dominique lapierre, javier moro - era medianoche en bhopal-2

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  • i Planeta

  • Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados

    Dominique Lapierre/Javier Moro, 2001 Editorial Planeta, S. A., 2001

    Crsega, 273-279, 08008 Barcelona (Espaa) Diseo de la sobrecubierta: Departamento de Diseo de Editorial Planeta Ilustracin de la sobrecubierta: foto Suzanne Held Ilustraciones del interior: archivo autores, Jamaini y Zahur Ul Islam Primera edicin: marzo de 2001 Depsito Legal: B. 10.624-2001 ISBN 84-08-03845-1 Composicin: Foto Informtica, S. A. Impresin: A&M Grafic, S. L. Encuademacin: Argraf Encuademacin, S. L. Printed in Spain - Impreso en Espaa

  • El hombre y su seguridad deben constituir la

    preocupacin fundamental de toda aventura tec-

    nolgica.

    No olvidis nunca esto cuando estis metidos

    de lleno en vuestros planos y en vuestras ecua-

    ciones.

    ALBERT EINSTEIN

  • Carta a los lectores

    Un da conoc a un indio alto, de unos cuarenta aos, la frente

    ceida con un pauelo rojo y el pelo anudado en una trenza en

    la nuca. Su sonrisa resplandeciente y el calor de su mirada

    me hicieron inmediatamente comprender que aquel hombre

    era un autntico apstol al servicio de los ms desfavorecidos.

    Habindose enterado de que el segundo barco-dispensario

    Ciudad de la alegra acababa de ser botado en el delta del

    Ganges para socorrer a las poblaciones de cuarenta islas total-

    mente desprovistas de asistencia mdica, quera solicitar mi

    ayuda.

    Desde hace diecisis aos, Satinath Sathyu Sarangi, ste es

    su nombre, anima una organizacin no gubernamental, apol-

    tica y no confesional, empeada en cuidar a las vctimas ms

    pobres y ms abandonadas de la mayor catstrofe industrial de

    la historia, la que, en la noche del 2 al 3 de diciembre de 1984,

    a causa de un escape masivo de gases txicos, mat entre die-

    cisis mil y treinta mil personas y caus ms de quinientos mil

    heridos en la ciudad de Bhopal, en la India.

    Tena un vago recuerdo de esa tragedia, pero, en cincuen-

    ta y dos aos de peregrinaciones por todo este inmenso pas,

    no me haba detenido nunca en la magnfica capital del Madhya

    Pradesh.

  • Sathyu vena a pedirme financiacin para montar y equipar

    una clnica ginecolgica con el fin de curar a las mujeres sin

    recursos que, diecisis aos despus del accidente, an sufren

    sus terribles secuelas.

    Fui a Bhopal. Lo que descubr ha sido, sin duda, uno de

    los mayores traumas de mi existencia. Gracias a mis derechos

    de autor, y a la generosidad de los lectores de La ciudad de la

    alegra y Mil soles, hemos podido abrir esta clnica, que hoy

    en da recibe, atiende y cura a un centenar de mujeres a las

    que todos los hospitales de la ciudad haban abandonado a su

    suerte.

    Pero sobre todo esa experiencia me puso sobre la pista de

    uno de los temas ms conmovedores de toda mi carrera de pe-

    riodista y escritor: por qu y cmo pudo llegar a producirse

    un acontecimiento tan trgico? Quines han sido sus promo-

    tores, sus actores, sus vctimas y, finalmente, sus beneficiarios?

    Ped al escritor espaol Javier Moro, autor de un soberbio

    libro sobre el drama del Tibet, que viniese a reunirse conmigo

    en Bhopal. Nuestra investigacin ha durado tres aos. Este libro

    es su fruto.

    D. L.

  • A los hroes del Orya bast, de Chola

    y de Jai Prakash nagar

  • Primera parte

    Una nueva estrella en el cielo de la India

  • 1 Petardos que matan, terneros

    que mueren, insectos que asesinan

    Mudilapa, una de las quinientas mil aldeas de la India y sin

    duda una de las ms pobres de ese pas, grande como un con-

    tinente. Situada al pie de los montes salvajes de Orissa, en ella

    vivan unas sesenta familias de la comunidad de los adivasis,

    los descendientes de las tribus aborgenes que poblaban la India

    hace unos tres mil aos, y que los invasores arios venidos del

    norte empujaron hacia las zonas montaosas, menos frtiles.

    Aunque estaban oficialmente protegidos por las autori-

    dades, los adivasis permanecan en su mayora apartados de los

    programas de desarrollo que, a principios de los setenta, inten-

    taron transformar la vida de los campesinos en la India. Los

    habitantes de la regin, desprovistos de tierras, intentaban man-

    tener a sus familias trabajando como jornaleros. Cortar la caa

    de azcar, bajar a las minas de bauxita, romper piedras a lo lar-

    go de las carreteras... Aquellos desamparados de la mayor demo-

    cracia del mundo no rechazaban ningn trabajo.

    Adis, mujer ma; adis, nios; adis, padre; adis, madre;

    adis, loro! Que el dios vele por vosotros en mi ausencia!

    Al principio de cada verano, mientras un calor infernal aplas-

    taba la aldea como una losa de plomo, un hombrecillo seco y

    fuerte, de piel muy oscura, se despeda de los suyos antes de

    alejarse con su petate sobre la cabeza. Ratna Nadar, de trein-

  • ta y dos aos, se dispona a emprender un duro viaje de tres

    das a pie hasta un palmeral a orillas del golfo de Bengala.

    Gracias a la musculatura de sus brazos y de sus pantorrillas, ha-

    ba sido contratado por un tharagar, un reclutador de mano de

    obra itinerante. El trabajo en un palmeral exige una agilidad y

    una fuerza atltica poco comunes; hay que trepar con las manos

    desnudas, sin arns de seguridad, hasta la cima de las palmeras,

    altas como edificios de cinco pisos, para hacer un corte en la

    base de las hojas y recoger la miel que segrega el corazn del

    rbol. Estos acrobticos ascensos eran la razn por la cual a

    Ratna y a sus compaeros se los conoca como

    hombres-mono. Cada noche, el capataz de la finca iba a

    cargar la preciada cosecha para llevrsela a un confitero de

    Bhubaneshwar.

    Ratna nunca haba podido saborear el delicioso nctar.

    Pero las cuatrocientas rupias de su trabajo temporal, gana-

    das con riesgo de su vida, le permitan alimentar a los siete

    miembros de su familia durante varias semanas. En cuanto

    presenta su regreso, su esposa, Sheela, encenda un baston-

    cillo de incienso frente a la imagen de Jagannath, que deco-

    raba un rincn de la choza, para dar las gracias al dios del

    universo, una de las formas del dios hind Visn venerada

    por los adivasis. Sheela era una mujer frgil, vivaz, siempre

    sonriente. La coleta en la espalda, los ojos en forma de almen-

    dra y sus sonrosadas mejillas le daban un cierto aire de mue-

    ca china. Y no haba nada sorprendente en ello: sus antepa-

    sados pertenecan a una tribu aborigen oriunda de Assam, en

    el extremo norte del pas.

    Los Nadar tenan tres hijos. La mayor, Padmini, de ocho

    aos, era una nia delicada, de largos cabellos negros recogi-

    dos en una doble trenza. Haba heredado los bonitos ojos achi-

    nados de Sheela y el perfil de su padre. El pequeo aro de oro

    que, segn la tradicin, le atravesaba una aleta de la nariz, subra-

    yaba el resplandor de su rostro. Desde el alba hasta la noche,

  • Era medianoche en Bhopal 15

    Padmini era la nica ayuda de la casa. Se ocupaba de sus dos

    hermanos, Ashu, de siete aos, y Sunil, de seis, dos diablillos

    hirsutos, ms dispuestos a matar lagartos a pedradas que a ir a

    por agua a la charca del pueblo. En el hogar de los Nadar vivan

    tambin los progenitores de Ratna: su padre, Prodip, de fac-

    ciones muy marcadas y con un eterno bigotillo gris, y su madre,

    Shunda, arrugada y con una joroba prematura.

    Como decenas de millones de nios indios, Padmini y sus

    hermanos no haban tenido la suerte de acercarse a la pizarra

    de una escuela. La nica enseanza que haban recibido haba

    sido la de aprender a sobrevivir en el pauprrimo mundo don-

    de los dioses los haban hecho nacer. Y como los dems habi-

    tantes de Mudilapa, Ratna Nadar y los suyos vivan al acecho

    de la menor oportunidad de ganar unas rupias. Una de esas

    oportunidades volva todos los aos al principio de la esta-

    cin seca, cuando llega la hora de cosechar las distintas hojas

    que sirven para confeccionar los bidis, los finos cigarrillos indios

    de forma cnica.

    Durante seis semanas, Sheela, sus hijos y los padres de Ratna

    partan todas las maanas al alba con los dems aldeanos hacia

    la selva de Kantaroli. El espectculo de aquella gente, que inva-

    da la maleza como si de una nube de insectos se tratara, era

    fascinante. Cogan una hoja con precisin de autmata, la depo-

    sitaban en un morral y volvan a repetir incansablemente el

    mismo gesto. Cada hora, los recolectores se detenan para con-

    feccionar ramilletes de cincuenta hojas. Si se daban prisa, po-

    dan hacer hasta ochenta ramilletes en un da. Por cada rami-

    llete pagaban treinta paisas, unas dos pesetas, el precio de un

    par de berenjenas.

    Los primeros das, mientras la recoleccin se haca en la lin-

    de de la selva, la joven Padmini a menudo consegua hacer unos

    cien ramilletes. Sus hermanos, Ashu y Sunil, no tenan la mis-

    ma agilidad para arrancar de un golpe las hojas del tallo y su

  • cosecha se resenta por ello. Pero entre los seis -nios, madre

    y abuelos-, volvan a casa todas las noches con casi un cente-

    nar de rupias, una fortuna para esa familia, acostumbrada a

    sobrevivir un mes entero con mucho menos.

    Un da corri por Mudilapa y sus alrededores el rumor de

    que se reclutaban nios en una fbrica de cigarrillos y ceri-

    llas que haban abierto recientemente. Gran parte de los cien

    mil millones de cerillas producidas cada ao en la India se fabri-

    caban todava a mano, principalmente por nios cuyos

    dedi-tos lograban hacer maravillas. Ocurra lo mismo con los

    bidis. Si trabajaba sin parar desde el alba hasta el

    anochecer, un nio poda enrollar hasta mil doscientos

    cigarrillos al da.

    La inauguracin de esa fbrica caus una autntica con-

    mocin entre los habitantes de Mudilapa. Todo vala para sedu-

    cir al tharagar encargado de reclutar la mano de obra. Hubo

    madres que se precipitaron hacia el mohajan, el usurero de la

    aldea, para empear sus ltimas joyas; hubo padres que ven-

    dieron su nica cabra. Y eso a pesar de que las condiciones de

    trabajo propuestas eran extremadamente duras.

    -Mi camin pasar todos los das a las cuatro de la madru-

    gada -anunci el tharagar a los padres de los nios que haba

    escogido-. Ojo con los que no estn fuera esperando!

    -Cundo nos devolvern a los nios? -pregunto preocu-

    pado el padre de Padmini, hacindose eco del sentimiento de

    los dems.

    -No antes del anochecer -contest secamente el tha-

    ragar.

    Sheela vislumbr una expresin de miedo en el rostro de su

    hija, y en seguida trat de tranquilizarla.

    -Padmini, piensa en cmo ha acabado tu amiga Banita.

    Sheela se refera a la hija de sus vecinos, a la que sus padres

  • Era medianoche en Bhopal 17

    haban vendido al ciego de la aldea para poder alimentar a

    sus otros hijos. Ese tipo de trato era corriente. A veces, unos

    padres demasiado ingenuos entregaban a sus hijas a contratis-

    tas que trabajaban para proxenetas, creyendo que seran emplea-

    das como criadas en una familia o como obreras en algn taller.

    Era todava de noche cuando son la bocina del camin.

    Padmini, Ashu y Sunil ya estaban fuera, esperndolo, acurru-

    cados los unos contra los otros. Tenan fro. Su madre se haba

    levantado antes que ellos para prepararles comida: un pua-

    do de arroz sazonado con un poco de dal (1), dos chapatis (2)

    para cada uno y una guindilla troceada en tres, todo envuelto

    en una hoja de banano.

    El camin se detuvo frente a un hangar recubierto de tejas,

    con un muro de tierra seca por detrs y unos pilares que

    sostenan el techo por delante. Segua siendo de noche y las

    lmparas de petrleo apenas conseguan iluminar el enorme

    edificio. El capataz era un hombre imponente y autoritario, que

    iba vestido con una camisa sin cuello y un taparrabos blanco.

    En la oscuridad, tena la impresin de que sus ojos brillaban

    como las brasas de nuestra chula (3), cont despus Padmini.

    -Sentaos todos a lo largo de la pared -orden.

    Cont a los nios y los reparti en dos grupos, uno para

    los bidis, el otro para las cerillas. A Padmini la separaron de

    sus hermanos y la mandaron al grupo de los cigarrillos.

    -A trabajar! orden el hombre del taparrabos blanco dan-

    do palmadas.

    -Sus ayudantes trajeron entonces unas bandejas llenas de

    hojas como las que Padmini haba recolectado en la selva. El

    mayor se puso en cuclillas frente a los nios para mostrarles

    (1) Pur de lentejas, fuente principal de protenas vegetales.

    (2) Tortitas de trigo.

    (3) Pequeo hornillo artesanal.

  • cmo haba que enrollar las hojas, dndoles la forma de un

    pequeo embudo, rellenarlas con picadura de tabaco y despus

    atarlo todo con hilo rojo. A Padmini no le cost imitarlo. En

    un instante, confeccion un paquete de bidis. Lo nico que

    no me gustaba era el olor picante de las hojas -confes-. Pero

    para acabar con el montn que tenamos delante de nosotros,

    lo mejor era pensar en el dinero que llevaramos a casa.

    Otros empleados colocaron pilas de minsculos bastonci-

    llos frente a los nios encargados de fabricar las cerillas.

    -Los metis uno a uno en los dientes de este soporte met-

    lico les explic el capataz. En cuanto est lleno, les dais la

    vuelta y mojis la punta de los bastoncillos en esta escudilla.

    El recipiente contena azufre lquido. Nada ms sacar las

    puntas de las cerillas, el azufre se solidificaba.

    El hermano menor de Padmini miraba con aprensin el

    lquido humeante.

    -Nos quemaremos los dedos! -dijo preocupado, lo bas-

    tante fuerte como para que el capataz lo oyese.

    -Cretino! -replic este ltimo-. Te he dicho que mojes

    solamente la punta de los trocitos de madera, no los trozos ente-

    ros. Nunca has visto una cerilla?

    Sunil agach la cabeza. Pero su temor era insignificante

    comparado con el peligro real que representaban los vapores

    txicos que emanaban del recipiente. Hubo nios que no tar-

    daron en sentir quemaduras en los pulmones y en los ojos.

    Muchos acababan desmayndose. El capataz y sus ayudantes

    los reanimaban a tortazos o lanzndoles cubos de agua. Los

    que caan de nuevo eran expulsados de la fbrica sin piedad.

    Poco tiempo despus de nuestra llegada, un segundo han-

    gar fue construido para albergar un taller de fabricacin de

    petardos -cont Padmini. All mandaron a mi hermano Ashu

    y a unos veinte nios ms. Ya no lo vea ms que una vez al da,

    cuando le llevaba su parte del almuerzo que nuestra madre nos

  • Era medianoche en Bhopal 19

    haba preparado. El capataz anunciaba la pausa de la comida

    dando un campanazo. La que se armaba si no volvas a tu sitio

    al segundo aviso! El jefe te pegaba con una vara que haca girar

    constantemente en el aire para asustarnos y empujarnos a tra-

    bajar ms deprisa. Aparte de esa breve interrupcin, trabaj-

    bamos sin parar desde que llegbamos hasta la noche, cuando

    el camin nos devolva a casa. Mis hermanos y yo estbamos

    tan cansados que nos echbamos sin comer en el charpoi (4)

    y nos dormamos en seguida.

    Unos meses despus de la inauguracin del taller de petar-

    dos, una tragedia se cerni sobre la fbrica. Padmini vio cmo

    de pronto una enorme llamarada ilumin el hangar donde tra-

    bajaba su hermanito Ashu. La explosin arranc el techo y el

    muro. Unos nios salieron gritando entre la humareda; esta-

    ban llenos de sangre, la piel les colgaba a jirones. El capataz y

    sus ayudantes intentaban apagar el fuego con cubos de agua.

    Padmini, asustada, se precipit hacia la hoguera gritando el

    nombre de su hermano, pero nadie le respondi. Corra por

    todas partes y tropez. Al caer, vio un cuerpo en el suelo. Era

    su hermano. No tena brazos. Sus ojos estaban abiertos como

    si me mirasen, pero no se movan -dijo-. Ashu estaba muer-

    to. A su alrededor haba otros cuerpecillos despedazados. Me

    levant y fui a darle la mano a mi otro hermano, que se haba

    refugiado en un rincn del hangar de las cerillas. Me sent a

    su lado, nos abrazamos y lloramos en silencio.

    Un mes despus del drama, un funcionario con el unifor-

    me militar de los servicios veterinarios de Orissa lleg a

    Mudilapa a bordo de un jeep con sirena y luces giratorias. Era

    (4) Literalmente, cuatro pies. Camastro hecho de cuerdas trenzadas

    sobre un marco de madera, soportado por cuatro patas.

  • la primera vez que un representante del gobierno haca su

    aparicin en la aldea. Llam a los habitantes con la ayuda de

    un megfono y toda la poblacin se congreg alrededor de su

    coche.

    -He venido a daros una gran noticia -declar, acarician-

    do el megfono con sus dedos cubiertos de anillos. De acuer-

    do con la poltica de ayuda a los campesinos ms desfavoreci-

    dos de nuestro pas, Indira Gandhi, nuestra primera ministra,

    ha decidido haceros un regalo.

    Mir divertido el asombro que se lea en los rostros de los

    all presentes. Y, sealando al azar a uno de ellos, pregunt:

    -T! Tienes idea del regalo que nuestra madre quiere ha-

    ceros?

    Un vecino del padre de Padmini dud.

    -Puede que nos regale un pozo -se atrevi a decir tmida-

    mente. Pero el hombre de uniforme ya se estaba dirigiendo hacia

    otro campesino.

    -Y t?

    -Nos va a construir una carretera de verdad.

    -Y t?

    -Quiere traernos la luz.

    -Y t?...

    En menos de un minuto, el enviado del gobierno pudo medir

    el estado de pobreza y de abandono de la aldea. Pero el moti-

    vo de su visita no tena nada que ver con esas acuciantes nece-

    sidades. Tras mantener el suspense por medio de un largo silen-

    cio, volvi a hablarles con voz paternal:

    -Amigos mos, he venido a anunciaros que nuestra bien-

    amada Indira ha decidido ofrecer una vaca a cada familia de

    Mudilapa.

    Una vaca? repitieron varias voces estupefactas.

    -Con qu vamos a alimentarla? -pregunt uno.

    -Nos os preocupis por eso -dijo el visitante-. Indira

  • Era medianoche en Bhopal 21

    Gandhi lo ha previsto todo. Cada familia recibir una parcela

    de tierra sobre la que haris crecer el forraje necesario para

    alimentar a vuestro animal. Y el gobierno os pagar por ese tra-

    bajo.

    Era demasiado bonito.

    -Los dioses han visitado nuestra aldea! -deca maravilla-

    da la madre de Padmini, siempre dispuesta a dar gracias al

    cielo por el ms mnimo favor-. Tenemos que hacer en segui-

    da una puja (5).

    El enviado del gobierno continu con su discurso. Hablaba

    con el nfasis propio de un poltico que distribuye prebendas

    antes de unas elecciones.

    -No os vayis, amigos, an no he terminado! Tengo que

    anunciaros otra noticia todava ms importante. El gobierno

    ha tomado medidas para que cada una de vuestras vacas pue-

    da dar un ternero gracias al semen extrado de toros especial-

    mente seleccionados e importados de Gran Bretaa. El

    esper-ma lo traern regularmente de Bombay y de Poona unos

    veterinarios del gobierno. Ellos mismos llevarn a cabo las

    inseminaciones. Este programa debe permitir la creacin en

    vuestra regin de una nueva raza capaz de producir ocho veces

    ms leche que el ganado local. Pero, ojo! Para alcanzar ese

    resultado debis comprometeros a no aparear nunca vuestras

    vacas con un toro de aqu.

    El asombro que se dibujaba en los rostros dio lugar a una

    explosin de alegra.

    -Nunca hemos recibido la visita de un benefactor como

    usted declar Ratna Nadar, convencido de que as expresa-

    ba el reconocimiento de todos.

    El da de la llegada de la manada, las mujeres sacaron del

    cofre familiar sus saris de boda y sus velos de fiesta como si fue-

    (5) Ceremonia de ofrenda ante el altar de un dios.

  • sen a celebrar Diwali o Dassahra (6). Bailaron y cantaron toda

    la noche alrededor de los animales mientras stos daban un

    concierto de mugidos. Los Nadar dieron a su vaca el nombre

    de Lakshmi, la diosa de la riqueza y la prosperidad que los

    adivasis veneran con tanto fervor como los hindes.

    Tal y como lo haba anunciado el mensajero del gobierno,

    unos veterinarios oficiales llegaron poco tiempo despus a

    Mudilapa. Traan consigo unas gruesas jeringas para proceder

    a la inseminacin del esperma britnico. Diez lunas despus, un

    ternero vino al mundo en el patio de cada una de las chozas

    del pueblo. Pero la alegra de los habitantes slo dur una noche.

    Ninguno de los terneritos pudo ponerse en pie para mamar.

    Lloraban como bebs hambrientos. Sheela intent hacer beber

    un poco de leche al suyo en un cuenco hecho con medio coco.

    Todos los terneros murieron uno tras otro. Era una desgracia.

    Voy a llevar a Lakshmi a un toro de los nuestros -anun-

    ci una maana Ratna Nadar a su familia.

    Su vecino adopt la misma decisin.

    -Nuestros terneros han muerto porque sus padres no son

    de aqu afirm.

    Pero el intento se revel infructuoso. Los agentes del gobier-

    no haban tomado sus precauciones, y para impedir que los

    campesinos llevaran a sus vacas a fecundar con un toro de raza

    local, los haban mandado castrar a todos.

    La esperanza de los habitantes de Mudilapa renaci cuan-

    do vieron brotar el forraje que haban sembrado para sus vacas

    sobre la parcelita donada por el gobierno. Por lo menos po-

    (6) Diwali, la fiesta de las luces, celebrada entre una explosin de fue-

    gos artificiales y petardos, es la fiesta ms alegre de todo el calendario hind.

    Dassahra, dcimo da de las fiestas de Durga, que conmemoran la victoria

    de la diosa sobre el demonio-bfalo de la ignorancia.

  • Era medianoche en Bhopal 23

    dran alimentar a sus animales! Todas las maanas, Ratna Nadar

    llevaba a su familia hasta su campo para vigilar la buena salud

    de la futura cosecha. Cierto da, observaron que la hierba haba

    cambiado sbitamente de color: se haba vuelto gris. No se deba

    a la falta de humedad porque el suelo estaba todava mojado

    por las ltimas lluvias. Al examinar cuidadosamente los tallos,

    Ratna descubri que unos pulgones negros devoraban la cor-

    teza y chupaban la savia. Los dems campesinos observaron lo

    mismo. Una calamidad se haba cernido sobre Mudilapa. Acaso

    el gran dios Jagannath estaba enfadado? Los Nadar y sus veci-

    nos fueron a pedir al brujo del pueblo que ofreciese una puja

    al dios para que los campos recobrasen la salud, si no sus vacas

    moriran de hambre. El brujo -un anciano de cabeza

    afeitada-traz un crculo alrededor de algunos brotes y se puso

    a bailar salmodiando frmulas rituales. Luego los roci con

    ghee, manteca lquida, y les prendi fuego uno a uno.

    Pero el dios Jagannath permaneci sordo. El forraje de los

    Nadar muri en unos das, devorado por el pulgn. Estaban en

    septiembre y no sera posible sembrar de nuevo antes de la pri-

    mavera. Muy pronto su vaca no tuvo ms que la piel sobre los

    huesos. La catstrofe lleg a odos de los mercaderes de ganado

    de la regin, que como buitres acudieron a arramblar a precio de

    saldo con los animales todava vivos. Los Nadar tuvieron que

    resignarse a que se llevasen a Lakshmi por cincuenta rupias.

    La venta les permiti sobrevivir unas semanas ms. Cuando

    la vieja Shunda, la abuela, que conservaba envueltos en un

    pauelo los ahorros de la familia, sac sus ltimas monedas,

    Ratna reuni a los suyos.

    -Voy a ir al mohajan declar. Empear el campo para

    que nos preste lo suficiente y as ir tirando hasta la prxima

    siembra. Esta vez, sembraremos trigo y lentejas, y buscaremos

    una manera de impedir que los malditos bichos devoren nues-

    tra cosecha.

  • -Ratna, padre de mis hijos -interrumpi tmidamente

    Sheela-, no te lo dije para no atormentarte ms, pero has de

    saber que ya no tenemos la parcela. Un da que habas ido a

    trabajar al palmeral, los del gobierno vinieron a por todas las

    parcelas que encontraron sin cultivar. Por mucho que me esfor-

    c en explicarles que los insectos se haban comido nuestras

    plantaciones, se negaron a admitirlo. No valis para nada!,

    grit su jefe, rompiendo los papeles que nos haban dado cuan-

    do vinieron con las vacas.

    La revelacin dej a la familia asombrada y sin fuerzas para

    decir nada. Esta vez, los Nadar parecan haber alcanzado el

    lmite de su capacidad de resistencia. Fue entonces cuando una

    voz surgi en la calurosa choza.

    -Voy a volver a enrollar bidis -declar Padmini.

    Sin embargo, su valiente ofrecimiento result intil. Unos

    das ms tarde, un tharagar desconocido pas por Mudilapa.

    Lo mandaba la Compaa de Ferrocarril de Madhya Pradesh

    para reclutar mano de obra destinada a los trabajos de desdo-

    blamiento de las vas que conducen a Bhopal, la capital del

    estado.

    -Podrs ganar hasta treinta rupias al da anunci a Ratna

    Nadar, despus de examinar con su ojo profesional los mscu-

    los del trepador de palmeras.

    Y mi familia? pregunt este ltimo.

    El tharagar se encogi de hombros.

    Pues llvala contigo. En Bhopal sobra sitio!

    Cont a los ocupantes de la choza.

    -Toma, aqu hay seis billetes de tren para Bhopal -dijo

    sacando de su longhi (7) seis cuadraditos de papel de color

    (7) Largo pao de algodn anudado en la cintura.

  • Era medianoche en Bhopal 25

    rosa-. Hay dos o tres das de viaje. Y aqu, toma cincuenta

    rupias de adelanto sobre tu primera paga.

    El trato se haba cerrado en menos de cinco minutos. Pero

    el gesto de aquel comprador de brazos no tena nada de gene-

    roso. Los adivasis constituan una reserva tradicional de mano

    de obra tan poco exigente como fcilmente explotable.

    El xodo de la familia Nadar no supuso problema alguno.

    Aparte de algunos utensilios, un poco de ropa y de Mangal, el

    inagotable loro de plumaje rojo y amarillo, no posean ningn

    otro bien. Las tormentas del prximo monzn se encargaran

    de destruir la choza, salvo que una familia que estuviera de paso

    tomase posesin de ella.

    Una maana, mientras los primeros rayos de Surya, el dios

    sol, enrojecan el horizonte, los Nadar se pusieron en marcha

    con Ratna y su padre, Prodip, a la cabeza. Cada uno portaba

    un hatillo. La pequea caravana, a la que se haban unido otras

    familias de Mudilapa, dej tras de s una nube de polvo. El joven

    Sunil, que cargaba con la jaula del loro, estaba emocionado con

    la perspectiva de la aventura. Padmini no poda contener las

    lgrimas. Antes de que el camino se desviase hacia el norte, gir

    la cabeza para mirar por ltima vez y despedirse de la choza de

    su infancia.

  • 2 El holocausto planetario de millones

    de insectos devastadores

    La desgracia de los campesinos indios de Mudilapa no era

    ms que un pequeo episodio de una tragedia que azotaba al

    conjunto del planeta. El pulgn negro que haba expulsado a

    los Nadar de su tierra perteneca a una de las ochocientas cin-

    cuenta mil especies de insectos que, desde el albor de la huma-

    nidad, haban arrebatado al hombre la mitad de sus recursos

    alimenticios. Los nombres dados a muchos de ellos no permi-

    ten imaginar la naturaleza y la importancia de los desastres de

    los que son culpables. Cmo sospechar que esos bichitos bau-

    tizados por el Tribunal Fitosanitario con nombres tan sugesti-

    vos como escarabajos violn, orugas procesionarias de los

    pinos, cicadelas doradas de la vid, moscas minadoras del

    trigo, polillas tortrcidas del melocotonero, noctuidas de

    las lentejas, o avispas portasierras del nabo, puedan revelar-

    se tan dainos malhechores? La variedad de sus armas, la ex-

    trema diversidad de sus apariencias y el brillo de sus caparazones

    convierten a esos parsitos en el ms fabuloso de los bestiarios.

    El resplandor de las alas de algunas mariposas destructoras de

    frutas evoca sofisticados adornos, al contrario que la piel vellu-

    da de las repugnantes orugas que destruyen los campos de al-

    godn. Cada especie tiene su propia manera de vivir a expen-

    sas de sus presas. Hay insectos chupadores, como el pulgn

  • Era medianoche en Bhopal 27

    de Mudilapa, mientras que otros son trituradores; los hay

    de-voradores, lamedores, estragadores, saqueadores,

    pulpvoros, fitfagos y xilfagos. Algunos de esos parsitos

    trituran los vegetales con las mandbulas; otros los chupan con

    su larga trompa; otros los lamen antes de aspirarlos con ayuda

    de una funda que les envuelve la lengua; otros los cosen a

    pualadas antes de sorber su savia. Algunos roen sus hojas,

    las recortan como encaje, las decapan o las acribillan de

    agujeritos. Otros invaden sus vasos, esparcindose entre la

    nervadura de las hojas. Espesos follajes se encuentran as

    bruscamente moteados de puntitos blanquecinos que albergan

    ejrcitos de asaltantes gruesos como cabezas de alfiler. Plantas

    sanas y vigorosas se ven de pronto cubiertas de pstulas

    parduscas que acaban por marchitarlas irremediablemente.

    Otros insectos aniquilan los vegetales cavando galeras que

    suben hasta la base de las hojas.

    Las musculadas pantorrillas de bailarina de los

    escaraba-juelos del lino les permiten saltar de un tallo a otro

    como acrbatas de circo, mientras las casidas de la remolacha

    se arrastran sobre las hojas con aires de tortuga patosa. Los

    escarabajos de resorte del cereal son filiformes, las tpulas de

    las legumbres son como gruesos mosquitos atiborrados de la

    sangre de sus vctimas. Las polillas asoladoras de las lentejas

    con escamas aladas iridiscentes, las moscas de tormenta,

    asesinos del olivar, los caros rojos como el brillo de un rub,

    terror de los ctricos, todos forman parte de una jungla de lo

    infinitamente pequeo, bulliciosa y amenazante.

    Por su ilimitada capacidad de adaptacin, estos insectos se

    encuentran en todos los hbitats y en todas las latitudes, tan-

    to en las arenas ardientes de los desiertos africanos como bajo

    los bancos de hielo del rtico. Algunos son responsables de

    varias de las mayores catstrofes de la humanidad, como la

    invasin de saltamontes del Antiguo Egipto, la de la filoxera,

    que acab con los viedos de Francia a finales del siglo xix, o

  • tambin la de los escarabajos de la patata, que mataron de ham-

    bre al pueblo irlands destruyendo su principal fuente de ali-

    mentacin.

    Todos esos bichitos actan sin tregua y no perdonan nin-

    gn cultivo. En los campos de trigo, de avena, de cebada y de

    centeno, el mismo gusano puede pasar de una espiga a otra.

    Con los tallos horadados y las races carcomidas por la bulimia

    de millones de larvas, superficies inmensas de cereales son des-

    trozadas antes de producir un solo grano. El arroz, que repre-

    senta ms del 60 por ciento del producto alimenticio de la pobla-

    cin mundial, es el blanco preferido de estos saqueadores.

    Cardadores de cuerpo moteado y cilindrico, ciempis rosa-

    dos, escarabajos mordedores, tpulas grisceas desprovistas de

    patas, orugas de polillas noctuidas, larvas de abejorros,

    cica-delas, nematodos: ms de un centenar de especies en

    todo el mundo atacan a esta gramnea. El invertebrado ms

    devastador es una mariposa llamada piral (literalmente,

    insecto que vive en el fuego), cuyas largas orugas grisceas

    horadan tneles en las espigas hasta provocar su cada. Tanto

    o ms destructivas son unas viciosas criaturas armadas de un

    estilete chupador, a las que un duro caparazn protege de sus

    depredadores. En cuanto a los gorgojos, han devorado sin

    duda ms arroz, ms trigo y ms patatas que todo lo que los

    hombres han consumido desde el inicio de la agricultura.

    Desde hace miles de aos, el hombre lleva a cabo una gue-

    rra sin cuartel contra los autores de tales estragos. Los textos

    de la antigua China, de la antigua Roma, de la Europa de la Edad

    Media, estn plagados de relatos, a veces demenciales, de esos

    combates. A falta de conocimientos cientficos eficaces, nues-

    tros lejanos antepasados recurran a dudosas prcticas mgi-

    cas o religiosas. Los campesinos nepales plantaban en los arro-

    zales unos carteles en los que se ordenaba a los insectos que se

    abstuvieran de penetrar so pena de denuncia jurdica. Menos

  • Era medianoche en Bhopal 29

    ingenuos pero igual de utpicos, los campesinos romanos hacan

    dar vueltas a sus mujeres embarazadas alrededor de los rbo-

    les frutales. La Europa cristiana de la Edad Media organizaba

    procesiones y novenas contra la polilla Cochylis y la polilla piral

    del trigo. Los agricultores de Venezuela daban golpes con un

    cinturn a sus mazorcas de maz con la esperanza de que ese

    tratamiento de choque reforzara su resistencia a los parsitos.

    Mientras los cultivadores de Siam sembraban sus campos de

    cascaras de huevo pinchadas sobre palitos, los de Malasia ata-

    ban sapos muertos a los tallos de bamb para ahuyentar a la

    mosca blanca de los arrozales. Las poblaciones del ao 1000,

    convencidas de que los ataques de los insectos eran consecuencia

    del pecado original, no dudaban en llevar a los insectos des-

    tructores a juicio. En Lausana, en 1120, unas orugas fueron exco-

    mulgadas. Cuatro siglos ms tarde, un tribunal de Auvernia con-

    denaba a otras orugas a terminar su miserable vida en el lugar

    que se les haba designado. El ltimo caso de excomunin de

    insectos se remonta a hace menos de un siglo.

    Por suerte, tambin se intentaron otras respuestas ms rea-

    listas. Los campesinos del sur de la India consiguieron ahogar

    millones de insectos destructores inundando sus campos en

    ciertas pocas del ao. En Kenia y en Mxico, la simple idea

    de intercalar en otros cultivos parcelas plantadas de maz como

    cebo permiti salvar las plantaciones de sorgo y de hortalizas.

    En otros lugares, como en los habitados por los indgenas del

    Amazonas, el descubrimiento de que tambin existen insectos

    depredadores de otras especies permiti ganar algunas bata-

    llas. Diversos textos del siglo ni cuentan que los agricultores

    chinos llenaban sus limoneros de hormigas devoradoras de

    vanessas, unas mariposas de colores que sembraban el terror

    en sus huertos. Quince siglos ms tarde, California salv sus

    plantaciones de ctricos de los estragos de la mosca australia-

    na gracias a las mandbulas de un escarabajo asesino.

  • A finales del siglo xix, la utilizacin de materias de origen

    vegetal, como la nicotina o la flor de pelitre, y ms tarde de sus-

    tancias minerales, como el arsnico y el sulfato de cobre, pro-

    porcion a los campesinos nuevas armas que pronto bautiza-

    ron con el nombre mgico de insecticidas, y posteriormente

    de pesticidas. El descubrimiento, en 1868, de que la pulveri-

    zacin del colorante, a base de un arsnico llamado verde de

    Pars, produca un cierto efecto sobre los parsitos del algo-

    dn, lanz a Estados Unidos a la comercializacin desenfre-

    nada de los venenos naturales. En 1910, la facturacin de la

    nueva industria norteamericana de insecticidas alcanzaba ya

    los veinte millones de dlares. Al verde de Pars se aadie-

    ron productos a base de arseniato de plomo. La primera gue-

    rra mundial provoc la expansin de esta industria en otras

    direcciones. Comprometidas las importaciones de verde de

    Pars por culpa de los submarinos alemanes y con el arsni-

    co acaparado para fabricar municiones, cohetes de bengala y

    gases de combate, los fabricantes de insecticidas recurrieron a

    la industria qumica.

    Los qumicos se apresuraron a aceptar el desafo, felices por

    encontrar una salida a los productos derivados del petrleo.

    Importantes sociedades de Europa y de Amrica invirtieron

    enormes partidas de dinero en la investigacin de molculas de

    sntesis eficaces contra los insectos dainos. La poca entre

    las dos guerras mundiales vio nacer as una serie de familias

    qumicas que ofrecan cada una nuevas posibilidades para exter-

    minar parsitos. En vsperas de la segunda guerra mundial se

    crey alcanzar la meta cuando un qumico suizo, Hermn

    Mueller, que buscaba fabricar un insecticida de contacto efi-

    caz, descubri una molcula que pareci colmar sus esperan-

    zas; sta llevaba el nombre brbaro de

    dicloro-difenil-triclo-roetano. El cientfico helvtico, sin

    embargo, le dio una denominacin abreviada; el mundo de

    los insectos poda empezar

  • Era medianoche en Bhopal 31

    a temblar: el DDT haba nacido! Este espectacular descubri-

    miento le vali a su autor el Premio Nobel de Fisiologa y de

    Medicina. Porque el DDT iba a permitir el exterminio masivo,

    en la escena de las operaciones militares, de los mosquitos por-

    tadores del paludismo, e iba a salvar as la vida a centenares

    de miles de soldados. Con el final de la guerra, ese insecticida

    orgnico encontr las aplicaciones civiles para las que haba

    sido inventado. Los estudios de campo demostraron que des-

    trua rpidamente una gama muy amplia de insectos fitfagos,

    lo que permiti un aumento inmediato de los rendimientos agr-

    colas. Las experiencias llevadas a cabo en los estados de Nueva

    York y de Wisconsin revelaron que la produccin de los cam-

    pos de patata tratados con DDT aumentaba un sesenta por

    ciento. La euforia provocada por tan buenos resultados deca-

    y cuando se descubri, cincuenta aos despus de su crea-

    cin, que el DDT contaminaba peligrosamente el suelo, los

    mamferos, los pjaros, los peces y hasta a los hombres, a tra-

    vs de los alimentos que consuman. Fue declarado ilegal en

    la mayora de los pases occidentales, y tanto en Europa como

    en Estados Unidos surgi una legislacin que obligaba a los

    fabricantes de pesticidas a respetar unas normas de protec-

    cin y de seguridad cada vez ms draconianas. Presionada

    por una agricultura impaciente, la industria orient sus inves-

    tigaciones hacia productos que conciliaban la destruccin de

    los insectos con una toxicidad tolerable para el hombre y su

    entorno. Comenzaba as una formidable aventura.

  • Un barrio de chabolas llamado Orya bast

    Despus de pasar cincuenta y nueve horas en el pintoresco abi-

    garramiento de un tren indio, los exiliados de Mudilapa llega-

    ron por fin a su destino, Bhopal. Durante los meses que siguie-

    ron a la independencia de la India, la prestigiosa ciudad se haba

    convertido en capital del estado de Madhya Pradesh, un terri-

    torio situado en el corazn geogrfico del pas y casi tan exten-

    so como dos veces Espaa. Padmini Nadar y su familia no ha-

    ban dejado de extasiarse frente a la belleza de los paisajes

    que atravesaban, particularmente durante las ltimas horas del

    recorrido. No era en esas profundas y misteriosas selvas don-

    de se haban refugiado el dios Rama y los hermanos Pandava de

    la mitologa hind, y donde Rudyard Kipling haba ambienta-

    do su gran Libro de la jungla? Seguiran pobladas de tigres y

    elefantes? Algunos kilmetros antes de su destino, la va frrea

    pasaba cerca de las clebres cuevas de Bimbhetka, que alber-

    gan magnficas pinturas rupestres.

    La estacin donde desembarcaron los inmigrantes de Orissa

    era uno de esos hervideros de gente lleno de ruidos, de agita-

    cin y de los olores que caracterizan las grandes escalas ferro-

    viarias de la India. Haba sido construida en el siglo xix. Las

    fiestas ms bulliciosas del folclore de los adivasis no hubieran

    podido dar a Padmini y a los suyos una idea del jbilo que se

  • Era medianoche en Bhopal 33

    vivi en la estacin el da de su inauguracin, el 18 de noviem-

    bre de 1884. Unir la rancia y magnfica capital a la red del ferro-

    carril haba sido idea de un administrador britnico despus

    de que una terrible sequa matase de hambre a decenas de mi-

    les de habitantes de la regin, privados de ayuda por falta de

    medios de comunicacin. Aunque el nombre del brillante coro-

    nel Henry Daly no pas a la historia, este benefactor fue, sin

    embargo, el autor del regalo ms preciado que una ciudad india

    poda entonces recibir de sus colonizadores. Una multitud de

    autoridades britnicas con uniformes cargados de condecora-

    ciones y todos los dignatarios locales vestidos de gala acudie-

    ron a la invitacin de la begum, una mujercita escondida bajo

    los pliegues de su burqa (1) que reinaba con el ttulo de begum

    sobre el sultanato de Bhopal. Los festejos duraron tres das y

    tres noches. La poblacin se congreg a lo largo de los rales

    engalanados con arcos de triunfo con los colores rojo, blanco

    y azul del Imperio britnico para vitorear al primer convoy de

    siete vagones decorados con estandartes. En el andn espera-

    ba una doble fila de lanceros a caballo, regimientos de cipayos

    con turbantes y los msicos de la rutilante banda real. En la

    poca no exista ni radio ni televisin para inmortalizar los dis-

    cursos intercambiados aquel da memorable entre los repre-

    sentantes de la reina Victoria, emperatriz de los pueblos de

    allende los mares, y la soberana de aquel rincn del Imperio

    britnico de las Indias. Doy un millar de gracias al Dios

    Todopoderoso que ha permitido a Bhopal disfrutar de la insig-

    ne proteccin de Su Majestad la Emperatriz para que resplan-

    dezca en nuestra tierra el brillo de la ciencia de Occidente...,

    haba declarado la begum Shah Jehan. En su respuesta, el envia-

    do de Londres haba exaltado las ventajas polticas y comer-

    (1) Chador, largo traje negro que llevan las mujeres musulmanas y que

    les disimula el rostro.

  • cales que la llegada del ferrocarril iba a aportar no slo al peque-

    o sultanato de Bhopal, sino tambin a toda la India central.

    Despus, haba alzado su vaso para brindar solemnemente

    por el xito de aquella maravilla moderna que la iluminada

    soberana haba pagado de su bolsillo. Los fuegos artificiales

    pusieron el broche de oro al acontecimiento. Aquel da, una

    parcela de la India ancestral abrazaba el progreso.

    Despus de bajar del tren, los Nadar permanecieron un

    momento en el andn, sin atreverse a dar un paso, aturdidos

    ante el espectculo que se ofreca a su vista. El andn estaba

    lleno de campesinos sin tierra llegados tambin, como ellos, en

    busca de trabajo, y pronto se encontraron prisioneros de un mar

    de gente que iba y vena en todas direcciones. Unos culis (2)

    trotaban con montaas de maletas y de paquetes en la cabeza,

    mientras los vendedores ambulantes ofrecan todo tipo de mer-

    cancas inimaginables. Jams haban visto tantas riquezas: pir-

    mides de naranjas, de chancletas, de peines, de tijeras, de can-

    dados, de gafas, de bolsos; pilas de chales, de saris, de dhotis;

    peridicos, comida y bebida de todo tipo. Padmini y los suyos

    estaban aturrullados, asombrados, despistados... A su alrede-

    dor, muchos viajeros parecan igual de perdidos. Slo el loro

    Mongol pareca sentirse a gusto. No cesaba de cantar su ale-

    gra con un parloteo que haca rer a los nios.

    -Pap, qu vamos a hacer ahora? -pregunt la nia, visi-

    blemente desamparada.

    Dnde vamos a dormir esta noche? aadi su herma-

    no Sunil, que sujetaba con firmeza la jaula del loro sobre la

    cabeza para que sus padres no lo perdieran de vista, dada su

    pequea estatura.

    (2) Porteadores.

  • Era medianoche en Bhopal 35

    -Hay que buscar a un polica -aconsej el viejo Prodip,

    quien, al igual que su hijo, no haba podido descifrar la hoja

    de contratacin que les haba dejado el tharagar de los ferro-

    carriles.

    En el exterior de la estacin, un agente con un casco blan-

    co intentaba canalizar el flujo catico del trfico. Ratna se abri

    paso hasta l. -Llegamos de Orissa le susurr tmidamente.

    Sabe usted si hay paisanos nuestros que vivan por aqu?

    El polica hizo una sea como si no hubiera entendido la

    pregunta.

    No era de extraar. Haba tantas personas que desembar-

    caban en Bhopal y que hablaban distintos idiomas...!

    De pronto, Padmini avist un vendedor de sarnosas (3) al

    final de la plaza. La nia, con ese sexto sentido que tienen los

    indios para identificar los orgenes y la casta de un desconoci-

    do, estaba segura de haber descubierto a un compatriota. Y

    no estaba equivocada.

    No os preocupis, amigos mos, hay un barrio donde slo

    viven paisanos nuestros. Se llama Orya bast (4) porque sus

    habitantes son todos, como vosotros y yo mismo, originarios

    de Orissa y hablan nuestra lengua, el orya. -Levant el brazo

    en direccin al minarete de una mezquita situada frente a la

    estacin-. Rodead esa mezquita explic y seguid recto. En

    la va del tren, torced a la derecha. Veris un montn de cha-

    bolas y de chozas de barro. Es el Orya bast.

    Ratna Nadar se inclin hasta el suelo para dar las gracias

    a aquel benefactor, tocando el polvo de sus chanclas con la

    mano derecha, que luego puso sobre su cabeza. Padmini se pre-

    cipit hacia la jaula del loro.

    (3) Buuelos en forma de tringulo rellenos de verduras o de carne

    picada.

    (4) Bast, barrio de chabolas.

  • -Estamos salvados! -le grit al loro, que se apresur a repe-

    tir la exclamacin con un cacareo triunfal.

    En cuanto vio acercarse la pequea caravana, el hombre

    empu su bastn y fue a su encuentro. Era un tipo fuerte, de

    unos cincuenta aos, con una cabellera rizada y unas patillas

    que se juntaban con las cadas puntas de sus bigotes.

    -Bienvenidos, amigos! -exclam con una voz suave que

    contrastaba con su aspecto imponente-. Apuesto a que vens

    aqu buscando un techo!

    -Un techo sera demasiado pedir balbuci Ratna Nadar

    como disculpndose-, pero quizs haya un lugar donde pue-

    da acampar con mi familia.

    -Me llamo Belram Mukkadam -anunci el desconocido,

    juntando las manos a la altura del pecho para saludar al peque-

    o grupo. Dirijo el comit de apoyo de los barrios de la

    Explanada negra. -Y levant los brazos en direccin al anillo

    de chozas y de barracas que bordeaba un gran descampado

    vaco paralelo a la va del tren-. Voy a indicaros donde podris

    instalaros y construir una chabola.

    Aunque no era un adivasi, Mukkadam hablaba el idioma de

    los nativos de Orissa. Treinta aos antes, haba sido el prime-

    ro en ocupar el descampado colindante con el inmenso cam-

    po de maniobras de los Victoria Lancers, el regimiento de caba-

    llera de los nababs de Bhopal. La chabola que se haba cons-

    truido con la ayuda de su mujer, Tulsabai, y de su hijo Pratap

    haba sido la primera entre los centenares que hoy se despa-

    rramaban en tres barriadas donde vivan varios miles de inmi-

    grantes llegados de distintas regiones de la India. Aparte del

    Orya bast, estaban el Chola bast y el Jai Prakash bast. Chola

    significa garbanzo, y fue por haber plantado esta legumino-

    sa a orillas de sus campamentos por lo que los primeros habi-

  • Era medianoche en Bhopal 37

    tantes del Chola bast sobrevivieron a la hambruna. En cuan-

    to a Jai Prakash, es el nombre de un clebre discpulo del

    Mahatma Gandhi que luch por los ms desfavorecidos.

    El hecho de ser el decano de los tres barrios de chabolas le

    vala a Belram Mukkadam una prerrogativa que nunca haba

    sido cuestionada por los distintos padrinos de la mafia local,

    que controlaban las actividades de los barrios pobres, donde

    no intervena autoridad municipal alguna. Era l quien asig-

    naba a cada recin llegado el lugar donde poda instalarse.

    Acompa a la familia Nadar a lo largo de una callejuela

    que bordeaba la va del ferrocarril y les mostr un espacio

    libre al final de una hilera de chabolas.

    -ste es vuestro trozo de terreno -dijo, trazando en la tie-

    rra negra un cuadrado de tres metros de lado con su bastn de

    madera de tamarindo. El comit de apoyo os traer materia-

    les, un charpoi y algunos utensilios.

    Ratna Nadar se inclin de nuevo hasta tocar el suelo para

    dar las gracias al nuevo benefactor. Luego se dirigi a su fa-

    milia.

    -El enfado del gran dios se ha acabado -declar-. Nuestra

    chakra (5) gira de nuevo.

    El Orya bast donde acababan de recalar el campesino de

    Mudilapa y su familia era el ms pobre de los tres barrios mise-

    rables que haba junto al campo de maniobras. En el laberinto

    de sus callejuelas, un ruido destacaba entre todos los dems, el

    de los ataques de tos. All, la tuberculosis haca estragos.

    No haba ni electricidad ni fuente de agua potable ni alcan-

    tarillas ni el ms rudimentario dispensario. Ni tan siquiera haba

    comercios, exceptuando a un vendedor ambulante de hortali-

    (5) La rueda del destino.

  • 38 Dominique Lapierre / Javier Moro

    zas y dos pequeas tea-stalls (6). El t con leche, muy azuca-

    rado, que se venda en cuencos de barro cocido, proporciona-

    ba a menudo una parte importante de los recursos energticos

    de muchos vecinos. Quitando tres o cuatro vacas esquelticas

    y varios perros sarnosos, los nicos animales que se vean eran

    las cabras. Su leche aportaba preciadas protenas animales a

    sus propietarios, que no dudaban en vestirlas con viejos

    jer-sis en invierno para que no se acatarrasen.

    A pesar de la miseria, el Orya bast no era un barrio de

    chabolas como los dems. En primer lugar, porque haba con-

    seguido conservar un aspecto rural que contrastaba con el enma-

    raamiento de las chabolas hechas de trozos de chapa y de plan-

    chas de madera de los otros barrios. Todas las viviendas eran

    chozas de bamb y de barro. Esas katcha houses (7) estaban

    decoradas con dibujos geomtricos, hechos con pasta de arroz,

    para atraer la prosperidad, como en las aldeas de Orissa, lo que

    le daba al hacinamiento un encanto campestre inesperado.

    En segundo lugar, porque los antiguos campesinos all refu-

    giados no eran unos marginados. En su exilio, reconstruyeron

    como pudieron la vida de sus aldeas, y levantaron un peque-

    o templo de bamb y de barro para dar cobijo a una imagen

    del dios Jagannath. Al lado, plantaron un tulsi sagrado, una

    especie de acacia que mantena alejados a los reptiles, en par-

    ticular a las cobras y sus mortales picaduras. Las mujeres del

    barrio profesaban una admiracin sin lmites al tulsi, y muchas

    acudan a hacerle ofrendas para curar su esterilidad. All, como

    en los dems lugares de la India, las creencias se expresaban

    en una sucesin ininterrumpida de fiestas rituales. El primer

    diente de un nio, el primer corte de pelo; la primera regla de

    una jovencita, la pedida, las bodas, los lutos; Diwali, la fiesta

    (6) Puestos de t.

    (7) Casas de adobe.

  • Era medianoche en Bhopal 39

    de las luces; el Id de los musulmanes y hasta Navidad, todos

    los acontecimientos de la existencia, todas las fiestas profanas

    y religiosas, eran objeto de celebracin. A pesar de su analfa-

    betismo y de su absoluta indigencia, los adivasis del Orya bast

    haban conseguido mantenerse visceralmente ligados a todos

    los ritos, a todas las expresiones de la vida social y religiosa que

    constituyen el entramado tan rico y variado de su pas.

  • 4 Un millonario clarividente dedicado

    a los alimentos de los hombres

    La fechora cometida por los infames pulgones del campo de

    Mudilapa no quedara impune. En el mundo entero, ejrcitos

    de investigadores trabajaban con ahnco para destruir a esos

    monstruos en miniatura. Uno de los principales templos de la

    cruzada contra los insectos que devastaban las cosechas era el

    Boyce Thompson Institute, un centro de investigacin agro-

    nmica instalado en Yonkers, un barrio residencial de Nueva

    York, al borde del Hudson.

    El hombre que haba fundado dicha institucin era un mul-

    timillonario clarividente posedo por el deseo mesinico de

    poner su fortuna al servicio de una gran causa humanitaria.

    William Boyce Thompson (1869-1930) se haba labrado una

    gigantesca fortuna explotando los recursos de las minas de cobre

    en las montaas de Montana. En octubre de 1917, la Cruz Roja

    norteamericana lo situ a la cabeza de una misin de asisten-

    cia humanitaria en Rusia, que estaba entonces en plena revo-

    lucin. El generoso industrial troc la pajarita y la chistera

    por un uniforme militar, y aadi un milln de dlares a las

    subvenciones concedidas por el gobierno norteamericano a las

    vctimas de la hambruna que castigaba el pas. Regres de ese

    viaje al infierno convencido de que la paz del mundo depen-

    da de una distribucin equitativa de los alimentos, un con-

  • Era medianoche en Bhopal 41

    vencimiento fortificado por una ardiente fe en la ciencia, que

    lo llev a concebir un espectacular proyecto filantrpico. Dado

    que el crecimiento demogrfico iba a multiplicar las necesida-

    des alimentarias, era urgente comprender por qu y cmo cre-

    cen las plantas, por qu vegetan o prosperan, cmo se pueden

    erradicar sus enfermedades y cmo estimular su desarrollo hacia

    un mejor control de los elementos que contribuyen a su exis-

    tencia. El estudio de las plantas, afirmaba el generoso mece-

    nas, poda aportar una contribucin decisiva al bienestar de los

    hombres.

    De esta certeza haba nacido, en 1924, el Boyce Thompson

    Institute for Plant Research (1) un ultramoderno centro de inves-

    tigacin agronmica edificado sobre varias hectreas a menos

    de una hora del centro de Nueva York. Dotado por su funda-

    dor con un capital de diez millones de dlares -una suma

    considerable para la poca-, el instituto albergaba laboratorios

    de qumica y de biologa, invernaderos de experimentacin y

    viveros de insectos.

    Fue en el frente de la lucha contra las especies fitfagas don-

    de los investigadores del Boyce Thompson Institute consiguieron

    sus primeras y ms significativas victorias, ya fuera la erradi-

    cacin de los colepteros asesinos de los pinos de California,

    o el invento de sutiles sustancias odorferas capaces de atraer

    a los insectos dainos hacia trampas mortales.

    A principios de los aos cincuenta, el Aphis fabae, un pul-

    gn tan destructivo como el que aniquil algunos aos ms tar-

    de los campos de forraje de Mudilapa, haca estragos en las

    plantaciones norteamericanas, as como en los cultivos de

    Mxico, de Centroamrica y de varios pases de Sudamrica,

    habiendo sido detectado tambin en Malasia, en Japn y en

    el sur de Europa. Se cebaba tanto en la patata como en los ce-

    (1) Instituto Boyce Thompson para la Investigacin de las Plantas.

  • 43 Dominique Lapierre / Javier Moro

    reales, la remolacha, los frutales y los cultivos de hortalizas,

    plantas forrajeras y ornamentales. Este minsculo depredador

    est provisto de una especie de pico por el que corren dos fin-

    simos estiletes que le permiten aspirar la savia de las plantas.

    Como pudo comprobar el campesino indio Ratna Nadar, las

    plantas, sbitamente desposedas de su sustancia vital, langui-

    decen y sucumben en pocos das. Antes de provocar la muer-

    te, el pulgn, apenas mayor que una cabeza de alfiler, inyecta

    a sus vctimas una saliva txica que causa una horrorosa defor-

    macin de los tallos y las hojas. Para rematar su fechora, el

    insecto expulsa por el ano una ligamaza dulce que atrae a las

    hormigas, que depositan en las hojas una especie de holln

    que asfixia toda vegetacin. Este parsito no era por aquel enton-

    ces la nica pesadilla de los campesinos de Amrica y de Asia.

    El acaro rojo de la vid, la polilla noctuida de los cultivos ali-

    menticios, la polilla piral del arroz, as como otras especies

    devastadoras contribuan, a mediados de siglo, a desposeer a

    la humanidad de gran parte de sus recursos agrcolas. Slo la

    industria qumica era capaz de inventar los medios para erra-

    dicar esas plagas. Conscientes de lo que estaba en juego, nume-

    rosas empresas se movilizaron. Una de ellas era norteameri-

    cana, se llamaba Union Carbide.

    Nacida a principios de siglo de la unin entre cuatro gran-

    des empresas que fabricaban pilas elctricas y arcos lumino-

    sos para el alumbrado con acetileno de las calles y los faros de

    los primeros coches, la Carbide como la llamaban afec-

    tuosamente sus empleados- deba su primera hora de gloria a

    la guerra de 1914-1918. El helio que se destilaba en sus alam-

    biques haba permitido a los globos cautivos elevarse en el

    cielo de Francia para avistar las bateras de artillera alema-

    nas; un blindaje que haban inventado, a base de hierro y de

  • Era medianoche en Bhopal 43

    circonio, haba detenido los obuses del kaiser sobre los prime-

    ros carros de combate aliados; sus pastillas de carbn activo

    -en las mscaras antigs- haban protegido los pulmones

    de miles de soldados de las trincheras del Somme y de la Cham-

    pagne. Veinticinco aos despus, otro conflicto mundial movi-

    liz a la Carbide al servicio de Norteamrica: de su colabora-

    cin con los cientficos del Manhattan Project haba nacido la

    primera bomba atmica.

    La absorcin de decenas de empresas propuls a esta com-

    paa, en menos de una generacin, al pelotn de cabeza de las

    multinacionales. En la segunda mitad de siglo figuraba como

    el orgullo de la potencia industrial norteamericana, ya que con-

    taba con ciento treinta filiales que operaban en unos cuarenta

    pases, casi quinientos centros de produccin y ciento veinte

    mil empleados. En 1976, anunci una facturacin de seis mil

    quinientos millones de dlares. Innumerables productos salan

    de sus laboratorios, de sus fbricas, de sus pozos y de sus minas.

    La Carbide era el gran proveedor de gases industriales utiliza-

    dos por la industria petroqumica -como el nitrgeno, el ox-

    geno, el gas carbnico, el metano, el etileno, el propano... -,

    y de sustancias qumicas como el amonaco y la urea, destina-

    das, entre otras cosas, a la fabricacin de abonos. Produca,

    adems, sofisticadas especialidades metalrgicas a base de

    aleaciones de cobalto, de cromo, de tungsteno, utilizadas para

    equipos de alta resistencia, como las turbinas de los aviones.

    En fin, fabricaba toda una gama de productos de plstico de

    gran consumo. Ocho de cada diez amas de casa norteameri-

    canas hacan la compra con bolsas de plstico que llevaban el

    rombo azul y blanco de Union Carbide. Este logo tambin apa-

    reca en millones de botellas de plstico, as como en los envol-

    torios de los productos alimenticios, en carretes fotogrficos y

    en muchos otros artculos de uso corriente. Las conversacio-

    nes telefnicas intercontinentales de la mitad de los habitan-

  • tes del planeta transitaban por cables submarinos envueltos

    en fundas made by Carbide. El lquido anticongelante de uno

    de cada dos coches, el sesenta por ciento de las pilas elctri-

    cas y de los bastones de silicona utilizados en ciruga esttica,

    el caucho de uno de cada cinco neumticos, la mayor parte de

    los aerosoles contra los insectos y hasta los diamantes sintti-

    cos salan de las fbricas de ese gigante cuyas acciones eran

    uno de los valores ms seguros de Wall Street.

    Desde su impresionante rascacielos de aluminio y de cris-

    tal de cincuenta y dos pisos en el 270 de Park Avenue, en ple-

    no corazn de Manhattan, la Carbide rega las costumbres y

    dictaba lo que elegan millones de hombres, mujeres y nios en

    todos los continentes. Ninguna empresa industrial disfrutaba

    de tanta respetabilidad, por lo menos aparentemente. No de-

    can que lo que era bueno para la Carbide lo era tambin para

    Norteamrica y, por consiguiente, para el mundo?

    La aventura de la produccin de pesticidas en la que la

    empresa haba decidido embarcarse era coherente con su pasa-

    do y su experiencia. Su finalidad -librar a la humanidad de

    los insectos que le robaban su alimento- slo poda mejorar

    el prestigio que gozaba en el mundo entero.

  • 5 Tres presidiarios a orillas del Hudson

    Parecan jugadores de la Copa Davis en lugar de investigado-

    res de laboratorio. Harry Haynes, de treinta y cuatro aos, y

    Herbert Moorefield, de treinta y seis, dos tipos atlticos, ejer-

    can una profesin relativamente nueva. Eran doctores en en-

    tomologa. En julio de 1954, la direccin de Union Carbide

    alquil un ala de las instalaciones del Boyce Thompson Institute

    de Yonkers para acomodar a estos dos eminentes especialistas

    en insectos. Les reforz envindoles una de las personalida-

    des ms brillantes de su centro de investigacin de South

    Charleston, el qumico Joseph Lambrech, de treinta y ocho aos.

    A estos tres superdotados, la empresa les encomend una misin

    de la mayor importancia: descubrir un producto capaz de exter-

    minar una amplia gama de parsitos, respetando al mismo tiem-

    po las normas que estaban en vigor sobre la proteccin y la

    seguridad del hombre y su entorno. Aquel verano, en el lti-

    mo piso de la sede de la multinacional en Nueva York, nadie

    albergaba dudas: la compaa que consiguiera conciliar los dos

    objetivos se llevara el pastel del mercado mundial de los

    pes-ticidas.

    Lambrech dio un nombre de cdigo a su trabajo. Por como-

    didad, el Experimental Insecticide Seven Seven se convir-

    ti pronto en el Sevin.

  • El qumico examin todos los estudios de sus predeceso-

    res y se dedic con ahnco a combinar nuevas molculas con

    la esperanza de encontrar una que matase a los pulgones,

    ca-ros rojos y polillas noctuidas sin dejar en los vegetales y

    en el medio ambiente demasiados residuos txicos peligrosos

    para el hombre y los animales. Durante meses, sus colegas

    entomlogos ensayaron combinaciones sobre hojas, tallos y

    espigas infestadas por todo tipo de insectos. Los cientos de

    cajas y de jaulas del Boyce Thompson Institute eran como un

    zoo de lo infinitamente pequeo, un zoo de una riqueza

    inimaginable. Tambin existan hectreas de invernaderos

    donde se podan recrear todos los climas del planeta y en los

    que crecan una variedad sin lmite de plantas y de especies

    vegetales. Las grandes vitrinas servan para experimentar las

    distintas molculas, pulverizndolas sobre muestras de todo

    tipo de cultivos, con dosificaciones progresivas y desde todos

    los ngulos posibles. Los entomlogos Haynes y Moorefield

    depositaban sobre las superficies tratadas colonias de larvas,

    orugas y dems insectos criados en sus laboratorios. Cada

    hora vigilaban la agona de sus subditos. Recogan los

    cadveres sobre placas de laboratorio, los examinaban bajo el

    microscopio, y se entregaban a minuciosos anlisis sobre las

    plantas y los terrenos donde stas haban crecido con el fin

    de descubrir posibles restos de contaminacin qumica. Sus

    observaciones permitan afinar la puesta a punto, por su colega

    qumico, de una sustancia insecticida cada vez ms prxima al

    objetivo deseado.

    Al cabo de tres aos de encarnizadas investigaciones, el

    equipo elabor una combinacin de un derivado metilado del

    cido carbmico y del alfa naftol, en la forma de un polvo de

    cristales blanquecinos solubles en agua. Tres aos consagrados

    a cientos de experimentos, no slo sobre todas las especies de

    insectos conocidas, sino tambin sobre miles de ratas machos

    y hembras, sobre conejos, sobre palomas, peces, abejas, y has-

  • Era medianoche en Bhopal 47

    ta sobre gambas y langostas. Una noche de julio de 1957, los

    tres presidiarios de Yonkers pudieron por fin brindar por el

    xito de su empresa con sus esposas Rita, Naomi y Vallah. Haba

    sido necesario eliminar al dios DDT, pero la agricultura no per-

    manecera sin defensa frente al asalto de los bichos

    devorado-res. El Sevin, nacido a orillas del Hudson, sera

    pronto un arma a disposicin de los campesinos del mundo.

    Carbide se apresur a inundar Norteamrica con folletos

    que ensalzaban el nacimiento de su producto milagroso. No

    faltaba nada en el concierto de alabanzas, y para subrayar cla-

    ramente la ausencia total de toxicidad, unas fotografas mostra-

    ban a Herbert Moorefield, uno de los inventores del Sevin, pro-

    bando algunos granos con el aire goloso de un nio lamiendo

    un trozo de chocolate. El Sevin -segn afirmaba la

    publicidad-protega una variedad infinita de cultivos: el

    algodn, las hortalizas, los limones, los pltanos, las pinas,

    las aceitunas, el cacao, el caf, los girasoles, el sorgo, la caa de

    azcar, el arroz... Se poda pulverizar sobre el maz, la alfalfa,

    las judas, los cacahuetes y la soja hasta el mismo da de la

    cosecha sin riesgo del ms mnimo residuo txico. Actuaba

    tanto sobre los insectos adultos como sobre los huevos y las

    larvas. Su eficacia era tal, que envenenaba hasta a los

    parsitos que se haban hecho resistentes a otros

    insecticidas. Pero su poder no se detena en los cultivos.

    Algunos gramos de Sevin vertidos alrededor de las viviendas

    o pulverizados sobre las paredes, la madera o los techos de

    las casas exterminaban mosquitos, cucarachas, chinches y

    otros agresores de la vida familiar. Adems, el Sevin tambin le

    ajustaba las cuentas a las pulgas, a los piojos y a las garrapatas

    de los perros, los gatos, y los animales de granja, sin poner

    su vida en peligro. En suma, el Sevin era la panacea mgica

    que ansiaba tener la nueva divisin de productos agr-

  • colas de la multinacional de Nueva York para multiplicar su

    facturacin.

    Nadie estaba tan convencido de ello como un joven inge-

    niero agrnomo argentino de veintinueve aos. Bien pareci-

    do, encantador, Eduardo Muoz era hijo de una buena familia

    de Buenos Aires. Haba escogido la agronoma por despecho,

    despus de haber suspendido las oposiciones a diplomtico.

    Al casarse con una atractiva norteamericana empleada en la

    Embajada de Estados Unidos, encontr en su ajuar la posi-

    bilidad de la ms bella invitacin a viajar hacia otros horizon-

    tes, la famosa carta verde que permita trabajar en el pas

    del To Sam. De las cincuenta respuestas recibidas despus de

    haber enviado su curriculum vitae, haba escogido la primera.

    Vena de Union Carbide. Un ao de prcticas en las diferentes

    sedes de la empresa con un salario mensual de 485 dlares

    haba hecho del apuesto argentino un autntico Carbider.

    El invento del Sevin le dara la oportunidad de ejercer sus

    extraordinarias dotes de vendedor. Mxico, Colombia, Per,

    Argentina, Chile, Brasil..., pronto no hubo ni un solo cultivador

    que ignorase los mritos del pesticida norteamericano. Ferias

    agrcolas, concursos de cosechas, encuentros con campesinos...

    Muoz estaba en todas partes con sus banderitas glosando la

    gloria del Sevin, con sus demostraciones sobre el terreno, sus

    distribuciones de regalos, sus tmbolas publicitarias. Pero pron-

    to Centroamrica y Sudamrica se hicieron demasiado peque-

    as para el incansable viajante. Necesitaba encontrar otros espa-

    cios para saciar su pasin por vender.

  • 6 El herosmo cotidiano del pueblo

    de los basts

    Aqu, hermano, es ms barato hacer sudar a muerte a un tipo

    que alquilar un bfalo, declar Belram Mukkadam al padre

    de Padmini cuando ste regresaba de las obras en la va del

    ferrocarril que llevaba a Bhopal.

    El fuerte trepador de palmeras de Orissa trastabillaba por

    el cansancio. Durante todo el da haba transportado traviesas

    y rales de acero. Todos los culis reclutados por la direccin

    de los ferrocarriles eran inmigrantes como l, gentes a las que

    la miseria del campo haba obligado a exiliarse.

    Los primeros tiempos en ese trabajo fueron terribles. Ratna

    Nadar se senta cada da ms dbil, abatido por las nuseas, calam-

    bres, sudores y vrtigos. Sus msculos se derretan, y pronto le

    cost hasta mantenerse en pie. Padeca alucinaciones y pesadi-

    llas. Era vctima de lo que los especialistas llaman el sndrome

    del presidiario. No obstante, el poco arroz, las lentejas y el

    pescado que a veces compraba por la maana, antes de ir a tra-

    bajar, le estaban destinados. Es la tradicin entre los pobres de

    la India: se reserva la comida de la familia al rice earner, al que

    gana el arroz. Pero la falta de combustible impeda a veces a

    Sheela cocinar la comida de su marido. Fueron necesarias varias

    semanas para que Ratna sintiese que le volvan las fuerzas de nue-

    vo. Slo entonces, toda la familia pudo comer casi a su antojo.

  • Para Padmini y su hermano Sunil, la brutal inmersin en

    el universo de una ciudad obrera superpoblada fue un trauma

    igual de penoso. Todos los das se topaban con espectculos

    que heran su sensibilidad de nios criados en el campo.

    -iSunil, mira! -grit una maana Padmini, mostrndole a

    su hermano una pandilla de nios que trepaban por la parte

    trasera de una locomotora detenida.

    -Van a robar pedazos de carbn -explic tranquilamente

    Sunil.

    -Son unos ladrones! -grit Padmini, furiosa por el hecho

    de que su hermano no compartiese su indignacin.

    Sus ojillos achinados se haban humedecido.

    Seca tus lgrimas, pequea. T tambin irs a robar car-

    bn para hacer ladhus (1). Si no, tu madre no podr cocer nada

    para daros de comer.

    El hombre que acababa de hablar no tena dedos en la mano

    derecha. Padmini y sus padres aprenderan a conocer mejor y

    a respetar a aquel personaje del Orya bast. A los treinta y ocho

    aos, Ganga Ram era un superviviente de la lepra, esa enfer-

    medad que se vive como una maldicin que afecta a cinco millo-

    nes de indios. Despedido por el propietario del garaje de Bombay

    donde lavaba coches, Ram haba recalado un da en una sala

    comn del hospital Hamidia de Bhopal. Haba tenido la suer-

    te de curarse, como lo atestiguaba el certificado que le entre-

    g el mdico. Pero sin saber dnde vivir, se haba quedado

    siete aos en el pabelln de los contagiosos, haciendo peque-

    os favores a los pacientes y a las enfermeras. Se encargaba

    de las curas, del aseo de los incontinentes, administraba las

    lavativas y hasta pona inyecciones. Un da lo llamaron para

    transportar a una bella mujer de unos treinta aos y lumino-

    (1) Bolitas de carbn y barro que sirven de combustible para cocinar

    los alimentos.

  • Era medianoche en Bhopal 51

    sos ojos verdes que haba sido arrollada por un camin y tena

    las dos piernas rotas. Se llamaba Dalima. Fue un flechazo. En

    la sala comn, Dalima adopt a un hurfano de diez aos que

    haba sido encontrado medio muerto en una acera. Haba lle-

    gado al hospital en un furgn de la polica. Se llamaba Dilip.

    Despierto y alegre, aquel chico delgaducho, con el pelo muy

    corto, siempre dispuesto a hacer un favor, era la alegra de la

    sala comn. Unos das despus, el antiguo leproso, Dalima y

    el joven Dilip dejaron el hospital para desembarcar en el Orya

    bast, donde Belram Mukkadam les asign con su bastn un

    espacio para construir una chabola. Unos vecinos les trajeron

    bambes, planchas de madera y un trozo de tela, otros les die-

    ron utensilios de cocina, un charpoi y un poco de ropa. Nuestro

    nico equipaje eran las muletas de Dalima, dijo Ganga Ram.

    Sobrevivieron durante meses gracias al desparpajo y al inge-

    nio de Dilip, era l quien incitaba a los nios del barrio a hur-

    tar trozos de carbn en las locomotoras. Una maana, con-

    venci a Padmini para que fuese con l.

    -Hay que darse prisa, hermanita, porque los policas de

    los ferrocarriles estn al acecho.

    -Son malos? pregunt ingenuamente la muchacha.

    -Malos? -El chico rompi a rer-. Si te cogen, ms vale

    que les des un buen bakshish (2). Si no, te meten en un vagn

    y all... -Dilip hizo un gesto cuyo sentido la candida campesi-

    na no capt.

    Al regreso de la expedicin, la comadrona del barrio, la vie-

    ja Prema Bai, que viva en la choza de enfrente, dio un poco

    de paja y algunas cagarrutas de cabra a su joven vecina.

    -Aplastas el carbn con la paja y las cagarrutas, lo amasas

    todo durante un buen rato y luego haces bolitas que pones a

    secar -le dijo.

    (2) Propina, soborno.

  • Una hora ms tarde, Padmini aportaba triunfalmente el fru-

    to de su labor a su madre.

    -Toma, mam, aqu estn los ladhus. Para que le hagas la

    comida a pap.

    Para los campesinos acostumbrados al silencio del campo,

    el estrpito infernal de los trenes pasando al lado de sus cha-

    bolas fue una prueba difcil. Sin embargo, su existencia lata al

    ritmo del incesante vaivn de decenas de convoyes. Aprend

    a conocer sus horarios, a saber si venan puntuales o con retra-

    so -contaba Padmini-. Algunos, como el Mngala Express,

    sacudan nuestras chabolas rugiendo en mitad de la noche. Era

    el ms terrible. El Shatabdi Express que iba a Delhi pasaba a

    principios de la tarde, y el Jammu Mail justo antes del ano-

    checer. Los maquinistas se lo deban de pasar muy bien al ate-

    rrorizarnos con los silbidos de sus locomotoras.

    La proximidad de las vas aportaba a veces algunas venta-

    jas. Cuando un semforo en rojo haca que el tren se detuvie-

    ra a la altura de las chabolas, los maquinistas tiraban a los nios

    algunas monedas para que corrieran a comprarles unos pan

    (3). Solan quedarse con el cambio.

    Ojo al pisar entre los rales! -le recomend Dilip a

    Padmini-. Es all donde la gente va a hacer sus necesidades.

    Afortunadamente, las vas tambin estaban llenas de mul-

    titud de pequeos tesoros tirados por los viajeros: botellas,

    viejos tubos de pasta dentfrica, pilas gastadas, latas vacas, sue-

    las de plstico, jirones de tela, trapos... Dilip negociaba el pre-

    cio con un trapero que pasaba todas las semanas. La cosecha

    representaba hasta tres o cuatro rupias al da. Sobre los envol-

    torios de los paquetes de cigarrillos Magnet haba un grabado

    (3) Mascadura de betel.

  • Era medianoche en Bhopal 53

    del Taj Mahal, el clebre mausoleo de Agr. Dilip y Sunil, el

    hermano de Padmini, recortaban la imagen para fabricar bara-

    jas de cartas que vendan en los andenes de la estacin. No

    olvidar nunca los trenes del Orya bast -deca Padmini-.

    Aportaban un poco de animacin y de alegra a nuestras dif-

    ciles vidas.

    Una de esas alegras tena una causa sorprendente. Todas

    las maanas, la madre de Padmini y sus vecinos hacan cola a

    lo largo de la va del tren a la espera de la llegada del Punjab

    Express. Llevaban cntaros sobre la cabeza, cubos y palanga-

    nas, y en cuanto el tren se detena, se precipitaban hacia la loco-

    motora.

    Que el gran dios te bendiga! -gritaban en coro al maqui-

    nista-. Nos abres el grifo?

    Cuando estaba de buen humor, el maquinista abra el grifo

    de su caldera para dejar correr en cada recipiente unos litros de

    agua caliente, un bien que muy pocos pobres disfrutaban en

    Bhopal.

  • 7 Un valle norteamericano

    que reinaba en el mundo

    Dilip tena vista: enseguida se dio cuenta de que la chabola

    levantada por Ratna Nadar y su familia no resistira los pri-

    meros ataques del monzn.

    -Hay que reforzar las viguetas que sostienen la techumbre

    -aconsej a Padmini.

    La muchacha hizo un gesto de impotencia.

    -No tenemos ni siquiera para comprar bastoncillos de

    incienso para el dios -suspir ella-. Los abuelos llevan tres

    das sin comer. Se niegan a sacrificar al loro.

    Dilip sac de su pantaln un billete de cinco rupias.

    -Toma -le dijo-, es un adelanto sobre la prxima caza del

    tesoro entre los rales del tren. Tu padre podr comprar dos

    bambes.

    En la otra punta del mundo, en un verde valle de Virginia

    occidental, un equipo de ingenieros y de obreros de Union

    Carbide colocaba las vigas de una nueva fbrica destinada a

    convertirse en el buque insignia de la multinacional. El Kanahwa

    Valley era desde haca tiempo el feudo de la empresa del rom-

    bo azul y blanco. Curiosamente, su denominacin de valle

  • Era medianoche en Bhopal 55

    mgico se deba a la ms banal de las riquezas: yacimientos

    de sal cuyas reservas alcanzaban casi un millar de toneladas.

    Desde la prehistoria, la sal atraa a hombres y animales. Las

    bestias salvajes se abran camino entre los bosques para llegar

    hasta los estanques salinos de la vera del ro. Los indios caza-

    dores se lanzaban sobre las mismas pistas para conseguir la sal-

    muera necesaria para la conservacin de sus presas. En el si-

    glo xvn, la sal atrajo tambin a algunos valientes exploradores

    hacia aquella regin por lo dems inhspita. Pero el oro blan-

    co no era la nica riqueza de ese valle mgico. Los primitivos

    bosques que lo recubran proporcionaban los materiales indis-

    pensables para la construccin de casas, botes, chalanas, barri-

    cas para el transporte de la sal, carretas, puentes, ruedas de

    molino. Toda una industria de la madera se afianz a lo largo

    del Kanahwa. Este ro ofreca a las mercancas y a los viaje-

    ros del valle una va privilegiada hacia el centro y el sur del pas,

    comunicando directamente con los estados de Ohio y del

    Mississippi.

    Al principio de la primera guerra mundial, las entraas del

    valle mgico revelaron que tambin encerraban fabulosas reser-

    vas energticas. El descubrimiento de petrleo, de carbn y de

    gas natural empuj al Kanahwa hacia la aventura de la indus-

    tria qumica cuyos horizontes eran ilimitados. Los aos vein-

    te haban visto desaparecer los bosques de la regin, que se

    recubrieron de otros bosques, metlicos stos, con chimeneas,

    torretas, incineradoras, depsitos, plataformas y tuberas. Es-

    tas nuevas fbricas pertenecan a gigantes como Dupont de

    Nemours, Monsanto o Union Carbide. Era all, en su sede del

    Institute y en su centro de investigacin de South Charleston,

    a algunos kilmetros de la pequea ciudad de Charleston, don-

    de los ingenieros qumicos de Carbide haban inventado los

    innumerables productos innovadores que iban a transformar

    la vida de cientos de millones de habitantes del planeta. Convir-

  • tiendo la qumica en el comodn de la civilizacin cotidiana,

    contribuyeron a revolucionar campos tan distintos como los

    abonos, las medicinas, los textiles, los detergentes, las pinturas,

    los carretes fotogrficos... la lista no tena fin; pero esa revolu-

    cin tena un precio, porque la industria qumica no es una acti-

    vidad como las dems. Se manipulan un gran nmero de sus-

    tancias que son tan peligrosas como las radiaciones produci-

    das por la industria nuclear. El xido de etileno, componente

    con el que se fabrica un inofensivo anticongelante para coches,

    puede revelarse tan mortal como el polvo de plutonio. Uno de

    los componentes industriales ms corrientemente utilizados, el

    gas fosgeno, ms conocido como gas mostaza, haba asfi-

    xiado a miles de combatientes de la primera guerra mundial. El

    cido cianhdrico, un gas con olor a almendras amargas que

    forma parte de la fabricacin de ciertas medicinas, fue adop-

    tado por un gran nmero de penitenciaras norteamericanas

    para la ejecucin de los condenados a muerte. En sus fbricas

    del Kanahwa Valley, slo Carbide produca doscientas sustan-

    cias qumicas, muchas de las cuales eran conocidas por su

    propensin a provocar cncer en los hombres y los animales,

    como el cloroformo, el xido de etileno, el acrilonitrilo, el

    benzeno y el cloruro de vinilo.

    Al igual que sus competidores, la empresa Carbide se esfor-

    zaba por preservar su reputacin dedicando importantes par-

    tidas de dinero a la seguridad del personal en los lugares de tra-

    bajo, as como a una poltica estricta de proteccin del medio

    ambiente. Eran incontables los certificados de buena conduc-

    ta que se autoconcedan las empresas cuyos desechos txicos

    envenenaban, sin embargo, los verdes paisajes del Kanahwa

    Valley. A pesar de que se les daba gran publicidad en los medios

    de comunicacin, esos esfuerzos no alcanzaban siempre sus

    objetivos: Carbide se vio condenada a fuertes multas por haber

    vertido en el Kanahwa y en la atmsfera productos altamente

  • Era medianoche en Bhopal 57

    cancergenos. Una encuesta realizada en los aos setenta reve-

    l que el nmero de casos de cncer diagnosticados entre los

    habitantes del valle era un 21 por ciento superior a la media

    nacional norteamericana. En concreto, las tasas de cncer de

    pulmn, de las glndulas endocrinas y de leucemia estaban

    entre las ms altas del pas. Un estudio realizado por el

    Departamento de Salud del estado de Virginia occidental pre-

    cis que los habitantes de los barrios situados en el paso de

    los vientos que soplaban sobre las fbricas de South Charleston

    y del Institute presentaban dos veces ms tumores cancerosos

    que el resto de la poblacin de Estados Unidos. Estos resulta-

    dos no impidieron que Carbide construyera en su sede del

    Institute una fbrica de ideas innovadoras dedicada a hacer

    todava ms competitiva la fabricacin del Sevin, el insectici-

    da estrella que la empresa quera distribuir en el mundo ente-

    ro. Este proyecto de alta tecnologa modificaba completamente

    el procedimiento puesto a punto por los tres investigadores

    del Boyce Thompson Institute que haban inventado el Sevin.

    Haca intervenir un procedimiento qumico que permita redu-

    cir los costes de produccin de manera sustancial, eliminando

    a la vez los desechos. El procedimiento de fabricacin consis-

    ta en hacer reaccionar gas fosgeno sobre otro gas llamado

    monometilamina. La reaccin de estos dos gases originaba una

    nueva molcula, el isocianato de metilo. En una segunda etapa

    se combinaba el isocianato de metilo con alfa naftol, lo que pro-

    duca el Sevin. El isocianato de metilo, ms conocido como

    MIC (de Methyl-Iso-Cyanate), es uno de los compuestos ms

    peligrosos jams concebidos por los aprendices de brujo de la

    qumica industrial. Los toxiclogos de Carbide lo haban expe-

    rimentado en ratas de laboratorio. Los resultados se revelaron

    tan terrorficos que la empresa prohibi su publicacin. Otros

    experimentos permitieron comprobar la muerte casi inmedia-

    ta de animales expuestos a los vapores del MIC; stos destruan

  • de manera fulgurante el aparato respiratorio, causaban cegue-

    ras irreversibles y quemaban la piel.

    Algunos toxiclogos alemanes se atrevieron a ir ms lejos,

    sometiendo a cobayas humanas voluntarias a nfimas dosis de

    MIC. A pesar de contar con la reprobacin de la comunidad

    cientfica, dichas experiencias permitieron determinar los gra-

    dos de tolerancia de una exposicin al MIC, tal y como se

    hizo para establecer el grado de tolerancia a las radiaciones

    nucleares. Estas investigaciones fueron an ms tiles, ya que

    miles de obreros en todo el mundo se encontraban en contac-

    to cotidiano con otros isocianatos parientes del MIC emplea-

    dos en la fabricacin de innumerables productos a base de espu-

    mas sintticas, como los paneles aislantes, los colchones o los

    asientos de automviles. Gracias a su nueva fbrica, Carbide

    podra vender MIC a todas las empresas que utilizasen isocia-

    natos pero que no desearan enfrentarse a los peligros de su

    fabricacin. Sobre todo, la empresa norteamericana podra ven-

    der Sevin en el mundo entero.

  • 8 Una mujer cita bajo los asientos

    de los trenes de Bhopal

    The Bhopal Tea-House. El rtulo tena gracia. Sus letras des-

    coloridas adornaban la fachada de una chabola hecha con tablo-

    nes de madera que se encontraba casi frente a la entrada del

    Orya bast. En medio de un olor nauseabundo a fritanga, ser-

    van el tradicional t con leche muy dulce, buuelos de harina

    de mijo, pimiento y cebolla picados, chapatis y otros tipos de

    tortitas. Pero lo esencial del comercio era el country liquor, un

    matarratas local hecho a base de visceras de animales fermen-

    tadas del que la tea-house despachaba diariamente decenas de

    litros. Un cartel en ingls adverta a los clientes que la casa no

    fiaba. You eat, you drink, you pay, you go (1), anunciaba. El

    propietario, un sij barrigudo de cejas muy pobladas, apareca

    pocas veces. A pesar de ser uno de los principales personajes

    locales, Pulpul Singh, de cuarenta y cinco aos, manifestaba su

    dominio en otro lugar y de otra manera. Era el usurero de los

    tres basts,