. Finalmente, ambas corrientes serían
amalgamadas por un noble ruso llamado Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin,
en aquel partido bolchevique que daría origen al primer Estado marxista-
terrorista de la historia. En el caso de América Latina, de su atraso surgió una
literatura igualmente deslumbrante y una pléyade de jóvenes intelectuales de
de que la
palabras de Vargas Llosa en el prólogo a la Historia de Mayta, donde nos
relata el surgimiento, desarrollo y tragicómico final del mesianismo revolucio-
(Vargas Llosa 2008:46).
Mario Vargas Llosa fue ambas cosas en sus años mozos: gran escritor y
entusiasta de las ideas revolucionarias. Si bien ya había militado durante un
año en el Partido Comunista (entonces bajo el nombre de Cahuide, en recuerdo
de un guerrero inca que luchó con bravura contra los españoles) entre 1953 y
1954 no fue hasta la Revolución Cubana que el entusiasmo revolucionario lo
ganó más duraderamente para su causa. Ya en 1958 había manifestado su
apoyo para con los revolucionarios castristas, cuyo triunfo celebró como tantos
otros jóvenes latinoamericanos hastiados de una realidad tan injusta y
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mediocre. Como nos recuerda Enrique Krause en un reciente y excelente
esos valerosos barbudos que luchaban contra la dictadura, se enfrentaban al
respecto:
Cuba me parecía realmente una forma renovada, más moderna,
también más flexible y más abierta, de la revolución. Yo viví eso con
muchísimo entusiasmo;; además, considerando a Cuba como un modelo
que podría ser seguido por América Latina. Nunca, antes de eso, he
sentido un entusiasmo y una solidaridad tan poderosa por un hecho
político. (Ibid)
Efectivamente, Vargas Llosa quiso creer que en Cuba se estaba dando una
mezcla insólita de revolución y libertad que venía a romper con el triste destino
de todas las revoluciones comunistas anteriores: convertirse, de principio a fin,
en implacables verdugos de la libertad. Su voluntad de creer en este milagro
fue tal que hizo oídos sordos a las primeras y muy tempranas campanadas de
alerta, pero pronto le fue quedando en claro que el régimen de Castro iba por el
camino de la opresión. Como recuerda Krause citándol
viendo al principio no quería ver, al principio incluso me molestaba recono-
cerlo una serie de manifestaciones que indicaban que la realidad, en la prác-
tica, no era de ninguna manera lo que la imagen, la publicidad y la ilusión nos
Ya a mediados de los 60 se podía prever la ruptura que finalmente
llegaría en 1971. Las tomas de posición oponiéndose a la represión y censura
soviéticas contra sus escritores así lo auguraban. Pero el año decisivo que
desencadena el proceso de distanciamiento fue 1968, cuando dos hechos coin-
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tuales cubanos y el apoyo irrestricto de Castro a la invasión soviética a Checos-
lovaquia, en agosto de aquel año. Un mes más tarde (26 de septiembre) la
revista peruana Caretas publicó una entrevista con Vargas Llosa en la que este
soviética de
Esto no quiere decir que dejase automáticamente de manifestar su
solidaridad con la Revolución Cubana o con los movimientos guerrilleros que
seguían su ejemplo. Todavía en 1968 escribía lo siguiente a propósito del
Diario de Che Guevara:
Si la revolución latinoamericana se lleva a cabo por el método
concebido por el Che y pasando por las etapas que él previó, el Diario
será un documento extraordinario, la relación histórica del momento
más difícil y heroico de la liberación continental. Si la revolución no se
osada aventura individual intentada en América Latina. (Vargas Llosa
1986:214)
La ruptura definitiva con el castrismo se produce en 1971. El 20 de marzo de
ese año es encarcelado el conocido poeta cubano Heberto Padilla y su esposa,
la poetisa Belkis Cuza Malé
Unión de Escritores de Cuba. La mascarada era demasiado burda y la similitud
con los procesos-espectáculo de los tiempos estalinistas demasiado evidente.
Con fecha 20 de mayo de 1971 Vargas Llosa dirige una carta abierta de protesta
al dictador cubano que, además de la suya, llevaba la firma de sesenta
destacadísimos intelectuales y artistas entre los que se contaban Simone de
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Beauvoir, Italo Calvino, Julio Cortázar, Marguerite Duras, Carlos Fuentes,
Juan Goytisolo, Alberto Moravia, Pierre Paolo Pasolini, Octavio Paz, Juan
Rulfo, Jean-Paul Sartre y Susan Sontag. En la carta, que es de redacción de
contenido y la forma de dicha confesión, con sus acusaciones absurdas y
tos más sórdidos de la época
Llosa 2009:117-118).
Se iniciaba así el viaje que, paulatinamente y no sin contradicciones ni
pesares, llevaría a Vargas Llosa a adoptar su hoy ya clásica postura liberal. En
su Discurso Nobel refirió así su camino hacia su actual forma de pensar:
En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista
y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las
injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto
del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi
tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy que trato de ser fue
largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la
conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al
principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el
testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alam-
bradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del
Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-
François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalo-
rización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. (Vargas
Llosa 2010f:4)
Su andar lo llevó de la ruptura con la ilusión revolucionaria a un cuestiona-
miento creciente de aquellas doctrinas socialistas democráticas que, con su
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accionar y tal como lo mostró Hayek en su Camino de servidumbre de 1944,
van pavimentando la entrega del individuo al Estado, esa delegación sucesiva,
muchas veces imperceptible, de su autonomía y libertad a partir de la cual se
va construyendo ese Leviatán moderno que es el Estado benefactor, que a
nombre del bien de todos y de su saber supuestamente superior querría llegar
a regularlo todo y decidirlo todo. La libertad se puede perder de un golpe, pero
lo más común es que la vayamos perdiendo de a poco o, como dice David
Hume en la cita que encabeza Camino de servidumbre
Todo esto fue un largo viaje hacia el pensamiento liberal clásico, pero lo
do
leer en un artículo de un miembro de la tribu (Martín-Cabrera 2010), pasó a
ser su bestia negra, y todavía lo sigue siendo. ¡Chapeau por Vargas Llosa!
¿Peruano, cosmopolita o latinoamericano?
ignorancia recíprocas, en el resentimiento y el prejuicio, en un torbellino de
(2010a:236) Así describió Vargas Llosa en 1993 el país que lo vio
nacer en Arequipa, a los pies del volcán Misti, en la madrugada del 28 de
marzo de 1936. En ese país caleidoscópico que es Perú se cobija toda la
complejidad humana de América Latina: allí viven los descendientes de
diversos pueblos precolombinos, desde los quechuas de la puna andina hasta
los machiguengas de la Amazonía (de que nos cuenta Vargas Llosa en El
hablador de 1987), pero también, entre otros, de los conquistadores españoles,
los esclavos africanos llegados a las plantaciones de la costa norte, los chinos
que trabajaron en las islas del guano a mediados del siglo XIX, los japoneses
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que arribaron después de la Segunda Guerra Mundial y los inmigrantes euro-
peos de todo pelaje y origen. Y allí están todas las mezclas, todos los mestizajes
imaginables. Pero el Perú no solo es un caleidoscopio humano, sino también
una suma de las grandezas y las bajezas de la historia americana: centro del
imperio más imponente de la América precolombina y gran capital virreinal
española, pero también testigo de violencias terribles e inmemoriales, como
aquellas de los incas contra los pueblos que no aceptaban su dominio, o de la
conquista española, o del caudillismo y los dictadores, o del reciente terro-
rismo marxista y el contraterrorismo del Estado, o del narcotráfico y la delin-
cuencia, o, en general, la violencia de la pobreza extrema, de la falta de
oportunidades y de las abrumadoras diferencias económicas, sociales y étnicas.
Prácticamente nada de esto es desconocido, de una manera u otra, en el resto
de América Latina, pero en el Perú muchos de estos fenómenos han alcanzado
magnitudes asombrosas.
De esta realidad o, mejor dicho, de un segmento de esta realidad tan
fragmentada, diversa, fascinante y torturada proviene Mario Vargas Llosa. Su
relación con Perú está descrita de esta manera en El pez en el agua:
Aunque nací en el Perú [...] mi vocación es de un cosmopolita y un
apátrida, que siempre detestó el nacionalismo [...] He vivido mucho en
el extranjero y nunca me he sentido un forastero total en ninguna
parte. Pese a ello, las relaciones que tengo con el país donde nací son
más entrañables que con los otros, incluso aquellos en los que he
llegado a sentirme en mi casa, como España, Francia o Inglaterra. No
sé por qué es así, y en todo caso no es por una cuestión de principio.
Pero lo que ocurre en el Perú me afecta más, me irrita más, que lo que
sucede en otras partes, y, de una manera que no podría justificar,
siento que hay entre mí y los peruanos algo que, para bien y para mal
sobre todo para mal , parece atarme a ellos de modo irrompible [...]
Quizá decir que quiero a mi país no sea exacto. Abomino de él con
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frecuencia y, cientos de veces, desde joven, me he hecho la promesa de
vivir para siempre lejos del Perú y no escribir más sobre él y olvidarme
de sus extravíos. Pero la verdad es que lo he tenido siempre presente y
que ha sido para mí, afincado en él o expatriado, un motivo constante
de mortificación. No puedo librarme de él: cuando no me exaspera, me
entristece, y, a menudo, ambas cosas a la vez. (Vargas Llosa 2010a:53)
Así es sin duda, y tal vez porque lo quiera, o lo exaspere, o lo entristezca, o por
todo eso y mucho más a la vez, es por lo que en muchas de sus novelas lo ha
recreado con tal maestría, para los peruanos y para todos los demás, y ha
fabulado sobre la costa, la sierra y la selva, y nosotros con él, tantas veces, en
tant
punto privilegiado de mira desde donde contemplar la realidad latinoamerica-
na: nada de lo que ocurre en el resto de América Latina le puede ser completa-
mente ajeno o incompresible a un peruano cosmopolita.
El encuentro con escritores de toda Iberoamérica en París, la ciudad que
-
bras de Octavio Paz, hizo del peruano Vargas Llosa un latinoamericano, cosa
que es algo totalmente diferente del mero hecho de haber nacido o vivir en un
país de América Latina:
Yo descubrí América Latina en París, en los años sesenta. Hasta
entonces había sido un joven peruano que, además de leer a los escri-
tores de mi propio país, leía casi exclusivamente a escritores norte-
pensé en América Latina como una comunidad cultural, más bien como
Mi descu-
brimiento de América Latina, en esos años, me catapultó a leer a sus
poetas, historiadores y novelistas, a interesarme por su pasado y su
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presente, a viajar por todos sus países y a vivir sus problemas y sus
luchas políticas como si fueran míos. Desde entonces comencé a sentir-
me, ante todo, un latinoamericano. Lo he seguido siendo todos estos
(Vargas Llosa 2009:345-
46)
Peruano, latinoamericano, cosmopolita, pero también español (por cariño y
ciudadanía), inglés, fran
raíces que viene de Atenas, Jerusalén y Roma, todo esto y mucho más es
Vargas Llosa, pero al mismo tiempo no es nada de ello si se lo quiere inter-
pretar a la manera de las identidades supraindividuales, esencias fijas que le
dan vida y contenido a los individuos concretos, que hacen de él o ella algo por
siempre en guerra con esas identidades colectivas, que tienden a alienar al ser
humano de lo único que con seguridad somos: mestizos, mezclas únicas e
irreproducibles que se negarían a sí mismas en la medida en que quisieran
del mestizaje como predicamento humano es lo que el peruano, latinoame-
ricano y cosmopolita Vargas Llosa ve no solo como una vocación personal,
sino, además, como la única posibilidad de América Latina de vivir en paz
consigo misma:
Una de las obsesiones recurrentes de la cultura latinoamericana ha
sido definir su identidad. A mi juicio, se trata de una pretensión inútil,
peligrosa e imposible, pues la identidad es algo que tienen los indivi-
duos y de la que carecen las colectividades, una vez que superan los
condicionamientos tribales ualquier empeño por fijar una identi-
dad única a América Latina tiene el inconveniente de practicar una
cirugía discriminatoria que excluye y abole a millones de latinoame-
ricanos y a muchas formas y manifestaciones de su frondosa variedad
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es exagerado decir que no hay tradición, cultura,
lengua y raza que no haya aportado algo a ese fosforescente vórtice de
mezclas y alianzas que se da en todos los órdenes de la vida en América
Latina. Esta amalgama es su mejor patrimonio. Ser un continente que
carece de una identidad porque las tiene todas. (Vargas Llosa
2009:348-349)
América Latina: un diagnóstico
¿Cuáles son las razones de ese atraso latinoamericano que condena a sus
mayorías a la pobreza y pone a sus países en una situación tan precaria? ¿De
dónde proviene ese subdesarrollo que frustra tantas posibilidades vitales y crea
sociedades aplastadas por la mediocridad y el fracaso? O, en otras palabras, y
parafraseando la famosa pregunta de Conversación en La Catedral
Estas preguntas atormentaron a los latinoamericanos durante todo el
siglo XX y no dejan, a pesar de los evidentes progresos de los últimos tiempos,
de ser relevantes. La respuesta más tradicional, dada tanto por las derechas
como por las izquierdas, es que la culpa es de otros: una permanente conspira-
ción de poderes exteriores atenaza a la región a fin de saquear a sus gentes y
sus recursos naturales, impidiéndole de esta manera salir de su atraso. La
supuesta conspiración ha tenido diversos protagonistas: el poder colonial espa-
ñol y el portugués, los imperialismos británico y estadounidense, las empresas
transnacionales de todo tipo, el capitalismo mundial y, finalmente, ese mons-
mático, donde
siempre es otro el responsable y nosotros unas víctimas inocentes e indefensas,
es
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Para nuestro autor, es justamente esta búsqueda de chivos expiatorios
foráneos el primer problema que América Latina debe enfrentar, ya que si esa
enfrentar los males propios que, finalmente, son los únicos que realmente
podemos combatir. Esto no implica que Vargas Llosa niegue o desconozca las
incontables oportunidades en que fuerzas e intereses exteriores han influen-
ciado negativamente y explotado brutalmente las gentes y los recursos de la
región. Así, por ejemplo, muchas de las intervenciones estadounidenses han
sido desastrosas para América Latina, en particular la connivencia con todos
2009:55-56).
La posición de Vargas Llosa es un saludable llamado a la introspección y
a la responsabilidad, la que todos tienen, no solo los poderosos sino también
los más desposeídos y humillados, ya que si bien las culpas ni de cerca se
reparten por igual no hay
voluntad (y no como cree un cierto izquierdismo o derechismo paternalista,
que los reduce a meros objetos de la voluntad de otros) y aportan su granito de
solo al Perú sino en
general a las sociedades latinoamericanas. Por ello que Vargas Llosa nos seña-
la, a propósito de los prejuicios raciales y sociales que tanto mal le hacen al
o
-
cia más lamentable del otrismo es la proyección de nuestras falencias y respon-
sabilidades sobre otros y con ello la imposibilidad de realmente afrontarlos:
Una de las más típicas actitudes latinoamericanas, para explicar
nuestros males, ha sido la de atribuirlos a maquinaciones perversas
urdidas desde el extranjero por los ignominiosos capitalistas de
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costumbre o en tiempos más recientes por los funcionarios del Fondo
Monetario o, para el caso, los del Banco Mundial. Aunque es sobre todo
de la responsabilidad de los males de América Latina, lo cierto es que
semejante actitud se halla muy extendida. También sectores liberales y
conservadores han llegado a autoconvencerse de que a nuestros países
no les cabe, o poco menos, culpa alguna en lo que concierne a nuestra
pobreza y nuestro atraso, pues somos nada más que víctimas de
factores, instituciones o personas foráneas que deciden nuestro destino
de manera absoluta y ante nuestra total impotencia. Esta actitud es el
obstáculo mayor que enfrentamos los latinoamericanos para romper el
círculo vicioso del subdesarrollo económico. Si nuestros países no reco-
nocen que la causa principal de las crisis en que se debaten reside en
ellos mismos, en sus gobiernos y en sus mitos y costumbres, en su
cultura económica, y que, por lo mismo, la solución del problema ven-
drá primordialmente de nosotros, de nuestra lucidez y decisión, y no de
afuera, el mal no será nunca conjurado. (Vargas Llosa 2009:297-98)
Sin embargo, es pertinente señalar que este autoreducirse a la impotencia para
escapar de la responsabilidad propia ha sido fervientemente avivado por cierta
reconoce la capacidad de originar gran parte de sus propios males. La conse-
cuencia más lamentable de esta visión prepotente y egocéntrica ha sido el
desinterés sistemático, cuando no la exculpación, de todos aquellos crímenes y
si los crímenes los cometen los revolucionarios tercermundistas, para los
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Glucksmann y Thierry Wolton en su conmovedor libro Silencio, se mata de
1986. Este verdadero racismo progresista, tan preocupado de mantener impo-
intelectuales europeos más admirados por Vargas Llosa: Jean-François Revel
(véase por ejemplo Revel 2007).
Este escaparse de la propia responsabilidad atribuyendo sus culpas a
otros define la característica primordial de lo que Álvaro Vargas Llosa, Plinio
rgas Llosa, A.:1998). En su presentación del Manual del
perfecto idiota latinoamericano, Mario Vargas Llosa nos dice lo siguiente del
ellos son ricos y
viceversa, que la historia es una exitosa conspiración de malos contra buenos
en la que aquéllos siempre ganan y nosotros siempre perdemos (él está en
).
Ni el personaje ni su idiotez son, sin embargo, para la risa. Allí está la coartada
perfecta para todo tipo de manipuladores latinoamericanos, desde Juan Perón
hasta Fidel Castro y Hugo Chávez, para solo nombrar tres connotados casos de
una lista casi interminable de demagogos que han utilizado y atizado, hasta la
saciedad, la necesidad latinoamericana de encontrar chivos expiatorios
foráneos para explicar sus propios fracasos.
Ahora bien, ¿cuáles son los verdaderos problemas que la teoría de la
conspiración internacional trata de ocultar? Vargas Llosa apunta a tres fenó-
menos fundamentales como determinantes del atraso latinoamericano y de la
pobreza que es su consecuencia más trágica: un Estado corrupto y sobredimen-
sionado, un capitalismo mercantilista
progreso.
El Estado latinoamericano, ese cruzamiento infeliz del caudillismo de la
región con lo peor del burocratismo español y el intervencionismo francés, es
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el tumor canceroso fundamental de la América Latina moderna. Sus raíces
Véliz (1980) en un libro que justamente lleva ese nombre. En un artículo
aparecido en El País en 1981, en el que comentaba el libro de Véliz, Vargas
Llosa planteó que este centralismo o tendencia a la organización de la sociedad
cuyos tentáculos se deslizan en todos
Perú esta tradición centralista-estatista se remonta a la época incásica, pero
para la región en general su origen está en los sistemas de administración
colonial de raigambre ibérica:
La argumentación más prolija, documentada y apasionada del libro
se echaron las bases de un sistema centralista que la emancipación no
alteró en absoluto;; por el contrario, bajo toda la retórica de liberación
del yugo colonialista de la época, desde el primer momento las
flamantes repúblicas acentuaron y robustecieron sistemáticamente la
tradición centralista inaugurada bajo el dominio hispánico y portu-
gués, perfeccionándola hasta convertirla en su naturaleza, en un
sentido casi ontológico. (Ibid)
La gran diferencia, claro está, reside en que los regímenes caudillescos que
sucedieron a la administración colonial implicaron una barbarización del
centralismo y del aparato del Estado hasta niveles impensables en la época
anterior. Las dictaduras de Rosas en Argentina, Melgarejo en Bolivia, Rodrí-
guez de Francia en Paraguay y tantos otros antecesores de los Trujillos, los
Batistas o los Castros del siglo XX son fenómenos solo explicables por el paso
abrupto de las elites terratenientes y militares criollas al poder político sobre
esas nuevas repúblicas que administrarían, como tan bien lo dijo Faustino
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Sarmiento en su Facundo (1845), como si fuesen sus estancias y a su población
como si fuese su ganado. Este cáncer del Estado amalgamado con el
caudillismo ha minado también la democracia latinoamericana, que, por regla
general, tiende hasta nuestros días a transformarse en una forma personalista
y autoritaria de ejercicio del poder, donde el estado de derecho y la debida
protección de las minorías o de la oposición poco cuentan. Surge así,
resumiendo, aquel Leviatán latinoamericano que Octavio Paz tan certeramente
denominó, a propósito del caso mexi
que con una mano reparte privilegios y dádivas a sus clientes mientras que con
la otra oprime a una sociedad que a duras penas soporta su peso y su codicia
desmedida. Se crean así esas cadenas de relaciones entre patrones y clientes
que vertebran y corrompen las estructuras sociales latinoamericanas desde su
vértice hasta sus cimientos.
El ogro filantrópico no se contenta, sin embargo, con explotar y extender
la corrupción a través de la sociedad, sino que es la fuente de una desastrosa
inestabilidad económica y política ya que todo cambia cuando un nuevo
caudillo (ya sea comandante o presidente, o ambas cosas a la vez) llega al
poder con su comparsa de ávidos aliados y clientes. Además de esto, el ogro
estatal ha tendido a dilapidar los recursos públicos, gastar más de lo que
recauda, endeudarse ilimitadamente y generar violentos procesos de inflación
multiplicando con total irresponsabilidad la cantidad de dinero circulante.
Este Leviatán latinoamericano ha jugado un rol fundamental en el
desarrollo del segundo fenómeno que según Vargas Llosa explica el atraso y la
pobreza de la región: un capitalismo mercantilista que florece bajo el alero
protector del Estado. En vez de capitalistas modernos, cuyo éxito depende de
su capacidad de competir con productos mejores y más baratos en mercados
abiertos, ha surgido una clase empresarial que se nutre del privilegio conce-
dido
esfuerzo sino de la aptitud para granjearse las simpatías de presidentes, minis-
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de los créditos baratos, de los tipos de cambio manipulados, de los generosos
acuerdos con el Estado, de sus concesiones monopolísticas y, sobre todo, del
proteccionismo que cierra los mercados nacionales convirtiéndolos en cotos de
caza reservados para los capitalistas nacionales, que de esta manera pueden
hacerse inmensamente ricos sin preocuparse mayormente por la eficiencia de
sus empresas o la calidad de sus productos.
Así, el poder político corrompe a la economía y la economía, es decir, los
empresarios mercantilistas ya sean agrarios, comerciales, financieros o
industriales , corrompen al poder político pagando por los favores recibidos y
asegurándose de esta manera que sus privilegios se mantengan o aumenten. El
incapaz de competir
en mercados abiertos, nacionalista por necesidad y corrupto por naturaleza. Su
expresión de uno de los más dañinos predicadores del aislamiento latino-
americano: André Gunder Frank.
Llegamos así al tercer componente de la explicación de Vargas Llosa
sobre los problemas latinoamericanos: una ideología económica nacionalista y
estatista que ha querido hacer del aislamiento frente al mundo y del interven-
cionismo estatal ya sea bajo la forma del capitalismo mercantilista o de la
planificación socialista la fórmula mágica del progreso. Esta ideología, que en
su tiempo fue presentada como el sumun del progresismo radical, no es sino
una racionalización idealizada del lamentable estado de cosas imperante en la
región, con sus Estados ubicuos y sobre expandidos y sus elites siempre prestas
a pedir más protección contra sus potenciales competidores y más privilegios
del Estado.
A partir de los años 50 del siglo pasado la idea de que para desarrollarse
exitosamente había que separarse lo más posible de la economía mundial y
entregarle al Estado un rol económico protagónico se transformó en un dogma
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ía
trasnochada que era una segura receta para que nuestros países cerraran las
Llosa 2009:301):
Desde mediados de los años cincuenta, esta filosofía decimonónica
comenzó a propagarse por el continente, maquillada por caudalosos
objetivo de toda política progresista para un país de la región. El ilus-
tre nombre de Raúl Prebisch la amparó;; la Cepal la convirtió en dogma
y ejércitos de intelectuales, llamados (por una aberración semántica)
academias, administraciones públicas, medios de comunicación,
ejércitos y hasta en los repliegues recónditos de la psiquis de América
prejuicios nacionalistas cedían, y, por ejemplo, acicateados por el reto
de la revolución tecnológica, los países europeos se unían en una gran
mancomunidad, y algunas naciones asiáticas, volcándose hacia el
mundo y trayendo hacia sí todo lo que el mundo podía ofrecerles para
crecer, empezaban a despegar, América Latina hacía como los
cangrejos: optaba,
por el nacionalismo y la autarquía. (Ibid:301-303)
Soluciones liberales
Las soluciones que Vargas Llosa ha propugnado para los problemas de
América Latina se deducen lógicamente del diagnóstico recién esbozado y de
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progreso debe ser una profunda reforma de los Estados corruptos y
elefantiásicos que han caracterizado a la región, para irlos reemplazando por
Estados democráticos honestos y comprometidos con el cumplimiento de una
legalidad que también debe ser accesible para
urgente de las reformas que necesitamos es la del Estado, fuente primera de
mucho más pequeños pero a su vez más fuertes y eficientes que los que han
imperado en América Latina:
Un Estado grande no es sinónimo de fuerte, sino, en la mayoría de los
casos, de lo opuesto. Esos inmensos entes que en nuestros países drenan
las energías productivas de la sociedad para alimentar su estéril
existencia son, en verdad, colosos con pies de arcilla. Su propio
gigantismo los vuelve torpes e ineptos y su ineficiencia e inmoralidad
los priva de todo respeto y autoridad, sin los cuales ninguna institución
u organismo puede funcionar cabalmente. (Vargas Llosa 1987:XXVIII)
Una de las reformas más importantes en este terreno es darle la protección de
la ley y el acceso a la legalidad a quienes más lo necesitan para vivir con un
mínimo de derechos y de seguridad ciudadana. Se trata de una reforma de gran
calado, ya que una parte sustancial de la vida económica y social
latinoamericana se ha venido desarrollado al margen de la ley, en la llamada
a veces con mucho éxito como lo
prueba el mismo desarrollo peruano de paliar como pueden esa falta de Esta-
do y de legalidad de que padecen. Esta ha sido una de las insuficiencias más
escandalosas de los Estados latinoamericanos, que hoy se está pagando con la
pérdida de control de partes significativas de sus ciudades y de sus campos,
que han caído en manos del crimen organizado.
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En política social se trata de crear un Estado realmente comprometido
con los menos favorecidos, que concentra el gasto social en sus necesidades y
no como hoy, donde la tajada del león de ese gasto así como de las inversiones
en infraestructura se la llevan las clases medias. Esto es fundamental en países
donde el clientelismo tradicional ha permitido, por ejemplo, darles educación
superior gratuita a los hijos de las clases medias y altas pero donde las escuelas
básicas de los barrios populares carecen de las condiciones más elementales de
funcionamiento.
En lo económico se trata de desmontar las bases del capitalismo mercan-
libertad en nuestr
paso a un capitalismo moderno, independiente de los favores del Estado,
-
sabilidad primordial en la creación de la riqueza y el Estado velar porque ella
pueda cumplir esta función sin ataduras, dentro de normas estables y
promotoras. Nuestras sociedades deben abrirse al mundo, saliendo en busca
de mercados para aquello que podemos ofrecer y atrayendo hacia los nuestros
lo que nec
También se debe dar paso a un amplio proceso mediante el cual el
Estado restituya a la sociedad aquellas actividades que ha asumido dentro de
esa supuesta misión empresarial que tan dañina ha sido tanto para el Estado
como para las empresas que ha gestionado. Pero esta restitución debe hacerse
con una intensión social que es de fundamental importancia: difundir la
defender la propiedad privada que propagándola masivamente, haciéndola
accesible a los trabajadores, a los campesinos y a los pobres. Y no hay mejor
manera de que éstos comprendan el vinculo estrecho que existe entre las no-
ciones de propiedad privada, de progreso y de libertad individual. -
306)
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Esta afirmación de la libertad como fundamento de un sistema
económico capaz de crear bienestar tiene, fuera de su significado de principio,
un sentido muy práctico: de hecho los pobres, aquellos sectores de los cuales
poco o nada se esperaba, han estado creando, en América Latina en general y
en el Perú en particular, con su propio esfuerzo y sin siquiera contar con el
-
talismo de los pobres expulsados de la vida legal por las prácticas discrimi-
natorias
de legalidad, reconocimiento y apoyo para que pueda desarrollarse con todavía
más fuerza, pero ello nada tiene que ver con que Don Estado crezca aún más,
la de los pobres no es
el refuerzo y magnificación del Estado sino su radical recorte y disminución.
No es el colectivismo planificado y regimentado sino devolver al individuo, a la
iniciativa y a la empresa privada, la responsabilidad de dirigir la batalla contra
Como fácilmente puede apreciarse estamos frente a un conjunto de
propuestas que rompen con mucho de lo que tradicionalmente se ha hecho y
ha fracasado en América Latina. Sin embargo, no se trata de nada sorpren-
dente o que no haya sido probado en los países que han llegado a ser próspe-
ros. Y aún más: estamos frente a propuestas que, desde que Vargas Llosa las
formulase de la manera recién expuesta durante la segunda mitad de los 80,
han ido ganando terreno en Latinoamérica a partir de la debacle que experi-
encontrar una alt
Durante la campaña para las elecciones presidenciales de 1990
Vargas Llosa precisó estas ideas generales en un programa concreto de
reformas en todos los terrenos, desde la lucha contra el terrorismo (que había
alcanzado niveles extremos) mediante la participación ciudadana y con un
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irrestricto respeto de la legalidad hasta la apertura de la economía peruana al
mundo y la lucha contra la inflación (que se había transformado en
hiperinflación gracias al populismo irresponsable de Alan García) mediante un
saneamiento a fondo de las finanzas públicas y la reducción del tamaño del
Estado (eliminando, por ejemplo, la mitad de los ministerios existentes). Su
programa incluía también la privatización de esas fuentes de ineficiencia,
déficit y corrupción que eran las empresas públicas, cuyo número había
Velasco Alvarado (1968-1975). Con esta medida se buscaba no solo combatir
esos verdaderos tumores cancerosos que eran esas empresas, sino, además, y
esto era decisivo, difundir la propiedad entre las clases modestas de la
sector público en su integridad hubies
Llosa 2010a:388).
De fundamental importancia era el abrirles las puertas de la legalidad y
lado y que según Vargas
dirección era la entrega de títulos de propiedad a los campesinos que de hecho
ya habían privatizado o quisieran privatizar las tierras colectivizadas por la
reforma agraria de Velasco Alvarado:
La renovación de la reforma agraria iba a consistir en dar títulos de
propiedad a los cooperativistas que hubieran decidido la privatización
de las tierras colectivizadas y en crear mecanismos legales para que
pudieran imitarlos las demás cooperativas. La privatización no sería
obligatoria. Las que quisieran continuar como tales podrían hacerlo,
a reforma del régimen de propiedad
de la tierra crearía cientos de miles de nuevos propietarios y empresa-
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rios, que podrían progresar, gracias a un sistema abierto, sin las
trabas y discriminaciones de que ha sido siempre víctima el agro en
relación con la ciudad. (Ibid:400-401)
Se planteaba también concentrar el gasto social en los pobres y crear nuevas
cual había que dar a los pobres los medios para salir de la pobreza por sí
mis
esposa, Patricia, y plasmada en el Programa de Apoyo Social. Del accionar
concreto de Acción Solidaria provienen los momentos que Vargas Llosa
recuerda con más cariño de esos años en que lo envolvió el torbellino de la
cuero, las clases de alfabetización, de enfermería, comercio o planificación
familiar, y las obras en construcción de Acción Solidaria, era para mí una
emulsión de entusiasmo. Esas visitas me devolvían la seguridad de haber
Entre las propuestas que causaron más polémica estuvieron las
referentes a la educación, tema de importancia capital para crear esa igualdad
básica de oportunidades que todo movimiento liberal genuino busca alcanzar.
Es interesante analizar este punto un poco más en detalle ya que ilustra de una
manera ejemplar la victoria de la demagogia sobre la razón y la solidaridad:
En educación, anticipé una reforma integral, para que la igualdad de
oportunidades fuera por fin posible. Sólo si los niños y jóvenes
peruanos pobres recibían una formación de alto nivel estarían en
condiciones de igualdad, para abrirse campo en la vida, con aquellos
niños y jóvenes de familias de medios y altos ingresos que podían
frecuentar colegios y universidades privados. Para elevar el nivel de
aquéllos era necesario reformar los planes de estudios a fin de que
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tuvieran en cuenta la heterogeneidad cultural, regional y lingüística de
la sociedad peruana , modernizar la preparación de los docentes,
pagarles buenos salarios y dotarlos de planteles bien equipados, con
bibliotecas, laboratorios y una infraestructura adecuada. ¿Tenía el
paupérrimo Estado peruano cómo financiar esta reforma? Desde luego
que no. Por ello, pondríamos fin a la gratuidad indiscriminada de la
enseñanza. A partir del tercer año de secundaria, la sustituiría un
sistema de becas y créditos, a fin de que, quienes estuvieran en
condiciones de hacerlo, financiaran en parte o en todo su educación.
Nadie que careciera de recursos se quedaría sin colegio ni universidad;;
pero las familias de medios o altos ingresos contribuirían a que los
pobres tuvieran una educación que los preparara para salir de la
pobreza. (Ibid:388)
Contra esta perspectiva tan razonable y auténticamente solidaria se ensañó esa
retórica populista tan destructiva pero lamentablemente tan exitosa que habla-
si ésta
de algo les sirviera a los pobres. Vargas Llosa no trató de capear el temporal
retrocediendo o esquivando el bulto. Muy por el contrario:
Yo mismo intervine en la polémica, en aquélla y otras ocasiones, como
valedor de la propuesta. Es demagogia postular una educación univer-
salmente gratuita, si el resultado de ello es que tres cuartas partes de
los niños estudien en colegios que carecen de bibliotecas, de labora-
torios, de baños, de pupitres y pizarras y, muchas veces, de techos y
paredes, que los maestros reciban una formación deficiente y ganen
sueldos de hambre, y que, por tanto, sólo los jóvenes de clases media y
alta que pueden pagar buenos colegios y buenas universidades
reciban una formación que les asegure el éxito profesional. (Ibid:389)
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Este fue uno de los puntos, y no fue por cierto el único, donde Vargas Llosa
fracasó en su intento por hacer valer la razón y el principio de una verdadera
solidaridad que concentra sus recursos y esfuerzos en los más desfavorecidos:
al respecto desde entonces, en todos mis discursos hablé
del tema , ésta fue una de las reformas que asustó más a los electores y
La campaña de Vargas Llosa fue, para resumir, una manifestación sin
precedentes por la libertad, la solidaridad social y, no menos, por la hones-
tidad. Su mensaje fue claro y sin artimañas: dijo con toda exactitud lo que
haría y los sacrificios que ello implicaría. Planteó la idea de que otro Perú (y
otra Latinoamérica) era posible, pero que esa posibilidad no se concretizaría
sin un gran esfuerzo común, sin la iniciativa y la creatividad de cada uno de los
peruanos, comenzando por los más pobres y marginados. No ofreció el encanto
traicionero del cambio mágico ni quiso asumir la figura del caudillo, que hace
creer que todo lo puede con su voluntad omnímoda. Quiso ganar como un
liberal y la mayoría de los peruanos no le dio su apoyo:
El programa para el que yo pedí un mandato y que el pueblo peruano
rechazó, se proponía sanear las finanzas públicas, acabar con la infla-
ción y abrir la economía peruana al mundo, como parte de un proyecto
integral de desmantelamiento de la estructura discriminatoria de la
sociedad, removiendo sus sistemas de privilegio, de manera que los
millones de pobres y marginados pudieran por fin acceder a aquello
que Hayek llama la trinidad inseparable de la civilización: la legalidad,
la libertad y la propiedad. Y hacerlo con la aquiescencia y participación
de los peruanos, no con nocturnidad y alevosía, es decir, fortaleciendo,
en vez de minar y prostituir en el proceso de reformas económicas, la
principiante cultura democrática del país. (Vargas Llosa 2010a:587)
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Vargas Llosa perdió la lucha por la presidencia del Perú, pero las ideas que
proclamó han ido, poco a poco, ganando terreno en su país natal y en el resto
de América Latina. Ello hace pensar que tal vez fue él quien salió victorioso de
esos tres años enloquecedores que concluyeron el 13 de junio de 1990, cuando
las infalibles nubes de Lima borraron de nuestra vista la ciudad y nos
í a su generoso oficio de
escribidor.
Luces del progreso y sombras del caudillismo
Durante los dos últimos decenios los países de América Latina han alcanzado,
con algunas excepciones, progresos notables. A partir de una reestructuración
dolorosa pero necesaria en los años 80 sus sistemas económicos se han ido
liberalizando y abriendo al mundo, a la vez que sus finanzas públicas se han
estabilizado y la inflación ha descendido hasta niveles manejables. Esta ha sido
la base de un crecimiento económico y una reducción de la pobreza a
comienzos del nuevo milenio sin precedentes en la historia de la región. La
fortaleza alcanzada se manifiesta, palpablemente, en la capacidad de la
mayoría de los países de Latinoamérica de no solo no ser devastados por la
reciente crisis internacional sino de recuperarse de la misma con un vigor
inusitado. Junto a esto vemos un proceso de afianzamiento democrático muy
significativo, a pesar de los devaneos autoritarios y populistas que se detectan
en algunas naciones. La región está, afortunadamente, a años luz de aquellas
décadas trágicas de la guerra fría, cuando se vio abrazada por el fuego voraz de
la violencia revolucionaria y la contrarrevolucionaria. Todo indica que la insur-
gencia guerrillera se encuentra hoy en un estadio terminal y los golpes de
Estado, esa feroz plaga latinoamericana, se han convertido en raras excepcio-
nes. Por cierto que quedan problemas, entre ellos un importantísimo rema-
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nente de pobreza y el avance espectacular del crimen organizado, pero el pro-
greso registrado es indiscutible.
En suma, muchas de las ideas y propuestas por las que Vargas Llosa
luchó en la justa electoral peruana de 1990 no solo han ganado aceptación sino
que le han permitido a América Latina remontar una difícil situación para
llegar a vivir los tiempos más promisorios de su historia. Entre las naciones
que más éxito han cosechado recientemente está justamente el Perú, que ha
dejado tras de sí aquellos luctuosos años del terrorismo senderista y el
contraterrorismo estatal y que hoy registra un crecimiento económico
considerable. Estos cambios tan alentadores han sido constatados con alegría
por Vargas Llosa, transmutando su anterior pesimismo acerca del futuro de la
región en un optimismo que no por ser cauteloso deja de ser evidente. Tal
como lo dijo en el Discurso Nobel leído el 7 de diciembre en Estocolmo:
De entonces [los años 60] a esta época, no sin tropiezos y resbalones,
América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de
César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padece-
mos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secun-
darla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas,
como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal
que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consen-
sos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una
izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú,
Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica,
respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renova-
ción en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la
insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina
dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del
presente. (Vargas Llosa 2010f:5)
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Sin embargo, tal como se menciona en este texto, existen algunas nubes negras
que todavía ensombrecen el panorama de la región y que, desafortunada-
mente, no pueden ser ignoradas sin más. Las principales amenazas a los
avances alcanzados provienen, dejando aparte el tema del crimen organizado,
de dos fenómenos ampliamente analizados por Vargas Llosa: los rebrotes
populistas del caudillismo y el surgimiento de ideologías racistas y profunda-
mente destructivas, como aquellas que encarna una parte significativa del así
llamado indigenismo. Sobre este último tema volveremos en el próximo apar-
tado para concentrarnos ahora en la variante populista de esa vieja enfer-
medad latinoamericana que es la de los caudillos.
Como ya se dijo, a través de su historia los latinoamericanos han mostra-
do una fuerte atracción hacia lo mesiánico y lo utópico, hacia la búsqueda de
un remedio prodigioso para sus problemas gracias a una fuerza superior
persona, divinidad, ideología o institución que interviene para resolvérselos.
Se trata de una manifestación más de ese otrismo ya mencionado, pero ahora
no respecto de las culpas sino de las soluciones:
Sobre el latinoamericano pesa, como una lápida, una vieja tradición
que lo lleva a esperarlo todo de una persona, institución o mito, pode-
roso y superior, ante el que abdica de su responsabilidad civil. Esta
vieja función dominadora la cumplieron en el pasado los bárbaros
emperadores y los dioses incas, mayas o aztecas y, más tarde, el
monarca español o la Iglesia virreinal y los caudillos carismáticos y
sangrientos del siglo XIX. Hoy, quien la cumple es el Estado. Esos
(Vargas Llosa 2009:300)
El Estado y los nuevos caudillos que se apoderan del mismo y lo ponen a su
servicio siguen lastrando la vida social latinoamericana. La creencia de que
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alguien otro resolverá nuestros problemas es su combustible y su vórtice la
figura del caudillo, su cari
-
duo, confiando en una potencia avasalladora encarnada, en este caso, por esa
especie de superhombre supuestamente portentoso que es el caudillo. Se trata,
individuo, esclavizándose a una religión o doctrina o caudillo que asume la
responsabilidad de dar respuesta por él a todos los problemas, rehúye el arduo
1992:26).
El caudillo no tiene en realidad ideología o, de tenerla, ésta es algo
secundario, un ropaje con el que cubre la desnudez de su verdadera fuente de
poder: su persona mitologizada, temida y amada, aborrecida y adorada,
espantosamente omnipresente por medio de sus tentáculos políticos y policía-
les pero a la vez protectora, arquetipo del patriarca brutal que personifica una
virilidad salvaje y seductora, voraz e incontrolable, puro deseo y voluntad. Por
ello es que el caudillo puede cambiar totalmente de posición y dar bandazos
ideológicos espectaculares, sin que esto lo afecte mayormente mientras siga
siendo capaz de despertar en su pueblo esa admiración aterrorizada en la que
funda su dominio.
Hace poco, en octubre de 2010, Vargas Llosa hacía la siguiente
reflexión acerca de la Venezuela de Hugo Chávez, destacando la esencia misma
del caudillismo y planteándose una pregunta fundamental acerca del cómo
combatirlo:
Se reprocha a la oposición venezolana carecer de líderes, no tener al
frente a figuras carismáticas que arrebaten a las masas. Pero, cómo,
¿todavía hay que creer en los caudillos? ¿No han sido ellos, esos
horripilantes payasos con las manos manchadas de sangre, embelecos
inflados de vanidad por el servilismo y la adulación que los rodea, la
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razón de los peores desastres de América Latina y del mundo? La
existencia de un caudillo carismático supone siempre la abdicación de
la voluntad, del libre albedrío, del espíritu creador y la racionalidad de
todo un pueblo ante un individuo al que se reconoce como ser superior,
mejor dotado para decidir lo que es bueno y lo que es malo para todo
un país en materia económica, política, cultural, social, científica,
etcétera. ¿Eso queremos? ¿Que venga un nuevo Chávez a librarnos de
Chávez? Yo discrepo. Estoy convencido de que América Latina sólo será
verdaderamente democrática, sin reversión posible, cuando la inmensa
mayoría de latinoamericanos esté vacunada para siempre contra la
idea irracional, primitiva, reñida con la cultura de la libertad, de que
sólo un superhombre puede gobernar eficazmente y con acierto a esas
mediocridades que somos el resto de los seres humanos, esos rebaños
que necesitan buenos pastores que los conduzcan por el camino debido.
(Vargas Llosa 2010c)
Latinoamérica ha sufrido indeciblemente por su fe mágica en la fuerza demiúr-
gica de ese Gran Macho que es el caudillo, pero no se puede desconocer que las
cosas han ido mejorando durante los últimos decenios en la medida en que el
proceso de democratización ha ido ganando terreno. Los caudillos de hoy se
ven cada vez más obligados a atenerse a las formas democráticas (con la
excepción de los Castro), pero al precio de desfigurarlas, transformándolas en
esa f the winner takes it all
es más que una caricatura de una democracia liberal o simplemente seria.
Hugo Chávez es el símbolo de esta forma antidemocrática de usar la
democracia, pero ha encontrados ávidos secuaces en Bolivia, Ecuador y
Nicaragua. Además, siempre está ese inquietante enigma que es Argentina,
cuna del caudillo populista latinoamericano por excelencia, Juan Perón, cuya
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sombra sigue siendo larga en un país donde el estilo mafioso de hacer política,
lamentablemente, sigue siendo una realidad.
Esto no obsta, sin embargo, para coincidir con el optimismo o menor
pesimismo de Vargas Llosa. Lo que a él le da mayor esperanza es el surgimien-
una izquierda que poco o nada tiene que ver con el marxismo totalitario o con
moderada y democrática, que no se obstina en perpetuarse en el poder, que
sostiene la necesidad de una disciplina fiscal rigurosa y que afirma las
bondades tanto de la economía de mercado como de la globalización. Esta
izquierda ha tenido sus mejores representantes en los presidentes socialistas
de Chile (Ricardo Lagos, 2002-2006, y Michelle Bachelet, 2006-2010) y en
Lula da Silva de Brasil, si bien la política exterior de este último, de andarle
repartiendo abrazos a variopintos dictadores lo deja a uno, con palabras
(Vargas
Llosa 2010b).
En 1993 Vargas Llosa asistió a una conferencia celebrada en la
Universidad de Princeton en la que participaban seis destacados líderes
izquierdistas (entre ellos Lula) que, de una manera u otra, se estaban
encaminando hacia una modernización de sus creencias. Mediante su
la izquierda en América Latina inmovilizada en la ideología, los dogmas y
sa 1994:223)
La conferencia puso de manifiesto que las cosas efectivamente estaban cam-
muestran resueltos partidarios de la democracia, de las elecciones y el
denodados esfuerzos para no hablar de Cuba y, en todo caso, para no ser
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clara y por ello Vargas Llosa le puso signo de pregunta al título del artículo que
¿Una izquierda civilizada? -
damente, quitar el signo de pregunta: hemos visto ya a muchos socialistas que
historia y promover, sin complejos de inferioridad, una política económica
moderna, de corte liberal, de apertura al mundo, de apoyo a la iniciativa
izquierda de nuevo cuño es el gran adversario y el mejor antídoto contra esa
izquierda troglodita de los caudillos y los comandantes que aún da coletazos en
ciertas partes de la región.
Finalmente, y como componente sustancial del progreso reciente de
América Latina, está la evolución de una parte importante de la derecha de la
región hacia un sólido compromiso con la democracia y la sensibilidad social,
dejando tras de sí un largo y vergonzoso historial de golpismo instintivo e
presidente de Chile desde marzo de 2010, es el mejor símbolo de una
renovación que, completando la de la izquierda, puede echar las bases de una
estabilidad política que es una de las condiciones fundamentales del progreso
moderno.
El indigenismo y la utopía arcaica
Las amenazas al progreso de América Latina no solo provienen de posibles
recaídas en el caudillismo. Durante los últimos decenios ha surgido un tipo de
ideología y de líderes que explotan sin escrúpulos las viejas divisiones étnico-
completamente fenecida. Esta orientación racista de los conflictos latinoame-
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mayor de las preocupaciones en Vargas Llosa que, además, ha podido consta-
de los países desarrollados, siempre anhelante del buen salvaje.
La forma predominante que asume este nuevo racismo es el así llamado
indigenismo, que postula la existencia de un conflicto fundamental entre una
identidad originaria y las demás identidades latinoamericanas, consideradas
su odioso llamado a una lucha identitaria fratricida, no puede dejar de serle
repelente a Mario Vargas Llosa, defensor consecuente de la tolerancia, la
convivencia en la diversidad, el mestizaje y el derecho del individuo a
justamente ser considerado como un individuo y no como una personificación
de un supuesto colectivo. Además, se trata de una receta segura para destruir
los cimientos mismos de países que como el Perú y la mayoría del resto de las
naciones latinoamericanas, son verdaderos mosaicos de diversidad humana.
Que no se trata de un peligro teórico o supuesto lo probó con toda
claridad la elección presidencial peruana del año 2006, en la que una retórica
nacionalismo militarista anti-chileno y todo tipo de acusaciones contra el
escasa distancia de ganar las elecciones. El padre de Ollanta, Isaac Humala, es
el creador de una de las doctrinas más abiertamente racistas y nacionalistas 3. Pero también
en otros países andinos e incluso en Venezuela el color de la piel y la etnicidad
han pasado a ocupar la escena política. En enero de 2006 Vargas Llosa escribió
lo siguiente acerca de este amenazante fenómeno y de cómo el mismo estaba
siendo legitimado fuera de la región:
3 Andrés Avelino Cáceres, presidente del Perú y héroe de la resistencia contra la ocupación chilena en la Guerra del Pacífico (1879-1883).
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No hace muchos años parecía un axioma que el racismo era una tara
tiempo a esta parte, y gracias a personajes como el venezolano Hugo
Chávez, el boliviano Evo Morales y la familia Humala en el Perú, el
racismo cobra de pronto protagonismo y respetabilidad y, fomentado y
bendecido por un sector irresponsable de la izquierda, se convierte en
un valor, en un factor que sirve para determinar la bondad y la maldad
Plantear el problema latinoamericano en términos raciales como hacen
aquellos demagogos es una irresponsabilidad insensata. Equivale a
querer reemplazar los estúpidos e interesados prejuicios de ciertos
latinoamericanos que se creen blancos contra los indios, por otros,
igualmente absurdos, de los indios contra los blancos. En el Perú, don
-
: el Perú sería un país donde sólo los
"cobrizos andinos" gozarían de la nacionalidad;; el resto blancos,
negros, amarillos serían sólo "ciudadanos" a los que se les reconoce-
rían algunos derechos. (Vargas Llosa 2009:242-43)
El interés de Vargas Llosa por el indigenismo comenzó, sin embargo, mucho
antes de que las figuras recién mencionadas se hiciesen conocidas y cobrasen
relevancia política. Ya en 1996 publicó una obra de gran calado sobre el tema:
La utopía arcaica José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. Se
trata de un extenso trabajo en que analiza, simultáneamente, las obras del
escritor peruano José María Arguedas (1911-1969) y el surgimiento de la
ideología indigenista en sus diversas vertientes y variantes.
Para evitar el riesgo de confundir el trigo con la cizaña dejemos esta-
blecido, ante todo, que Arguedas es un gran escritor de obras tan hermosas
como Los ríos profundos (1958) o tan fascinantes como Yawar Fiesta (1941).
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Vargas Llosa, quien conoció personalmente a Arguedas ya en los años 50, dice
Faulkner (Vargas Llosa 2008a:13-14). Pero dejemos de lado al escritor Argue-
das para concentrarnos en lo que aquí nos interesa: las raíces y el desarrollo
del indigenismo.
El estudio de Vargas Llosa nos muestra, paso a paso, cómo se va creando
el mito de una edad de oro perdida y cómo se va construyendo, a partir de ella,
la idea de una etnicidad y una raza superiores. La edad de oro perdida no es,
como se podría pensar, el Imperio incaico o, con su verdadero nombre, el
Tahuantinsuyo4, sino una versión mitológica del mismo cuyo origen, sorpren-
dentemente, no es latinoamericano, sino europeo. Así se confirma, una vez
más, aquello que Carlos Rangel expuso ya en los años 70 en su obra Del buen
salvaje al buen revolucionario
en absoluto americanos. Son mitos creados por la imaginación europea, o que
vienen de más lejos aún, de la antigüedad judeohelénica y asiática, y van a ser
reformulados por los europeos maravillados de haber descubierto un Nuevo
Según Vargas Llosa, fue Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) nacido
en el Cuzco e hijo de un noble extremeño y una princesa inca quien con sus
Comentarios Reales de los Incas, escritos unos cuarenta años después de
haber dejado su Perú natal, inició la creación del mito del Incario, verdadera
piedra de toque del indigenismo moderno. Inca Garcilaso de la Vega fue el
eslabón central de una insólita cadena de transmisión, que va desde los griegos
clásicos hasta nuestros negadores contemporáneos de esa herencia de la que,
sin saberlo, son portadores:
No deja de ser paradójico que una ideología tan agresivamente nació-
nalista y maniquea como el indigenismo, que funda toda su reivin-
4 Del quechua: tawa, cuatro, y suyu, parte o región, en alusión a las cuatro grandes regiones que conformaban el Imperio inca.
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dicación de la cultura y la raza aborigen en el rechazo global de lo
europeo, tenga sus raíces en remotas leyendas griegas y latinas
reactualizadas por el humanismo renacentista italiano y anglosajón
con el que al mismo tiempo que con sus recuerdos de infancia
construyó su hermosa fabulación histórica el hijo de un conquistador
español y una princesa incaica, en Montilla, un remoto pueblo de
Andalucía. Esta antigua utopía nació a orillas del Mediterráneo en la
Grecia clásica y se extendió por Europa en la Edad Media, disuelta y
consagrada en el utopismo cristiano con los romances y ficciones de
caballerías. El Renacimiento la racionalizó y tradujo en esquema
teórico, ciencia histórica, sistema filosófico, doctrina política. Ella se
apoderó de América, sobre todo a partir del siglo XVIII, época
corrompido por la civilización. Así llegó hasta el llamado Nuevo
Mundo, donde se aclimató y metabolizó en manos de intelectuales,
artistas y literatos empeñados en afirmar su singularidad y la
especificidad cultural americana. (Vargas Llosa 2008a:219)
En el Perú se desarrolló, durante el siglo XX, una amplia literatura que fue
ensanchando el mito y proyectándolo hacia el futuro como una reivindicación
de una reconquista revolucionaria de aquel paraíso perdido. A partir de obras
como Tempestad en los Andes (1927) de Luís Valcárcel se fueron construyendo
las bases de la utopía etnosocialista del indigenismo actual. La influyente
producción de Valcárcel se extiende por varios decenios y así comenta Vargas
Llosa su libro Ruta cultural del Perú de 1945:
La percepción del Perú precolombino sigue siendo idílica e incons-
cientemente marcada por la doctrina de raíz cristiana del paraíso per-
dido y la moderna utopía colectivista del socialismo. Entre los incas no
había miseria, ni opresión, ni egoísmo;; el gobierno, paternal y laxo,
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daba amplia autonomía a las regiones y respetaba la idiosincrasia de
los pueblos incorporados al Tahuantinsuyo. La humanidad india vivía
feliz, en estado de naturaleza, hasta la llegada del conquistador, quien
introdujo el pecado terrible d
llegada del europeo cancela la inocencia de los aborígenes y el mal
empieza a corroer espiritual y físicamente un mundo donde imperaba
los Incas, en que la organización social, política y económica había
conquistado para el hombre, cualquiera fuese su lugar en el Estado, un
(Ibid:206-207;; la parte final entrecomillada es una cita del libro de
Valcárcel)
que quien escribe sea un historiador: es ideológica y mítica. Para hacerla
posible, ha sido necesaria una cirugía que eliminara de aquella sociedad per-
esta manera se ha logrado transformar una sociedad con rasgos fuertemente
totalitarios y que usaba la violencia más despiadada para someter a los pueblos
insumisos en una especie de sociedad ideal. Esto dice mucho, en realidad,
sobre los principios que han inspirado a quienes proponen este tipo de utopías:
para ellos el valor que todo lo supedita es la seguridad que el Estado puede
darle a sus súbditos. En esa perspectiva, la libertad individual no es más que
un estorbo para la realización de la gran obra de los supremos planificadores
-
dores).
En este contexto aparece la vertiente racista de la utopía indigenista. La
felicidad colectiva, administrada por ese magnánimo Estado, se basa en la
-
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mente. Se trata
nada menos que de una versión criolla de ideas muy semejantes a aquellas que
en Europa fueron propugnadas por aquel racismo que, en su versión más
extrema, desembocó en el nazismo:
¿Por qué era feliz la sociedad india prehispánica? Porque en ella el
Estado benévolo tomaba a su cargo la satisfacción de las necesidades
de todos los súbditos, quienes, dóciles y diligentes, se plegaban a los
designios planificadores del poder centralizador y filantrópico, pater-
nalista y tolerante, que actuaba guiado sólo por el bienestar de la
colectividad. Ésta era étnicamente homogénea el desestabilizante fac-
-
y de naturaleza
gregaria. (Ibid:207;; el texto entrecomillado es de Valcárcel)
Este componente racial, que es central en gran parte del pensamiento indige-
nista, se halla, en algunos autores, directamente relacionado o más bien deter-
minado por el paisaje andino mismo, que con sus características peculiares
moldea un tipo específico y mejor de ser humano. Esta variante, conocida
falso y foráneo, el
en la Costa, nunca en la serranía hermética e impropicia a toda bastardía y a
Valcárcel publicaba Tempestad en los Andes
-
nismo plasmado en esta obra se basa, según Vargas Llosa, en tres axiomas
racistas-machistas:
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1) superioridad de la Raza (sangre y cultura) inca sobre la europea;;
2) superioridad de la sierra masculina sobre la costa femenina, a la que
los incas despreciaban como blanda, sensual e inactiva, y
3) superioridad del Cuzco autóctono sobre Lima, ciudad desnaciona-
lizada y frívola. (Ibid:83-84)
Gabriel Osborno, el personaje principal de una de las novelas de José María
Arguedas, El Sexto5, expresa muy bien la esencia de
los Andes, por sus características geográficas y culturales, representan una
forma más profunda y auténtica de humanidad que los desiertos y valles de la
costa, que por eso el pueblo quechua creó en esas alturas una civilización mo-
ralmente superior a la occidental, que, aunque cercada y negada por los inva-
-266).
Ahora bien, el hecho de que estos mitos acerca de un Incario utópico y
una humanidad andina superior hayan surgido de la ensoñación de intelec-
tuales europeos o peruanos y que los mismos sean hoy explotados por empren-
dedores políticos sin escrúpulos, no obsta para reconocer su función de
mo que por siglos ha
despreciado al indígena y a su cultura. Tampoco es difícil ver en el indigenismo
un espíritu de revancha anclado en las profundas injusticias sociales y étnicas
(y ambas cosas se mezclan y condicionan mutuamente) que han caracterizado
tanto al Perú como a muchos otros países de América Latina. Ello le confiere al
indigenismo contemporáneo su caja de resonancia social y su capacidad de
movilización política. Esta misma circunstancia puede ser uno de los motivos
de esa condescendía y hasta simpatía con que algunos lo miran desde el
exterior, pero nada de ello lo hace menos racista, resentido y enemigo de esa
5 El Sexto era una siniestra cárcel limeña (clausurada en 1986) en la que la novela discurre. Arguedas había estado recluido, por razones políticas, ocho meses en ese penal en los años 30.
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convivencia en la diversidad que es lo único que puede darle un futuro a
América Latina.
En la plaza Che Guevara, bajo las pedradas
Han pasado ya casi diez años desde aquella tarde de junio de 1998 cuando
Mario Vargas Llosa habló sobre Adam Smith en el teatro de Rosario. Estamos
nuevamente en esta ciudad que se levanta en la margen occidental del Paraná,
hasta donde han llegado liberales de los más diversos países para celebrar los
veinte años de vida de Fundación Libertad y también para manifestarle su
cariño y gratitud a Gerardo Bongiovanni, su entusiasta fundador y presidente.
Llegar a Rosario no es fácil estos últimos días de marzo de 2008: las carreteras
están bloqueadas ya sea por violentos piqueteros peronistas ya sea por
agricultores indignados por los intentos de arrebatarles sus ingresos de parte
del gobierno peronista de los esposos Kirchner.
La ciudad en donde nos encontramos es la misma en que el año 1928
nació Ernesto Rafael Guevara de la Serna, hijo mayor de una familia argentina
de alta alcurnia. No muy lejos del gran auditorio donde se celebra el encuentro,
a que allí se
levanta un mural con la imagen de Guevara, aunque su nombre real es Plaza de
la Cooperación), se concentra algo más de un centenar de personas que, bajo
banderas rojas mezcladas con banderas cubanas, venezolanas y argentinas, se
han reunido p
dado cita en Rosario. En algunas banderas se ve la silueta estilizada de
Guevara hecha a partir de la famosa foto que Alberto Korda le tomase en 1960.
Si esto hubiese ocurrido unos cuarenta años antes yo hubiese sido, con toda
seguridad, uno más de los manifestantes, dispuesto a impedir, incluso median-
te el uso de la fuerza, que esos lacayos del imperialismo y viles servidores del
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capital mostrasen sus despreciables rostros en esta ciudad donde el gran héroe
de la revolución había visto la luz del día.
Al divisarlos mis pensamientos no pueden sino volar hacia aquellos
tiempos de boina negra y sueños románticos cuando yo también creí que, tal
como Guevara lo expresó, todo el destino de la humanidad dependía de un acto
de valor sublime, de una entrega total, donde la muerte, la propia y la de
muchos otros, no era más que el modesto peaje que la historia nos imponía
el hombre
libre para construir una sociedad mejor
palabras finales de Salvador Allende. Me acordé del impacto que en ese joven
santiaguino de 16 años que yo era entonces tuvo el llamado de Guevara, en
abril de 1967, a darle la bienvenida a
luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de
Pensé entonces en ese hombre, fallecido hacía ya casi 40 años, que no
había vivido sino para escenificar su propia muerte, con la cual soñaba ya de
muy joven, a fin de inmortalizarse. Ese fue su verdadero Leitmotiv, el profundo
hilo conductor de su vida;; la revolución y el comunismo no fueron sino la gran
escenografía de una muerte tempranamente anunciada. En una poesía escrita
a los 19 años de edad expresaba así su deseo de una muerte que lo inmor-
talizase:
¡Lo sé! ¡Lo sé!
Si me voy de aquí me traga el río.
Es mi destino: "hoy voy a morir".
Pero no, la fuerza de voluntad todo lo puede [...]
Morir sí, pero acribillado por
las balas, destrozado por las bayonetas,
si, no, no, ahogado no...
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un recuerdo más perdurable que mi nombre
es luchar, morir luchando.6
Que contraste, pensé, con ese hombre que justamente ese día cumplía 72 años
y que viajaba unos tres asientos más adelante en el autobús que esa tarde nos
llevaba de regreso al local de la conferencia. Este peruano-latinoamericano-
cosmopolita ya entrado en canas que había vivido para regalarnos vidas y que
recorría los cuatro rincones de aquella América Latina que Guevara había
querido convertir en un nuevo Vietnam hablando de la libertad, de la toleran-
cia, de la democracia y, sobre todo, del amor a la vida.
El autobús se había detenido, los manifestantes de la plaza del Che
habían bloqueado la calle Mitre, por la que íbamos, y nos rodeaban. Pronto
cayeron las pedradas, se hicieron añicos varias ventanas, y no había forma ni
de avanzar ni de retroceder. Me levanté y le dije a Mónica, mi señora
cortinas semicerradas el triste espectáculo que se desarrollaba a nuestro
alrededor. Afortunadamente, después de unos diez interminables minutos
llegaron policías de civil en nuestra ayuda y el autobús pudo dar marcha atrás.
Cuando finalmente alcanzamos nuestro destino, pudimos constatar la magni-
tud de los daños y sorprendernos de que todos hubiésemos salidos ilesos. Así
pudimos esa noche compartir mesa con, entre otros, Mario, Patricia, Álvaro y
Esperanza Aguirre, en la cena de honor con que se cerraba aquella celebración
de la libertad que fue nuestro encuentro en Rosario.
En un artículo publicado en el diario ecuatoriano El Universal Gabriela
Calderón, que también viajaba en el mentado autobús, relata así lo ocurrido:
6 El poema está reproducido en una multitud de fuentes. Entre ellas en http://es.wikipedia.org/wiki/Ernesto_Guevara
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estaba-
mos cercados por aproximadamente 150 manifestantes que inmediata-
mente procedieron a lanzar piedras a nuestro bus. Todos los que
estábamos en el bus cerramos las cortinas. Nuestra escolta de
seguridad llamaba por su celular y nadie le contestaba;; luego perdió la
señal. Las piedras rompieron una ventana y se escucharon los vidrios
caer. Luego rompieron tres más. Después escuché a alguien
debajo del asiento mientras Vargas Llosa permanecía sentado y tran-
quilo en el asiento de al lado. Yo le pregunté si siempre lo recibían así y
me contestó que no siempre pero que frecuentemente. Luego los mani-
festantes intentaron abrir la puerta del bus y por fin el bus logró dar
retro y salir de esa cuadra. Cuando le conté a mis amigos y familiares
ecuatorianos lo que había pasado, la primera pregunta de todos fue:
(Calderón 2008)
persona Mario Vargas Llosa, que sin duda no conocen. Lo que odian tampoco
son las ideas que él defiende, ya que de ellas, en verdad, saben muy poco o
demoníaca que encarna todos los males y es culpable de innumerables
desdichas, tanto sociales como personales. Este es un aspecto fundamental del
pensamiento tribal, ya que la tribu, para constituirse como tal y mantenerse
unida, necesita tanto de la supuesta bondad de las fuerzas mágicas encarnadas
en su jefe o caudillo como de una fuerza antagónica, igualmente mágica, pero
amenazante y destructiva, fuente de todos los males, y cuyo arquetipo no es
otro que el Anticristo del milenarismo medieval. Así se ordena el pensamiento
maniqueo, cuya paleta no tiene más colores que el blanco y el negro. Lo que
ocurrió en esa plaza rosarina no fue, en el fondo, más que una expresión de esa
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actitud tribal empapada de irracionalidad, donde solo hay buenos y malos,
amigos y enemigos, donde no existe el diálogo y se argumenta a pedradas.
La rabia que expresaban los apedreadores era, sin embargo, la de los
derrotados, la de aquellos que han visto sus dioses tribales reducidos a la
impotencia y abandonados por muchos o, peor aún, convertidos, como la ima-
gen estilizada de Guevara, en mercancía barata del carnaval urbano moderno.
Todo marcha en su contra y en Vargas Llosa ven el símbolo de la única verda-
dera revolución que Latinoamérica ha experimentado en su larga historia, que
no es aquella de las pistolas ni de los guerrilleros barbudos, sino de la simple
democracia, de los empresarios y el pedestre capitalismo, de la apertura al
mundo, de la libertad que va ganado espacios y creando, poco a poco, una
sociedad mejor.
violenta y primitiva de un malestar más amplio y difuso, presente entre mucha
gente que si bien ya no cree en los santones revolucionarios conserva una
-
cos no practicantes pero, a su manera relajada y algo distante, todavía creyen-
tes. En el caso concreto de Vargas Llosa, ese malestar se acrecienta ya que su
sola existencia pone en entredicho algunas certidumbres elementales del
al la
gente buena y sensible, de corazón generoso y solidario, es naturalmente de
que sienten con el bolsillo y no con el corazón, gente tal vez habilidosa pero
innoble. Cuando se trata de los artistas se supone, axiomáticamente, que esto
es aún más cierto. Un artista verdadero debe ser, genéricamente, de izquierdas,
justamente porque en la misma naturaleza del artista está la sensibilidad y el
idealismo. De esta manera está el
y no deja por ello de ser tremendamente irritante e incluso desconcertante que
venga un señor de talento literario indiscutible, vida intachable y vocación soli-
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daria incuestionable a proclamarse liberal, defender la globalización, hablar
bien de la economía de mercado y hasta celebrar a la señora Thatcher.
incómodos sino directamente disgustados por su férrea defensa de la libertad
integral, por su condena constante y consecuente de todo método reñido con la
otros se irritan por sus posturas respecto de nuestras elecciones vitales y estilos
de vida, e incluso habrá alguno un poco molesto por hacer de gran parte de su
última novela, El sueño del celta, un acta implacable de incriminación contra
ese colonialismo europeo que bajo las banderas del progreso y la civilización
fue capaz de construir una maquinaria tan brutal de explotación humana como
la que Leopoldo II de Bélgica montó en el Congo.
Así es Mario Vargas Llosa, el rebelde, el libertario, el cartógrafo de las
estructuras de poder, como dijo la Academia Sueca, un hombre que, como la
so le queremos.
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