EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIXOTE
DE LA MANCHA
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IMÁGENES IX
LOS MODELOS ICONOGRÁFICOS DEL QUIJOTE (SIGLOS XVII-XVIII)
CUATRO MODELOS
En el conjunto de las ediciones ilustradas del Quijote de los siglos XVII y
XVIII, unas 150, hemos identificado cuatro modelos iconográficos, de los que
daremos unas breves explicaciones.
EL MODELO HOLANDÉS: EL QUIJOTE COMO UN LIBRO DE CABALLERÍAS
DE ENTRETENIMIENTO
Dejando a un lado los frontispicios de las ediciones francesa (1.618) e
inglesa (1.620) de la segunda parte de la obra cervantina, y del conjunto de
estampas sueltas que se difundieron en el París de mediados de la centuria,
nos adentrarnos en la floreciente y prestigiosa industria editorial flamenca para
encontrar el primer modelo iconográfico del Quijote, el bautizado como
«modelo holandés». La propuesta de autoridad de este modelo, exitoso y
extenso, lleva consigo que sus copias y reelaboraciones perduraran hasta
finales del siglo XVIII, su identidad iconográfica se aprecia al comparar algunas
de sus estampas, veamos tres ejemplos.
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Las láminas anteriores pertenecen a: Izquierda. Jacob Savery (Dordrecht
1.657) edición en holandés; centro Juan Mommarte (Bruselas 1.662) edición en
español y derecha Jerónimo y Juan Bautista Verdussen (Amberes 1.672-1.673)
edición en español.
Al analizar las estampas que forman parte de este modelo iconográfico,
destaca como característica esencial la «teatralidad burlesca», hay en este
modelo un elemento burlesco más que evidente. Pero su referente hay que
buscarlo en su propio género narrativo: los libros de caballerías de
entretenimiento.
Como un libro de caballerías se imprimió el Quijote en 1.605 y como tal
se sigue leyendo a mediados de la centuria. El impresor holandés Juan
Mommarte dedica su reedición de El Quijote de 1.662 al «muy illustre señor D.
Antonio Fernández de Córdova, Cavallero del Habito de Santiago .... ». En la epístola
dedicatoria ofrece una imagen clara de su recepción coetánea: el Quijote es un
texto que supera a todos los demás «inventado solo para pasar el tiempo en la
ociosidad», aunque, y así lo reconoce el impresor, es menor en su materia: «por
ser una Novela de Cavallerías, toda burla de las antiguas, y entretenimiento de las
venideras».
El Quijote como un libro de caballerías, se alza por encima de todos los
demás por su artificio «de todos alabado y nunca suficientemente encarecido, su
disposición en los discursos tan parecidos a la verdad». Un libro de caballerías que
habría terminado por «engolfar» al propio Don Quijote si hubiera tenido ocasión
de leerlo, y que le habría hecho, de nuevo, perder el juicio. Un libro de
entretenimiento y que, al igual que produce risa, enseña a «despreciar las
presunciones y altiveces», encamadas en su protagonista.
Un libro de caballerías que disfruta del éxito tanto en España <<que se
precia de seria» como en el resto de Europa <<leído con aplauso y celebrado con
universal aclamación», por lo que se ha convertido, gracias a una feliz metáfora,
en el «libro que más vezes haya sudado en la estampa».
EL MODELO FRANCÉS: DE LOS CARTONES DE COYPEL AL QUIJOTE
CORTESANO
Mientras que el modelo holandés se va a mantener durante dos
centurias, con sus copias, imitaciones y reelaboraciones, dominando la imagen
del Quijote como libro popular de entretenimiento, durante el siglo XVIII vamos
a encontrar tres nuevos modelos iconográficos que abrirán la obra cervantina a
nuevos ámbitos de recepción.
Así sucede con el modelo francés que se aprovechará de la autoridad de
un pintor de la corte francesa, Charles Antoine Coypel. El pintor francés
preparó desde 1.718 un total de 28 cartones para su posterior transformación
en líneas y colores en los tapices de la Manufactura de los Gibelinos en París,
que ya en 1.724 comenzaron a difundirse por medio de estampas.
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El nuevo espacio de difusión de las aventuras caballerescas de Don
Quijote imponía un nuevo lenguaje iconográfico: los nobles salones y los
sorprendentes jardines versallescos se darán cita en las imágenes ahora
imaginadas. El Quijote, sin dejar de ser una obra humorística, se hace
cortesana en los grandes salones franceses, cuyos nobles compran sin cesar
los tapices basados en los cartones de Coypel: hasta 1.790 se contabiliza un
total de 240 vendidos.
Como ya se ha indicado, la autoridad de este modelo iconográfico hay
que buscarlo tanto en los tapices (y sus correspondientes cartones) como en el
juego de estampas sueltas que se comenzaron a difundir en 1.724.
En algunas ediciones populares en francés (París, 1.732 y 17.33), se
copiarán algunas de estas estampas, con mala calidad y peor factura; mejor
fortuna tendrá cuando aparezcan, como un juego completo e independiente en
1.744, en la edición en español que se publica en La Haya, grabados de nuevo
por J. Folkema, S. Fokker y P. Tanjé.
Pero por encima de todas ellas, sobresale la propuesta editorial
novedosa que propone Pierre de Hondt, en La Haya, que termina de imprimirse
en 1.746: un volumen en cuarto mayor que recoge las principales aventuras del
admirable Don Quijote de la Mancha, como se indica desde la portada ... y
desde la portada se ponen las bases de autoridad de este nuevo modelo
iconográfico: «Représentées en figures par Coypel, Picart le Romain, et autres habiles
maitres».
En esta edición abreviada del Quijote, que se publicó tanto en francés
como en holandés, aparecen un total de 31 láminas, de las cuales 25
pertenecen a los cartones de Coypel.
Estas estampas, en principio, debían ser grabadas por uno de los
maestros de la época: Bernard Picart le Romain, pero la muerte le sorprendió
en 1.733, por lo que otros artistas (J. V. Schley, P. Tanjé y S. Fokke) tuvieron
que terminar su trabajo (algunos de estos últimos grabados están fechados en
1.742 y 1.745). Grabados y edición majestuosa, a la altura de la persona a
quien se dedica el libro: el Príncipe Real de Polonia.
Esta edición, partiendo de un imaginario cortesano ideado en la Francia
de principios del siglo XVII, se convertirá, sin duda, en la mejor propuesta para
el modelo iconográfico francés, que pervivirá a lo largo de toda la centuria,
tanto en nuevas ediciones francesas como en las portadas de traducciones a
otras lenguas como el danés, lo que muestra, una vez más, el predominio de la
cultura francesa en toda Europa (láminas 70, 71 y 72).
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EL MODELO INGLÉS: HACIA EL QUIJOTE DE LUJO
Si el modelo francés se basa en un imaginario ideado, en un primer
momento, para decorar las paredes de los palacios nobiliarios de la época, el
modelo inglés nace con una propuesta editorial muy concreta, que tiene al
político Lord Carteret como impulsor. La edición de los hermanos Tonson
(Londres 1.738) se compone de cuatro volúmenes, en cuarto mayor, adornados
con 68 estampas de gran tamaño, cuyos dibujos fueron realizados por
Vanderbank y que dejaron parcialmente fuera las imágenes de otro de los
grandes artistas ingleses de la época, el satírico Hogarth, del que sólo se
incluyó una estampa a partir de un dibujo de Vanderbank (lámina 73).
Otras cinco estampas de Hogarth quedaron fuera de la edición de
Tonson, entre elas que sobresale la que ilustra el momento en que el cura y el
barbero se disfrazan en la venta de Palomeque el Zurdo para ir en busca de
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don Quijote a Sierra Morena (lámina 74), episodio muy poco ilustrado, que sólo
aparecerá en la edición hiper-ilustrada de Tony Johannot en París (1.836-
1.837) o en la edición mexicana de 1.842, cuyas litografías están basadas en
los diseños del pintor francés.
La edición londinense, de 1.738, abrirá al Quijote a un nuevo ámbito de difusión
al que hasta entonces no se había acercado: El libro de lujo, destinado a
nobles, a burgueses adinerados, a hombres cultos que, junto al humor de la
obra, puedan apreciar otros aspectos, como la calidad de la impresión, el papel
utilizado y el cuidado de la edición.
Quizás por lo anterior fue la primera edición del Quijote que se publica
con un estudio preliminar: «La vida de Miguel de Cervantes Saavedra»,
firmada por D. Gregorio Mayàns y Siscar y con una explicación de las
estampas, firmada por D. Juan Oldield.
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La edición de 1.738, editada en inglés y en español, se parapeta tras la
autoridad de las personas a quien se destina, y que están en el origen de la
misma: la condesa de Montijo y Don Juan, Barón de Carteret.
Dentro de esta línea de abrirse a nuevos públicos, a nuevos ámbitos,
hemos de situar algunas de las propuestas iconográficos más particulares y
geniales de todo el siglo XVIII, como son las de Francis Hayman en la
traducción de Smollett publicada en Londres por Millar en 1.755 (en
competencia directa con la traducción de Jarvis, que publican los Tonson en
1.742, adornada con las mismas estampas de 1.738) (lámina 75), o la de Wale,
en la tan criticada traducción de Henry Wilmont (Londres, 1.774) (lámina 76).
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Por encima de las anteriores o de cualquier otra, la que ideó Daniel
Chodowiecki (y grabó Berger) para la traducción alemana de Bertusch, que se
imprimió por primera vez en 1.775 y que se reimprimió cinco años después
(lámina 77).
O también podemos comparar, cómo imaginó Chodowiecki la aventura
de Clavileño en la segunda parte, con las propuestas anteriores y posteriores -
como la de la misma Real Academia Española en 1.780 (lámina 78)- para
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comprobar su genialidad y originalidad. Y este será el camino -junto con la
bibliofilia - que transitará, de la mano del Quijote, el siglo XIX.