discurso nicolás san-cipriano

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Discurso de grado Nicolás Van Hemelryck R. Universidad de los Andes Bogotá, Septiembre 17, 2005 Señor Vicepresidente y demás miembros del Consejo Directivo, Señor Carlos Angulo Gálvis, Rector Señores Vicerrectores y Decanos, miembros del Consejo Académico, Profesores, Graduandos y familiares, compañeros, amigos, familia, Hace un mes presenté el Proyecto de Grado, y antes de empe- zar a trabajar decidí irme de viaje; siempre ha sido lo que más me gusta hacer: recorrer el mundo, en especial este país. Además de ser la situ- ación en la que me siento más vivo, es lo que me ha permitido conocer otras maneras de ver la vida y otras realidades diferentes a la mía. Así, he intentado ponerme en los zapatos de los demás para entender por qué este mundo está tan loco. En este recorrido me fui con rumbo Pacífico, acompañado de unos amigos. La primera estación fue el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez en Cali, del que sólo sabía que congregaba a las comu- nidades afro del litoral, y que hacían una rumba de la cual no se salvaba nadie. Efectivamente, así fue. En Cali tomamos un transporte público hacia el puerto de Buenaventura, donde nos embarcaríamos para Gorgona. Sin embargo, un poco antes de llegar al mar, nos bajamos para estar unos días en San Cipriano, un caserío dentro de las 10,000 hectáreas de bosque húmedo de una Reserva Forestal. Aunque hay un ferrocarril que comunica la car- retera y San Cipriano, no hay parada del tren. Así que la única manera de llegar es en una brujita, que es un carrito de balineras impulsado por una moto sobre los rieles del ferrocarril. Después de media hora sobre este vehículo macondiano, y bajo una llovizna tropical, llegamos emparamados al caserío. El conductor nos dijo: viaje con ducha incluida. San Cipriano está en medio de un bosque tropical lleno de vida, junto a un gran río de agua cristalina. El pueblo consiste básicamente en una carretera con casas de madera en ambos lados. Empezamos a caminar por esa carretera, buscando un lugar donde hospedarnos, donde colgar las hamacas. Unos amigos me habían dicho que buscara al Pulpo, que él me ayudaría. Atravesamos la mayor parte del pueblo, ya que sabíamos que al otro lado estaban los mejo- res pozos para nadar . Entonces me acerqué a un joven y le dije que estaba buscando al Pulpo. Me contestó: Soy yo. Quedamos sorprendidos, y deja- mos que nos condujera hasta su casa, muy cerca de ahí. En ese momento conocí a los Reyes, de quienes ya me habían hablado. Esta familia vive en una casa de madera, de las pocas en el pueblo que tiene dos pisos. Nos instalamos en el segundo piso, que no tiene paredes, tan solo el piso de tabla y un techo de tejas de metal sostenido por 9 columnas de madera. Por ser de las pocas casas con dos pisos, veíamos naturaleza a donde miráramos . El primer piso, en cambio, sí tiene paredes y es donde se desarrollan todas las actividades de la familia, menos el baño y el lavadero, que están en la parte de atrás, cerca de la casa. En ese primer piso viven el señor Reyes y su mujer, sus hijos, los abuelos, y algunos tíos. Los Reyes son una típica familia del municipio. El señor y su espo- sa han tenido 11 hijos. En la casa todos trabajan para sostener a la familia. Todos menos los 3 menores, unos niños muy cariñosos de 2,3 y 5 años. Nosotros tuvimos la fortuna de compartir mucho con ellos, en especial con André , el mayor de los tres. Él era muy alegre y le encantaba bailar boleros y mapalé. Lo que más me llamó la atención cuando lo conocí es que a sus cinco años, a pesar de verse sano físicamente, no sabía hablar, tan sólo emitía sonidos incoherentes. En esos días nos encariñamos mucho con los niños. Entonces fue cuando comprendí que él no sabía hablar porque no tenía la posibilidad de aprender, porque nadie tenía tiempo de enseñarle. En esa casa humilde donde todos estaban obligados a trabajar, y teniendo

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Discurso en acto de graduacion estudiante de Uniandes

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Page 1: Discurso nicolás san-cipriano

Discurso de gradoNicolás Van Hemelryck R.Universidad de los AndesBogotá, Septiembre 17, 2005

Señor Vicepresidente y demás miembros del Consejo Directivo, Señor Carlos Angulo Gálvis, Rector Señores Vicerrectores y Decanos, miembros del Consejo Académico, Profesores, Graduandos y familiares, compañeros, amigos, familia,

Hace un mes presenté el Proyecto de Grado, y antes de empe-zar a trabajar decidí irme de viaje; siempre ha sido lo que más me gusta hacer: recorrer el mundo, en especial este país. Además de ser la situ-ación en la que me siento más vivo, es lo que me ha permitido conocer otras maneras de ver la vida y otras realidades diferentes a la mía. Así, he intentado ponerme en los zapatos de los demás para entender por qué este mundo está tan loco.

En este recorrido me fui con rumbo Pacífi co, acompañado de unos amigos. La primera estación fue el Festival de Música del Pacífi co Petronio Álvarez en Cali, del que sólo sabía que congregaba a las comu-nidades afro del litoral, y que hacían una rumba de la cual no se salvaba nadie. Efectivamente, así fue.

En Cali tomamos un transporte público hacia el puerto de Buenaventura, donde nos embarcaríamos para Gorgona. Sin embargo, un poco antes de llegar al mar, nos bajamos para estar unos días en San Cipriano, un caserío dentro de las 10,000 hectáreas de bosque húmedo de una Reserva Forestal. Aunque hay un ferrocarril que comunica la car-retera y San Cipriano, no hay parada del tren. Así que la única manera de llegar es en una brujita, que es un carrito de balineras impulsado por

una moto sobre los rieles del ferrocarril. Después de media hora sobre este vehículo macondiano, y bajo una llovizna tropical, llegamos emparamados al caserío. El conductor nos dijo: viaje con ducha incluida. San Cipriano está en medio de un bosque tropical lleno de vida, junto a un gran río de agua cristalina.

El pueblo consiste básicamente en una carretera con casas de madera en ambos lados. Empezamos a caminar por esa carretera, buscando un lugar donde hospedarnos, donde colgar las hamacas. Unos amigos me habían dicho que buscara al Pulpo, que él me ayudaría. Atravesamos la mayor parte del pueblo, ya que sabíamos que al otro lado estaban los mejo-res pozos para nadar . Entonces me acerqué a un joven y le dije que estaba buscando al Pulpo. Me contestó: Soy yo. Quedamos sorprendidos, y deja-mos que nos condujera hasta su casa, muy cerca de ahí.

En ese momento conocí a los Reyes, de quienes ya me habían hablado. Esta familia vive en una casa de madera, de las pocas en el pueblo que tiene dos pisos. Nos instalamos en el segundo piso, que no tiene paredes, tan solo el piso de tabla y un techo de tejas de metal sostenido por 9 columnas de madera. Por ser de las pocas casas con dos pisos, veíamos naturaleza a donde miráramos . El primer piso, en cambio, sí tiene paredes y es donde se desarrollan todas las actividades de la familia, menos el baño y el lavadero, que están en la parte de atrás, cerca de la casa. En ese primer piso viven el señor Reyes y su mujer, sus hijos, los abuelos, y algunos tíos.

Los Reyes son una típica familia del municipio. El señor y su espo-sa han tenido 11 hijos. En la casa todos trabajan para sostener a la familia. Todos menos los 3 menores, unos niños muy cariñosos de 2,3 y 5 años. Nosotros tuvimos la fortuna de compartir mucho con ellos, en especial con André , el mayor de los tres. Él era muy alegre y le encantaba bailar boleros y mapalé. Lo que más me llamó la atención cuando lo conocí es que a sus cinco años, a pesar de verse sano físicamente, no sabía hablar, tan sólo emitía sonidos incoherentes. En esos días nos encariñamos mucho con los niños. Entonces fue cuando comprendí que él no sabía hablar porque no tenía la posibilidad de aprender, porque nadie tenía tiempo de enseñarle. En esa casa humilde donde todos estaban obligados a trabajar, y teniendo

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10 hermanos más, ya nadie tenía tiempo para dedicarse a su enseñanza ni para darle la atención necesaria. Era evidente que carecía de cariño, pues el menor de los gestos lo llenaba de felicidad. Desgraciadamente, es probable que él nunca tenga acceso ni siquiera a los niveles básicos de escolaridad. Aunque vive en un paraíso terrenal, está en desventaja con todos los demás: al no saber hablar, al no tener lenguaje, no puede tener consciencia de su situación y no puede tener una construcción de mundo. Con el tiempo, estando con él, me di cuenta que tampoco tenía prob-lemas mentales, pues pudimos entendernos más allá de las palabras. Los problemas parecían ser más bien de falta de educación y de desnutrición. André no ha tenido acceso a la educación. Creo que la educación es, en últimas, la oportunidad de descubrir el mundo, y conocerse, y poder en-contrar una vocación en cada uno y dignifi car la vida. André nunca tuvo esa oportunidad. Y como él, hay en el mundo muchos niños que viven incluso en peores condiciones: el Informe de Desarrollo Humano de la ONU, publicado recientemente dice que cada hora mueren 1200 niños y niñas, en su mayoría por pobreza, cantidad que cada diez días equivale a las víctimas que produjo el tsunami del sur oriente Asiático.

¿Y a qué viene todo el cuento de André en este día donde evi-dentemente todos queremos salir de acá lo más pronto posible a celebrar y a compartir con los que más queremos? Estamos acá reunidos para conmemorar el fi n exitoso de nuestros estudios universitarios en una de las universidades más prestigiosas del País, si no la más, y eso implica un fuerte compromiso. Nosotros somos privilegiados por haber tenido todas las oportunidades que nos permitieron estar acá, parados en la punta de una pirámide. Por cada colombiano que se gradúa de pregrado, hay otros 49 que no pueden hacerlo. Quiere decir que cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de trabajar para ayudar al menos a otros 49 que no pudieron estudiar. Los datos de los postgrados son aún más alarmantes: sólo realizan especializaciones seis de cada mil, maestrías cuatro de cada diez mil, y doctorados uno de cada cien mil. Para que se hagan una idea, de esta Universidad se gradúan, sumando pregrados, maestrías y doctora-dos, 6 de cada diez mil colombianos. Eso nos confi ere una gran respon-sabilidad con la base de la pirámide, con todos los que no tuvieron una oportunidad y no pueden estar acá, y que, sin embargo, con su trabajo

garantizaron que la tierra siguiera girando, mientras nosotros estudiábamos, en medio del violento confl icto que conocemos.

Ahora se acaba la universidad y salimos a un mundo complicado, un mundo desequilibrado donde el 40% de las personas viven con menos de dos dólares al día, mientras que el diez por ciento más rico, obtiene el cincuenta y cuatro por ciento del ingreso. Un mundo con unas prioridades extrañas, donde por ejemplo, lo que se destina en 3 días al gasto militar, es decir, a la guerra, equivale a lo que se invierte en un año para combatir el sida. Y peor aún, un mundo donde con lo que se gasta en perfumes y cirugías plásticas se podría suministrar agua potable para 2,600 millones de personas que no la tienen.

Pero volvamos a Colombia, donde el 64% de la población vive bajo la línea de pobreza, mientras unos pocos viven con enormes ingresos. Para mí, antes que nada, la violencia existe por la inequidad con que se reparten los recursos, y nosotros somos unos pocos privilegiados. Querámoslo o no, tenemos una inmensa deuda con todos aquellos que no pudieron estudiar, porque estamos acá gracias a su trabajo. No es posible que todo el esfuerzo social que se invirtió para que estudiáramos termine en nuestros propios intereses. Sobretodo porque mientras haya miseria, mientras haya violen-cia, nuestros intereses personales, nuestros sueños, tampoco podrán reali-zarse.

Cuando todos nos vayamos de aquí, cada uno decidirá qué hacer con su vida de ahora en adelante, empezando por celebrar con sus seres queridos. Todos intentaremos realizar nuestros sueños, buscar nuestro lugar en el mundo. Pero mientras el mundo esté lleno de problemas, nuestro lugar en el mundo también lo estará. Y si la situación general mejora, tam-bién mejorará la situación de cada uno, y será posible desarrollar nuestras vidas en paz.

Sé que el panorama es apocalíptico, pero también sé que la espe-ranza es lo último que se pierde, y aceptar que no hay esperanza es negar que pueda haberla, y, sin esperanza, estamos perdidos. Por eso siempre me ha gustado aquella frase que dice Próxima estación: esperanza.

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Creo que la única manera de empezar a solucionar el lío tan grande en que estamos metidos es fomentando la educación como prin-cipio para reducir las desigualdades, no sólo en Colombia, sino en La Tierra, la más maravillosa nave espacial en que podremos recorrer el universo. Si niños como André tuvieran la oportunidad de estudiar, no habría tantos confl ictos. Y, si los individuos cabeza de familia en general, y en particular, las madres, por ser en la mayoría de los casos quienes se encargan de los hijos, tuvieran la capacidad de darles una educación, las cosas podrían ser diferentes. Si lográramos que todas las madres, como la mamá de André, pudieran educar a una generación de niños, el futuro sería diferente.

Al principio empecé hablando de los viajes, y quiero hablar de ellos también para terminar. A mí me gusta mucho recorrer el monte, y Colombia, es un gran monte maravilloso. Creo que durante un viaje es muy valioso poder decidir sobre la marcha el rumbo que se tomará, de acuerdo a lo que se presente. Es una especie de libertad. De esta manera, el secuestro se convierte en el opuesto al viaje, porque en el secuestro no hay posibilidad de decidir nada. Y en este País hay gente que está se-cuestrada incluso desde antes que todos nosotros entráramos a la universi-dad. Esto es inaceptable.

Quisiera compartir con ustedes un aparte de la única carta que Clara Rojas, fórmula vicepresidencial de Íngrid Betancourt, ha podido hacer llegar a su madre. La escribió el día de su secuestro, hace 3 años y medio, justo antes de ser internada en el monte. Lo quiero leer por tres razones: primero, porque la de los secuestrados es una de las voces que menos se deja escuchar, segundo, porque muestra una realidad inacept-able pero muy común en nuestra cotidianidad, y tercero, porque me conmovió profundamente la primera vez que la leí y quisiera que nunca nadie tuviera que escribir algo así. Dice así:

“Tengo varias certezas y una duda. Estoy segura de que Dios nos protege a todos y que Él tiene dispuestos sus designios. También sé que las cosas suceden por alguna razón. Igual, que la guerra es un horror, el horror en toda su dimensión. Y sé que vivimos en medio de un doloroso confl icto armado. Esas, madre mía, son mis certe-zas. Mi duda es no entender por qué vivimos ese horror en medio de un país tan conmovedoramente hermoso.”

Aunque como individuos no podemos cambiar el mundo, como profesionales tenemos la capacidad de encaminar nuestras acciones para que haya un cambio de rumbo, o, por el contrario, para que se perpetué y se agrave la crisis que vivimos como especie. Somos privilegiados, y ¿para qué? Para poder estudiar, viajar, conocer a la gente y tratar de entender cómo y por qué existe un confl icto tan violento entre nosotros, y claro, para trabajar en conjunto y buscarle una solución. Si no, todo esto carecería de sentido.

Muchas gracias!

___________________________Estas palabras fueron escritas partiendo de la oportunidad de dirigirme a unas 1500 personas, en general nuevos profesionales y familiares. Si al-guien quiere compartirlo con alguien más, bienvenido. Si alguien quiere comentar algo, igualmente: [email protected]

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