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ILA SOLEDAD
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Si me he quedado solo, es por falta de maldad.
FRANOIS GEORGE,
Histoire personnelle de la France
Figrese que usted camina por una tranquila calle provinciana, es
una calurosa tarde de agosto. La calle se halla dividida en dos por
la lnea que separa la sombra del sol.
Sigue usted andando por la acera inundada de luz y su som-
bra camina con usted, casi a su lado, usted la ve, partida en dos
por el ngulo que forman las paredes blancas con la acera.
Siga suponiendo Haga un esfuerzo De pronto, esa som-
bra que le acompaa desaparece
No cambia de lugar. No pasa detrs de usted porque haya
cambiado de direccin. Digo bien: desaparece.
Y he aqu que usted se encuentra en la calle, de repente, sin
sombra. Se da usted la vuelta y no la encuentra. Mira a sus pies
y sus pies emergen de un charco de luz. Las casas, al otro lado
de la calle, continan con su sombra fresca. Dos hombres pasan
charlando apaciblemente y su sombra los precede, adaptndose
a su cadencia, haciendo exactamente los mismos gestos que
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ellos. Hay un perro al borde de la acera.Y tambin tiene su
sombra.
Entonces, usted se para. Su cuerpo, bajo sus manos, posee la
misma consistencia que otros das. Da usted unos pasos rpida-
mente y se para en seco, con la esperanza de recuperar su sombra.
Se echa a correr. Sigue sin encontrarla. Da usted media vuelta y
no hay ninguna mancha oscura sobre los adoquines brillantes de
la acera.
GEORGES SIMENON,
Carta a mi juez
ENTRE LA SOLEDAD Y EL AMOR
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El otro y nosotros
Dos amantes yacen uno al lado del otro, tras el acto de amor. Su
soledad es el perfecto ejemplo de lo que suele llamarse soledad
autnticamente saboreada. La satisfaccin los devuelve a s mis-
mos, desenlazando sus brazos y poniendo fin al ardor que los
empuj el uno hacia el otro. Sus soledades son paralelas, la ima-
gen misma de dos cuerpos en reposo. Ellas saben que volvern a
encontrarse en el tiempo, de la misma manera en que acaban de
confundirse totalmente.Y ellas conforman asimismo la promesa
recproca de un reencuentro futuro, basado precisamente en el
recuerdo comn de pasados ardores y entrelazamientos. Es po-
sible que esta soledad compartida no sea real, ni mucho menos
absoluta, sobre todo si la comparamos con aquellas soledades
que se viven sin compaa alguna.
La soledad no existe para aquel que puede recordar los mo-
mentos en que no estuvo solo y sabe que esos momentos vol-
vern. La otra persona puede estar ausente, pero en cierta medi-
da contina a nuestro lado. Un ser existe en el recuerdo que
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conservamos de su presencia y en la confianza que tenemos en
su pronto retorno. El psicoanlisis llama a este ser el buen ob-
jeto, y lo ejemplifica con el caso del nio que espera confiado
el retorno de su madre.
No se est forzosamente solo cuando se carece de compa-
a, ni esta situacin implica necesariamente una exclusin del
mundo. La soledad es, en realidad, una manera incompleta y
nica de estar en el mundo. El antiguo mito del andrgino ex-
plicaba este hecho a su manera. Los seres humanos son arrastra-
dos al amor por la inmensa necesidad de volver a encontrar una
unidad original. Se busca al otro como si fuese una parte perdi-
da de uno mismo, y como si esa carencia nos causara dolor. Me
duele el otro, o, mejor: Me duele en el otro, parece decirnos
toda soledad.
La soledad tiene una ligazn muy estrecha con el lenguaje
y con las dificultades de expresin. Nos obliga a comunicarnos,
pero puede tambin significar que ya ni queremos ni podemos
comunicarnos. En ello, la soledad implica siempre la existencia
de otro ser, pero no necesariamente una presencia de la cual
podramos ocultarnos, ni tampoco una presencia que podra-
mos reclamar incesante y vanamente.Tenemos la conviccin de
que el otro existe y constatamos que nos hace falta. Es en no-
sotros mismos, en nuestra conviccin ntima de la existencia
del otro y en nuestra dolorosa experiencia de su ausencia, don-
de hace su nido el sentimiento de soledad. Para sentirse solo, es
preciso desear ser dos, al menos, o haberlo sido y conservar la
nostalgia de ello.
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Cargar eternamente el doloroso recuerdo de un ser que ha
fallecido es indudablemente la primera forma de estar solo. Sin
esa otra persona, sentimos que nuestra existencia est vaca, muy
lejos de una vida plena. Como esa persona nos hace falta, no ce-
samos en nuestro afn de recrearla, ahora y siempre, a pesar de la
evidencia de su desaparicin, y a pesar de que parientes y ami-
gos hagan lo posible por acercarnos a ellos. La falta de un solo
ser puede lograr que uno no exista para los dems.
La segunda forma de estar solo consiste en organizar la
ausencia del otro, en vista de que su mirada nos hace existir,
pero sin que podamos hacer nada por controlarla. Extraemos
parte de nuestra existencia de esa otra persona, con lo cual en
realidad enajenamos parte de nuestra independencia. Es preci-
so, entonces, escapar a esa mirada para reencontrar o restaurar
nuestra independencia. Huimos de la presencia del otro, la tor-
namos indiferente, para volver a ser dueos de nuestra existen-
cia. Desaparecemos para hacer desaparecer al otro.Al igual que
Fgaro, que se apresura a rerse de todo, para no llorar por
todo, nos damos prisa en estar solos, por temor a estarlo a pe-
sar de nosotros mismos. Nos entregamos a la soledad, aun co-
rriendo el riesgo de acostumbrarnos a ella, de no poder desha-
cernos ms de ella.
La tercera forma de estar solos consiste en hacer un buen
uso de la soledad. El otro no existe por s mismo, pues nosotros
no lo vemos nunca como realmente es.Tampoco l nos ve como
realmente somos. Conscientemente o no, proyectamos intuicio-
nes o ideas sobre todo aquel que se nos acerca. Sin siquiera sos-
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pecharlo, un ser imaginario acompaa a un individuo desde el
instante mismo en que se presenta ante otro individuo.
Partiendo de nuestras propias esperanzas y desilusiones pa-
sadas, le pedimos inconscientemente al otro que represente un
papel en el teatro de nuestra imaginacin. Le exigimos que de-
sempee un papel ya escrito, al hilo de nuestras experiencias, y,
muy en particular, de aquellas que nos marcaron desde la infan-
cia. Si el otro se niega a desempear este papel, o lo desempea
mal, muy fcilmente podemos sentirnos solos, descubrirnos so-
los. Nadie sube al escenario abandonado de nuestros deseos, y
terminamos as por convertirnos en los desamparados asistentes
a un espectculo cuyas representaciones han sido interrumpidas.
Toda soledad es signo de una decepcin ntima. La realidad no
coincide con lo que esperbamos de ella. La realidad ha decep-
cionado a nuestra imaginacin.
Sin duda alguna, la soledad totalmente feliz es algo imposi-
ble. Sin embargo, en una trayectoria de maduracin individual y
cultural, la soledad es positiva. Es en s un aprendizaje que nos
ayuda a asumir nuestras desilusiones y a liberarnos de la obsesi-
va frecuentacin del otro.Tambin nos ayuda a acogerlo sin la
necesidad de colocar entre l y nosotros ningn tipo de barrera
protectora o aislante. En resumen, slo mediante este buen uso
de nuestra soledad aprenderamos a vivir tan bien con nosotros
mismos como con el otro.
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La seora X
La seora X tiene casi ochenta aos y es viuda desde hace cin-
co aos y medio. Sufre de agorafobia.Tiene, por ejemplo, mu-
cho miedo de atravesar una plaza, y cruzar una calle se ha con-
vertido en una verdadera hazaa para ella. Me flaquean las
piernas, explica la seora X, agregando que se siente incapaz de
ir hasta la carnicera o la farmacia, que apenas logra llegar hasta
el buzn en que el cartero le deposita su correspondencia, y que
constantemente le dan vrtigos. Estos vrtigos los tena ya des-
de antes de la muerte de su esposo. Sola sentirme muy marea-
da en plena calle, y sobre todo entre la multitud recuerda la
seora X, agregando: Pero entonces tena a mi esposo a mi
lado, y l me llevaba inmediatamente hasta un caf, para que
pudiese tomar mi medicacin.
Dos meses despus de la muerte de su marido, la salud de la
seora X empieza a deteriorarse a pasos agigantados. La coinci-
dencia de fechas es casi total, y la seora X prcticamente no ha
vuelto a poner los pies en la calle.Vive rodeada de todo tipo de
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cuidados mdicos, pero todos los mdicos del mundo no logran
ni lograrn nunca reemplazar a su marido. O sea que lo que
realmente le ocurre a la seora X es que le falta una razn para
sentirse mejor.
Tras la muerte del cnyuge, los problemas de salud son un
frecuente factor de aislamiento entre las personas de avanzada
edad. Sin embargo, estos problemas no son ms que unas cuan-
tas piedras dispersas con las que esas personas construyen la so-
ledad en la cual se encierran, desinteresndose de todo lo que las
rodea. Pero esta prdida de curiosidad e inters por el mundo
exterior significa que el psiquismo est realizando un intenso
trabajo interno. El sujeto se recoge en su soledad y desde ah se
empea en revivir el pasado, para extraer de l toda una serie de
acontecimientos ya desaparecidos.
De esta manera, la seora X consagra el tiempo de vida que
le queda a recuperar el pasado, y, al ir afanosamente tras las hue-
llas del recuerdo de su marido, intenta incluso adelantarse a la
propia muerte que los volver a reunir. Simultneamente, sin
embargo, la seora X es consciente de que el recuerdo no va a
devolverle la vida al difunto y no intenta ocultarse a s misma su
soledad real.Al contrario: disfruta de ella con la tristeza que es
propia de su duelo. Desde su punto de vista, el vnculo que la
une a su esposo es preferible a todos los vnculos que podra es-
tablecer o estrechar con sus amigos o con sus familiares.Y es
que, en ciertas ocasiones, la tristeza puede parecer ms gratifi-
cante que el goce de vivir, o que la vida misma.
Tras la muerte del cnyuge, es posible observar, a menudo,
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entre la gente de edad avanzada, lo que los gerontlogos llaman
sndrome de desprendimiento o de desmoronamiento. Una per-
sona parece perderle el gusto a la vida, y sus problemas de salud
se agravan constantemente, sin ms explicacin que esta renun-
cia a las cosas de este mundo.Y hay personas que pierden inclu-
so el deseo de sobrevivir, cuando, al ser hospitalizadas, por ejem-
plo, se sienten arrancadas de su entorno familiar. Estamos, en
este caso, ante un verdadero sndrome de enclaustramiento. No
merece la pena vivir en este mundo: el cuarto del hospital y la
calidad o estatus de enfermo sometido a cuidados y, por lo
tanto, dependiente, se convierten en verdaderas afrentas a nues-
tro narcisismo y en heridas que sufre aquella autoestima que tan
til nos resulta en los momentos difciles de la vida.
Ante un mundo que encuentra hostil, la persona opta por
encerrarse en s misma y se convierte en pasiva. La agudeza de
todos sus sentidos disminuye hasta que estos pierden por com-
pleto su capacidad de respuesta a las solicitaciones que le vienen
de fuera. Simultneamente, este inters por el mundo exterior
que se va perdiendo se vuelve hacia el mundo interior. El pa-
ciente se encierra en sus sueos o concentra toda su atencin en
una parte de su cuerpo que termina por convertirse en objeto
de todas sus preocupaciones e inquietudes. Pero, a menudo, se
suele pensar, un tanto precipitadamente, que estas preocupacio-
nes e inquietudes por la salud estn estrechamente ligadas a este
perodo de la vida, dado lo avanzado de la edad. Esto equivale a
olvidar que los problemas de salud acompaan ese proceso de
encierro e interiorizacin, mas no lo explican.Y equivale a ol-
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vidar tambin que este bloqueo del mundo interno, por la in-
tensa actividad psquica, se nutre en buena parte de una impo-
sibilidad objetiva de controlar la realidad exterior. Cuando el
mundo que nos rodea es muy poco humano, resulta muy hu-
mano alejarse de l.
Esta tentacin se acrecienta entre las personas de edad avan-
zada debido a lo fcil que les resulta refugiarse en el pasado.
Y, cuando tienen la suerte de seguir viviendo en sus propios ho-
gares, sus recuerdos se rodean de objetos que son en s mismos
recuerdos. Estos solitarios cara a cara con lo inanimado, estos
dilogos secretos entre un individuo y sus fantasmas, constituyen
un conmovedor testimonio de fidelidad. La soledad es un sn-
toma ms del sndrome de enclaustramiento. Es el alma la que
se halla herida y enferma, como consecuencia de un accidente
de la vida afectiva.
Pero, en qu medida estamos capacitados para juzgar esta
soledad interior? El corazn de la seora X ces de latir para
siempre el da en que dej de hacerlo al unsono con el cora-
zn de su esposo. Sin embargo, ese corazn an palpita, puesto
que el recuerdo del amor contina siendo amor. Entonces, se-
ramos capaces de aliviar a la seora X, privndola de este l-
timo consuelo? Mi respuesta es la siguiente y parte de una
simple constatacin, de una rpida y simple mirada al mundo en
que vivimos: los seres todos, y en particular los ancianos, en-
cuentran cada vez menos consuelo en la religin. No los prive-
mos, pues, de la religin del recuerdo.
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Soledades contemporneas
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En su libro Nos solitudes, el mdico y poltico francs Michel
Hannoun reflexiona sobre la mayor paradoja del mundo de la
comunicacin en que vivimos. Aunque basadas en una expe-
riencia y unas encuestas exclusivamente francesas, sus reflexio-
nes pueden aplicarse fcilmente a todos los pases desarrollados,
tanto en el medio urbano como en el rural.
Son muchas, segn el mdico y poltico francs, las razones
que hacen surgir nuestras soledades contemporneas. Para empe-
zar, la soledad es una nocin ambigua en la medida en que todos
necesitamos de ella en ciertos momentos. Pero al mismo tiempo
nos asusta y nos inquieta.La soledad, adems,existi desde siempre
y lo que es nuevo hoy es su aspecto.Antes uno estaba solo cuando
se encontraba apartado de los dems.La soledad del ermitao o la
del poeta tenan un sentido en una sociedad en la que cada uno
ocupaba un lugar bueno o malo porque se viva en comunidad.
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Adems, era una sociedad en la cual la religin constitua
un factor importante. Hoy se vive en una sociedad que es una
colectividad. Las relaciones entre las personas son prcticamen-
te contractuales. La familia de hoy, por ejemplo, es contractual y
ha perdido su nocin de duracin y de deber.Antes uno se ca-
saba con la idea de que era para siempre y para cumplir con la
procreacin y con una serie de deberes conyugales. Hoy se en-
tra en una asociacin por algn tipo de entusiasmo o atraccin
sexual y se sale de ella no bien surge cualquier inconveniente.
Las leyes lo permiten.
Antes, la sociedad le permita al hombre olvidar su soledad.
Hoy, la sociedad no logra asumir esta vocacin.Antao, la sole-
dad se produca al alejarse de los dems, pero actualmente se
produce en medio de los otros y est profundamente ligada a
nuestro entorno humano. Las multitudes que rodean al solitario
le colocan un espejo ante el cual se refleja su condicin. Mul-
titud, soledad, trminos semejantes y convertibles, deca Bau-
delaire. Antiguamente, un individuo necesitaba alejarse de los
otros para estar solo y de l se tena la imagen idealizada de un
hroe que se aventuraba para alcanzar los lmites mismos de la
creacin, el pensamiento o la fe. En la actualidad, el solitario se
siente excluido sin que la sociedad le otorgue ninguna imagen
que lo valorice. Por el contrario, la sociedad parece ignorar hoy
la reciprocidad que es consustancial a las relaciones de interde-
pendencia.Y desde un punto de vista cultural, la dependencia
est proscrita y los valores dominantes son la libertad y la inde-
pendencia.
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Afirmar nuestra independencia es afirmar implcitamente
que no se necesita de los dems. Pero la independencia no debe
ser confundida con la libertad, aunque existan entre ambas al-
gunas similitudes. Mientras que una persona libre se preocupa
ante todo de s misma, una independiente desea no tener que
preocuparse de otra.Tal cosa se debe a que la libertad se esta-
blece ante lo absoluto, mientras que la independencia se deter-
mina en relacin a los dems y es, en el fondo, una concepcin
esquiva y estrecha de la libertad.Asimilar libertad con indepen-
dencia es, fundamentalmente, desentenderse de toda necesidad
natural, pretender alcanzar una autonoma total, una imagen se-
mejante a la divina. De hecho, al atribuirles a la libertad y la in-
dependencia una primaca total, la sociedad contempornea di-
viniza al individuo o, ms precisamente, le otorga la posibilidad
de divinizarse a s mismo.
Descripcin del hombre: dependencia, deseo de indepen-
dencia, necesidad, anotaba Pascal en sus Pensamientos. Pero el
tab que pesa hoy sobre la dependencia refuerza la aspiracin in-
dividual a la independencia.Y para alcanzar dicha aspiracin se
rompe el pacto de reciprocidad que relaciona a los individuos,
forzando al otro a la soledad y exponindose uno mismo a ella.
El individuo es actualmente autor y vctima de su propia sole-
dad.Necesita al Otro, pero se comporta como si pudiese vivir sin
l.Aspira a la independencia, pero la soporta difcilmente.
As, el sentimiento de soledad se relaciona cada vez menos
con una situacin objetiva de aislamiento o de desgracia.Y es
cada vez ms causa y no consecuencia de un problema existen-
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cial. La soledad se debe mucho ms frecuentemente a una acti-
tud global del individuo que a una imposicin de las circuns-
tancias que le toca vivir.Al no poder entrar en relacin de re-
ciprocidad con el Otro, el individuo queda enfrentado a los
profundos desacuerdos de su propia naturaleza.
La vida afectiva es el campo en que mejor se manifiestan
estos desacuerdos, ya que en vez de satisfacer la necesidad de
afecto del individuo, pone generalmente en relieve las contra-
dicciones entre esta necesidad y el deseo de independencia. La
comedia del Amor contemporneo escenifica las contradiccio-
nes de cada ser, pero sin llegar a resolverlas.Y, en cada acto, dos
personajes hablan de una misma soledad, pero cada uno con sus
propias preocupaciones. En cada nuevo acto, en cada nueva
aventura sentimental, la pareja cambia y el dilogo contina con
otro personaje. Un solo hilo conductor subsiste en esta conti-
nuidad: el que el individuo, en eterna contradiccin consigo
mismo, intenta retomar. El sentimiento de soledad que invade
nuestra sociedad indica que el ser humano se busca ante todo a
s mismo y que esta bsqueda se efecta en forma solitaria.
En esta bsqueda solitaria se encuentra otra de las explica-
ciones a las soledades contemporneas. Debido a la preeminen-
cia que han adquirido valores como la libertad y la indepen-
dencia, el pacto de reciprocidad entre los individuos se ha roto.
Libre de los dems, cada uno debe buscar en su propia persona
los principios en que apoyar su vida. Cada uno debe, en cierta
forma, inventar de nuevo y totalmente solo la sociedad. Los di-
versos comportamientos ligados a la soledad llevan la huella de
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los esfuerzos que cada persona est obligada a realizar para alcan-
zar la formulacin moderna de la propia salvacin: Fuera de
uno mismo no hay salvacin!. El ser queda convertido as en su
propio dios y la felicidad se ha convertido en su nueva religin.
Sin embargo, al dejarle a cada individuo la libertad para
buscar el tipo de felicidad que le conviene, la sociedad no con-
tradice su misin. Simplemente renuncia a darles normas y mo-
delos a sus miembros. El individuo de hoy vive a la escucha de
su yo profundo y se abandona fcil y voluntariamente a sus
emociones y sentimientos. Ganan en autenticidad las relaciones
personales, puesto que el hombre se expresa ms profunda y sin-
ceramente que con el trato social de antao. El hombre, la li-
bertad, la independencia y la pasin se han impuesto hoy a la
comunidad, las convenciones, las fidelidades y la razn.
Los solitarios son los pioneros de las nuevas relaciones so-
ciales.Y no esperan que se les d frmula alguna para lanzarse a
la conquista de la felicidad, afirma Michel Hannoun en Nos so-
litudes. Pero la soledad no es actualmente algo tan sencillo como
antes. Entre su representacin ideal y su realidad, existe una
contradiccin. No es ni la afirmacin pura y simple de una de-
pendencia que ha quedado truncada, ni la lograda realizacin de
una independencia plena y total.Adems, no revela necesaria-
mente una ruptura con los lazos sociales: se puede ser un solita-
rio en el corazn de una muchedumbre.Y, de la misma manera,
la soledad no conlleva en general ni felicidad ni desdicha: es, ge-
neralmente, una obstinada bsqueda de la felicidad y una capa-
cidad para adaptarse a la desgracia si ello es necesario.
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Hoy nadie siente vergenza de vivir solo. La mirada de la
sociedad ha cambiado. Un soltero de cuarenta aos ya no es,
como antes, sospechoso de inclinaciones que atentaban contra
la moral. Primero, porque la moral ya no reprueba tanto esas in-
clinaciones y, luego, porque ya no se les atribuyen sistemtica-
mente a los solteros ms recalcitrantes. La soltera en s se en-
frenta a un cambio de mentalidad y la imagen del soltern o la
solterona empieza a desaparecer de la mente colectiva para dar
lugar a la de unos jvenes que han sabido permanecer jvenes
ms tiempo que los dems.
El miedo a envejecer y a morir explica tanto la atraccin
que ejerce la juventud cuanto la muerte de la moda. Esta, que
privilegiaba lo efmero y lo momentneo, produce hoy angustia
existencial y de ah la tendencia a una uniformizacin de usos y
costumbres.Y la atraccin cada vez mayor que ejerce la juventud
crece en la medida en que la vejez va siendo privada de todo
aquello que poda hacerla ms aceptable: el apoyo de los dems,
la autoridad moral y, por ltimo, la religin, ltimo consuelo
ante la muerte. Mientras que la vejez ve desaparecer su legitimi-
dad social y cultural, la juventud asiste al crecimiento de la suya.
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La juventud se ha convertido casi en una forma de sabidura y,
sin duda, hoy Victor Hugo no se atrevera a escribir un Arte de
ser abuelo. El verdadero arte consiste actualmente en permanecer
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joven y en no ponerle lmite alguno a la libertad de amar sin
comprometerse, prolongando indefinidamente el plazo de una
deliciosa irresponsabilidad.Todo es posible y nada es grave cuan-
do se es joven.Y la asociacin entre juventud y soltera provoca
nostalgia entre los adultos casados. El matrimonio es un prisma
deformante cuando a travs de l se observa la soltera de otros.
El hombre y la mujer casados tienden a atribuirles y envidiarles
a los solteros todas las conquistas que no tuvieron.
La evolucin de las costumbres ha reforzado decisivamente
la legitimidad social de la juventud.Y, adems del atractivo que
siempre tuvo, la juventud se beneficia actualmente del atractivo
que le confiere la libertad sexual y sentimental propia de nues-
tro tiempo. Mujeres y hombres de cualquier edad pueden dis-
frutar de esta libertad, pero, de hecho, la juventud es la gran fa-
vorecida. La soltera se ha convertido en un perodo de prueba
en el que el individuo aprende a conocerse mejor y al que la
moral de hoy se adapta perfectamente.
Sin embargo, la juventud sufre hoy tanto o ms de soledad
que la gente de edad. Los jvenes en grupo no son ms que se-
res aislados reunidos. Esta es la gran diferencia con los adultos.
Entre estos, las mujeres se organizan mucho mejor en la soledad
que los hombres y pueden bastarse a s mismas. Hoy una mujer
puede concebir a un beb sola; de ah la gran cantidad de mu-
jeres solteras que tienen hijos.A pesar de los avances de la cien-
cia, los hombres an no lo pueden hacer y, adems, estn en ma-
yor dependencia que las mujeres. Por eso estas tienen mejor
relacin con la vida que los hombres.
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En cuanto a los nios, basta con mirar la cantidad de horas
que pasan solos ante la pantalla del televisor. Esta es la nueva
baby-sitter de los tiempos modernos. Cuando los nios vuelven
del colegio, generalmente los padres no estn.Adems, cuando
llegan, se ponen tambin a ver televisin y les hablan poco. No
hay comunicacin entre padres e hijos. Los nios estn en fami-
lia y a la vez solos.
La familia ya no es como antes un lugar de proteccin. El
nio debe aprender a solucionar sus problemas de nio en me-
dio de las turbulencias de la vida de los adultos. Por ejemplo, se
acomodar a la incertidumbre ligada a la pertenencia de un
nuevo padre o una nueva madre? El nio corre el peligro de
perder los puntos de referencia indispensables a la infancia en el
proceso de las identificaciones formativas de su personalidad.
A travs de la incertidumbre de la vida afectiva, nuestra sociedad
genera nuevas soledades y ellas modelan tambin a los nuevos
solitarios.
Hace unos aos los principios morales eran transmitidos
por la familia. Los nios disponan de una moral en la que se
encuadraba su educacin y los guiaba en el camino de la vida.
Cuando llegaban a la adultez posean un sistema de valores a los
que podan remitirse cualesquiera fuesen las circunstancias de su
vida. Su comportamiento estaba programado de alguna manera
por modelos y reglas personales. Hoy la educacin est librada a
los jardines de infancia, la escuela, la televisin y el cine.
La compaa de un animal subsana en cierta medida las so-
ledades contemporneas. En una sociedad dominada por el
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egosmo, el estrs, la agresividad y la inestabilidad, el animal fiel
y silencioso propone a los solitarios una autntica y serena pre-
sencia. Nadie puede negar la ternura, la fidelidad de un animal
domstico. Aporta seguridad y equilibrio y, adems, el dueo
tiene alguien de quien ocuparse de manera regular, alguien que
lo necesita, alguien con quien puede hablar, alguien que lo
quiere y que l quiere. Es, por ltimo, una manifestacin del de-
seo de dominacin del hombre que lo transforma en poder do-
mstico.
La eleccin entre un perro y un gato no es nuestra y se
debe muy a menudo a la representacin social de cada una de
las especies. El gato es el smbolo de la libertad e independencia
caras a los intelectuales. El perro es ms bien el de la defensa de
los bienes y de las personas. En todo caso, la asociacin cada vez
ms masiva de los animales con los hombres expresa el amor an-
cestral de los unos por los otros y tiene tambin como objetivo
conjurar la soledad del individuo capaz de ser rey en el nico
reino animal. Algunos solitarios quieren a su animal como si
este fuera un ser humano Pero tambin porque no lo es
Sin lugar a dudas, a ello se debe tambin que los viejos bus-
quen cada vez ms refugio en el pasado. Para un viudo o una
viuda cuyo corazn ha dejado de latir al unsono con su cnyu-
ge, pero sigue palpitando con l, el recuerdo del amor es an
amor. La soledad se presenta entonces como un sntoma en el
sndrome del encierro. Pero es prcticamente imposible hacerse
un juicio acerca de esta soledad interior, y resulta muy impro-
bable procurarle alivio despojndola de ese ltimo consuelo.
LA SOLEDAD
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Los pobres eran los parias de la sociedad industrial. En po-
cas del capitalismo salvaje, aquella sociedad les responda brutal-
mente: Enriquzcanse. Nuestra sociedad de comunicacin
responde de forma bastante anloga a sus nuevos parias, los po-
bres en comunicacin: Comunquense ms.Asistimos recin
al nacimiento de esta nueva sociedad, de ah sin duda su aspec-
to salvaje.Algo en la naturaleza misma de la comunicacin ex-
plica, sin embargo, que se tienda a obligar a sus parias a ocupar-
se de s mismos.
En efecto, la tendencia de esta nueva sociedad de comuni-
cacin es aceptar que quien desea comunicarse es el nico res-
ponsable de su xito o fracaso. Si no lo logra, la culpa es toda
suya, sea porque depende demasiado del otro, sea porque no se
encuentra bien en su propio pellejo. Se afirma as que quien tie-
ne dificultades para comunicarse debe realizar el primer esfuer-
zo, y que el que no las tiene no es responsable de ningn fraca-
so en la comunicacin.Aspiramos a una comunicacin bastante
extraa, por cierto, ya que el otro se vuelve indispensable y al
mismo tiempo se le quita toda importancia. Nuestra necesidad
del otro es inmensa, pero el papel que le atribuimos es insigni-
ficante.
Dentro de este esquema, el otro no existe para que lo com-
prendamos sino para responder a la necesidad que tenemos de
su presencia. Si la comunicacin tuviese un objetivo, obligara a
cada sujeto a un esfuerzo de reciprocidad.Tendramos que es-
forzarnos para comprender al otro y, por reciprocidad, el otro
hara lo mismo. Pero en el principio y fin de la comunicacin
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estamos solos ante un ser imaginario, producto de nuestros fan-
tasmas. Hoy se habla de comunicacin. Es una palabra que todo
el mundo tiene en sus labios y que supone un emisor y un
receptor. Pero lo que tenemos es el uno sin el otro. No hay in-
tercambio. La comunicacin consiste en dos monlogos, no en
un dilogo.
De hecho, entre los solitarios y los otros, hay un acuerdo t-
cito acerca de la comunicacin: esta slo es vlida si es perfecta-
mente lograda.Todos podemos comunicarnos, pero la verdad es
que unos lo logran y otros no. En esto consiste el carcter per-
verso de la comunicacin moderna: nos exige abrirnos hacia el
exterior, pero al mismo tiempo empuja a quien no logra comu-
nicarse a alejarse cada vez ms de los otros. La incomunicacin
golpea finalmente a quien sufre de ella como una sentencia de
excomunin a un creyente.
La soledad no es siempre sinnimo de incomprensin, un
silencio que se alimenta de la dificultad de decir algo. La soledad
desdichada comunica, pero comunica precisamente la imposibi-
lidad de comunicar. El solitario que se asla no parece repro-
charles a los dems que no lo comprendan. Ms bien parece de-
cirles que no hay nada que comprender. Por el contrario, los
solitarios felices y extravertidos tienen una inmensa facilidad
para comunicarse. La desigualdad entre unos y otros es afectiva
y cultural. Los triunfadores en esta sociedad son felices y tienen
palabras para decirlo y hacerlo saber a su alrededor; los perde-
dores son desdichados y no logran expresarlo, ni logran tampo-
co consolarse a s mismos.
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Al contractualizarse, la sociedad les ha otorgado mayor li-
bertad a sus miembros. Pero al servirse de esta libertad, encerra-
do en las casillas del individualismo, el hombre moderno se ha
convertido en un solitario. Los puntos de referencia que la so-
ciedad le ofreca antes a travs de la familia, la escuela, el matri-
monio, la religin, etctera, no le ofrecen garantas durables de
bienestar y mucho menos de felicidad alguna. Ello explica la de-
saparicin del sentimiento de pertenencia a una comunidad y
de la solidaridad.
Los individuos dudan de todo porque la sociedad les ofrece
como nicos modelos de felicidad espacios de publicidad tan
bellos como efmeros. Sin ms garantas ni puntos de referencia,
el hombre cae en la indiferencia ante las instituciones, empe-
zando por el Estado. Sin cuestionarlas siquiera, los individuos se
alejan de ellas, producindose un abandono masivo de los sindi-
catos y los partidos polticos, acompaado por un fuerte absten-
cionismo electoral.
El individualismo actual es profundamente egocntrico y
slo sale de su indiferencia cuando las instituciones que sostie-
nen la sociedad en que vive le presenta imgenes dolorosas.
Deja de ser indiferente cuando se reconoce en aquel viejo que
ser tarde o temprano, en el accidentado que ve y que puede ser
l o en el desempleado con el que podr ser asociado en un fu-
turo prximo.Alejados de las instituciones, los individuos estn
ms preocupados por las preguntas que por sus respuestas.
Las soledades contemporneas estn profundamente ligadas
a la existencia de muchedumbres compuestas precisamente por
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individualistas. Sin organizaciones ni instituciones, una muche-
dumbre es una simple aglomeracin, una inmensa coleccin de
personas semejantes e intercambiables. En medio de ella, el in-
dividuo siente que slo es un elemento ms de una masa. Nadie
lo ve y en consecuencia nadie lo comprende ni lo quiere. Si el
amor se ha convertido en algo tan importante para hombres y
mujeres, es porque se vive como el ltimo refugio del senti-
miento de pertenencia.
Sea cual sea nuestro punto de observacin, el individuo se
nos presenta aislado en un destino que, sin embargo, est im-
pregnado de confort y modernidad, como si este fuese el precio
a pagar por todas las comodidades que se le ofrecen al hombre
del siglo xxi. Lo paradjico es que hoy los solitarios estn mu-
cho ms aislados que en las sociedades del pasado, cuando en es-
tas el solitario se alejaba del mundo, y actualmente vive su con-
dicin en medio de inmensas masas humanas. Convertidas en
algo tan comn como absurdo, las soledades contemporneas
han perdido el lustre que antao les dieron los filsofos, los pro-
fetas y ermitaos, y los artistas.
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La vejez no se cura
Las relaciones entre generaciones no son nada sencillas y su
complejidad es fiel reflejo de las contradicciones personales por
las que millones de mujeres y hombres se cuestionan.
En las grandes ciudades occidentales, un promedio del 71
por ciento de sus habitantes opina que es a la familia a quien le
corresponde el cuidado de los ancianos, mientras que un 22 por
ciento opina que es el Estado quien debe ocuparse de ellos. Los
ancianos, por su parte, parecen tener una opinin ms matizada
de las cosas: por encima de los setenta aos, un 56 por ciento se
inclina por la familia y un 36 por ciento lo hace por el Estado.
Significa esto que los viejos desean pasar sus ltimos aos lejos
de los suyos? Tal cosa resultara sorprendente. En realidad, lo que
ocurre es que las personas de edad avanzada se sienten desgarra-
das entre el deseo de seguir viviendo entre los suyos y el temor
de convertirse en una carga para ellos.
Los progresos de la medicina no han hecho desaparecer los
problemas de salud. Lo que ocurre es que actualmente estos
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problemas y sus manifestaciones se retrasan hasta aquella cuarta
edad en la que empieza la dependencia completa del ser huma-
no en el crepsculo de su vida. La multiplicacin de las enfer-
medades medicaliza los ltimos meses o aos segn el caso
de la existencia humana. Esta es una de las pruebas que tiene
que confrontar la solidaridad familiar.
La vigilancia mdica es en s misma difcil e implica una
profesionalidad que va ms all de la ms profunda abnegacin.
Habitualmente, han sido las mujeres las que han asumido estas
tareas, hacindose cargo de los moribundos y de los rituales fu-
nerarios, aunque en la actualidad la redistribucin de los roles
sociales tradicionales hace que el cumplimiento de estas abne-
gadas tareas sea cada da ms escaso.
Tradicionalmente, se ha considerado que las mujeres estn
ms cerca del ciclo fundamental de la vida y de la muerte, por
estar menos comprometidas con la sociedad que los hombres.
Su relacin con el mundo del trabajo es menos estrecha que la
de los hombres, y este mundo constituye uno de los principales
escenarios de la sociedad. Sin embargo, la igualdad de los sexos
ha producido una ruptura histrica con el esquema de la repar-
ticin de roles segn el sexo.
La indiferenciacin cada da ms pronunciada del compor-
tamiento masculino y femenino, con su aspecto ms espectacu-
lar el trabajo de la mujer, ha contribuido a remodelar todos
los aspectos de una vida familiar sometida a las modas de la vida
urbana. El ritmo de vida y el tamao de la vivienda adquieren
tambin una importancia capital. En otros tiempos se poda te-
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ner en casa a un agonizante y se clausuraba temporalmente el
cuarto del recin fallecido.Actualmente, tal cosa sera prctica-
mente imposible puesto que las viviendas tienen una superficie
y un nmero de habitaciones calculadas hasta el ltimo cent-
metro para las personas que las habitan.
Los reflejos familiares parecen seguir paso a paso la curva de
la urbanizacin moderna.Actualmente, por ejemplo, siete de cada
diez europeos mueren en un hospital, mientras que esta propor-
cin era exactamente la inversa hace slo unos treinta aos. Las
diferencias se mantienen, sin embargo, segn las regiones y su
grado de urbanizacin. Los servicios de larga permanencia en
los hospitales funcionan en la actualidad como una forma muy
particular de aislamiento colectivo.Todos aquellos que la vida
moderna ha ido aislando paulatinamente, van a dar ah.
Y ah, en esos servicios de larga permanencia, encontramos
cuatro veces ms mujeres que hombres. Las dos terceras partes
de los ingresados tienen ms de ochenta aos, y algunos todava
tienen cnyuge, pero este se encuentra en el exterior, demasia-
do viejo y dbil para ocuparse del hospitalizado, o an lo sufi-
cientemente en forma como para compartir su suerte. Ms de la
mitad de estos ancianos tiene todava familia, pero generalmen-
te se trata de una familia de las de hoy, no preparada para afron-
tar los problemas mdicos y humanos que plantea la ancianidad.
Aunque el ingreso de un padre anciano y enfermo por de-
cisin de sus hijos no constituye un abandono, a menudo es vi-
vido como tal. El sentimiento de culpa de esos hijos se inten-
sifica, puesto que saben que su padre no actu de la misma
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manera con sus progenitores. Los pacientes y sus familiares no
estn preparados para esta dolorosa experiencia; tampoco lo est
el hospital, puesto que su finalidad sigue siendo la de ocuparse
de los enfermos que ingresan y curarlos, para que regresen nue-
vamente a sus hogares. En cambio, la vejez no se cura.
La atencin mdica constante que acompaa a estos ancia-
nos ingresados nunca es suficiente como para hacerlos sentir
que an existen y sirven para algo. Cada uno de estos viejos ha
sido arrancado de su entorno familiar y luego situado en un
ambiente asptico e impersonal. Su vida transcurre entre una
cama, una mesa y una silla para recibir a algn visitante eventual
que es, adems, su ltimo vnculo con el mundo de los vivos.
Este vnculo generalmente se mantiene y est conformado por
los parientes ms cercanos; y, en el caso de los solteros o divor-
ciados, el vnculo con el exterior se mantiene gracias a algunos
amigos tan fieles como abnegados. Si estos tienen la misma edad
que el hospitalizado, si sus propios problemas de salud les impi-
den venir, el vnculo con el exterior se rompe y el anciano in-
gresado se queda completamente solo: ha llegado a esa edad en
que los seres que no tienen familia son simple y llanamente ig-
norados.
La relegacin de los ancianos al final de sus vidas es un he-
cho social ligado a la organizacin general de nuestra sociedad
actual. Se inscribe en una suerte de funcionalidad cada vez ms
aguda de las estructuras de la vida y tambin de la muerte.
Como constata Norbert Elias: Nunca antes en la historia de la
humanidad los moribundos han sido ocultados tras los bastido-
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res, tan alejados de la vista de los vivos y de manera tan higini-
ca; nunca antes han sido expedidos de la cmara mortuoria a la
tumba de una manera tan inodora ni con tal perfeccin tcni-
ca.1 Los muy funcionales y fros morideros modernos, que
reemplazan la vergenza de los antiguos hospicios, son el fiel re-
flejo de una modernidad basada en la constante bsqueda tc-
nica de la eficacia.
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1. Norbert Elias, La solitude des mourants, Bourgeois, Pars, 1987.
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