doña francisca la embrujada

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Doña Francisca la embrujada (Sucedió en la hoy calle de Venustiano Carranza) Que nadie ose negar la existencia de poderes diabólicos y sobrenaturales, que se sustentan del alma y cuerpo humanos, la maldad y hechicería, son hijas del demonio y las sombras de la noche… Si, este suceso ocurrido en el siglo XVI, aquí en nuestra capital, nos habla de un caso de hechizo diabólico y perverso; se que algunos de los lectores dudarán de éstos poderes, sin embargo, sépase que en México y en otros países, aún sigue practicándose la hechicería. Retrocedamos al año 1554, a plena mitad del siglo XVI y veamos en una visión retrospectiva, esta casona y esta calle que llamóse de la Cadena; gobernaba en ese siglo el virrey Don Luis de Velasco I, y ésta casa tenía el número siete, de la que hoy es Venustiano Carranza. Habitaba la casa en cuestión, Doña Felipa Palomares de Heredia, rica viuda de uno de los conquistadores, de quien fuera heredera; pero si Felipa había heredado nombre y fortuna del esposo, también habíale quedado un hijo joven y apuesto, llamado Domingo de Heredia y Palomares, criado con lujo desmedido y cuidados extremos, érase este joven Domingo la adoración y consuelo de la madre, y llevada de su amor maternal, lo cuidaba y mimaba con exceso y siempre le recordaba que ya estaba en edad casadera, que encontrara a una chica que le gustara, que tuviera alcurnia y abolengo, claro, la madre tenía que aprobar a la muchacha. El joven deseaba en verdad esposa y buscaba con ansias entre las chicas una de la Nueva España; solía reunirse con otros jóvenes también deseosos de casorio y escogían así a las mejores muchachas. Durante varios meses buscó a la chica que le gustase y fuese un buen partido del agrado de la madre, sin hallarla; pero al fin cierta tarde, vio acercarse al templo a una hermosa chiquilla, cuyo nombre y cuna desconocía, sin embargo era de una belleza virginal, que hizo dar vuelcos al corazón del joven Domingo; llena de misticismo y de candor, pasó junto al joven, el cuál lanzó un hondo suspiro. Ella entró a la iglesia y mientras oraba con fervor, el chico la miraba cada vez más cautivado por esa angelical figura; al terminar de orar, ella se acercó a la pila de agua bendita y el le ofreció sus dedos húmedos, emocionado, después, como era la costumbre en ese siglo, el la siguió a prudente distancia, para saber donde vivía, la chica, que al parecer se dio cuenta de que la seguían, no trató de apresurar el paso; entonces ella llegó ante una casa de mediana fábrica, allá por entonces calle Cerrada de Nacatitlán (hoy Novena de Cinco de Febrero); ella sin embrago, volvió sus glaucos ojos hacia el joven y le clavó una mirada que llevaba toda la ternura del mundo. A partir de entonces, Domingo de Heredia y Palomares, acompañado de un juglar y amigos, comenzó el asedio de la chica, llamada Doña Francisca de Bañuelos y era hija única de padres humildes; al fin una noche escapó entre barrotes y tiestos florecidos una mano trémula que recibió ardiente beso de amor, y noches después, entre suspiros y perfumes de jazmines, unos labios musitaron la declaración de amor. Más la Colonia era chica y pronto dos lenguas oficiosas fueron con la noticia de estos amores a la madre de Domingo, lo que le contaron a la mujer no le agradó en absoluto, pero más tardaron en marcharse las dos damas informantes, que Doña Felipa en salir rumbo a la casa de Francisca, acto seguido, su mano firme, cruel, golpeó contra el zaguán el pesado aldabón, había en sus golpes furia y decisión; fue las misma muchacha la que abrió el zaguán, su sorpresa no tuvo límites, pues conocía ya a la furiosas dama; la joven invitó a pasar a la mujer a su casa, como la noto indecisa le repitió la invitación, entonces empezó a hablar, comunicándole no volviera a ver a Domingo, pues ella era una plebeya sin nombre ni fortuna y que su hijo la iba obedecer sin reclamos; en ese momento apreció el joven y ante el asombro de Felipa que jamás había visto a su hijo en tal actitud, el joven defendió su amor y autonomía; furiosa la madre se fue, mientras los dos jóvenes ratificaban su amor y sus deseos de casarse. Pero cuanto más mostraba su decisión por casarse con Francisca, Doña Felipa sufría más y más, llenando su dolor con lágrimas amargas; en su loca desesperación por evitar la boda de su hijo, Doña Felipa supo la existencia de una bruja tan poderosa como temida y fue a verla, ansiosa por lograr por medio de siniestros maleficios, el alejamiento de los enamorados, se apresuró a buscar a la bruja en su jacal, la hechicera la recibió como si supiera a que iba la dama, ésta le explicó su caso a aquella mujer, la segunda le prometió para tenerle la solución para el jueves y la angustiada Felipa le pagaría con largueza. Esa misma noche, Domingo y su madre tuvieron otra discusión, con respecto a la decisión de el de casarse con Francisca, pidiéndole aguardar hasta el viernes. La noche del jueves Doña Felipa fue en busca de la bruja, que le reveló un plan siniestro y de venganza, el cual consistía en que ambos jóvenes se casaran y después darle un diabólico presente a Francisca, que la iría matando poco a poco. ¿Quieres saber que es? Entonces, sigue leyendo. Aún sin salir de su incredulidad los jóvenes estos se casaron y fueron recibidos muy bien por Doña Felipa; pronto se dieron cuenta de que si la chica no era de linaje, su belleza y dones espirituales sobrepasaban cualquier deseo. A esas mismas horas en la laguna de Macuitlapilco, la bruja celebrará un diabólico rito con un ánade (una especie de patito); y la bruja degolló más patos, hasta contar siete y con su sangre se embijó el rostro mientras continuaba su invocación a Satanás. Tres días después, cuando todo era dicha y felicidad entre los recién casados, se presentó muy amable Doña Felipa, la cuál le dio aquel presente a Felipa, que era un cojín de plumas muy bonito, relleno de aquellas plumas de pato embrujadas; desde esa noche, el cojín de terciopelo fue la almohada donde reposaba su cabeza la ingenua Francisca, pero he aquí que desde le día

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Page 1: Doña francisca la embrujada

Doña Francisca la embrujada (Sucedió en la hoy calle de Venustiano Carranza)

Que nadie ose negar la existencia de poderes diabólicos y sobrenaturales, que se sustentan del alma y

cuerpo humanos, la maldad y hechicería, son hijas del demonio y las sombras de la noche…

Si, este suceso ocurrido en el siglo XVI, aquí en nuestra capital, nos habla de un caso de hechizo diabólico y

perverso; se que algunos de los lectores dudarán de éstos poderes, sin embargo, sépase que en México y en

otros países, aún sigue practicándose la hechicería.

Retrocedamos al año 1554, a plena mitad del siglo XVI y veamos en una visión retrospectiva, esta casona y

esta calle que llamóse de la Cadena; gobernaba en ese siglo el virrey Don Luis de Velasco I, y ésta casa

tenía el número siete, de la que hoy es Venustiano Carranza. Habitaba la casa en cuestión, Doña Felipa

Palomares de Heredia, rica viuda de uno de los conquistadores, de quien fuera heredera; pero si Felipa había

heredado nombre y fortuna del esposo, también habíale quedado un hijo joven y apuesto, llamado Domingo

de Heredia y Palomares, criado con lujo desmedido y cuidados extremos, érase este joven Domingo la

adoración y consuelo de la madre, y llevada de su amor maternal, lo cuidaba y mimaba con exceso y siempre

le recordaba que ya estaba en edad casadera, que encontrara a una chica que le gustara, que tuviera

alcurnia y abolengo, claro, la madre tenía que aprobar a la muchacha.

El joven deseaba en verdad esposa y buscaba con ansias entre las chicas una de la Nueva España; solía

reunirse con otros jóvenes también deseosos de casorio y escogían así a las mejores muchachas. Durante

varios meses buscó a la chica que le gustase y fuese un buen partido del agrado de la madre, sin hallarla;

pero al fin cierta tarde, vio acercarse al templo a una hermosa chiquilla, cuyo nombre y cuna desconocía, sin

embargo era de una belleza virginal, que hizo dar vuelcos al corazón del joven Domingo; llena de misticismo y

de candor, pasó junto al joven, el cuál lanzó un hondo suspiro. Ella entró a la iglesia y mientras oraba con

fervor, el chico la miraba cada vez más cautivado por esa angelical figura; al terminar de orar, ella se acercó a

la pila de agua bendita y el le ofreció sus dedos húmedos, emocionado, después, como era la costumbre en

ese siglo, el la siguió a prudente distancia, para saber donde vivía, la chica, que al parecer se dio cuenta de

que la seguían, no trató de apresurar el paso; entonces ella llegó ante una casa de mediana fábrica, allá por

entonces calle Cerrada de Nacatitlán (hoy Novena de Cinco de Febrero); ella sin embrago, volvió sus glaucos

ojos hacia el joven y le clavó una mirada que llevaba toda la ternura del mundo.

A partir de entonces, Domingo de Heredia y Palomares, acompañado de un juglar y amigos, comenzó el

asedio de la chica, llamada Doña Francisca de Bañuelos y era hija única de padres humildes; al fin una noche

escapó entre barrotes y tiestos florecidos una mano trémula que recibió ardiente beso de amor, y noches

después, entre suspiros y perfumes de jazmines, unos labios musitaron la declaración de amor.

Más la Colonia era chica y pronto dos lenguas oficiosas fueron con la noticia de estos amores a la madre de

Domingo, lo que le contaron a la mujer no le agradó en absoluto, pero más tardaron en marcharse las dos

damas informantes, que Doña Felipa en salir rumbo a la casa de Francisca, acto seguido, su mano firme,

cruel, golpeó contra el zaguán el pesado aldabón, había en sus golpes furia y decisión; fue las misma

muchacha la que abrió el zaguán, su sorpresa no tuvo límites, pues conocía ya a la furiosas dama; la joven

invitó a pasar a la mujer a su casa, como la noto indecisa le repitió la invitación, entonces empezó a hablar,

comunicándole no volviera a ver a Domingo, pues ella era una plebeya sin nombre ni fortuna y que su hijo la

iba obedecer sin reclamos; en ese momento apreció el joven y ante el asombro de Felipa que jamás había

visto a su hijo en tal actitud, el joven defendió su amor y autonomía; furiosa la madre se fue, mientras los dos

jóvenes ratificaban su amor y sus deseos de casarse. Pero cuanto más mostraba su decisión por casarse con

Francisca, Doña Felipa sufría más y más, llenando su dolor con lágrimas amargas; en su loca desesperación

por evitar la boda de su hijo, Doña Felipa supo la existencia de una bruja tan poderosa como temida y fue a

verla, ansiosa por lograr por medio de siniestros maleficios, el alejamiento de los enamorados, se apresuró a

buscar a la bruja en su jacal, la hechicera la recibió como si supiera a que iba la dama, ésta le explicó su caso

a aquella mujer, la segunda le prometió para tenerle la solución para el jueves y la angustiada Felipa le

pagaría con largueza.

Esa misma noche, Domingo y su madre tuvieron otra discusión, con respecto a la decisión de el de casarse

con Francisca, pidiéndole aguardar hasta el viernes.

La noche del jueves Doña Felipa fue en busca de la bruja, que le reveló un plan siniestro y de venganza, el

cual consistía en que ambos jóvenes se casaran y después darle un diabólico presente a Francisca, que la

iría matando poco a poco. ¿Quieres saber que es? Entonces, sigue leyendo.

Aún sin salir de su incredulidad los jóvenes estos se casaron y fueron recibidos muy bien por Doña Felipa;

pronto se dieron cuenta de que si la chica no era de linaje, su belleza y dones espirituales sobrepasaban

cualquier deseo. A esas mismas horas en la laguna de Macuitlapilco, la bruja celebrará un diabólico rito con

un ánade (una especie de patito); y la bruja degolló más patos, hasta contar siete y con su sangre se embijó

el rostro mientras continuaba su invocación a Satanás. Tres días después, cuando todo era dicha y felicidad

entre los recién casados, se presentó muy amable Doña Felipa, la cuál le dio aquel presente a Felipa, que era

un cojín de plumas muy bonito, relleno de aquellas plumas de pato embrujadas; desde esa noche, el cojín de

terciopelo fue la almohada donde reposaba su cabeza la ingenua Francisca, pero he aquí que desde le día

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siguiente, la joven se levantó de la cama con un extraño malestar: dolo de cabeza, mareos. En efecto,

corrieron ante Doña Felipa, a quien le contaron el extraño malestar con que había amanecido la hermosa

recién casada; pero ni cuidados ni descansos fueron suficientes, día con día se sentía Francisca desmejorada

y pálida, de fresca y lozana habíase tornado paliducha y débil y su alegría había desaparecido para dar paso

a una honda tristeza; pero a medida que pasaron los días, la muchacha se sentía peor, ya su rostro

desencajado era cadavérico, Y Domingo viendo el estado de su esposa llamó al médico, que desde luego

examinó a la enferma, para rendir un diagnóstico, que no fue nada bueno, pues la pobre mujer presentaba el

aspecto de los presos de las galeras y mazmorras. Los temores de Francisca no fueron infundados, antes de

deis meses había muerto víctima de aquel extraño mal; una vez enterrada Domingo se encerró en su alcoba

durante días y días, apenas si comía lo que tomaba de la cocina por las noches y se negó por mucho tiempo

a dejar entrar a su ,madre que fingidamente trataba de consolarle, sin embargo su desgracia del joven por las

noches le pesaba enormemente regando el lecho de su amado con su llano; e hizo entonces un santuario en

su alcoba y besó los lugares que ella tocaba y durmió sobre su cojín de terciopelo rojo.

Al fin, una de esas noches Domingo se despertó sobresaltado, al sentir la presencia de algo sobrenatural

junto a su lecho; surgió entonces de entre las sombras dela alcoba, la visión más horrenda que pudieran

contemplar ojos humanos: era Doña Francisca descarnada, que había venido de ultratumba a advertirle del

cojín embrujado, el cuál provocó su muerte, chupándole la sangre poco a poco, hasta llevarla a la tumba, y

que las autoras del crimen habían sido su madre y la bruja.

Antes de que el horrible fantasma se diluyera entre las sombras, Domingo le hizo un juramento, que era

vengar su muerte; entonces, el muchacho salió a hurtadillas de la casa y se dirigió a hacer la denuncia ante el

Santo Oficio, que esa misma tarde se presentó a la casa; de un tajo fue roto el cojín de terciopelo rojo,

cayendo al suelo extrañas plumas de ánade, lo espantoso fue que, a la hora de oprimir el cañón de las

plumas, se escapó un líquido rojo, que era sangre humana, de aquella victima, Francisca de Bañuelos. Y al

ver las plumas caídas en el suelo, se comprobó que se movían como sierpes (víboras), como impulsadas por

una satánica fuerza, furioso, piso aquellas plumas Domingo, hasta que la sangre que contenían formó

extenso charco. Tratando de hallar piedad en su acto criminal, Doña Felipa cayó de rodillas ante el fraile.

Sometida a torturas crueles, Doña reveló el sitio donde se hallaba la bruja, de allí la sacó el Santo Oficio;

cabe decir que, aunque establecido el Tribunal de la Fe, hasta 1571, los castigos contra brujas y herejía se

practicaban ya en Nueva España, y que estos juicios se celebraban en forma rápida y expedita; los acusados

eran encarcelados tras el juicio y después conducidos a la horca ó la quema. En un juicio sumario, se

condenó a ambas mujeres a morir quemadas en la entonces Plaza de Santo Domingo; Doña Felipa de

Heredia y la bruja, cuyo nombre real jamás se supo, fueron atadas a los postes, y según rezaba la sentencia,

fueron quemadas en leña verde, para después esparcir sus cenizas a los vientos diabólicos de la noche.

Durante algunos mese Domingo de Hurtado y Palomares se encerró en su casona rumiando su tristeza, tal

vez su arrepentimiento; la gente y el mismo se señalaba como el delator de su madre y el responsable de su

horrible y vergonzante muerte.

No volvió a saberse nada sobre Domingo, aunque algunos aseguran se marchó a España, llevándose

consigo pena y fortuna.

Page 3: Doña francisca la embrujada

Los macabros moradores de la casa de los Arcos (Sucedió en la calle de

Analco, hoy Arcos de Belem)

De la época colonial son pocos los vestigios que quedan en la hoy llamada Avenida

Arcos de Belem; si acaso el templo y el convento de los betlemitas, que después fuera

por muchos años la Escuela Médico Militar.

En nombre del progreso han entrado en los viejos edificios el pico y la pala con su obra

devastadora, demoliendo casas llenas de historia y tradición; tal fue el caso del Palacio

de Doña Soledad de Castaño y Burgos, dama sobre la cual se aborda una extraordinaria

historia y espeluznante leyenda y que, según las crónicas vivió en el año 1642. En

aquella época era virrey el duque de Escalona, conocido entre otras cosas por haber

dado a su gobierno el aspecto de una ostentosa corte, en la que privaban la corrupción

y la intriga.

Mucho se habló de amoríos secretos entre el duque y doña Soledad, que nadie sabía de

dónde había obtenido su cuantiosa fortuna, el hecho que la dama en cuestión hacía

honor a la época de lujo, derroche y disipación ofreciendo grandes saraos en su palacio

de la calle de Analco. Nunca se le vio al virrey asistir a una de esas fiestas, pero si, en

cambio se veía sumamente concurrida por cortesanos y nobles que se disputaban una

sonrisa ó una mirada de doña Soledad, desde los más jóvenes hasta los más maduros;

siempre había riñas entre los caballeros asistentes y para que las cosas no pasaran

mayores intervenía la dueña de la casa.

Siempre al terminar una fiesta doña Soledad esperaba a un caballero en su alcoba, en

esta ocasión fue don Vicente, pero el afortunado resultó un joven que astutamente

había permanecido escondido. Su juvenil corazón empezó a latir furiosamente, al oír

que los criados cerraban el portón, y los menudos pasos de la dama por el corredor,

salió de su escondite y le habló de lo que los sentimientos que habían despertado en su

corazón. Sin embargo, a pesar de mostrarse sorprendida y hasta escandalizar, lo cierto

es que a la poco escrupulosa doña Soledad le halagaba en apasionamiento del

muchacho; afecta a buscar nuevas experiencias una vez más dio rienda suelta a sus

pasiones.

Don Vicente llegaría dos horas después, que traía una llave de una puertecita secreta

que la mujer le había dado, pero al querer entrar en la alcoba que según le habían

dicho se encontró nada menos que al joven y acto seguido entraron en combate, y sin

más el chico lanzó un furioso mandoble sobre el sorprendido don Vicente que apenas

pudo esquivar; pero el segundo más diestro y experimentado en el manejo de la

espada, pronto cedió el lance en su favor; doña Soledad creyó perdido al mancebo y

ofuscada por el miedo se arrojo sobre don Vicente armada de filoso puñal, pero

desafortunadamente el caballero cayó hacia delante y accidentalmente atravesó al

indefenso joven, ambos cayeron heridos de muerte.

La dama rectificó que nadie se hubiera percatado de los hechos, y acto seguido arrastro

el cadáver de don Vicente al otro extremo del corredor donde movió una moldura de la

decoración de la pared, ésta cedió dejando ver una escalera que bajaba en medio de la

oscuridad, arrojó en seguida el cuerpo inanimado del hombre dando tumbos hasta

chocar con una corriente de agua, después hizo lo mismo con el joven. La pared se

volvió a cerrar y doña Soledad se dispuso a limpiar cuidadosamente la sangre de piso y

muros y a pensar en una historia creíble de las repentinas desapariciones.

Al día siguiente los sirvientes no hicieron preguntas acerca del joven, por lo que la

mujer aprovechó esto para diseminar la versión de que se había ido de la casa sin dar

aviso alguno y como si nada hubiera pasado siguió con su vida de orgías y disipación;

aunque para los habitantes del México Colonial pasaban cosas extrañas en torno a doña

Soledad, sus amantes que desaparecían sin dejar rastro, brujería, entre otros rumores.

Pero el tío del joven, don Andrés de Calderón y Díaz no se podía quedar tranquilo y

decidió averiguar las extrañas actividades de aquella mujer llendo a su casa para hablar

también sobre la repentina desaparición de su sobrino. La discusión entre ambos llegó a

tal grado, que doña Soledad aprovechó esto para llorar y que aquel hombre que era

todo un caballero no podía ver lágrimas en los ojos de una dama sin sentirse

Page 4: Doña francisca la embrujada

conmovido.

Don Andrés estaba a punto de retirarse, cuando la mujer le ofreció alojamiento en su

casa, insistiéndole hasta poderlo convencer y nuevamente el caballero se vio

desarmado ante ella; pero la oferta de la dama no era de a gratis, ya que esa misma

tarde inició sus labores de seducción con una rica comida, decidida a hacer que el señor

de Calderón se olvidara de investigar lo que había sido de su sobrino Diego.

Cuando por la noche se retiraron a dormir, don Andrés ya no podía apartarla de su

pensamiento, soñando con doña Soledad permaneció largo rato, hasta que de pronto

sitió la presencia de alguien más en su habitación, y no precisamente que estuviera

vivo; pasado el suceso, el hombre sentía escalofríos y se sirvió un vaso de vino, pero al

querer llevárselo a los labios sintió que algo le jalaba el brazo, la impresión que le hizo

aquel contacto invisible y helado lo hizo soltar aterrorizado el vaso. Los cabellos se le

erizaron y miró asustado a su alrededor, la temperatura comenzó a disminuir y eso lo

hizo estremecerse de pies a cabeza, acto seguido la luz de la bujía se apagó y sin

embargo, la habitación quedó iluminada por una extraña y lúgubre fosforescencia. El

terror había paralizado a don Andrés, pues la silueta que se destacaba en una de las

esquinas de la habitación empezó a moverse lentamente hacia él, hasta que se destacó

claramente ante sus ojos el rostro de aquella aparición, que conocía muy bien: era su

sobrino Diego. El joven pálido y frío le lanzó una tristísima mirada y entreabrió los

labios como para decir algo; pero una sombra gigantesca surgió y lo envolvió

totalmente, dejando la habitación sumida en la oscuridad; acto seguido entró la

seductora doña Soledad alarmad, al verle tembloroso y con el rostro pálido pregúntole

que le acontecía, para lo que el hombre le relato aquel sobrenatural suceso.

La astuta mujer se las ingenió para salirse con la suya una vez más, pues don Andrés

sucumbió a sus encantos como tantos otros, sin embargo, no por eso se tranquilizó. A

la mañana siguiente el día estaba nublado y los corredores de la casa sumamente

oscuros; pero cuando el abandonó su cuarto para dirigirse al comedor volvió a

experimentar una extraña sensación, pues sentía que varias presencias invisibles y

etéreas lo seguían, pero sin volver la cabeza apresuró el paso hasta entrar en el

comedor. Sin embargo, cuando más tarde volvió a tener la misma sensación empezó a

intrigarse seriamente sobre lo que podría ser; pero mientras más hacía por vencer el

miedo y establecer contacto con todos aquellos fantasmas, más parecía impedirlo, ya

que la sombra gigantesca que siempre los cubría para hacerlos desaparecer.

Intrigado por estos acontecimientos sobrenaturales, don Andrés decide dar parte a las

autoridades del Santo Oficio, aún exponiéndose a que lo acusaran de herejía; pero doña

Soledad se entera de sus planes y pone el grito en el cielo, pero al resultarle imposible

convencerlo de los contrario, recurre nuevamente a sus armas de seducción para

impedirle al preocupado hombre que pusiera en marcha sus propósitos. Finalmente don

Andrés quedó convencido de que podía ir al Santo Oficio a la mañana siguiente.

La noche se presentó oscura y desapacible, fuerte vendaval estremecía las copas de los

árboles y cimbraba puertas y ventanas de la casa. Mientras tanto, dentro de las casa, el

caballero había podido dormirse tal vez por no haberlo hecho bien la noche anterior y la

mujer lo contemplaba de una manera muy extraña planeando algo por demás malo; del

buró preciosamente tallado que había junto a su cama, extrajo una filosa daga de

mango de marfil y acto seguido levantó la mano para descargar un brutal golpe de

cuchillo sobre el corazón de don Andrés, pero hubo de soltar la daga casi en seguida,

pues sintió que dos manos fuertes y vigorosas le atenazaban el brazo para impedirle

todo movimiento; entonces comenzó a sentir que el brazo le ardía de una manera

horrible y al escuchar los gritos, se despierta el caballero, quien quiso aliviarla de su

dolor y fue cuando advirtió unas manchas enrojecidas en el tornado y blanco brazo de

la dama, y don Andrés ayudado por los sirvientes colocó compresas frías en su brazo,

pero esto servía de nada porque los dolores eran cada vez más intensos, hasta que

finalmente perdió el sentido.

El tío de Diego, dado a los acontecimientos decide ir acto seguido al Santo Oficio a

relatar los sucesos. Entre tanto doña Soledad se encontraba en sus aposentos

recobrando el sentido y una de sus sirvientas le relata lo que el caballero fue a hacer.

Page 5: Doña francisca la embrujada

Ante el azoro de la sirvienta, la mujer saltó del lecho y quiso salir de la habitación, la

primera quiso detenerla, pero la segunda la apartó con un vigoroso empujón. La dama

salió espantada por el corredor, mientras la criada daba desesperadas voces; doña

soledad llega al final del corredor y mueve la moldura de la pared se introduce en la

puerta que se abrió y en ese preciso momento llegaban don Andrés y el sacerdote,

quienes sorprendidos la vieron descender por aquella escalera oscura y lúgubre;

optaron por seguirla, la oscuridad era cada vez más impenetrable y el sacerdote

encendió el cirio bendito que llevaba.

Doña Soledad se encontraba en el último peldaño de la escalera mirando como

hipnotizada las negras aguas que se abrían a sus pies; don Andrés y los sacerdotes

contemplaron algo que los dejó de una pieza: de las turbulentas aguas surgió una

extraña embarcación con un tétrico remero que se acercó hasta donde se encontraba la

mujer y le tendió la mano, ella de manera instintiva retrocedió, pero aquella mano

peluda y bestial la aferró fuertemente del brazo haciéndola lanzar un alarido de dolor;

en ese momento, de debajo de las aguas surgieron infinidad de espectros y bestias

infernales, que la hicieron entrar a la siniestra embarcación y debatiéndose con

desesperación entre aquellos entes infernales, doña Soledad se alejó de la orilla a bordo

de la lancha remada por el extraño encapuchado.

El sacerdote miró con el rostro desencajado a don Andrés, corroborando el religioso lo

que el caballero le había venido a relatar momentos antes.

La casa fue bendecida y se dijeron muchos exorcismos para liberarla de los espíritus

infernales, que se creía la habitaban, pero con todo eso, continuaron las pariciones de

Diego y otros más, entre los que se reconocieron los antiguos amantes de doña

Soledad, y por ese motivo la casa a la que le decían de los Arcos por estar frente a los

Arcos de Belem, fue llamada también de los moradores macabros.

Don Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, Duque de Escalona fue destituido a poco

de estos acontecimientos, pues mucho se dijo que en parte fue por haber sido protector

de doña Soledad.

La casa quedó abandonada. Don Andrés decidió mandar decir varias misas en sufragio

del alma de su sobrino Diego; y siglo y medio después, cuando empezaba a hablarse de

las insurrecciones contra España, la casa de los Arcos ó de los habitantes macabros fue

demolida, pero al arrasarla encontraron entre el lodo que había en sus cimientos varios

esqueletos, para lo cual se dio parte a la Inquisición, pero misteriosamente no dio

importancia al hecho, ¿la razón?, quizá porque seguían pensando que aquel lugar era la

entrada del infierno, y que los cadáveres encontrados pertenecían a personas

codenadas por sus culpas.