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De Fuego y SombrasConcurso de Relatos 2015http://tres-dias-de-kvothe.foroactivo.com
De Fuego y Sombras
Tarbean era una ciudad dividida en dos: Rivera y Colina, que eran, en
efectos prácticos, dos pequeñas ciudades que componían una más grande. En
efectos prácticos, la Rivera era una negra faz que se extendía como una
ciénaga bajo la ilustre y distinguida Colina, devorando todo lo bello y
regurgitándolo. Era necesaria, no lo dudes, pero dar un paso dentro de ella
sería como lanzarse a una vorágine. Había que ser duro de mente y cuerpo
para vivir allí, sino, te perderías para siempre bajo sus techos sucios, entre sus
calles tortuosas, y entre el polvo que lo envuelve todo.
Fue en este lugar donde comenzó la historia de Vandraren.
Su vida fue tortuosa: nació en la sombra, creció en el odio. Nadó en
silenciosos mares de sangre y vio aplastados todos sus sueños. La Rivera no
es lugar para los débiles, mucho menos para los huérfanos, los transforma. Ya
sabes, te muerde como un perro rabioso, te deja sangrando y a punto de caer,
sólo te da dos opciones, transformarte, o morir. Él tomó la primera opción. Sin
familia, sin nada por lo que vivir, se quedó en la ciudad, dormido, esperando el
beso de la muerte, pero no murió pues era duro, de mente y cuerpo. Se amoldó
a la ciudad como el barro, se hizo fuerte como el acero, su mente no se quebró;
basta con decir que estaba muy consciente cuando mató por primera vez. Pero
yo no le culpo, ya lo dije: la Rivera no es un lugar para los huérfanos.
Un día escapó de la ciudad, claro está, buscando una luz menos pálida y
fría, pero ya estaba corrompido. Y cada cosa que tocó se pudrió entre sus
manos.
Así pasó los años y aprendió a correr con el viento, a caminar sobre el
agua, a iluminar como el fuego y a vibrar con la tierra. De sus espadas salían
luz y sombras. Y se volvió leyenda oculta, se volvió un héroe del que nunca
oirán.
Pero hoy puedes sentirte con suerte, pues te contaré un relato sobre él.
Un pequeño trozo de lo que es toda su historia, un relato que me gusta en
especial. Ya verás porqué.
Vand había vuelto a Tarbean, a la Rivera. Nadie le reconoció pues nadie nunca
llegó a conocerlo de verdad. En un par de ciclos había entrado a la guardia de
la Rivera y se había hecho del puesto de Suboficial del sector Sur, su antiguo
hogar.
De Fuego y Sombras
I
Caía la noche en la Rivera y el bullicioso ambiente del día, lleno de gritos de
mercancía, traqueteo de carros, cascos de caballos y el constante paso de
miles de personas por las calles daba lugar al silencio mortuorio de los
callejones, las conversaciones airadas que escapaban de las tabernas y el
frágil murmullo de los desgraciados. El sol se escabullía tras los tejados,
hastiado de humo de las cocinas y chimeneas y sus últimos rayos se
escondían tras el horizonte, mientras, en una callejuela sin salida los guardias
hacían su trabajo. Uno, con el rostro lleno de asco, cubría los cuerpos de cinco
hombres, otro, mantenía en alto una lámpara de aceite recién encendida para
iluminar el lugar. Junto a ellos estaban los dos Suboficiales y el Oficial de La
Ribera.
La sangre había salido de los hombres hasta secar sus venas, llenando
todo lo que se apreciaba bajo la sucia luz. Las viejas paredes desvencijadas de
adobe estaban manchadas por todas partes y la charca bajo los hombres se
abría como las alas de una enorme ave; aún estaba suficientemente fresca
para mancharse las botas y su aroma se esparcía y mezclaba con el de las
tripas, la basura apilada y el vómito de un guardia que no soportó la escena.
«Otra mezcla para el gran caldo de hedores» pensó Vand, con una
sonrisa cansina.
Un secretario, con lápiz de carbón, garabateaba con pulcra caligrafía en
su cuadernillo cada palabra que salía de la boca de Mörtel mientras éste se
paseaba de cuerpo en cuerpo.
—Un estoque preciso que atraviesa el corazón, el corte sale por la
espalda. Una espada. Hueso y cartílago están cortados limpiamente, sólo un
poco de piel y músculo la mantienen colgando. Espadas con muy buen filo para
cortar una cabeza de un solo golpe. El rostro de este esta irreconocible, quizá
para borrar alguna información. Todos visten suficiente bien para ser
catalogados de fuera de la Rivera, ¿viajeros, nobles menores, algún tipo de
comerciantes?
»El de mayor edad perdió ambas manos y recibió un corte en el cuello.
Su expresión es muy diferente a la de los demás. Terror, dolor. Está al final del
callejón, debió ser el último, presenció todo antes de que llegase su turno. Usa
lentes. De cristal, hechos a la medida, marco de madera de pino. Tienen una
pequeña firma en la pata derecha: Liemn —el Suboficial se apartó de los
cuerpos y se limpió las manos—. Perfil preliminar de los asesinos: Fuertes,
bien entrenados, quizá mercenario, quizá Adem. Los muertos debieron haber
sido superados en número. Se presume alrededor de diez asesinos.
El Oficial se cruzó de brazos. Sería imposible hacer hablar a los Adem, y
había en la ciudad tantos mercenarios rasos como moscas sobre de un perro
muerto. No quedaba más que archivar el caso junto a los otros cientos sin
resolver.
Pero tuvieron suerte, había dos mujeres que habían visto lo sucedido,
ambas fueron llevadas a la jefatura para ser interrogadas.
El proxeneta había sido difícil de intimidar, pero finalmente soltó a las
muchachas.
Con sus vestidos viejos manchados de sangre y horrorizadas largaron
toda la historia: Un hombre de capa negra, espada gris, cabello rojo. Corte de
cabeza, múltiples estoques. Una corta charla con el último. Ninguno ofreció
mayor resistencia, el hombre de la capa negra había sido letal como Encanis.
—Aunque por el pelo —dijo una—, más bien: letal como Kvothe, El
Asesino de Reyes.
Eso le sacó una sonrisa a Vand. «Como si esos monstruos se dieran el tiempo
de salir de sus infiernos para venir a matar a unos idiotas» pensó.
—Si ustedes estaban en la entrada del callejón ¿Esa sangre que tienen encima
de quién es? —Preguntó, observador como siempre, el Suboficial Mörtel.
—Cuando los mató me quedé paralizada en la entrada, como si me hubiera
hechizado con sus ojos —dijo una, mientras miraba la pared vacía de la sala de
interrogaciones—. Cuando se acercó con su espada sangrante hizo un floreo
con ella y nos salpicó los vestidos.
La otra prostituta, de no más de dieciséis, con la cara con suficiente maquillaje
para pasar por arlequín asentía en silencio a todo lo que decía la primera, y
añadió:
—A mí no me hechizó, cuando se acercaba metí la cara en el hombro de
Laural, pensando en que también nos mataría.
—Si hubieras visto su rostro —le cortó la prostituta—hubieras sabido que él
nunca nos hubiera hecho daño.
¿Cómo era? Laural lo describió alto y apuesto, con un cabello de fuego
que apuntaba al sol; cada vez que podía hacía hincapié a sus ojos, en sus
preciosos ojos verdes.
El cuadernillo se llenaba a toda prisa. Al fin tenían una descripción física.
Así terminó aquella noche, menos para Mörtel, quién cerca de la
medianoche salió a realizar pesquisas con sus mejores guardias.
II
Los tres hombres de rango se reunieron en la jefatura Centro. Vand
había traído varias carpetas con informes para tratar de adjuntar el caso de la
noche anterior con alguno de ellos, pero no estaba al tanto a los movimientos
de los otros dos.
—Me preocupa la declaración de las damas de anoche. Un hombre solo
no puede enfrentarse a cinco y salir indemne. Realicé patrullas nocturnas por el
radio circundante y no encontramos a ningún pelirrojo con capa negra, ni
herido, ni sano. Estuve pensando su capacidad de acción tomando en cuenta
que no es Adem. Seguramente era un adicto al denner con caso de
abstinencia, calza con el perfil de ensañamiento y explica por qué pudo con
todos ellos. Pero dejó el dinero. Quizá solo le importaba la droga —terció Vand.
Esos casos solían darse en el puerto bastante seguido—. Dos de los muertos
tenían los dientes blancos, los demás lo acompañaban y compartieron su
destino.
—Tiene sentido —dijo Mörtel—, pero ya tenemos varios asesinatos de
mano de este pelirrojo en este mes. Y la teoría del Denner no calza con ningún
otro de ellos. Por ejemplo, en La Brea, un tipo y su pareja fueron encontrados
en la casa de apuestas de Morri. Sus dientes no estaban blanqueados, testigos
aseguraron ver a un cliente que no solía visitar el lugar. Un pelirrojo.
—¿Más asesinatos? ¿Por qué no estoy al tanto de ellos? —gruñó Vand.
—Porque no estaban en tu jurisdicción. Sino en la mía —contestó Mörtel
con aires de superioridad. Le molestaba mucho que hubieran aceptado a Vand
en la institución, a él y su Oficial, quien asintió dándole la razón al Suboficial.
Vand les miró, sabía que pensaban, pero ahora estaban obligados a compartir
la información.
—Ahora el asesinato está en el mi lado del pastel, por lo tanto, tengo
que estar al tanto de todo el caso —dijo haciendo énfasis con el índice sobre el
papeleo que había sobre la mesa circular que los reunía.
El Oficial miró a Mörtel, ambos sabían que no era bueno darle
información a Vand, ambos tenían la noción de que su rápido ascenso fuera
producto de la corrupción. Sólo estaban esperando a que diera un paso en
falso. Entre menos supiera del caso, mejor. Pero ahora los asesinatos habían
llegado a su lado de la Ribera, estaban obligados, o sospecharía.
—Estoy esperando a que terminen de redactar la nueva información.
Mañana tendrás tendremos el informe completo —dijo el Suboficial Mörtel con
voz dura.
III
Vand recibió el informe en su despacho en la prefectura Sur con las
primeras luces del día, pero no estaba completo, Mörtel había omitido la
información que podría conectar las muertes a Alsager, pensando que
posiblemente Vand tuviera que ver con ellos, pues ambos trabajaban en el
mismo sector. Una vez lo hubo terminado de leer, Vand observó el
desplazamiento de las cientos de personas que andaban por las calles
principales desde la ventana de su oficina, escribió una nota en una pequeña
hoja de papel. Habló con uno de sus hombres y salió a dar un paseo. Caminó,
aparentemente sin rumbo fijo, hasta llegar a una caballeriza. Entró y habló con
un niño de no más de diez años y le entregó el papel. El niño salió luego sobre
un caballo, disparado en dirección sur.
Viecier despertó pasado de la séptima campanada de la mañana en la
Jefatura de los Guardias en el centro de la Ribera. Sus hombres tenían sus
botas lustradas y uniforme limpio, su desayuno había llegado recién de la
cafetería. Se dio una ducha y vistió 10 minutos tarde con respecto a su
itinerario de todos los días, maldijo por lo bajo porque su desayuno se enfriaría.
Una vez estuvo listo y arreglado se sentó en su despacho, le dio un
sorbo al café, estaba casi frío. Se puso de pie para pedir que le trajeran otro
cuando tocaron la puerta.
—Pase —Un interno abrió la puerta y le entregó su correo matutino.
—Tráeme un café, este está frío.
El Oficial abrió un documento dispuesto prolijamente en su escritorio, era
el informe verdadero. Sus ojos comenzaron a repasar las hojas de inmediato:
...con respecto a los hombres del callejón de Cererías, al costado del lupanar
'La Dama Parda' se tiene identificado a uno de ellos. Su nombre era Donerr:
Contador de profesión, en su domicilio se encontraron varios documentos. Está
claro que llevaba las finanzas de Alsager. Los demás hombres no han sido
identificados aún, se presume que hayan sido guardaespaldas. Posiblemente
Donerr portaba información referente al último mes.
Como anexo le he dejado una declaración jurada de un artesano llamado
Liemn quien conocía a Donerr. Bajo tortura ha declarado que el contador
estaba al tanto de los últimos movimientos de Alsager...
Siguió leyendo mientras consumía rápidamente su desayuno. Su café llegó,
negro. Se frotó la barba mientras el informe iba terminando:
...Los siete casos en las que se tiene claro haya participado El Pelirrojo
confluyen en una sola idea: quiere encontrar a Alsager.
Todos los muertos tienen algo que ver con el traficante: todos ellos
pudieron saber en dónde se esconde.
Posiblemente El Pelirrojo éste buscando al jefe del denner de la Rivera
Sur, y como hemos visto seguramente, para que corra la misma suerte que sus
posibles hombres. En este momento ya he mandado guardias infiltrados por
todo el sector entre Cererías y el Puerto con información de su perfil para
encon...
La puerta se abrió de golpe y un guardia cansado corrió hasta el escritorio de
su Oficial.
—¡¿Acaso no te enseñaron a tocar la maldita puerta?! —ladró el Oficial,
golpeando su mesa para hacer hincapié en sus palabras.
—Lo siento Señor, tengo un mensaje del Suboficial Mörtel.
—Pues larga ya el mensaje, y pide que me traigan otro café al secretario
cuando salgas —le espetó al subordinado mientras volvía a leer en donde
había quedado.
—Dice que han identificado al asesino pelirrojo. Dice que necesita apoyo.
IV
Mörtel recorría las atestadas calles de Tarbean acompañado de sus tres
guardias de confianza. El calor del verano acentuaba los olores fétidos. La fruta
y verdura se pudrían en apenas un día, la carne en menos de una hora. Pasó
entre la gente infiltrado como un mercenario para poder portar libremente un
cuchillo y su espada. Se había ensuciado la cara para que no le reconocieran,
pero la verdad es que en la Rivera pocas veces miramos a la cara, así que no
importaba mucho.
Había pasado toda la mañana con su escuadrón recorriendo las calles y
pensaba hacerlo hasta la noche. Ya tenían la descripción del Pelirrojo y sabía
cómo vestiría, sólo faltaba encontrarlo.
Y claro que lo hizo.
Lo encontró bajo el alero de una tienda de telas, cubierto con su capa
negra y una capucha de la que escapaban mechones rojos. Comía distraído
una manzana verde mientras miraba una troupe sobre el gran escenario que
había en Toneleros. Estaban representando Daeonica.
Decidió no capturarlo, aunque sabía que era él. No podía haber dos tipos de
pelo rojo y capa negra en todo Tarbean. Esperó a ver cuál sería su próximo
movimiento, incluso, pensó en que quizá sería bueno que matara a Alsager,
pero desechó esa idea rápidamente, no pasarían ni tres días cuando
apareciera un nuevo cabecilla para los traficantes de Denner. Eran imposibles
de detener.
El Pelirrojo se quedó hasta el cuarto acto, pues, un niño llegó sobre un
caballo y le entregó una nota. El niño se esfumó entre el polvo y la gente y El
Pelirrojo se encaminó hacia La Brea. Caminó tranquilo entre la gente, como si
fuese parte de ella. Mörtel le siguió, pero él había nacido en la Colina y le era
imposible no poner cara de asco al ver a los tullidos entre sus muletas, las
mujeres invitando a entrar a los lupanares desde las ventanas, a los ancianos,
con sus pocos dientes pedir limosna, y a los beodos dormitar fuera de las
tabernas.
Lo siguió hasta una calle en donde se detuvo a comprar en una tienda
pegada a la fachada de un edificio. La tienda era bastante sencilla, solo un par
de tablas que componían una caja en donde iba el vendedor, un mesón en
donde había puesto su fruta y un toldo de tela desteñida para evitar el contacto
directo con el terrible sol.
El Pelirrojo compró varias manzanas, todas rojas, y desanduvo el
camino hasta una angosta calle que había dejado un par de metros atrás.
Mörtel y sus hombres trataron de actuar normal y con algo de disimulo vieron
desde la bocacalle al Pelirrojo adentrarse hasta unas cajas y dejar las
manzanas en el piso, luego salió con paso tranquilo, sin voltear. Mörtel quedó
extrañado observando las frutas en el piso, entonces de entre las cajas salió
una pequeña figura de pelo grasiento y vestido de harapos, era difícil saber si
era niño o niña solo con ver su cara sucia. Miró para todos lados y luego
agachó la cabeza como si oliera concienzudamente, luego, fugaz como el rayo
sacó una manzana y se la llevo a la boca. Mörtel miró como la manzana era
devorada hasta las pepitas. Tras aquello volvió a clavar la vista en el
sospechoso, el que de nuevo descansaba al amparo del toldo del puesto de
frutas. Se apoyó en la pared del edificio, y se puso a conversar con alguien.
Estaban a unos veinte metros de él, pero lo reconoció de inmediato: era Vand.
V
Con su distintivo uniforme era imposible no reconocer a un Suboficial de
la Rivera, todos se hacían a un lado para que pasara. A él no le gustaba
presumir ni mucho menos, simplemente no tenía tiempo que perder y fue
vestido así ese día.
Esperó, donde siempre, pero esta vez el frutero le observó con ojos
como platos desde su pequeño local, Vand le sonrió se apoyó en la pared del
edificio, bajo el toldo, al amparo del sol. Esperó menos de un minuto a que
llegara quien esperaba.
—Buen día —dijo el El Pelirrojo estirando su mano, en su cara se
debatía la extrañeza y la duda. Vand replicó el saludo y luego ambos hablaron
en tono tan bajo que ni el frutero, que estaba a un metro de ellos, pudo oír.
—Por Tehlu, ¿qué haces con tu uniforme puesto?
—Imbécil de mierda, dejaste a unas put*s con vida, ahora ya conocen tu
rostro —escupió Vand, con una mezcla de preocupación y odio—. Tendrás que
esconderte en el día de los guardias, y por la noche todos estarán pendientes
de ti al ver tu cabello —El Pelirrojo levantó una mano.
—Calma. Sólo tendré que salir una vez más. Ya tengo su paradero —
susurró con una sonrisa que no alcanzo a salir del todo—. Será complicado.
—¿A qué te refieres?
—Hoy estará en un lupanar famoso, lo arrendaron por toda la noche. La
mayoría del clan estará ahí: unos veinticinco a treinta hombres. Habrá que
esperar a que termine la fiesta y tratar de encontrarlo solo.
—No hará falta esperar. Será mejor que estén todos juntos.
—¿Ah sí? ¿Tienes un pequeño ejército, o piensas llevarte a todos los
guardias bajo tu mando?
—Déjame eso a mí. Juntémonos en la casa del muelle, prepararemos
algo.
—¿Quieres que consiga algunos amigos? Nos serán de ayuda.
—No hará falta.
Mörtel se reunió con su Oficial en el punto asignado. Tenían a doce
buenos guardias a su mando, más que suficientes para acorralar a un hombre.
Lo siguieron el resto del día esperando a que se reuniera nuevamente con
Vand, con la esperanza de poder tener las pruebas para poder llevarlo a la
horca junto con su cómplice.
Y claro, él se las ofreció.
El Pelirrojo caminó por las tablas desniveladas del puerto y se reunió
junto con un hombre. Cabello negro y ralo, ojos grises y duros, barba de dos
días. Aunque no llevaba el traje, estaba claro, era Vand. Ambos se saludaron y
entraron a una vetusta casa de madera, todo frente a una docena de guardias,
el Suboficial y el Oficial. Era hombre muerto.
VI
El Pelirrojo salió por la noche de la casa con rumbo fijo. Miró al rededor
pero su mente vagaba en otros tiempos, digamos que, el Puerto le traía malos
recuerdos. Deambuló por las calles de Tarbean, se paseó por las intrincadas
callejuelas de la Rivera. Dejó atrás los peores barrios, donde alguna vez se
paró a pedir limosna o corrió como una rata por su vida. Llegó a un lupanar, un
lujoso edificio que muy rara vez estaba cerrado.
Escaló por los irregulares ladrillos del primer piso del edificio, siguió su
ascenso, pasando por la estructura de madera del segundo piso, evitando las
ventanas con luz, forzó con impecable elegancia una ventana y entró por el
tercer piso.
La enorme habitación estaba vacía, pero de la contigua le llegaban los
agitados sonidos de una noche placentera. Se paseó por el pasillo superior que
por suerte se encontraba vacío. Aguzaba el oído y trataba de discernir sonidos.
Entonces, una puerta se comenzó a abrir, un hombre con una sonrisa lasciva
colgando del rostro se asomó. El puñal salió debajo de la capa y se clavó en el
cuello del hombre. El Pelirrojo lo agarró y tiró sin hacer ruido dentro de la
habitación. Terminó el trabajo y salió con las manos un poco más llenas de
sangre que cuando entró.
Recorrió el salón principal, en el primer piso, su espada ya se había
manchado de sangre. Pero no había más que damas y hombres que no eran el
objetivo. Se había demorado mucho, Alsager se había metido ya dentro de una
habitación… y había tantas.
—¡¿Qué mierda hacemos esperando aquí Mörtel?! —susurró el Oficial.
—Por favor Señor, demos unos minutos más al asesino. Si le dejamos
terminar el trabajo, en el mejor de los casos saldrá herido y cansado del lugar,
con la muerte de varios de los hombres del denner en sus manos. De seguro
que se está realizando algo grande allí. Estos locales no los cierran nunca,
debe haber algo especial, muy especial —dijo con total seguridad, acto
siguiente alzó los hombros—. Y en el peor de los casos, saldrá con los pies por
delante. En ambos, podremos atraparlo fácilmente, y si llega a salir vivo y se
resiste, tenemos seis ballesteros en el tejado del edificio de enfrente.
Viecier asintió en silencio cruzado de brazos. Llevaban casi una hora
esperando a que apareciera el Pelirrojo, y ya estaban perdiendo la paciencia.
Los demás se habían quedado esperando a que saliera Vand de la casa en el
Puerto, el Oficial les había dado órdenes específicas de detenerlo en cuanto
saliera, y llevarlo hasta las celdas de la central. A la más oscura y húmeda,
perfecta para los traidores.
El brillo del fuego apareció primero por las ventanas más bajas. Luego el
humo se coló por una ventana a medio cerrar. Luego vinieron los gritos. El
Suboficial cruzó una mirada asustada con su Oficial.
VII
Dentro del lupanar todo era caos. El fuego rugía con fuerza, tomando el
salón principal, la entrada, el salón de juegos y la cocina. La barra del bar
comenzaba a ser leña y las botellas de licor comenzaron a reventar. Las
parejas gritaban y gemían, pero no de placer. Algunas habitaciones
directamente superiores al fuego se derrumbaron cuando el fuego llegó al
techo del salón. Los cuerpos desmadejados cayeron junto a la madera y todo el
mobiliario. Pocos sobrevivían al fuego, nadie a la espada.
El pelirrojo iba escaleras arriba moviendo las manos con gracia y
determinación. No temblaban ante nadie.
Pocos podían hacer algo, el pánico había hecho mella en los curtidos
hombres que habían sobrevivido tanto tiempo en la Rivera a base de traficar
denner. Algunos más preparados salían de la habitación espada en mano, pero
no eran en absoluto rival para él. Otros menos preparados corrían desnudos
tratando de salir del local, y caían envueltos en sangre al ponerse en contacto
con la espada.
Ya quedaban pocas habitaciones. Un último tramo de escaleras. El
tercer piso. No había dejado a nadie con vida hacia abajo, pero podía oír el
grito de hombres, desde fuera intentaban apagar el incendio.
Llegó hasta arriba y encontró la primera resistencia de la noche.
Hombres que habían tenido el decoro de calzarse los pantalones. Algunos con
botas o a pies desnudos, todos con armas. Corrió a su encuentro.
El primero, un fornido hombre de hombros anchos y el cuello corto, lanzó un
tajo directo a la cara. Un simple paso atrás bastó para evitar el filo y el hacha
se clavó en la madera del estrecho pasillo. La espada cayó entre el hombro y el
cuello, abriéndose paso hasta casi hasta el ombligo. Era un acero muy filoso el
del Pelirrojo.
El segundo se lo pensó mejor, y dando un grito lanzó tajos con dos
dagas puntiagudas. La espada por ser más larga tuvo una buena ventaja. En
un descuido el Pelirrojo lanzó un tajo hacía el techo, cortando el brazo del
hombre en diagonal, cercenando la mano. El dolor tardó en llegar, quizá por
efecto del denner o el alcohol. El hombre lanzó un grito de dolor un instante
después, y se lanzó hacia el amparado de sus compañeros.
El siguiente pasó sobre él, con una espada pesada en ambas manos.
Los aceros chocaron y chispearon al rozarse. El Pelirrojo acortó la distancia
entre el espadachín hasta que las empuñaduras se tocaron, bastante cerca
para lanzar un puñetazo con la mano libre. Fue un golpe potente en el ojo
derecho, luego otro en la mandíbula. El espadachín se aflojó, con una mano
aventuró un golpe, pero fue interceptado con un extraño movimiento de la
mano izquierda del Pelirrojo, que una vez sujetado firmemente al contrincante,
levantó la espada todo lo que le permitió el techo y le separó la cabeza de los
hombros. Se encargó del reciente manco y mató de un estoque en el corazón a
un cuarto hombre que se acercaba con precaución, pero no con la suficiente.
Lanzó el cuerpo a un lado y el sonido de la cuerda de la ballesta le hizo
realizar un movimiento instintivo hacia un lado. La flecha fue más rápida, pues
Alsager estaba a pocos metros. La saeta cruzó su hombro izquierdo y se
hundió casi hasta las plumas. El sonido de la manivela de la ballesta comenzó
a sonar de inmediato. El Pelirrojo avanzó, imparable. Alsager tiró la ballesta a
medio armar y sacó una daga de su bota, pero era un hombre fofo, de brazos
flácidos, su mano no alcanzó a llegar al encuentro y tan rápido como se alzó,
cayó inerte a un costado. Alsager se desplomó haciendo vibrar la madera del
pasillo y llenándolo rápidamente de sus fluidos.
El Pelirrojo se apoyó en la pared y se quitó la capa, sudaba a mares,
quizá de placer ante el festín de sangre. Quizá de calor.
Le dedicó una mirada con más detenimiento a la flecha, la partió en dos
y la tiró hasta sacarla. El brazo le sangró profusamente.
VIII
—¡Kist! Estoy seguro que se quedó dormido —susurró uno de los
guardias que permanecía en el Puerto, esperando junto a otros cinco a que
Vand saliera de la casa.
—¿Qué hacemos?
—Por mi mejor que se haya dormido, así le cogemos desprevenido.
Entramos y lo rellenamos de flechas.
—Ya. ¿Y luego qué le decimos a Mörtel?
—Que el muy cabrón se resistió al arresto. Debe saber que estamos
aquí, sino, ¿Por qué no ha vuelto aun a la jefatura?
—Vale. Yo estoy a favor. Tengo el cuerpo lleno de calambres por estar
aquí tanto rato, quiero irme luego.
Los tres guardias se pusieron de acuerdo, como si se tratara de amañar
un juego de cartas. Avanzaron con las ballestas listas para encargarse del
Suboficial.
Sin mayores preámbulos tiraron la puerta abajo y entraron en tropel. En
medio de una sala vacía excepto por una mesilla con una vela encendida, un
colchón raído y botellas de licor estaba él.
—¡No muevas un pelo traidor hijo de put*! ¡Estás arrestado por orden de
Viecier! ¡Estás jodido!... ¿Eh?
—¿Quién mierda eres tú?
Sobre el colchón dormía un hombre que despertó de un saltó, una
botella de algún destilado que reposaba en su regazo cayó en medio de la sala
rodando hacía los guardias, vertiéndose por el piso.
—¡¿Qué... Qué sucede?! —gimoteó mientras salía del ensueño.
Era un hombre, joven, vestía ropa de viaje sencilla, sus botas estaban
bajo la mesilla junto con una capa que no era negra.
—¡¿Dónde está Vand?!
El joven estaba algo borracho y estaba claro que no entendía lo que
pasaba. Cuando notó que los tres guardias tenían ballestas abrió como platos
sus ojos verdes. Era bien parecido, de cabello rubio el trigo maduro y alto.
La puerta trasera sonó con estrépito y las botas de los otros tres
guardias que vigilaban la casa aparecieron en el círculo de luz. Sus rostros se
encontraron con sus compañeros
—¿Qué pasó, por qué entraron?
—¿Y Vand?
—¿Dónde mierda está Vand?
—Sólo está éste, y creo que está borracho.
No había muchos lugares más en la casa que revisar, estaba vacía
exceptuando al borracho del colchón.
—¡Óyeme! —Gritó un guardia al acercarse al rubio —Vimos entrar al
Suboficial Vandraren en esta jodida casa, ahora nos dirás donde se ha ido. O
las cosas se van a poner feas para ti.
—Muy feas.
—¡Contesta!
Con un retazo de sábana como venda en el hombro sangrante, Vand se
alejaba de la ventana por la que había entrado. Con un brazo herido no le sería
posible escalar de regreso al callejón.
El fuego había cogido ya el segundo piso y el humo en el tercero le
obligaba a andar pegado al suelo. Se quitó la peluca roja, se limpió con ella el
sudor de la frente y la tiró a un lado.
Quizá, si lograba bajar hasta el segundo piso podría saltar desde alguna
ventana. Aunque romperse una pierna no le parecía una alternativa muy
agradable, era mejor que morir quemado.
Empapó su capa en la sangre esparcida en el pasillo y se envolvió con
ella como si fuera el abrazo de una amante. Corrió escaleras abajo hacia la
primera puerta abierta que encontró. Pero tropezó con un cuerpo antes de
entrar, uno de sus muertos le devolvía la mano, se abalanzó al piso y se golpeó
el costado izquierdo del cuerpo, soltando un quejido que, a pesar del lugar
donde se encontraba, no fue de placer. Se apretó la herida del hombro que
lanzaba rayos de dolor por todo el brazo hasta la punta de los dedos y de
vuelta por el pecho y el cuello. El barandal del pasillo ardía al igual que las
paredes, el fuego consumía ávido hasta la última astilla del segundo piso.
Se arrastró a cuatro patas hasta la habitación más cercana, tosiendo
como un anciano enfermo. Llegó hasta la cama en llamas y con el brazo sano,
usando la espada, rompió el vidrio de la ventana. Entonces oyó un crujido,
luego un tronar lejano, al instante, otro cercano, y las vigas en ascuas no
soportaron el peso de la habitación. El piso se volvió leña para el incendio, y él
quedó metido en medio toda la destrucción del primer piso. Soltó la espada al
recibir el beso del fuego en la mano desnuda, y un nuevo sentimiento despertó
en él: un pánico que surgió de sus entrañas y le desfiguró el rostro de terror.
Salió de los restos del segundo piso, se caló aún más la capa ensangrentada
pero eso no le protegía en absoluto del fuego candente que calentaba su
cuerpo como si se hubiera tirado dentro de una fragua.
El fuego lamió la capa y secó la sangre en lo que se tarda en respirar
tres veces, luego comenzó a arder por las orillas y la espalda. Vand corrió por
donde creyó estaba la salida, sintiendo el denso calor por todo el cuerpo. Llegó
hasta donde debería haber estado la gran puerta pero ahora un derrumbe
ocupaba su sitio. Desesperado se giró para intentar salir por otro lado, pero
sabía que acababa de desperdiciar su único intento. Tenía la garganta en
carne viva por respirar aquel aire candente y el mordisco de las llamas
consumía ávido su capa. Su mano derecha fue la primera parte de su cuerpo
en sentir el verdadero ardor del fuego.
Cayó de rodillas, aullando de dolor, respirando a través de la capa para
no quemarse los pulmones. El miedo y la ira le envolvían, iba a morir. Cerró los
ojos.
Luego todo fue paz.
IX
Alzó la vista. El fuego chisporroteaba en su mano derecha, hizo un puño
y vio como el fuego que él mismo había iniciado para hacer salir a todos los
traficantes de sus habitaciones hacía con su extremidad. El dolor era vívido,
insoportable. Sintió como las llamas calaban en sus venas, y un calor delicioso
que le produjo un escalofrío al envolverlo. Abrió la mano y miró a su alrededor.
Las lenguas de fuego mordían, trituraban y engullían todo a su paso,
incluyéndole. Entonces abrió la boca, soltó una exhalación, la última, pero el
fuego no se lo permitió. Las letras marcadas en su mano al rojo vivo formaron
una palabra.
Las pronunció rompiendo en dolor. Las clavó en su boca. Sintió el sabor
de la ceniza, del calor y del poder del fuego. Advirtió las llamas que lo
envolvían, que ardían en su pierna, en su cara, en su brazo, en su mano. Las
pronunció todas como una, y todas se apagaron. Atisbó el fuego, piafando y
coceando a su alrededor, estiró su mano y lo cogió como si fuera un ramo de
selas enredado en la madera llameante. Empuñó su mano y se hizo de él. El
fuego era suyo.
Abrió su mano y, entre el amasijo de carne que se deshilachaba, lo vio.
Una luz roja como el hierro en la fragua y amarilla como las lenguas del
sol reposaba en su palma, exhalando una energía infinita por todos sus bordes
azulados. Vand pronunció su nombre una vez, y la luz se retorció. Lo pronunció
por segunda vez, y la luz se moldeó. Lo pronuncio por tercera vez, y fue
perfecta. La energía del fuego ya no se escapaba por ningún lado sino que fluía
en un ciclo infinito. Un anillo hecho de fuego reposaba en el dedo anular de
Vand, tan brillante que el incendio a su alrededor parecía una mísera chispa.
Tan ardiente, que el resto del mundo le parecía gélido.
Se puso de pie, le ordenó al fuego: «Ábrete» y el fuego se abrió como
una cortina de seda. El calor le besaba el rostro como una madre. Se sentía en
calma y pleno. Se caló en su capa (en realidad lo que quedaba de ella), que
ahora estaba adornada con brillantes flores.
X
Mörtel dio un respingo al ver salir una persona en llamas por la puerta principal.
Se sostenía en pie, desconcertante, y dejó a todos los que presenciaban
el incendio sin palabras. La capa no era más que un guiñapo humeante que
caía al piso en retales mientras avanzaba con pasos de fuego. El hombre se
detuvo en medio de la calle y su silueta oscura se recortaba como una sombra
frente al incendio. La gente se acercó titubeante, con baldes con agua prestos
para apagar al hombre, pero todos temían acercarse. El Oficial Viecier hizo
acopio de valor y se acercó, pero un frío repentino le hizo detenerse en seco.
—¿V-Vand?… —no lo podía creer—. ¿Eres tú, te encuentras bien?
El guiñapo se removió y de entre el fuego una espada salió de una vaina
carbonizada, el acero al rojo se abrió paso por la pechera y le abrió la caja
torácica al Oficial de un tajo que hizo chisporrotear la carne y hervir la sangre.
La gente dejó caer los baldes y prorrumpió en gritos, golpeándose por salir
primera del lugar. Mörtel no lo podía creer, las palabras no alcanzaron a
escapar por su garganta cuando vio acercarse a Vand, con sus ropas ardiendo
mientras se cargaba, uno a uno, a los guardias. Cuando el último cayó
desmadejado, notó el nudo en la garganta, tocaba su turno.
Al tener a su ejecutor al frente, tartamudeo:
—¿P-por qué?
Vand parecía sereno a pesar de su aspecto, tenía, desde el ojo izquierdo
hasta la frente, la piel lacerada y ampollada, toda destruida por el fuego. El
duro cuero de su armadura y botas había salvado aquellas partes, pero por la
pierna izquierda reptaban llamas, al igual que en su espalda y brazos. La mano
izquierda se había salvado del fuego pero la derecha…
Sus ojos seguían tan grises y fríos como siempre.
—Sigo órdenes del líder del sector norte de la Rivera. Me ofreció un
buen puesto si me deshacía de su principal contrincante —dijo, y su voz
parecía rescoldos de una hoguera apagada.
—Fue él, ¿Cierto? —ahora lo entendía—. Él te metió, por eso ascendiste
tan rápido.
—No sabes cuán metidos están los traficantes en la prefectura. Eres tan
observador, pero nunca sabrías diferenciar los traidores de los inocentes —
tronó otra viga a las espaldas de Vand y el edificio comenzó a colapsar
lentamente—. Vives engañado, crees que haces un gran trabajo deteniendo a
unos pocos huérfanos que venden papelillos mientras las grandes cantidades
pasan bajo tus narices. No eres más que una pequeña pieza dentro de la gran
partida —Vand dio un paso adelante con una tenue sonrisa, ya tenía ganas de
hincarle la espada al pretensioso de Mörtel.
—¿Y tú, acaso no eres otra pieza en el juego de los grandes traficantes?
Un sicario de los peores. Desde el primer día supe que estabas podrido —El
asesino soltó una pequeña risa correosa, que ascendió en medio de la calle
como el graznido de los cuervos.
—Al parecer, acabo de subir de rango en el juego —carraspeó Vand,
observando su mano quemada que aferraba la empuñadura—. Ahora creo que
tengo el poder suficiente para enfrentarme a mi jefe —Siguió observando con
gesto ausente su mano, como si hubiera en ella algo precioso y secreto, algo
que sólo el pudiera ver él. De pronto notó que Mörtel seguía ahí, de pie frente a
él—. Lo lamento, pero es tiempo de terminar mi labor.
Mörtel sintió un vacío en el estómago, se echó para atrás instintivamente
y levantó las manos.
—Por favor, Vand —gimoteó mientras retrocedía, el miedo se mezclaba
con sus palabras—. Puedo serte de utilidad. Podría, podría ser tus ojos y oídos
en, en la prefectura —dio un último paso atrás y chocó con el edificio a su
espalda. Se aferró de la madera reseca y se jugó la vida con sus últimas
palabras—. Me necesitarás —soltó, y de inmediato se arrepintió.
Vand se detuvo frente a él. Olía a humo, a hierro al rojo, a carne
quemada. Se lo pensó por el segundo más largo de la vida de Mörtel, y por fin,
asintió.
—El puesto de oficial ha quedado libre recientemente. Si yo
desaparezco no tendrías competencia —caviló en voz alta—. Quizá me serviría
tener al nuevo Oficial de mi lado.
—Sí, te ayudaré. Seré tu hombre, te daré toda la información que
necesites, encubriré todo —contestó Mörtel atropelladamente.
—Serás una herramienta en mi mano.
—Así será, así será.
—Entonces, ¿trato hecho? —Vand envainó su espada al rojo y le ofreció
su mano descarnada, destruida y de piel palpitante. Mörtel tragó saliva y
mirando aquellos ojos fríos y brillantes y extendió su mano.
La piel ardió, seguida de un silbido abrasante, olor a carne quemada y
un grito desgarrador.