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Estudios de Asia y África ISSN: 0185-0164 [email protected] El Colegio de México, A.C. México Tawil, Marta Diálogos de política exterior. EL eje tripartita Sirio-Saudita-Egipcio y la política de poder de siria 1991- 2007 Estudios de Asia y África, vol. XLIV, núm. 2, 2009, pp. 237-263 El Colegio de México, A.C. Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58620940002 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Estudios de Asia y África

ISSN: 0185-0164

[email protected]

El Colegio de México, A.C.

México

Tawil, Marta

Diálogos de política exterior. EL eje tripartita Sirio-Saudita-Egipcio y la política de poder de siria 1991-

2007

Estudios de Asia y África, vol. XLIV, núm. 2, 2009, pp. 237-263

El Colegio de México, A.C.

Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58620940002

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Diálogos De política exterior. eleje tripartita sirio-sauDita-egipcio

y la política De poDer De siria1991-2007

Marta tawilEl Colegio de México

El 6 de marzo de 1991, al terminar la operación multinacional Tormenta del desierto bajo el comando norteamericano que pu- so fin a la invasión iraquí de Kuwait, los países del Consejo de Cooperación del Golfo (Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar, arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos), junto con Siria y Egipto firmaron la llamada Declaración de Damasco.1 Según la pren- sa y diversos análisis de la época, esa declaración consolidó un eje estratégico entre Damasco, riad y El Cairo. Durante la dé- cada de 1990, los tres países desplegaron su activismo diplo- mático, reflejado en múltiples cumbres tripartitas destinadas a presentar iniciativas para desbloquear el proceso de paz árabe-israelí y avanzar en la institucionalización del diálogo regional. Considerado como guardián de cierto equilibrio regional, este eje tripartita se fragmentó en 2001 y recibió el tiro de gracia en 2003.

Este trabajo estudia la política exterior de Siria a la luz de sus relaciones con Egipto y arabia Saudita. la tesis principal que sostiene es que los fracasos acumulados del intento nor-teamericano de reestructurar Medio Oriente después del 11 de septiembre de 2001, son el principal factor que explica las

Este artículo fue recibido por la dirección de la revista el 9 de enero de 2009 y aceptado para su publicación el 17 de abril de 2009.

1 F. Gregory Gause iii, Oil Monarchies: Domestic and Security Challenges in the Arab Gulf States, Nueva York, Council of Foreign relations Press, 1994, pp. 131-138; Saïd ihraï, “la Déclaration de Damas: une organisation régionale en gestation”, Arès, vol. 17, núm. 41, 1998, pp. 45-57.

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Política exterior, Siria, Egipto, arabia Saudita, poder

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dificultades de coordinación diplomática efectiva entre estos tres países árabes, al tiempo que afirma la concepción del pa-pel en política exterior que el régimen ba’athista en Damasco considera debe desempeñar en el espacio regional.

la primera parte constata que la relación sirio-egipcia-saudita se mantuvo durante los años noventa por diversos motivos, de los cuales uno resulta ser determinante: Esta- dos Unidos buscaba avanzar en el arreglo del conflicto árabe-israelí, y consideraba a Siria un interlocutor clave en sus esfuerzos de mediación diplomática. Después de los ataques terroristas perpetrados por al-Qaeda contra Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, se constata el debilitamiento de la relación tripartita entre Siria, Egipto y arabia Saudita, en el marco de la reducción general de la capacidad de los gobiernos árabes para tomar distancia respecto a la política norteamerica-na. Siria intenta aferrarse a su papel y su estatus regional ante las presiones de la administración de George w. Bush, pero no puede disponer de sus recursos de la misma manera que en el pasado.

la segunda sección analiza el comportamiento de Siria en sus relaciones interárabes a la luz de la ruptura del frágil equi-librio regional provocada por la invasión angloamericana de iraq en la primavera de 2003. la caída del régimen de Bagdad y la guerra en iraq activó los referentes geopolíticos de los tres países y reveló sus profundas divergencias estructurales. En este contexto, los factores asociados a la retórica y el ámbito simbólico permiten al presidente Bashar al-asad (quien suce-dió a su padre, Hafez al-asad, en julio de 2000) manipular el desasosiego regional para construirse una imagen y mantener la cohesión en la escena interna. Esta parte también analiza la interdependencia entre los sistemas políticos de Siria, Egipto y arabia Saudita, y la manera en que los intereses internos condicionan las interacciones estratégicas. En el marco de una dinámica de seguridad altamente permeada por parámetros religiosos y comunitarios, los factores de identidad se volvieron un recurso esencial en la estrategia de poder de Siria (entendida como los objetivos de seguridad) y, paralelamente, en el juego de percepciones y en los “diálogos” de rivalidad pública entre los tres Estados.

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Finalmente, el vacío de poder en la región permite a los actores regionales y externos regresar a una dinámica de real-politik; El Cairo y riad se acercaron a Damasco; este último recuperó progresivamente su posición. Empero, la relación tri- partita no se rehabilitó de la misma forma. Presentar lisa y lla- namente como “árabes” posiciones que son exclusivamente si- rias no puede hacerse de la misma manera: ni los egipcios ni los sauditas comparten el deseo de Siria de marcar explícitamen- te sus distancias frente a washington, y el interés de Damasco es equilibrar los poderes de El Cairo y riad en su lucha por lo-grar influencia regional. El giro en la estrategia estadounidense, perceptible desde finales de los años noventa, permite reflexio-nar sobre las distintas formas en que los países árabes actúan bajo un sistema internacional unipolar caracterizado por la su- premacía de Estados Unidos en la zona.

El eje sirio-saudita-egipcio frente a la mutación del sistema regional

Egipto es el único país árabe que ha firmado un acuerdo de paz con israel (acuerdos de Campo David de 1979), mientras, arabia Saudita mantiene una alianza estratégica con Estados Unidos, de quien es el primer socio comercial en la región (particularmente en lo que se refiere al armamento). Con esta alianza, arabia Saudita intenta compaginar, no sin dificultades, con su papel de guardián de los lugares santos del islam (las ciu-dades de la Meca y Medina) y su carácter como representante del islam sunita. Siria, por su parte, no ha logrado firmar un acuerdo de paz con israel, y se erige como el último represen-tante estatal del radicalismo árabe y del conflicto árabe-israelí, en una escena regional que desde los años noventa se caracteriza por una gran fragmentación en actores no estatales y transna-cionales, como el Hamas palestino o el Hezbollah libanés, que fueron adquiriendo mayor autonomía respecto de sus Estados patrones. Desde 1979, Siria se encuentra en la lista negra del Departamento de Estado norteamericano, acusada de albergar grupos como Hamas, Jihad islámica, el Frente Popular para la liberación de Palestina y el Fatah-intifada. Contrariamente a

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sus dos socios árabes, la política exterior de Siria siguió fuerte-mente permeada por la ideología del arabismo. Y, a diferencia de El Cairo y riad, desde 1991, Damasco no ha elegido el alineamiento total con la potencia hegemónica como vía para limitar sus intereses.

En el “nuevo orden internacional” caracterizado por la desintegración de la Unión Soviética, Siria encontró la opor-tunidad de profundizar sus relaciones con Egipto y los Estados del Golfo con el fin de mejorar su posición ante washington y en el marco de las negociaciones de paz abiertas en Madrid en octubre de ese año. Este objetivo se mantuvo, aun cuando en los años noventa, en el ámbito militar convencional, la ca- rrera armamentista se aceleró, las transacciones militares entre washington, riad, ankara y tel aviv aumentaron, y la ayuda militar norteamericana anual a El Cairo continuó, hacien- do prácticamente nulo el valor funcional de la Declaración de Damasco.

Sin embargo, hacia mediados del decenio, el “marco de Os- lo” en el que palestinos e israelíes habían negociado desde 1993 comenzó a mostrar sus límites. la muerte del primer ministro israelí Yitzhak rabin en 1995, la llegada al poder del partido li- kud con Benjamin Netanyahu en el gobierno (de 1996 hasta su sucesión por Ehud Barak en julio de 1997), el fin de las nego- ciaciones palestino-israelíes y sirio-israelíes, así como los bombar- deos angloamericanos contra territorio iraquí, que desde 1991 padecía las consecuencias humanitarias del embargo, fueron acontecimientos que inflamaron la opinión pública árabe.

En el frente de las negociaciones entre la autoridad palesti-na y el gobierno israelí, estancado desde la llegada al poder de Benjamin Netanyahu, Estados Unidos convocó una cumbre internacional en Sharm al-Sheij (marzo de 1996), que se concen-tró en discutir la “lucha contra el terrorismo” y la definición de los parámetros de coordinación regional en materia de se- guridad. Damasco decidió boicotear la cumbre y se negó a con- denar los ataques suicidas de Hamas contra civiles en israel. Pa- ralelamente, el sistema internacional fue alejándose más del “consensual empire”2 que había caracterizado a la estrategia nor-

2 Charles a. Kupchan, “after Pax americana: benign power, regional integration

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teamericana hacia la región, y la política intervencionista en iraq bajo el segundo mandato presidencial de Bill Clinton (1997-2001) obligó gradualmente a cada uno de los países árabes a escoger su campo, en momentos en los que factores sociales regresaban a la superficie (como la ola islamista), comprome-tiendo la estabilidad de países como Egipto y arabia Saudita.

No obstante, a pesar de las divergencias crecientes entre washington y Damasco, durante la década de 1990 la coope-ración entre Egipto, Siria y arabia Saudita funcionó relativa-mente bien, como lo ilustra su activismo diplomático tripartita previo a las cumbres de la liga Árabe y durante las mismas. En momentos de crisis en las negociaciones de paz, los tres países realizaron consultas y elaboraron propuestas para presentar una “posición unificada en torno a retos para la paz”; para Si- ria, esas minicumbres fueron ocasiones en las que logró ejercer influencia sobre las posiciones de Egipto y arabia Saudita, como sugieren nuestras entrevistas y artículos de prensa de la época.3 Si bien los efectos de dicha influencia no se producen con cierta regularidad, las crisis regionales ofrecen a Siria espa-cios institucionales para avanzar sus intereses ante sus socios. influencia real, deliberada, o por el contrario, fortuita, la im-portancia del contexto es crucial para entender esa capacidad.

Cuando en octubre de 2000 estalló la intifada Al-Aqsa en los territorios palestinos ocupados, una atmósfera de gran tensión prevalecía entre las poblaciones de la región; se expresó en artículos de prensa y sermones religiosos que exigían conge-lar la normalización de las relaciones con israel.4 En noviembre,

and the sources of a stable multipolarity”, International Security, vol. 23, núm. 2, 1998, pp. 40-79.

3 Michael N. Barnett, Dialogues in Arab Politics. Negotiations in Regional Order, Nueva York, Columbia University Press, 1998, pp. 220-226; “Preparations for the arab Summit Cairo 1996”, Mideast Mirror, vol. 10, núm. 111, 1996; “the arabs, Uncle Sam, and the make-or-break summit”, Mideast Mirror, vol. 10, núm. 112, 1996; andrew Borowiec, “arab summit’s product shows assad’s influence”, Washington Times, 26 de junio de 1996. Periodistas con los que el autor habló en Siria y líbano conside- ran que las presiones de Siria contribuyeron a la decisión de países como Jordania y de Egipto de reducir sus representaciones diplomáticas en israel a un bajo perfil, y a la de túnez de limitar sus relaciones comerciales con el Estado hebreo. Su impresión es que Damasco logró influir a sus contrapartes egipcia y saudita para que transmitieran a los demás países el mensaje imperativo de tomar sus distancias respecto de israel.

4 Gulf News, 31 de octubre de 2000; Al-Quds al-Arabi, 14 de junio de 2000.

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El Cairo y amman retiraron a sus embajadores respectivos en tel aviv en señal de protesta contra la represión israelí de la intifada, mientras que los países del Golfo insistieron ante los norteamericanos en la importancia de avanzar en las negocia-ciones sirio-israelíes del proceso de paz. Durante la cumbre de amman en 2001, los países miembros de la liga Árabe expre-saron su apoyo al levantamiento palestino, y su descontento ante el veto norteamericano contra la propuesta de integrar una comisión internacional que investigara las violaciones a los derechos humanos cometidas por israel en los territorios ocupados. Decidieron, además, renovar el boicot árabe con reu- niones periódicas de la oficina central del boicot a israel, cuya sede está en Damasco.5

así, el descontento popular ante el impacto humanitario y político de las sanciones internacionales contra iraq y las políti- cas israelíes del gobierno israelí de Benjamin Netanyahu, ofre-ció a los regímenes árabes un margen de autonomía hacia wash- ington.6 Siria, debido a que seguía siendo para Estados Unidos un interlocutor válido en la región, evitó el enfrentamiento con el gobierno norteamericano, al tiempo que se mostró reticente a involucrarse demasiado en su agenda para la región.

Los dilemas ante la nueva estrategia norteamericana para Medio Oriente

Después de los ataques terroristas contra las torres Geme- las y el Pentágono en septiembre de 2001, la nueva estrategia norteamericana, formulada por el equipo neoconservador en washington, estructuró progresiva e inevitablemente las rela- ciones entre los países árabes y con el exterior, y redujo su mar- gen de maniobra en política exterior. En el ámbito regional,

5 Final Statement, arab summit in amman, 27-28 de marzo de 2001. Disponible en: http://www.al-bab.com/arab/docs/league/summit0103.htm

6 Marc lynch, “Beyond the arab Street: iraq and the arab Public Sphere”, Politics and Society, vol. 31, núm. 1, 2003, pp. 55-91. El ejemplo más ilustrativo es quizá el de arabia saudita. Véase robert G. Kaiser y David B. Ottaway, “Saudi leader’s anger revealed Shaky ties. Bush’s response Eased a Deep rift On Mideast Policy; then Came Sept. 11”, Washington Post, 10 de febrero de 2002.

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en 2002 la esfera pública árabe transnacional conoció una ola de protestas en las capitales árabes.7 En vísperas de la invasión de iraq, los dirigentes árabes tenían la necesidad de calmar a sus opiniones públicas, sensibles ante la Segunda intifada palesti-na. Progresivamente, El Cairo y riad fueron más reticentes a aceptar las reivindicaciones de Siria, mientras que Damasco no lograba reconquistar su postura de negociación frente a israel y Estados Unidos.

la cumbre árabe de Beirut de marzo de 2002 —la primera que se reunió después del 11 de septiembre— fue el escenario de diferencias de fondo que regresaron a la superficie entre los re- presentantes de Siria y líbano, y los demás países como arabia Saudita. El hecho de que 13 países de un total de 22 hayan esta- do ausentes en la cumbre, entre ellos Egipto y Jordania, reveló la atmósfera de división predominante.8 El ministro sirio de asuntos exteriores, Faruk al-Chara’, expresó su molestia ante riad, el cual, sin ser un país del “frente” de batalla con israel y sin tener territorios ocupados por aquél, buscaba imponer sus parámetros de negociación. Un grupo de países representados por Egipto, Jordania, Kuwait, Qatar y la mayoría de los del Gol- fo insistieron en el mensaje de paz y normalización de las re-laciones con israel, mientras que otro grupo, encabezado por Siria (con iraq y libia) insistió en la importancia de revivir el

7 New York Times, 3, 8 y 25 de abril de 2002. Véase rex Brynen, “Permeability revisited: reflections on the regional repercussions of the al-aqsa intifada”, en Ba- ssel F. Salloukh y rex Brynen, Persistent Permeability? Regionalism, Localism, and Glo- balization in the Middle East, aldershot, ashgate, 2004, pp. 125-148; Elizabeth Picard, “l’iraq dans les représentations nationalistes arabes”, en Hosham Dawod y Hamit Bazarslan (eds.), Communautés, pouvoir et violences, París, Karthala, 2003, p. 116. Una encuesta conducida en octubre de 2002 entre los habitantes de los países árabes y musulmanes muestra sus opiniones sobre Estados Unidos: interrogados sobre lo que piensan de los valores norteamericanos más del 80% de los árabes musulmanes respondió que admiraban la concepción norteamericana de la democracia y la libertad. Sin embargo, cuando se les preguntó a esa misma muestra su acuerdo con la política norteamericana, menos del 10% respondió afirmativamente (“Muslim Opinion Polls”, The Economist, 19-25 de octubre de 2002, p. 43).

8 la iniciativa de paz saudita del príncipe abdala preveía la normalización de las relaciones de todos los Estados árabes con israel en el marco de un arreglo basado en tres principios: retiro israelí de todos los territorios ocupados en 1967, estableci-miento de un estado palestino en Gaza y Cisjordania (incluido Jerusalén Este), una solución justa al problema de los refugiados palestinos con base en la resolución 194 de la asamblea General de Naciones Unidas.

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boicot árabe contra el Estado hebreo y fortalecer el apoyo a la intifada palestina.9

a medida que Siria pretendía a un mayor activismo diplo-mático, corría el riesgo de pagar el precio del aislamiento si sustentaba su diplomacia en iniciativas demasiado alejadas de las opciones de sus vecinos. Esta condición condujo progresiva-mente a Damasco a activar una retórica como marco normativo de sus relaciones regionales, único medio que le permitía, sin grandes riesgos, contener la distancia que la separaba progre-sivamente de sus antiguos socios árabes como Egipto y arabia Saudita. así, a finales de marzo, Siria condenó la reocupación de facto de Cisjordania por el ejército israelí. Pero si Bashar al-asad acusó a israel de practicar un “nuevo nazismo”, el apoyo sirio a los grupos de oposición palestinos fue limitado. asad se unió a las condenas formales del presidente egipcio Hosni Mu- barak y del príncipe abdala de arabia Saudita (reunión de Sharm al-Sheij del 10 de mayo de 2002) ante “toda forma” de violen- cia, y ante los ataques suicidas palestinos contra la población ci- vil israelí.10

Tiro de gracia: la invasión de Iraq

la intervención militar en iraq en la primavera de 2003 activó los referentes geopolíticos de Siria y sus vecinos, y el eje sirio-egipcio-saudita recibió el tiro de gracia. Cuando washington reveló su intención de hacer de iraq el catalizador de su nueva estrategia para Medio Oriente, Damasco se esforzó en suscitar la emergencia de una oposición árabe común en el seno de los foros regionales e internacionales. En el plano del multilateralis-mo regional, poco antes de la caída de Bagdad, Damasco había pedido a los países vecinos aplicar el tratado árabe de defensa mutua.11 Siria insistió en la necesidad de presentar un proyecto común para reformar al organismo regional que facilitara la

9 Dina Ezzat, “aligning inter-arab boundaries”, y, del mismo autor, “a taste of thyme”, Al-Ahram Weekly, 28 de marzo-3 de abril de 2002, núm. 579, 2002.

10 Christopher Hemmer, “i told you so: Syria, Oslo and the al-aqsa intifada”, Middle East Policy, vol. 10, núm. 3, 2003, pp. 121-135.

11 Entrevista al diario libanés Assafir, 27 de marzo de 2003.

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institucionalización de una defensa árabe común, así como en la introducción en la Carta de la liga Árabe de dispositivos para su cumplimiento y castigos en caso de su violación.12

ante el fracaso de sus intentos, Siria inició un duelo de recri- minaciones contra Egipto y los países del Golfo, en particular Kuwait, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y arabia Saudi- ta, debido a su apoyo implícito o abierto a la invasión de iraq. Concretamente, Siria rechazó las propuestas de estos países que sugerían que la liga Árabe avalara la dimisión de Saddam Hussein, que, para Damasco, significaban encubrir la invasión angloamericana.13

Para la administración de George w. Bush, Siria se convir-tió en una amenaza para la paz y la seguridad internacionales. En los meses posteriores al 11 de septiembre de 2001, la Casa Blanca reconoció la ayuda egipcia y saudita en su caza de al-Qaeda, y se mostró reticente a reconocer el apoyo de Siria. la “guerra global contra el terrorismo” condujo a una coordinación prolongada de Estados Unidos con El Cairo y riad. Con éste último, el acercamiento se explica por el aumento vertiginoso del precio del petróleo a partir de 2000 y aún más a partir de 2004, que reforzó la importancia del reino y su papel en la es- tabilización de los precios del crudo.14 En cuanto a Egipto, su pe- so como “fiel de la balanza” y su “compromiso con la paz con israel” permitieron a este país conservar los favores norteame- ricanos. Siria, en cambio, que mantiene un estado de “ni gue- rra ni paz” con israel no parecía ofrecer flexibilidad de acción alguna al gobierno norteamericano. la administración de Bush formuló contra Siria dos acusaciones específicas: según la prime- ra, Siria poseía armas de destrucción masiva (las suyas y las ira- quíes, que los estadounidenses sospechaban, los funcionarios del gobierno de Saddam Hussein habían transferido a territorio sirio). la segunda acusación señalaba que Siria acogía a dirigen-

12 Al-Hayat, 24 de febrero de 2004.13 reuters, 17 de enero de 2003.14 Durante los preparativos de la invasión a iraq, el ejército norteamericano

contó con la ayuda logística egipcia, esencial para el paso de cerca de 650 navíos por el Canal de Suez; los sauditas, por su parte, se asociaron a la planificación militar en su fase final. Philippe Droz-Vincent, Vertiges de la puissance. Le “moment américain” au Moyen-Orient, París, la Découverte, 2007, p. 248.

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tes iraquíes y permitía la infiltración de insurgentes a través de su frontera. Bush finalmente aprobó la política de sanciones económicas y diplomáticas contra Siria elaborada por el Con-greso, que entró en vigor el 12 de mayo 2004.15

Con la invasión de iraq y el aislamiento diplomático de Damasco, la imagen que el régimen sirio intenta proyectar es la de un país que no necesita de sus socios árabes; busca suscitar el apoyo de las poblaciones que critican la actitud “laxa” de los regímenes hacia Estados Unidos en el tema iraquí y en el pales-tino. Durante las primeras semanas de la invasión, Siria adoptó un discurso abierto a favor de iraq, calificó a los líderes árabes de “marionetas” incapaces de defender sus intereses, y apeló a la solidaridad árabe para resistir la invasión. Un diplomático egipcio en Damasco admitió:

algunos países árabes, Egipto incluido, aconsejaron a los norteameri- canos atacar solamente a [el presidente iraquí] Saddam Hussein y su equipo, y dejar intactas a la policía y al ejército iraquíes. Damasco no quiso unirse a nuestra propuesta… [El presidente egipcio Hosni] Mubarak dio muchos consejos a Bashar desde el inicio. le aconsejó no tomar posiciones radicales.16

En la embajada saudita en Siria, un diplomático ofrece su interpretación:

Desde el inicio, el gobierno de Bashar cometió varios errores en política exterior. No quiso reconocer que el lenguaje internacional había cambia- do, que tenía que adaptarlo para poder dialogar con Estados Unidos. El régimen sirio no supo lidiar con la política norteamericana.17

En cambio, puede afirmarse que esa continuidad en la pos- tura siria ante la crisis regional y la alianza estadounidense-israe- lí se conectaba a una posición defensiva, articulada en torno a reivindicaciones de principios ideológicos, destinada a limitar los intereses de los más poderosos. En el marco de esta política

15 las sanciones, conocidas con el nombre de Syrian Accountability and Lebanese Sovereignty Restoration Act (salsa, ley sobre la responsabilidad de Siria y la soberanía de líbano), se aplicaron argumentando el apoyo de Siria al terrorismo, su ocupación de líbano, su programa de armas de destrucción masiva y sus obstáculos a la estabili-zación de iraq.

16 Entrevista por el autor en Damasco, 19 de enero de 2006.17 Ibid.

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defensiva de poder, el espacio árabe sirve a Siria para optimizar su imagen mediante la exaltación de la “solidaridad árabe”, en el sentido social y estatal del término.

la crisis de política exterior que, a partir de 2004, Damasco enfrentó en líbano (país sobre el que Siria ejercía un control militar, político, económico y diplomático desde 1989) confir-mó la desaparición del eje sirio-egipcio-saudita y la decisión de Siria de recurrir a políticas de provocación y desafío para ga- rantizar la estabilidad interna y la seguridad del régimen. No es lugar este ensayo para describir la crisis sirio-libanesa; basta recordar que la resolución 1559 (2 de septiembre de 2004) del Consejo de Seguridad de la onu, promovida por Francia y Es- tados Unidos, internacionalizó asuntos internos libaneses co- mo el desmantelamiento de las milicias palestinas y la desmi-litarización del grupo shiita Hezbollah,18 este último, socio de Siria y reflejo de la alianza que Damasco mantiene con te-herán desde los años ochenta. Enseguida, la posición de Siria se degradó aún más cuando se le señaló como responsable de la muerte, en febrero de 2005, del ex primer ministro libanés rafik Hariri en un atentado en Beirut. Cuando Siria se vio obligada a retirar sus tropas de líbano en abril de 2005, asad declaró: “Siria tiene su papel y sus prioridades en su entorno árabe y regional […]. Este papel será más fuerte con la voluntad de Dios y de nuestro pueblo”.19

Durante la crisis sirio-libanesa, los países árabes decidieron limitar sus contactos diplomáticos con Siria hasta que Damas-co reconociera que “no puede seguir presentándose como un Estado perturbador ante la comunidad internacional”.20 El presidente egipcio Hosni Mubarak decidió enviar a Siria al di- rector de los servicios de inteligencia, Omar Suleiman, y no a su Ministro de asuntos Exteriores, ahmed ali abul Gheit, para discutir la crisis libanesa con Bashar al-asad y su equipo. Damasco expresó su molestia21 ante lo que consideró una falta

18 thomas Pierret, “le couple syro-libanais dans la tourmente. ‘the Struggle for the Middle East’. Suite et fin?”, Cahiers du rmes, núm. 2, Bruselas, diciembre de 2004. Disponible en: http://www.rmes.be/2_tP1.pdf

19 Discurso del presidente Bashar al-asad ante el Parlamento sirio, 5 de marzo de 2005.

20 Al-Hayat, 18 de octubre de 2005.21 Ajbar Asharq, 24 de febrero de 2005.

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grave al protocolo diplomático; y el ministro sirio de infor-mación, Mahdi Dakhlallah, afirmó que “Siria no necesita de la mediación egipcia con los norteamericanos”. así, Bashar al-asad minimizó los esfuerzos egipcios del verano de 2005 con miras a mejorar las relaciones sirio-jordanas.22

En noviembre de 2005, en un momento difícil para la se- guridad territorial siria con el ataque de las fuerzas militares nor- teamericanas en la ciudad iraquí de tell-afar, cerca de la fronte-ra sirio-iraquí, la liga Árabe (aparentemente debido a presiones norteamericanas)23 rechazó la petición de Damasco de realizar una cumbre árabe extraordinaria para discutir las presiones y acusaciones occidentales contra Siria. Cuando las autoridades sirias decidieron arrestar a pescadores libaneses y cerrar la frontera sirio-libanesa durante el verano de 2005,24 Mubarak advirtió a Siria que si no terminaba con ese bloqueo económico, no la apoyaría frente a la “comunidad internacional”.

En cuanto a arabia Saudita, el príncipe heredero saudita abdallah ben abdel aziz aconsejó a Bashar retirar “rápidamen-te” sus tropas de líbano y de fijar un calendario para dicho reti-ro.25 a partir de la crisis provocada por la marginación política de su aliado rafik Hariri y posteriormente por su asesinato, riad aspiró a desempeñar un papel más amplio en líbano.26 Desde entonces, el desfile de figuras políticas libanesas a riad se volvió una imagen común. la mediación saudita permitió la formación del gobierno transitorio de Najib Miqati, así co- mo la llegada de Fouad Siniora al puesto de Primer Ministro en ju- lio de 2005. Sin embargo, a medida que las crisis en iraq y en líbano se tornaban explosivas, Egipto y arabia Saudita busca- ron romper el aislamiento de Siria. los líderes egipcios y sau-

22 Al-Khaleej, 9 de junio de 2005; entrevista de Bashar al-asad al diario Al-Hayat, 26 de junio de 2006.

23 Al-Manar (Palestina), 7 de noviembre de 2005.24 Asseyassah, 19 de julio de 2005.25 Intelligence Online, 4-17 de marzo de 2005, núm. 495, p. 4.26 la influencia saudita en líbano desde los años sesenta se apoya en varias

figuras libanesas del establishment sunita; mediante sus lazos con políticos y líderes como rafik Hariri los sauditas ejercieron una influencia en el sistema libanés. a medida que Siria aumentó su presencia y mediación en líbano, la de arabia Saudi- ta se volvió más discreta. Véase Marius Deeb, “Saudi arabian Policy toward leba-non Since 1975”, en Halim Barakat (ed.), Toward a Viable Lebanon, londres, Croom Helm, 1988, p. 181.

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ditas expresaron al Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi annan, su temor de que Siria se convirtiese en un “segun-do iraq”. En enero de 2006, riad presentó una iniciativa para encontrar una salida a la crisis política libanesa y para mejorar la relación sirio-libanesa que prácticamente restituía a Siria una posición dominante en el país de los Cedros.27 los gobiernos árabes pidieron a la Casa Blanca suavizar su política hacia Si- ria, alertando sobre los efectos de desestabilización que el de- bilitamiento del régimen de Damasco traería a líbano y la re- gión,28 así como retomar un papel de mediador efectivo en el conflicto palestino-israelí que les permitiría justificar su alian- za con Estados Unidos ante sus propias poblaciones.29

Pero el gobierno sirio evitó parecer débil ante los intentos de ayuda de sus contrapartes árabes. En su discurso del 10 de noviembre de 2005 en la Universidad de Damasco, Bashar al-asad evocó a quienes, en las semanas previas, habían intentado “deformar el contenido de los encuentros” con funcionarios ára- bes y agregó: “Cada vez que hablamos con funcionarios árabes […] todos entienden la posición siria y la apoyan, contraria-mente a lo que pretenden los medios de comunicación”. asad interpreta el trabajo de la comisión internacional encargada de encontrar y juzgar a los culpables del atentado mortal contra Hariri como un intento de atacar “nuestra identidad y nuestros valores nacionales como árabes, tal y como destruyeron la iden-tidad árabe de iraq” (discurso del 5 de marzo de 2005). Cuando Siria logró esquivar, en buena parte con mediación saudita, las sanciones internacionales que la acechaban en el marco de las in- vestigaciones de la comisión internacional sobre el asesinato de Hariri, asad agradeció las mediaciones rusa, kuwaití, qatarí y turca, mas nunca se refirió a la saudita.30

En el tema palestino, a partir de 2004, Siria disputa a Egipto (y a Jordania) el papel de intermediario presentándose como un

27 En particular, los primeros tres puntos del plan preveían: el cese de las campañas mediáticas recíprocas entre líbano y Siria; la formación de una comisión de seguridad conjunta; la coordinación sirio-libanesa en política exterior hasta que se instaure una paz general en la región.

28 Ajbar Asharq, 24 de febrero de 2005; Financial Times, 17 de junio de 2005.29 Le Figaro, 25 de marzo de 2005; reuters, 30 de junio de 2005.30 Al-Quds al-Arabi, 2 de diciembre de 2005.

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socio constructivo del nuevo liderazgo palestino encabezado por Mahmud abbas (perteneciente al-Fatah, formación de ara- fat), que fue elegido a la presidencia de la autoridad Palestina en enero de 2005. Sin embargo, Damasco no abandonó a los grupos de oposición palestinos como Hamas, lo cual le permitió incidir de manera constante en las negociaciones palestino-is- raelíes y en el diálogo intrapalestino. así lo ilustra el papel que Damasco desempeñó en el cese el fuego entre israelíes y pales- tinos negociado el 8 de febrero de 2005 (acuerdos de Sharm al-Sheij), en el acercamiento entre Mahmud abbas y uno de los dirigentes del brazo político de Hamas en exilio en Damas-co, Jaled Mesha’al,31 o en la declaración de El Cairo del 17 de marzo de 2005 que marcó la entrada de Hamas al sistema polí- tico palestino.32 las ventajas de la decisión de Damasco de apo- yar a éste grupo islamista se concretaron cuando, en enero de 2006, Hamas ganó las elecciones legislativas para encabezar al gobierno de la autoridad Palestina.

la posición de Egipto se debilitó debido a la política norteamericana en el conflicto palestino-israelí; se encontró desempeñando un papel de “bombero sin apoyo político para abordar los problemas de fondo”, mediante el despliegue de “un activismo diplomático que no deriva en avance concreto alguno”.33 Una fuente egipcia reconoció las “dificultades reales” que el país enfrentaba en su papel de mediador para detener la escalada de violencia intrapalestina34 desde que iniciaron las pugnas entre el Hamas y una fracción del Fatah en marzo de

31 Al-Hayat, 22 de enero de 2007, Daily Star, 22 de enero de 2007.32 En el diálogo de El Cairo participaron 13 facciones palestinas, así como el en-

tonces viceministro sirio de asuntos exteriores, walid al-Muallem. En mayo, varios grupos palestinos, como el Fatah, Hamas, Jihad islámica y el fplp-cg se reunieron en Damasco para dar seguimiento al acuerdo de El Cairo (afp, 23 de mayo de 2005).

33 Philippe Droz-Vincent, Vertiges de la puissance, op. cit., pp. 247, 250. Desde el desalojo de asentamientos judíos de Gaza y la presencia del ejército israelí en el vera- no de 2005, el ejército egipcio garantiza la seguridad de la frontera de Gaza. Varios secto- res de la opinión egipcia y árabe consideraron este papel como comprometedor para Egipto (Graham Usher, “Egypt in Gaza”, Al-Ahram Weekly, 1-7 septiembre de 2005, núm. 758).

34 Al-Hayat, 20 de diciembre de 2006. Fuentes palestinas atribuyen la decisión de las autoridades egipcias de restablecer el contacto con Hamas al temor de El Cairo de que grupos aliados a al-Qaeda reemplacen al Hamas en Gaza en caso de haber un va- cío de poder (Al-Quds al-Arabi, 29 de junio de 2007). Entrevista con el autor.

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2006 y que se prolongaron hasta los cruentos combates entre milicias rivales en Gaza en junio de 2007. Un diplomático egipcio en Damasco afirmaba, en una entrevista con el autor en diciembre de 2005, que “Siria se ha mostrado capaz de movilizar a las opiniones públicas de la región, a reflejar sus aspiraciones”.

Por lo anterior, puede decirse que la estrategia de desafío y provocación de Damasco disimula a penas su aspiración de ser reconocido por el sistema internacional como actor legítimo en el conflicto y la negociación regionales.

La “construcción” del creciente shiita

Una de las tareas de la política de poder siria después de 2003 es mantener el equilibrio entre los poderes saudita e iraní. Como ocurrió a finales de los años ochenta, Damasco persi- gue una doble política hacia el Golfo. Por un lado, se mantiene del lado de irán; por otro, ofrece una mediación entre teherán y las petromonarquías. Sin embargo, esta última tarea se vol- vió más delicada. En un contexto en el que la guerra en iraq dio un nuevo impulso a la movilización shiita transnacional, la alianza entre Siria e irán suscita temores casi obsesivos entre los países del Golfo, situación que contrasta con el periodo anterior a 2003; basta recordar que el príncipe heredero saudita abdallah ben abdel aziz había iniciado la normalización de las relaciones con irán y que ambos países firmaron un trata- do de seguridad (lucha contra el terrorismo y narcotráfico) en 2001.35

En el marco de la evolución de las crisis en iraq, Palestina y en líbano, la llegada al poder en irán del nuevo presidente Mahmud ahmadineyad (junio de 2005) realzó, relativamente, la posición de Damasco. la alianza que Siria e irán mantienen desde los años ochenta contribuye, bajo las condiciones del uni- lateralismo de Estados Unidos, a “equilibrar las amenazas” para disuadir o retrasar la concretización de las amenazas estadou- nidenses. la relación con irán sirve a Siria también para au-

35 Arabic News, 14 de abril de 2001.

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mentar su prestigio, para “venderse” mediante “una imagen que promueve sus fuerzas y minimiza sus debilidades”.36

Durante la visita que efectuó en Siria en enero de 2006, el presidente iraní Mahmud ahmadineyad expresó su deseo de profundizar la cooperación con el Hezbollah libanés y las organizaciones palestinas como Hamas. Hassan Nasrallah, se- cretario general del Hezbollah, y Nabih Berri (en su calidad de jefe del movimiento amal), estuvieron en Damasco para en-trevistarse con ahmadineyad, en el marco de la crisis guber- namental en líbano en torno a la definición de la resistencia y el desarme del grupo shiita.37 Para la administración de George w. Bush, lo anterior confirmaba que líbano se encontraba “amenazado por el eje sirio-iraní” y que Siria era la “acólita” de teherán,38 mientras que el embajador israelí ante Naciones Unidas describió a Siria e irán como un “nuevo eje del mal y del terror” que siembra “los granos de la primera guerra mundial del siglo xxi”.39 En junio de 2006, David Satterfield, consejero para iraq del Departamento de Estado acusó al Hezbollah de instigar la violencia en iraq”;40 acusación que repitió el general George Casey, comandante del ejército norteamericano en iraq.41 washington reiteró en varias ocasiones su preferencia por aliados “moderados” en la región, como Egipto, arabia Sau- dita y Jordania, que habían expresado sus temores de las am- biciones iraníes, de la consolidación de un eje shiita en la región (que se extendería de líbano a irán, pasando por el poder alauita en Siria y los shiitas iraquíes), y de ver crecer la oposición in- terna (islamista) contra sus regímenes.42

la guerra en líbano entre el Hezbollah e israel durante el verano de 2006 exacerbó las tensiones entre Siria, Egipto y arabia Saudita. Junto con amman, riad y El Cairo criticaron indirectamente y severamente las acciones del Hezbollah, cali-

36 Christopher Hill, “what is to be done? Foreign policy as a site for political action”, International Affairs, vol. 79, núm. 2, 2003, pp. 233-255 y 280.

37 sana, 21 de enero de 2006. Se trató de la primera visita anunciada de líderes shiitas desde el retiro de las tropas sirias de líbano en abril de 2005.

38 afp, 21 de enero de 2006.39 ap, 18 de abril de 2006.40 Daily Star, 22 de junio de 2006. Satterfield se negó a dar detalles.41 International Herald Tribune, 23 de junio de 2006.42 Inter Press Service, 25 de julio de 2006.

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ficando de “aventurista” la captura de los dos soldados israe- líes que desencadenó la guerra. Comentaristas sauditas califica- ron como intransigente el comportamiento sirio, y advirtieron a Damasco sobre las consecuencias negativas que ello le trae- ría.43 riad asistió a Estados Unidos en su tarea de debilitar al Hezbollah, al gobierno palestino de Hamas, a Siria y a irán. En particular, los esfuerzos de la Casa Blanca por disminuir la au-toridad de irán en líbano se apoyaron ampliamente en el prín- cipe Bandar bin Sultan, consejero saudita para la seguridad nacio- nal,44 que ocupó durante varios años las funciones de embajador de su país en washington.

Durante y después de la guerra entre el Hezbollah e israel, varios dirigentes árabes hicieron un llamado a la movilización contra el “peligro shiita”. asad entró entonces en una guerra verbal contra sus vecinos árabes. En un discurso pronuncia- do el 15 de agosto, asad calificó a los líderes árabes, sin nom-brarlos, de “semihombres”. a medida que la ofensiva militar israelí se extendía al territorio libanés, uno de los principales sheijs wahabitas sauditas, abdallah bin Jabreen, pronunció una fatwa declarando ilegal todo apoyo u oración a favor del Hez- bollah.45 las palabras de un periodista saudita abdoul rahman al-rasheed, de la cadena televisiva saudita al-Arabiyyah y anti- guo director del diario Asharq al-Awsat, son también revela-doras. rasheed afirma que, a diferencia de su difunto padre, Bashar no es capaz de remediar los errores que provocaron el deterioro de las relaciones sirio-sauditas: “la manera en la que Siria abrió las puertas a irán en iraq, Siria, líbano, Palestina […] cambia la carta de Medio Oriente y deja abierta la puer- ta a la guerra”.46

Durante la guerra entre israel y el Hezbollah, la ministra siria de Expatriados, Boutheina Cha’abane, que escribe con fre- cuencia en el diario saudita Asharq al-Awsat, expresaba la posi-

43 Seymour Hersh, “the redirection”, The New Yorker, 5 de marzo de 2007.44 En noviembre de 2006, durante una reunión en riad entre el entonces secretario

norteamericano de Defensa, Dick Cheney, y funcionarios sauditas, éstos se declararon listos apoyar a los sunitas de iraq.

45 L’Orient Le Jour, 20 de julio de 2006.46 Citado por Seth wikas, “Can Syria come in from cold?”, Policy watch Online/

washington institute for Near East Policy, 9 de marzo de 2007.

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ción de su gobierno: “El Hezbollah no […] lucha en nombre de Siria ni de irán como algunos quieren hacer creer a los árabes y musulmanes”.47 Denunciaba el proyecto norteamericano del “nuevo Medio Oriente” en el que los árabes “no tienen honor, derechos ni voz”48 e interpretaba la guerra como una iniciativa norteamericana destinada a compensar su fracaso en iraq.

Por su parte, el Ministro sirio de asuntos Exteriores, walid al-Mouallem, pidió a sus contrapartes árabes reunidas en Beirut, en agosto de 2006, que “felicitaran” al Hezbollah “defensor de la dignidad de la nación [árabe]”, y les invitó a acercarse a irán.49 Bashar al-asad y Hosni Mubarak se acusaron mutuamente de cobardía. Una fuente diplomática egipcia en Damasco dijo:

En Egipto comprendemos que irán y Siria desempeñan un papel distin- to en iraq, y que sus intereses no son los mismos. Sabemos que Siria no desea que irán domine a los shiitas de iraq […], que la alianza sirio-iraní resiste a todas las pruebas y que su carácter es estratégico, no religioso”. Este discurso consolador de nuestro interlocutor contrasta con las de-claraciones del mandatario egipcio Mubarak para quien “los shiitas del mundo árabe son más leales hacia irán que hacia sus propios países.50

luego de la ofensiva israelí contra líbano, el jefe del Hez-bollah, Hassan Nasrallah, debido a sus apoyos en líbano y a las consecuencias humanitarias de la operación israelí entre la población civil libanesa, parece haber salido de la guerra como uno de los hombres más populares en la región, incluso entre los sunitas de El Cairo o de riad.51 Durante la guerra, artículos periodísticos reportaban la molestia pública creciente en Egip- to, líbano y el mundo árabe ante la posición egipcia que cali-fican como “encubridora de israel”. Fue quizás por ello que El Cairo rechazó la petición norteamericana de ser la sede de la conferencia internacional para un cese al fuego, que finalmente tuvo lugar en roma. El Cairo fue duramente criticado por no

47 Asharq Al-Awsat, 24 de julio de 2006.48 Teshrine, 25 de julio de 2006.49 Annahar, 7 de agosto de 2006; ap, 23 de agosto de 2006; Elisabeth Picard, “le

Hezbollah, milice islamiste et acteur communautaire pragmatique”, en F. Mermier y E. Picard (eds.), Liban: une guerre de 33 jours, op. cit.

50 afp, 9 de abril de 2006. Entrevista por el autor.51 The Washington Post, 30 de julio de 2006.

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haber retirado a su embajador en tel aviv en señal de protesta contra la destrucción de líbano por el ejército israelí.52

Los juegos políticos internos y su interacción con las amenazas regionales

la ocupación estadounidense de iraq y los efectos regionales que produjo ejercieron una presión creciente sobre la agenda de política exterior e interior de los países árabes. Claramente, elementos estructurales e iniciativas provenientes de los ac- tores locales explican en buena medida esta situación; sin em-bargo, la imposición del proyecto neoconservador del Gran Medio Oriente contribuyó a alimentar la polarización de sus sociedades y sistemas políticos. la dinámica confesional en las relaciones de poder regionales que la guerra en iraq exacerbó, tiene repercusiones inevitables en la escena interna de varios países, y Siria no es la excepción.

Desde la llegada al poder de Bashar al-asad, la Hermandad Musulmana siria, en el exilio desde finales de los años setenta, intenta regresar a la escena política interna, esta vez con un dis- curso moderado y democrático.53 Paralelamente, graves in-cidentes repetidos entre grupos radicales y fuerzas del orden señalan que Siria se dirige a un futuro islamista irreversible.54 El espectro del islamismo se integró claramente a la agenda de

52 Dina Ezzat, “Cairo makes a U-turn”, Al-Ahram Weekly, núm. 806, 3-9 de agos- to de 2006. En el otoño de 2000, El Cairo retiró a su embajador en israel como res-puesta a la represión militar israel de la Segunda Intifada. Durante la guerra de 2006 en líbano, el presidente egipcio Mubarak consideró una “medida ineficaz” repetir el ges- to. En el tema palestino, El Cairo fue incapaz de persuadir a Hamas de liberar al sol- dado israelí que tomó como rehén el 25 de julio de ese año.

53 icg report, “Syria under Bachar (ii)”, op. cit., pp. 15-17. la rama siria de la Her- mandad Musulmana ya no exige, por lo menos públicamente, la introducción de la ley islámica (shari’a), y descarta llamar a la movilización sunita contra los alauitas como lo hizo en los años ochenta.

54 L’Orient Le Jour, 9 de diciembre de 2005. En junio de 2005, cuando las fuerzas de seguridad sirias sitiaron una “célula terrorista” en el barrio de Daff al-Shawk en Da- masco la televisión oficial mostró por primera vez panfletos de la célula Ejército del Sham para la Unidad y la Jihad. Diversos incidentes se registraron en la capital y en ciudades como Hama, alepo e idlib, que fueron escenario de los enfrentamientos san- grientos entre las fuerzas gubernamentales y la Hermandad Musulmana a finales de los años setenta y principios de los ochenta.

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seguridad de Siria; como actor no estatal, el islamismo condi-ciona progresivamente y ampliamente la voluntad de liderazgo del régimen sirio agregando a su espacio un eco social y trans-nacional mayor que en el pasado.

En Siria, como en todo el mundo musulmán, el movimien-to sunita salafista (de influencia wahabita y, por tanto, saudita)55 tiende a profesar un antishiismo visceral; la familia asad perte-nece a la profesión shiita. No debe olvidarse a este respecto la influencia de arabia Saudita como padrino de instituciones reli- giosas en Siria y los flujos constantes de estudiantes sirios que estudian en territorio saudita, en particular en la universidad islámica de Medina; esos estudiantes han creado una base, pe-queña pero sólida, que defiende las formas más conservadoras del islam en el seno del establishment religioso sirio. la políti- ca siria hacia riad puede entenderse a través del prisma de los intentos del régimen ba’athista de limitar o contrarrestar las re- presentaciones islámicas orgánicamente hostiles al régimen de asad. al minimizar públicamente el papel regional de la mo-narquía saudita, se trata de cuestionar la legitimidad de su papel y de hacer aparecer a Siria como el único líder y representante de la causa árabe.

Este ejemplo muestra el desafío que impone la interacción entre las dimensiones interna y externa de la seguridad, y la di- ficultad del régimen sirio para evitar la realidad interna del con- tagio de la evolución regional. Para el régimen de Damasco, to- da potencia rival intentará utilizar la carta de la presión sobre su sistema político y las relaciones entre el Estado y la sociedad para hacerle cambiar de comportamiento. Con el fin de desha-cer esa interacción, recurre a la provocación retórica puntual ante la imposibilidad de recurrir a la guerra.

Por su parte, El Cairo y riad temen la utilidad que para la proyección del poder de Damasco representan ciertas redes y actores pertenecientes a sus propios sistemas políticos y de la escena transnacional. así, en Egipto, la Hermandad Musulmana

55 En abril de 2004, las autoridades sirias detuvieron a 27 personas “por perte-necer a la corriente wahabita” (L’Orient Le Jour, 25 de abril de 2004). Para una visión general del paisaje religioso en Siria, léase la introducción de Paulo Pinto al capítu- lo iii, Religions et Religiosité en Syrie, en J. Courbage, Z. Gazzal et. al. (eds.), La Syrie au présent. Reflets d’une société, París, actes Sud, 2007, pp. 325-356.

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(que en 2005 avanzó en la arena electoral egipcia, suscitando la preocupación del gobierno de Mubarak) criticó duramente los reportes de la comisión internacional de la onu sobre el asesinato del ex primer ministro libanés rafik Hariri, argu-mentando que “fue publicado bajo presión estadounidense”.56

En Yemen, la Unión General de Estudiantes Árabes en Siria expresó su apoyo a los sirios ante “las presiones y campañas difamatorias de Estados Unidos y de los sionistas”.57 En octubre de 2005, unas 128 figuras jordanas enviaron a asad un mensa- je de solidaridad: “Es un honor para el pueblo árabe tener co- mo dirigente al presidente Bashar al-asad, quien enfrenta con decisión el desafío norteamericano”.58 Un buen número de dia- rios egipcios y jordanos hicieron lo mismo.59 El 10 de enero de 2006, partidos políticos jordanos visitaron Damasco para ma- nifestar su apoyo a la posición siria, algo que probablemente ex-plique que el rey jordano (con quien asad mantiene relaciones sumamente tensas desde 2003) se haya visto en la obligación de declarar que su país estaba “listo a estar del lado del gobierno y del pueblo sirios”.60

las facciones palestinas declararon su apoyo y criticaron el trabajo de la comisión internacional, calificándola de instru-mento al servicio de Estados Unidos.61 En líbano los apoyos no estatales que encuentra Damasco son más complejos,62 pero basta notar que, luego de la ofensiva militar israelí contra líba- no en julio de 2006, una parte del movimiento radical suni- ta optó por rechazar el juego institucional libanés, declarar el combate contra las resoluciones internacionales, mantener el estado de guerra con israel, y apoyar al régimen sirio y a la resis- tencia islámica (a pesar de que un grupo shiita como el Hezbo- llah la encarne).63 En el ámbito transnacional, el jefe del Hez-

56 Al-Watan, 31 de octubre de 2005.57 Arabic News, 15 de septiembre de 2005.58 Al-Jaleej, 25 de octubre de 2005.59 Arabic News, 8 de noviembre de 2005.60 ap, 8 de noviembre de 2005.61 Al-Qabas (Kuwait), 28 de octubre de 2005.62 Véase icg Middle East report: “Hizbollah and the lebanese Crisis”, núm. 69,

10 de octubre de 2007.63 Bernard rougier, “l’islamisme sunnite au liban face au Hezbollah”, en F.

Mermier y E. Picard (dirs.), Liban: une guerre de 33 jours, op. cit., pp. 117-118.

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bollah, Hassan Nasrallah, debido a la base popular con la que cuenta en líbano y a las duras consecuencias humanitarias que la ofensiva israelí provocó entre la población civil y la infra-estructura libanesas, pareció salir de la guerra como uno de los hombres más populares de la región, incluso entre la población sunita de El Cairo o de riad.64 El Cairo fue muy criticado por no haber llamado a su embajador en israel en señal de protesta contra el alcance de la agresión israelí contra líbano, como sí lo hizo en el otoño de 2000 durante las operaciones militares israelíes contra Gaza.65 la Hermandad Musulmana egipcia ex- presó su solidaridad con la resistencia shiita, y organizó una ma- nifestación de apoyo en la mezquita al-azhar. la encuesta de opinión efectuada en los países árabes en noviembre de 2006 por Zogby y el arab american institute confirma esta molestia creciente entre las poblaciones de la región.66

Hacia el año 2007, las relaciones sirio-sauditas parecieron regresar gradualmente al orden. Poco después de calificar a los líderes árabes de “semi-hombres”, Bashar al-asad llamó a Egipto y arabia Saudita a retomar la idea de las cumbres tripartitas con Siria.67 la cordialidad entre asad y el rey saudita abdala en la cumbre árabe efectuada en riad en marzo de 2007, se in- terpretó como el reflejo de la intención del reino saudita de dis- tanciarse de la política norteamericana, sobre todo porque du- rante dicha cumbre el rey calificó la presencia norteamericana como “ocupación”.68 Frente a una conferencia de prensa árabe en enero de ese año, en la capital Siria, el vicepresidente Faruk al-Chara’ se había referido a riad en términos positivos, esti- mando las relaciones bilaterales como “importantes para la es- tabilidad en Medio Oriente”, y agregando que lo serían aún más si Egipto e irán se unieran”.69 Pero pocos meses después, Siria regresó a la carga. En agosto, Chara’ denunció públicamente la “parálisis” de la diplomacia saudita.70 Haciendo alusión a la in-

64 The Washington Post, 30 de julio de 2006.65 Dina Ezzat, “Cairo makes a U-turn”, Al-Ahram Weekly, núm. 806, 3-9 de

agosto de 2006.66 reuters, 14 de diciembre de 2006.67 Haaretz, 7 de octubre de 2006.68 Le Figaro, 24 de agosto de 2007.69 Al-Hayat, 11 de enero de 2007.70 Cham Press, 15 de agosto de 2007.

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capacidad del reino de contribuir al mantenimiento de la unidad palestina, Chara’ busca reivindicar como victoria diplomática propia el acuerdo intrapalestino de la Meca,71 cuyos grandes lineamientos, dice, fueron definidos en Damasco.

la voluntad de poder de Siria tiene una contraparte asocia- da a objetivos de política interna. El régimen sirio tiene interés en aumentar la presión sobre la monarquía saudita por dos ra- zones principales. Una, coaccionar a sus aliados en temas que Damasco considera esenciales para su seguridad, como la presi-dencia libanesa y el tribunal internacional destinado a juzgar a los responsables del atentado contra rafik Hariri. la segunda razón puede interpretarse como una táctica de Damasco des- tinada al consumo interno, esto es, a la población siria, que en su mayoría es de confesión sunita. Esta mayoría es potencialmen- te sensible a lo que sucede a los sunitas de iraq y a la influencia cre- ciente de irán en iraq, líbano y la región.

las aprehensiones de los países árabes, especialmente de arabia Saudita, ante las ambiciones iraníes en la región y la “complicidad” de Siria con ellas se reflejaron, hacia finales del turbulento 2006, en una ola de informes en la prensa saudita según los cuales irán estaba llevando a cabo una campaña de conversión al shiismo entre la población siria, sobre todo en la región de Der al-Zor y las regiones kurdas, así como en algunas zonas de la capital, Damasco.72 Estos informes llegaron incluso a afirmar que el mufti de Siria, el sheij ahmad Hassoun, sucesor del mufti ahmed Kuftaro, tuvo que convertirse en secreto al shiismo para consolidar su posición. Según las mismas fuentes, un número de sheijs en las ciudades de Homs, Hama, alepo, latakia y Damasco habrían denunciado los cientos de miles de dólares provenientes de irán canalizados a su “invasión re- ligiosa de Siria”. Se trata de información difícil de verificar, pero que revela la angustia de algunos regímenes árabes. asimismo, permite medir la influencia saudita en la escena interna siria, sobre todo a la luz del apoyo, ambiguo pero perceptible, de la monarquía saudita a un sector de la oposición siria, el Frente

71 El 8 de febrero de 2007 se firmó el acuerdo de la Meca, bajo égida saudita, para constituir un gobierno palestino de unidad nacional. Este se formó finalmente el 15 de marzo bajo la dirección de ismail Haniyeh.

72 Asseyassah, 12 de octubre de 2006.

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Nacional de Salvación —formación creada por la alianza entre la Hermandad Musulmana y el ex vicepresidente sirio abdel Halim Jaddam—, en exilio en París desde finales de 2005.73 En esos meses turbulentos, el poder sirio sospechaba que algunos países occidentales y árabes buscaban reemplazar a asad con un “sunita presentable” para conducir a Siria.

la política reactiva de los sauditas refleja los intereses de un régimen sumamente religioso y conservador, que naturalmente entra en conflicto con el “populismo diplomático” por el que el régimen de Damasco busca confirmar a Siria como el actor es- tatal con la posibilidad, por vez primera, de posicionarse, con el Hezbollah libanés, en campeón del mundo árabe (en el pa- sado, esa posición había sido ocupada por el presidente egipcio Gamal abdel Nasser en los años cincuenta y sesenta, la revolu-ción palestina y el presidente libio Muammar al-Gaddafi en los setenta, el iraquí Saddam Hussein en los ochenta). a los sau- ditas, egipcios y jordanos les preocupa el apoyo que diversos grupos no estatales de oposición encuentran entre sus propias poblaciones y que atizan los problemas de legitimidad política de sus regímenes. los movimientos de protesta social, funda- mentalistas o nacionalistas pueden en determinado momento buscar el apoyo sirio; utilizan sus relaciones con Siria como un instrumento de oposición a la política “pronorteamericana” de sus propios gobiernos.

la política siria se distingue así de la saudita. Por un lado, esta última no converge siempre con la de su aliado norteame-ricano. así, durante la apertura de la cumbre árabe en riad en marzo de 2007, el rey saudita denunció por primera vez “la ocupación extranjera ilegal” de iraq, mientras que George w. Bush calificó el papel de arabia Saudita como “contrapro-ducente”74 debido a su apoyo financiero de los grupos sunitas iraquíes insurgentes. El rey saudita abrió el diálogo con teherán y el Hezbollah, y anuló la visita que debía efectuar a la Casa Blanca en abril de 2007. Sin embargo, por otro lado, el esfuerzo

73 upi, 20 de octubre de 2006.74 New York Times, 27 de julio de 2007. Funcionarios militares y de los servicios

de inteligencia norteamericanos confirmaron que casi la mitad de los combatientes extranjeros en iraq son sauditas (Martin indyk, “the honeymoon is over for Bush and the Saudis”, Washington Post, 29 de abril de 2007).

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saudita de tomar sus distancias respecto de la política norteame-ricana deriva de una visión puramente conservadora, ya que trata, ante todo, de limitar el impacto de las contradicciones diplomáticas del país, o la alianza con Estados Unidos versus legitimidad en el mundo islámico. la política saudita ha sido reactiva ante el nacionalismo progresista de los años sesenta, el islamismo revolucionario proiraní en los ochenta, el exceso de hegemonía norteamericana en los noventa, la expansión iraní-shiita en 2000. Esta política es el resultado lógico de las estructuras sociopolíticas de la monarquía saudita en el con-texto geopolítico e histórico que le es propio, así como de la política estadounidense en el conflicto árabe-israelí que limita estructuralmente su papel mediador y restringe el alcance de sus iniciativas.

la cumbre árabe en Damasco en marzo de 2008 reflejó que las relaciones tripartitas seguían en franco deterioro. El presi- dente egipcio y el rey saudita, junto con otros nueve líderes árabes, boicotearon la cumbre. El Cairo recibió a líderes de la mayoría parlamentaria libanesa (“antisiria”) como walid Jum-blat y Samir Geagea; por su parte, el régimen sirio permitió manifestaciones en las que se escucharon lemas contra Egipto por la decisión de éste de cerrar el cruce fronterizo con el te-rritorio palestino de Gaza; el canciller sirio walid al-Muallem calificó la mediación egipcia entre las facciones palestinas como “parcial en contra de Hamas”.75

Conclusiones

a partir de 2003, la voluntad de poder de Siria se volvió, por primera vez, un “blanco legítimo” para países árabes como Egipto y arabia Saudita. al mismo tiempo, el alcance de la oposición regional al papel de Damasco se ha visto limitado por las consecuencias que la inestabilidad política y social en Siria podría tener para los intereses de seguridad regional de washington y sus aliados árabes en la región.

75 Mohammad Salah, “Cairo, Damascus and arab temperaments”; Dina Ezzat, “interests come first”, Al-Ahram Weekly, núm. 7, noviembre de 2008.

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las imágenes y percepciones recíprocas entre Siria, Egip- to y arabia Saudita surgen de la interacción entre ellos y de la posición relativa que cada uno ocupa en el sistema interna- cional. El espacio regional y su interacción con el sistema in- ternacional contribuyen en buena medida a la redefinición del poder de Siria y sus relaciones con los dos países árabes que as- piran, como ella, a un liderazgo regional. Mientras que para Egipto, la dinámica entre las esferas regional e internacional confirma un liderazgo basado en su importancia demográfica y sus mediaciones político-diplomáticas, y para arabia Saudita, un liderazgo basado en reivindicaciones sociales conservadoras, para Siria esa interacción ratifica un papel que se apoya en los principios del panarabismo y en una autonomía en política exterior que puede tomar la forma de oposición y protesta en determinadas circunstancias, especialmente en el contexto de la ruptura del orden regional ocurrida en 2003. El Estado sirio proyecta una imagen de víctima de complots fomentados por los Estados rivales y enemigos; intenta, también, reivindicar una posición moral superior en la escena internacional. Por esa vía, Siria busca conservar su “especificidad” como potencia me- dia árabe.

Egipto y arabia Saudita también se apoyan en movimien-tos populares y en dinámicas sociales para obstruir deliberada-mente las ambiciones de Siria. Sin embargo, en la medida en que están conscientes de que la supervivencia de sus regíme- nes depende de su capacidad de justificar ante sus propias socieda- des la alianza que mantienen con la potencia hegemónica, bus-can el apoyo de ésta para lidiar con preocupaciones relacionadas con su seguridad nacional (convencional y económica). Egipto y arabia Saudita se perciben y son percibidos como países ára- bes “moderados”, esto es, favorables a un compromiso más de-terminado con Estados Unidos en el terreno palestino-israelí y otras crisis regionales. El problema es que la concepción de ese papel se ha encontrado cada vez más alejada de la situación de fragmentación regional; esto es, en el caso de El Cairo y de riad, se ha ampliado la brecha existente entre los objetivos declarados en su estrategia de política exterior y los resultados concretos al- canzados. ante el conflicto generalizado en Medio Oriente, riad y El Cairo intentan adaptar sus posiciones, divididos entre

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su alianza con washington y las frustraciones de su opinión pública. Siria también enfrenta mayores dificultades para hacer corresponder el papel que asume públicamente como potencia media árabe con sus decisiones concretas; sin embargo, puede decirse que las variaciones se han visto contenidas por las con-diciones relacionadas con el conflicto territorial que mantiene con israel y la ausencia de perspectivas de paz.

las elecciones parlamentarias y la instauración del tribu- nal internacional en líbano, así como la persistencia de la vio- lencia en Gaza indican que la relación de Siria con Egipto y arabia Saudita conocerá nuevas turbulencias. las relaciones egipcio-sauditas con Siria dependerán en buena medida de la política de la nueva administración encabezada por Barack Oba-ma. lo anterior confirma la primacía de los límites globales, es decir, los que impone la hegemonía de Estados Unidos en la región, en la explicación de las relaciones interárabes. v

Dirección institucional del autor:Centro de Estudios InternacionalesEl Colegio de México, A. C.Camino al Ajusco 20Pedregal de Sta. TeresaC. P. 10740México, D. F.

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