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Page 1: Desde El Mirador de La Guerra IV

7/17/2019 Desde El Mirador de La Guerra IV

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LA VANGUARDIA

P ág i n a  15

 —

Jueves t

  de

  junio

  de 1938

  esd

  r

 d

s d e ei mirad or  e i guerra

IV

"Parece evidente  que la política conser-

vadora,

  de

  Inglaterra  y, encierto modo, la

francesa

  que

 le es tributaria y

por

  ella

  con-

ducida,

 a

remolque,

  es una

  política

 de cla-

ee, enpugna

  con

 latotalidad  de

los

  intere-

ses nacionales,

  los de

  ambos imperios

  (el in-

glés y el francés), pero

  que,

 no obstante,

&e presenta ante

 el

 mundo

 y

ante

  sus pue-

blos respectivos como política nacional. Es

esto.

 lo. que

  vengo diciendo hace

  ya

varias

meses.

  Soy

 yo el primer convencido

  de" mi

insignificancia como escritor político,  y no

ignoro

  que

 mi opinión carece  de toda im-

portancia.

  Ni

  siquiera contaría

  con mi

  adhe-

sión decidida,

  si

  algo

  muy

  parecido

  no lo

hubiera sostenido, hace

  muy

  pocos días,

nada menos

  que sir

 Norman Angelí,

 un

«premio Nobel de la paz», y

una

  autoridad

suprema como tratadista

  de

política inter-

nacional.

  Mas no me

  complace tanto el

  éxi-

to

  ote una

  coincidencia

  a que

  nunca aspiré

cómo  el  haber, merced  a ella, encontrado

quien. cargue,

  por

 su

mayor solvencia,

 con

la responsabilidad  de unaopinión,  tan ro-

tunda. Pero dejemos  a un lado todo crite-

rio basado

  en la

autoridad,

  no sin

antes

recordar  la frase  de Mairena:  «la verdad

es

 la

verdad dígala Agamenón

 a su

porque-

ro». Parece cierto  que la política conser-

vadora,

  de las

grandes democracias perju-

dica a

sus

  pueblos.

  Por

 su torpeza, cuando

no

  por su

  perversidad, esta política

 ha con.

sentido  y aun ha coadyuvado  a

que

  dos

grandes naciones,

  dos

grandes impelios,

hayan perdido ante

  sus

  adversarios venta-

jas

  que

 suposición geográfica  y su historia

le® habían deparado.  Es evidente

  que una

España sometida  a la influencia, cuando

no

 al

 completo dominio,

  de

Alemania

  y de

Italia, supone, para Francia,

  una

  frontera

más

  que

  defender

  y una

  esencialísima

 vía

marítima perdida o interceptada  a

sus tro-

pas coloniales, imprescindible

  en el

 caso

 de

una guerra

  que

  obligue  a ladefensa de la

metrópoli, supone, para Inglaterra,

  por lo

menos  la puesta  en litigio  de su hegemo-

nía  en el Mediterráneo,  la pérdida proba-

ble de la

más

  importante llave de su impe-

rio. El Gobierno inglée,  noobstante,  y su

obligado acólito,

 el de la

República france.

sa, nosólo no

han

  hecKo nada para

  evi-

tar estos peligros, sino

  que han

  contribuí-

do

  con

 la llamada  no intervención  en la

guerra

  de

España

  (que esuna

  decidida

 y

obstinada intervención  en favor  de los ii^

vaeores

 de

nuestra península)

  a sumás te-

rrible agravamiento.

  Tal

 es la abominable

guerra

  que

  brindan

  a

sus

  pueblos respecti-

vos, mientras,

  por

 otro lado, fuerzan

 el

ritmo  á

os

 preparativos bélicos enpropor.

ciones vertiginosas. Norman Angelí ha se-

ñalado agudamente esta contradicción.

  «In-

glaterra, viene

  a

decir,

  se

arma hasta

 los

dientes contra Alemania, convencida  de

que

no otro puede

  ser su

enemigo; Inglaterra

aplaude, alienta  y ayuda  a Alemania, en

su tarea

  de

  adquirir ventajas para

  una pró-

xima, acaso inminente contienda contra la

Gran Bretaña» Para

  una

  mentalidad alema-

na

  —

 habla Juan

  de

  Mairena,

  —

 la contra-

dicción sería

  más

  aparente

  que

  real: todo

se explicaría fácilmente,

  con

  sólo r eparar

en

  que

 la «voluntad  depoderío»  ni puede

ejercitarse contra pigmeos,

  ni

  contra

  ene-

migos descuidados, insuficientemente aper-

cábidosj

 o

desventajosamente colocados para

una gran refriega,.

  En

  pueblos, como Ingla-

terra

 y

Francia, abrumados

  de

sentido

  co-

mún, esta explicación  nopuede  ser válida.

Queda

  la que

  Norman Angelí

  y

otros

  con

él, también

  muy

  autorizados,  seinclinan a

aceptar. Indecisos

  los

Gobiernos conserva-

dores entre

  dos

 pavuras

 y

dos

  imanes,

  ger-

manismo  y comunismo,  su línea  de

con-

ducta política  es

una

  resultante,  nomenos

indecisa  y temblorosa,  de su posición de

clase,

 yaque no

personal.

  En

ella decide,

a última hora,

  la,

  simpatía

  por

 la posición

socialmente defensiva,

  su

honda fascistofi-

lia,  el  poderoso atract ivo  queejercen los

«totalitarios» sobre

  las

conciencias burgue-

sas.; Yesta explicación puede

  ser,

 enefec-

to,  la

buena, pero hemos

 de

reconocer

  que

eEa sólo explica  loshechos nías  o menos

lamentables  de la turbia actuación conser-

vadora;  losexplica  sincohonestarlos,

  por-

que deningún modo pueden ellos inspirar

normas para

  una

  conducta política

 de por-

venir, ni conservadora

  ni

 /progresiva. Ingla.

térra

 y

Francia podrán

  eer ono ser

  comu-

nistas en unfuturo remoto o inmediato; el

comunismo podrá

  ser

  para ellas

 un

peligro

grave, como piensan algunos,  o

una

  solu-

ción conservadora

  del

 problema social,

 co-

mo piensan  en la misma Inglaterra otros,

que

 ni

 siquiera

  son

  comunistas; pero

 hay

algo

  que

  Inglaterra

  y

Francia

  no>

  podrán

ser nunca: amigos de la Alemania hitleria-

na  y de la Italia  deMussolini,  sinantes

vomitar hasta  laúltima miga

  del

  festín de

Versalles

  y, lo que es más

  grave,

  sin re-

nunciar  a gran parte  de

sus

  vastos domi.

nios coloniales.

  De

  modo

  que la

contradic-

toria conducta conservadora,

  que

  ingell

  se-

ñala

  y

pretende explicar, arguye

  en sus

mantenedores  unatorpe visión  del porve-

nir

  y una

absoluta incapacidad poiuica.

i'orque

  elloe,  los políticos conservadores,

deben saber

  que

 la Alemania  del .ifürher»

y la Italia

  del

  Duoe

  son

 lahostilidad

  mis-

ma, contra Inglaterra  y Francia,  y

que

 sin

duda

  el eje

Roma-Berlín

  y el

 mismo

  Ber-

lín

  y.

 lamisma Roma,  encuánto focos de

ambición imperial,

  no

tienen otra razón

de existencia

  que

 su aspiración  al  aniqui-

lamiento

 de

sus

  rivales.

 Si se

nos

  rearguye

que esos políticos conservadores  de Ingla-

terra y Francia sólo aspiran  a hacerse

  res-

petar y temer, como lomuestra  la cuantía

de  susaprestos marciales, para mantener

la

  paz

  como equilibrio

  de:

 tensiones.polémi-

cas

  — una

  práctica política

  de]

  siglo

  XIX

hoy

 en

descrédito,

  —

  contestaremos

  que

 es.

•te mi«mo equilibrio  de fuerzas  y esta

  mis-

ma

  paz de

fieras prevenidas

  y en

acecho

constante, tamppco puede conseguirse, sin

el concurso

 de as

  energías

  que

  dominan

 en

sus pueblos,

  los

  cuales no

han

  de.inclinar-

se,

  por

 instinto

  de

conservación,

  a

conce-

der ventajas

  a sus

  enemigos,

 ni a

cambiar

la dirección  de

sus

  corrientes políticas

  más

impetuosas:

  las

democráticas.

En suma,

  esa

política contradictoria

  a

qué alude Norman Angelí, atenta  a los in-

tereses,

 de

clase,

  que

cede, contemporiza,

pacta

  con

 el  enemigo  o ante  él  claudica,

acaso merece menos

  que

nada, desde

 :

el

punto

  de

  vista nacional,  el nombre depolí-

tica /conservadora; porque nada puede

  con-

servar, como  no

sea.

 el nombre

  que

  mere-

ció antaño, cuando  en verdad conservaba

las conquistas

  del

  espíritu

:

  liberal y progre-

sivo  

de

 suspueblos.

  Hoy

  representa una

remora

  en su

camino,

  la

reacción desmedi-

da,

  que

  sólo puede conducir, dentro de ca-

sa,

  a la

guerra civil, fuera

  de

ella,

  a la

pérdida

  o al

  apartamiento

  de sus

aliados

naturales-,

  las

grandes democracias ricas

de porvenir, en el Viejo y en el Nuevo

  Con-

tinente,

  las

defhoeracias

  más

  propiamente

dichas cuyos nombres todos conocemos.

ANTONIO MACHADO.

ASPECTOS

NSTINTO

 DE

 ESPAÑA

Para nuestra tensión

  d&

 españoles,

  ios

  acón

tecimientos

  de

  estos últimos días

  han

  revestido

 .

interés singular.  Las inquietudes levantadas

por

  el

  panorama

  que- se

 acusaba

  en

  centroeuro-

pa, tras

  una tan

  poco gallarda actuación

  de

 la

Sociedad

 de

Naciones, parecen aminoradas

 en

no pequeño grado Subsisten

  aún los

  peligros

para

  que

 la

paz sea

  duradera, porque subsisten

los

  dos

 monstruos

  que

 laacechan.

 No

 obstante,

cabe pensar

  que, por

  ©1 momento, hállase

 ale-

jado el fantasma

  de una

 conflagración

  que

 se

diputaba inminente.

Checoslovaquia afirma  supropósito d man-

tenerse como país independiente frente a las

constantes amenazas hitlerianas.

  Es

 el instinto

de defensa

  que

 acentúa

 la

certidumbre

  <5e que,

en otro caso,

  con lamás

 pequeña debilidad

 se-

ríadiezmada inexorablemente.

Pero

  no

 esesta cuestión

  ,]a qué

 aisladamente

queremos, destacar. Otra serie

 de

hechos

  con-

catenados

 que nos

 afectan

 más de

 cerca

 y que,

por ello, deben

  ser

 sopesados

 con un

 mayor

 in-

terés,

  son

 los

que nos

  atraen  al comentario.

Nos referimos al desmoronamiento

  que

 se

«.ca-

sa

 en la

retaguardia enemiga: prim&rament»,

Yagüe

 que, con

 sudiscurso,

  no

  hizo sino plas-

mar undenso estado

  de

  opinión.

  No

 podemos

establecer  lapresunción  de

que

 laspalabras

del rebelde

  ex

  general respondieran

 a un sen-

timiento

  de

  tipo personal;

  más

 tarde,

  los

  falan-

gistas, denostando

  de

 raidor—de lo

que es,

 en

©fecto-̂ -, a Franco; después,

  del.

 alzamiento en

Pamplona contra

  los

  invasores

  de mis

 de un

millar

  de

 hombres;

 y,

 por

 último,

 el

 desembar-

co enMotril defuerzas republicanas

  que

 libe-

raron a trescientos asturianos prisioneros.

 Añá-

dase a esta relación laheroica gesta

  de

 nues-

tra Gloriosa, abatiendo

  en los

  frentes dieciocho

aparatos

  de

 la aviación italogermana.

Aún, meditemos

 en un

hecho enormemente

sintomático: lavisita de ungran número de

«personajes» rebeldes  a Mussolini, enRoma,

coincidiendo

  con las

  fiestas qtie allí

  se

  organi-

zan pretendiendo contrarrestar

 la

auténtica

 so-

ydaridad demostrada

  al

 pueblo español interna-

cioiialmente.

Las deducciones

 que

 todo esto sugiere

 no pu&-

den

 ser más

 halagüeñas: laconsigna

  de

 resistir

que el Gobierno

  del

  doctor Negrln haimbuido

firmemente en todos

  los

  españoles leales,

 pro-

duce

  sus

  frutos

  más

 sazonados

 y que

  tienen,

indudablemente,

  una

  enorme repercusión

  en 3a

marcha

 de los

  ¡acontecimientos

  en

 el exterior.

Quiéranlo

 o no los

  analistas

  que nos

  obser-

van,  laresistencia férrea española es la

que

engendra

  ese

  alto valor

  de

 estímulo

  que en es-

tas horas

  ha

 revalorado el instinto

  del

 mundo:

el estímulo

  por

  defenderse, como capackL",d

para obrar

 de un

  modo efectivo contra

  las

 tira-

nías. Aunque mucho

 se

esfuerzan

  los

  totalita-

rios, larealidad

  los

 vence.

 El

 único frente

 que,

>en efecto,

  ha de

  desaparecer,

 es el

 fascista,

 en-

telequia mantenida

  no por la

fuerza

  -le

 ellos,

sino

  por

  l miedo inconcebible de

os

  demás,

Y esto

 es loque

  España

  vio

  claro desde

 e?

principio.

  La

  necesidad

  de

 defenderse

  de

 unos

imponderables

  que boy

  perfilan

  sus

  contomos

con lainvasión.

No vamos a analizar,

  de

  puro repetidas, ías

razones fundamentales,

  por las que

 el

 prelá»

lucha;

  una de

  ellas

  ©s tan

  simple

 y a apa?.

tan augusta ynoble,

  que

 sobrepuja a todas: la

acusa

  de

 nuestra independencia. Pero sí hemos

de hacer hincapié  n

qué

  forma tuvo asisten-

cia, inieialmente,

  ese

 poderoso talismán

 en qué

se apoyó el mpulso español:

 el

 instinto

  de con-

servación, elevado a lacategoría

  de

 conciencia,

pudo

  más que

 el mismo desgaja miento bruta '

que sufrieron

  los

 resortes

  del

 poder público.

Parecería ilógico hacer recaer toda

 la

 epopeya

de nuestra defensa

 en

algo

  tan

 sutil

 y al  pro-

pio,  tiempo

  tan

  diluible

  ce nú

  puede

 ser en  •">

hombre el instinto,

  que

 propulsa a veces a

ac-

tos casi mecánicos. Pero al hablar

  del

  instinto

queremos abarcar

  con

  ©lio. simplistamente,

 la

idea

  de Tos

 valores morales

 y

espirituales dfe

homTire

  más

  generalizados, vaíores

  que

 subsi-

guienteiinente

 se

 desdoblan

 en

 lafunción

  de

 tipo

social, hasta coincidir

  con sus

 naturales reivin-

dicaciones

  por

  medio

  de las

  organizadores

 de

sindicación y laidea

  de

 partido. Pues bien:

 sin

pretender hacer demagogia

  con

 el espíritu

 es-

* ¥ I N 0

DEL CAMPO  DE TARRAGONA

Despacho todos

  los

 d ías ,

  de

 9 a

2.

  Bodegas  de

Valdepeñas, calle

  La

 In ternacional .

  90,

  iunto  al

campo de>fútbol Martinenc.

T

i / f ( Despacho, 54H¡?

e l e t o n o s :

  ( P a i t i o u l a r > 5 39 7 7

pañol,

 es lo

  cierto que-por

  su

 ejemplo

  se

 debate

noy

 el

 mundo entre

  ser ono ser.

  Esto'es:

 en-

tre vivir como seres

  que

 alcanzaron

  las

  prima-

cías

 del

 siglo

 XX

 oretroceder a laEdad Media,

que

 es

 la

concreción

  de

 la

doctrina fascista.

Esto

  >es loque ha

puesto ahora

 en

práctica

Checoslovaquia.

 Su

nstinto.

  Ese

  instinto—muy

español,

  muy

  acusado y

muy

  firme—, es el

que

  se

  expande ahora también en a retaguar-

dia franquista.

Y

 «se

 instinto

  de

 España—que

 lo

 llevó aveces

a empresas

 de

alto linaje—es

 el que

  tiene

 en

frente

 la

política totalitaria,

 Y el que,,

 pese

 a

todas

  las

  embestidas de

los

  menos valerosos,

hace

 que las

 barbaries y

las

 injusticias

  más fla-

grantes zozobren ante

  las

  apariencias

  que pa-

reoían

  dar la

razón

 a lo

estúpido

 y

desear

 <*1

•triunfo de••los menos escrupulosos.

ÁNGEL MIGUEL POZANCO

L O S H É R O E S

  DE L

 E S P A C I O

viadores a?ce

ridíd

os

por méritos

 de

 guerra

Entre el los f igura e¡ sargento Rómulo  Negrin

que

 h

sit io promovido  teniente

En

 el

 «Diario Oficial

  del

  Ministerio

  de

 Defensa

Nacional»

  so

 publica lasiguiente circular:

«Como recompensa  a

los

  méritos contraídos

y servicios prestados durante

 la

actual campaña,

por el personal

  que

 acontinuación

  se

 relaciona,

he resuelto otorgarle los

:

cargos que-se indican,

con laantigüedad

  que

 a cada

 uno se

  señala- y

efectos administrativos, a partir de

las

  fechas

que también

 se

expresan:

Con efectos administrativos

  de 1de

 mayo

 de

1938.

A capitanes:

Tenientes Juan Vinent Roger, Juan Manuel

Capdevila Cicilia yMáximo Ricote Juan.

A tenientes:

Sargentos Victoriano Sánchez Catalán, Joaquín

Carrillo Arces, Juan Francisco Gómez Martin,

Anselmo Sepúlveda García y Julián Sainpedro

Gande.

A sargentos:

Cabos Carlos Hernández García,.Juan Grau

 &o-

ñol,  Joaquín Carnero Montero, Salvador Pomés

Centelles.

Con efectos administrativos desde primero

 da

junio:

A capitanes:

Tenientes Ricardo Domingo Bochaca, Antonio

Sirvent Cerrilla, Manuel Ocaña Fariñas y José

M Bravo Fernández.

Atenientes:

Sargentos Antonio Grau Morell, Ramón Jimé-

nez Marañón, José Ruiz Baquero, Jaime Pérez

Chulvi, José Alarcón Ríus, Juan Bosch LluU,

Marcial Diez Marco, Francisco Moroco Pellicer,-

Felipe Ostrujeda Esteye, José Mará Fauria, Juan

Maizquez Pellicer, José Bruíaoi Basanta, Juan

Lario Sánchez, Juan Sayos Estivill, Melchor Díaz

Román, Diego Girao González, Fulgencio Martí-

nez Montoya, Antonio Sánchez Salvador, Juan

Olmos Genoves, Francisco Janhoor Buendía,

 Ma-

nuel Martínez Alba, Róirmlo Negrin Miajilov,

Antonio Briz Martínez, MigúolLuisProñao,

 Ma-

nuel Llop Casany, Joaquín Velasco Garro, Alfon»

so García Martín, Juan Huertas García.

A sargentos:

Cabos Eduardo Peña Pérez, Joaquín Costa

 Al-

sina, Enrique Fernández Fernández, F«rrán

 Na-

varro Ruiz, José Noguero Peña, Rafael Setrano

Sanz, José Martínez Oubells yÁngel Gómez

 Paz.

Pareceres

D

os a m igos deespar ta

Esta precisión encifra de

as

  amistades

 de-

claradas a España nosignifica

  que

 yovaya

a contarlas

  con los

  dedos

 de la

mano

 y

que

aún sobren dedos. Pero

  hay que

 diferenciar

 a

los amigos,

  que loson, de los

  turistas

  que no

lo serán nunca. El urista

  es

 solicitado

  por

 a

apariencia de

las

  cosas,

  por

 su exterioridad,

más gustada cuanto

  más

  pintoresca; mientras

al amigo,

 al

 verdadero amigo,

 le

place inter-

narse enellas, en

su.

 entraña, para hacerlas

suyas.

i

 Los

 turistas entierra española

  han

  sido in-

numerables. García Mercadal tiene registrados

a muchos

 de

 ellos

 en

 tres

 o

cuatro volúmenes,

llenos deobservaciones y anécdotas: -España

vista ipor

  los

  extranjeros»; vista y

no

  mirada,

vista y

no

  comprendida.

  De un

  siglo para

  acá,

hasta recientemente, solo Ricardo Ford, avecin-

dado,

 en

  Sevilla

  por

  tres años, desde

  1830,

 supo

mirar ypenetrar

 l a

  realidad española, entender

su complejidad diversa:

  «La

 lengua,

  los

  trajes,

las costumbres

 y el

 carácter local

  de. los

 habi-

tantes

 son tan

 varios como,

 el

 clima

 ylas pro-

ducciones

  del

 suelo».

  Y

 luego:

  «Mi

 paisano

 no

quiere decir español, sino andaluz, catalán, et-

cétera. Cuando

 se

pregunta

 a un

español,

  ¿de

dónde

 es

usted?, suele contestar:

  soy

  hijo

 de

Murcia,

  de

 Granada, etcétera. Algo semejante a

los hijos

  de

 Israel y al Beni

 de los

  moros espa-

ñoles.» (Acaso

 la

  terrible guerra

 nos

 deje

  el dul-

ce:

 presente

  de

  fundir estas diferencias,

 si

 ellos

llegan a sentir como nosotros, en lo

más

  ínti-

mo , el dolor

  de

  España ante lainvasión codi-

ciosa

 de los

 extraños.

 Ese

 dolor

 de

 España,

 su-

frido

  en el

 corazón, guió

 a

Unamuno —buscan-

do salvarla^—

 a

desear

  que los

 españoles fuéra-

mos africanos

  de

  primera categoría antes

 que

euroipeos

  de

  tercera).

  En

 larealidad observada

por Ford

 hay una

 originalidad

  que

 debe

 ser te-

nida presente

 al

 estudiar

 y

plantear

  los

 graves

problemas

  de

  España, siendo deseable

 que ese

localismo personalista searmonice

  con

 éi

  cen-

timiento superior de la unidad hispana,  que

ahora

 se

cimienta

  con

  sangre.

Ricardo Ford

  vio

  además nuestras divisiones

banderizas, lacalidad

  de los

 gobiernos, la

va-

lía

 del

  pueblo.

 Y

viéndolo,

 no se

escandalizó

como otros viajeros, sino

 que se

 inclinó

 aexa-

minar

  los

  motivos y a pensar

  que,

 si España

es

  así, así

 había

  que

 admitirla y amarla;

  por-

que Ricardo Ford

  era

 un

amigo,

 no un

uris-

ta como Edmundo

 de

Amícis,

  por

  ejemplo

  en-

tre

 mil.

 Cuando Amicis embarca

 en

 Genova,

 los

que  le despiden agitan desde el muelíe estos

adioses: «¡Traéme

  una

  espada  de Toledo »

«¡Y

 amí una

 botella

  de

  Jerez ». «¡Un sombrero

andaluz ». «¡Un puñal ». Ciertamente \micis

no seconforma

  con

 estas españoladas;

  mas

 lo

que busca entre nosotros va acompañado de

ellas.  A

 todo conceder,

 loque

 pretende

  es com-

probar

 si, en

efecto, esas palabras

  que

 hemos

impuesto a

los

  diccionarios ajenos —«pronun-

ciamiento», «guerrilla», «siesta»—

  son

  auténti-

camente nuestras

 y

responden

 a

una

 voluntad.

(¿Por

  qué no? Si

 nuestros generales

 se pro-

nuncian, también el pueblo sabo pronunciarse

contra ellos y dominar suímpetu.

  Las

 p terri-

llas fueron nuestro estilo luchador ante

  los más

conspicuos Estados Mayores

 y

¡pueden

  hoy ha-

cer losuyo. Hasta lamisma siesta resulta

  a^o

unlversalizado bajo el nombre

  que

  aquí se hn

dado al dulce oasis

  de

 lavigilia.) Amicis llega

a Barfelona

  en lov

 días

  de

  Amadeo

  de

 Saboya,

y en

una

  barbería Fígaro ledice: «¿Sabe

 ÜS

ted, caballero?, si hubiera '¡erra entre Italia

y España, notendríamos miedo

  (non

 abrebba

paura)». Aquel rapabarbas lejano anunciaba

 a

los cámaradas

  que,

 dejando

 la

brocha

 y la

na-

vaja, supieron ogaño

  ser

 enMadrid valerosos

milicianos frente  a italianos y teutones.

Con  las verdades extrañas abundaron las

mentiras extrañas

 o

insidiosas,

  que

 hicieron

 a

Quevedo escribir suestudio,

  no

  terminado, en

defensa de lo propio: «Cansado

  de ver

 el

  su-

frimiento de. España,

  con que ha

  dejado pasar

sin castigo tantas calumnias

  de

extranjeros,

quizá despreciándolos generosamente.»

 Por for-

tuna

  hay

  otros extranjeros, ennuestros días,

que merecen reconocimiento: losTrend,

  con

su documentado libro sobre

  los

 orígenes

  de

 la

España

  de

 nuestro tiempo;

  los

 StarMe,

 con sus

andanzas ti«rra adentro, dándole a suviolín,

y aquélla suaguda observación

  de

 lacontien-

da

  que, ya en los

 anteriores años, ofrecíamos al

mundo entre

  lo que

 España

  fue ylo que

 quie-

re

  ser, lo que

 ahora quiere

 ser más

 ahincada,5}

resueltamente

  que

  nunca.

Así

 lo

  estiman estos otros amigos

 que se han

acercado anuestros dolores días pasados.

 Wal-

do Frank

 no es un

amigo

  de hoy,

  pues haca

años escribió

  su

magnífica «España virgen»,,

donde muchos hemos visto descifradas realida-

des misteriosas

  que

  teníamos ante  los ojos*

lAquéllas

  sus

  perspicaces consideraciones sobre

el cante jondo, sobre

 el

 alma gitana

 y

andalu-

za (Ahora

 me veo

  trasladado a

un

  verano

 ,da

hace diez, doce años,

  en

 el jardín

  d®

 laResi-

dencia  deestudiantes, compartiendo bajo las

estrellas

 el

 entusiasmo

 de un

  diplomado

 de Ox»

íord

 por las

«medias granadinas»

 de

Vallejo,

escuchadas  del gramófono.)

  Los

  extranjeros,

como Frank,

  que así

 llegan a gustar

  las

 esen-

cias españolas

  son más

  nuestros

  que los con-

nacionales insensibles

 a

ellas

 o

tocados

  de úrí

afán epidérmico

  de

  progreso.

Ignoro de

qué

  hora arranca  ladevoción de

Malraux

 a

España.

  Su

 . «Espoir»

  nos

  dice

  que

es mucha

 

intensa, pues el título mismo,del

libro declara laesperanza, manifestada

  en las

páginas, de

que

 la cruenta guerra lleva hacia

la liberación

  del

  pueblo español. Malraux,

  ca-

ballero

  del

 aire,

  nos

 ayuda

 a

lograrlo desde,

 el

primer

  día

 yahora, después

  de

  surcar varios

cielos, hadejado caer sobre el suelo republi-

cano

  una

  lluvia

  de oro.

  ¡Guerra

  de

  liberación

Malraux

 la ha

visto exactamente, pues

 el  om-

peño importa atodos

 los

 españoles,

 los de

 aquí

y

  los de

 allá,

  los que

 luchan

  por

 laRepública

y

  los que

 pretenden,

  en

 laotra zona, salvar a

España

 y

habrán

  de ser

 salvados

 a su vez.'

LUIS SANTULLANO

y 2e ' n« c d̂3v¡=a los

Mr sí i osos 'o to<- de los

fIDALOS

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Flores

  4


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