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Working papers ICSO-UDP 2011 La política exterior de Chile 1990-2010 y la construcción social de la política internacional. Análisis preliminar y perspectivas _______________________________________________________ Marcos Robledo Hoecker

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Working papers ICSO-UDP

2011

La política exterior de Chile 1990-2010

y la construcción social de la política internacional.

Análisis preliminar y perspectivas _______________________________________________________

Marcos Robledo Hoecker

Working Paper ICSO UDP – 2011

2

La Serie Working Papers ICSO‐UDP busca difundir el avance de investigación de los

académicos y estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la Universidad Diego Portales. En esta serie se presentan avances de investigación que forman parte de proyectos individuales o colectivos. Asimismo, se publican los trabajos de estudiantes involucrados en proyectos de investigación asociados al ICSO. El ICSO tiene por objetivo coordinar la investigación de la Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la Universidad. La misión considera promover espacios de intercambio académico y la realización de extensión que vincule el trabajo de la Facultad con el medio nacional e internacional. © Instituto de Investigación en Ciencias Sociales Serie Working Papers ICSO‐UDP

2011 http://www.icso.cl

Marcos Robledo Hoecker

Es Magíster (M.A) en National Security Affairs del Naval Postgraduate School, California, y Periodista de la Universidad de Chile.

Fue Asesor de la Presidenta Michelle Bachelet en asuntos de política exterior y política de defensa. Se ha desempeñado como

Integrante del Panel de Expertos en medidas de fomento de la confianza y de la seguridad para la Organización de Estados

Americanos; y consultor para PNUD Honduras, Argentina, y para la Subsecretaría General Para Asuntos Políticos de las Naciones

Unidas, entre otros. Actualmente se desempeña como académico de la Escuela de Ciencia Política de la UDP, investigador ICSO y

coordinador del proyecto “La política exterior latinoamericana como una herramienta de transformación democrática regional y

global. El caso de Chile 1990-2010”, patrocinado por la Fundación Ford.

Working Paper ICSO UDP – 2011

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La política exterior de Chile 1990-2010

y la construcción social de la política internacional.

Análisis preliminar y perspectivas1.

Marcos Robledo

([email protected])

Resumen

El presente ensayo propone un análisis de la política exterior del periodo 1990-2010 desde

una perspectiva constructivista, según la cual la política internacional es un proceso social

de construcción de identidades que pueden conducir tanto al conflicto (anarquía) como a la

cooperación. La política exterior iniciada en 1990 debe ser examinada en función de sus

aportes al país, pero también en función de su capacidad para contribuir, junto a otros

países, a la transformación de las realidades que encontró al momento de ser iniciada y a la

creación de procesos de cooperación. Veinte años después, el análisis identifica cuatro

grandes áreas de innovación: políticamente, la política exterior jugó un papel importante en

la creación de acuerdos nacionales que permitieron consolidar la democracia chilena.

Económicamente, fue capaz de idear una política eficaz de apoyo a la estrategia de

desarrollo del país. Y desde la perspectiva de su inserción en la región, el carácter

democrático, la voluntad de cooperación, la convergencia de los modelos de desarrollo, y el

modelo de inserción global de la política exterior chilena, coincidieron con un proceso

regional similar de democratización, liberalización e integración, lo que creó condiciones

para abrir una etapa de cooperación regional que contrastó con el ambiente estratégico

deteriorado que legaron los regímenes autoritarios. Este ambiente regional permitió iniciar

por primera vez desde la etapa de la independencia, un proceso de superación de los

dilemas de seguridad de Chile y sus vecinos, cuyo éxito ha sido, sin embargo, parcial. Este

proceso se ha visto afectado por un cambio en los dos planos que antes facilitaron su

desarrollo: a nivel global, la crisis económica y financiera del 2008 evidenció el

agotamiento de un modelo de gobernabilidad unipolar, y ha puesto en marcha una

transición hacia una estructura económica multipolar, pero el sistema internacional aún

carece de gobernabilidad global y de una identidad clara como la que existió tras la Guerra

Fría, tornándolo más incierto y más complejo. A nivel regional, los distintos tipos de

debilidades institucionales democráticas han conducido a una transformación de la

identidad de los actores del sistema regional, debilitando la cooperación. La cuarta área de

cambio fue la inserción política del país en el regimen de gobernabilidad global occidental.

El artículo concluye señalando que en esta nueva etapa el éxito de la política exterior

chilena dependerá de la capacidad institucional del sistema político chileno para identificar

los elementos de continuidad de la política exterior y generar los nuevos consensos internos

necesarios para abordar la nueva etapa internacional. Entre los acuerdos más importantes se

encuentran la renovación de la estrategia de desarrollo y el aporte de la política exterior al

1 Versión preliminar. No circular ni citar sin autorización del autor.

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incremento de la innovación y la productividad; y el desarrollo una nueva política que,

preservando los avances logrados en este periodo, asuma los cambios internacionales, sus

limitaciones y sus oportunidades, y contribuya eficazmente a la recreación colectiva de la

identidad y con ello, de la gobernabilidad y la cooperación (e integración) regional y global.

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“Cuando en su caída Alicia llegó

al fondo del pozo vio varios caminos.

Encontró un gato, y le preguntó: “Puedes

Decirme qué camino debo tomar?”

El gato respondió: “Eso depende

de adonde debes llegar”. Pero Alicia

dijo: “Es que no sé adonde quiero ir”.

1. Un largo ciclo, y un nuevo contexto global y regional. La necesidad de balance y

debate.|

El presente ensayo tiene como objetivo contribuir a la reflexión y el debate sobre los logros

y los desafíos de la política exterior de Chile desde la recuperación de la democracia, y se

realiza en el marco del proceso de talleres y debate considerado en el proyecto La política

exterior latinoamericana como una herramienta de transformación democrática regional y

global. El caso de Chile 1990-2010, de ICSO-UDP2. En ese marco, el presente trabajo es

un primer conjunto de hipótesis o interpretaciones generales y exploratorias y una

propuesta de agenda de discusión sobre política exterior que, junto a otras, deberían ser

desarrolladas posteriormente a lo largo del proceso de talleres y como parte de una agenda

de investigación más amplia.

La idea de realizar un debate sobre la política exterior se fundamenta sobre tres grandes

supuestos. El primero es que con el término del ciclo de gobiernos de la Concertación de

Partidos por la Democracia (1990-2010) se ha cerrado un ciclo de política exterior

claramente identificable en la historia de Chile y de la región que, por lo prolongado de su

extensión, permite evaluar las transformaciones que resultaron de dichas políticas. Lo

anterior no presupone que el terminar el ciclo 1990-2010 la política exterior de Chile haya

sido modificada. Es posible que exhiba continuidad y cambio. Pero desde un punto de vista

empírico, el periodo propuesto constituye una unidad analítica perfectamente distinguible y

evaluable.

2 El proyecto cuenta con el apoyo de la Fundación Ford. El proyecto aspira a realizar una evaluación

sistemática, y con ese objetivo considera la realización de varios talleres y un seminario internacional que

analizarán las diferentes dimensiones de la política exterior, incluido un primer taller para realizar un debate

general a partir del cual continúen posteriormente los debates específicos. El objetivo general del proyecto es

estudiar el ciclo de política exterior que significaron los 20 años de la Concertación de Partidos por la

Democracia en Chile en el contexto global y regional entre el proceso de democratización regional y la crisis

económica internacional, procurando identificar y analizar su carácter y capacidad transformadora –y en

definitiva, de gobernabilidad-, tanto desde el punto de vista de su contribución a los procesos de

consolidación democrática, como a la construcción de una comunidad regional más estable e integrada, y a la

construcción de un sistema internacional más democrático y equitativo. El proyecto propone analizar los

cambios que ha experimentado el sistema internacional y la región latinoamericana, e identificar, desde una

perspectiva similar, algunos de los principales desafíos que enfrentar la política exterior de los países de

América Latina y, dentro de ésta, la política exterior de Chile, en particular al iniciarse la segunda década del

Siglo 21, para constituirse como herramientas eficaces de gobernabilidad.

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El segundo supuesto es que el término del ciclo de política exterior 1990-2010 coincide con

momentos importantes de transformaciones tanto regionales como globales. En lo regional,

luego de una primera década de los 90 -muy marcada por la apertura de los modelos de

desarrollo y el relanzamiento de los procesos de integración latinoamericanos, así como por

el lanzamiento del Proceso de Cumbres Hemisféricas que marcó un nuevo relacionamiento

con Estados Unidos-, la región asiste a un nuevo momento de crisis de los procesos

regionales de integración y de cooperación hemisférica en un sentido amplio (Lagos 2008).

En lo global, el término del ciclo de política exterior coincide con una nueva etapa del

proceso de globalización. Luego de un periodo de crisis de la gobernabilidad de la post

Guerra Fría, la comunidad internacional ha avanzado hacia un nuevo momento marcado

por intentos de construir una nueva gobernabilidad global y en torno al cual se está

produciendo una redistribución de hecho del poder internacional. Se abre así un escenario

global que conserva algunos elementos de continuidad, pero que introduce cambios

importantes en el sistema internacional y, con ello, nuevos desafíos para la política exterior

y la inserción internacional de América Latina. De esta forma, la simultaneidad del cambio

en estos tres niveles –global, regional y nacional- plantea interrogantes analíticas y políticas

de gran envergadura para la política exterior que, en general, en Chile han sido poco

analizadas y debatidas públicamente. Resulta por lo tanto oportuno y relevante llevar

adelante un esfuerzo de investigación y reflexión como el señalado anteriormente.

El tercer supuesto es que la política exterior es un ámbito decisivo para el desarrollo

político e institucional chileno, pero que eso depende de la capacidad del sistema político

para generar, reproducir y consolidar consensos básicos (Boeninger 2009, Walker 2009,

Schwartzman 2009) y que, en el caso de Chile, este consenso es un supuesto que debe ser

reexaminado para evaluar su vigencia. Por ello, quizás no sea aventurado preguntar si

existe un consenso básico en torno a la política exterior lo suficientemente importante como

para asegurar su continuidad y estabilidad a lo largo del tiempo. Se ha señalado que este

ámbito disfrutó de un acuerdo político relativamente importante durante la primera etapa

tras la transición democrática de 1990, y que este consenso fue además importante para el

éxito del proceso político chileno durante el periodo en estudio (1990-2010). Sin embargo,

la permanencia de los acuerdos políticos en éste y en todos los ámbitos no se encuentra

garantizada, por lo que éstos deben ser renovados permanentemente, porque tanto el

contexto doméstico como el internacional han sido modificados sustantivamente.

Más aún, una revisión preliminar podría concluir que actualmente en Chile es difícil

encontrar áreas de consenso sobre política exterior más allá de algunas definiciones

generales que fueron suficientes en 1990, pero que más de 20 años después resultan

claramente insuficientes respecto a los desafíos que enfrenta la política exterior3.

¿Existe en Chile una visión mínimamente compartida sobre la naturaleza de las

transformaciones globales en marcha? ¿Tiene el país una vocación global o regional? ¿Cuál

es el rol que el país aspira a jugar en América Latina? ¿Tiene Chile un consenso básico

acerca de cómo abordar las relaciones con sus vecinos? ¿Existe consenso sobre el modelo

de desarrollo que el país debe seguir en las próximas décadas, así como sobre el rol de la

política exterior en esa tarea? Hoy es difícil responder con certeza ante preguntas

3 Para algunos textos críticos recientes ver Ensignia, Fuentes y Fernández (2011).

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fundamentales de política exterior, y todo indica que probablemente no exista una sola

opinión al interior de cada una y entre las principales coaliciones políticas. Por lo anterior,

la posibilidad de una renovación efectiva y oportuna de esos acuerdos descansa en gran

parte en la realización de los procesos de debate.

Con ese objetivo, el presente documento propondrá algunas ideas preliminares. En la

segunda sección del ensayo se formularán algunas consideraciones generales sobre el

estudio de la política exterior. La tercera sección adelantará un conjunto de hipótesis

generales preliminares sobre la política exterior chilena 1990-2010. La cuarta parte

abordará resumidamente también los cambios en el contexto internacional –global y

regional- en el periodo estudiado. La quinta y última sección hará un resumen y propondrá

y primer conjunto de preguntas abiertas, desafíos y dilemas de la política exterior que se

espera examinar a lo largo del proceso de talleres.

2. El estudio de la política exterior chilena.

2.1. Distinciones disciplinarias y paradigmas dominantes.

El estudio de la política exterior chilena plantea la necesidad de algunas prevenciones y

consideraciones, tanto de orden ontológico como teórico. En América Latina y en Chile ha

existido una tradición de búsqueda de interpretaciones originales en ciencias sociales. Eso

explica el desarrollo en Chile, por ejemplo, en el marco de una comunidad académica

latinoamericana y en momentos históricos distintos, tanto de la teoría cepaliana, como de

su sucesora, la teoría de la dependencia. Sin embargo, ambas escuelas no tuvieron su

originen en los paradigmas de relaciones internacionales, sino en la teoría económica, en la

economía política, o en la sociología, lo cual ha sido una característica distintiva de los

estudios regionales sobre política internacional, por lo demás advertidos hace un tiempo:

las ciencias sociales latinoamericanas han privilegiado una ontología consistente con las

preocupaciones prioritarias de la región, entre las cuales el desarrollo y la autonomía han

ocupado y continúa ocupando un lugar indisputado (Muñoz 1980, 1996, Van Klaveren

1996). De esta forma, el estudio de la política exterior latinoamericana ha quedado en un

área disciplinaria intermedia de menor atención, entre el estudio de las relaciones

internacionales a un nivel y desde una perspectiva globales; y el estudio de la política, de la

economía política, de la economía y –más recientemente- de la ciencia política y las

políticas públicas regionales.

Las relaciones internacionales y la política exterior han sido un dimensión relativamente

poco estudiada de los procesos regionales de transformación política y social. En parte,

debido a que la mayor parte de los estudios latinoamericanos sobre la política internacional

y la política exterior comenzaron a desarrollarse como tales a nivel regional desde la década

de los 60, y tuvieron un segundo impulso desde fines de los 70, planteándose

tempranamente la necesidad de superar tanto la aplicación mecánica de las teorías

tradicionales de relaciones internacionales y política exterior a las realidades de la región,

como posteriormente el determinismo relativo de la teoría de la dependencia. Luego del

primer periodo de auge de la Teoría de la Dependencia, gran parte de los trabajos desde y

sobre América Latina comenzaron a adoptar gradualmente los enfoques teóricos sobre

relaciones internacionales y política exterior desarrollados por las escuelas dominantes en

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Estados Unidos y, en menor medida, en Europa. Esta situación no ha experimentado

modificaciones sustantivas desde entonces y en general se ha ido profundizando, y la

dependencia no ha sido reemplazada por otra teoría original y general de origen

latinoamericano sobre la política internacional que viaje por la región y al exterior de ésta.

Tras esa segunda etapa, en la que se desarrollaron algunos de los grupos más fecundos de

estudios internacionales en la región, se produjo una nueva caída de la actividad de

investigación4, y desde entonces se observa una consolidación del predominio las teorías

mayoritariamente realistas, liberales, neo institucionalistas, y aquellas de origen marxista,

junto a lo que Tickner denomina el hibrido latinoamericano (2003a).

Lo anterior, en su conjunto, ha trasladado al ejercicio regional de la disciplina los mismos

debates que han rodeado tanto a la disciplina de las relaciones internacionales como a la

política exterior. En el caso de las relaciones internacionales, destacan las críticas sobre el

distanciamiento de la disciplina respecto a la evolución del resto de las ciencias sociales

(especialmente las no conductivistas), así como el “cuarto debate” metateórico (aún no

concluido) entre las escuelas positivistas –por un lado- y postpositivistas, postmodernistas y

postestructuralistas, por el otro. Aunque existen diferentes taxonomías, en general éstas

coinciden y subrayan, como trasfondo, el carácter político e ideológico de la ontología, de

la epistemología, e incluso de la metodología de las escuelas dominantes en la disciplina de

las relaciones internacionales, así como su rol tanto en la reproducción de las relaciones de

internacionales de dominación, como en lo que suelen considerar una deliberada

marginalización de la actividad intelectual del Mercer Mundo (Best y Kellner 1991,

Tickner 2003b, Waever 2007). En este misma lógica, un segundo tipo de críticas ha

cuestionado también el carácter “internacional” de las relaciones internacionales, al señalar

que sus principales paradigmas han sido generados mayoritariamente en Estados Unidos -y

en menor medida en Europa- (Hoffman 1977), por lo que presentan un sesgo “localista”

tanto ontológico, como en su epistemológico e incluso metodológico (Waever 1998). Como

señala Tickner “although Anglo-American IR is frequently presented as a universal

discipline, the United States has clearly imprinted upon the field its major characteristics”

(2003a: 326).

Asimismo, el uso en América Latina de las teorías dominantes ha generado problemas que

fueron advertidos tempranamente por los internacionalistas latinoamericanos5, pero que

posteriormente han sido profundizados por autores provenientes tanto del mundo

desarrollado como del mundo en desarrollo. Éstos subrayan las limitaciones que presenta la

interpretación del mundo a partir de teorías que fueron originalmente elaboradas para

explicar realidades más específicas (y por tanto recogieron evidencia limitada a esas

experiencias), como es el caso del realismo en sus distintas variantes (concentrado

4 Tickner señala que las oscilaciones se relacionan con la alternancia de cuadros entre la academia y la

política y que el caso más agudo de disminución de los estudios en la última etapa ha sido Chile. Para una

visión chilena sobre este tema ver Sánchez 2006. 5 Citando a Perina (1985) y a Tomassini, (1990),. Tickner ha señalado que “many authors shared the notion

that Latin America needed to „create its own scientific knowledge, extracted from its respective reality, while

developing its own theoretical and methodological instruments (…). It was perceived that the analysis of

global events from the perspective of the predominant IR theory, realism, tended to ignore the substantive,

normative content of international relations, and as such, was of little relevance to the international relations

of the region”.

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principalmente en el problema del conflicto en Europa y posteriormente de la bipolaridad),

pero también del liberalismo (también originado en la experiencia europea) e incluso del

neo institucionalismo (construido originalmente sobre bases realistas y enfocado en la

economía política internacional). A diferencia de otros estudios críticos, formulados desde

otras disciplinas, estas críticas han sido formuladas por autores desde el interior de las

relaciones internacionales y han sido profundizadas durante las últimas dos décadas

(Neuman 1998, Buzan y Waever 2003)6.

En el caso del análisis de la política exterior, la disciplina tuvo su auge a nivel internacional

desde fines de los 50 y hasta comienzos de la década de los 80. Durante este periodo gran

parte de los trabajos concentraron sus esfuerzos en explicaciones de distinto orden en torno

a la toma de decisiones en política exterior, entendiéndose la política internacional o las

relaciones internacionales como el punto de encuentro de las dinámicas estatales nacionales

bajo ciertas regularidades que fueron propuestas por los realistas tradicionales (Dune, Kurki

y Smith 2007, Smith, Hadfield y Dunne 2008). Sin embargo, el surgimiento del neo

realismo desde mediados de los años 60 (Waltz 1979), que predominó en las relaciones

internacionales hasta el fin de la Guerra Fría, eclipsó abruptamente e introdujo un severo

cuestionamiento a los estudios de política exterior. Esta dinámica, que cuestionaba el valor

explicativo de teorías no sistémicas sobre la política internacional, se mantendría hasta la

emergencia y consolidación del proceso de transnacionalización y posterior globalización,

y consiguiente desarrollo de las teorías neoinstitucionalistas (Keohane y Nye 1977, Krasner

1983) y sobre gobernabilidad global (Hewson y Sinclair 1999), cuando comienza a

desdibujarse nuevamente la frontera entre lo sistémico, lo internacional y lo doméstico, y la

política exterior vuelve a ser considerada por el mainstream disciplinario, aunque desde una

perspectiva más amplia, que considera simultáneamente las dimensiones tanto sistémicas

como internacionales y domésticas (Hewson y Sinclair 1999, Rosenau 2003).

La consecuencia ha sido, sin embargo, que desde entonces los estudios de la Política

Exterior se han mantenido en un limbo disciplinario cuyo nivel de análisis va desde lo

individual hasta lo global, y lo disciplinario transita desde una disciplina a otra de acuerdo

al enfoque elegido.

2.2. La construcción social de la política latinoamericana.

Lo anterior no significa, desde luego, que las teorías dominantes carezcan de validez a

priori en una región como América Latina o en un país como Chile, que no hayan realizado

aportes importantes, o que no tengan valor predictivo, incluso desde las perspectivas más

“tradicionales”7. Los fenómenos complejos –como lo son por definición la política

internacional y la política exterior- suelen admitir múltiples cortes analíticos, y suelen ser

comprendidos mejor si se considera más de uno.

6 Neuman (1998) y otros participantes de su volumen cuestionan que en el caso del Tercer Mundo es

altamente discutible la vigencia de los supuestos, conceptos básicos y prácticas considerados por las

principales escuelas de relaciones internacionales, como el de sistema internacional, rational choice, estado,

soberanía y alianzas. 7 Nos referimos aquí al clásico trabajo de Burr (1967) sobre Chile y el balance de poder en América del Sur,

pero también se debería acoger con atención incluso todo el esfuerzo intelectual sobre política exterior e

internacional que aunque limitado, en el caso de Chile, se desarrolló a partir del Siglo 19.

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Un poco antes de Tickner, otros autores identificaron al menos 7 grupos o tipos de enfoques

sobre el estudio de la política exterior latinoamericana, cada uno de los cuales priorizaba un

tipo de variables (sistémicas, de poder, domésticas, las vinculadas al desarrollo, la cultura y

la historia, la existencia de actores no estatales y capacidades), concluyendo que no existen

explicaciones monocausales para explicar la riqueza de los procesos regionales, que se hace

necesario un mayor desarrollo de estudios comparados, y que es posible encontrar

convergencias entre enfoques diferentes (Van Klaveren 1996). Luego de los avances

registrados en los 80, la literatura generada en la región parece haberse acotada a 9 grupos

de escuelas teóricas en uso en la región, siendo las más recurridas las que Tickner

denomina como (a) classical „„state-centric‟‟ subtype (classical realism, neorealism,

neoliberal institutionalism); (b) a classical „„non–state-centric‟‟ subtype (interdependence,

liberalism, integration theory) y (c) The Marxist (and neo-Marxist) tradition (imperialism,

dependency theory, world system, critical theory). Junto a éstas, destaca el “híbrido

latinoamericano”. Éste, señala, “draws upon distinct concepts derived from dependency

theory, Morgenthauian realism, and interdependence. According to the Latin American

hybrid approach, the international system is characterized by hierarchical relations of

domination and interdependence. The state, viewed in relatively non problematic terms, is

highlighted as the principal actor in the international sphere, followed by other types of

economic actors such as multinational corporations. The Latin American hybrid approach

sustains a nonhierarchical view of the international agenda, as well as a multifaceted notion

of power. As in the case of the classical tradition, this approach does not challenge the

fundamental structures of the international system, but rather analyzes the world „as it is‟”

(2003a: 335-336).

Desde los años 90, en la región se ha mantenido un especto relativamente estable de

enfoques teóricos utilizados, a pesar de las limitaciones que se han ido evidenciando en el

debate internacional y a las limitaciones que supone la carencia de teorías que no articulen

explicaciones multicausales. Así, por ejemplo, el “cuarto debate” sobre relaciones

internacionales entre positivistas y post positivistas no parece haber viajado hacia América

Latina, ni las escuelas o política exterior originadas en Estados Unidos o Europa durante los

años 90, aunque recientemente se observa un cierto movimiento hacia el uso enfoques

constructivistas8, tanto desde fuera como desde dentro de la región (en algunos centros

académicos en Argentina y Brasil), y a pesar de que los estudios basados en perspectivas

constructivistas han incursionado en la región. En este último caso, algunos autores han

analizado la posibilidad de interpretar las nuevas dinámicas globales procurando identificar

teorías sobre el funcionamiento de las regiones y su interacción con la política global

(Buzan y Waever 2003). Otros han examinado la posibilidad de construir nuevos tipos de

unidades en el Cono Sur, como las comunidades de seguridad (Adler y Barnett 1998,

Hurrel 1998); mientras que un tercer grupo ha explorado la posibilidad de que los factores

ideacionales –en este caso los ideológicos- finalmente sean variables más importantes que

los asociados al poder (Barletta y Trinkunas 2004) para explicar el comportamiento de la

política exterior de algunos países centroamericanos.

8 Para un estudio sobre el tema ver Waever 1998.

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Indagando en estudios de caso -y abriendo un camino nuevo en los estudio de seguridad-,

los estudios constructivistas también han explorado en el Cono Sur el argumento de Wendt

(1992) –“anarchy is what states make of it”-, argumentando que bajo condiciones que

podrían ser consideradas ceteris paribus, los regímenes autoritarios del Cono Sur

produjeron un tipo de relaciones subregionales y los regímenes democráticos otro diferente.

Este es el caso de Barletta (1999, 2000), quien sostuvo en su investigación sobre la lógica

de la política exterior del Presidente Raúl Alfonsín, que la principal racionalidad detrás el

conjunto de medidas que adoptó el Mandatario durante su gobierno (transformación de la

relación con Brasil mediante la suspensión de la carrera nuclear, y lanzamiento del proceso

de integración; así como con Chile, mediante al plebiscito sobre la aceptación de la

mediación Papal que permitió la firma del Tratado de Paz y Amistad) fue el de asegurar la

continuidad de la reciente democracia, la cual se veía fuertemente amenazada por la

persistencia de problemas estratégicos tras la Guerra de Las Malvinas (Brasil, Chile) que

mantenían el protagonismo público de los militares. Este camino ha sido seguido

recientemente por otros proyectos de investigación constructivistas que han comenzado a

interrogarse sobre la importancia que ha tenido la cultura –además de los intereses y las

instituciones- en el desarrollo del pensamiento estratégico de América Latina9 (Astrada

2010, Martin 2010, Robledo 2010, Trinkunas 2010), continuando así los estudios

comenzados por Katzenstein sobre seguridad nacional tras el término de la Guerra Fría

(1996). La experiencia Argentina y del Cono Sur no es, sin embargo, la única en la cual el

imperativo de la gobernabilidad democrática ha influido en la política exterior de la región

e incluso en la política regional.

La política exterior ha sido explicada en América Latina desde las perspectivas señaladas

anteriormente, como la geopolítica, el balance de poder, la dinámica del desarrollo, la

búsqueda de la autonomía, el rol de las instituciones, o los impactos sistémicos. Sin

embargo, hasta el surgimiento del constructivismo, el estudio de la política regional no

contaba con una herramienta que intentara articular teóricamente una explicación sobre

cuál podría ser el rol de las diferentes variables en la generación de los fenómenos

regionales.

2.2.1. Constructivismo y construcción social de la política internacional.

En su trabajo original (1992), Alexander Wendt introdujo una propuesta en esta dirección.

Esto es, una teoría que pueda integrar distintas variables dentro de una lógica causal. En sus

rasgos fundamentales, el constructivismo se desarrolla como una continuación de las teorías

sistémicas de relaciones internacionales, pero se sitúa en una etapa anterior, afirmando que

las teorías realistas están construidas sobre supuestos básicos erróneos10

. Los sistemas

internacionales, sostiene Wendt, no son natural ni necesariamente anárquicos, es decir

carentes de autoridad y por tanto en estado de naturaleza, en los cuales los estados

dependen de la auto ayuda y actúan por tanto como sujetos egoístas que buscan maximizar

su poder, por lo que en balance de poder es la única forma de limitar la acumulación de

9 Nos referimos en particular al proyecto sobre Cultura Estratégica de la Florida International University,

disponible en http://strategicculture.fiu.edu/Home.aspx. Sobre el concepto de cultura estratégica ver Lantis

2009, Astrada 2010. 10

La crítica de Wendt también incluye a las teorías neoinstitucionalistas (Keohane y Nye 1977, Krasner 1983,

Keohane 1984) por cuanto no cuestionan los supuestos realistas e incluso en algunos casos se consideran a sí

mismos como “realistas modificados”.

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poder y la cooperación es por definición y en último término inviable. La anarquía, añade,

es sólo un tipo de institución, resultado de un proceso de construcción social histórica, y la

evidencia señala que existen otras experiencias históricas que han construido sistemas

organizados en torno a la cooperación, y que el tipo identidad del sistema (egoísta o

cooperativo), dependerá del tipo de relación que se construya durante el proceso social que

constituye el relacionamiento entre dos o más comunidades. Así, Wendt acoge el concepto

de sistema, así como el sustrato material de la agencia: las capacidades del estado y el

deseo de sobrevivir, pero señala que el la auto ayuda (self-help) no es constitutivo del

estado de anarquía, sino que emerge del proceso en el cual la anarquía juega rol permisivo.

Para elaborar su propuesta, Wendt se basa en el desarrollo de sociología sobre construcción

social de realidad para explicar las variaciones de las identidades y de los intereses de los

actores (variable dependiente) como consecuencia del proceso social (variable

independiente), y adopta la teoría espejo de formación de identidad (“looking-glass self”)

entre ego y alter. En la teoría realista, sostiene Wendt, cada uno actúa sobre la base del peor

escenario. Sin embargo, en los hechos la mayoría de las decisiones son tomadas sobre la

base de las probabilidades y de la interacción de gestos y características físicas, de

intenciones y en un proceso de señalización e interpretación (amenazas o no). De esta

forma, señala, alter no va a percibir amenaza a priori, sino sólo a través de proceso de

señalización e interpretación que va a poder construir percepción de amenaza y respuesta.

Las amenazas sociales son, en este sentido, construidas, no naturales, en procesos de

creación de contenidos inter-subjetivos. Si se repiten, esas tipificaciones recíprocas van a

generar percepciones estables -expectativas de identidad e intereses, de amenaza o

cooperación (construcciones inter-subjetivas). Si el tratamiento es egoísta-competitivo,

impide la identificación positiva de alter con ego, y genera dilemas de seguridad; si el

tratamiento es empático con el otro, se genera entonces una identificación positiva; y si se

produce un cambio de las prácticas, se producirá consecuentemente un cambio en el

conocimiento inter-subjetivo que constituye el sistema. De esta forma, el proceso social es

uno de construcción y reconstrucción de uno y de las relaciones sociales.

Wendt añade que en la experiencia histórica de los sistemas, el carácter anárquico está

precedido de la existencia de un ego depredador que obliga a los demás a conductas

agresivas en estado de anarquía. Es el depredador el que genera self-help. Pero no es

inherente, sino resultado de un proceso. Y por eso, agrega, el self help ha devenido en un

proceso de “reificación”, de aprehensión de los productos de la actividad humana como si

fueran algo más allá que productos humanos. El mundo reificado, señala, es experimentado

por el hombre como una extraña facticidad, como opus alienum sobre el cual no tiene

control, en vez del opus proprium de su propia actividad productiva. Al rechazar la autoría

colectiva de los estados de su identidad e intereses, sostiene, el realismo racionalista ha

negado que la política de poder competitiva ayuda a crear el problema que debería ayudar a

resolver. Por eso, sostiene, “la política de poder es lo que los estados han hecho de ellos

mismos”, y una vez constituída, la anarquía puede ser resistente al cambio porque crea

path-dependency, al premiar la competición y castigando el altruismo; y elevar los costos

de romper acuerdos con otros (aliados), según importancia de las identidades de rol.

El paso de sistemas egoístas hacia otros cooperativos demanda que los estados sean capaces

de superar el dilema de seguridad, ante lo cual existían hasta entonces (1992) dos

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estrategias conocidas. Por un lado, la teoría de juegos, destacando el dilema prisionero

(Axelrod 1984), cuya característica, añade Wendt, es la de ser un juego racionalista

exógeno y conductista, en el cual la identidad tratada como caja negra y el foco está en las

expectativas y conductas. Y por el otro, añade, existe la Teoría espejo de formación de

identidad de George Herbet Mead, una teoría constructivista endógena de la cooperación

basada en torno a tres ideas: primero, que la cooperación se genera a partir de gestos

reiterados de voluntad de cooperación, en un proceso de comunicación, de aprendizaje, de

formación de hábitos, y de construcción de identidad (en función del otro) e intereses.

Segundo, que el proceso de creación de instituciones es uno de internalización de nuevos

entendimientos de uno mismo y del otro, de adquisición de nuevas identidades de rol, y no

sólo de creación de restricciones externas a la conducta. Y, tercero, en el paso desde una

interdependencia positiva basada en resultados (Axelrod 1984), hacia una interdependencia

positiva de utilidades, en la cual el interés colectivo es organizado en torno a normas

basadas en compromisos resultantes de una identidad común que se genera a partir de la

existencia de intereses compartidos, y no sólo para reducir costos de transacción. Con todo,

Wendt advierte que la transformación de identidad e intereses mediante la cooperación no

está garantizada, porque enfrenta dos tipos de restricciones: el proceso es incremental y

lento; y los actores no pueden identificarse negativamente entre ellos, cuestión difícil en la

medida de que deben superar los juego de relative gains (Grieco 1988)11

.

Junto con analizar el proceso histórico de formación de los sistemas anárquicos, Wendt

añade que la evidencia histórica también exhibe casos de transformación institucional de

identidad, e identifica tres: el nacimiento del estado moderno que constituyó una

experiencia histórica de limitación del estado de naturaleza europeo; el proceso de

integración europeo; y la Perestroika soviética. En el primer caso, se crea un tipo de

comunidad (estado con “territorial property rights”), cuyos actores se reconocen

mutuamente, y se codifica la legitimidad del dominio territorial exclusivo (y del derecho

internacional público), así como las condiciones bajo las cuales el dominio no aplica

(Guerra Justa). De esa forma, la soberanía permitió avanzar desde mundo competitivo,

hacia un mundo de cooperación egoísta, en el cual las ganancias no se logran

unilateralmente. En el segundo caso, las identidades nacionales son reemplazadas por una

identidad común europea; y el tercero constituye una experiencia formidable de esfuerzo

auto consciente.

Desde que fuera propuesto en 1992, el constructivismo de Wendt se ha consolidado como

un paradigma en relaciones internacionales alternativo al realismo (tanto tradicional como

11

Wendt añade que existe otro tipo de proceso de transformación, que denomina el de los “esfuerzos auto-

concientes” orientados a cambiar las estructuras de identidad e intereses. Sus condiciones necesarias son un

contexto de nuevas situaciones sociales que no pueden ser manejadas con concepciones pre-existentes; y que

los costos esperados no sean superiores a los beneficios. Este proceso se desarrolla en cuatro etapas: la ruptura

del consenso en torno a compromisos de identidad; una crítica de reificación, desnaturalización y búsqueda de

nuevas identidades y aspiraciones; la introducción de nuevas prácticas, o alter-casting, en las que ego actúa

roles que alter podría jugar, y tratándolo como si ya hubiera cambiado su identidad; y la de reciprocicamiento,

en las que alter debe premiar a ego. El resultado es un proceso que institucionaliza una identificación positiva

entre la seguridad de ego y alter, y provee una base inter-subjetiva suficiente para nuevas identidades e

intereses compartidos inicialmente tentativos. Los ejemplos en alter-casting en relaciones internacionales son

las iniciativas unilaterales, y los compromisos auto-vinculantes.

Working Paper ICSO UDP – 2011

14

neorealista, ofensivo y defensivo) y al conductismo, sea éste racional choice o neo

institucionalista y, tan importante como lo anterior, ha tendido un puente en el estudio de

las relaciones internacionales, entre las escuelas positivistas, postmodernistas, y las

postpositivistas (especialmente postestructuralistas). Una de sus características interesantes

es que permite evitar tanto las posturas deterministas de algunas escuelas realistas (con la

excepción del realismo defensivo iniciado por Jervis), como el voluntarismo y el carácter

cuasi normativo de algunas escuelas liberales, sin rechazar por eso la utilidad de los

enfoques realistas o institucionalistas cuando es apropiado, ni desconocer la importancia del

poder ni de las instituciones. Al mismo tiempo, el proponer un enfoque que asume el

carácter contingente del tipo de sistema internacional no sólo sitúa en foco de la disciplina

en el agency, sino que también permite articular explicaciones multicausales e integrar

tanto los distintos niveles de análisis, como la diversidad disciplinaria necesaria para

explicar los distintos procesos sociales.

2.2.2. Regimen político, gobernabilidad regional, y evolución de la identidad y de la

política regional.

Continuando en la lógica del razonamiento anterior, el presente trabajo avanzará en el

análisis del ciclo de política exterior 1990-2010, y lo hará argumentando que para realizar

una evaluación es necesario analizar la lógica interna de la toma de decisiones sobre

política exterior, y describir las principales características de la política exterior chilena

durante ese periodo. Adicionalmente, una explicación plausible sobre los efectos la política

exterior también necesita situar dicho proceso en el contexto de la región (al menos con los

estados vecinos y de la subregión del Cono Sur), y examinar si acaso es posible identificar

un proceso de redefinición de la identidad durante ese proceso iniciado en 1990, cuál es el

sistema al interior del cual opera este cambio de identidad, y cuál es la dinámica causal que

produce esa transformación.

La hipótesis general que asume este trabajo es entonces que la política exterior iniciada en

1990 tiene una lógica doméstica que explica las preferencias de quienes tomaron las

decisiones a partir de ese año; pero que el alcance de sus transformaciones requiere que sea

situada en el contexto de un subsistema internacional del Cono Sur. La evaluación que

surge de ambas dinámicas es que la política exterior chilena iniciada en 1990 no sólo

exhibe rasgos muy innovadores respecto de la desarrollada anteriormente en el país, sino

que además logró transformar de manera exitosa, aunque no completa, las relaciones con

Argentina, su vecino más importante. La política exterior chilena iniciada en 1990 formó

parte de un proceso más amplio de transformación de la identidad subregional desde una

egoísta hacia otra de cooperación, y contribuyó sustantivamente a ese proceso. Ese cambio

de identidad fue posible por la concomitancia de los procesos de democratización del Cono

Sur (y especialmente en Argentina y Brasil), el cual significó que los gobiernos que

participaron en el proceso constituían una comunidad epistémica democrática y partidaria

de la cooperación, y coincidieron y actuaron coordinadamente para asegurar sus

imperativos de supervivencia democráticos; en la voluntad de transformar el ambiente

anárquico y conflictivo que recibieron en otro de cooperación e integración; así como en la

voluntad de superar (con matices y diferencias) el modelo de Industrialización y Sustitución

de Importaciones y reemplazarlo por otro de mayor apertura de un modo relativamente

convergente. Este proceso se desarrolló en un contexto global también favorable y, en

Working Paper ICSO UDP – 2011

15

alguna medida, similar al que se dio en la región, coadyuvando a completar la

transformación de la identidad y modificar, al menos parcialmente, el alto nivel de

conflictividad latinoamericana existente al iniciarse el proceso de democratización.

De esta forma, la política exterior iniciada en 1990 constituye, en el contexto señalado

anteriormente, un ejemplo histórico en el que es posible identificar actores políticos (en este

caso al menos el ABC) con la voluntad y la capacidad de transformar el sistema político

internacional (o en este caso subsistema regional), desde uno caracterizado por el conflicto

(al iniciarse la transición desde el autoritarismo hacia democratización) hacia otro de

cooperación. Si el proceso se observa con una perspectiva más prolongada en el tiempo, es

posible distinguir etapas claramente diferenciadas de la política regional: durante los

regímenes autoritarios; a partir del proceso de democratización: y a partir de la crisis del

modelo democrático, iniciada a fines de los 90, confirmando que el sistema internacional es

altamente contingente, que no es inevitablemente anárquico, y que sus rasgos dependerán

del tipo de proceso de construcción de identidad. Por último, la hipótesis propone que en el

caso de América Latina la causalidad es múltiple y contingente, pero que la posibilidad de

que se construyan identidades comunes y de cooperación) parece relacionarse con la

calidad de la democracia regional. La hipótesis propone entonces una vinculación entre

gobernabilidad democrática y gobernabilidad internacional12, lo cual abre la posibilidad de

explorar la posibilidad de interpretar la política exterior desde una perspectiva de

gobernabilidad que combine tanto las nociones sobre gobernabilidad desarrolladas por la

ciencia política, como aquellas desarrolladas por algunas escuelas sobre gobernabilidad

global.

Considerando lo planteado en las secciones anteriores el trabajo, la tercera parte del trabajo

abordará el balance preliminar del periodo 1990-2010 así como el contexto regional en que

ésta se desarrolló y la dinámica de transformación que se generó. El capítulo siguiente

analizará las transformaciones tanto globales como regionales del periodo, y los desafíos

que, en ese marco, se han ido abriendo a la política exterior.

3. Balance preliminar de la política exterior chilena 1990-2010. Rasgos innovadores,

gobernabilidad democrática y política exterior.

En esta sección se intentará proponer un conjunto de hipótesis preliminares exploratorias

sobre la gestión de la política exterior chilena entre 1990 y 2010. El balance de un periodo

tan prolongado es casi por definición, complejo y rico, y constituye un ejercicio que hasta

ahora ha sido realizado sólo parcialmente por algunos autores en momentos recientes13

. Por

razones de oportunidad y extensión, en este trabajo no se intentará realizar un balance

pormenorizado -tarea que ha sido considerada para el desarrollo del resto de los talleres-,

sino adelantar algunas ideas generales exploratorias que, si logran ser desarrolladas durante

la investigación y los talleres, podría dar paso a una agenda de investigación más

estructurada.

12

El tema ha sido abordado por trabajos generados durante la década de los 90 (Muñoz 1996a, 1996b, Van

Klaveren 1996), pero ha sido poco desarrollado posteriormente. 13

Ver por ejemplo, Van Klaveren 1998, Wilhelmy y Durán 2003, Fuentes y Fuentes 2006.

Working Paper ICSO UDP – 2011

16

3.1. La construcción social de la política internacional: gobernabilidad (local y

regional) y democracia en América Latina.

La experiencia de la política exterior llevada adelante a partir de 1990 constituye un caso

especialmente interesante para explorar el argumento de que el sistema internacional no es

un escenario anárquico y conflictivo por definición, sino el resultado de un proceso

construido socialmente que puede conducir tanto al conflicto como a la cooperación.

La experiencia chilena de política exterior es un buen ejemplo de cómo, bajo ciertas

condiciones -en este caso un contexto latinoamericano de comienzos de los años 90-, ésta

fue capaz de transformar cualitativamente el estado de la política regional desde uno

general de conflicto, hacia otro de cooperación y de niveles más avanzados (aunque

problemáticos) de integración. Esa transformación se explica tanto por i) los imperativos de

gobernabilidad del proceso político chileno, como por ii) las ideas y a los valores con que

las elites enfrentaron ese proceso, en este caso favorables a la cooperación; por iii) una

coyuntura regional marcada por la existencia de una comunidad política y epistémica

regional afín que dirigía un proceso similar de democratización y liberalización económica,

lo que facilitó un proceso de cambio de identidad de los actores; así como por iv)

condiciones globales también favorables y, en alguna medida similares a las que se dieron

en la región, que coadyuvaron junto a los anteriores para completar la transformación de la

identidad y modificar, al menos parcialmente, la anarquía latinoamericana al iniciarse el

proceso de democratización.

La conjunción de ese conjunto de variables contingentes viabilizó el desarrollo, a partir de

1990, de una política exterior en Chile que exhibió algunos rasgos de continuidad respecto

a etapas anteriores a 1990, pero que también introdujo un conjunto de cambios mayores si

se la compara con la historia de la política exterior del país, modificaciones que fueron

eficaces para transformar el entorno regional, y que en sus rasgos estructurales no han sido

modificadas hasta la fecha.

3.1.1. El contexto global y regional de 1990.

La revisión del contexto en el cual se inició la gestión de la política exterior en 1990

permite distinguir dos etapas de la política nacional y regional perfectamente

diferenciables, y es el contexto dentro del cual se definieron los desafíos de gobernabilidad

–internos y externos- que debió enfrentar el gobierno democrático chileno en 1990 y a

partir del cual se fueron definiendo (y se pueden comprender) las opciones de política.

3.1.1.1. Un momento de cambio sistémico. De la bipolaridad a la primacía de EEUU.

En el plano global el periodo iniciado en 1990 se vio fuertemente marcado por el fin de la

Guerra Fría y la transición desde el sistema bipolar a uno de primacía de los Estados

Unidos. Este proceso tuvo numerosas y profundas consecuencias globales que han sido

profusamente estudiadas y analizadas. Para los efectos de esta investigación, destacamos

tres: 1) La crisis definitiva del paradigma socialista (político y económico) y el triunfo del

paradigma liberal democrático y del paradigma económico neoliberal14

; 2) la

14

Algunas regiones del mundo no fueron receptivos a todos o ninguno de esos paradigmas en esa etapa, como

es el caso de China y Medio Oriente, respecto al paradigma democrático, entre otros. Sin embargo, no hubo

Working Paper ICSO UDP – 2011

17

transformación estructural de la política internacional desde un sistema de gobernabilidad

global bipolar, hacia uno unipolar o de primacía estadounidense, con serias consecuencias

para la institucionalidad multilateral gestada tras la II Guerra Mundial; y 3) la liberación de

los procesos políticos regionales del corsé político que impuso la Guerra Fría durante

medio siglo, dinámica que a su vez facilitó y potenció otro proceso global que tuvo su

propia dinámica, cual fue la denominada Tercera Ola de democratización, que comenzó en

Europa del Sur a mediados de los 70, pero que en ese periodo se manifestó con especial

fuerza en América Latina y Europa del Este (que continuaría en el Sudeste Asiático con la

Crisis Asiática).

3.1.1.2. Crisis del modelo ISI y del modelo burocrático-autoritario.

En América Latina los cambios internacionales se produjeron en una coyuntura que

favoreció la incorporación de la región a las tendencias globales, porque coincidieron con

un momento de crisis de los regímenes autoritarios y de transición hacia un proceso

regional de democratización, pero también fueron coetáneos con la crisis regional de los

modelos de Industrialización y Sustitución de Importaciones (ISI).

Sin embargo, si las condiciones internacionales fueron favorables al proceso de cambios

que vivía la región, la era autoritaria que terminaba dejaba un conjunto de desafíos

importantes para los nuevos regímenes democráticos, que resumimos en tres para los

efectos de esta investigación: 1) La necesidad de impedir regresiones autoritarias, y de

construir y consolidar las nuevas democracias y dotarlas de gobernabilidad; 2) la necesidad

de modificar el ambiente estratégico de alta conflictividad que caracterizó a la región hasta

el comienzo del proceso de democratización, que reproducía la militarización de la política

regional y que –con diferencias según el país- amenazaba seriamente la viabilidad de las

experiencias democráticas; y 3) la necesidad de reemplazar ese ambiente regional por

nuevas instituciones de gobernabilidad regional.

3.1.1.3. El deterioro del ambiente estratégico de la región.

En efecto, al asumir sus respectivos gobiernos los dirigentes democráticos latinoamericanos

(y especialmente los del Cono Sur) debieron enfrentar una pesada agenda de tensiones y

conflictos estratégicos en la región. El más importante, aunque no la única, por el tamaño

de los países involucrados, era la competencia argentino brasileña, que había derivado en

una carrera nuclear, junto al entonces recientemente concluido enfrentamiento argentino

británico por las Islas Malvinas. A éste se sumaba el conflicto argentino chileno, y la crisis

vecinal que Chile mantuvo con sus tres vecinos durante la década de los 70, así como las

tensiones de Chile con Perú y Bolivia en el mismo periodo. Durante el periodo en que

predominaron en la región, aunque con diferentes niveles de responsabilidad, los regímenes

autoritarios condujeron a la región –especialmente en el Cono Sur- hacia un serio deterioro

del ambiente estratégico, lo cual reflejó el predominio de las concepciones tradicionales y

militarizadas de la política internacional originadas en el pensamiento geopolítico, realista y

(en su última etapa) de seguridad nacional.

otros actores capaces de proponer paradigmas en una escala global hasta el surgimiento del islamismo, o la

crisis económica y financiera del 2008. Agradezco a Claudio Fuentes por señalar la distinción.

Working Paper ICSO UDP – 2011

18

Los regímenes militares no fueron los únicos causantes de la seria situación estratégica que

recibieron los regímenes democráticos, y también pusieron en marcha algunos procesos de

cooperación. El fracaso de las formulaciones iniciales del modelo ISI (que lo concebían

asociado a un esfuerzo de integración) abrió una etapa de aumento del proteccionismo en la

región y también contribuyó decisivamente al aislamiento entre los países, y al

fortalecimiento y al predominio de concepciones nacionalistas sobre la política regional

entre las elites políticas y culturales, que tendieron a reproducir y relegitimar las

concepciones que asumían la inevitabilidad del conflicto (geopolíticas) o al menor el

carácter anárquico y conflictivo de las relaciones internacionales (realistas)15

.

El resultado fue, como han señalado algunos autores (Child 1990, Kacowicz 1998: 117),

que las democracias enfrentaron una política regional sudamericana deteriorada que aunque

exhibía rasgos de cooperación, evidenciaba asimismo una inclinación hacia dinámicas más

competitivas y de poder que tendían a reproducir y a profundizar el conflicto regional. Las

dinámicas de poder se construyeron durante el Siglo 19 como un subsistema sudamericano

(Burr 1967), organizado principalmente en torno a dos ejes verticales de tensión

(Argentina-Brasil, Chile-Perú) y dos alianzas diagonales (Chile-Brasil, Argentina-Perú)16

.

Éste comenzó a modificarse desde comienzos del Siglo 20 como consecuencia, primero, del

distanciamiento en términos de poder, entre Argentina y Brasil, por un lado, y Chile, por el

otro; y a mediados del siglo, por la consolidación de Brasil como potencia regional. En

segundo lugar, el declinante sistema de balance de poder coexistió, también desde el Siglo

19, con un regimen sudamericano de “paz negativa”, característico y exclusivo de la región,

cuya característica fundamental fue mantener la paz “sólo sobre bases inestables mediante

amenazas, disuasión, o una falta de voluntad o capacidad para iniciar un conflicto

violento”, la cual fue construida sobre la base de una cultura diplomática que fue

institucionalizada y que privilegia el derecho internacional (Kacowicz 1998: 9, 102-103).

Junto a lo anterior, aunque con matices y en contextos diferentes, los regímenes militares

del Cono Sur exhibían difíciles relaciones con Estados Unidos (especialmente Argentina y

Chile, aunque Brasil y Perú también en un grado diferente), y se encontraban relativamente

aislados de los principales centros de poder Occidentales (especialmente los que exhibían

niveles más altos de violaciones a los derechos humanos).

En el resto de América Latina, particularmente en Meso y Centroamérica, el ambiente era

similar respecto del tipo de desafíos, aunque los contextos fueron diferentes. En esa

subregión la lógica política estuvo organizada en torno a las dinámicas de la guerra civil

centroamericana: por un lado, fuertemente afectada por la lógica del conflicto este-oeste

debido a la importancia otorgada por los Estados Unidos a la Cuenca del Caribe, y su

consiguiente intervención directa; y por el otro, por las demandas de democratización.

15

Este argumento fue desarrollado por Robledo (2001). Ver también la opinión de Mares (2001), quien ha

explorado la relación entre conflicto/cooperación, y modelo de desarrollo en la región. 16

Actualizando el análisis de Burr, aunque desde una perspectiva diferente, Kacowicz señala que entre 1883 y

la década de1920 Brasil mantuvo relaciones antagónicas con Argentina y Venezuela, y alianzas con Chile y

Colombia; Argentina, antagónicas con Chily y Brasil, y alianzas con Bolivia y Perú; Chile, antagónicas con

Argentina, Perú y Bolivia, y alianzas con Brasil y Ecuador; Perú, antagónicas con Chile y Perú, y alianzas con

Argentina y Bolivia; mientras que Ecuador, antagónica con Perú y alianza con Chile (1998: 93).

Working Paper ICSO UDP – 2011

19

El fin de la Guerra Fría y la marcha de los procesos de democratización permitieron la

superación gradual del conflicto, y las instituciones regionales generadas durante este

proceso (Proceso de Contadora) terminarían engarzándose en la dinámica general de

democratización, y sentando las bases para un proceso de concertación política regional

Centro y Sudamericano. Los ejes de esta dinámica serían la democratización y la

transformación del ambiente estratégico de la región desde uno de conflicto, hacia otro de

cooperación y de relanzamiento de los procesos de integración interrumpidos tanto por el

fracaso del modelo ISI como por los regímenes autoritarios.

De esta forma, al reiniciarse la democracia en Chile, el nuevo gobierno tenía ante sí un

ambiente vecinal caracterizado por una agenda cargada de conflictos, pero contaba

asimismo con una ambiente global y latinoamericano cuyas tendencias estructurales eran,

en lo grueso, favorables.

Lo anterior no significa desconocer que durante los regimenes autoritarios también hubo

procesos de cooperación al interior de la subregión, como por ejemplo, las dinámicas de

cooperación que existieron entre Argentina y Brasil antes de la democratización (Van

Klaveren 1990), o que algunos regímenes autoritarios cooperaron con regímenes

democráticos, como Argentina y Chile a partir de la firma del Tratado de Paz y Amistad

(TPA) en 1984. El TPA tuvo una enorme importancia para la transformación de la relación

estratégica bilateral, puso en marcha –en el lenguaje de Jervis (1978)- un proceso de

“cooperación bajo dilema de seguridad”, y produjo una distensión inicial en el ambiente

bilateral17

. Sin embargo, ambos procesos –el argentino-brasileño y el argentino chileno-

parecen haber sido una condición necesaria, pero no suficiente, para la transformación

cualitativa de la política bilateral y regional que se iniciaría a partir de 1990 entre Chile y

Argentina18

. Más allá de Brasil, Argentina y Chile, la existencia de regímenes autoritarios

también en Bolivia, Perú, Paraguay y Uruguay, entre otros países de la región, introdujo un

sesgo sistémico que favoreció el conflicto y redujo las posibilidades de cooperación, y lo

relevante, desde un punto de vista de teórico y político, es observar entonces si la dinámica

de la política regional experimentó transformaciones importantes como consecuencia del

17

Nuestro argumento es similar, en este sentido, al de Kacowiz. Éste sostiene que América del Sur constituyó

una zona de paz negativa entre 1883 y la década de los 80, transformándose en una zona de paz estable desde

mediados de los 80, situando el cambio en el TPA chileno argentino, y en el entendimiento argentino

brasileño, como el punto de cambio. Luego, se interroga si la creación del MERCOSUR podría dar paso a una

comunidad pluralista de seguridad en el Con Sur (1998: 117-118), argumento que también es desarrollado

por Hurrel (1998). La zona de paz estable es definida por Kacowiz como una comunidad de estados naciones

satisfechas con el estatus quo, en la cual conflictos domésticos o internacionales pueden ocurrir, pero son

mantenidos dentro de límites no violentos” (1998: 10). 18

En su trabajo de 1990 Van Klaveren aborda el impacto de la democratización en el cambio de la relación

argentino brasileña, pero advierte que existen otros factores, destacando entre éstos a los modelos de

desarrollo, que hasta entonces habían restringido las posibilidades de la cooperación, incluso en regímenes

democráticos anteriores, así como la voluntad y las ideas políticas de los líderes políticos (1990). Al analizar

el impacto de la democratización en la relación argentino brasileña, Van Klaveren concluye que “(…) la

orientación específica de los nuevos regímenes democráticos de Argentina y Brasil contribuyó a la

profundización de una tendencia hacia la cooperación que se había comenzado a manifestar a principios de la

década” (1990: 41). Van Klaveren señala también que las críticas a la política exterior del régimen militar no

apuntan a que hubiese tenido un “comportamiento agresivo” respecto al conflicto limítrofe con Argentina,

sino que “asiló al país de la comunidad internacional, haciéndolo más vulnerable” (1990: 42).

Working Paper ICSO UDP – 2011

20

proceso de democratización y cuál fue la lógica que este proceso tuvo si acaso hubo

transformación.

3.1.2. Las necesidades del proceso político chileno, elites e ideas.

Junto a un ambiente global de transformación y uno regional demandante, el régimen

democrático chileno inició su gestión en un ambiente doméstico también especialmente

complejo, marcado por una experiencia entonces reciente de polarización, de quiebre

democrático y de violación masiva de derechos humanos por parte de agentes del Estado y,

por tanto, de serias dudas sobre la existencia de los consensos mínimos que suponía una

gobernabilidad democrática básica. Por ello, los imperativos de gobernabilidad –

especialmente de legitimidad y eficacia- parecen haber sido una variable tan o más

importante que las tradicionales (de poder, de realidades geopolítica o de principios de

derecho internacional, así como de desarrollo) en el diseño y ejecución de la política

exterior chilena en algunas de sus dimensiones más importantes, como el de la relación

entre el modelo de desarrollo y la política exterior.

Por eso, al reiniciarse el régimen democrático en 1990, la política exterior giró en torno al

problema de cómo contribuir el principal problema político del gobierno de entonces, cual

era el de impedir una regresión autoritaria, consolidar la nueva democracia, y dotarla de una

gobernabilidad al menos suficiente para asegurar su sustentabilidad y asegurar el desarrollo

económico (Boeninger 1997) 19

. De esta forma, la política exterior enfrentó

simultáneamente tres requisitos mutuamente dependientes y estrechamente

interrelacionados:

i) contribuir a la construcción de los consensos políticos mínimos necesarios

y suficientes para la estabilidad y la gobernabilidad doméstica de esa

etapa;

ii) contribuir a la estrategia de desarrollo; y

iii) asegurar un ambiente internacional funcional a los requerimientos de

democratización y desarrollo.

Es por eso que, sin rechazar la importancia que pudieron haber tenido algunas variables

tradicionales en la formulación de la política exterior, la evolución de la política exterior

chilena a partir de 1990 se explica fundamental, aunque no exclusivamente, por la lógica

que impuso el proceso de democratización. La política exterior chilena, en sus aspectos

esenciales, fue siendo organizada para alcanzar algunos de los objetivos más importantes

para la sustentabilidad política del régimen democrático que se iniciaba entonces, tanto

internos como externos, y esta lógica se vio favorecida por la concomitancia de los

procesos de democratización en el resto de la región y particularmente del Cono Sur.

Por eso, es posible analizar la política exterior desde una perspectiva de gobernabilidad

democrática nacional y regional y por eso es también posible evaluar tanto su efectividad

como su capacidad de innovación (y por tanto de transformación como política pública),

desde una perspectiva de política pública en su sentido más amplio, que el nuevo régimen

19

La literatura teórica sobre este tema es hoy abundante (Lijphart 1999). Sin embargo, existen pocas

publicaciones sobre el proceso de toma de decisiones respecto a la política exterior, calidad de la democracia

y consensos en democracia. Por eso, hemos utilizado algunas fuentes que además de ser primarias, aportan

valor interpretativo y explicativo a la toma de decisiones, como Boeninger 1997 y 2009. ver además

Working Paper ICSO UDP – 2011

21

democrático utilizó deliberadamente para modificar la realidad que recibió en marzo de ese

año; una herramienta que necesitaba transformar el estatus quo nacional, regional e

internacional, en cuanto condiciones para la legitimidad y supervivencia del régimen

democrático. La política exterior no fue una política neutra frente a las necesidades

políticas democráticas, tanto en su gestión de los problemas estratégicos como de las

demandas del desarrollo económico, sino que se vio influida tanto por las necesidades de la

democracia, como por las ideas de los responsables de conducirla acerca de las decisiones

que se debían tomar ante cada dilema que se presentaba, que fueron marcando un claro

contraste con las ideas de quienes conducían el estado hasta 1989.

Identificar las principales innovaciones de la política exterior a partir de 1990, así como sus

efectos (y deficiencias), es entonces una forma de evaluar el periodo en estudio e iniciar un

debate sobre los desafíos de la nueva etapa en la que ésta ha ingresado.

3.2. Continuidad e innovación en la política exterior a partir de 1990.

3.2.1. La existencia y la necesidad de un consenso mínimo en la democracia chilena a

partir de 1990. Elementos de continuidad de la política exterior.

En el proceso de reformulación de la política exterior y de la política regional a partir de

1990 es posible destacan algunas dimensiones especialmente innovadoras e importantes

respecto a etapas anteriores de la política exterior chilena. Sin embargo, la política exterior

mantuvo también importantes elementos de continuidad, los cuales fueron organizados en

torno a dos lógicas:

Por un lado, la necesidad del nuevo régimen democrático de subrayar la existencia y la

importancia de dichos acuerdos al iniciarse la democracia, debido a la necesidad de

construir bases mínimas de convivencia luego del prolongado periodo de polarización

democrática y ruptura. Adquirió así importancia y se introdujo en el discurso el concepto de

política de Estado, en alusión a políticas públicas que contarían con apoyo político

relativamente transversal y que, como tales, podrían ser reconocidas y aceptadas

legítimamente como políticas capaces de trascender a un gobierno específico y ser

aplicadas durante largos periodos de tiempo debido, justamente, al alto nivel de aceptación

y acuerdo político que suponen. Por el otro, la existencia de elementos sustantivos y reales

de consenso político al interior del país en torno a lo que hasta entonces habían sido

habitualmente considerados “principios de la política exterior chilenas”. De esta forma, al

iniciar su gestión el régimen democrático, la política exterior fue asumida o propuesta (sin

que hubiese muchos cuestionamientos al respecto) como una política de Estado en torno a

la cual convergían algunos acuerdos básicos pero estratégicos para el nuevo entorno

político, y jugó un papel importante favoreciendo algunos niveles básicos de

gobernabilidad mediante la reafirmación de esas bases mínimas de acuerdo en un ámbito

que, en todo caso, era decisivo en la interlocución con las elites del régimen militar,

políticas, militares y empresariales.

Los principales elementos de este consenso básico se articularon en torno a dos tipos o

grupos de temas: los principios de política exterior, y la realidad vecinal de Chile.

Working Paper ICSO UDP – 2011

22

Los principios de la política exterior de Chile se refieren a un conjunto de normas jurídicas

esenciales del derecho internacional público moderno, y suelen ser resumidos en 1) el

respeto del derecho internacional, 2) el cumplimiento de los tratados, 3) la solución pacífica

de las controversias, 4) la autodeterminación de los pueblos y 5) la no intervención (Walker

2006: 24), aunque es posible distinguir entre principios “tradicionales” y nuevos20

.

La importancia de dicho mínimo político y normativo –los principios tradicionales- es que

a pesar de que muchas veces es invocado de manera puramente formal, tiene una dimensión

sustantiva, puesto que da cuenta de la práctica histórica chilena (y latinoamericana) y del

desarrollo de un acervo diplomático chileno (y regional) en torno al cual se han organizado

tanto la práctica la política exterior chilena, como las relaciones intra latinoamericanas, y

las relaciones de la región con las potencias hegemónicas a partir de la independencia,

especialmente luego de la irrupción de los Estados Unidos a partir de la segunda mitad del

Siglo 19, y en particular en la Cuenca del Caribe. Así, más allá de las perspectivas basadas

en el derecho internacional, algunos autores han destacado que la socialización regional de

dichos principios permitió el surgimiento de una “zona de paz negativa” en América del

Sur (Kacowicz 1998), cuya característica principal es la de haber desarrollado una práctica

diplomática exitosa de prevención de conflictos intra regionales. Otros trabajos han

destacado la importancia de dichos principios para la atenuación del estado de naturaleza

de la relación de la región con Estados Unidos, y un tercer tipo de enfoques ha rescatado el

aporte de esta práctica latinoamericana al derecho internacional contemporáneo, como –por

ejemplo- en la Carta de las Naciones Unidas.

Junto a los principios de política exterior, algunos autores han subrayado que las cuestiones

territoriales –la historia de las relaciones vecinales del país- también han operado como un

“elemento de permanencia”. Como han señalado algunos autores, “es precisamente en esta

área territorial y estratégica donde se observa mayor permanencia y, hasta cierto punto,

mayor consenso de los principios y definiciones básicas de la política exterior chilena. Ésta

se ha mantenido prácticamente constante pese a los abruptos cambios políticos que ha

experimentado el país” (Van Klaveren 1998: 119). Aunque como se verá más adelante, y

como lo sostienen los mismos autores, también se observan variaciones importantes de

política exterior, es efectivo que en todo caso en la política exterior chilena existe una

agenda vecinal cuyos rasgos esenciales se originaron en la etapa de conformación de los

estados nacionales durante el Siglo 19 –y en particular durante la coyuntura de la Guerra

del Pacífico- cuyos rasgos estructurales han demostrado poseer un carácter casi

glaciológico, por la extrema resiliencia que ha demostrado y que sólo comenzaría a verse

modificada parcialmente a partir de 1990, argumento que será desarrollado en las secciones

posteriores.

20

Walker añade a los cinco principios tradicionales, cuatro nuevos adoptados luego del retorno a la

democracia: la promoción de la democracia y de los derechos humanos, el regionalismo abierto, la

solidaridad, y el multilateralismo (2006: 24-25), mientras que una publicación institucional reciente identifica

como principios 1) la vigencia y respeto de los tratados, 2) la igualdad soberana de los estados, 3) la

promoción de la democracia y el respeto de los derechos humanos, 4) la integridad territorial, 5) la solución

pacífica de las controversias y 6) la responsabilidad de cooperar (MINREL 2010b: 10-11).

Working Paper ICSO UDP – 2011

23

Es por eso que a partir de 1990 la política exterior no sólo fue asumida como una política

de Estado, sino que se llevaron adelante también algunas políticas específicas que

reafirmaron algunos de esos elementos estatales de la política exterior -como los

manifestados en los sucesivos libros de la Defensa Nacional publicados en 1997, 2003 y

2010- y que constituyeron una etapa importante del proceso de construcción de nuevos

acuerdos nacionales sobre los cuales se iría consolidando el nuevo régimen democrático.

3.2.2. Una nueva relación entre política exterior y modelo de desarrollo. Dos etapas:

1990-2008 y 2008 a la fecha.

Junto con los elementos de continuidad, a partir de 1990 la política exterior exhibió un

proceso de transformaciones que permiten identificar el desarrollo de una etapa muy

diferente a lo conocido hasta entonces.

Gran parte de esa transformaciones se originaron en el balance (y el nivel de acuerdo y de

desacuerdo) que hicieron los dirigentes de la Concertación sobre la gestión económica de la

democracia. Así, la transición democrática ocurrió en una coyuntura de crisis tanto del

paradigma marxista y de la economía centralmente planificada, como del paradigma

keynesiano –especialmente en Europa- y su reemplazo (al menos a nivel global) por la

hegemonía intelectual del neoliberalismo. A lo anterior se sumó, sin embargo, el balance

crítico de los dirigentes chilenos sobre los resultados de la primera ola del proceso de

integración latinoamericano organizado a partir de los años 60 desde una perspectiva

cepaliana (Tomassini 1985).

El análisis de la relación entre la política exterior y el modelo de desarrollo permite

identificar dos etapas: la primera, y más extensa y conocida, entre 1990 y 2008, consistente

en la adopción de la apertura regulada y del regionalismo abierto con el objeto de abrir

mercados para el modelo exportador. La segunda etapa está menos configurada y está lejos

de haber sido consolidada, pero es distinguible, y se caracteriza por mantener los rasgos

anteriores, pero se enfoca en agregar al eje cuantitativo de la política económica y

comercial exterior, otro de carácter funcional cualitativo, cual es el de lograr que la política

exterior contribuya mediante herramientas y estrategias específicas, al incremento de la

innovación y la productividad.

3.2.2.1. 1990-2008. Regionalismo abierto, apertura regulada y apertura de mercados.

El diseño puesto en marcha en 1990 significó innovaciones importantes respecto a lo

iniciado en la primera etapa de la apertura (1985-1990). Por un lado, la política elegida dio

continuidad al proceso de desregulación y apertura iniciada por el régimen militar, pero

introdujo innovaciones sustantivas y cualitativamente que la transformaron en una política

diferente. Desde una perspectiva más amplia, la desregulación fue acompañada

internamente con un segundo pilar, el de la equidad, evolucionando así desde un modelo

autoritario en lo político y neoliberal en lo económico, hacia otro que ha producido una

síntesis entre el ideario socialcristiano y socialdemócrata liberal21

, que en Chile fue

sintetizado inicialmente en el lema de crecimiento con equidad (Ffrench Davis 2003), y que

21

Utilizamos la distinción de Michael Doyle (1983: 207) sobre liberalismo conservador y liberalismo

socialdemócrata (o liberalismo liberal).

Working Paper ICSO UDP – 2011

24

posteriormente evolucionó hacia el concepto de estado democrático y social de derecho

(Díaz 2010). Hacia el exterior, la apertura unilateral iniciada en los años 80 fue remplazada

a partir de 1990 por una apertura regulada (DIRECON 2009), logrando llevar adelante un

proceso continuo de apertura de mercados sobre el cual se ha sustentado la mayor parte del

crecimiento económico chileno desde entonces, organizado en torno al concepto de

regionalismo abierto. Como han señalado otros autores (Van Klaveren 1998), la apertura

regulada surgió como política ante las limitaciones de la apertura unilateral (no exigía

reciprocidad, por lo que sus efectos eran más limitados) y el multilateralismo estricto (sus

compromisos eran demasiado graduales y restrictivos), cuya combinación no permitían

explorar todas las posibilidades de crecimiento que ofrecía un enfoque más flexible como el

adoptado.

Los datos sobre esta dimensión son conocidos y la importancia de su contribución al

desarrollo del país es sustantiva22

, siendo posible evaluarla por el porcentaje del PIB

asociado al desarrollo exportador (importaciones y exportaciones), que el año 2008

superaba el 70 por ciento (DIRECON 2009: 217). La apertura de la economía chilena

significó asimismo no sólo un incremento sistemático de la inversión extranjera directa en

Chile, sino también un incremento gradual de las inversiones chilenas en el exterior, las que

alcanzaron los US$ 48.621 el año 2009, cerca de un tercio del PIB de entonces, asociado a

un incremento importante de la internacionalización de las empresas chilenas, la mayor

parte de las cuales concentraba sus inversiones en América Latina (Ministerio de

Relaciones Exteriores 2010b). La política económica internacional puesta en marcha en

1990 fue capaz así de contribuir a un largo ciclo de crecimiento y desarrollo y, a diferencia

de otras experiencias, no tuvo el efecto de destrucción productiva y de empleo. Por el

contrario, al ser puesta en marcha después de esa primera etapa del tránsito del modelo ISI

al modelo neoliberal y que en Chile se realizó desde mediados de los 70 y durante los años

80 (Ffrench Davis 2003: 76-77), la apertura regulada fue una etapa de desarrollo

productivo y de creación neta de empleo como resultado del intercambio comercial como

del incremento de las Inversiones Extranjeras Directas (IED) (OIT 2008).

Sin embargo, a medida que el modelo político y económico del país comenzó a evolucionar

durante los últimos 20 años, el diseño económico y comercial de la política exterior

también ha comenzado a exhibir limitaciones o insuficiencias, ante lo cual se ha comenzado

a gestar una creciente demanda por la formulación de políticas más actualizadas.

En parte, el agotamiento radica en el hecho simple de que una vez alcanzado el umbral de

apertura resumido anteriormente, no es posible continuar el mismo ritmo de suscripción de

nuevos acuerdos. Éstos cubren a la mayor parte de los mercados, con la excepción de Rusia

y algunos países medianos importantes, como Sudáfrica o el Medio Oriente. Desde una

perspectiva de largo plazo, la apertura regulada está próxima a alcanzar su umbral máximo

de crecimiento, el cual introduce por sí sólo algunas demandas. Por ejemplo, la necesidad

22

La Dirección de Relaciones Económicas del Ministerio de Relaciones Exteriores informaba a comienzos

del 2011 en su sitio en Internet que Chile, un país de 16 millones, ha suscrito 21 acuerdos con 58 países,

accediendo a mercados preferentes con una población de 4.210 millones de personas, equivalente a un 62,5%

de la población mundial y 86,3% del PIB mundial. El 92,5% del intercambio de Chile se produce con países

con alguna preferencia comercial.

Working Paper ICSO UDP – 2011

25

de fortalecer el sistema multilateral de comercio, maximizar las ventajas de los acuerdos

existentes, y diseñar una política que permita profundizar las inversiones chilenas en el

exterior (DIRECON 2009: 261).

3.2.2.2. 2008-adelante: de la apertura de mercados al desarrollo de la competitividad

(capital humano y globalización de las empresas chilenas).

Con todo, el acercamiento de la primera etapa a su umbral de crecimiento está relacionado

con el debate más general sobre las limitaciones y el futuro del modelo de desarrollo

basado en las exportaciones de bajo valor agregado, y las necesidades de innovación y

aumento de la productividad de la economía chilena como requisito para continuar el

proceso de crecimiento de largo plazo.

En la última etapa del ciclo 1990-2010 se pusieron en marcha dos procesos. A partir del

2005 se inició una discusión sobre la estrategia de desarrollo en torno al Consejo Nacional

de Innovación y Competitividad (CNIC 2006, 2007, 2008, 2010), que permitió desarrollar

un espacio institucional para el debate nacional sobre la estrategia de desarrollo. Sin

embargo, el debate sobre el futuro del modelo de desarrollo chileno en el seno del CNIC no

ha logrado vincularse orgánicamente con el debate sobre el futuro de la política exterior

chilena, ni ha logrado avanzar hasta el punto de generar recomendaciones de política

específicas en un grado de detalle y funcionalidad similar a las formuladas a partir de 1990.

Sin embargo, a partir del 2008 se pudieron en marcha nuevas políticas cuyo foco comenzó

a trasladarse desde la apertura de mercados hacia la competitividad, como el Fondo

Bicentenario de Capital Humano y las Políticas de capital Humano Avanzado (Ministerio

de Relaciones Exteriores 2010ª: 139).

En su conjunto, ambas políticas iniciaron lo que podría ser considerado de manera inicial y

tentativa una segunda generación de política exterior en el ámbito económico, aunque su

mantención y consolidación en el tiempo está por verse. A diferencia de la primera etapa -

concentrada en la apertura de mercados para la exportación de materias primas-, la segunda

etapa, que alcanzó a ser formulada de manera parcial e incompleta, mantiene las políticas

anteriores, pero agrega un nuevo eje, orientando la política exterior hacia el desarrollo de

las herramientas necesarias de para la formación de capital humano, transferencia

tecnológica y asociatividad empresarial, funcionales a las nuevas demandas de expansión

de las inversiones chilenas, de mayor competitividad e innovación.

De esta forma, la política exterior asumió a partir de 1990 un papel central en el despliegue

del modelo político y económico. Desde una perspectiva de gobernabilidad, el efecto más

importante del aporte de la política económica internacional fue el de haber contribuido

exitosamente a la sustentabilidad económica y, con ello, a la legitimidad del régimen

democrático.

Working Paper ICSO UDP – 2011

26

3.2.2.3. El balance político global/regional de la nueva inserción económica.

Desde una perspectiva de política exterior, el modelo de desarrollo económico introdujo (y

con el tiempo consolidó) una relación política y cultural diferente del país con el entorno y

la política internacional y regional. Chile pasó de ser un país organizado en torno a un

modelo cultural y económicamente volcado hacia adentro, a una comunidad

económicamente inserta y estrechamente interdependiente con el proceso de

globalización23

. Asimismo, trasladar el eje de su crecimiento económico desde el mercado

interno hacia la apertura de los mercados internacionales más importantes, como estados

Unidos, Europa y el Asia Pacífico, además de América Latina, el país redefinió

dimensiones sustantivas de su interés nacional y de su posicionamiento relativo global y

regional. Lo anterior se vio acompañado por el hecho de que el modelo de desarrollo de

crecimiento con equidad y de apertura regulada elegido durante los primeros años del

proceso de democratización (y que observaba con atención los modelos de desarrollo de

algunos países del sudeste asiático), no fue seguido por el resto de los países de la región,

especialmente en América del Sur24

.

Se estructuró así una tensión –económica y también política- entre lo global y lo regional,

que dividió tempranamente las opiniones en torno a la política exterior chilena, debate que

aún persiste al interior de la discusión chilena sobre política exterior25

. Este debate se

organiza esquemáticamente entre los partidarios de priorizar los vínculos con el centro

político mundial, los que sostienen que se trata de un dilema falso y evitable, y los que

priorizan la inserción regional.

Las opciones de desarrollo económico adoptadas luego de 1990 tuvieron importantes

consecuencias en el posicionamiento internacional a medida que se avanzó en su

materialización. Por un lado, al establecer vínculos institucionales privilegiados con el Asia

Pacífico (Chile ingresó a la APEC en 1994), Europa (Acuerdo de Asociación en 1996,

separado ex profeso de la negociación de la UE con MERCOSUR), y Estados Unidos

(firma del Tratado de Libre Comercio el 2004), Chile construyó un relacionamiento político

internacional de nuevo tipo y mucho más diverso con los centros de poder mundial que el

construido en etapas anteriores de su política exterior, y no concentrado exclusivamente en

América Latina, ni focalizado en la búsqueda de espacios alternativos de autonomía política

internacional (No Alineados). Chile se integró al Grupo de Río en 1990, se asoció y firmó

un acuerdo de libre comercio con el MERCOSUR en 1996, la Unión de Naciones

Suramericanas (UNASUR) el 2008, y reingresó como miembro asociado a la Comunidad

23

Chile se ha mantenido consistentemente en los lugares más altos de los diversos índices de globalización,

entre otros, el KOF Globalization Index y el A.T. Kearney/Foreign Policy Magazine. Sin embargo, debe

distinguirse entre la idea de un modelo volcado hacia adentro, como terminó siendo el modelo económico

chileno hasta los años 70, y aislado o aislacionista, con la idea de un modelo separado de la economía y de la

política internacional. En este sentido, se mantiene vigente el aporte dependentista en el sentido de que Chile

estuvo siempre vinculado al sistema político internacional. 24

Tras producirse la transición democrática en Chile se produjo también una transición desde un modelo de

desarrollo neoliberal, hacia otro que ha sido denominado de crecimiento con equidad que conceptualmente se

origina en los paradigmas socialdemócratas y socialcristianos de estado de bienestar, pero que no reprodujo

los mismos rasgos del estado de bienestar europeo, cuya crisis era evidente el año 90. 25

El tema ha sido tratado in extenso por Van Klaveren 1998: 122-144). Para una visión crítica reciente ver

Fuentes 2010.

Working Paper ICSO UDP – 2011

27

Andina de Naciones (CAN) el año 2006. Sin embargo, a partir de 1990 su posicionamiento

internacional ha sido múltiple y, en ese sentido, más equilibrado, y en un contexto de

opciones crecientemente diversas y en evolución de relacionamiento estratégico global al

interior de la región.

3.2.3. Una nueva forma de abordar la región. Del conflicto a la cooperación e

integración.

Si en el plano económico la política exterior puesta en marcha a partir de 1990 constituyó

entonces un ejemplo de innovación en la política exterior, la aproximación hacia la región

iniciada en 1990 introdujo la transformación más sustantiva que ha experimentado la

práctica de la política exterior desde la década de 1820, cuando concluyó el proceso de

cooperación regional que dio origen a los estados de la región.

A pesar de haber mantenido los importantes rasgos de continuidad en algunos principios de

política exterior y de la agenda vecinal ya reseñados, la política regional desplegada a partir

de 1990 logró contribuir, junto al resto de los estados democráticos de la región, a una

transformación cualitativa de las relaciones estratégicas y, en definitiva, de la identidad de

la región, desde una organizada en torno al conflicto, hacia otra basada en la cooperación,

en la cual predominaron prácticas de cooperación y se observó una disminución sustantiva

de las dinámicas conflictivas. Este proceso sólo se vería interrumpido al comienzo de la

década del 2000, con las crisis de los procesos democráticos en un grupo importante de

países de la región. Lo anterior fue posible por el alcance regional que adquirió el proceso

de democratización, permitiendo la estructuración de un proceso convergente de

transformación política, estratégica, económica y global. Como resultado, la política

exterior iniciada en 1990 puso en marcha un proceso de cambio cualitativo en la relación de

Chile con sus vecinos, o al menos parte de ellos, emergiendo por primera vez en la historia

del país un camino de superación de los dilemas de seguridad generados desde el Siglo 19.

Este proceso tuvo resultados positivos, aunque limitados. Desde una perspectiva de política

exterior chilena, el más importante fue la transformación de la relación con Argentina desde

el conflicto hacia la cooperación, proceso que se ha visto debilitado en los últimos años

pero que, dependiendo de las condiciones, podría eventualmente avanzar la asociación

política26

. Desde una perspectiva de política regional, el resultado más importante fue la

generación de un nuevo tipo de gobernabilidad regional.

26

Es importante señalar que algunos trabajos recientes han intentado identificar variables causales en las

relaciones estratégicas de la región. Mares (2001) analiza el conjunto de la región y concluye que una revisión

empírica de los conflictos en la región no permite validar algunas de las principales las teorías sobre conflicto

y cooperación aplicadas a la región, incluyendo las teorías sobre paz democrática (Doyle 1983) ni aquellas

derivadas del pacifismo comercial schumpeteriano y del neo-funcionalismo europeo, cuya versión

contemporánea sostiene que el aumento de la interdependencia favorece la paz (Rosecrane 1986). Nuestro

argumento es diferente en al menos dos sentidos respecto al de Mares. Primero, es contingente, y no pretende

proponer generalizaciones para periodos más prolongados que el definido en el estudio. Y segundo, reduce la

base empírica a los casos relevantes para la política exterior chilena, fundamentalmente el Cono Sur.

Working Paper ICSO UDP – 2011

28

3.2.3.1. Democratización regional, gobernabilidad, surgimiento de comunidades políticas y

epistémicas democráticas y transformación de identidad.

Como se señaló en las secciones anteriores, el proceso de democratización que se inició en

la región encontró a los gobiernos democráticos ante un ambiente latinoamericano y

sudamericano deteriorado. En esa circunstancia, cargaron con una herencia de difícil

gestión y resolución. Sin embargo, el recambio sucesivo de gobiernos que fue produciendo

la democratización regional significó la llegada al poder de partidos democráticos y, con

ello, de una elite política que cargaba con una herencia cultural política diferente a la que

dirigió los regímenes autoritarios. De esta forma, a medida que se extendía a cantidad de

regímenes democráticos, se fue constituyendo una comunidad regional política y

epistémica democrática relativamente homogénea que compartía dos rasgos constitutivos.

En primer lugar, cargaban una agenda de conflictos heredados y que no podían ser

desconocidos; que también en gran medida se explicaban como resultado de los procesos

sociales y de las ideas de los gestores anteriores; y que introducían una demanda común

importante de gobernabilidad a las nuevas democracias en el ámbito de la política regional.

Segundo, compartían demandas políticas urgentes y similares de consolidación

democrática, así como una cultura política democrática y un bagaje valórico e ideacional

mayoritariamente familiarizado y favorable a la cooperación internacional.

La combinación de ambos rasgos creó las condiciones y los incentivos para que, mediante

una gestión apropiada, esta comunidad se desarrollara. Fue eso, precisamente, lo que

ocurrió a partir de 1983, con la decisión del Presidente de Argentina, Raúl Alfonsín, de

poner en marcha una política exterior de cooperación con Chile y de integración con Brasil

luego de la derrota del régimen militar en las Islas Malvinas. Sea por necesidad o por

convicción –la información disponible señala que por ambas razones- el nuevo gobierno

democrático argentino desplegó una política exterior orientada a desmilitarizar la agenda

internacional del país, buscando con ello aumentar los grados de seguridad exterior, así

como fortalecer el proceso democrático mediante la desmilitarización de la agenda política

exterior, con la consiguiente reducción de su peso en la agenda interna y de la presencia

militar en la política nacional (Barletta 1999, 2000, Fournier 1999). Luego de asumir en

1983, el Presidente Alfonsín puso en marcha una estrategia vecinal doble y simultánea con

Brasil y con Chile27

. En el caso de Brasil, puso en marcha el diálogo bilateral con el

Presidente José Sarney, tanto para detener la competencia nuclear militar (Barletta 1999,

Paul 2000) como para iniciar el proceso de integración que culminaría en la creación del

MERCOSUR en 1991. En el caso de Chile, sometió la mediación papal a referendo

nacional abogando ante su país por su ratificación, tras lo cual pudo suscribir el Tratado de

Paz y Amistad con el régimen del general Augusto Pinochet en 1984. La consistencia

transformadora de la política exterior del Presidente Alfonsín permitió que Argentina

desactivara las dos principales fuentes de conflicto que la continuaban amenazando luego

de la Guerra de las Malvinas. Sin embargo, sus alcances fueron mucho más extensos. La

dinámica de desnuclearización y cooperación del Cono Sur puso en marcha una

transformación estratégica más profunda de América del Sur y de América Latina, abriendo

27

En esta sección no se pretende realizar un análisis pormenorizado de la política exterior del Presidente Raúl

Alfonsín -que fue naturalmente más amplia y compleja-, sino destacar los aspectos importantes para los

efectos del cambio del ambiente estratégico en la región.

Working Paper ICSO UDP – 2011

29

paso a una etapa de desarrollo de nuevos regímenes de seguridad cooperativa, y

permitiendo la consolidación de la región como una zona de paz. Tras los acuerdos

nucleares argentino-brasileños de 1985, ambos países adhirieron al TNP y ratificaron el

Tratado de Tlatelolco, incorporándose al regimen global de desarme y no proliferación,

suspendiendo la nuclearización de América Latina. Por último, tras recuperar la

democracia, Argentina y Brasil se incorporaron a la dinámica iniciada por el Proceso de

Contadora, sentando las bases para la articulación de una comunidad democrática

latinoamericana mediante la creación del Grupo de Río, cuya tarea fundamental fue

construir espacios de concertación política, y promover la democracia y la integración de la

región (Frohman 1990, Robledo y Rojas 2004).

El impacto de la transformación estratégica argentina y de la región en el relacionamiento

con Chile no sería, sin embargo, mecánico. En el caso de la relación con Argentina, la firma

del TPA mejoró sustancialmente la relación con el régimen militar chileno, pero las

relaciones bilaterales se mantuvieron distantes debido a las diferencias ideológicas de

ambos gobiernos, y los dispositivos militares continuaron básicamente alertas durante los

primeros años, incluso luego de la puesta en marcha de las primeras medidas de confianza

mutua consideradas en el Tratado. En el caso de Chile, el régimen militar había

experimentado una sucesión de crisis vecinales que, a pesar de haber sido superadas, habían

profundizado la percepción de amenaza, reforzando así las miradas tradicionales de la

cultura política y estratégica chilena que subrayaban las dimensiones geopolíticas del

conflicto y la importancia de los factores de poder, especialmente los de carácter militar.

Las condiciones cambiaron, sin embargo, tras la democratización en Chile. Los líderes

chilenos asumieron entonces el gobierno teniendo como contrapartes a gobiernos

democráticos –entre otros países- en Argentina, Brasil, Perú y Bolivia, todos los cuales

participaban en 1990 en el Grupo de Río, y con ello a elites políticas que finalmente, y a

pesar de diferencias bilaterales históricas, compartirían experiencias históricas, valores,

ideas y políticas similares. Una parte de esas elites había participado en el lanzamiento de

los procesos de integración regional a partir de los 60, y otra parte importante había

compartido también la experiencia del exilio durante los regímenes militares –en muchos

casos de formación en universidades europeas y estadounidenses-, por lo que al

reencontrarse en el poder existía una comunidad regional democrática no sólo política, sino

que también epistémica28

.

Sin embargo, aún así, eso no fue suficiente. El inicio de una transformación sustantiva de la

relación de Chile con su entorno sólo sería posible en la medida de que el gobierno que

asumiera en 1990 comenzara a poner en marcha una política exterior convergente, en

términos generales con las que ya estaban desarrollando el resto de los gobiernos

democráticos.

Los principales rasgos que compartieron las políticas exteriores de los gobiernos

democráticos, incluyendo el de Chile, fueron –entre otros- los siguientes: i)

28

En este punto adquieren importancia las investigaciones sobre las principales tendencias del pensamiento

político latinoamericano señaladas, por ejemplo, por Muñoz (1980) y Tickner (2003 a, 2003b). Utilizamos el

concepto de comunidad epistémica acuñado por Haas (1989).

Working Paper ICSO UDP – 2011

30

Democratización y protección de los derechos humanos, ii) Prevención de conflictos y

desarrollo de instituciones de seguridad cooperativa; iii) Abandono del ISI, liberalización

económica e integración; iv) Construcción de regímenes multilaterales de gobernabilidad

global más democráticos e incorporación condicionada al regimen occidental de

gobernabilidad global.

i) Gobernabilidad regional: Democracia, derechos humanos e integración.

Las decisiones de política exterior que fueron siendo adoptadas por los gobiernos

latinoamericanos se enfocaron rápidamente en la construcción de instituciones regionales

de gobernabilidad regional, tanto políticas como estratégicas. En el ámbito político, lo

anterior comenzó con el nacimiento y ampliación del Grupo de Río, uno de cuyos

principales objetivos fue la promoción de la democracia y de los derechos humanos, y el

relanzamiento de los procesos de integración a partir de 1985. A éste se sumó, a partir de

1991, el desarrollo de nuevos regímenes continentales y regionales de protección de la

democracia y los derechos humanos.

Chile contribuyó de manera importante a partir de 1990 en ese proceso. Incorporándose

primero al Grupo de Río, pero jugando también un papel decisivo en la adopción de la

Declaración de Santiago y la Adopción de la Resolución 1080 en la Asamblea General de

la OEA en 1991. Posteriormente se adoptarían nuevas y numerosas iniciativas de

protección de la democracia, pero la Declaración de Santiago constituyó un salto cualitativo

en los regímenes regionales de protección de derechos humanos al ser el primer regimen

interamericano que legitimó el derecho de intervención de la comunidad internacional en

defensa de la democracia y de los derechos humanos (Farer 1996, Muñoz 1996) luego del

prolongado periodo autoritario de violaciones de los derechos humanos.

Luego de ese precedente, MERCOSUR incorporaría en 1998 una cláusula democrática en

el Tratado de Asunción, y UNASUR actuaría de manera decisiva ante la crisis boliviana el

año 2008. A nivel interamericano en los años siguientes se avanzaría hacia la adopción de

la Carta Democrática Interamericana y más recientemente de legislaciones más avanzadas

como la responsabilidad de proteger, adoptada por la ONU el 2005 con el apoyo de los

países de la región, aunque con importantes diferencias respecto a su aplicación29

. En el

caso de Chile, la “promoción de la democracia y los derechos humanos” se transformaría

en un nuevo principio de la política exterior (Walker 2006).

ii) Gobernabilidad regional: Prevención de conflictos y desarrollo de instituciones de

seguridad cooperativa.

En el ámbito estratégico, el proceso de democratización dio paso a un nuevo tipo de

relacionamiento estratégico regional. Junto con la pacificación de Centroamérica, en

América del Sur se inició el acercamiento argentino brasileño y la distensión argentino

chilena. Sin embargo, a partir de 1990 el aporte de Chile a la transformación estratégica

29

Para un análisis sobre la evolución de la postura de la región sobre el tema, ver Arredondo, Rodríguez y

Serbín 2011.

Working Paper ICSO UDP – 2011

31

regional adquiere un ímpetu mucho mayor en dos planos: bilateral o vecinal, y regional y

hemisférico.

a. Instituciones y procesos de cooperación bilaterales.

Argentina. En lo bilateral se inicia la transformación cualitativa de la relación con

Argentina. Por un lado, los gobiernos se reúnen en 1990 y concuerdan en la voluntad

política de resolver los litigios territoriales pendientes, identificando 24 problemas

vinculados a la demarcación del límite internacional, y resolviendo 22 directamente en

1991, mientras los otros dos (Laguna del Desierto y Campo de Hielos Sur) fueron resueltos

mediante arbitraje internacional en 1994 y un tratado en 1998, respectivamente (Van

Klaveren 1998: 129). En 1995, y continuando con el desarrollo de medidas de fomento de

la confianza mutua (MCM) establecidas en el Tratado de Paz de Amistad de 1984, se

constituiría el Comité Permanente de Seguridad Chileno Argentino (COMPERSEG), a

partir del cual se desarrollaría un conjunto de iniciativas orientadas a incrementar la

transparencia de la relación estratégica bilateral y, con ello, reducir la desconfianza y

permitir el avance hacia relaciones más avanzadas, con destacando la elaboración de la

Metodología Estandarizada Común para la Medición de los Gastos de Defensa, con el

apoyo de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL 2001), y la publicación

sucesiva de los respectivos libros de la defensa en Chile en 1997 y en Argentina en 1999.

Finalmente, el año 2004, y a partir de la experiencia de trabajo conjunto generado en la

Misión de Observación de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), y a pesar de las

dificultades que comenzarían a surgir en la relación bilateral en el ámbito gasífero, ambos

países acordarían constituir una fuerza militar combinada y conjunta para operaciones de

paz (“Brigada Cruz del Sur”).

Existe cierto consenso entre numerosos autores en torno a la idea de que, si se consideran

todas las dimensiones (política, estratégica y económica -que será analizada más adelante-,

pero también desde una perspectiva cultural e identitaria), se puede afirmar que la relación

entre Chile y Argentina dio un salto cualitativo (Van Klaveren 1998: 129).

Sin embargo, aunque correcta, esa definición es insuficiente y no describe el cambio en

toda su profundidad. Lo que experimentó la relación chileno argentina fue una evolución

gradual desde conflicto; a cooperación bajo dilema de seguridad; a la seguridad

cooperativa; y a la asociación; para quedar en condiciones de avanzar hacia una etapa aún

más avanzada, eventualmente, de integración.

El paso desde la cooperación bajo dilema de seguridad hacia la seguridad cooperativa fue

resultado del largo proceso iniciado tímidamente en 1984 y relanzado con ímpetu a partir

de 1990, y se cristalizó sólo recién al terminal el Siglo 20. En 1999 Argentina publicó su

primer Libro de la Defensa Nacional, afirmando, por primera vez en la historia de la

relación bilateral, que ya no tenía hipótesis de conflicto con Chile. Y en año 2000, y en el

primer viaje al exterior luego de asumir, el Presidente Ricardo Lagos realizó una visita de

Estado, declarando ante el Congreso Pleno de la Argentina, que Chile ya no tenía hipótesis

de conflicto con Argentina (Lagos 2000).

Working Paper ICSO UDP – 2011

32

El tránsito hacia asociación La constitución de la Brigada Cruz del Sur corresponde

conceptualmente a una etapa de asociación política, puesto que en éste ambos estados

comienzan actuar de manera conjunta y coordinada, junto a Brasil y a un número

posteriormente creciente de países, en escenarios como el de Haití. Sin embargo, a partir

del año 2004 la velocidad del progreso se redujo y casi se detuvo.

En lo puntual, debido al deterioro transitorio de la relación bilateral tras la disminución de

los envíos de gas. Como trasfondo más general, sin embargo, lo anterior terminó

expresando un reacomodo en la relación bilateral luego del recambio político en Argentina

tras la crisis del 2001 y la llegada de un liderazgo político a la Casa Rosada con una visión

de política exterior diferente a la ejecutada desde 1983 hasta el año 2000. La llegada del

Presidente Néstor Kirchner significó un cambio en el posicionamiento vecinal, regional y

global desarrollado por Argentina hasta entonces, cambio que ha sido continuado por la

Presidenta Cristina Fernández. La relación bilateral, recibiría un nuevo impulso a partir del

año 2009, con la firma del Tratado de Integración de Maipú, pero no ha logrado

estabilizarse y retomar el ritmo ascendente que mantuvo comienzos de la década del 2000.

El año 2010 el recambio del gobierno en Chile y llegada del Presidente Sebastián Piñera

introdujo nuevas interrogantes y problemas. Sin embargo, con todo, el carácter estructural

de la transformación estratégica bilateral no se ha visto alterado.

Sin embargo, lo relevante, desde una perspectiva tanto conceptual como política, es que a

partir de 1990 las políticas de cooperación desplegadas por Chile y Argentina han

permitido a ambos países superar por primera vez en sus respectivas historias bilaterales el

dilema de seguridad que vivieron a medida que comenzaron a consolidar su estructura

territorial como estados independientes30

. Como se ha señalado en otros trabajos (Robledo

2010), Chile y Argentina no nacieron como estados bajo un dilema de seguridad. Por el

contrario, ambos países pudieron constituirse como tales como consecuencia de un proceso

que, conceptualmente, correspondió a una etapa de cooperación y asociación, como fue la

experiencia del Ejército Libertador, en un contexto regional similar, y que se expresó en la

campaña de la independencia que culminaría en la expulsión de las fuerzas españolas de

América tras la Batalla de Ayacucho. Es por eso que, conceptual e históricamente, el

periodo en estudio marca un cambio cualitativo estratégico en la política exterior chilena.

Perú. La política exterior chilena también desplegó iniciativas importantes en la relación

bilateral con Bolivia y Perú a partir de 1990, aunque más limitadas y con resultados menos

exitosos. Muy resumidamente, destacan, en la relación con Perú dos procesos, uno positivo,

y otro complejo, al menos desde una perspectiva chilena. El proceso positivo fue la

reanudación en 1992 de las negociaciones para completar la ejecución de las entonces

cláusulas pendientes del Tratado de 1929, que permitiría la suscripción en 1993 de las

Convenciones de Lima y del Acta de Ejecución de 1999, con la expectativa de poner en

marcha un proceso similar al que se encontraba en marcha con Argentina. En esa misma

lógica Chile promovió un proceso de cooperación en el ámbito de la Defensa que consideró

30

Desde esta perspectiva, la transformación estratégica ha sido más completa, profunda y exitosa en

Argentina, porque incluyó tanto a Chile como Brasil, quedando pendiente la cuestión de las Islas Malvinas.

Como se verá más adelante, en el caso de Chile, a pesar de los esfuerzos que han sido desarrollados con

Bolivia y Perú, los resultados han sido diferentes.

Working Paper ICSO UDP – 2011

33

el desarrollo de medidas de confianza mutua entre las fuerzas armadas, y un proceso de

diálogo institucional entre autoridades de defensa similar el desarrollado con Argentina,

constituyéndose el Comité Permanente de Seguridad y Defensa (COSEDE) el 2002. La

agenda del Comité también fue amplia, e incluyó la cooperación militar y medidas más

avanzadas de transparencia, similares a las desarrolladas con Argentina, incluyendo un

acuerdo preliminar para “iniciar la consideración del procedimiento de estandarización del

sistema de medición de los gastos de defensa” (Ministerio de Relaciones Exteriores del

Perú 2002). Asimismo, ambos países desarrollaron un proceso de cooperación económica

hasta firmar un Tratado de Libre Comercio el año 2006, al tiempo que ser produjo un

incremento gradual pero sustantivo de las inversiones chilenas en el país, que alcanzaron

los casi US$ 10 mil millones el año 2010 (DIRECON 2011). No obstante los avances

reseñados, el año 2004 Perú entregó a Chile una propuesta formal para iniciar en un plazo

de 60 días negociaciones y solucionar la "controversia jurídica" sobre la delimitación

marítima, y en enero del 2008 presenta una demanda ante la Corte Internacional de Justicia

(CIJ) solicitando que el tribunal establezca la frontera marítima con Chile. Más allá de las

consideraciones jurídicas invocadas por Perú, que Chile rechaza, y de la voluntad política

que los sucesivos gobiernos de ambos han manifestado tener para llevar adelante un

proceso de cooperación, la relación chileno peruana no ha logrado, sin embargo, cambiar su

calidad, y a partir del 2008 claramente experimenta un deterioro, al producirse un

cuestionamiento por parte de Perú, por primera vez desde el Tratado de 1929, del estatus

territorial del Estado chileno.

Bolivia. En el caso de la relación chileno boliviana, y luego de la ruptura diplomática de

1978, entre 1990 y el 2010 los vínculos experimentaron una mejora general producto del

cambio político y del ambiente estratégico regional, pero no se modificó su dinámica

central, cual es la organización de la agenda bilateral en torno a la demanda marítima

boliviana de acceso soberano al Océano Pacífico. En 1993 se suscribió el Acuerdo de

Complementación Económica (ACE) 33, en 1994 se estableció el Mecanismo de Consultas

Políticas, retomándose la agenda derivada del cumplimiento del Tratado de 1904 (libre

acceso no soberano de Bolivia al Océano Pacífico) y en el ámbito económico privado se

realizaron inversiones chilenas en algunas áreas que posteriormente serían revertidas. En el

último tercio del periodo en estudio se registraron algunos avances bilaterales importantes,

pero no alcanzaron a modificar sustancialmente la relación. Tal fue el caso de la visita del

Presidente de la República Ricardo Lagos escobar a Bolivia el año 2005, la primera de un

Jefe de Estado chileno desde la Guerra del Pacífico, etapa en la que se exploró la

posibilidad de generar una dinámica nueva a partir de la cooperación para una salida de gas

natural boliviano a través de puertos chilenos (Walker: 30). La relación bilateral tuvo un

impulso importante durante la presidencia de Michelle Bachelet y Evo Morales, etapa en

que se concordó, el año 2006, la denominada Agenda de 13 puntos, la cual incluyó el tema

marítimo y fue acompañada por un diálogo reservado que concluyó el 2010. La agenda

abarcó un espectro amplio de temas que dieron cuenta de la complejidad y riqueza de la

evolución de la relación bilateral, incluyendo, en esta etapa, una incipiente cooperación

también en el ámbito de la defensa31

.

31

Ver el detallado recuento en Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile (2010ª: 13-15)

Working Paper ICSO UDP – 2011

34

Durante ese último periodo se produjo asimismo un enfriamiento sin precedentes de la

relación peruano-boliviana, cuyo origen fue tanto político e ideológico (las diferencias entre

los presidentes en ejercicio), pero también de política exterior, debido a las críticas del

Presidente de Bolivia a la presentación de la demanda de Perú contra Chile ante la Haya32

,

motivando críticas públicas del Presidente de Perú, Alan García, a la gestión del Presidente

Evo Morales sobre la relación con Chile33

.

De este modo, aunque lentamente, el Cono Sur ha experimentado una transformación del

escenario estratégico, con la desactivación de la tensión argentino-brasileña34

y argentino

chilena, a lo que se suma también el exitoso proceso, de similares características

desarrollado por Perú y Ecuador, luego de la última Guerra del Cóndor. La superación del

dilema de seguridad es más claro entre Argentina Brasil y Chile, Ecuador y Perú, que entre

el resto de los países del subsistema de balance de poder identificado por Burr (1967). El

relacionamiento de Chile con Perú y Bolivia -lo que Child (1990) llamaría el eje de tensión

vertical en el Pacífico- ha tenido avances importantes. El más importante han sido los

avances de Perú y Ecuador35

, que también constituye una transformación cualitativa. Y

entre Chile y sus vecinos del norte se ha producido un incremento de la interdependencia

económica, y con ello se han introducido incentivos que, según algunas perspectivas,

podrían transformar la calidad de la relación en el largo plazo36

. El relacionamiento es, sin

embargo, aún deficitario, y las dificultades para avanzar parecen ser políticas37

.

En el caso de Chile y Bolivia, las dificultades se relacionan con la centralidad que ha

mantenido la demanda marítima en la agenda política y bilateral boliviana. Y en el caso de

Chile y Perú, con la persistencia de una percepción de relación de conflicto con Chile

basada en elementos que -desde la percepción chilena-, subyacen y están latentes, pero no

son siempre son explicitados (como en el caso de la demanda marítima) y que, desde una

32

Ver diario El País, “Morales critica a Perú por parar la salida al mar de Bolivia”. 24.03.2009. Disponible en

http://www.elpais.com/articulo/internacional/Morales/critica/Peru/parar/salida/mar/Bolivia/elpepuint/2009032

4elpepuint_5/Tes

33 Ver Terra, “Alan García: „Bolivia hace rato renunció al mar‟. 25.03.2009. Disponible en

http://www.terra.com.pe/noticias/noticias/act1692794/alan-garcia-bolivia-hace-rato-renuncio-al-mar.html 34

La mayor parte de los autores coincide en que el balance de poder sudamericano comenzó a desdibujarse en

la medida que Brasil comenzó a distanciarse del resto de la región, luego de la Segunda Guerra Mundial. Sin

embargo, desde un punto de vista estratégico, esa tendencia sólo se consolidó luego del reacercamiento

argentino-brasileño y el término de la carrera nuclear en 1985. 35

La rivalidad peruano-ecuatoriana no recibió la misma importancia en el trabajo de Burr ni en el de Child

sobre el Cono Sur, pero en la lógica tradicional de balance de poder subregional ha sido un factor importante. 36

La teoría funcionalista y neofuncionalista de integración fueron construidas sobre la lógica de que el

incremento de la interdependencia produciría casi mecánicamente incentivos a la cooperación, dinpamica que

fue resumida como un spillover o espiral positiva. Sin embargo, sería la propia experiencia europea la que

señalaría en 1966, con la primera crisis del proyecto de integración, originado en las diferencias estratégicas y

políticas entre Francia y Estados Unidos en torno a la estrategia de contención en Europa, las limitaciones del

funcionalismo, y el carácter en última instancia político de los procesos de integración. Ver Keohane y

Hoffman 1991 y McCormick 1999. 37

Es importante señalar en este punto que la mayor parte de las escuelas teóricas que estudian el fenómeno

del conflicto y la cooperación coinciden en la dimensión política, es decir, volitiva, y no mecánica, de la

cooperación. Es el caso de los realistas defensivos al analizar las condiciones bajo las cuales es posible la

cooperación bajo dilema de seguridad (Jervis 1978), de las teorías intergubermentalistas (institucionalistas)

sobre integración (Keohane y Hoffman 1991, Moravsick 1991) y de las teorías constructivistas (Wendt 1992).

Working Paper ICSO UDP – 2011

35

perspectiva peruana, parecen ser reafirmados y recreados regularmente por la conducta de

Santiago percibida desde Lima.

De esta forma, la relación chileno-peruana exhibe avances importantes, especialmente en el

ámbito económico, pero razones diversas -políticas, pero también institucionales y de otro

tipo- frenan el spillover económico y permanece atrapada en lo que podría corresponder a

un dilema de seguridad tradicional, por lo que no ha logrado la transformación exitosa de la

identidad en el relacionamiento entre los dos actores desde el conflicto a la cooperación, y

no parece clara la existencia de voluntad concomitante de las partes. Más aún, los intentos

realizados desde Chile por llevar adelante lo que desde este país se entiende como una

estrategia de superación del dilema de seguridad y de transformación identitaria similar a la

experimentada entre Chile y Argentina, no han dado resultados positivos en el caso de la

relación con Perú, y apenas han podido ser siquiera desplegados en el caso de la relación

con Bolivia.

b. Instituciones y procesos de cooperación multilaterales. De la seguridad colectiva a la

arquitectura flexible de seguridad.

De manera consistente con el ámbito bilateral, a partir de 1990 la política exterior chilena

puso un fuerte énfasis en el fortalecimiento y creación de instituciones de cooperación a

nivel subregional, regional, e interamericano, integrándose así a una tendencia política

regional en la cual adquiría especial importancia la construcción de instituciones de

seguridad de carácter cooperativo38

.

A nivel interamericano se desarrollaría un conjunto de regímenes de seguridad para

responder a los desafíos que se percibían en esa etapa, en dos planos: el de la agenda de

seguridad inter-estatal o tradicional, y el de la agenda que planteaba el surgimiento de lo

que entonces fueron denominadas las nuevas amenazas, generalmente de origen societal y

de alcance transnacional (Bachelet 2002b).

En la agenda tradicional, uno de los primeros esfuerzos estuvo orientado, por parte de

Chile y otros países, al desarrollo en una escala regional de las medidas de confianza

mutua. Luego de varias reuniones académicas realizadas en Argentina y Chile39

, en 1995 se

realizó en Santiago la I Conferencia Regional de Medidas de Confianza Mutua, iniciándose

así una dinámica que continuaría en 1999 y 2001, se extendería y consolidaría en la región

a partir de entonces y que sería finalmente institucionalizada en el Sistema Interamericano a

partir de la Conferencia Especial de Seguridad hemisférica de 2003. A este regimen se

sumaría el apoyo de Chile a la Convención Interamericana sobre Transparencia en las

Adquisiciones de Armas Convencionales, adoptada en 1999; así como al proceso de

Cumbres de las Américas, iniciado en 1994, daría cuenta, asimismo, de una nueva dinámica

de cooperación entre Estados Unidos y la región, la cual también sería extendida al ámbito

38

El concepto de seguridad cooperativa fue acuñado durante la década de los 80 luego del informe de la

Comisión Palme. A diferencia de la seguridad colectiva (alianza contra un enemigo común), y de la lógica del

balance de poder del conflicto Este-Oeste, Palme planteó la necesidad de construir instituciones que

proveyeran seguridad a todas las partes, y que generaran así una seguridad común, o de manera cooperativa.

En la región el concepto fue introducido en los años 90. Ver Carter y Perry 1992. 39

Sobre el debate en esa etapa ver Varas y Caro 1994.

Working Paper ICSO UDP – 2011

36

de la seguridad, con el desarrollo de las conferencias ministeriales de defensa a partir de

1995. En cuanto a las nuevas amenazas, Chile promovió junto a otros estados la

Convención Interamericana de Control del Tráfico de Armas Livianas (1997); así como el

mecanismo multilateral de certificación (concordado en 1998), cuya supervisión fue

radicada en la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas, CICAD).

Asimismo, el conjunto de regímenes relacionados con la protección de la democracia y los

derechos humanos que durante los 90 fueron aplicados a partir de la Declaración de

Santiago en los casos de Perú, Haití, Guatemala y Venezuela, también contribuyeron a

incrementar la estabilidad regional, produciendo de esa forma efectos estratégicos

indirectos.

En el plano regional40

también hubo un desarrollo de la cooperación, aunque los logros más

relevantes han estado en la agenda tradicional. Luego del término de la competencia

nuclear argentino-brasileña, con la incorporación de plena de ambos países al régimen de

no proliferación nuclear regional, el Tratado de Tlatelolco41

, creando las condiciones para

una rápida incorporación de Chile y, unos años más tarde, de otros países, como Cuba42

,así

como para la culminación de la incorporación del conjunto de los países de la región, a los

regímenes regionales e internacionales de prohibición de armas de destrucción masiva

(nucleares, biológicas y químicas): el Tratado de No Proliferación Nuclear, y la

Convención de Armas Químicas, lo cual fue complementado con un regimen ABC sobre

armas químicas y biológicas, como el Compromiso de Mendoza, suscrito por Argentina,

Brasil y Chile43

. De esa forma, América Latina se consolidó como zona de paz y completó

un prolongado proceso de transformación estratégica y transformación de la política

regional en el ámbito estratégico44

.

Luego de la década de los 90, la política exterior chilena y la política regional avanzaron

hacia una segunda etapa, marcada por el inicio de la cooperación latinoamericana en

operaciones de paz, específicamente en torno a Haití y MINUSTAH el 200445

. Aunque las

operaciones de paz son parte del sistema de seguridad colectivo, en algunos casos exhiben

rasgos cooperativos desde el momento en que no son concebidas como alianzas militares

contra un enemigo común, sino generadoras de una seguridad común y, bajo ciertas

40

El nivel regional considera analíticamente a América Latina y el Caribe, y se diferencia del interamericano

por excluir a Estados Unidos y Canadá, e incorporar a Cuba. 41

Establecido en 1967, el Tratado creó la primera Zona de Paz, o zona libre de armas nucleares a nivel

internacional. El acuerdo regional, del cual se marginaron entonces Argentina, Brasil, Chile y Cuba, fue

seguido entonces en otras regiones, desarrollándose nuevas zonas libres de armas nucleares en África a través

del Tratado de Pelindaba, el sudeste Asiático a través del Tratado de Bangkok, y el Pacífico Sur a través del

Tratado de Rarotonga (Cubillos 2005). 42

Chile adhirió al TNP en 1993, Argentina en 1995, Brasil en 1997, y Cuba el 2002. 43

Declaración conjunta sobre la prohibición completa de las armas químicas y biológicas. Compromiso de

Mendoza. Para información detallada sobre los acuerdos regionales en este ámbito ver

http://npsglobal.org/esp/index.php?option=com_content&view=article&id=57&Itemid=10 44

Para estudios sobre otras experiencias regionales de construcción social de la política internacional, ver

Paul 2000. 45

La participación de la región en Haití tuvo dos etapas. Primero, la iniciada con la Resolución 1529 del

Consejo de Seguridad de la ONU, autorizando el despliegue de una Fuerza Multinational Interina integrada

por tropas de Estados Unidos, Francia, Canadá y Chile. La segunda se inició tras la Resolución 1542 que

estableció la MINUSTAH, a la cual se incorporaron Brasil y Argentina, y a la cual se incorporaría

posteriormente otros 9 países de la región, incluyendo Perú.

Working Paper ICSO UDP – 2011

37

condiciones, como las señaladas en el caso de Chile y Argentina con la Fuerza Cruz del

Sur, pueden dar paso a procesos de asociación política.

A partir del año 90 la política exterior chilena contribuyó entonces a los procesos de

cooperación bilaterales, subregionales, regionales e interamericanos que se sumaron a las

instituciones de prevención y administración de conflictos establecidas en el Sistema

Interamericano, como el Tratado de Asistencia Recíproca, o el Pacto de Bogotá; y el de

Naciones Unidas (Carta de la ONU).

Esa dinámica permitió avanzar desde una política regional militarizada y altamente

conflictiva, hacia una nueva dinámica continental de mayor cooperación, de disminución de

los conflictos inter-estatales tradicionales (la mayor parte territoriales), de desarrollo de

nuevos regímenes ante los problemas societales y transnacionales; y, en definitiva, de

creciente gobernabilidad, dinámica que entonces fue resumida en el concepto de

arquitectura flexible de seguridad, que describió de esa forma el surgimiento de una red de

regímenes cooperativos y colectivos que operaban simultáneamente en distintos niveles

(Bachelet 2002)46

.

iii) Gobernabilidad y liberalización económica. Del ISI y la competencia geopolítica, a la

apertura y la integración, y a la crisis del proceso de integración.

La transformación económica que experimentaron Chile y en mayor o menor medida el

resto de la región fue, como se señaló en la sección anterior, otro factor estratégico en la

percepción y relacionamiento político y estratégico de Chile con la región, así como al

interior de toda la región, siendo especialmente importante para el Cono Sur a partir del

relanzamiento del proceso de integración en 1985, y la creación del MERCOSUR en 1991.

La transformación del modelo de desarrollo de Chile modificó los intereses económicos y

por tanto creó las bases materiales que permitirían modificar la forma en que el país se

aproximaba a la región, así como la percepción de la región respecto al país. El abandono

del modelo ISI, primero en Chile y luego en el resto de la región, y la puesta en marcha de

procesos de apertura y desregulación de manera relativamente simultánea, aunque con

diferencias importantes, creó las condiciones para que se invirtiera la lógica nacionalista y

de competencia geopolítica, por otra más liberal, entroncada en el pacifismo comercial47

, y

en la tradición liberal europea de la integración económica.

46

El concepto de un arquitectura flexible de seguridad. Fue planteado por primera vez en un documento de

trabajo de carácter interno del Ministerio de Defensa, preparado por el autor de este trabajo, durante la

preparación de la Cumbre Ministerial de Defensa de las Américas del año 2002, en Santiago. El concepto fue

acogido por la entonces Ministra de Defensa, Michelle Bachelet, y presentado durante su intervención de ese

año en la Academia de Guerra en un seminario organizado por el Comandante en Jefe y, posteriormente, en la

V Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas (Bachelet 2002: 5-6 y , 2003: 17). A partir de

entonces, sería socializado a nivel nacional (Walker 2006: 21) e interamericano, al ser incorporado en la

Declaración de la Conferencia Especial de seguridad de las Américas el 2003, N° II. 1: “Los Estados del

Hemisferio reconocen diferentes perspectivas sobre las amenazas y prioridades a su seguridad. La

arquitectura de seguridad en nuestro Hemisferio deberá ser flexible y contemplar las particularidades de cada

subregión y de cada Estado” (OEA 2003). Ver también Rojas (2006:180). 47

Doyle (1997) identifica el pacifismo comercial como una de las tres grandes tradiciones liberales en las

relaciones internacionales, trazando su origen en la teoría neoclásica de Adam Smith, y situando entre sus

Working Paper ICSO UDP – 2011

38

De esta forma, durante una larga etapa -que comienza en 1985 y tiene como hito la

creación del MERCOSUR, al cual Chile se integra en 1996 como miembro asociado y

suscribe un acuerdo de libre comercio (ACE 35), luego de una prolongada y compleja

negociación, hasta cuando se produce la primera crisis del bloque en 1999-, la región

experimentó un proceso efectivo de spillover económico y político sobre el cual se basó

una parte importante del crecimiento económico del periodo y contribuyó a legitimar,

consolidar y sustentar la transformación estratégica de la región y el desarrollo de la

comunidad política y epistémica democrática (Milet, Gaspar y Rojas 1997, Robledo 1997,

Castro 1998). MERCOSUR jugó un importante papel para el crecimento Argentino y

Brasileño en los 90 y, a pesar de la Crisis Asiática y de la más reciente del 2008, continúa

sustentando parte importante (aunque desiguales) de las economías de sus respectivos

miembros. En el caso de Chile y MERCOSUR, la evaluación del intercambio comercial

también ha sido positiva, exhibiendo un crecimiento acumulado de 108,7% en el período

1996-2009, con una tasa de media de expansión anual de 5,8%, aunque con una balanza

permanentemente a favor del bloque. Entre 1990 y 2010, el sector privado chileno invirtió

en el MERCOSUR el 49,7% del total de los US$ 56.789 millones de dólares invertidos en

el exterior, cerca de un tercio del PIB chileno (DIRECON 2010a). Asimismo, confirmando

las expectativas iniciales del sector privado (Robledo 1997), el año 2009 Chile exportó al

MERCOSUR un total de 2.902 productos elaborados por 2.570 empresas.

Desde una perspectiva más general, la liberalización comercial con la región tuvo efectos

macroeconómicos positivos para Chile. Mientras en 1990 Chile enviaba el 12 por ciento de

sus exportaciones a América Latina, el 2008 el porcentaje había aumentado al 22%.

La transformación de las relaciones económicas desde la última etapa del modelo ISI, y al

aumento de la interdependencia producido con el relanzamiento de la integración y la

apertura económica, significó también una transformación del pensamiento estratégico

regional. La última etapa del modelo ISI estuvo también fuertemente mercada por el

predominio de las visiones geopolíticas que asumían la inevitabilidad del conflicto

territorial como consecuencia de la expansión económica y demográfica de los estados. El

reinicio del proceso de integración y la su consecuente apertura comercial significó la

inversión de esa lógica, puesto que a partir del entonces el crecimiento económico

dependería del acceso recíproco de bienes y servicios. Reflejando la transformación, en este

caso en Argentina, el Secretario de Planeamiento Estratégico de Argentina afirmaba que “la

asociación con Chile y Brasil les abre a las provincias nuevos mercados y favorece la

comercialización internacional de sus productos, facilitada por el acceso directo, sin pasar

por la Aduana porteña, a los puertos brasileños sobre el atlántico y a los chilenos sobre el

Pacífico, la vía oceánica que comunica con los mercados del Asia-Pacífico, la región del

planeta que es hoy la principal locomotora de la demanda mundial, especialmente en

materia de alimentos” (Castro 1998: 43).

continuadores a Joseph Schumpeter y Richard Rosecrane. Su argumento central es que el desarrollo del libre

comercio (en oposición al mercantilismo y al proteccionismo) es un poderoso incentivo para la cooperación y

la paz internacional.

Working Paper ICSO UDP – 2011

39

El cambio del modelo económico hacia la integración y liberación comercial regional

proveyó así a la Argentina del acceso de sus productos al Océano Pacífico que le había sido

negado durante el conflicto del Beagle, pero ese tipo de acceso era ahora bien recibido por

Chile, que a su vez comenzó a concebirse a sí mismo como una plataforma de servicios y

puente con América Latina, tanto para el Asia Pacífico, como para inversionistas globales

en la región. Para ambos países el cambio de modelo estructuró entonces una relación

económica y estratégica mutuamente beneficiosa. El crecimiento de ambos descansaría de

manera importante en un aumento de su interdependencia económica, y ésta favorecería y

dependería simultáneamente de una relación estratégica positiva. De esta forma, luego de

más de un siglo de competencia y conflicto, y en el lapso de un poco más de una década,

los países del ABC superaron con éxito sus dilemas de seguridad y construyeron un sistema

político regional cooperativo, originando incluso expectativas acerca de si la subregión

estaba avanzando hacia la constitución de una comunidad de seguridad (Hurrell 1998).

La transformación del ambiente político fue más amplia que la zona exclusivamente

sudamericana y latinoamericana, y alcanzó también a la relación con Estados Unidos. La

articulación de la región en torno a la lógica democracia, apertura e integración que

caracterizó a los 90, así como el apoyo de los Estados Unidos a los procesos de

democratización, consolidó la distensión que siguió en la región tras el fin de la Guerra

Fría, y creó las condiciones para la estructuración de un proceso más cooperativo entre

Washington y la región, cuya manifestación programática y orgánica sería el proceso de

Cumbres de las Américas, en el cual Chile tuvo un papel importante. Fue sede de la II

Cumbre de las Américas, sino que apoyaría, a diferencia del MERCOSUR, el Área de

Libre Comercio de las Américas (ALCA), y posteriormente firmaría el Tratado de Libre

Comercio entre Chile y Estados Unidos el 2004.

Con todo, las dimensiones positivas de la transformación regional tuvieron limitaciones.

Por un lado, a pesar de la existencia de un proyecto común regional básico, al interior de la

región persistieron diferencias importantes en torno a la estrategia de desarrollo y el

relacionamiento con el centro político global. En el caso de Chile eso fue evidenciado por

la decisión adoptada a mediados de los 90 de negociar un acuerdo de Asociación con la

Unión Europea separado del MERCOSUR. Junto al TLC con Estados Unidos, ambos

procesos produjeron a un distanciamiento político entre Chile y el bloque subregional (que

ya estaba sometido a su primera crisis importante desde 1999), aunque especialmente con

Brasil (Argentina se había convertido en 1997 en Aliado Mayor Extra OTAN pero esa

política comenzaría a ser abandonada por el Gobierno de Presidente Kirchner).

Desde Chile, la inserción en la región sería moderada por el dilema (y el consiguiente

debate) entre la necesidad de fortalecer la inserción económica (y política) en el primer

mundo y en las regiones emergentes más dinámicas como el Asia Pacífico; y la necesidad

de acelerar la integración y fortalecer los vínculos con la región. El resultado fue una

opción por avanzar “sostenidamente” con la región, “pero teniendo muy claro que la

apertura comercial chilena al mundo era irrenunciable y que el país no podía asumir

opciones de integración que obstaculizaran la potenciación de los vínculos con otras

regiones” (Van Klaveren 1998: 132). Sin embargo, en el balance, el debate parece haber

girado, en algún grado, en torno a un falso dilema, puesto que desde la perspectiva chilena

el principal impedimento para un mayor acercamiento con la región no radicó en una

Working Paper ICSO UDP – 2011

40

cuestión ideológica o de principios, sino en el los diferentes timings del proceso de apertura

(iniciado en Chile en 1975 mientras que en Argentina durante los 90 y en Brasil sólo muy

parcialmente en los 90) y en virtual ausencia (Chile) o existencia (Argentina y en mayor

medida, Brasil) de una industria en etapa inicial que proteger. Por eso Chile no pudo

retroceder en su apertura ni concordar una política aduanera común e integrarse

tempranamente como miembro pleno al MERCOSUR. En segundo lugar, la experiencia de

la primera ola de integración latinoamericana y la evolución político- institucional de la

región indicaron la necesidad de promover estrategias prudentes y sustentables de

integración, lo cual demandaba democracias institucionalmente sólidas y capaces de

sustentar los compromisos internacionales en el largo plazo, en una región caracterizada

por la inestabilidad político institucional48

.

Con todo, lo relevante es que, en el balance, las dificultades resumidas anteriormente no

amenazaron ni afectaron la dinámica de transformación del relacionamiento político,

económico y estratégico producido por la comunidad democrática de la región durante la

década de los 80 y los 90, sino hasta la aparición de otro fenómeno: el debilitamiento de los

modelos neoliberales adoptados por algunos países tras el proceso de democratización.

El comienzo de la década del 2000 marcaría, en ese sentido, el término paulatino de la

primera etapa del proceso de democratización, reforma económica, apertura comercial e

integración y transformación estratégica regional. A partir de esa etapa, la región transitaría

hacia un periodo diferente, una de cuyas principales características ha sido el de un estrecho

vínculo entre la crisis de algunos procesos de consolidación democrática –y en distintos

grados- de la región, y el fin del proyecto regional relativamente homogéneo que

caracterizó al periodo 1983-2000, afectando también de manera limitada la estabilidad

estratégica alcanzada durante los años 90.

3.2.4. La transformación de la inserción política global. Nuevas fronteras de la política

exterior.

Junto a la necesidad de asegurar la gobernabilidad democrática, a la creación de un nuevo

modelo de desarrollo, y a la puesta en marcha de una nueva relación con la región, la

política exterior iniciada en 1990 puso en marcha una nueva inserción política global del

país. Esta se vio favorecida por la acogida favorable que la comunidad internacional brindó

a la nueva democracia chilena, pero ese cambio se produjo en una coyuntura internacional

también especial, cual fue la de transformación del sistema internacional desde la

bipolaridad hacia otro de primacía estadounidense, de consolidación normativa global de la

democracia, y de universalización del capitalismo como organización básica de la

economía.

48

Según Van Klaveren, “la integración regional no debía ser sólo el producto de la voluntad política ni

orientarse hacia el logro de metas demasiado ambiciosas que en definitiva no pudieran cumplirse. Por el

contrario, ella requería flujos de comercio (…) verdaderamente significativos, de la adopción de políticas

económicas compatibles, de la estabilidad económica de los socios, de la disposición a someterse a

mecanismos u disciplinas colectivas y de una convicción profunda de que los esquemas de integración debían

estimular la competitividad” (1998: 133).

Working Paper ICSO UDP – 2011

41

De este modo, si el régimen militar se había visto sometido a un fuerte proceso de

aislamiento internacional (que además debilitó la postura regional del país) como resultado

de la condena internacional al quiebre democrático y a las violaciones a los derechos

humanos, el régimen democrático construyó su inserción internacional en una coyuntura

internacional que le permitió generar un proceso de integración exitoso entre la identidad

chilena del periodo de transición democrática y apertura económica, a la transformación de

la identidad global desde la bipolaridad, hacia el nuevo escenario de globalización. De esta

forma, en 1990 Chile no regresó mecánicamente a las políticas preexistentes no sólo

durante el régimen militar, sino también a las ejecutadas antes de 1973, sino que construyó

un nuevo posicionamiento internacional.

En lo grueso, el país transitó hacia una postura intermedia que no significó la alineación

internacional con las potencias hegemónicas, como lo harían otros países en la región, pero

significó una opción informal y de hecho al regimen de gobernabilidad global occidental

de post Guerra Fría (Robledo y Rojas 2002). Los fundamentos de dicha inserción fueron 1)

la adhesión y defensa institucional de la democracia y de los derechos humanos, incluyendo

la promoción de los derechos sociales; 2) la inserción en los regímenes globales de

seguridad internacional, sólo posibles luego de la transformación estratégica regional; 3) la

incorporación acelerada al proceso de globalización de la economía internacional; y 4) una

opción preferente –y en esto estableció diferencias y marcó un nivel importante de

autonomía que ha perdurado- por la construcción de instituciones multilaterales y

equitativas (proyectando así su política de crecimiento con equidad a un nivel global) como

estrategia de gobernabilidad global de largo plazo.

En el caso de los regimenes de promoción o defensa de la democracia y los derechos

humanos destacan no solamente los desarrollados en la región, que por sí mismos y junto a

otras iniciativas han contribuido a la generación de un regimen de gobernabilidad global de

protección y promoción de los derechos humanos. Destacan a nivel global la participación

y apoyo de Chile a la Comunidad de las Democracias; el apoyo a la preparación y

desarrollo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos en Viena

(1993); el apoyo activo al desarrollo de nuevos regímenes, entre otros, el Tratado de Roma

que creó la Corte Penal Internacional; el apoyo al desarrollo del derecho de intervención

humanitaria formulado como responsabilidad de proteger (Muñoz 2010, Arredondo,

Rodríguez y Serbín 2011); y el apoyo a la creación del Consejo de Derechos Humanos, así

como una conducta consistente en este ámbito que ha sido destacada por instituciones

independientes de la sociedad civil en este ámbito (HRW 2010). En el ámbito de la

seguridad en el nivel internacional, durante la década de los 90 Chile adhirió y/o ratificó –

junto a la región- los regímenes internacionales más relevantes en materia de no

proliferación y limitación de armamentos de destrucción masiva del sistema de Naciones

Unidas. Entre éstos se cuentan el Tratado de No Proliferación Nuclear, el Tratado de

Prohibición de Ensayos Nucleares, la Convención de Armas Químicas, y la Convención de

Armas Biológicas. Igualmente, se incorporó masivamente a otros regímenes

internacionales, como la Convención de Minas Antipersonal, ha manifestado su voluntad

de sumarse al Régimen de Control de Tecnología de Misiles (al que se sumó Argentina) y

ha incrementado sustantivamente su contribución a las operaciones de paz de Naciones

Unidas. Asimismo, luego de los atentados del 2001, Chile apoyó los regímenes más

Working Paper ICSO UDP – 2011

42

importantes adoptados por el Consejo de Seguridad de la ONU, destacando, entre otros, la

Proliferation Security Initiative.

En el ámbito económico Chile complementó su política de apertura regulada y

regionalismo abierto, con una política a favor de la construcción de regímenes

multilaterales a favor de la liberalización del comercio internacional (y por tanto del acceso

de sus exportaciones a los mercados desarrollados más protegidos), así como de la

democratización de las instituciones financieras internacionales, asumiendo en este ámbito

una postura que también se replicaría en otros ámbitos multilaterales: la de un

posicionamiento equidistante entre la agenda y los intereses del mundo desarrollado, y la de

los países de claro sesgo antiestadounidense y europeo (en particular del NOAL). El

denominador común o rasgo fundamental de ese posicionamiento ha sido una opción

preferente por el derecho internacional; y la construcción de regímenes internacionales

multilaterales, y un acento en el incremento de la equidad tanto en las instituciones como en

las políticas públicas globales, como parte de un proceso de construcción de un regimen de

gobernabilidad global.

Esta postura fue manifestada en todo el espectro de la agenda internacional: en la reforma

de las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad; en la necesidad de una agenda social

global, manifestada tanto en la iniciativa para convocar la Cumbre de Desarrollo Social el

2003, como en el alto protagonismo desarrollado en torno a la Cumbre del Milenio y sus

Objetivos de Desarrollo del Milenio por los dos últimos gobiernos hasta el 2010; como en

las negociaciones sobre el regimen global sobre desarrollo sustentable a partir de los años

90 y, más recientemente, sobre cambio climático.

Desde la perspectiva propuesta por este trabajo, el posicionamiento global de Chile a partir

de 1990 fue una consecuencia de su estrategia de desarrollo político (democracia y

derechos humanos) y económico (inserción acelerada en la globalización). Al mismo

tiempo, fue a su vez una herramienta funcional tanto para la viabilización del proceso

doméstico de crecimiento con equidad; como para la construcción de una nueva identidad

de cooperación regional; como convergente con las tendencias fundamentales que

marcaban los foros globales en ese periodo. La aplicación contínua de dicha política

permitió al país un posicionamiento muy sólido que con el paso del tiempo se vería

consolidado por la transformación de los indicadores de desarrollo y la transición del país

desde una economía subdesarrollada, a una de desarrollo intermedio.

3.3. Desafíos no resueltos de la política exterior.

Junto a los rasgos identitarios que definieron la política exterior chilena durante el periodo,

parece importante subrayar asimismo algunas dimensiones deficitarias, no resueltas o no

abordadas, que han afectado el despliegue de política exterior de Chile y que permanecen,

por lo tanto, como aspectos pendientes.

Working Paper ICSO UDP – 2011

43

3.1.1. Regimen político y formulación de política: ¿política de Estado, política pública

o política de elites?

Una primera dimensión deficitaria se relaciona con las dificultades institucionales que

rodean el proceso de toma de decisiones de la política exterior chilena desde una

perspectiva de política pública. Como ha sido advertido por otros autores (Wilhelmy 1996),

la formulación de la política exterior en Chile es un proceso complejo que comenzó muy

marcado por su carácter oligárquico durante el Siglo 19, pero al cual se ha ido incorporando

un número creciente de actores además de la burocracia del Ejecutivo (del Ministerio de

Relaciones Exteriores y las Fuerzas Armadas y las autoridades económicas) y el Congreso

Nacional. Algunos desde la cúpula decisoria, como las asesorías presidenciales formales o

informales; y la gran mayoría desde un número creciente de ministerios o agencias

provenientes del Ejecutivo.

Sin embargo, y a diferencia de otros sectores, en los cuales hubo experiencias de

modernización institucional, y/o en los cuales se pusieron en marcha procesos más amplios

de participación en el diseño de políticas públicas, con diferentes grados de

institucionalización, pero generalmente con la participación de las instituciones de la

sociedad civil vinculadas al sector49

, en el caso de la política exterior la mayoría de los

nuevos actores han provenido mayormente exclusivamente desde el estado chileno50

, y no

ha habido resultados exitosos en los esfuerzos de modernización emprendidos desde

199051

. Durante este periodo se desarrollaron procesos de consultas y coordinación con

actores no estatales, especialmente con el sector privado. Aunque esta práctica comenzó

luego de la creación de la Asociación latinoamericana de Comercio en 1960, tuvo un

impulso muy fuerte con la puesta en marcha de la apertura regulada (a partir de las

negociaciones comerciales iniciadas con México y Venezuela), y que incluso fue

adquiriendo crecientes grados de institucionalización en 1992 y en 199552

(DIRECON

2009: 207-212, Robledo 1996). Al sector privado se sumarían posteriormente otros actores,

como el movimiento sindical durante la negociación con Estados Unidos. Existen áreas

adicionales en las cuales también ha habido procesos de consulta. Entre otras, democracia,

derechos humanos, comunidades de chilenos en el exterior53

, o la política antártica, en la

cual el Consejo Política Antártica también ha institucionalizado un espacio de consulta y

coordinación.

Aunque importantes, los avances anteriores, son parciales, y los actores políticos y no

estatales no han sido convocados a un proceso general, sistemático e institucionalizado de

49

Nos referimos a las numerosas comisiones presidenciales constituidas a partir de 1990 en muchos ámbitos

de política pública, y a también numerosos procesos de consulta y participación llevados a cabo tanto en el

Ejecutivo como en el Legislativo. Para el periodo de la Presidenta Michelle Bachelet ver Aguilera (2009).

Para un examen más amplio sobre nuevas formas de relación del estado y los ciudadanos en Chile, ver Varas

et al (2006). No existen, sin embargo, análisis específicos y sistemáticos sobre este ámbito en el área de la

política exterior. 50

Destaca en este ámbito la creación del Comité Interministerial de Relaciones Exteriores. 51

Entre 1990 y 2010 se envió un solo proyecto de reforma del Ministerio de Relaciones Exteriores, el año

2009. Se trató de un proyecto corto es decir, con objetivos moderados de reforma. Sin embargo, aún así, el

proyecto fue frustrado en el Congreso por una coalición política y burocrática que asumió una postura

conservadora ante la reforma. Sobre la reforma de la Cancillería ver Fuentes 2008a. 52

En 1995 se crea el Comité Interministerial de Negociaciones Económicas Internacionales. 53

El año 2009 fue creado el Comité Interministerial para Comunidades chilenas en el Exterior.

Working Paper ICSO UDP – 2011

44

discusión política sobre la política exterior, y los organismos existentes que podrían dar

cabida a un proceso de ese tipo, como el Consejo de Política Exterior, no han sido

consultados regularmente si han sido concebidos con el propósito de ser parte de un

proceso de debate regular sobre política pública.

El resultado tiene varias dimensiones. Por un lado, la ausencia de una institucionalidad

amplia de consulta y participación, ha reproducido el carácter esencialmente estatal (y en

menor medida, política) de las elites que participan en el proceso de toma de decisiones

sobre política exterior. Por el otro, el resultado ha sido la desarrollo de un conjunto de

decisiones que no siempre satisfacen los estándares de lo que se espera de una política

pública en forma: ausencia de institucionalidad de participación y debate público regular54

;

elaboración de un conjunto de objetivos explícitos para ser alcanzados en un plazo

relativamente determinado; y mecanismos de evaluación públicos y regulares de dichos

objetivos de política.

Así, por ejemplo, el Ministerio de Relaciones ha publicado en distintos momentos diversos

documentos de política exterior. Sin embargo, ninguno de los documentos responde a lo

que podría entenderse como un libro blanco de política exterior en forma, algo que sí

ocurrió en el ámbito de la defensa y en tres oportunidades a partir de 199055

.

De esta forma, la formulación de la política exterior chilena exhibe algunos rasgos de

continuidad y consenso (analizados anteriormente) que permiten sostener que es una

política pública con rasgos de política de estado. Sin embargo, tanto su carácter estatal, así

como su mismo carácter de política pública, se ven debilitados al no contar con una

institucionalidad que garantice un adecuado nivel de participación y accountability no sólo

ex post, sino también ex ante. Si lo anterior se sitúa en un contexto más amplio de

debilidades de las instituciones democráticas chilenas, especialmente las de

representación56

, el cuadro resultante es el de una dificultad mayor de representación de la

política exterior respecto a otros ámbitos de política pública.

54

El Ministerio de Relaciones Exteriores cuenta con algunos espacios de consulta, como el Consejo de

Política Exterior, la reunión de ex Cancilleres, o el Consejo Asesor del Límite Marítimo. El primero ha sido

convocado en forma irregular y distante. El segundo es un espacio informal, y el tercero es un espacio de

asesoría de expertos. Ninguno cumple las características de un proceso institucional de consulta amplia y

permanente sobre todas las dimensiones de política exterior. Probablemente el espacio más importante de

accountability sea el que provee la relación permanente del Congreso Nacional con el gobierno (y en

particular del Ministerio de RREE). Finalmente, existe la Dirección de Regiones, que cumple, entre otras

tareas, la función de constituir un puente entre la sensibilidad regional sobre política exterior, aunque su

impacto ha sido reducido en el proceso de formación de política. 55

El Ministerio de Defensa desarrolló tres procesos de elaboración de libros de la defensa, los cuales

culminaron con los documentos publicados en 1997, 2003 y 2010. En cada oportunidad se realizó un ciclo de

talleres con participación de representantes de las instituciones estatales, parlamentarias, políticas académicas

y de la sociedad civil. 56

El sistema presidencial chileno, marcado por un desbalance a favor del Ejecutivo en desmedro del

Legislativo, confiere una autoridad especialmente gravitante al Jefe del Estado en la conducción de la política

exterior.

Working Paper ICSO UDP – 2011

45

3.3.4. La difícil posmodernidad en la agenda de política exterior chilena.

La combinación de una burocracia dotada de una cultura estratégica conservadora, un

proceso de toma de decisiones relativamente aislado que debilitan tanto el carácter estatal

como de política pública de la política exterior, en un cuadro de limitaciones más amplias

del representación del sistema político, ha tenido consecuencias importantes en la

definición de contenidos de la política exterior, introduciendo limitaciones de diverso tipo.

En términos generales, las deficiencias de participación que pueden ser ordenadas en torno

a la dicotomía modernidad - posmodernidad.

En esta dicotomía la institucionalidad chilena parece estar mejor concebida para abordar la

agenda moderna tradicional de política exterior, destacando en forma especial las

cuestiones territoriales y de poder, las económicas y las relacionadas con el derecho

internacional, así como la existencia de comunidades epistémicos estatales entrenadas en

las claves modernas.

Por el contrario, las debilidades institucionales de representación en la formulación de

política exterior parecen producir una creciente dificultad para incorporar la agenda política

posmoderna en la agenda de política exterior, puesto que generalmente se relaciona menos

con la territorialidad; es crecientemente global; y aborda contenidos que escapan a las áreas

habituales de interés desde la perspectiva de parte importante de las elites que dirigen el

estado moderno. Con la excepción de la política económica internacional, que recibe un

consenso nacional relativamente amplio y vincula al país con la economía posmoderna

global, existen entonces muchas dimensiones posmodernas de la política exterior puesta en

marcha a partir de 1990 que han sido procesadas con dificultad al interior de la

institucionalidad y de la burocracia chilena, y han sido objeto de una débil

institucionalización, por lo que pierden rápidamente la centralidad que han recibido si acaso

se modifica la conducción política, lo cual plantea interrogantes sobre el carácter estatal de

la política exterior en el Siglo que se inicia. Más aún, existen ámbitos centrales en la agenda

política global que o no han sido o han sido muy débilmente asumidos: la generación de

bienes públicos globales, con la consiguiente asignación efectiva de importancia a la

agenda multilateral; la agenda internacional de cambio climático y el calentamiento global;

la agenda de redistribución y de equidad internacional; la agenda de promoción de la

inclusión de género y de las minorías y de participación creciente de la sociedad civil; la

agenda de seguridad humana internacional, incluyendo la responsabilidad de proteger y el

desarrollo de modalidades posmodernas del uso de la fuerza como las operaciones de paz; o

el fenómeno migratorio, son algunos ejemplos de ámbitos de política exterior que se han

transformado en temas centrales de la política internacional, pero que han sido procesados e

incorporados con dificultad –o simplemente han sido negados- por la institucionalidad y

tienden a perder rápidamente relevancia en la agenda moderna, a pesar del impacto de cada

una de esa dimensiones en los intereses del país. Más aún, y como se verá en las secciones

posteriores, la política exterior chilena incluso encuentra dificultades para procesar a

tiempo transformaciones típicas de la lógica moderna, como la transformación de la

estructura del sistema internacional, debido a la tendencia a concentrar las miradas casi

exclusivamente en la agenda territorial y económica.

Working Paper ICSO UDP – 2011

46

4. La región y el mundo 20 años después. Cambios estructurales y nuevos desafíos de

la política exterior.

El balance preliminar propuesto en la primera parte de este trabajo intenta dar cuenta de

algunos rasgos fundamentales de la política exterior del periodo en estudio, situándolos

dentro del contexto global y, especialmente, regional en el cual se desenvolvieron, e

identificando si en el desarrollo de la dinámica política, especialmente regional, se

producen transformaciones de identidad de carácter sistémico. El balance de la primera

etapa (1990-2010) es entonces positivo.

Sin embargo, la política exterior chilena ha ingresado en un periodo diferente debido a un

proceso simultáneo de cambios en dos niveles: la transformación del sistema global desde

uno de primacía efectiva a otro de primacía cuestionada o debilitada y transición hacia una

estructura diferente; y la transformación del sistema regional y consecuente crisis de la

relativa convergencia y homogeneidad que caracterizó la primera etapa del proceso de

democratización.

Ambas dinámicas se producen asimismo en un contexto de dificultades institucionales de la

política exterior chilena para procesar los cambios, lo cual dificulta el debate público sobre

las adecuaciones necesarias ante el cambio de los supuestos que la enmarcaron a partir de

1990. Se trata de una etapa de demanda de redefiniciones y de incertidumbre sobre las

posibilidades de establecer una identidad común entre el proyecto nacional y los proyectos

regionales; con las tendencias dominantes de la política global; así como sobre la

posibilidad de avanzar hacia una nueva síntesis entre los elementos de continuidad y

cambio de la política exterior.

4.3. Cambios estructurales en el sistema internacional.

El primer dato importante de la política exterior que ha comenzado a verse modificado es el

de la efectividad de la primacía estadounidense en la política internacional. La política

exterior chilena iniciada en 1990 coincidió con un momento de transformación sistémica

desde el sistema bipolar al de primacía estadounidense, y existen numerosas señales en el

sentido de que el sistema internacional ha ingresado a una etapa de transición hacia una

estructura multipolar, aunque la mayoría de las opiniones coinciden en que la primacía

estadounidense será el rasgo estructural al menos durante una o dos décadas más. Las

razones de la declinación de la hegemonía estadounidense han originado muchos debates,

pero desde un punto de vista analítico se pueden distinguir dos etapas.

4.3.1. Globalización con primacía y sin normas: 1990-2008.

La primera etapa corresponde al prolongado periodo entre 1990 y el 2008, es decir, el fin de

la Guerra Fría y la crisis financiera. Se trata de un periodo durante el cual la hegemonía

estadounidense fue indiscutida y, en lo esencial, la gobernabilidad política global descansó

en el ejercicio unilateral del poder estadounidense, cuya máxima expresión fue la gestión de

la Presidencia de George W. Bush luego de los atentados del 200157

. Junto a lo anterior, no

57

La Administración Clinton desarrolló una gestión con una actividad multilateral mayor, pero no modificó

sustantivamente la irrelevancia en que devino el sistema multilateral internacional durante la primera etapa

triunfalista de la primacía. Sobre esta etapa existe una extensa literatura. Ver Huntington, 1993, Wohlforth

Working Paper ICSO UDP – 2011

47

se produjeron modificaciones de las instituciones de gobernabilidad política internacional.

El debate más importante, el de la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones

Unidas, permaneció estancado y se observó un debilitamiento generalizado de las

instituciones multilaterales.

Luego de 20 años de un proceso de globalización sin instituciones regulatorias

multilaterales y la utilización de mecanismos de mercado para la construcción de

soluciones, el resultado fue un incremento de las crisis sectoriales de gobernabilidad en casi

todos los ámbitos, y una percepción generalizada de crisis política global de liderazgo y

gobernabilidad. Se ha producido un deterioro de la seguridad global (han disminuido los

conflictos modernos interestatales, pero han surgido las amenazas asimétricas, se han

producido las intervenciones en Irak y Afganistán, y se ha generado una crisis de los

regímenes de desarme y no proliferación), el del medio ambiente (crisis de cambio

climático y calentamiento global), migratoria (crisis migratoria EEUU-México, Europa-

África), comercial (estancamiento de la Ronda de Doha), el social (profundización de la

desigualdad entre y al interior de los países) y, finalmente, la crisis económica y financiera

en una escala global, poniendo término al prolongado periodo de crecimiento global sin

instituciones regulatorias eficaces en lo económico y en lo financiero58

.

4.3.2. Primacía II: 1998-adelante. La difícil construcción de una globalización con

reglas.

Los efectos de la crisis iniciada el 2008 han sido sin embargo, más profundos, y de carácter

político. Evidenciaron la inviabilidad de un tipo de globalización sin una gobernabilidad no

sólo eficaz, sino que también legítima, y plantearon la necesidad de poner en marcha una

dinámica multilateral mínima como única estrategia para impedir una implosión y asegurar

una gobernabilidad mínima del proceso de globalización. Esta fue ejecutada a través de la

creación del G-20 el año 2009. No obstante, el inicio de esta nueva etapa está demostrando

ser un proceso difícil y complejo, debido a un conjunto de fenómenos que, para efectos

analíticos, pueden ser organizados de la siguiente manera:

4.3.2.1. Limitaciones al poder de EEUU, Europa y Japón. Crisis de eficacia de la

gobernabilidad hasta 2008.

La crisis de eficacia de la etapa abierta el 2008 se explica por dos razones. Por un lado, a

diferencia de 1990, Estados Unidos ya no dispone de los recursos de poder que tuvo en

1990 para dirigir ese proceso unilateralmente, ni mediante las alianzas construidas durante

la Guerra Fría, especialmente la transatlántica. En el primer caso, y utilizando el concepto

propuesto Keohane y Nye (1977), las limitaciones de poder de Estados Unidos no

solamente se relacionan con la dimensión suave, sino que han alcanzado las duras

(militares), y se han manifestado en la imposibilidad de ese país para sostener en el tiempo

dos conflictos asimétricos (Irak y Afganistán), lo que augura al menos una mayor

posibilidad de potenciales conflictos que bajo condiciones de hegemonía dura no serían

1999, y Ikenberry 2003. Para una mirada crítica y solitaria durante el periodo de triunfalismo estadounidense,

pero que hoy adquiere vigencia, ver Layne 1993. 58

Working Paper ICSO UDP – 2011

48

posibles. El caso de Corea del Norte ha sido citado como ejemplo59

. En el caso de Europa,

la disminución de la eficacia se origina en las dificultades que ha encontrado el proceso de

integración para articular una política exterior y de seguridad común (PESC) de alcance

global y no limitada sólo a la periferia europea, mientras que en el caso de Japón, el origen

de sus limitaciones radica en su prolongada crisis económica pero, por sobre todo, en la

ausencia de acuerdo interno acerca del rol del país en la política internacional.

La segunda fuente de la crisis de la eficacia se relaciona con la primera, y se relaciona con

el carácter global de la agenda política internacional, lo cual demanda por definición una

creciente capacidad de los regímenes multilaterales, sea éstos impuestos, concertados o

espontáneos. Sin embargo, el unilateralismo de la primera etapa debilitó seriamente la

eficacia de las instituciones multilaterales (Ikenberry 2003), e incluso el multilateralismo

posterior a la crisis del 2008 está demostrando ser también mucho más limitado,

privilegiando la gestión de la política internacional a través de la creación de regímenes

intermedios entre los globales, como el G-20, que al desarrollar un multilateralismo de

cartel, también han continuado debilitando al resto de los foros globales.

4.3.2.3. La emergencia del segundo mundo y las interrogantes sobre su posicionamiento

global.

La crisis de eficacia y legitimidad también se relaciona con la emergencia del segundo

mundo (Khanna 2008, Commission on Growth and Development 2008, Navarrete 2008),

que desde una perspectiva realista constituye una clara redistribución del poder económico

y una transición hacia un sistema multipolar al menos en esa dimensión de los factores de

poder60

, aunque la estructura definitiva es aún materia de debate (Haas 2008). La

manifestación más visible de la emergencia del segundo mundo, aunque no la única, ha sido

el surgimiento de potencias medianas, inicialmente agrupadas en el G-5 (Brasil, China,

India, Rusia y Sudáfrica). Su articulación política es aún inicial y cambiante, pero cuyo

número e importancia con toda probabilidad continuará aumentando a medida que continúe

incrementándose el número de miembros en el futuro. De esta forma, la eficacia de la

gobernabilidad futura descansará crecientemente en la capacidad del sistema internacional

para construir acuerdos que cuenten con una masa crítica que asegure dicha gobernabilidad,

la que podrá ir variando, pero deberá tomar en consideración en forma creciente al segundo

mundo.

Sin embargo, a semejanza del primer mundo, que tiene una historia al menos conocida de

gestión política global, las potencias emergentes parecen tener una agenda básica común

con la cual intentan mejorar sus posiciones nacionales en las negociaciones internacionales

(Navarrete 2008), pero sus acuerdos aún parecen ser pocos y es posible observar no sólo

regímenes políticos, intereses y políticas exteriores muy diversos e incluso contradictorios,

sino que también grados muy desiguales de estructuración de las agendas de política

exterior y de articulación política global61

.

59

Para un análisis crítico ver Korb, Juul, Conley, Caggins y Duggan 2008. 60

Fogel sostiene que el año 2040 China representará el 40 por ciento y Estados Unidos el 14 por ciento del

PIB mundial (2007: 4). Goldman Sachs proyecta que el 2050 el PIB de China será de 70 trillones. Mientras

que el de Estados Unidos e India de 40 trillones (2007: 9). 61

El tema ha sido subrayado por un número crecientes de autores, siendo el episodio más reciente la

abstención del BRIC en la votación del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Libia, en marzo de 2011. ver

Working Paper ICSO UDP – 2011

49

Junto a lo anterior, existe un relativo consenso en que la configuración misma de los actores

del segundo mundo se encuentra en pleno desarrollo, lo cual genera una incertidumbre

adicional sobre la dinámica política del Siglo 21. Si proceso es asumido en una perspectiva

de largo plazo, al mirar hacia atrás es posible señalar que las primeras señales se pueden

trazar a la aparición de los NIC´s62

, que la configuración actual se concentra en el G-5, el

BRICS63

o el IBSA, pero que en el futuro es posible esperar un papel aún mayor de otras

potencias medianas que podrían asumir roles globales en forma gradual64

, y que la

emergencia de China como competidor global de los Estados Unidos será seguida por la de

India, que alcanzará una estatura similar u superior a fines del Siglo 21 (Tammen et al

2000, Heine 2009, Dadusch y Stancil 2010).

El contenido político que tendrá la emergencia del segundo mundo se encuentra entonces es

incierto, a pesar de que podría ser vista inicialmente como una contribución importante a

una mayor gobernabilidad debido a un mayor grado de democratización en la toma de

decisiones internacionales65

.

4.3.2.4. Crisis de los paradigmas políticos y de desarrollo.

El agotamiento del paradigma de globalización desregulada que hizo crisis el año 2008 se

ha visto acompañada de una crisis de los supuestos ideológicos y normativos que

acompañaron esa etapa.

El más afectado ha sido el pensamiento neoliberal y la idea de la primacía del mercado

sobre la política (Oppenheimer 2008). Durante la primera etapa que se inició con la crisis

del 2008 y siguió con la elección del Presidente Barack Obama en Estados Unidos, y luego

de la respuesta neo o post keynesiana –o socialdemócrata- gestada desde el G-20 para

impedir una depresión y poner en marcha una respuesta económica y social contracíclica

que reactivara la economía internacional y minimizara su efecto social regresivo, la mirada

del capitalismo regulado pareció instalarse como una alternativa al pensamiento neoliberal

(Saxer 2009), lo cual se vio reafirmado por la aceptación internacional del cambio climático

Cecire 2011. Ex el Canciller mexicano Jorte Castañeda ha resumido la situación señalando que "given this,

granting emerging economic powers g greater role on the world stage would probably weaken the trend

toward a stronger multilateral system and an international legal regime that upholds democracy, human rights,

nuclear nonproliferation and environmental protection" (Castañeda 2010). 62

Acrónimo utilizado para referirse a los Newly Industrialized Countries del sudeste asiático. 63

El BRIC (Brasil, Rusia, India, China) aceptó el ingreso de Sudáfrica durante la reunión cumbre del 14 de

abril del 2011 en Hainan, China. Ver Andrew Cooper, “The Diplomatic Logic of South Africa's Entry Into

BRICS”. World Politics Review, disponible en http://www.worldpoliticsreview.com/articles/print/8505 64

Luego de proponer el concepto de BRICS el el 2001, Goldman Sachs divulgó el 2007 una nueva

taxonomía, “The Next 11”, incluyendo a Bangladesh, Egipto, Indonesia, Irán, Corea del Sur, México, Nigeria,

Pakistán, Filipinas, Turquía y Vietnam, y afirmando que su PGB alcanzará el del G-7 alrededor del año

2050.(Goldman Sachs Global Economics Group 2001, 2007). Luego de la crisis, las proyecciones sobre

overtaking (o sobrepasamiento) del mundo emergente se estaban acelerando. “It is now possible that China

will become as big as the US by 2027, and the BRICs as big as the G7 by 2032” (2009: 1). 65

India se ha encargado de subrayar la importancia del IBSA (India, Brasil, Sudáfrica) frente al carácter no

democrático de varios miembros del BRIC (Brasil, India, China Rusia). Ver The Times of India, “PM against

merger of IBSA, BRIC blocs”, April 17, 2010. Disponible en

http://articles.timesofindia.indiatimes.com/2010-04-17/india/28133294_1_bric-countries-ibsa-populations-

and-diverse-societies

Working Paper ICSO UDP – 2011

50

como una realidad, previamente negado por miradas conservadoras como la del ex

Presidente George W. Bush. Sin embargo, después de ese periodo inicial, la hegemonía de

la respuesta socialdemócrata comenzó a ser cuestionada desde Europa, cuyos gobiernos –

creciente y mayoritariamente de derecha- apoyaron la estrategia reactivadora global inicial,

pero finalmente se desacoplaron y priorizaron una respuesta neoliberal de ajuste estructural

a la crisis europea, diferencias que quedaron en evidencia el año 2010 con el estallido de la

crisis Griega y, con mayor claridad, a partir del 201166

.

Junto con la coexistencia neoliberal y socialdemócrata, y hasta antes del estallido del

proceso de democratización en el Medio Oriente, otros autores habían incorporado en el

análisis la crisis o el término de la Tercera Ola de democratización (Diamond 2008),

advirtiendo tanto una disminución en la progresión democrática, y la persistencia de

regímenes no democráticos (y un incremento del capitalismo de Estado) en algunos de los

estados más importantes del mundo no desarrollado, además del surgimiento de nuevas

ideologías no democráticas (Gat 2007). De esta forma, si bien la democracia y los derechos

humanos permanecen como paradigmas normativos indisputados a nivel global, son

cuestionados desde diversos ángulos y de manera creciente.

Por ello, y a diferencia de la hegemonía alcanzada por los paradigmas prevalecientes en

1990, la nueva etapa de la política mundial iniciada tras la crisis del 2008 se caracteriza por

el agotamiento de los paradigmas normativos dominantes, y por la inexistencia de un

paradigma dominante en torno al cual se organicen los proyectos políticos a nivel global67

.

4.3.2.5. Estancamiento de la construcción de bienes públicos globales en una etapa de

incremento de la demanda de bienes públicos globales.

Toda la información disponible indica que, a pesar de los efectos de la crisis iniciada el

2008, la economía mundial se encuentra en una etapa prolongada de crecimiento. Parte de

dicho crecimiento se originará en las economías actualmente desarrolladas, pero otra gran

parte provendrá de la demanda generada por el aumento del número de países de renta

media, cuyas consecuencias políticas, sociales y ambientales están recién comenzando a ser

advertidas68

. Desde una perspectiva económica, el crecimiento adquirirá dimensiones no

conocidas anteriormente en la historia. Aunque existen visiones diferentes según los

supuestos utilizados, las proyecciones de crecimiento del PIB mundial indican que éste se

multiplicará, aumentando desde los casi US$ 50 trillones del año 2000, a niveles que según

algunos autores podrían superar los US$ 300 trillones el año 2040 (Fogel 2007, 2010).

Desde una perspectiva demográfica las proyecciones reúnen más consenso, pero indican

tendencias similares de aumento sustantivo, esperándose que el año 2050 la población

mundial haya disminuido su velocidad de crecimiento, pero haya superado al mismo

tiempo los 9 mil millones de personas el año 2050 (FNUAP 2001). Y desde una perspectiva

ambiental, las proyecciones son aún más complejas, existiendo un consenso relativamente

66

Para un análisis de la división latinoamericana en el debate global ver Rosenthal 2010. 67

La crisis de las narrativas modernas es un tema largamente estudiado por la teoría crítica y el post

estructuralismo. Sin embargo en este trabajo el esfuerzo está centrado en la manifestación histórica y

coyuntural de dicho debate. Ver también Heine (2009: 13). 68

Este antecedentes es el tema central del informe de la Comisión Spence (Commission on Growth and

Development 2008). Ver también Dadusch and Stancil 2010.

Working Paper ICSO UDP – 2011

51

establecido en torno a la existencia de un proceso de calentamiento global (Stern 2006,

PICC 2007).

Sin embargo, el aumento de la demanda de bienes públicos globales (Kaul, Grunberg y

Stern 1999) no se ha visto acompañada por un incremento similar de la gobernabilidad

global.

Como han advertido otros autores (Bremmer and Roubini 2011), luego de su creación, y

tras concordar un plan para impedir una depresión y reactivar la economía, el G-20 no ha

sido capaz de avanzar de manera sustantiva ni alcanzar acuerdos en ningún área de trabajo.

Del mismo modo, y a pesar de algunos esfuerzos exitosos, como el acuerdo entre Estados

Unidos y Rusia sobre desarme, el resto de la agenda global permanece sin acuerdo.

Luego del deterioro de las instituciones multilaterales hasta el 2008, un breve repunte tras

la creación del G-20 (que permitió abrigar expectativas acerca de un renacimiento

multilateral), y un casi inmediato estancamiento luego de que el momento más grave de la

crisis fuera superado, la combinación de la declinación relativa de Estados Unidos y

Europa, la emergencia de un segundo mundo políticamente heterogéneo, y la crisis de los

paradigmas que emergieron en la etapa de primacía, han conducido a una compleja etapa

política internacional caracterizada por una renovada dificultad para construir bienes

públicos globales. En esta etapa, todo indica que si bien es posible que se logre construir

algunos acuerdos en distintos momentos, los rasgos estructurales que producen el déficit de

gobernabilidad permanecerán por largo tiempo, tornando el futuro previsible del Siglo21 en

una etapa de gran incertidumbre69

.

4.4. Cambios en el sistema regional. De la convergencia relativa a la inserción

segmentada.

4.4.1. Crisis de la consolidación democrática, de los modelos de desarrollo, de la

integración y deterioro estratégico.

Junto con la crisis política global, el contexto internacional de la política exterior chileno se

vio modificado asimismo por la transformación de la región desde fines de los años 90. La

situación puede ser descrita como una fragmentación entre las dinámicas subregionales.

Mientras América Central y el Caribe han profundizado cada una su integración, y junto a

México se han integrado a la zona NAFTA, en América del Sur el origen de la crisis

regional puede situarse en las dificultades de los procesos de consolidación democrática.

Luego del periodo de convergencia relativa desde fines de los 80 hasta mediados de los 90,

69

La tendencia a la estructura multipolar del sistema internacional ha replanteado el antiguo debate acerca de

la estabilidad asociada a los distintos tipos de estructuras. Mientras autores como Wohlforth (1999) defienden

la estabilidad de la primacía, y Deutsch y Singer (1964) afirman que los sistemas multipolares son más

estables, Waltz (1964, 1979) sostiene que la multipolaridad es el más inestable de todos, idea que ha sido

respaldada por algunos realistas tradicionales como Layne (1993, 2006). Otros autores más recientes ha

vinculado el nivel de estabilidad o inestabilidad (y la posibilidad de guerra) de la política internacional en la

satisfacción o insatisfacción del poder emergente cuando se produce el sobrepasamiento (Tammen et al

2000), idea que se ha visto reafirmada por otros estudios que identifican la satisfacción como una variable

explicativa en los casos de desarme voluntario de estados nucleares del Tercer Mundo (Paul 2000).

Working Paper ICSO UDP – 2011

52

las dificultades que experimentaron los modelos de desarrollo organizados en torno al

Consenso de Washington, generaron la emergencia de proyectos políticos alternativos y

críticos al proyecto capitalista regional, incluyendo los procesos de integración70

. Las crisis

democráticas y la división de la región entre un bloque de izquierda tradicional y populista,

otro de modelos socialdemócratas; y países con gobiernos de centro derecha e incluso

conservadores, explican así una parte de la crisis regional, como las divergencias que han

producido la división de la Comunidad Andina; la crisis definitiva del ALCA y el

prolongado letargo del proceso de Cumbres de las Américas; el distanciamiento del bloque

del ALBA de la OEA; o la imposibilidad de construir una institucionalidad suprapartidaria

en UNASUR dada la ausencia de acuerdo sustantivo para la delegación de poder, y su

limitación a regimen de gobernabilidad71

. A pesar de lo establecido en su estatuto,

UNASUR no constituye un regimen de integración, sino un regimen intergubernamental

dotado de una agenda minimalista y orientado a generar los niveles mínimos de

gobernabilidad necesarios para la América del Sur de esta etapa, tarea en la cual goza de

mayor legitimidad que los regímenes continentales como la OEA, de mayor eficacia que el

Grupo de Río, y alcance que MERCOSUR.

Con todo, la división política e ideológica de la región no explican toda la crisis. Otra parte

del fin de la segunda ola de integración concebida en los 80 y 90 se tiene más relación con

la incapacidad institucional de los países para cumplir los acuerdos asumidos, como en el

caso del MERCOSUR (Foxley 2010), y que a su vez se explica también por la persistencia

de modelos de apertura muy limitada, como en Brasil; o los intentos de reindustrialización,

como en la Argentina post 2000, lo cual da cuenta de una nueva etapa de revisión y

segmentación de las estrategias de desarrollo y de inserción en la economía internacional,

fenómeno que, en este caso, no es sólo sudamericano (Foxley y Cardoso 2009: 21, Motta

Veiga y Ríos 2009).

La crisis política, de paradigmas, de modelo de desarrollo y de integración, significó

asimismo una rápida regresión en la calidad de la gobernabilidad sobre seguridad regional

que se había construido en los 90, generándose en algunos casos una reaparición de los

problemas tradicionales (inter estatales) de seguridad que la región creía haber superado

casi definitivamente (Fuentes 2008b, Sotomayor 2008) y, en otros, un deterioro en los

avances alcanzados.

Ambos tipos de consecuencias estratégicas afectaron a Chile. Por un lado, se desarrolló la

situación ya resumida respecto a la relación con Bolivia y Perú. Y el año 2004 marcó el

inicio de un proceso de enfriamiento de la relación con Argentina72

. El cambio de la postura

70

La literatura sobre este proceso es abundante. Uno de los primeros trabajos comparados sobre el deterioro

democrático incluyendo a la región fue el de Zakaria (1997). Ver también Álvarez y Marsteintredet (2009).

Para una evaluación global reciente ver PNUD, OEA (2010). 71

Sobre esta dimensión ver Pérez Llana (2008). Nuestro argumento es que a pesar de lo establecido en su

estatuto, UNASUR no constituye un regimen de integración, sino que un regimen intergubernamental

orientado a generar gobernabilidad en América del Sur, tarea en la cual goza de mayor legitimidad que los

regímenes continentales como la OEA, de mayor eficacia que el Grupo de Río, y alcance que MERCOSUR. 72

Ese año el Gobierno del Presidente Néstor Kirchner comenzó a reducir al mínimo las exportaciones de gas

natural que estaban en marcha desde fines de los 90 hacia Chile, argumentando una disminución de las

reservas. La racionalidad de las autoridades argentinas, fue que Chile se debía convertirse en la “variable de

Working Paper ICSO UDP – 2011

53

argentina no modificó de manera importante la percepción estratégica, pero el

relacionamiento que sólo sería retomado al finalizar el último gobierno de la Concertación,

entre las Presidentas Cristina Fernández y Michelle Bachelet. Sin embargo, desde la

perspectiva de la creación de identidad común, la transformación es más profunda en cada

una de las dimensiones propuestas inicialmente. La adhesión democrática se mantiene, pero

los conceptos de democracia no parecen ser los mismos. Los modelos de desarrollo se han

distanciado, y las inversiones chilenas en Argentina se han visto cuestionadas y en algún

grado afectadas, aunque el intercambio comercial mantiene su vigor. En el ámbito

estratégico la cooperación se ha mantenido estable, y en el complejo tema de la

demarcación de Campo de Hielos Sur las partes no han innovado sus acuerdos; e incluso se

han dado pasos como la creación de la Brigada Cruz del Sur. Sin embargo, la calidad de la

cooperación permanece detenida en el mismo nivel del 2004. Por último, en la inserción

internacional se ha producido una diferenciación creciente.

4.4.2. Inserción segmentada, consecuencias políticas y alternativas eventuales.

El análisis de la evolución esperable de la inserción internacional de la región plantea,

además, que el escenario más probable, si no se produce un cambio en las tendencias

descritas, sea el de la profundización de la integración segmentada al sistema –y no sólo a

la economía- internacional, abriéndose así una etapa muy diferente a lo que ha sido la

historia de la relación de la región con el mundo desde el siglo 19, caracterizada por

relaciones de subdesarrollo, y marginalidad y fragmentación política, económica y

estratégica. La evolución de la crisis regional descrita anteriormente permite identificar al

menos tres tipos de inserción internacional.

Por un lado, la inserción crítica del centro político global y organizada en torno a modelos

de desarrollo de capitalismo de estado, en general de bajos niveles de innovación e

incremento de la productividad, y con regímenes democráticos que oscilan entre niveles

medios y bajos o negativos de calidad.

En segundo lugar, regímenes democráticos con niveles diversos de calidad institucional,

pero dotados de estrategias de inserción crecientemente activas aunque diferenciadas de

inserción económica (México y Centroamérica, Colombia, Perú y Chile), y políticamente

convergentes en el debate neoliberal-socialdemócrata global.

En tercer lugar, es posible diferenciar la inserción internacional de Brasil y México, cuyo

peso global irá incrementándose sostenidamente. En el caso de Brasil, según estimaciones

del año 2007 (Goldman Sachs (2007: 9) y que la crisis confirmó y adelantó en sus plazos, el

año 2050 Brasil será la cuarta economía mundial (con un PIB de US$ 11 trillones), después

ajuste” y que ante la escasez del gas natural, el gobierno argentino debía priorizar las necesidades del pueblo

argentino, un argumento políticamente comprensible, pero lejano a la lógica de la integración, en la cual todas

las ciudadanías son ecualizadas y se integran en una identidad común. La nueva política argentina dio cuenta

de un replanteamiento de los términos de la asociación con Chile, aunque en el marco de un ajuste tanto del

modelo de desarrollo, como del posicionamiento internacional de la Argentina. La nueva administración

formularía una dura crítica a la gestión del Presidente Carlos Menem y apostaría por un proceso de

reindustrialización. En materia de política exterior se distanciaría de Estados Unidos y mantendría la alianza

estratégica con Brasil (y con el MERCOSUR), pero cambiaría la alianza con Chile por otra con Venezuela

Working Paper ICSO UDP – 2011

54

de China (70 trillones), Estados Unidos (40) e India (40). Otras estimaciones más recientes

(Goldman Sachs 2009: 23), indican que el PIB de Brasil sobrepasará el de Italia, Francia,

Alemania y Gran Bretaña el año 2025, 2031 y 2036, respectivamente. México, en tanto,

será la quinta economía, con un PIB cercano a los 9 trillones. Entre las 22 mayores

economías del 2050, las proyecciones actuales sólo incluyen a estos dos países, y excluyen

a el tercer actor actualmente miembro del G-20, Argentina.

De esta forma, las tendencias actuales indican que, salvo que se modifiquen algunas

condiciones, América Latina profundizará su proceso de fragmentación, ideológica y

política, de estrategias de desarrollo, e incremento de la asimetría entre Brasil y México y el

resto de la región, a niveles anteriormente desconocidos, consolidando así una inserción

internacional fragmentada y no como bloque. La dinámica descrita está en marcha, y una de

sus expresiones más importantes ha sido el que, a pesar de la existencia de instituciones

regionales de concertación como la OEA, el Grupo de Río, la recientemente creada Cumbre

de América Latina y el Caribe, o la ampliación del MERCOSUR, México, Brasil y

Argentina no han llevado adelante esfuerzos de coordinación ante el G-20, ni entre ellos, ni

con el resto de la región.

Lo anterior no supone, desde luego, que las tendencias no puedan ser modificadas, puesto

que coexistirán con otros incentivos para el desarrollo de la cooperación. Algunos de esos

incentivos se relacionan con la necesidad de asegurar algunos niveles de gobernabilidad sea

tanto en la agenda global de negociaciones, como en la regional, aunque lo nuevo, respecto

a otros esfuerzos previos de cooperación regional, será el aumento permanente de la

asimetría entre Brasil y México73

por un lado, y el resto de la región, por el otro. La postura

negociadora de ambos países será crecientemente compleja y autónoma, y su

posicionamiento se trasladará desde un eje identitario regional, hacia otro global, en el cual

la negociación no sólo es norte sur, sino con un número creciente de polos. En este

contexto, el carácter de los regímenes intrarregionales -hegemónicos, cooperativo o

espontáneos-, y el tipo de articulación del resto de la región con el sistema internacional,

están aún por verse, porque dependerán tanto de las políticas de Brasil y México, pero

también del posicionamiento que elija el resto de los países.

5. Conclusiones. Crisis de la identidad regional y política exterior de Chile.

Como es posible observar, los elementos identitarios de los actores regionales sobre los

cuales descansó la construcción de la gobernabilidad regional de los 90 y la política exterior

de Chile hacia la región a partir de 1990 es sustantiva. Se han debilitado las identidades

comunes, y con ello, la gobernabilidad de la región, ingresando en una etapa más parecida a

la que precedió al surgimiento de los regímenes autoritarios (de mayor diferenciación), que

a la que los sucedió (de mayor convergencia), confirmando el carácter contingente y social

73

El conflicto entre el estado mexicano y el narcotráfico ha conducido a una crisis cuyas consecuencias son

difíciles de calcular en el largo plazo. Sin embargo, los antecedentes disponibles hasta ahora no permiten

afirmar que con ello se comprometan las tendencias de largo plazo del estado mexicano. La comparación con

Colombia es, en este sentido, interesante. Todo indica que luego de su periodo de enfrentamiento con el

narcotráfico en los años 80 y 90, el Estado colombiano se ha visto fortalecido. Para una discusión de mediano

plazo sobre la política exterior de México ver Castañeda 2007.

Working Paper ICSO UDP – 2011

55

de la política internacional. Un proceso similar ha ocurrido a nivel internacional.

Democracia, desarrollo, seguridad e inserción internacional son entendidas hoy de una

forma muy diferente en el mundo, en la región, y entre los países vecinos de Chile, siendo

necesario, por lo tanto, un esfuerzo de renovación de la política exterior para responder a

los desafíos del nuevo escenario, identificando –una vez más- los elementos de continuidad

y los de cambio, como parte de un proceso contínuo de identificación de estrategias de

recreación de la gobernabilidad regional y global.

El desarrollo de las propuestas desagregadas de política exterior escapa, sin embargo, a los

propósitos de este trabajo, y constituye más bien parte de la agenda de investigación que se

espera desarrollar a lo largo de los talleres considerados en este proyecto. Sin embargo, de

manera preliminar, se problematizan algunas dimensiones relevantes para un proceso de ese

tipo.

5.1. Continuidad y cambio de los objetivos de política exterior, recreación de

consensos y la política exterior como política pública en forma.

El punto de referencia permanente para el debate sobre la política exterior chilena es la

evolución de la democracia chilena y de su capacidad o incapacidad para renovar los

acuerdos. Es la evolución de la redefinición de esos acuerdos nacionales (o su carencia) lo

que definirá si los intereses y los objetivos de la política exterior chilena son más o menos

representativos, por lo que en último término la calidad de la política exterior (más allá de

los intereses más esenciales y de la evolución de sus principios) termina siendo una variable

dependiente, sino esencialmente en la calidad de la democracia chilena.

Y en este ámbito, las evaluaciones suelen ser diversas. Por un lado, la comparación regional

señala un vaso medio lleno, aunque una aproximación más cuidadosa revela que existen

numerosas señales sobre un prolongado e inicialmente imperceptible proceso de deterioro

de la calidad del sistema político chileno, incluyendo la calidad de su representación, y,

muy especialmente, de la ciudadanía política, fortaleciendo institucionalmente la

participación en los procesos de formulación, ejecución y evaluación de la política exterior.

Lo anterior supone una modernización burocrático-institucional (y en particular, aunque no

exclusivamente del Ministerio de Relaciones Exteriores), pero excede esa dimensión, y se

extiende a la modernización del Estado y su centro de gobierno (Aninat y Rivera 2009), así

como a la creación de procesos de participación institucionalizados que incluyan a la

sociedad civil ex ante y ex post y que permitan que la política exterior sea motivo de un

debate público e informado, sin que por ello se vean disminuidas las prerrogativas que el

sistema democrático provee al Poder Ejecutivo. Lo anterior significa que, por ejemplo,

además de tener un Libro de la Defensa, Chile debería elaborar periódicamente un Libro

Blanco de Política Exterior que no solamente explicite las políticas públicas74

, sino que

74

El Ministerio de Relaciones Exteriores ha realizado algunos esfuerzos en esa dirección, como los textos

publicados al final de la administración de la Presidenta Michelle Bachelet (Ministerio de Relaciones

Exteriores de Chile 2010ª, 2010 b). Sin embargo, se trata de textos elaborados exclusivamente por el

Ministerio y su carácter es fundamentalmente ex post.

Working Paper ICSO UDP – 2011

56

además considere un proceso amplio de consulta, participación y representación estatal y

no estatal, pero también exige que –consecuentemente- la planificación estratégica del país,

que traduce en orientaciones específicas las políticas generales, sea discutida ex ante por el

conjunto de las instituciones estatales relacionadas.

La evolución de la calidad de la democracia chilena no será, sin embargo, un asunto

puramente interno, sino que constituirá además una dimensión importante, tal como lo fue

el año 90, en la percepción internacional que se desarrolle sobre Chile en los próximos años

y continuará constituyendo una variable fundamental en la evolución de la identidad

integrada o fragmentada, regional y global, especialmente en una etapa de crisis, pero

también de enfrentamiento de paradigmas ideológicos y políticos75

.

5.2. Modelo de desarrollo en una economía global en proceso de reordenamiento.

La evolución del modelo de desarrollo chileno continuará siendo otra dimensión decisiva

para la dialéctica del posicionamiento internacional del país, destacando como relevantes al

menos las siguientes dimensiones:

-La etapa exportadora está finalizando un ciclo y es necesario avanzar hacia otro cuyo eje

es la innovación. Sin embargo la primera etapa aún presenta aspectos no bien resueltos que

es necesario mejorar. Entre otras dimensiones, destaca la necesidad de diversificar la

canasta de las principales exportaciones, actualmente la segunda de mayor concentración en

un grupo reducido de materias primas en la región (Foxley 2009b: 263).

-La transición de una economía exportadora concentrada en pocos productos de bajo valor

agregado hacia otra de mayor productividad demanda una mayor coordinación entre los

debates y los procesos de toma de decisiones en este ámbito, y los de la política exterior.

Los esfuerzos desplegados hasta ahora no han sido coordinados, y no existe un dialogo

institucionalizado al respecto.

-La nueva etapa de la inserción internacional económica del país supone también un mayor

protagonismo del sector privado, dado el creciente nivel de internacionalización

(especialmente regional, pero también global) del sector privado chileno.

-El nuevo contexto internacional (estancamiento de los acuerdos globales y crisis del

regionalismo latinoamericano) replantea, pero no cierra las estrategias de apertura de

mercados hacia América Latina. Este nuevo escenario, no presupone, sin embargo, que

hayan desaparecido las condiciones que favorecen el incremento de la interdependencia

económica (de hecho es probable que el crecimiento de Brasil impacte de manera

importante a la región), sino que probablemente éste será menos homogéneo y más

selectivo. Por eso, algunos autores han propuesto el diseño de nuevas estrategias de

integración regional (Rosales 2010, Foxley 2010a), así como la necesidad de explorar

acuerdos entre grupos de países afines para construir nuevos acuerdos regionales de libre

comercio en la región latinoamericana (incluyendo el desarrollo de la conectividad), y el

75

En este sentido, la incorporación de los principios de política exterior propuestos por Walker (2006)

adquiere importancia y ameritan una discusión sustantiva.

Working Paper ICSO UDP – 2011

57

Asia Pacífico, marcando una diferencia importante respecto de la estrategia de los 90, cuyo

foco estaba en la apertura de mercados en los países desarrollados (Foxley 2010a).

5.3. Inserción regional segmentada y estrategias de recreación de la identidad y de la

gobernabilidad comunitaria.

En el plano de la política exterior hacia la región, el desdibujamiento de los elementos de la

identidad (y gobernabilidad) regional plantea la necesidad de identificar las condiciones

bajo las cuales es posible –como mínimo- mantener esa gobernabilidad y –como máximo

deseable- reconstruirla. Dos cuestiones aparecen como especialmente relevantes:

-Relaciones vecinales, superación de dilemas de seguridad y posicionamiento regional. La

primera cuestión se relaciona con la capacidad de generar acuerdos nacionales en torno a

las políticas vecinales. Si bien es posible identificar una cierta política desde los gobiernos

de la Concertación entre 1990 y 2010 en este ámbito, los actores chilenos no parecen tener

un acuerdo sustantivo en aspectos tan decisivos como la relación con Argentina, Bolivia,

Perú, o Brasil y UNASUR y, por el contrario, parecen existir desacuerdos permanentes,

aunque de diversa profundidad, destacando, en forma especial, la polarización relativa que

se observa ante el tema del acceso soberano o no soberano de Bolivia al Océano Pacífico.

Este desacuerdo ha persistido con posterioridad, ha debilitado las relaciones con Argentina,

y ha hecho más difícil la formulación de una política exterior sustentable en el tiempo

frente a Perú y Bolivia.

-La política continental y el posicionamiento relativo ante la transformación de Brasil,

México (y Argentina).

Junto a lo vecinal, y más allá de las cuestiones económicas y comerciales, la política

exterior chilena tampoco ha generado consenso en torno a su gran estrategia regional.

Chile comunicó el apoyo al ingreso de Brasil al Consejo de Seguridad de la ONU en 1999,

dos años después del anuncio del ingreso de Argentina como Aliado Mayor Extra OTAN

(revertido de hecho pocos años más tarde (y aún permanece legalmente vigente). Junto a las

indefiniciones mexicanas y argentinas de entonces, las decisiones chilenas cerraron así la

posibilidad de una coordinación argentino-chilena-mexicana para balancear la hegemonía

de Brasil.

Ante al nuevo escenario de la transformación de Brasil en la cuarta economía mundial el

2050, los países de la región, y especialmente los sudamericanos, probablemente deberán

reevaluar sus estrategias de relacionamiento, y acentuar políticas de acercamiento (Chile y

Argentina han proclamado una asociación y una alianza estratégica con Brasil,

respectivamente), y combinarlas en un equilibrio difícil con otras de balanceo, como

estrategias para cautelar una mínimo de autonomía. Lo primero, el acercamiento a Brasil,

se basa en la existencia de un liderazgo sudamericano indiscutido76

que impone la

obligación de (junto a una competencia por) un entendimiento e idealmente, de un proyecto

común. Lo segundo –la mantención de espacios de autonomía al interior de América del

Sur- obligará a considerar tanto a México (especialmente a medida que consolide su

esperable proyección global como quinta posible economía al 2050) y a la Argentina

76

Ver en este sentido Flisfisch 2011.

Working Paper ICSO UDP – 2011

58

(ambos partidarios de una representación regional rotatoria en el Consejo de Seguridad), así

como a Estados Unidos y otros actores regionales medianos. Desde algunas perspectivas

argentinas, el traslado del eje desde Chile a Venezuela no ha modificado la esencia del

cálculo de un necesario equilibrio ante Brasil que evite tanto los riegos de un exceso de

cercanía (con riesgos de reducción del margen de maniobra, como en 1999), como la

pérdida de las oportunidades que conlleva la distancia excesiva. De una u otra forma, el

dilema será enfrentado por todos los países de la región, lo que hace presumir una etapa

más dinámica de un antiguo tema latinoamericano.

-Con todo, el desafío más importante de la política exterior chilena, si acaso el objetivo es ir

más allá de una exclusiva política de poder, será el desarrollo de una política regional

comprehensiva (con dimensiones globales, inter-regionales, políticas, estratégicas y

comerciales), que aspire a reconstruir una identidad y, con ello, la gobernabilidad y el

sentido de comunidad regional.

5.4. Gobernabilidad global. Efectividad y legitimidad. Multilateralismo global o

cartelización.

El nuevo escenario de mayor protagonismo de las economías emergentes ha planteado

nuevos tipos de dilemas políticos globales.

Ha emergido una nueva tensión entre eficacia y legitimidad del sistema internacional,

debido a la tendencia que se ha generado, a partir de la creación del G-20, hacia la creación

de instituciones ad hoc, con una clara preferencia por la cartelización de la política

internacional. Es efectivo que parte de esa nueva preferencia por el “minilateralismo”

(Naím 2009) se fundamenta en la dificultad adicional que presenta la construcción de

acuerdos en una etapa de polarización global. El resultado real es, sin embargo, doblemente

negativo para los actores excluidos del cartel.

Por un lado, son marginalizados del nuevo sistema de toma de decisiones, generando

efectos internos y regionales poco analizados hasta ahora. Por el otro, la cartelización ha

terminado por debilitar aún más a las instituciones multilaterales globales preexistentes,

especialmente al sistema de Naciones Unidas, precisamente en una coyuntura global en que

éstas son más necesarias que nunca debido al incremento de la demanda de regímenes

internacionales, pero también para los países rule takers, para los cuales las instituciones

internacionales tiene un valor como variables intervinientes o incluso a veces

independientes, considerablemente mayor que para las potencias, antiguas y nuevas. Al

reproducirse la crisis multilateral, los rule takers quedan marginalizados de todos los

espacios de toma de decisiones, y expuestos al doble efecto de la hegemonía de las

potencias tradicionales y de las emergentes, con muchas de las cuales existen además

diferencias importantes de intereses y de política exterior.

Las relaciones sur-sur adquirirán de esta forma, una nueva dinámica. Las potencias

emergentes se han convertido en actores globales, sin tener políticas públicas globales,

siendo esperable por lo tanto el surgimiento de un diálogo sur-sur más político, más

Working Paper ICSO UDP – 2011

59

complejo y más contradictorio77

, en torno a todo el espectro de temas globales78

. Esto

demandará una revisión detallada de la evolución del posicionamiento de los emergentes en

todo el espectro de la agenda global, así como de las relaciones entre emergentes, entre

regiones y entre emergentes y el aún enorme segmento de países que no ha alcanzado un

nivel de desarrollo intermedio.

5.5. ¿Tiene Chile consensos sustentables en el ámbito de la política global?

Como es posible intuir, es difícil sostener que la política exterior chilena tenga definiciones

claras sobre el conjunto de la agenda global aludida anteriormente. En parte, porque varios

temas son recientes, pero fundamentalmente por las debilidades institucionales del proceso

de formulación de política, que dificulta el debate público torna difícil la construcción de

acuerdos. Por eso, hay un déficit de representación en el proceso público, pero al mismo

tiempo hay un déficit en el ritmo del debate y las redefiniciones, lo cual debilita el

posicionamiento global del país.

País global o regional. Así, no es claro que exista consenso acerca de cuán global y cuán

regional deba ser la política exterior, lo que se relaciona con la intensidad y calidad del

perfil político del país en los foros globales. No cabe duda que la perspectiva económica del

modelo de desarrollo ha sido global desde 1990. Sin embargo, el despliegue de las políticas

en este ámbito ha sido muy desigual. Como se señaló anteriormente, el país procesó mejor

las demandas modernas, pero no ha sido capaz de procesar con la misma facilidad las

demandas posmodernas, en particular el cambio climático, y las políticas de equidad global,

incluyendo en esto las demandas de las minorías étnicas.

Ausencia de consenso entre neoliberalismo y liberalismo socialdemócrata. En segundo

lugar, los consensos básicos sobre democracia, mercado e inserción regulada de los años 90

no han resuelto el debate entre los dos proyectos que desde entonces hasta hoy se han

configurado como hegemónicos en la sociedad chilena, el liberalismo conservador y la

síntesis socialcristiana/socialdemócrata. De esta forma, en el país se reproducen las mismas

divisiones ideológicas que a nivel internacional han conducido a la crisis de la

gobernabilidad global.

Es posible que esa diferenciación permita, sin embargo, construir algunos acuerdos en torno

a la agenda global (y muy especialmente regional) sobre democracia y derechos humanos.

Sin embargo, no existe claridad si ese consenso alcanza al concepto de la necesidad de

políticas públicas globales –es decir, de una globalización regulada y entregada al mercado-

. Entre el año 2000 y el 2010 Chile promovió activamente el desarrollo de políticas globales

(y no solamente nacionales) contracíclicas (French Davis 2009), y no es claro si dichas

políticas continuarán o serán modificadas.

77

Osvaldo Rosales advierte que algunos rasgos de la relación entre China y América Latina plantean la

pregunta de si podría reproducirse un “nuevo ciclo centro-periferia en siglo XXI” /2011: 15). 78

Un ejemplo en este sentido son las diferencias que han surgido bilateralmente entre Chile y varios países de

América Latina con China respecto a su política de inversiones en la región. Ver al respecto Rosales y

Kuwayama 2007, Rosales 2011.

Working Paper ICSO UDP – 2011

60

Interdependencia entre desarrollo nacional y construcción de identidad común regional.

Finalmente, el conjunto de las hipótesis exploratorias de este ensayo han intentado subrayar

la importancia de la relación entre la efectividad de los esfuerzos de política exterior

chilena, y su capacidad para influir en la región, la cual se encuentra estrechamente

relacionada con su capacidad para entenderse como un esfuerzo colectivo y relativamente

permanente de construcción y reconstrucción de una identidad regional y no sólo global. En

este sentido, la calidad de la política regional (y su carácter conflictivo o cooperativo)

continuará siendo un asunto esencialmente contingente y dependiente de la voluntad

política de los actores regionales, principal, pero no exclusivamente estatales. Por eso, más

que un dilema entre América Latina y el mundo, lo que la política exterior chilena parece

demandar es una consolidación de su capacidad para influir en la región, lo que exige a su

vez un esfuerzo que hasta ahora no siempre parece haber sido adecuadamente

comprendido.

##########

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