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Domingo de la Santísima Trinidad, ciclo C

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Domingo de la Santísima Trinidad, ciclo C

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El texto: Juan 16, 12-15. 12 Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no pueden soportarlas. 13 Cuando venga aquel, el Espíritu de la verdad, los guiará en la verdad plena, pues no hablará por sí mismo, sino de todo lo que ha escuchado y les anunciará las cosas que vendrán. 14 Aquél me glorificará, porque tomará de lo mío y se los anunciará. 15 Todo cuanto tiene el Padre es mío, por esto he dicho que tomará de lo mío y se los anunciará.

Busca leyendo... (Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)

Nos encontramos delante de un texto complejo del Evangelio de Juan, el discurso de despedida a sus discípulos (Jn 14-16). En él, el evangelista menciona en repetidas ocasiones las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, y las relaciones de estos con la comunidad de los creyentes y con el mundo. En estos pocos versos, Juan nos presenta repetidamente el verbo “anunciar” como una acción del Espíritu: como continuación de la acción de Jesús – quien tampoco habla por cuenta propia sino de lo que ha escuchado al Padre (cf. Jn 7,16-18; 8,26.12,49) - y como glorificación de Jesús – ya que el Espíritu da testimonio de él como el Padre da testimonio (cf. Jn 5,36-38; 8,54). El Espíritu toma de Jesús, no sólo de lo que tiene, sino de lo que es: la Palabra, la Misión, el Testimonio. El Espíritu al anunciar a Jesús anuncia y continua el anuncio que él hace del Padre. Esta unidad del Padre y el Hijo se nos hace anuncio asequible por la acción del Espíritu, no somos nosotros quienes tomamos, sólo recibimos de lo que el Espíritu toma. Aunque aún incapaces de soportar este mensaje, los discípulos al ser destinatarios del mismo – como la comunidad de creyentes – son puestos a la expectativa de un comprender progresivo y liberador (cf. Jn 8,32), pues son llamados amigos y no siervos (cf. Jn 15,15). Esta esperanza es la que diferencía a los creyentes de quienes no soportan el mensaje por cerrazón a la escucha (cf. Jn 6,60; 8,43). El horizonte del creyente, no obstante la propia incapacidad, se abre al horizonte de la plenitud de la verdad. Jesús tiene aún muchas cosas que decir, sin embargo, el Espíritu actuará en su debido momento.

... y encontrarás meditando. (Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)

Sostenidos por el Espíritu en la búsqueda de Dios. El misterio de la Santísima Trinidad nos puede envolver en discursos racionales, que si bien son necesarios e iluminadores, a nada sirven si no parten desde la confrontación vital de nuestra fe. ¿Qué nos cambia la vida creer en un Dios Uno y Trino? Nos encontramos pues, como ha dicho Jesús, delante de un discurso duro, que no es fácil de soportar, porque excede nuestra capacidad. Pero no estamos destinados a la ignorancia o al sin sentido, pues en este caminar de nuestra fe vivida, estamos ciertos de la asistencia del Espíritu. Esta asistencia del Espíritu nos deja entrever que nuestro Dios no es un ente lejano, un principio cósmico, o un ser omnipotente al cual estamos sujetos: es un Dios revelado. El Espíritu toma de sí, del Padre, del Hijo, y se nos anuncia en la medida de nuestra humana capacidad. El progresar de nuestra fe – como el progresar de nuestro cuerpo, de nuestra cultura, de nuestro conocimiento, de nuestra fuerza – es un elemento abierto a la esperanza y al esfuerzo cotidiano de crecimiento, con sus naturales crisis. Nuestro conocimiento de Dios ha de partir del reconocimiento que son muchas las cosas que aún Jesús nos tiene que decir, sólo a través del humilde reconocimiento de nuestra incapacidad podremos escucharlo. El mismo Jesús y el Espíritu escuchan al Padre, vemos en ello que la comunión divina se basa en la escucha del otro. Así se abren las puertas de la gloria de Dios: hablando de lo escuchado, dando testimonio de la verdad escuchada con humildad. La fe se nos presenta como un diálogo en el cual nosotros participamos con las tres divinas personas, no como

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algo que poseemos y gestionamos a título personal.

Llama orando... (Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)

Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi poca fe. Creo en ti, Padre, que nos has enviado a Jesús, tu Hijo, para comunicarnos la intensidad de tu amor, para revelarnos que ese mismo amor que en ustedes es comunión perfecta, existe en nosotros como una semilla que ha de crecer con el rocío del Espíritu Santo. Creo en ti, Hijo, Jesús, nuestro Señor, que eres la revelación plena del amor divino, al mismo tiempo que revelación de lo que ha de ser el hombre conducido en la verdad plena a la comunión con Dios por el anuncio del Espíritu Santo. Creo en ti, Espíritu divino, que con suaves gemidos (cf. Rm 8,26) nos socorres en nuestra debilidad para vivir en el Amor de Dios, que nos alientas en la esperanza de lo que vendrá según los planes de la misericordia del Padre. Creo en ti, Dios Uno y Trino, y quiero creer en ti, no con la fe monolítica de un corazón engreído, sino con el palpitar de un corazón débil, abierto a la sorpresa de tus misterios. Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi poca fe. Amén.

y se te abrirá por la contemplación (Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de acuerdo a

la Palabra de Dios) ¿Qué consuelo me da la promesa del anuncio del Espíritu Santo? ¿Puedo advertir su presencia en mi relación con Dios en sus tres divinas personas? ¿Qué significa para mí hablar de un Dios que es Comunidad de Amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¿Antes de orar a Dios, de estudiarlo, de anunciarlo, de disponerme a escucharle, pido la asistencia del Espíritu Santo? ¿Cómo viviré mi proceso de crecimiento en la fe? ¡Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo!, ¡al Dios que es, que era y que vendrá!