Crónica Urbana.
Sociología de lo Urbano.
DE RUEDAS Y CEMENTO.
Ignacio Contreras Ilabaca.
La ciudad como un teatro donde confluyen un sin fin de escenas y cuadros, unos
sobrepuestos sobre otros, otros más aislados. Unos situados en el corazón mismo
donde las arterias y venas bombean y estallan en chorros de sangre. Otros más
periféricos, allá donde nadie los vea, en lo posible cerca del río, pero que sin embargo
de alguna u otra forma se ligan al centro atrayente, como su tuviese una fuerza
gravitatoria que hace que lo demás gire en torno a él.
Concepción, punto aglutinador de la región, se levanta como aquel espacio donde se
dan lugar variadas manifestaciones, y que pareciera responder a las necesidades y
usos que nosotros/as le fabricamos, consumimos y desechamos. Esto, puesto que
comprendo que la ciudad no es una realidad inherente, que lo que transita, fluctúa y
acontece en sus diversos espacios es independiente de lo que uno observa, huele,
escucha, tacta, percibe y experimenta. Nada de eso. La ciudad con uno, y uno con la
ciudad. Estímulos que van y vienen, y no digo que de manera circular ni dialéctica, sino
que en lo impredecible de sus rutas y movimientos, marcando así un desenvolvimiento
narcotizante en el “zoológico” de cemento, y no “selva” como llaman algunos
vanguardistas.
Años reclamando un espacio que estuviese destinado al uso y práctica exclusiva para
el skate, lo que significó que se utilizará la ciudad en cuánto arquitectura y se
construyera vida urbana en cuánto apropiación y consumo de estos espacios y
escenarios que la urbe pone a disposición. Tribunales de Concepción, los tribus como
teatro donde skaters [y también muchachos/as que practican break dance] consumen
dicho espacio y la configuran de manera práctica a su antojo. Así es, que los tribus se
transforma a cotidiano en un espacio de conflicto, donde lo institucional busca excluir a
al skate y el break de dicho teatro. Es la parte de la obra donde hay un quiebre radical
en ella, se fracciona, se destruye y se crea. Desde ahí se generan nuevas historias –
con los mismos personajes y otros por aparecer- en espacios ya transitados como otros
por transitar. Así es, que el Skatepark Parque Ecuador [desde mi mapa] emerge en la
geografía y cartografía de Concepción, allá cerca de la PDR y al lado del río, al final del
parque, donde lo efímero, lo transitorio y lo fugaz generan la vida urbana que ahí se
construye.
Tanto tiempo. ¿Cómo has estado? Vamos, me dijeron de un lugar pulento para ir.
Martes 12 de Noviembre, 12:11 pm. – 1:32 pm.
Skatepark, Parque Ecuador.
Son años sin subirme a una patineta, aproximadamente creo que son unos 8 años. Me
pongo los audífonos, y empiezo el viaje. Lo primero es el equilibrio, en donde –en
primera instancia- creí ir bien, sin embargo con el paso de dos minutos me doy cuenta
que es una cuestión que no domino del todo bien, por lo que la tabla se me queda y yo
me voy hacia un lado, nos separamos. Me hago el loco como que aquí no ha pasado
nada, y continúo el viaje. Agarro la calle de los autos en la U, en donde no circula
prácticamente nadie, y voy agarrando un poco más de confianza en mi destreza como
en la tabla. Me dirijo hacia Víctor Lamas, para tomar la ciclo-vía y poder desplazarme
en ella.
El sol pega bien fuerte. Si bien voy con short y jockey, el sudor ya empieza a caer,
mientras Los Natas suenan en el mp3. En la ciclovía de color ladrillo, me encuentro y
cruzo tanto con usuarios de bicis como con gente trotando. Si hasta para caminar se
da. No hay inconvenientes. Nadie se pasa la película con nadie. Lo común de dicho
espacio es que transitan diversos usos [para nada estables] en donde lo que le da
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forma es su propia transitoriedad, de desplazamiento, en donde lo dinámico marca la
pauta. Lo estático no se da aquí.
A ratos camino por al lado, para guarecerme en la sombra. Estoy próximo a llegar.
Anteriormente solo había pasado por allí en micro, por lo que el skatepark se me
presenta como un escenario sumamente nuevo, del cuál de manera in vivo no conozco
nada. Llego y quedo mirando el espacio detenidamente. Estoy de pie y con la tabla en
la mano. Hay gente patinando en tabla como en rollers. No son muchos. Yo diría que
aproximadamente son unos 10 o 12 quiénes usan el skatepark. Hay un cabro que
patina sin polera en una tabla más larga, quién se mueve en un hoyo que pareciese ser
como una piscina deshabitada al más puro estilo californiano, onda como en la película
Lords of the Dogtown. Es más, él utiliza a su vez las manos para desplazarse dentro de
él. Me quedo pegado un rato observándolo. Al no conocer un espacio de ésta índole
previamente, y más aún mi poca práctica en el deporte, me hacen sentirme
inmovilizado y perplejo a observar cómo éste se configura, tanto estructuralmente como
de relaciones y dinámicas propiamente tales.
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Hay un cabro, vestido ancho con jockey con audífonos que intenta sacar un truco – no
sé el nombre de éste- mientras es grabado por otro muchacho. La presencia de jóvenes
con cámaras es notoria, por lo menos hay 6 personas, hombres y mujeres tirando fotos.
Pareciese que se conocieran. Me quedó estático alrededor de 20 minutos, a un costado
del skatepark a lo largo. El cabro tira y tira el truco, en donde desliza un fierro esquinero
y después gira la tabla, sin embargo no lo cae. Grita de hecho, por no concretarlo.
Continúo esperando una especie de turno para tirarme al patín, literalmente hablando.
Quiero hacerlo por donde mismo empieza el tipo que mencionaba. Lo hago, y me saco
la cresta. ¿En vergüenza? Envolá. Me paro raudo e intento hacerme el hueón. Noto que
soy indiferente, nadie pesca ni ríe de la caída. Me voy hacía un lado liso. Empiezo a
andar, por alrededor del skatepark. Hay cabros apiñados, sentados en unos de los
laterales de éste. Otro grupo con cámaras, más cerca del centro. Y cabros
desplazándose por diversos lados. Piso, rampla, medía tubería, fierros, pirámide, bowl.
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Hay un cabro que anda en rollers blanco con ribetes verde, y brinca súper alto. Igual
con música en los oídos. La gran mayoría de quiénes patinan ahí, los lleva. Hay grupos
de cabros que no patina y que se ubica en la ladera del cerro que da con el skatepark.
Noto que corren sus pilsens y fasos. Se dan las manos para hacerlo. A nadie pareciese
molestarle. Todos quieren hacer suya la pista. El flaco al final cae el truco, y es
grabado. Llegan más muchachos al teatro de las tablas y los rollers. Un cabro de
sudadera, jeans negros, zapatillas rojas y de gafas, patina a gran velocidad y con
destreza en el espacio en cuestión. Lo veo saltar al lado mío, pareciese como si se
suspendiese en el aire.
Por mi parte, agarro un poco más de vuelo. Veo que hay un circuito que puede ser
viable, considerando para ello las condiciones de uno arriba de la tabla. Se trata de una
rampa mediana, seguida de una pequeña, para terminar subiendo/bajando en una
media tubería mediana. Me lanzo, con titubeo por cierto, y las bajo bien, caigo
ambas, sin embargo en la media tubería nos separamos la tabla y yo. Experiencia
con harta adrenalina. Subo de nuevo para volver a intentarlo. Luego de reiteradas
intentadas y no caer desde la media tubería, un cabro de jockey y polera blanca se me
acerca y me dice algo que no entiendo, esto por andar con los audífonos. Me los saco,
y le pregunto:
- cómo hermano?
- amigo, cuando vaya cayendo tire el cuerpo pa delante.. porque si lo
echa pa atrá, se te va el cuerpo, y la tabla se va pa delante..
- en serio? buena hermano.
Me quedo detenido en el consejo. Subo de nuevo. Hay una niña que anda en rollers y
que intenta aprender a deslizarse en los fierros de piso. Se mueve y cuando llega a
este, sube una pierna y desliza con esta, mientras que la otra pierna permanece
apoyada en piso.
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Noto que mientras uno se desplaza, va en la suya. Es una actividad, una práctica, un
uso meramente individual. Tú te creas el escenario, juegas con las piezas que éste te
presenta y armas tu ruta. Claro que hay unas más complejas que otras, que para mi
vendrían siendo las medias tuberías, la piscina vacía o “bowl” y el deslizarse en fierros
y/o esquineros. Gran parte del teatro. Realmente hay cabros secos aquí en Conce. Hay
un grupo de cabros que pareciese conocerse. Cuando patinan, como dije, lo hacen por
separado. Sin embargo, en un momento se juntan en el muro, donde hay espacio para
sentarse, en donde se refrescan, toman líquido, su conversa y unos puchos. Hasta
mate estaban tomando algunos. Por mi parte, me dirijo a la pileta. Al llegar, van
llegando también dos muchachos. Me da la mano pa’ ir primero, sin embargo no cacho
como se abre. Me aclara que debo presionar el botón que está a los pies de ésta. Lo
hace de manera gestual, indicándome con el pie. Se ubica hacia el lado de Víctor
Lamas. Me mojo la cabeza, el jockey y tomo agua.
Sigo intentando la ruta que marqué con anterioridad. Observo que el piño de cabros
que estaba en la ladera del cerro ya no está. La media tubería no la puedo caer ni
sobrepasar. Aquí quedo. Veo pasar a otro cabro a guata pelá. El sol calentaba a todo
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ritmo. Más aún, al ser de cemento el piso y el calor rebota en él, haciendo más tortuoso
el patinar a esa hora. Debo marcharme, por lo que me devuelvo por donde mismo
llegue. Claro que esta vez con más confianza. Autos a mi izquierda, y el verde a la
derecha mientras empiezo con el movimiento de pies para desplazare sobre la tabla.
Columpios, una red, unos juegos tipos legos, una cancha de basket, otra de baby fútbol
siendo ocupada, liceanos/as en los pastos, dos pacos a caballo entre quiénes
configuran la escena lo largo del parque. Me zumbo toda la ciclo-vía hasta Orompello.
Ahí subo patinando y caminando, esto debido a las veredas y el tránsito de vehículos
en las calle. Más aún cuando voy en dirección contraria a estos. Las bocinas
ensordecen los oídos. Me siento enjaulado entre tanto cuadriculado. De vuelta al
babylon. Mi destino, la diagonal. Ahí dejo la tabla, y me marcho sudadamente. Nos
vemos pronto, lo pasé bien.
Con todo el cuerpo. Nadando como pez nuevo.
Jueves 14 de Noviembre, 7:20 pm. – 8.38 pm.
Skatepark, Parque Ecuador.
Me bajo de la micro en Paicaví, entre Maipú y Freire con mi patineta y mochila. Hago el
corte en ésta última hasta llegar a Orompello. Dejo mi mochila en la tienda de un primo,
para así ir más liviano, solo preocupado de patinar, observar, co-participar y en
definitiva configurar el socio-espacio en cuestión. Hecho esto, bajo hasta llegar a Víctor
Lamas para desplazarme por la ciclo-vía hasta el escenario skatepark. El sol no pega
tanto, la tarde anda fresca, si hasta lluvia tuvimos en algún momento del día. El viento
se siente en la cara mientras avanzo en la tabla. Me patino completa la ciclo, entre
corredores, bicicletas, paseantes, estudiantes y uno que otro perro (tanto callejero como
de correa). Se asoma un atardecer pulento. Se ve el cielo anaranjado, esto mientras
voy llegando al epicentro. Al igual que la salida anterior, los audífonos tumban los
tímpanos. Esta vez, es NOFX y su punk rock californiano el que se siente.
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Lo primero que hago es dar una vuelta completa por el skatepark, intentando así tener
una óptica general de lo que sucede. Prácticas y usos, unos más reiterativos y otros
más bien efímeros. Lo primero, skaters patinando en el suelo, en el bowl, en las medias
tuberías, otros deslizándose en fierro. Junto con ellos –y al igual que la salida anterior-
hay varios muchachos y muchachas con cámaras, registrando a quienes transitan ahí,
buscando dar con la fotografía o el video de un truco bien hecho. Gente a un costado
del espacio, en la ladera de cerro, y otros dentro de éste, en la banca de cemento larga,
tomando cervezas.
Empiezo a desplazarme y crear la ruta que se desvanece mientras avanzo. Logro
identificar caras que se repiten. Por ejemplo, el cabro que en la vez pasada intentaba
sacar un truco mientras era grabado, ahora es él quién graba con una cámara de video
a otro muchacho. Lo hace sobre una tabla y siguiendo de cerca al cabro que está
grabando. La rutina que realiza éste es bajar por el spot principal con un flip, esto es,
cuando la patineta gira completa, en una altura de un metro y algo aproximadamente.
Continuando después por el suelo, hasta deslizarse en un spot llamado “san francisco”,
ubicado al centro del skatepark para subir en una media tubería y finalizar en el centro
con un salto y la tabla girando (en un truco que desconozco su nombre). Todo lo
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primero lo cae, sin embargo es la última instancia la que no logra conectar. Lo intenta
por lo menos siete veces –o esas fueron las que yo ví mientras descansaba a un lado
del bowl.
Vuelvo al movimiento, y me quedo en el costado donde patiné la vez anterior. Esa
especie de ruta que para mí es más accesible que otras, como por ejemplo la señalada
en la situación anterior. Sigo en la misma situación, es la media tubería la que no puedo
caer. En este spot, me llama la atención un cabro de corta edad [por lo que infiero en el
observar]. Unos 15, 16 años. Me llama la atención porque lleva puesto un casco azul, el
único que en ese día, llevaba puesto algo para proteger ante una eventual caída.
Compartimos spot sin decirnos nada, solo miradas. Iba él, se tiraba y al llegar al final,
subía la media tubería. Agarraba gran velocidad, más que mi patineta. Por mi parte,
intenté caer, pero sin éxito las primeras veces. Hago eco del comentario que me habían
realizado, en cuanto echar el cuerpo para adelante cuando vaya cayendo. Y así fue,
logro caer el truco, me alegro. El cabro del casco azul me levanta el dedo pulgar. No
hay palabra entre nosotros. Pura comunicación gestual.
En el transitar, mientras patino, escucho aplausos y gritos como: wooow! Por lo menos
habrá sucedido unas tres veces. Me percato que ello ocurre con alguno o alguna cae un
truco difícil. Infiero que el mundo skaters eso se conoce, se apoya. A pesar de que cada
uno sea un pez por sí solo y nade de la forma que quiera en el acuario, hay tiempos y
espacios para unirse en un punto. En la grabación, en el apoyo, en las cervezas, en la
conversa al paso, entre otros. Como expresa Simmel (1903) (…) por todas partes se
le ofrecen estímulos e intereses, usos de tiempo y de la conciencia, mismos que
trasportan a la persona con la facilidad con que lo haría la corriente de un río (…).
Hay un cabro de gafas y jockey para atrás que le pide a un muchacho que lo registre.
Él se mueve bien en rampas y medias tuberías, en donde utiliza bien las manos para
apoyarse y deslizarse. Es así como es registrado en una de estas maniobras, por un
cabro que andaba con cámara y trípode, sin patineta, que en definitiva lo termina
grabando y/o registrando fotos. Al hacerlo, escucho que le pregunta:
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- cómo salió?
- (Él le muestra la cámara)
- Oohh buena, salió filete. Ahí me las mandai.
La lluvia se hace presente y se escucha en varios frentes del skatepark: ahhh!!!. Como
una especie de quejido, ya que la lluvia en cierta forma impide el poder andar. Ya sea
porque se moja la pista, las zapatillas y la lija de la tabla. Por mi parte, me detengo un
rato y observo que es lo que realizan quienes patinaban hasta entonces. Hay unos que
dejan el escenario y se ponen a un costado, allá en la ladera bajo un árbol que los
protege. Allá por lo menos hay un grupo de siete u ocho cabros. Por otro
lado, patinando, solo quedan dos. El cabro del casco azul y otro más, por lo que me
sumo a ellos. La lluvia era suave, y el skatepark sólo para nosotros tres. Intento jugar
en el centro, en varios spot ya más difíciles. No caigo muchos trucos, más allá del
llamado ollie, que es un salto simple con la tabla pegada a los pies. La lluvia no dura
más de seis, siete minutos.
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El sudor sale por los poros. Espalda, axilas y caras, en esa. Maxi sopeao. Voy por agua
a la pileta y me refresco. Tomo agua y me mojo la cara, la cabeza y el cuello. Una
sesión dura, de harto patinar. Le voy agarrando el gusto nuevamente. Me despido
gestualmente con la mano y una cuasi-sonrisa con el cabro de casco azul. La respuesta
es recíproca. Me marcho por donde llegué, patinando por la ciclo-via. Viro hacia la
izquierda al llegar a Orompello, y subo hasta llegar a Freire. Todo ello patinando entre
calle y veredas del centro donde se hace complejo el andar. Me creo el cuento noma’ .
Total creo que de eso se trata, de usar y consumir la patineta mientras te mueves por la
ciudad. La gente reacciona al ruido que hacen las ruedas al suelo, ruedas y cemento, y
la gente se da vuelta, observa y se hace a un lado. Llego a Freire por mis cosas y un
descanso. Suficiente por hoy. La sesión finaliza en ese punto.
Skatepub. Desde el interior.
Miércoles 11 de Noviembre, 16: 29 pm. – 17.58 pm.
Skatepark, Parque Ecuador.
El sol pega refuerte. Sinceramente pienso que la vendí con venir al skatepark a esta
hora, a pesar de que andaba ligero y fresco, con short, guayabera y jockey. Esta vez
llevaba bloqueador en la piel. Me lo eché antes de salir de la casa y tomar micro desde
Talcahuano a Concepción, ahí en los Cóndores, en la estación. Su clásica Galaxia
[hablando de andar en micro], la que la hace más corta pal’ centro. Por lo menos yo la
recomiendo si andan por acá. Máquinas siempre nuevas, y lo mejor que no se detiene
en el Mall a esperar pasajeros. Solo deja, y sube sólo quien alcanza a hacerlo. Eso
generalmente. Al entrar a O’’Higgins, una de las arterias principales que bombea al
corazón y centro de la ciudad, me veo envuelto en el clásico taco de tres cuadras, hasta
Tucapel. Bocinazos, calor, sudor, murmullos. Me doy cuenta que nos acercamos al
centro. Llegamos a tribunales, y pasajeros descienden. Otros suben. ¿Cuanta gente
transita por tribunales? Van y vienen, unos dirigiéndose a las Tulipas, otros saliendo. Se
sube un flaco a vender helados, le compro un mora crema. Entero bueno, gustoso. Le
pegué sus 6 mordiscos y era. No estamos más de 3 minutos ahí, y escapamos.
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Edificios altos, otros no tanto. La YMCA, Correos de Chile, la plaza de armas, la Fuente
Alemana son el paisaje urbano que se presenta mientras la micro avanza. Me bajo a la
vuelta del Gobierno Regional, subiendo a Pedro de Valdivia. El skatepark al frente, solo
cruzar la avenida, entre tanto auto, micro y moto que pasa. Parece una lucha, yo quiero
que dejen de pasar estos hueones pa’ yo cruzar, y el conductor me imagino que dirá:
sale de ahí, no pensí en cruzar, o talvez no dirá nada.
Llego al teatro, y de vuelo a la pileta a tomar agua y mojarme la cabeza. Mala cuea, no
corría ni una gota. Observo a cabros jugando entre ruedas y cemento. Me detengo en
ese ruido. De movimiento, de romper con lo estático, de ciudad. Es propio de ella. La
ciudad como spot completo para que las tablas asalten el status quo de cada uno de
ellos, rompiendo y creando usos y consumos.
Vuelvo. Me despego. Sigo andando en el suelo, dando vuelta al skatepark y cachando
qué pasa. Hay un piño como de cinco o seis cabros bajo sombra a la falda del cerro.
Hay otros, que están en una especie de carpa, basilando unas pilsen. Todo en ello en el
pasto que da a la espalda del skatepark. Los pacos también se hacen presente. Dos
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motos llegan desde el parque y se pasan por las orilla del cerro, sapeando, [como uno
también] si alguien basilaba alguna cosilla de ser objeto punible para la ley.
En el andar me encuentro con un muchacho que basilaba cuando era más cabro chico,
en la misma onda del skate. El flaco Lucho. Personaje con más protagonismo en el
capítulo de hoy. Se encontraba con un cabro que en las entradas anteriores había
señalado como un cabro que había intentado lograr un truco y ser grabado, y en otra
instancia era él quién grababa. Nos saludamos de mano y puño. El Tanchi. Cabro
conocido en el circuito penquista en el skate, auspiciado por DC, en vestimenta y tabla.
Cabro que patina con un cierto estilo, mas rapper diría el Lucho más adelante.
Quedamos en patinar un rato, cada uno por su lado y después compartir un faso que yo
tenía y unas pilsen, que él sacaría. Perfect. Con más confianza y no tan extraño, como
uno más del espacio configurado ahí.
Patino sin audífonos, y me voy de cabeza a la ruta que frecuentemente he realizado
con anterioridad. Cuatro intentos y nada. No logro caerla. Es más, en una caigo mal y el
talón me duele. Me duele y mucho. Por lo que me voy a la banca larga de cemento. No
duré ni diez minutos. En el tránsito veo que el Lucho viene todo cagao, con la tabla en
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la mano. Se había caído –parecía que más brígido que yo-, tenía la polera manchada
con polvo en la parte del hombro, y la mano izquierda hinchada. Me cuenta que hace
rato no patinaba, ni un ollie sacaba. Fuimos al UNIMARC del frente por un pack de
pilsen. Cruzar, una travesía. Lo mismo la vuelta. El skatepark se convertía en
skatepub. Y desde dentro, pues nos sentamos en la misma banca de cemento. Punto
de referencia donde observé y e intenté dilucidar lo que ahí acontecía. Abrimos las
heladas, mientras el estímulo visual se centra en quiénes se ponen en movimientos
sobre ruedas, ya sea skate o rollers sobre el cemento.
Noto a dos cabros chicos, no más de 10 u 11 años. De vestimentas anchas, tanto
pantalón como polera, y jockeys. Lucho me dice que la ganá de tener un skatepark
desde pendejo es que después salís a la ciudad a basilar los spots, y hací es mucho
más fácil, porque se supone que aquí tenís de todo: escalera, san francisco, fierros pa
deslizarse, pirámides, medias tuberías, etc. De hecho, uno de los cabros tiene el manso
salto, y motiva a su amigo a que se atreva. Lo logra, se saludan. Se felicitan.
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Llega un amigo de Lucho, el Milo, de Talcahuano y que patinaba allá en Las Higueras.
Se sienta al lado de nosotros. Se sirve una helada también. Llega con tabla nueva, de
paquete, recién comprada, y también su tabla actual. Trae consigo herramientas, por lo
que se dispone a cambiarla. Entre tanto prendemos el tronchón de carne, pura fruta.
Sin boquilla si. Lucho me indica a un cabro que viene llegando, un flaco moreno de
short, polera y audífonos. De moica. Me dice que tiene estilo, punk rocker. Hay cabros
que vo los veí y te dai cuenta que tiene un estilo particular. Por ejemplo al Tanchi se le
nota lo rapper, aparte que patina especial, y a este cabro lo mismo, vo lo cachai má
rockero.
La tarde continuaba, y el sol arriba de nosotros. Milo y Lucho van por otro pack al súper.
Yo espero en la banca, puesto que quería detenerme ahí, y descansar el talón también.
Miro para atrás y doy cuenta que hay por lo menos entre ocho o nueve grupos. Unos en
los pastos como otros en las faldas y subidas del cerro. La gran mayoría de los que vi
consumía cerveza. Observo a dos cabros más grandes enseñándole a un cabro menor
algunos trucos sobre la práctica. Escucho bombear, que en términos operativos
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vendría siendo tomar fuerzas cuando te encuentras en una bajada, y así tomar más
velocidad. Se hace echando el cuerpo para delante con las rodillas y el peso de uno. Se
lo muestra por lo menos tres veces. El cabro chico practica. De a poco va tomando
forma ello.
Llegan los muchachos con otro pack. El Milo termina de cambiar la tabla, y la prueba.
Se va a andar un rato. A acostumbrarse. Le pregunto a Lucho qué paso con los tribus
ahora que está el skatepark. Me dice que fueron maricones, pusieron unas líneas en el
suelo pa no patinar más, te corta el vuelo. Charcha la huea. Igual le parece que está
bien que haya un skatepark, pero él prefiere los spots que están en la ciudad. Esto es
pa’ practicar, pero la mano es hacerla allá dentro, inside. Llega otro cabro que no
recuerdo el nombre, amigo de Lucho, preguntando por herramientas. Recuerdo que
necesitaba una llave. El Tanchi, el cabro que era auspiciado por DC se la había
regalado. Tabla usada pero en buenos estados para utilizarse. El Milo le presta los
juguetes, y él empieza a cambiarla.
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Vínculos de comunidad, varios se cachan. La escena skaters se mueve aquí en Conce.
Hay cabros pro, gente motivada con la actividad, intentando tirar pa arriba dentro de la
urbe. El campo visual que penetra en la retina es de movimientos humanos al vaivén,
cada cual marcando su ruta e inventando cómo avanzar, y tratar de no quedar atrás. En
movimiento es como debe ser la tónica, nunca detenido. O por lo menos ahí dentro.
Desde afuera, el skatepub también se hace presente. Actores, actoras y actantes que
fluctúan aquí, en ensamblajes y redes, con usos y consumos variados, dando forma y
respiro a este espacio que esta siendo y siempre en construcción.
A Lucho lo llaman. Es Marioneta. Otro cabro de la escena y que va pa Lenga. Así es
como cambiamos de ruta. El Milo se resta, y se queda patinando. Quiere seguir
probando su tabla nueva. Se quedan de juntar el sábado con Lucho. Nos despedimos,
como uno más de ahí. Hacemos caso al letrero que dice “llévate tu basura”, y botamos
las pils en le basurero. Marioneta espera a un costado de Víctor Lamas, vamos para
allá. Nos subimos, y empieza otra historia más. Que no voy a contar acá.
La ciudad es un poco de eso.
Lo espontáneo, lo fugaz. Lo que aparece y al rato ya no está. Se transformó en otra
cosa, o simplemente se diluyó en el ambiente. Fugacidad es lo ahí se inhala y exhala,
comiendo y vomitando paisajes y vivencias. Vida urbana es transitoriedad, movimiento
y desplazamiento. Donde los sentidos deben estar alerta a cualquier efecto narcotizante
que la ciudad dispara. La patineta como compañera de ruta, haciendo frente y lucha a
lo recto y cuadricular que se vuelve el zoológico de cemento, pudiendo escapar a ratos
de ésta, pero siempre volviendo. Pues en cierta forma, ahí pertenece. En lo
propiamente urbano. De ruedas y cemento.
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Referencias.
• Todas las fotografías fueron capturadas por mi, en la mañana del Jueves 14 de
Noviembre.
• Simmel, G. (1903). La metrópolis y la vida mental.
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