HISTORIAD E V I D A
ANDREA SAQUIC -Chiboy, Quiché, Guatemala-
Andrea Saquic espera nerviosa en la fila del banco, con documento de identificación personal en mano, en San Andrés Sajcabajá junto con otras personas
de la comunidad de Chiboy (departamento de Quiché, Guatemala). Han llegado pronto en la mañana. La mayoría son mujeres, madres solteras y ancianos que aguardan recibir la última transferencia monetaria del proyecto “Respuesta a la crisis alimentaria en las comunidades más vulnerables de Guatemala”.
El proyecto, es financiado por la oficina de protección civil y operaciones humanitarias de la Unión Europea (ECHO), mismo que lleva a cabo un consorcio de ONG internacionales y contrapartes locales encabezado por Acción Contra el Hambre y en el que participa Trócaire, y su socia el Comité Campesino del Altiplano (CCDA).
Andrea ha venido acompañada por uno de sus cinco hijos, explica en k’iche’, su lengua materna. Alimentar a la familia es su reto diario. Andrea y el resto de beneficiarios viven en el llamado Corredor Seco de América Central, un área que abarca desde Guatemala hasta Costa Rica.
Desde 2014, la sequía provocada por el fenómeno de El Niño ha acabado con la fuente de alimentación de muchas familias de la zona, un territorio con altas tasas de pobreza y con las heridas del conflicto armado interno (1960-1996) demasiado recientes.
Andrea tiene una pequeña extensión de terreno donde cultiva maíz y frijoles, la base de la dieta en la zona; pero no es suficiente para toda la familia y para conseguir ingresos en metálico y comprar más comida tiene que intentar criar animales o vender petate. “Mis hijos han pasado hambre, pero no desnutrición, siempre hemos tenido un poco de comer, aunque solo haya sido un poco de maíz”, explica Andrea.
En el banco, las beneficiarias hacen fila hasta que llega su
turno. Muchas no hablan castellano y no están familiarizadas
con las entidades financieras, por lo que esperan en el orden
que figura en el listado para evitar confusiones.
Muchas personas no han tenido la oportunidad de estudiar,
especialmente las mujeres, así que firman con su huella
dactilar. Pasado el trámite, Andrea recoge los 537 quetzales
de la transferencia (aproximadamente 70€) y sale del banco
con el dinero en la mano. Los nervios han desaparecido y
ahora llega la hora de la verdad.
Con ese dinero acude al mercado antes de volver a la
comunidad. “Con esta cantidad de quetzales puedo
comprar dos quintales de maíz, un quintal de abono para su
pequeño terreno, azúcar, frijoles, incaparina (un tipo de atol
fortificado), avena, leche, huevos, algo de verduras, fruta y
carne”, relata Andrea.
Estas transferencias son prácticamente el único momento
en que muchas personas pueden permitirse el comer carne.
También comprará otras cosas para la casa: “hace falta
jabón y uno de los niños necesita una botas nuevas”, explica.
“Antes mis hijos estaban muy débiles, pero ahora ya no, están más fuertes y ahora no paran de
pedir más y más comida”, cuanta Andrea entre risas. Ella tiene la esperanza puesta en los hijos
más pequeños.
“El mayor ya tiene 18 pero… bueno, no le gusta estudiar, espero que los pequeños si se interesen
más”, dice con una mezcla de resignación y esperanza.
Una vez que Andrea y el resto de habitantes de Chiboy vuelvan a la comunidad con todos los
alimentos que han comprado, llegará el turno del monitoreo para comprobar en qué se han
gastado el dinero de las transferencias, cómo les ha ayudado y si ha sido suficiente. Dentro del
proyecto también se monitorea la evolución nutricional de los niños, sobre todo de los que han
sufrido o están en riesgo de sufrir desnutrición.
“Entre el transporte y todos los gastos, al final solo puedo quedarme con 8 o
10 quetzales”, cuenta Andrea, “pero la diferencia es que en la casa,
el cambio es notable”, concluye con una sonrisa.