discurso reseña bernardo

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Bernardo O`Higgins Riquelme de la Barrera. Discurso de Diego Barros Arana el año 1869; año en que regresa a reposar en suelo patrio. A las 12 y media del día 24 de octubre de 1842 se apaga en Lima la gloriosa vida de Bernardo O´Higgins, que consagró íntegramente al servicio de Chile y de América, siendo sepultados sus restos con los honores militares correspondientes a su rango. Un mes después, el 26 de noviembre, en la iglesia limeña de San Agustín se celebran una solemne honras fúnebres, a las que asisten el vicepresidente del Consejo de gobierno y el cuerpo diplomático , cubierto por las banderas de Chile, Perú y Argentina. Sus restos, que hoy descansan en el Altar de la Patria, frente al edificio de La Moneda fueron repatriados en 1869. A continuación las palabras del discurso de Diego Barros Arana pronunciadas en aquella época. (Diego Barros Arana, 13 de enero de 1869) No es el dolor lo que nos reúne hoi en este lugar de tristeza i de luto. La urna que en estos momentos rodea un pueblo inmenso, no despierta en nuestras almas los amargos sentimientos que siempre inspira la pérdida de un ser querido cuyo cadáver venimos a depositar en la mansión de los muertos. En presencia de este puñado de polvo, que sirvió de ropaje mortal al espíritu del Capitán Jeneral don Bernardo O’Higgins, sólo se hace sentir el eco de la gratitud nacional, que viene a rendirle el tributo de su admiración i de su respeto. Estas cenizas venerables, proscritas por largo tiempo del suelo chileno vuelven hoi triunfantes para recibir las bendiciones de la justiciera posteridad. La voz del patriotismo se ha alzado en todas partes para repetir el elojio del primer campeón de la lucha de nuestra independencia. Pero O’Higgins no fue solo el mas valiente i el mas entendido de nuestros guerreros; el glorioso derrotado de Rancagua i de Talcahuano, i el vencedor heroico del Roble i de Chacabuco; el Jefe Supremo del Estado, que con una constancia nunca desmentida i con una inteligencia superior organizó

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Bernardo O`Higgins Riquelme de la Barrera. Discurso de Diego Barros Arana el año 1869; año en que regresa a reposar en suelo patrio.

A las 12 y media del día 24 de octubre de 1842 se apaga en Lima la gloriosa vida de Bernardo O´Higgins, que consagró íntegramente al servicio de Chile y de América, siendo sepultados sus restos con los honores militares correspondientes a su rango. Un mes después, el 26 de noviembre, en la iglesia limeña de San Agustín se celebran una solemne honras fúnebres, a las que asisten el vicepresidente del Consejo de gobierno y el cuerpo diplomático , cubierto por las banderas de Chile, Perú y Argentina.

Sus restos, que hoy descansan en el Altar de la Patria, frente al edificio de La Moneda fueron repatriados en 1869. A continuación las palabras del discurso de Diego Barros Arana pronunciadas en aquella época.

(Diego Barros Arana, 13 de enero de 1869)

No es el dolor lo que nos reúne hoi en este lugar de tristeza i de luto. La urna que en estos momentos rodea un pueblo inmenso, no despierta en nuestras almas los amargos sentimientos que siempre inspira la pérdida de un ser querido cuyo cadáver venimos a depositar en la mansión de los muertos. En presencia de este puñado de polvo, que sirvió de ropaje mortal al espíritu del Capitán Jeneral don Bernardo O’Higgins, sólo se hace sentir el eco de la gratitud nacional, que viene a rendirle el tributo de su admiración i de su respeto. Estas cenizas venerables, proscritas por largo tiempo del suelo chileno vuelven hoi triunfantes para recibir las bendiciones de la justiciera posteridad.

La voz del patriotismo se ha alzado en todas partes para repetir el elojio del primer campeón de la lucha de nuestra independencia. Pero O’Higgins no fue solo el mas valiente i el mas entendido de nuestros guerreros; el glorioso derrotado de Rancagua i de Talcahuano, i el vencedor heroico del Roble i de Chacabuco; el Jefe Supremo del Estado, que con una constancia nunca desmentida i con una inteligencia superior organizó ejércitos i equipó escuadras para ir a arrojar de toda la América a sus antiguos opresores. ¡No! al lado de esos títulos, a la admiración i al reconocimiento de sus conciudadanos, O’Higgins puede exhibir otros, menos brillantes sin duda, pero que revelan que junto con el alma bien templada del soldado i del patriota, poseía la cabeza del estadista i la mirada escrutadora del hombre que, en la dirección de los negocios públicos, se adelanta siempre a las preocupaciones de sus contemporáneos.

Después de los elocuentes elogios de aquel ilustre ciudadano que acabais de oír, permitidme que os recuerde solo tres actos de su vida, que conducen a probar este concepto.

En setiembre de 1817, O’Higgins se hallaba en Concepción dirigiendo las operaciones de la guerra. “Queriendo- con sus propias palabras- desterrar para siempre las reliquias del sistema feudal que ha regido en Chile, i que, por efecto de una rutina ciega, se conserva aun en parte contra los principios de este Gobierno, decretó la abolición de todo título de nobleza o de dignidad hereditarias como opuestas al espíritu democrático de un pueblo republicano”. La junta gubernativa que mandaba en Santiago, aunque formada de patriotas ardorosos; se

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resistía a publicar ese decreto. Temíase que aquella declaración apartarse de las filas de los revolucionarios a todos, o a casi todos los señores de la antigua colonia; i sobre todo que predispusiese contra la causa de la independencia a la poderosa e influyente aristocracia del Perú, sobre cuyo país se preparaba entonces una expedición para destruir el último baluarte de la dominación española en América. O’Higgins desoyó esas consideraciones; i sin consultar otro consejero que su corazón, i buscando ante todo la igualdad de las condiciones sociales como expresión del respeto que nos debemos todos los hombres, abolió para siempre en Chile los títulos de nobleza, i el uso de cualquiera distinción hereditaria. Así fue como adquirimos de hecho una de las hermosas garantías de nuestro derecho público: En Chile no hai clases privilegiadas.

He aquí otro hecho. Durante la revolución de la independencia americana, hubo momentos en que algunos de sus mas ilustres promotores perdieron la confianza en su obra, i volvieron la vista hacia Europa para pedir uno o varios príncipes que vinieran a reinar en los nuevos Estados. Hombres distinguidos por su grande inteligencia, patriotas eminentes, creían con toda sinceridad que los americanos no podrían pasar del despotismo de la colonia a la vida de la libertad i de la República. En Buenos Aires, en donde las ideas de democracia estaban profundamente arraigadas, se pensó en elevar un trono para un hermano de Fernando VII. El mismo San Martín, republicano austero por principio, creía que la independencia de América, no seria un hecho indestructible, ni alcanzaría el reconocimiento de las potencias extranjeras, mientras las nuevas naciones no se constituyeran en monarquías, buscando, así decía, las únicas instituciones que están en armonía con los antecedentes i con la educación de estos pueblos.

En Chile esas ideas no obtuvieron nunca aceptación, pero fue O’Higgins el que, haciéndose superior a los temores i a las desconfianzas de alguno de los patriotas americanos, salvó a nuestra revolución de haberse empañado con un solo día de vacilaciones sobre la futura forma de Gobierno. “Si Chile, decía en un documento notable, ha de ser República como lo exigen nuestros juramentos; si nuestros sacrificios no han tenido un objeto insignificante; si los promovedores de la revolución se propusieron hacer libre i feliz a su suelo, i esto solo se logra bajo un gobierno republicano i no por la variación de dinastías distintas, preciso es que huyamos de aquellos fríos calculadores que apetecen el monarquismo”. I el ardoroso corazón de O’Higgins rechazó con firmeza incontrastable todo pensamiento que tendiese a monarquizar las antiguas colonias de la España. “mientras yo tenga influencia en los destinos de mi patria, repetía constantemente, arrostraré cualquier sacrificio antes que tolerar que se busquen reyes para gobernarla”.

Paso ahora a recordaros el tercer acto de la vida de Capitan Jeneral a que he hecho alusión al comenzar este discurso.

A principios de 1818, todo estaba preparado para hacer la solemne declaración de la independencia de Chile. Los más ilustres letrados del país se habían reunido con el objeto de redactar el acta que debía afirmar el Director Supremo. Ya podéis imajinaros el cuidado con que se elejian y se coordinaban cada uno de los pensamientos i cada una de las palabras de aquel documento importante, con que Chile se anunciaba como nación independiente a todos los pueblos del orbe. Los consejeros de O’Higgins, siguiendo el ejemplo trazado por otros

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pueblos americanos, declaraban en él que Chile estaba resuelto a. vivir i morir libre, defendiendo la fe católica con la esclusion de otro culto.

¿Sabéis lo que contestó el Director Supremo cuando se le presentó el manuscrito para que se pusiese su venerable firma? Vais a oírlo: son las palabras salidas de su alma, sin añadirlos y sin quitarles nada. “La protesta de fe que observo en el borrador cuando habla de nuestro deseo de vivir i morir libres defendiendo la fe santa en que nacimos, me parece suprimible por cuanto no hai de ella una necesidad absoluta i que acaso pueda chocar algún día con nuestros principios de política. Los países cultos han proclamado abiertamente la libertad de creencias: sin salir de la América del Sur, el Brasil acaba de darnos ese notable ejemplo de liberalismo; e importaría tanto proclamar en Chile una relijion escluyente, como prohibir la emigración hacia nosotros de multitud de talentos i brazos útiles en que abunda el otro continente. Yo, a lo menos no descubro el motivo que nos obligue a protestar la defensa de la fe en la declaración de nuestra independencia”.

I O’Higgins modificó el acta, í suprimió esa restrictiva protestación de fe, dando así una prueba solemne de su respeto por todas las creencias.

En esa misma época O’Higgins encargaba al ajente de Chile en Londres que contratase en el estranjero inmigrantes europeos que viniesen a poblar nuestras desiertas campiñas. “En esa inmigración, decía, serán comprendidos los ingleses í cualquier otra nación, sin serle obstáculo su opinión religiosa”.

El medio siglo de vida independiente i republicana que llevamos recorrido nos aleja tanto de las ideas del pasado, que la intelijencia no puede comprender el estado del país en la época en que O’Higgins pronunciaba estas palabras. Toda la voluntad del Supremo Director fue impotente para consignar aquel principio en las dos Constituciones que se dictaron bajo su Gobierno. Para que os formeis una idea aproximada de lo que pensaban sus contemporáneos en estas materias, recordad que se han necesitado mas de cuarenta años para que la leí venga a sancionar los fervientes votos que en 1818 hacía el padre de la patria.

Me parece que bastan estos hechos para daros a conocer una de las fases más prominentes del carácter de este gran ciudadano.

O’Higgins, republicano con convicción, adelantándose a las ideas de muchos de los mas distinguidos entre sus contemporáneos, pensaba que la leí debía proclamar la igualdad de todos los hombres, i dispensarles una protección idéntica, cualquiera que fuese su nacimiento, cualquiera que fuesen sus creencias.

Después de referiros estos hechos, es inútil que os recuerde que O’Higgins, luchando con arraigadas preocupaciones, estableció los cementerios para desterrar la funesta costumbre de sepultar los cadáveres en las iglesias, que creó paseos públicos para dar salubridad i ornato a nuestras poblaciones, que fundó en ellas los primeros mercados que mandó abrir la Biblioteca i el Instituto Nacional, cerrados durante la reconquista española, que dispensó a la agricultura una protección tan jenerosa como benéfica i que llevó la acción del Gobierno a todas partes a donde se lo permitían los escasos recurso s del país.

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He aquí en rápida reseña algunos de los hechos que la posteridad recuerda cuando el pueblo se agrupa en este sitio para bendecir las cenizas del gran ciudadano, ya que no le es dado poner sobre sus sienes la corona inmarcesible a que lo hicieron acreedor su heroísmo, su intelijencia i sus virtudes. Pero O’Higgins no ha muerto: vive inmortal en las pájinas justicieras de 1a historia, en el recuerdo de sus compatriotas i en Chile entero, que tanto amó, por el cual hizo tantos i tan grandes sacrificios, i cuya independencia proclamó con su palabra i afianzó con su espada.

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Introducción

La Historia en Chile durante mucho tiempo ha sido la de los grandes héroes

militares, a quienes se retribuye su valentía con estatuas en los espacios públicos y dando su nombre a algunas calles. El problema surge cuando, por ver sólo al estratega militar, se olvida al hombre detrás del héroe, y se nubla o parcializa el conocimiento. Es precisamente esto lo que ha ocurrido (mayoritariamente) al estudiar la figura de Don Bernardo O’Higgins Riquelme; se ha resaltado su actuar en las batallas de Independencia, pero se ha restado importancia al hombre, y sobre todo, al ciudadano.

Por estas razones, y en la búsqueda de aportar al conocimiento del rol político de O’Higgins, es que presentamos este ensayo, donde mediante la revisión bibliográfica, pero sobre todo gracias a la utilización de entrevistas en profundidad hemos llegado a ahondar en cuanto a su participación política en los primeros tiempos de nuestra historia independiente.

Para lograr este objetivo consideramos muy útil y necesario detenernos en los antecedentes que llevaron a Bernardo O’Higgins a convertirse en un virtuoso hombre de política, en un estadista con amplitud de miras, sentido práctico y grandes ideas para contribuir al progreso de la naciente Nación. ¿Cuáles son estos antecedentes? A nuestro juicio: la educación recibida, tanto en el Colegio de los Naturales como en Inglaterra, así como su relación con Francisco Miranda, personaje que le inculcaría su anhelo por la independencia americana y sería fundamental en su preparación teórica en cuanto a política.

Hemos abordado este desafío y decidido guiar nuestro ensayo centrándonos en la trascendencia de la labor de O’Higgins como estadista, yendo aún más allá de las tareas emprendidas por ese Primer Congreso de 1811, del que sin duda su persona fue un pilar; buscamos también resaltar el ejemplo que nos deja el héroe, ya que don Bernardo es un patrón de conducta cívica, un modelo de hombre justo y desprendido, que supo poner el interés de la Patria por sobre aspiraciones personales.

Invitamos al lector a compartir con nosotros un momento de análisis de la labor ciudadana de este ejemplar personaje de nuestra historia, convencidos de que la difusión de su pensamiento y su horizonte político en torno al desarrollo y bien común de Chile nos puede ayudar en nuestra propia formación como jóvenes, estimulándonos a asumir con responsabilidad, entusiasmo y preparación nuestro rol en la construcción de un país que pueda ser cada día mejor.

Antecedentes para una comprensión del accionar político de Don Bernardo O’Higgins

Para llegar a entender la figura de Don Bernardo O’Higgins como político, como el gran estadista que logró ser, y valorar sus aportes y su visión de la importancia de la formación ciudadana, resulta imprescindible conocer primero al hombre, sus virtudes e ideales, ya que son ellos los que se ven reflejados en su actuar. Por ello comenzaremos recordando algunos aspectos importantes de su formación tanto política como ciudadana.

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Si bien Bernardo O´Higgins durante su infancia fue visto como un hijo ilegitimo, su padre, Don Ambrosio, quien fue gobernador de Chile y posteriormente virrey del Perú, se esmeró en que recibiera la mejor educación de la época, primero en el Colegio de los Naturales, en su ciudad de origen, donde convivió con los hijos de los caciques mapuches, aprendiendo su idioma, el mapudungun, y donde adquirió un profundo sentimiento de admiración hacia los nativos. Luego el joven Bernardo se trasladó a la capital del virreinato, la Ciudad de los Reyes, actualmente conocida como Lima, donde continuó su formación académica, para luego embarcarse hacia Inglaterra. Es ahí donde surge su relación con Francisco de Miranda, su maestro político, quien forjó en él sus ideales y creencias, que más tarde se convertirían en la base de su carrera política.

Al respecto, el poeta chileno Pablo Neruda supo plasmar el rol decisivo que le correspondió a Miranda en la transformación de Bernardo en un preparado hombre político: “Joven, tu profesor invierno te acostumbró a la lluvia y en la universidad de las calles de Londres, la niebla y la pobreza te otorgaron sus títulos y un elegante pobre, errante incendio de nuestra libertad, te dio consejos de águila prudente y te embarcó en la historia

Francisco de Miranda vio un gran potencial en Bernardo O’Higgins, lo que se complementaba con la calidad de la educación que estaba recibiendo, porque éste era el único chileno al cual Miranda conocía. De esta forma, queda de manifiesto el aprecio y valoración que De Miranda, el criollo más culto de su tiempo, tuvo por O´Higgins, además de la confianza en sus capacidades intelectuales. A Francisco de Miranda podemos atribuir el conocimiento de ideas políticas presentes en el Padre de la Patria, tales como el sentimiento antiespañol, el deseo independentista, los ideales republicanos y de soberanía popular, el panamericanismo y el papel que debía afrontar el cabildo en el proceso revolucionario.

Muestra del aprecio del precursor de la independencia americana hacia el joven O´Higgins son sus palabras en la carta que le envía en 1799: ”al manifestaros una confianza hasta aquí ilimitada, os he dado pruebas de que aprecio altamente vuestro honor y vuestra discreción, y al trasmitiros estas reflexiones os demuestro la convicción que abrigo de vuestro buen sentido, porque nada puede ser mas insano y a veces más peligroso, que hacer advertencias a un necio.”

El historiador Alejandro Witker nos comentaba, en una agradable conversación en torno a la figura de estadista del prócer, que De Miranda lo preparo políticamente, recalcando la necesidad de combinar en la lucha independentista la voluntad de cambio con la prudencia y experiencia.

En la carta antes mencionada De Miranda entrega valiosos consejos para el regreso de O’Higgins a América y su incorporación a la vida política, recomendándole: “Desconfiad de todo hombre que haya pasado de la edad de cuarenta años, a menos que os conste el que seas amigo de la lectura y particularmente de aquellos libros que hayan sido prohibidos por la Inquisición. En los otros las preocupaciones están demasiado arraigadas para que pueda haber esperanza de que cambien y para que el remedio no sea peligroso”.

De la juventud tenía las siguientes aprehensiones:

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“Entre los jóvenes de vuestra edad encontraréis fácilmente muchos prontos a escuchar y fáciles de convencerse. Pero por otra parte la juventud es también la época de la indiscreción y de los actos temerarios; así es que debéis temer estos defectos en los jóvenes, tanto como la timidez y las preocupaciones en los viejos”.

Sin duda, tales recomendaciones son una clara muestra de la inteligencia y astucia del ilustre venezolano, pero sobre todo, de su sensatez y reflexión. Si nos pareció digno de destacar la relación establecida entre estos dos hombres, es porque en Bernardo O’Higgins vemos reflejadas las virtudes y enseñanzas de su maestro político, lo que unido a los méritos y valores propios de O’Higgins hicieron de él una persona entregada a la lucha por el bienestar de su Patria.

Ahora bien, en su regreso a Chile y tras la muerte de su padre, recibió como herencia la hacienda San José de las Canteras, ubicada a treinta kilómetros hacia el noreste de la ciudad de Los Ángeles, en la banda sur del río de Laja, al sur de la Villa de Tucapel (hoy comuna de Quilleco). Allí, gracias a su experiencia adquirida en Inglaterra, logró modernizarla en diferentes aspectos, dejando así demostrado su espíritu emprendedor e innovador; siendo tomado como un modelo a seguir por otras haciendas, lo que se convertirá en un punto importante a su favor para su futura elección como diputado en el primer Congreso Nacional.

En sus actividades como hacendado logró influenciar a la sociedad sureña, entablando amistades con Juan Martínez de Rozas, hombre que sería clave para la formación del Congreso Nacional, y Pedro Arriagada, diputado por el distrito de Chillán.

Por otro lado, desde su posición de agricultor emprendedor inició sus contactos políticos, que habrían de convertirlo en un protagonista destacado, siendo electo alcalde de Chillan en 1805, subdelegado de La Laja en 1810 y elegido diputado por los Ángeles en 1811.

De esta manera hemos avanzado por estos antecedentes que nos llevaran a comprender la participación de O’Higgins en la conformación de nuestro Primer Congreso Nacional. Bernardo O’Higgins y su participación en el Primer Congreso Nacional Es este el tema que nos convoca. El desafío de emprender un análisis del rol político de O’Higgins, el que ha sido opacado en la historiografía por su papel como militar, puesto que la Historia ha sido por mucho tiempo la de las batallas y los monumentos, relegando otras facetas de aquellos hombres que contribuyeron a la obtención de nuestra Independencia.

No hay duda de que la investigación de esta temática presenta mayor dificultad que la de las hazañas militares, pero hemos querido abordarla con el objetivo de resaltar el genio político y las virtudes cívicas de O’Higgins, pasando desde su participación en el Congreso de 1811 hasta tocar puntos como su visión en torno a la ciudadanía y el rol de la educación en la conformación de esta nueva Nación.

Lo primero que debemos considerar es que, afortunadamente para nuestra historia, Don Bernardo fue elegido representante por el distrito de Los Ángeles, por ser justamente él, el mejor capacitado para asumir dicho cargo, ya que había demostrado su alto nivel educacional y su emprendimiento y preparación. Dicho distrito y luego la nación, veía reflejada en O

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´Higgins la imagen de un líder con virtudes fundamentales para ejercer los más altos cargos. Su superioridad intelectual con respecto al resto de los políticos de la época, su carácter serio y responsable, y su firme convicción en los ideales propios derivaron en que, luego de la Junta de Gobierno de 1810 convocara al Congreso Nacional en donde fue elegido diputado, cargo que ejerció por un corto periodo.

Diego Barros Arana comenta acerca de los patriotas participantes en el Congreso: “eran hombres ardorosos y resueltos, sobresalían algunos de ellos entre todos los miembros del congreso por su mayor ilustración adquirida en el estudio y en los viajes, y por la solidez de sus principios [aspiraban] a un cambio radical y completo en la situación de la colonia”

Barros Arana afirma que entre todos los diputados se distinguía Bernardo O’Higgins, hasta ese momento más conocido y estimado en los partidos del sur. Era en sus palabras: “mejor preparado que casi todos los miembros del congreso, porque había visto un pueblo libre, porque había sido iniciado en su primera juventud en el plan de dar independencia a la América y porque, junto con un juicio recto y sólido, poseía un gran corazón que en poco tiempo había de elevarlo al más alto rango entre sus compatriotas”

El Congreso se efectuó a modo de práctica, como aprendizaje político, ya que Bernardo consideraba que los gubernativos no tenían el conocimiento suficiente para llevar a cabo los cambios significativos que necesitaba el país, y por esto mismo debían aprender a gobernar, ya que durante la historia siempre habíamos sido gobernados y debíamos aprender a instaurar la autonomía nacional.

Este pensamiento de nuestro prócer queda de manifiesto en sus propias palabras:” Por mi parte, no tengo ninguna duda de que el primer Congreso de Chile mostrará la más pueril ignorancia y se hará culpable de toda clase de locuras. Tales consecuencias son inevitables, a causa de nuestra total falta de conocimientos y de experiencia; y no podemos aguardar que sea de otra manera hasta que principiemos a aprender. Mientras más pronto comencemos nuestra lección, mejor.

A pesar de estas limitaciones, propias de los tiempos que se vivían, O’Higgins buscó siempre beneficiar a su distrito impulsando mejoras que contribuyeran a la calidad de vida de los habitantes de la Isla de La Laja. Su preocupación queda manifiesta en sus intervenciones ante el Congreso:

“Los deberes de fiel diputado de ese partido, la justicia, el corresponder a la confianza de un delicado cargo que V.V. me hicieron el honor de conferir i, más que todo, el procurar el bien i adelantamiento del territorio y habitantes de este noble vecindario, me impelieron a hacer en el Congreso mis gestiones, ya de palabra, ya por representaciones fundadas en el derecho público de los pueblos”.

Con este fin fomentó adelantos en Educación, por la gran necesidad de la creación de escuelas y de salarios para un maestro; trató de frenar la corrupción que imperaba en los cargos administrativos y otorgar mayor seguridad a la población, que por vivir en una zona fronteriza estaba constantemente amenazada y veía trastocada su tranquilidad cotidiana. Impulsaba también medidas para controlar el vagabundaje, tan característico en esta época y

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tan masivo en la zona centro sur, buscando la integración de los “ociosos” al trabajo agrícola, lo que daría fuerza al desarrollo agrario y permitiría controlar y sustentar a este sector de la población. Se preocupó el diputado inclusive de atender a las necesidades religiosas, puesto que supo manifestar la urgencia de contar con más sacerdotes para dar respuesta a las celebraciones del territorio.

Por último, y como clara muestra de su atención a las necesidades locales, hizo ver la carencia de víveres para la población, y por consiguiente, el beneficio que significaría contar con más pulperías. Junto a ello era preciso dar regulación al mercado, específicamente del vino, tratando de dar salida al comercio primero a los productores locales y cuando ellos lo hubiesen comercializado, permitir la entrada del producto desde otros sectores.

Debido al breve lapso de funcionamiento del Congreso de 1811 y la inestabilidad imperante en dicho período, su accionar fue confuso, por causas como la inexperiencia política, pero por sobre todo, por las divisiones internas entre los diputados moderados y los radicales, que exigían cambios profundos, y dentro de los que destacaba O ´Higgins junto a Manuel de Salas, además de Pedro Arriagada, quien fue uno de sus grandes amigos. La participación del prócer no le fue lo suficientemente satisfactoria, ya que mantuvo una actitud crítica, reflejada en sus comentarios: “No transcurría un día sin que se propiciara una nueva medida y, después que se la discutía todo el día, no se adoptaba decisión alguna y se la relegaba al olvido”

Fueron quizá estos motivos los que llevaron a la pronta disolución del Congreso, pero dentro de sus logros podemos mencionar: la creación de una nueva provincia, la de Coquimbo, buscando la mayor igualdad en la representación de la población, lo que contribuiría a combatir la tan mal vista centralización, que en Concepción generaba molestias y que sería motivo de disputas dentro de dicho organismo. Un logro que da muestra del deseo de que los cargos representativos se construyan ahora sobre la base del mérito y preparación de las autoridades fue la prohibición de vender en remate público los cargos del Cabildo. Debemos mencionar la utilidad de la supresión de los derechos parroquiales, ya que esta iniciativa vendría a permitir que las personas que por carecer de los recursos económicos para pagar algunos sacramentos como el matrimonio y el bautismo, lograran hacerlo sin tal impedimento. De esta misma línea resulta la creación de cementerios en las afueras de las ciudades (se buscaba un lugar alejado pensando en la salubridad de las mismas), prohibiéndose la costumbre de enterrar personas en las Iglesias. Añadir a ello la iniciativa de Manuel de Salas para la Ley de Libertad de Vientres y la prohibición del ingreso de nuevos esclavos al territorio nacional. Por último, y dando muestras de la voluntad independentista y del ideal de soberanía nacional, se creó el Tribunal Supremo Judiciario para reemplazar al Consejo de Indias en los fallos de última instancia.

Visión de Bernardo O’Higgins acerca del rol de la educación y la formación ciudadana

Un aspecto que resulta de gran trascendencia, y como fiel reflejo de su amplitud de miras, es que O’Higgins comprendió tempranamente que para instaurar un sistema democrático

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efectivo, era indispensable atender a la necesidad de modificar la mentalidad de los chilenos, implantando un sistema desconocido por la mayoría de sus compatriotas, propósito en el cual la educación cumplía un rol clave. Por esto después de investigar las posibilidades más adecuadas para Chile, O’Higgins optó por implantar el sistema Lancasteriano de educación, transformándose en una de sus reformas más novedosas y que perdurará hasta 1850, y a pesar de que este hecho ocurre durante su labor como Director Supremo, refleja puntos importantes de los planes e ideales que tenía para Chile y de su proyecto país.

Para entender el funcionamiento de este sistema nos remitiremos a las palabras entregadas por el Rector de la Universidad de Chile Luis Riveros, en una clase magistral dictada en el contexto de la celebración del cuadringentésimo vigésimo tercer aniversario de la Fundación de Chillán, titulada “Bernardo O’Higgins Riquelme: Estadista y constructor de la República.” Riveros explica que el rasgo esencial de las escuelas basadas en el sistema pedagógico de Lancaster era que un solo maestro podía enseñar simultáneamente de 100 a 200 alumnos en una gran sala de clases acondicionada para este efecto. Ello se obtenía dividiéndolos en grupos de 10 con un monitor por cada grupo, quien había sido seleccionado previamente atendiendo a sus capacidades sobresalientes. El maestro instruía primero a los monitores, quienes después practicaban con los respectivos alumnos a su cargo. Esto permitía una óptima utilización de los recursos, eficacia en el rendimiento, disciplina y organización conducente a un mejor y rápido aprendizaje. Con este sistema se consiguió, por tanto, abaratar la educación de manera significativa y hacerla accesible a un gran número de alumnos. “Fue la respuesta pedagógica precisa a las necesidades culturales de la época, ya que se logró alfabetizar a miles de niños, al tiempo que se formaba en ellos el espíritu nacional y de cultura tan necesario para la construcción continua de Chile”

O’Higgins explicaba sus ideales pedagógicos diciendo: “Siendo probado y seguro de fijar la felicidad en los pueblos, el hacerlos ilustrados y laboriosos […] es necesario hacer los últimos esfuerzos para recuperar el tiempo de ocio y tinieblas, empezando a franquear, a todos sin excepción de calidad, fortuna, sexo o edad, la entrada a las luces. El Sistema de Lancaster o Enseñanza Mutua establecido en la mayor parte del mundo civilizado, a la que deben muchas provincias la mejoría de las costumbres, ha empezado entre nosotros con aquella aceptación que predice sus benéficos efectos, y exige su propagación, con el arbitrio seguro de extirpar radicalmente los principios de nuestra decadencia.”

¿Qué mejor muestra puede existir del genio político de nuestro Padre de la Patria? Un hombre que supo ir adelantándose a las necesidades del momento y escogiendo las estrategias y herramientas para darles respuesta. ¿Quién más podría haber formulado tan tempranamente las necesidades de esta naciente Nación?

Don Bernardo lo planteaba así: “Necesitamos formar hombres de Estado, legisladores, economistas, jueces, negociadores, ingenieros, arquitectos, marinos, constructores, hidráulicos, maquinistas, químicos, mineros, artistas, agricultores, comerciantes. Las luces, las riquezas y el poder anduvieron siempre reunidos en las naciones; sin estos elementos, que las unen, nacen de las otras, Chile no será nación, ni logrará el fruto de sus sacrificios.”

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Se debe instruir al pueblo y enseñarle a ser ciudadano, capacitarlo para hacer pleno uso de sus derechos, pero también para asumir con responsabilidad sus deberes en la constante lucha y esfuerzo por lograr el bien común de Chile.

El amor a la Patria como motor del accionar ciudadano

En el ámbito político Bernardo O´Higgins consideraba como el primer deber de todo diplomático amar a la patria por sobre todas las cosas. Así mismo, fue instaurando sabiamente el sentimiento patriótico en la población chilena, cultivando el respeto por la opinión de los demás y la tolerancia hacia la diversidad existente en el país; como nos dice Benito Juárez, político mexicano citado por Alejandro Witker: “el respeto al derecho ajeno es la paz”.

O´Higgins fue un hombre preocupado del bien común, entregado al servicio público, que supo apartar los intereses personales y poner en primer lugar los de su Patria:

“Desde el primer día que entré a la vida pública, hasta el presente, he considerado ser de la mayor importancia establecer el principio que el amor a la Patria debe constituir el resorte principal de las acciones de todo hombre público, y gracias a Dios que me ha concedido fuerzas suficientes para obrar firmemente sobre ese principio durante tantas pruebas y tentaciones a que he sido expuesto, en mayor grado que lo más de los hombres.”

Por estas virtudes es que la figura de O’Higgins es tan sobresaliente en nuestra sociedad, marcando un ejemplo a seguir, que ha sido recogido por importantes autoridades, como es el caso de nuestro ex Presidente don Patricio Aylwin, al afirmar que O’Higgins Riquelme es el mejor ejemplo del más verdadero y profundo patriotismo, y que éste se manifiesta en:

“su vocación de servicio, en lo que pudiéramos llamar su espíritu público. El es un labrador, dice que su vocación es cultivar la tierra, pero él no es ajeno a lo que acontece en el mundo que lo rodea, él se interesa por los problemas de su patria, y por eso es subdelegado de la isla de La Laja, por eso acepta y es elegido diputado..”

Nos hacemos eco de estas hermosas y verídicas palabras de Aylwin al plantear que el patriotismo en O´Higgins es la vocación de servicio, es sentir que no vive para sí, sino que vive para servir a la comunidad nacional a la que pertenece.

Para nuestro protagonista, es un deber de todo ciudadano amar a su país, y este amor debe traducirse en el emprendimiento de acciones que vayan en la búsqueda del bienestar, de contribuir en el día a día a la realización de una meta como pueblo, que no es otra que hacer de éste un lugar donde todos sus habitantes cuenten con igualdad de condiciones y derechos, pero también que hagan suyos los deberes de asumir con respeto y altruismo su condición de ciudadano.

Conclusiones

Al comenzar este desafío de indagar acerca de la participación de Bernardo O’Higgins en la conformación de nuestro primer Congreso Nacional no contábamos con la claridad del enfoque que le daríamos. Afortunadamente, a medida que investigábamos pudimos comprender que, a pesar de ser una temática menos documentada que sus otras facetas,

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nos entregaba la posibilidad de explorar el legado político de nuestro Padre de la Patria y nos llevó a una enriquecedora reflexión en torno al rol de la participación ciudadana, manifestación real y práctica del patriotismo (entendido éste como amor a la Patria), que todo chileno debería mostrar.

Más allá de los logros y las medidas impulsadas por el Congreso de 1811, que por su breve duración se vieron truncadas, pero que fueron revolucionarias para su tiempo, destacamos la trascendencia de este organismo como instancia y oportunidad de aprendizaje político.

Fue don Bernardo, sin duda, su más insigne representante, por la genialidad de su espíritu emprendedor, su inteligencia, y sobre todo, por sus valores, por el desinterés en el beneficio personal. Era O’Higgins el hombre más capacitado para asumir cargos de representación política, el más culto de los patriotas, quien supo combinar los ideales revolucionarios con la prudencia y el buen juicio.

La importancia que para nosotros como jóvenes representó este Congreso radica en que fue el primer intento de crear instituciones de representación de la ciudadanía, y que fue el resultado de iniciativas de hombres que buscaban el bienestar de Chile, y que, en el caso de los patriotas o radicales, actuaban impulsados por ideales. Lo anterior le otorga su validez, ya que debe constituirse en un ejemplo para nuestros tiempos.

Recordando la conversación con el historiador Alejandro Witker, al ser consultado, desde su perspectiva, cuál sería el consejo que O´Higgins entregaría hoy a la juventud chilena, éste nos señalaba que, sin duda, nos recomendaría cultivar el patriotismo, el amor a Chile, ya que este sentimiento se convertiría en el motor para fomentar la participación ciudadana y el interés por la política, porque se debe recalcar que ésta se define como el proceso orientado a la consecución del bien común de la sociedad, y por ello todos debemos sentirnos llamados a contribuir en nuestro bienestar.

O’Higgins Riquelme también nos hace ver la importancia de la calidad de la ciudadanía, puesto que, ya en estos tiempos, fue capaz de vislumbrar la urgencia y utilidad de instruir a la población, para lograr, a través de la educación, formar ciudadanos conscientes y comprometidos con la realidad nacional, que actúen de manera responsable, cumpliendo sus derechos y deberes, pues no puede haber democracia si no hay ciudadanos, y no se puede construir un estado moderno sin un pueblo educado.