María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires
Multiculturalismo: ¿crítica al eurocentrismo o etapa superior del imperialismo? 1
Introducción
La irrupción de la diversidad cultural y el aumento de su visibilidad, los conflictos entre los
viejos derechos civiles, políticos y sociales y los nuevos derechos culturales entre otras
cuestiones, constituyen aspectos centrales de la experiencia y del discurso multiculturalista
que sin duda ponen de manifiesto la crisis de las identidades sociales y políticas de la
modernidad y la construcción de nuevas formas de la identidad colectiva. Hay un
interrogante que guía este trabajo y que he venido planteando en los últimos años en
conferencias y básicamente en el seminario “Globalización, multiculturalismo y
cosmopolitismo que dicto en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos
Aires: ¿es el multiculturalismo una crítica al eurocentrismo o la etapa superior del
imperialismo? Sin duda, la polémica suscitada ante la publicación del artículo de Pierre
Bourdieu y Löis Wacquant “On the Cunning of Imperial Reason”2 en torno a esta segunda
cuestión, ha constituido un estímulo adicional para esta publicación.
La aceleración del cambio y el aumento de la escala de los procesos, las innovaciones
tecnológicas y los cambios en la vida urbana han transformado profundamente nuestra
percepción y representación del tiempo y del espacio. El incremento de flujos y circulación de
bienes, mensajes y personas, la yuxtaposición y mezcla de experiencias, la mutua retroacción
entre lo local, nacional e internacional contribuyen a desestructurar las identidades
1Este trabajo continua una línea de investigación vinculada con los cambios culturales y políticos en la actual etapa de la globalización. Véase: Reigadas, M.C., The Public Household and New Citizenship in Daniel Bell´s Political thought, Citizenship Studies, Sage/Carfax Publishing Ltd., Vol.2, Nº 2, 1998; Reigadas, M.C., “Parochialism and cosmopolitanism; tensions, paradoxes and ambiguities”, Conference nationalism, Identity and Minority rights, (NIMR), ASEN, Universidad de Bristol, Bristol, Reino Unido, setiembre de 1999. Reigadas, M.C., “Justicia global y derechos humanos”, en Barbosa, S., Casalla, M. y otros, Márgenes de la Justicia, Buenos Aires, GEA/Altamira, 2000 2 Véase Bourdieu, Pierre and Wacquant, Löis, “On the Cunning of Imperialist Reason”, Theory, Culture & Society, Sage Publications (London, Thousand Oaks and New Delhi), Volume 16, Number 1, February 1999 y las respuestas de Couze Venn, Charles Lemert, John French, Jan Nederveen Pieterse, Jonathan Friedman, Pnina Werbner, Michel Wieviorka y Saskia Sassen a dicho artículo, en Theory, Culture & Society, Sage Publications ( London, thousand Oaks and New Delhi), Vol. 17, Number 1, February 2000.
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires individuales y colectivas, ya se trate del individuo liberal moderno, de las clases sociales y/o
de los Estados Nacionales.
Se han consolidado los imperativos sistémicos de una economía basada en la profundización
de la desigualdades y la exclusión, que coloniza el sistema político y pretende avanzar sobre
el mundo de la vida cotidiana, imponiendo el recurso dinero y la racionalidad instrumental que
le es propia. El poder económico traza nuevas fronteras que rara vez coinciden con las de los
Estados Nacionales, socavando su soberanía. De este modo, la desterritorialización del
poder debilita progresivamente su capacidad cuasi monopólica de proveer integración,
seguridad y bienestar a los ciudadanos, sin poder evitar el aumento de la marginación y la
fragmentación social. Pero junto con ésta estalla la diversidad reprimida o asimilada en la
modernidad, poniendo de manifiesto la falsedad del presupuesto “una cultura, una nación,
un estado” y demostrando cuán lejos estamos de las temidas distopías de la
homogeneización.
Si por un lado hay que celebrar la caída del modelo de la asimilación, por el otro la
consolidación de un modelo económico que torna irrelevantes a las grandes mayorías nos
exige preguntarnos con urgencia por las nuevas formas de construcción de identidades
políticas y por los nuevos modelos de inclusión.3
Por cierto que reconocer la crisis de las identidades sociales y políticas modernas producidas
por el vendaval globalizador no significa sostener la desaparición de los individuos, las clases
o las naciones, sino advertir que ya no constituyen sujetos preconstituidos y privilegiados que
definen monopolísticamente las identidades y totalizan en el tiempo y en espacio la
experiencia social.
¿Quién puede hoy sostener que el individuo moderno del liberalismo, el individuo que
persigue racionalmente sus fines y realiza sus valores sea el agente del progreso y el
3 Que los Estados Nacionales no controlan la economía mundial no es nuevo, pero tomar nota de las cifras no deja de se escalofriante. Hoy, dice Castells ( Margarita Riviere, “Manuel Castells. El maestro de la aldea global”, Entrevista, El País, 27-2-2000) mil millones de personas viven mejor que antes, pero otros mil millones han bajado a tener menos de un dólar por día en los últimos diez años. Hoy el mundo se divide en un grupo que se incorpora productiva y creativamente mediante el consumo, otro que se achica cada vez más, refugiándose en sus identidades y otro que ha pasado de la explotación a la irrelevancia, generando grandes zonas de exclusión social. Y resalta que lo grave es la irrelevancia de la población excluida de la red que no sirve para nada. Ni la apatía ni el fundamentalismo, ni la apelación a formas desesperadas de violencia (que suelen buscar el control local de la situación, como sucedía con los talibanes en Afganistán) constituyen, sin embargo, reacciones eficaces frente a la exclusión. Pero en cualquier caso, este es el punto crucial que hay que enfrentar: que buena parte -sino la mayoría- de la población mundial es irrelevante para el desarrollo de la economía mundial. Y que están crecientemente fuera de la protección de los estados, de las redes y de las instituciones no gubernamentales existentes.
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires garante de la armonía y reconciliación de todos los intereses? Un individuo socializado en
la escuela, en la cual se preparaba para la vida profesional y se formaba como ciudadano, a
fin de entrar en el espacio público (la fábrica, la oficina, etc.) con la suficiente
cualificación. Por el contrario, y según geografías e historias, aparecen nuevas formas de la
subjetividad, algunas festivos o indiferentes, otras escépticas, irónicas, cínicas y/ o
violentos, modelo Generación X, Beavis & Butthead, nuevas tribus urbanas. Viejos y
nuevos pobres, marginales de todo tipo, grupos de acción solidaria o de protesta, nuevos
movimientos sociales y asociaciones voluntarias, gente en busca de nuevas ciudadanías,
gente que busca nuevas aunque mínimas formas de referencia, identidad, estima y
sentido.
¿Quién puede sostener hoy sin más que la construcción de las identidades políticas se
constituye a partir del modelo social de la lucha de clases? Mucho menos que el
proletariado o la clase trabajadora las encabece, habida cuenta de la crisis del modelo
industrial, de la emergencia del postindustrialismo, del fin de la sociedad de pleno empleo
y del salario pleno y de la precarización laboral.
¿O que la pertenencia a un Estado Nacional constituye la fuerte de identificación básica y
central para la mayoría de sus habitantes, cuando las sociedades revelan cada vez más su
heterogeneidad social y cultural?
Sin embargo estas transformaciones, críticas como son, no deben inducir a consideraciones
apocalípticas, dado que pueden constituirse en oportunidades de creación e innovación. Sin
desconocer que las crisis suelen sumirnos en la confusión y la perplejidad, ya que nuestros
principios explicativos e interpretativos habituales se revelan como insuficientes para dar
cuenta de los cambios y que, por consiguiente, no poseemos parámetros confiables para
distinguir entre lo nuevo y lo viejo, lo cercano y lo lejano, lo propio y lo ajeno, hay que
reconocer que en los momentos de crisis se nos revela en toda su crudeza la incertidumbre
y contingencia propia de toda situación histórica y la dimensión de riesgo de la sociedad
contemporánea. Las situaciones de crisis nos desafían a asumir las tensiones,
ambigüedades y paradojas que habitan los procesos, renunciando a encontrar identidades
esenciales, ahistóricas, fijas de una vez para siempre y portadoras de sentidos unívocos.
Nos permiten advertir que aún aquellas identidades que hoy pretenden fundarse en antiguas
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires tradiciones, son ya producto de la reflexividad postradicional y producto de los complejos
contextos de la sociedad contemporánea.
En suma, partimos del reconocimiento de la crisis de las identidades sociales y políticas de la
modernidad y de su relación con el fin del mito de la homogeneidad, de las identidades únicas
e inmutables y de los sujetos totalizadores y privilegiados. En relación a estas cuestiones,
hay que recordar que ni la ideología del progreso unilineal del liberalismo (manos invisibles,
astucias de la razón, principios utilitaristas) ni la ideología de la revolución del marxismo (ni
la lucha de clases o las leyes del materialismo histórico) cumplieron sus promesas de armonía
y reconciliación final de los conflictos y antagonismos. Por el contrario, hay fuertes sospechas
de que todas estas concepciones totalizadoras han tenido íntima conexión con los
totalitarismos del siglo XX.
Crisis de lo político y repliegue social
Hoy ni el Estado es ya el suelo ético desde el cual se organiza la vida social ni la política es
una praxis transformadora de lo social. A la crisis de soberanía hay que sumar la crisis de
representación que promueve un significativo déficit de legitimación democrática que
potencia los conflictos entre la clase política y los miembros del sistema tecnoburocrático,
particularmente en relación a quien hegemoniza la capacidad decisoria. A su vez, el sistema
administrativo renuncia a estar legitimado por una voluntad política y una opinión pública
discursivamente fundada, cuestionando, así, la presunta transparencia de la esfera de lo
público. Las críticas habituales a representantes que no representan los intereses
(preconstituidos) de los mandantes, y cuya performance se agota en el juego mediático de la
política show, revela tres cuestiones: primero, certifica el fin del mito de la transparencia de la
representación, segundo, elimina la tensión entre transparencia y opacidad propia de toda
representación, finalmente, pone en escena el juego perverso de políticos que presentándose
escandalosamente solamente a sí mismos en el business-show de una política vaciada de
contenido, simulan representar al público-espectador, en un como si en el que nadie cree, ni
ellos ni sus pretendidos mandantes, a la vez que ocultan bajo la apariencia inocente y banal de
un juego narcisista su profunda sumisión al sistema económico. Así se potencian la
despolitización y la apatía que contribuyen al repliegue de la sociedad sobre sí misma. Pero en
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires este repliegue la sociedad deja de obrar como un macrosujeto que actúa sobre sí misma. Rota
la totalidad nos encontramos tanto con fuertes tendencias al privatismo, a la anomia y a la
pérdida de sentido como con nuevas formas de protesta y de asociacionismo solidario. Sin
duda la política y lo político exigen hoy una profunda redefinición. A pesar de su remanida
crisis, hoy la política es más necesaria que nunca. Se trata de recuperar la centralidad y
especificidad de la política, reinventándola más allá de los imperativos de la economía, de la
ética o de la estética mediática y en relación con el ámbito de lo público. Hay que mirar,
básicamente, que sucede en la sociedad civil, en dónde se están gestando importantes cambios
culturales, nuevas sensibilidades, consensos y estilos de vida. En este sentido, hay que
interpretar con cautela los fenómenos de desocialización, ya que muchos de ellos,
conceptualizados desde los viejos parámetros como meras formas de retirada de lo social y de
lo político, en muchos casos constituyen, como algunos autores han venido señalando desde
hace tiempo, nuevas formas de atesorar poder social, desde el cual, eventualmente, recrear el
espacio público y las instituciones políticas. Ya sean fallidos o exitosos, tolerantes o
fundamentalistas, los nuevos movimientos sociales, las acciones de protesta o las múltiples
formas del asociacionismo voluntario, constituyen nuevas formas de manifestar el apetito
societal y de imaginar los vínculos políticos, la índole de la representación, de redefinir el
tamaño, tipo y calidad de las unidades y ámbitos de la política, las relaciones entre Estado,
mercado y sociedad civil y entre lo local, nacional, regional, internacional y transnacional.
Nuevas identidades sociales y políticas
Lo nuevo aparece hoy, entonces, bajo la forma de la fragmentación de lo social y mediante la
multiplicación de sujetos que no se identifican ya a partir de una posición única ni de líneas
de identificación privilegiadas o preconstituidas, tales como la clase social o la pertenencia a
un Estado. Por cierto que es imposible englobar bajo un único concepto a fenómenos tan
dispares como los nuevos movimientos sociales, movimientos de protesta, asociaciones
voluntarias, grupos de intereses (musicales, deportivos), grupos de acción puntual, local y
temporaria, grupos, en fin, vinculados con la promoción de viejos y nuevos derechos:
derechos humanos, por las libertades civiles y políticas, por la seguridad ciudadana, en contra
de la corrupción, antiglobalización, por los derechos de los niños, jóvenes, mujeres, y
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires ancianos, por los derechos del y al trabajo, movimiento de aborígenes, de migrantes,
desocupados y ocupas, de presos, anti violencia familiar, ecologistas y ambientalistas,
grupos de género y de preferencias sexuales, religiosos, nuevas iglesias y cultos, grupos de
jóvenes, new age, neohippies, movimientos étnicos y nacionalistas, que atraviesan pacífica o
violentamente las estructuras sociales y las fronteras políticas de los Estados Nacionales.
Tampoco se pueden efectuar generalizaciones valorativas ni interpretaciones unívocas acerca
de ellos. Sin embargo y a grandes trazos, se pueden distinguir dos modalidades básicas de
afirmación de las nuevas identidades: unas abiertas, frágiles y precarias, vinculadas con lo
local, y definidas a partir de intereses puntuales y efímeros, dirigidas a resolver problemas,
reactivar la solidaridad y promover la sociabilidad desde la inmediatez y singularidad de sus
rasgos identitarios y desde la problemática surgida de los contextos de la vida cotidiana;
otras, cerradas en sí mismos y propiciadores de nuevas formas del fundamentalismo.
En estas distintas prácticas podemos distinguir, al menos, dos modelos de construcción de lo
social: el modelo estético, vinculado con las experiencias y sensibilidades “posmodernas”,
que operan, básicamente, en el nivel simbólico de la presentación y representación sensible y
expresiva de la realidad, según las pautas y parámetros de la proyección de la propia
personalidad en términos de lo singular, íntimo y sensible, por oposición a los consensos
racionales, objetivos, impersonales e institucionales, orientados a la construcción de la res
publica y característicos del modelo ético-político.
Muchos de estos grupos (religiosos, de jóvenes, de preferencias sexuales, ecologistas, de
protesta social, etc., ) están más preocupados por expresar sus reclamos y por demandar
reconocimiento cultural y en muchos casos también redistribución de bienes ya, antes que por
construir formas políticas mediadas por prácticas discursivas e institucionalizadas que
procuren expresar y autoafirmar los propios intereses y preferencias. En muchos casos
rechazan las formas instituidas de la política representativa tradicional, y se unen por su
proximidad espacial y afectiva, por compartir sensibilidades y estilos de vida comunes y/o por
la perentoriedad de los reclamos antes por antes que por la dinámica abstracta de un proyecto
temporalizado según objetivos futuros de mediano o largo alcance. En cualquier caso la
diversidad y heterogeneidad de movimientos y formas asociativas inhibe a los científicos
sociales de la ilusión de explicar la multiplicidad de las formas de participación ciudadanía
mediante alguna teoría preconstituida. Lo cual no significa eximirlos de aprehender
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires conceptualmente (y por lo tanto, describir, narrar, explicar, proponer rumbos alternativos, etc.
la compleja realidad social.
Finalmente, lo que hoy está en cuestión es si estos juegos y reclamos contribuirán a
intensificar la fragmentación y el desacople de lo social respecto de lo estatal e incluso de la
economía formal, o si esta multiplicidad de movimientos asociativos reconstruirán el lazo
social según nuevas formas de inclusión basados en los principios de una política democrática
que pueda combinar una igualdad justa con el derecho a ciudadanías diferenciadas. Justamente
esta es la problemática que explora el multiculturalismo.
La experiencia del multiculturalismo pone de manifiesto algunas de las paradojas de la
globalización: la unidad del mundo se resuelve en el acrecentamiento y visibilidad de la
diversidad, las expectativas se exasperan tanto como se intensifica la exclusión y el
fundamentalismo, la crisis de las instituciones y prácticas políticas modernas deviene tanto en
la apatía y la desmovilización como en nuevas formas de organización social y de
identificación política.
El debate sobre el multiculturalismo surge en las instancias académicas y políticas del mundo
anglosajón, extendiéndose luego a Europa y al resto del mundo. Si bien el debate explícito se
inicia en la década del ´90, los temas y problemas que plantean las políticas del
multiculturalismo remiten a viejos tópicos de la primera escuela de Frankfurt y a los
estudios culturales, y se entreveran con los tópicos centrales del debate liberal- comunitarista.
También pensadores contextualistas, posmodernos, representantes de la segunda oleada de la
teoría crítica como Habermas, marxistas como Bourdieu y Zizek participan de este debate.
Por cierto no hay una única política multiculturalista ni un único modo de abordar
conceptualmente la cuestión. Y si bien la idea de multiculturalismo es amplia e imprecisa,
pueden distinguirse en ella, al menos, dos caras bastante nítidamente demarcadas: por un lado,
la que se vincula con la afirmación de identidades culturales (enfatizando cuestiones
antropológicas), y por el otro con la problemática de las nuevas ciudadanías y de los derechos
( enfatizando cuestiones de política normativa).
Nuestro punto de partida será, entonces, la experiencia del multiculturalismo, referida en
primer lugar al estallido, proliferación y visibilidad de la diversidad. Más precisamente de los
derechos de la diversidad, cuestión que constituye en problemas políticos las manifestaciones
culturales de la diversidad, que ya no se resigna ni acepta a quedar disimulada o negada por las
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires políticas de integración, asimilación y/o exclusión.
Si bien el multiculturalismo alude a una amplia diversidad de experiencias y se manifiesta en
todas las dimensiones de la vida social, hay un rasgo común que atraviesa a todas ellas: el
carácter adscriptivo de la pertenencia colectiva en la cual se fundan los derechos invocados
(religión, género, raza, etnía, nacionalidad, edad, etc.) y al modo en que estos reclamos
instituyen luchas políticas por el reconocimiento cultural y por la distribución de bienes
(justicia social). Las políticas del multiculturalismo son políticas de la diferencia que
reclaman el reconocimiento de la propia identidad cultural diferencial, a fin de que la misma
sea objeto de una representación igualitaria. Se trata de reclamos por la adjudicación de
bienes simbólicos (en términos de reconocimiento de status y de prestigio) y por la
distribución de derechos entre los actores sociales.4
Estas demandas de reconocimiento provienen de individuos y grupos que en virtud de sus
identidades culturales (negros e hispanos, mujeres, homosexuales, minorías religiosas, etc.)
han visto cercenado su derecho a igual representación en una comunidad política dada.
Si por lado el multiculturalismo continúa la doctrina liberal de los derechos, por otra la
desafía en su núcleo mismo, al ampliar las demandas basadas en los derechos del individuo a
los derechos de los grupos en cuanto tales (derechos colectivos) La novedad consiste además
en que estas demandas no están vinculadas única ni necesariamente (aún cuando pueden
estarlo y de hecho lo están en la mayoría de los casos) a cuestiones socioeconómicas o
políticas en los términos restringidos de la democracia formal y de la institución Estado
Nacional), sino que se trata de una lucha por el derecho a desarrollar las identidades propias y
por recuperar la memoria histórica. Muchas de estas demandas –como lo ha señalado Daniel
Bell- constituyen el retorno de lo reprimido por la modernidad y por su concepto abstracto de
individuo y de humanidad, y son repolitizadas constituyendo una respuesta estratégica de
grupos que utilizan recursos culturales para mejorar política y económicamente, redefiniendo
así sus identidades.
Por cierto que estos conflictos no son nuevos, pero lo que es nuevo es su visibilidad, dado que
durante siglos los Estados Nacionales intentaron reducir la diferencias mediante el modelo de
la represión o de la asimilación a identidades universalistas. Así las diferencias biológicas y
4 Cf. Gianni, Matteo, “Multiculturalism and Political Integration: Assesing the Idea of a Liberal Differentiated Citizenship”, Conference “nationalism, Identity and Minority rights”, University of Bristol, UK., sept.1999. Borrador.
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires culturales eran ignoradas o subsumidas en el modelo identitario del ciudadano abstracto
descontextualizado, un yo sin atributos sexuales, raciales, étnicos o religiosos. Grupos que en
otras décadas habían luchado en los EEUU y en muchos otros Estados europeos por su
integración social y política ahora luchan por su derecho a ser reconocidos en su particularidad
cultural, rechazando el modelo integracionista y planteando nuevas formas de inclusión que
reconozcan la legitimidad de las diferentes perspectivas provenientes de sus identidades
singulares.
¿Porqué el multiculturalismo es una cuestión importante para las democracias liberales? En
términos de Taylor, uno de los representantes más conspicuos del comunitarismo en este
debate y pionero del mismo: “porque habla en nombre de un principio democrático básico, la
igual representación de todos”.
Sin embargo, la aplicación de dicho principio a la práctica política dista de ser sencillo, ya
que multiplica las representaciones. Appiah señala, por ejemplo, que siguiendo los criterios de
Iris Young respecto de la subrepresentación, esta afectaría a más del 80% de la población
estadounidense. Pero más allá de las dificultades prácticas y de las cuestiones referidas al
ambiguo estatuto de las demandas efectuadas en nombre de la diferencia (reconocimiento
cultural más allá de la igualdad socioeconómica o reconocimiento y redistribución o según los
casos a veces uno y a veces otro reclamo) el multiculturalismo reinstala la cuestión del otro.
El discurso del multiculturalismo habla de lo otro de Europa, de Asia y de África, de los
grupos indígenas en el primer y en tercer mundo, de los desaventajados y marginales, de las
fronteras y de los bordes. Se vincula, así, como ya señalé, con los estudios poscoloniales y con
los estudios culturales y por cierto muchos de sus intelectuales son asiáticos y africanos.
Denuncia la dominación existente en virtud de las diferencias raciales, sexuales, étnicas, dado
que muchas desigualdades económicas y sociales se originan en (o agravan por) cuestiones
culturales ( vinculación entre pobreza y género, o entre raza y pobreza). Denuncia entonces el
lazo existente entre la defensa de la igualdad jurídica (todos somos libres e iguales), el
desconocimiento y rechazo de las diferencias culturales y las desigualdades fácticas.
Denuncia el contrato racial y el contrato sexual. Constituye, entonces, una poderosa crítica al
eurologocentrismo, basado en la dominación del varón heterosexual blanco europeo occidental
y cristiano, portador de la palabra verdadera y a su modelo de sujeto, razón e historia, tanto
como a sus cánones estéticos y a estándares culturales. El multiculturalismo es, entonces, una
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires crítica al imperialismo cultural de Occidente. (Es interesante comparar esta posición con la de
Bourdieu, quien sostiene exactamente lo contrario). En función de dicha crítica provee una
agenda para las cuestiones curriculares y para las políticas públicas.
Finalmente, hay que subrayar el carácter político del multiculturalismo, dado que la validez
de las pretensiones de reconocimiento no se fundan en el valor de una cultura particular, sino
en el hecho de que el individuo o el grupo no tienen igual poder político en el ámbito público
debido a su diferencia cultural.
Como he señalado, las políticas multiculturales desafían algunas cuestiones centrales del
liberalismo y también del marxismo y exigen repensar sus respectivas tradiciones.
Respecto del liberalismo, el multiculturalismo (1) amplía la noción liberal de los derechos
civiles, políticos y sociales de los individuos a los derechos de los individuos en tanto
miembros de un colectivo cultural, (2) cuestiona el carácter formal y universal de los
derechos, proponiendo derechos sustantivos, vinculados a contextos históricos y a situaciones
singulares, estigmatizadas por la modernidad en virtud de su anclaje en lo biológico y lo
cultural, que las arrojaba al universo prepolítico de la premodernidad. Este desafío es
compartido en parte por el marxismo, (3) busca efectivizar el principio de igualdad de
oportunidades, ciertamente incumplido en la modernidad occidental y para ello proponen
políticas de acción afirmativa que procuran reparar la situación de los grupos más
desaventajados, (4), va más allá del principio liberal de la igualdad de oportunidades,
reclamando igualdad de resultados ya y apelando a la política de cupos que vulnera y
cuestiona el principio del logro y la meritocracia como base de la distribución de bienes y
recompensas en una sociedad liberal.
En relación a la primera cuestión, diferentes autores han señalado que la tradición liberal no es
incompatible con los derechos colectivos. Habermas ha reconstruido la tradición liberal y ha
mostrado que constituye una errónea interpretación del liberalismo suponerlo originariamente
ligado al egoísmo e individualismo descontextualizado. Siguiendo la teoría de la
intersubjetividad de George Mead, sostiene que es imposible desarrollar la identidad
individual por fuera de los procesos de socialización que incluyen contextos culturales. En su
reconstrucción histórica del liberalismo Habermas encuentra que el individuo liberal es un
individuo ya socializado. A su vez, Kymlicka, uno de los teóricos liberales más importantes
del multiculturalismo, sostiene que entre los derechos del individuo está incluido el derecho a
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires realizar sus propios fines y que este derecho general no se lograría sin la posibilidad de
desarrollarse en un medio cultural que constituye un contexto de elección. No se trata,
entonces, de reconocer a las culturas como sujetos morales ni de sostener la primacía de la
comunidad (la cultura como un bien primario, como sostiene Taylor) sino de reconocer la
importancia y valor de la comunidad para la realización de los fines del individuo y en este
sentido no hay ninguna incompatibilidad entre liberalismo y derechos culturales. 5
En este sentido, en el centro de los debates sobre el multiculturalismo reaparece la cuestión
liberal respecto de la neutralidad del estado respecto de la pluralidad de las formas de vida.
El principio de una sociedad liberal es que el Estado es neutral en relación a los ideales de
vida de los individuos y grupos y que su tarea consiste en facilitar a aquellos los medios para
realizarlos. Máxime cuando los fenómenos globalizadores y la crisis de los sujetos impiden a
las ciudadanías multiculturales apoyarse en las identidades nacionales como si éstas
constituyesen un sustrato identitario último. En esta dirección Habermas propone desvincular
la cultura política común de la cultura de la mayoría y apelar al patriotismo de la constitución
como elemento aglutinador de la opinión pública y de las voluntades políticas en un escenario
posnacional y cosmopolita.
Sin embargo, las críticas multiculturales subrayan que es muy difícil distinguir ambas
cuestiones, dado que cada oleada de reclamos culturales incluye nuevos temas en la agenda
política, redefiniendo los límites y alcances de lo político. En este sentido, se necesita una
noción de imparcialidad más amplia y fomentar diálogos más inclusivos respecto a todo tipo
de diferencias. Al respecto, Shane O´ Neill retoma un argumento habermasiano y lo
reinterpreta. Sostiene que la imparcialidad no supone sostener que hay visiones de ningún
lado, consistentes en instalarse en una supuesta universalidad desatenta para las diferencias y
la singularidad. Por el contrario, y dada la pluralidad y complejidad de las sociedades
contemporáneas la imparcialidad tiene que ser considerada procedimentalmente, en términos
de la participación (real o ideal) de todos los afectados en las esferas públicas que influyen en
la acción gubernamental. En este sentido, no se trata sólo de la participación en las esferas
públicas oficiales sino también en las esferas informales, no oficiales, básicamente en los 5 Una de las cuestiones que suscita la posición de Kymlicka es que dado que una cultura es valiosa no por su contenido singular, sino porque constituye el medio en el cual los individuos realizan sus opciones de vida, no se comprende de suyo porque hay que proteger la propia cultura. Sería suficiente con que los individuos tuvieran acceso a cualquier cultura, dado que no podría sostenerse el argumento de que dicha cultura debe ser la propia.
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires medios y en las redes electrónicas de comunicación. A priori, entonces, ningún tema debe
quedar fuera de la agenda política. En definitiva no es la teoría sino la vida política pública
democrática quien decide qué normas y qué instituciones realizan mejor la justicia en un
contexto determinado. La imparcialidad consiste en igual respeto, consideración y trato y esto
de ningún modo significa abstraer las condiciones particulares y la diversidad, sino trabajar a
partir de ella, de la necesidad de que sean representadas y de que sean articuladas
políticamente.
Frente a la posición de los que sostienen que la impersonalidad de las instituciones públicas es
el precio que hay que pagar para vivir en una sociedad que nos trate como a iguales
independientemente de las particularidades étnicas, raciales, religiosas o sexuales, los
comunitaristas (como Taylor) sostienen que la identidad cultural diferenciada constituye un
bien primario básico para que la gente pueda desenvolver sus proyectos de vida personales y
elemento fundamental a partir del cual cada individuo plasma su carácter distintivo y único.
Finalmente hay que señalar que más allá de sus diferencias, liberales y comunitaristas
coinciden en sostener que los reclamos de las minorías no pueden ejercerse en nombre de
principios iliberales. Autores como Kymlicka cuyo interés está focalizado en los conflictos de
derechos suscitados por las minorías étnicas y nacionales en las culturas societales en las que
están incluidos, se inclinan por el análisis de cada caso singular y por dirimir prácticamente
los mismos, ya que no puede haber una teoría general que resuelva reclamos tan disímiles y
muchas veces orientados al separatismo. No es indiferente que los grupos hayan ingresado
voluntariamente o por conquista, que estén o no oprimidos por la cultura mayoritaria,
concentrados en un área territorial o dispersos en el territorio, que constituyan o no una
minoría real. Pero cualquiera sea el caso, es decir, más allá de las cuestiones prácticas, en una
política multicultural basada en los principios del liberalismo no se puedan restringir las
libertades individuales en nombre de los derechos culturales diferenciales. Tal sería el caso,
por ejemplo, del conflicto entre una cultura societal liberal que penaliza los castigos
corporales y el derecho al castigo corporal por incumplimiento de los deberes religiosos
existente en determinada comunidad. Ante el conflicto existente entre los derechos de una
mujer que reclama no ser castigada en nombre de la legislación de la cultura societal mayor y
los derechos de su padre a preservar su propia cultura castigándola, es claro que éste no puede
fundar su reclamo en los principios del multiculturalismo, dado que estaría vulnerando los
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires principios de igual libertad para todos.6
Pero el multiculturalismo no sólo jaquea la teoría liberal de los derechos, sino también la tesis
de la meritocracia. Dado que el principio de la igualdad de oportunidades es permanentemente
transgredido, ocasionando perjuicios a individuos con motivo de su pertenencia a determinada
raza, grupo étnico, nacionalidad, sexo, religión, etc, deben buscarse mecanismos
compensatorios que ofrezcan reparaciones y recompensas a los que padecen desventajas no
por su falta de mérito sino por haber sido privados de la posibilidad misma de ser meritorios.
La demanda por la igualdad de oportunidades se combina, entonces, con la demanda por la
igualdad de resultados ya. Así, la acción afirmativa y la política de los cupos o trato
preferencial reemplazan los criterios meritocráticos y plantean nuevos problemas en torno a
las viejas ideas de igualdad y equidad.
La acción afirmativa parte del reconocimiento del incumplimiento del principio de igualdad de
oportunidades y pretende mejorar la situación de los mismos mediante medidas especiales de
reparación que requieren un trato desigual para lograr la igualdad. Subsanar dicha desventaja
supone un trato desigual para lograr la igualdad (por ello ha sido llamada por Nathan Glazer
“discriminación afirmativa”) pero el tema es: ¿a costa de quién? Amy Gutman sostiene que
las mejores políticas de igualdad son económicas, pero que aún así, a veces hay que alejarse
de las políticas ciegas respecto al color y tomar medidas especiales, aunque estas deben ser
temporarias. La acción afirmativa se vuelve particularmente controvertida cuando se plantea la
restitución y reparación de daños materiales y simbólicos realizados por las generaciones
anteriores. ¿Cuáles son, las responsabilidades de la generación presente en relación con las
acciones de las generaciones anteriores? Esta cuestión ha logrado concitar la atención
mundial cuando los descendientes del holocausto judío o de los esclavos africanos han
reclamado ser compensados por los daños efectuados contra sus antecesores. Si bien no puede
haber culpabilidad por lo que realizaron generaciones anteriores, no es tan fácil deslindar las
cuestiones de responsabilidad, ya que cada posición, por ejemplo, de quien no es negro, se ha
beneficiado y beneficia del que lo es.
El trato preferencial o política de cupos suele ser aún más resistido, ya que suele generar
6 Muy distinto es el caso como el que ocupa en estos días la primera plana de los periódicos en España. Se trata de una adolescente marroquí de 13 años, cuyo padre envía a la escuela pública con chador. La polémica se suscita en torno a una falsa contraposición entre los funcionarios españoles que descalifican el multiculturalismo (por bárbaro) en nombre de la defensa de la democracia (!).
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires nuevas injusticias y vulnera abiertamente el principio liberal de la meritocracia: si en un
determinado trabajo y en función de la tareas se necesita un determinado perfil personal ( por
ejemplo, fuerza o belleza), ¿es justo que ingrese alguien que no posea esas cualificaciones en
virtud del cupo? ¿O que si en una Universidad el criterio de acceso es el mérito, basado en el
logro personal y no en virtud de la pertenencia a un determinado grupo social o cultural,
ingresen por ley de cupos representantes de determinadas minorías (de género, color, etnía o
nacionalidad, religión, etc.,) en virtud de lo cual queden fuera de la institución miembros de
otros grupos con más méritos personales? De todos modos, hay muchas situaciones para las
cuales es indistinto el color, el sexo, la edad, y por lo tanto, puede aplicarse el trato
preferencial. Por ejemplo, si se necesita un profesor de filosofía política, y se postula un
hombre y una mujer, y ambos tienen igual mérito, ¿porque no hacer valer el trato preferencial?
Por cierto que tanto la adjudicación de derechos a los individuos por ser miembros de un
grupo cuanto la recusación de la meritocracia implica claros deslizamientos hacia el
populismo. Pero el populismo no se limita a las cuestiones relativas a la participación
sociopolítica y socioeconómica, sino que también irrumpe en las cuestiones culturales: ¿es
justo que alguien obtenga un premio en un concurso artístico o literario por pertenecer a una
minoría cultural históricamente desaventajada? Por cierto que hay que distinguir entre a) la
legitimidad de la crítica multicultural al canon estético occidental, que no puede ser
descalificada por relativista, b) la ampliación del canon occidental y la inclusión de otros
modelos y obras maestras estético-culturales (síntoma de pluralismo democrático y de
ampliación del gusto y la sensibilidad cultural) y c) la eliminación de un único criterio de
juicio estético, presuntamente válido para juzgar todas las formas culturales (alta cultura,
cultura masiva, popular, cultura occidental y oriental, etc., etc), con a) el rechazo al canon
occidental, b) la ampliación del canon según el criterio del “todo vale”, es decir, la
eliminación de todo canon, y como consecuencia de a y b), c) el triunfo del “populismo
estético-cultural” que funda el juicio crítico en la apelación al gusto basado en preferencias
subjetivas e iguala todas las manifestaciones artísticas eliminando no sólo un único tipo de
juicio estético sino la posibilidad misma de juicios estéticos diferenciados según tipos y
géneros culturales. El rechazo al elitismo artístico basado en la identificación entre
estándares universales de juicio estético y alta cultura, no autoriza, por cierto, al
deslizamiento a un multiculturalismo populista. Así como hasta no hace mucho quedaban
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires resabios del infantilismo izquierdista, que distinguía entre literatura burguesa o proletaria, -
por no hablar de los intentos de una física socialista o una biología nazi-, hoy se lapida una
obra por imperialista, machista, o blanca. Hay que decir que nada de esto es nuevo: recuerdo
la prohibición de Beethoven (por burgués) en China, de las matemáticas de conjuntos (por
subversivas) en nuestro país durante el último Proceso Militar. ¿Habría que prohibir a Céline
por filonazi?, ¿estará justificada, entonces, la Fatwa a Salman Rushdie?, ¿dejaremos de leer a
Cervantes por machista?, ¿a Hegel por eurocéntrico?
Las cuestiones del multiculturalismo han ido creando una nueva y “progresista” ortodoxia, la
de lo “politícamente correcto”. Dinesh D’Souza afirma en un trabajo de 1991 que más de
100 universidades en EEUU tienen “códigos de habla” que prohiben lenguajes
estigmatizadores desde el punto de vista racial o sexual. Hasta la Primera Enmienda se ha
tornado sospechosa: en el Boston Review se ha criticado la libertad de expresión,
argumentando que no es un valor independiente de lo político y que no puede ser invocado
para propósitos ajenos a los de la Izquierda Progresista. 7
En nuestro país no estamos exentos ni de los males del monoculturalismo propios del elitismo
cultural de derecha o de izquierda (una cultura, una ortodoxia canónica, un único criterio de
calidad estética y de juicio cultural), ni tampoco de los males de un populismo cultural que
avanza en la misma medida en que los elitismos no pueden hacerse cargo de las operaciones
críticas propias de toda tarea cultural. En nuestro país, la cultura insiste y persiste en
coagularse como retórica discursiva, más próxima a los contenidos religiosos dogmáticos que
a procesos dinámicos de apertura y creatividad. En este sentido, estamos en la fase previa a
todo multiculturalismo genuino, ya que buena parte del populismo reinante es tanto o más
dogmático que el elitismo al que critica.
El multiculturalismo cuestiona también el holismo marxista Asumiendo la especificidad y 7 Resulta apasionante analizar la situación del multiculturalismo en los EEUU, una sociedad históricamente puritana y temerosa del castigo, fuertemente individualista, que se debate entre el agotamiento del modelo de la asimilación, la dificultad para reconstruir el consenso a partir de los grupos sociales tradicionalmente hegemónicos y la amenaza de la fragmentación y la multiplicación de los ghettos. El alcance e impacto de estas cuestiones en la vida norteamericana es enorme. En algunos Estados, como en el de Massachussetts, los reglamentos de algunas escuelas obligan a maestros y autoridades a dirigirse a los padres de los alumnos en sus propios idiomas. Casi no se puede imaginar semejante Torre de Babel de la globalización, si se tiene en cuenta que hay escuelas en las cuales se hablan más de 200 lenguas. En algunas escuelas se festeja el Día Patrio de cada una de las naciones de origen de los alumnos. Ni siquiera cabe preguntarse cuando los maestros encontrarán tiempo para enseñar y qué. El multiculturalismo tiene una respuesta poderosa: para enseñar el curriculum del eurocentrismo mejor no enseñar nada. Pero el multiculturalismo no se agota en las cuestiones del sistema educativo. Son notables los cambios producidos en las relaciones entre los sexos y géneros. Algunos hombres extranjeros se han visto duramente interpelados por actos de cortesía dirigidos a mujeres que los interpretaron en desmedro de su status igualitario o como un intento de acoso sexual.
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires relativa autonomía de las cuestiones culturales y el carácter político de las luchas culturas
cuestiona la apelación marxista a un único principio explicativo y omnicomprensivo de la
realidad social tanto como del desarrollo de la historia desde un un punto de vista universal,
necesaria y teleológico. Si por un lado este cuestionamiento del giro cultural y el pensamiento
posmoderno nos han permitido ganar en complejidad y riqueza interpretativa, por el otro, y tal
como lo ha señalado Bryan Turner, en Classical Sociology 8, la revancha de la cultura y su
progresivo distanciamiento de las relaciones sociales ha conducido no sólo a la fragmentación
sino al olvido del efecto empírico de los textos, signos e imágenes y a una idea muy vagorosa
de la concreción fenomenológica de las experiencias de los objetos culturales en los espacios
y tiempos particulares. De modo tal que lo social debe encontrarse nuevamente dentro de lo
cultural, debiéndose recuperar los problemas planteados por la economía política marxista y
por la sociología weberiana: la escasez, la idea de cambio social, de división de clases, la
relación entre status y poder, etc, de modo de evitar que los estudios culturales devengan
conceptualmente acríticos, culturalmente apolíticos y moralmente relativistas.
En esta dirección Nancy Fraser insiste en mostrar que las luchas del multiculturalismo son
luchas políticas en clave cultural, luchas entabladas por el reconocimiento de status y de
prestigio, sin que ello signifique renunciar a la lucha por la redistribución de bienes y la
justicia social. En esta misma dirección, Iris Young también sostiene que el reconocimiento de
la diferencia es un paso importante para promover formas mejores de igualdad social y
política.
Sin duda, todos estos debates en torno a la cuestión multicultural implican una ampliación de
la tradición liberal clásica en un sentido crítico-reflexivo y deconstruye la perspectiva
eurologocéntrica para avanzar en la crítica antietnocentrista. Más allá de los abusos del
multiculturalismo, de su fácil recaída en el populismo o en nuevas formas de elitismo, puede
sostenerse que señala la existencia de un vínculo profundo entre etnocentrismo e injusticia y
replantea la cuestión de nuevas formas de inclusión.
Sin adherir a las lavadas tesis de algunos culturalistas que se han limitado a invertir las
relaciones entre economía y cultura, de modo tal que el avance logrado mediante la
profundización en el estudio de los procesos culturales y de su relativa autonomía se ha visto
peligrosamente deslucido por el retroceso en la indagación de la estratificación social, de las 8 Turner, Bryan, Classical Sociology, p. 281.
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires nuevas formas configuraciones económicas y de las complejas y contradictoria relaciones
entre economía y cultura, sostengo que afirmar la existencia de un vínculo denso y tenso
entre etnocentrismo e injusticia no significa ignorar la base económica de la desigualdad
económica y de la exclusión social. Por el contrario, apunta a subrayar el carácter social de los
procesos económicos y el modo en que las prácticas económicas se insertan en las redes
sociales de sentido. También a repensar que las cuestiones de cultura política y de cultura a
secas, constituyen el envés y la trama desde los cuales abordar cambios económicos y
políticos. Explotar, expoliar y finalmente excluir al otro sólo es posible cuando éste no es
reconocido como un igual en su diferencia, cuando se ha producido una operación cultural
profunda de menoscabo de su plena humanidad. La más básica consistente en desconocerlo en
su unicidad, en su diferencia, en su alteridad. La operación etnocéntrica que primero habilita y
luego legitima la injusticia desconoce que el otro es a la vez igual y diferente, sostiene la
igualdad solamente en un plano formal y abstracto y finalmente conceptualiza la diferencia
como inferioridad, reafirmando, entonces, como sostiene Castoriadis, “la verdad de las
propias instituciones de la sociedad”, en cuanto verdad que excluye cualquier otra. Luego es
necesario aún otro paso, que va de la afirmación de la inferioridad a la “discriminación,
desprecio, confinamiento, para, finalmente, exacerbarse hasta la rabia, el odio y la locura
asesina”.
Por cierto que el etnocentrismo no es un invento de Occidente, ni tampoco el racismo. Aun
cuando hay que reconocer que Occidente ha elaborado un etnocentrismo refinado que finca
su superioridad en la actividad autorreflexiva que le posibilita reconocerse como una cultura
más entre otras. Sin embargo, pareciera que Occidente no ha sacado las conclusiones
necesarias y correctas de esta posición privilegiada, negando mediante prácticas de
asimilación, exclusión y eliminación lo que ha sostenido en el discurso igualitario. Por otra
parte, en el intento de suprimir el igualitarismo abstracto, ha recaído en distintas variantes del
relativismo. Sostener que todas las culturas son equivalentes e inconmensurables, y por lo
tanto renunciar a todo juicio moral, político y jurídico intercultural, lejos de solucionar los
problemas que implica habitar un mundo plural, no hace sino agravar el etnocentrismo,
afianzar los sectarismos y fundamentalismos y eliminar la posibilidad de aprender de otros y
con otros. En suma, se comete un brutal anacronismo (el mundo está demasiado
interconectado como para seguir sosteniendo purezas de cualquier tipo, sean estas
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires lingüísticas, religiosas, étnicas, o de estilos de vida) y se recae peligrosamente en las peores
formas del racismo, puesto que “el racismo no quiere la conversión de los otros; quiere su
muerte” (30).
Sin embargo hay críticos del multiculturalismo que consideran que el discurso del
multiculturalismo responde a los patrones norteamericanos de conflictos culturales y que, por
lo tanto, su extrapolación conduce a formas cuando menos ingenuas y poco avisadas de
imperialismo cultural. Entre ellos, Bourdieu, para quien constituye una astucia de la razón
imperial. Según Bourdieu el concepto de multiculturalismo (y otros como el de underclass)
consuma las pretensiones del imperialismo cultural norteamericano que proyecta sus
conflictos políticos de exclusión y profundas desigualdades mediante este híbrido político que
se contenta con proclamar la igualdad de todas la diferencias neutralizándolas. En primer
lugar, entonces, Bourdieu descalifica el concepto de multiculturalismo por su origen en una
geocultura determinada, actitud que refleja acríticamente los vicios del imperialismo cultural
que dice querer combatir. Segundo, Bourdieu comete errores gruesos al ignorar que el debate
del multiculturalismo es un debate anglosajón que surgió para defender la lengua francesa (en
el Québec) y en el cual muchos de sus protagonistas son intelectuales del tercer mundo que a
su vez han sido influenciados por las ideas de pensadores franceses como Derrida, Foucault, el
propio Bourdieu. Tercero, pareciera sangrar por la herida del orgullo nacional herido, en
cuanto reivindica el modelo republicano de inclusión por asimilación como superior al modelo
de la inclusión por la diferencia estadounidense. ¿No será que por debajo de la crítica subyace
la idea (no demasiado novedosa – mucho menos sutil - de que la cultura global ( modelos
académicos incluidos) es, como el Macdonalds, la universalización de la cultura
estadounidense, mientras que la cultura francesa ( su republicanismo, en este caso), es la
cultura universal sin más? ¿No será que, en el fondo, está en juego la pérdida de la hegemonía
cultural francesa?
Por cierto que el efecto de la tesis de Bourdieu es contradictorio: por un lado, tranquiliza
nuestra buena conciencia antiimperialista (nada ha cambiado, el imperialismo yanquee sigue
igual a sí mismo), por el otro la corroe en el corazón mismo de su buena fe: si hoy somos
víctimas del imperialismo cultural norteamericano, a través de estas disciplinas
pseudoliberadoras, ¿no lo habremos sido también ayer cuando profesábamos otras teorías
presuntamente liberadoras? ¿No nos habrán engañado entonces en aquella oportunidad
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires franceses y alemanes? Serán Said y Stuart Hall, intelectuales cosmopolitas, profetas de la
dependencia? ¿Será Paulo Freire un invento de Peter Maclaren y de Henry Giroux.?
¿Deberemos descubrir a la filosofía de la liberación en virtud de la legitimación que le
confiere el diálogo de Enrique Dussel con Apel, Ricoeur y Rorty? En este punto
globalización y telenovelas coinciden: todo en ellas parece ser otra cosa, los enredos y la
confusión se exasperan, finalmente, ¿cómo distinguir los buenos de los malos, los progresistas
de los reaccionarios? ¿No será, finalmente, Bourdieu,, tan sólo un intelectual humillado, que
expresa la derrota del nacionalismo cultural francés?
Sin duda la posición de Bourdieu se vincula con las posiciones de la izquierda francesa que
acusan a los defensores de la diferencia multiculturalista de promover una nueva oleada de
racismo diferencial. Sin duda que se trata de la puesta en marcha de prejuicios múltiples. Para
los franceses la misma palabra raza es racista y rechazan las identidades guionadas de los
norteamericanos. Sin embargo, desde el punto de vista de la perspectiva norteamericana o
inglesa el modelo francés de la igualdad formal (la república de ciudadanos) parece
antediluviana. Y tampoco exenta de racismo, como lo probó la proliferación de sentimientos
antimusulmanes durante la guerra del golfo, aun cuando se tratase de ciudadanos franceses de
segunda generación.
¿O no dice Bourdieu lo que habíamos venido diciendo hace décadas pero que en los últimos
años habíamos dejado de decir? Pero, ahora que él lo ha dicho, ¿deberíamos decirlo
nosotros? Nuevamente el centro (el discurso académico y político del norte, Bourdieu y Bush
legitimarán la pertinencia del discurso de los excluidos? ¿O será la extrema y extremista
simplificación de Bin Laden, la que ganará nuestros corazones y nuestras mentes, porque su
retórica apunta a la defensa de los más débiles y desprotegidos?
¿Será lícito, una vez más, recuperar la retórica antiimperialista e inclusive clasista, o
nacionalista y popular, o popular religiosa? ¿Bastará con decir que, en realidad, la
globalización no es sino la nueva máscara del capitalismo neoliberal encarnado en el poder
hegemónico norteamericano? O que (como lo ha sostenido recientemente un sociólogo
argentino insospechado de fascista) no hay mitos mejores que otros y que, en última instancia
y muy a la Weber, nosotros (él), elige (claro, no podría ser de otra manera), la libertad,
occidente, no pegarle a las mujeres...La experiencia, entonces, de la globalización, del
multiculturalismo y del cosmopolitismo serán, entonces, una vez más reinterpretados
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires holísticamente dentro de los tranquilizantes conceptos de fase actual del capitalismo, lucha de
clases, enmascaramiento ideológico, afirmación del poder de la potencia hegemónica.... En
esta línea de interpretación la historia seguirá siendo una suerte de monólogo del imperio
consigo mismo, aún cuando haya versiones que pretendan sostener que éste no se asienta en
ningún estado ni en ningún territorio, sino que constituye un poder omnipresente y
descentrado que recorre y atraviesa la sociedad global.
Podríamos citar también a otros autores, recalcitrantes a encontrar alguna virtud en el discurso
del multiculturalismo.
Para Zizek, el multiculturalismo es lisa y llanamente la ideología del capitalismo global. Se
trata de una actitud que considera “nativos” a cada cultura local y, por lo tanto, objetos de
estudio y “respeto”. Se trataría de una eurocentrismo condescendiente, una forma de racismo
negada, invertida y autorreferencial, un racismo que respeta la identidad del otro, en cuanto
constituye una comunidad cerrada, hacia la cual el multiculturalista mantiene una distancia
merced a su posición privilegiada. En este caso, el respeto por la especificidad del otro es el
modo de reafirmar la propia superioridad.
( Z. Confunde las políticas multiculturales que expresan reclamos auténticos con las actitudes
de lo políticamente correcto sostenidas por la cultura dominante respecto de dichos reclamos.).
Según Zizek la coexistencia híbrida de mundos culturalmente diversos es el modo en que se
manifiesta la problemática opuesta: la presencia masiva del capitalismo como sistema mundial
universal. Dado que no se puede hacer nada en relación al capitalismo, la crítica ha
encontrado una válvula de escape en la pelea por las diferencias culturales que dejan intacta la
homogeneidad básica del sistema capitalista. Mientras discutimos sobre los estilos de vida, los
derechos de las minorías étnicas, los derechos de gays y lesbianas, el capitalismo continúa su
marcha triunfal. Luego la crítica cultural hace invisible la crítica del capitalismo y la
represión del papel clave de la lucha económica mantiene el ámbito de las múltiples luchas
particulares. Finalmente, el liberalismo multiculturalista elitista gana la conciencia de la
izquierda quien termina prefiriendo el populismo en la medida de su resistencia a la razón
instrumental y por cuanto intenta mantener abierto el espacio de lo político. Como se ve, la
crítica de Zizek no va más allá de los clásicos presupuestos marxistas, y termina, también,
simplificando las políticas y argumentos del multiculturalismo en un burdo reduccionismo.
En síntesis, no se trata de negar toda verosimilitud a las críticas de Bourdieu o de Zizek, sino
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires de señalar de qué modo el entusiasmo mata la causa. En su afán de mostrar las falencias y
límites del multiculturalismo, ambos recaen en ideologismos, falacias y generalizaciones poco
aptas para la comprensión de los fenómenos sociales. Después de analizar las posiciones de
ambas, sabemos no más de lo que ya intuíamos: que los norteamericanos producen no sólo
hamburguesas, computadoras y guerras, sino también fabrican ideologías. De allí a sostener
que el concepto de racismo es yanquee y que su aplicación en otros lugares (como Brasil) es
improcedente, o que el multiculturalismo es la mácara ideológica del capitalismo neoliberal,
hay un largo trecho, que es el que precisamente la ciencia debe transitar.
Para finalizar, las políticas multiculturales pueden quedar presas de una defensa narcisista y
guettoizada de la diferencia y reducirse a una política de tribus, o contentarse con la
realización de los valores del propio grupo y la preservación de las propia formas de vida,
limitándose a estimular la solidaridad entre los iguales en la diferencia y fundando dicha
posición en el clásico principio de la tolerancia. Pero también puede proponerse combatir el
etnocentrismo, fomentar los intercambios y aprendizajes mutuos y articular los reclamos y
derechos según normas de justicia. Por ello muchas de las luchas del multiculturalismo tienen
capacidad transformadora, ya se trate de luchas por la ampliación de los derechos que
potencian la capacidad asociativa de los grupos, incrementan la solidaridad, promueven la
participación de los agentes en el proceso de toma de decisiones a través de la voz efectiva y
del voto, exigiendo que la política liberal democrática se torne más inclusiva y según los
principios de la democracia deliberativa, legitimada en acuerdos públicos fundados en
razones.
Más allá de las controversias en torno a estas cuestiones, el multiculturalismo plantea desafíos
difíciles de resolver dentro de los marcos de los estados nacionales e inclusive dentro del
orden internacional actual, dado que sus demandas no sólo provienen del estallido de la
diversidad existente en las sociedades nacionales sino de la circulación de personas producto
de los flujos globalizadores. Refugiados, exiliados, migrantes, y turistas se cruzan en los
caminos reales y virtuales, convirtiendo a Babel en una tupida malla que recubre el mundo
antes que en una torre en busca de las alturas celestiales.
Por otra parte, tanto reclamo, tanta diversidad no puede satisfacerse ante un escenario
dominado por un capitalismo financiero errático, extremadamente móvil, ubicuo y por un
estado cada vez más vulnerado y vulnerable. Es por ello que el multiculturalismo de la
María Cristina Reigadas Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires sociedad global exige replantear la necesidad de una verdadera sinergia entre las políticas
locales, nacionales, regionales, internacionales y transnacionales a fin de construir
instituciones de carácter global impulsadas por un verdadero espíritu cosmopolita.
Cosmopolita no es el ciudadano de un abstracto cosmos, o sea el habitante de ningún lugar,
sino el habitante de varios mundos. Aquél que puede escuchar, hablar y aprender de otros y
con otros y, en este sentido, cosmopolita es el que puede ejercer la suficiente distancia
respecto de sí mismo como para convertirse en un otro para sí mismo, realizando lo mejor de
la utopía de Occidente.
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