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He pedido a Renato coloque al pintor abajo y exagere la brocha y la pintata (baldes de pintura, pintura chorreando... como que la nueva gestión entra con todo y lo cambia todo (para bien o para mal). Además: La dama de las pelucas / Kundera y un elogio a la insignificancia / El último huaquero La figura del alcalde en retrospectiva ¿EN EL COLOR ESTÁ LA DIFERENCIA? UN PUEBLO DE LEYENDA. Cosas que pasan en El Rosal LO QUE NATURA SÍ DA. Un paseo a través del Jardín de los Sentidos PROFESIONALES CON CALLE. Dos sicólogos y una cruzada por el orden REVISTA DE LA FACULTAD DE COMUNICACIONES DE LA UNIVERSIDAD PRIVADA DEL NORTE AÑO XIII | N°80 | noviembre 2014

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Edición Nro 80 Revista de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Privada del Norte Diciembre 2014

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He pedido a Renato coloque al pintor abajo y exagere la brocha y la pintata (baldes de pintura, pintura chorreando... como que la nueva gestión entra con todo y lo cambia todo (para bien o para mal).

FACULTAD DECOMUNICACIONES

Festival de VideoExposición FotográficaTalleresMesa RedondaY mucho más

Del 17 al 21 de Junio

Semana deComunicaciones

www.upnorte.edu.pe

Informes Campus Trujillo:[email protected]

Además: La dama de las pelucas / Kundera y un elogioa la insignificancia / El último huaquero

La figura del alcalde en retrospectiva¿EN EL COLOR ESTÁ LA DIFERENCIA?

UN PUEBLO DE LEYENDA. Cosas que pasan en El Rosal

LO QUE NATURA SÍ DA. Un paseo a través del Jardín de los Sentidos

PROFESIONALES CON CALLE. Dos sicólogos y una cruzada por el orden

R E V I S T A D E L A F A C U L T A D D E C O M U N I C A C I O N E SD E L A U N I V E R S I D A D P R I V A D A D E L N O R T E

A Ñ O X I I I | N ° 8 0 | n o v i e m b r e 2 0 1 4

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Las opiniones vertidas en los artículos firmados son de exclusiva responsabilidadde sus autores y no reflejan necesariamente las opiniones y juicios de DÍATREINTA.

AÑO 13 | Nº 80 | noviembre de 2014Revista Editada por la Facultad de Comunicaciones

de la Universidad Privada del Norte

DIRECTORLuis Eduardo García

EDITOR Y CORRECTORRichard Licetti

ILUSTRACIÓN DE PORTADARenato Barrantes

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓNJosé Carlos Castillo

COLABORADORESHugo Fernández-Dávila

Carla CastroJosé Carlos Romero

Oscar PazDavid Navarrete

José Carlos PérezValeria Licetti

FOTOGRAFÍAGerardo Cailloma

Ana Lucía Rodríguez-Novoa

COLUMNISTASLuis Eduardo García

Orietta BrusaAlfieri Díaz

Richard Licetti

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Brillantes y mediocres

Todos hemos elaborado alguna vez una lista de las mejores películas, libros, canciones, actores o actrices. La lista de temas a elegir es interminable y casi siempre parte de la idea de que nuestra selección es la mejor. Tengo la impresión que este gusto por las listas top va de la mano con el devenir de un mundo “altamente competi-tivo” en el que lo mejor no es luchar, sino ganar a cualquier precio.

Los criterios de nuestra selección son siempre subjetivos y tie-nen como base el impacto emocional, la simple empatía que esta-blecemos con lo que hemos elegido o lo que dicen las estadísticas. Al mismo tiempo damos por descontado que se trata de algo “ad-mirable o sobresaliente en su línea”; es decir, brillante. Muchas ve-ces nuestras preferencias coinciden con las de otros seres humanos y ya está. En la coincidencia está la certeza.

Jorge Luis Borges decía que la democracia era una invención de la estadística. Supongo que la elección de, por ejemplo, la lista de las 10 películas más taquilleras de la historia es también un es-pejismo de los números, en tanto la lista nos informa de las diez películas que han obtenido más ganancias en la historia, pero no

de las diez mejores desde el punto de vista estético. Sin embargo, a la hora de elaborar nuestra lista predilecta las cifras afloran y condi-cionan de alguna manera nuestro punto de vista.

Se elaboran listas para elegir los mejores de la últimos diez, veinte, cincuenta o cien años. La FIFA elabora cada mes, creo, un ranking sobre las mejores selecciones de fútbol, lo mismo hace una encuestadora cada año sobre los personajes más poderosos del país y lo mismo hace una empresa internacional sobre las universidades más prestigiosas del planeta. Listas por aquí y por allá; todas desti-nadas a buscar al mejor.

Pero así como existe lo brillante o “admirable o sobresaliente en su línea”, existe también lo opuesto, lo mediocre, aquello que

tiene calidad media o es de poco mérito y tira más bien para malo. Y para esta condición existen asimismo listas, selecciones, rankings. Son célebres, en este sentido, los anti-Oscar. El poeta César Calvo se propuso una vez elaborar con un amigo la lista de los poetas mediocres del Perú. Alguien le citó un nombre y él respondió con ingenio: “Ese es tan mediocre que no sirve ni siquiera para integrar la lista de los más malos”. Tengo la impresión que en la confección de las listas que buscan a los peores hay, digamos, un poco de mala leche y de crítica malintencionada. En cambio en la preparación de las que buscan a los mejores se percibe buenas intenciones, por decirlo de alguna manera.

Mal que bien, la mayoría tiende a percibir rápidamente aque-llo que la mayoría considera como bueno. ¿Por qué la mediocri-dad es más tardía en reconocerse? Seguramente porque se trata de una suma de acciones destinadas a encubrir lo gris, lo escaso de valor, lo anodino más que de una condición. Veamos. Un personaje mediocre hace todo lo posible para publicitarse en los medios o para que hablen de él, se rodea de aduladores, encubre

sus limitaciones con una falsa sabiduría y un lenguaje críptico, habla mal de los competidores y no sabe distinguir entre lo au-téntico y lo huachafo.

Pero así como no se puede evitar la proliferación de listas que buscan a los mejores del mes, de la década o del siglo, el mercado y los medios alientan también la publicación de las listas que “con-sagran” a los mediocres bajo la artificiosa premisa del equilibrio universal. En este esquema la brillantez es proporcional a la medio-cridad. Es la obra de la civilización del espectáculo, del juego por el juego, del escándalo por el escándalo. El mundo está dominado por los mediocres y su grisura. El justo medio, el recato y la sobriedad no tienen permiso de ingreso.

C U A D E R N O D E L T R I B A L

Escribe: Luis Eduardo GarcíaDirector de la Facultad de Comunicaciones (Trujillo)[email protected]

En un mundo altamente competitivo, la brillantez parece ser la premisa. Sin embargo, la civilización del

espectáculo ha consagrado también a la mediocridad como una forma del éxito entre bambalinas.

“El poeta César Calvo se propuso una vez elaborar la lista de los poetasmediocres del Perú. Alguien le citó un nombre y él respondió: “Ese es tan

mediocre que no sirve ni siquiera para integrar la lista de los más malos”.

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“No podemos permitir el abuso de que sin tener nada concreto, simplemente

quieran abrir investigación”. (sic)

“Hay un fenómeno medio raro, no sé si es producto de la prensa o de

Kenji (Fujimori) que me comenzaron a decir ‘Batman’, y creo que

los chiquitos se la han creído porque me quieren un montón”. “Hay

un fenómeno medio raro, no sé si es producto de la prensa o de Kenji

(Fujimori) que me comenzaron a decir ‘Batman’, y creo que los chi-

quitos se la han creído porque me quieren un montón”.

Presidente Ollanta Humala en alusión al seguimiento que el

Congreso abriría al prófugo operador. (El Comercio, 13.11.2014)

Jactancioso ministro del Interior Daniel Urresti

durante su presentación en CADE 2014.

(Perú21, 13.11.2014)

Dichos y Hechos(frases y actos de la fauna mediática)

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“Pocas veces se ha visto un espectáculo tan bo-chornoso, tan barato, tan bajo como el que hace el programa de la competencia”.

“No va a haber nadie que se pueda victimizar señalando que son perseguidos políticos”.

“Aspiro a que sea más importante saber quién es el ministro de Educación antes que el de Economía”.

Conductor de televisión Rodrigo González, (aka “Peluchín”), fustigando aparente interferencia a un enlace

en vivo por parte de sus competidoras. (Perú21, 13.11.2014)

Ana Jara, presidenta del Consejo de Ministros, tras la captura de Rodolfo Orellana. (La República, 13.11.2014)

Pablo de la Flor, presidente del Comité Organizador de CADE 2014. (La República 13.11.2014)

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A contrapelo de su solera y blasones, Trujillo ha tenido una suerte dispar con sus alcaldes. El primero de la lista, Rodrigo Lozano Méndez, oleado por Francisco Pizarro

en 1535, no fue precisamente un modelo de virtud. Aquí algunas de sus perlas.

Escribe: Hugo Fernández-DávilaEstudiante de Ciencias de la Comunicación

Hoy como ayer

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Ah, Trujillo querido. No es raro que tu último alcalde haya renunciado a ti para buscar un puesto que satisfaga más su ego. Y tampoco te extrañes si es que renuncia nuevamente más adelante. Debes añorar épocas en que gobernaban perso-nalidades que se preciaban por tener cultura y buen gusto. Tie-nes, felizmente, hermosos vestigios sobrevivientes de aquellas gestiones. Obras funcionales, hechas para mejorar la vida de los trujillanos, como la construcción de la avenida América y la avenida España, gracias a don Víctor Julio Rossell Piazzini, que fue tu alcalde durante doce años. Cuánto debe dolerte ahora el que obras hechas con grandes presupuestos sean motivo de quejas por parte de tus ciudadanos.

“Lo que debe hacer el nuevo alcalde es construir un par de by-pass más para que el centro se descongestione y el sentido del jirón Orbegoso regrese a como estaba antes”, dicen algunos taxistas que detestan, tanto como las multas, el hecho de te-ner que ir hacia el centro histórico. “El by-pass funciona, pero

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ha congestionado demasiado el centro”, opinan otros. Hace algunas semanas elegimos a quien dirigirá tus destinos durante los próximos cuatro años. Quisiéramos creer que será una gestión más competente, pero la incertidumbre está en la cabeza de muchos electores. La des-confianza por parte de nosotros, tus ciudadanos, no está injustificada, Trujillo querido. Tú lo sabes mejor que nadie. Han hecho de ti lo que han dispuesto. Antaño, la segunda ciudad más importante del país, la capital de la cultura, la capital de la primavera. Ahora, frases como “los que me conocen de cerca saben que no leo, que nunca escribo”, son motivos de burla en una festividad cultural como la Feria In-ternacional del Libro. “La capital de la delincuencia”, rotulan otros. ¿Podríamos esperar más si las primeras personas que presidieron tu cabildo en calidad de alcaldes no se diferencian de los que ahora ma-nejan tu municipio?

El primeroPropuesto por Miguel de Estete y aprobado por Francisco Pi-

zarro en 1535, el primer alcalde fue Rodrigo Lozano Méndez. Como alcalde de segundo voto estuvo Blas de Atienza Sánchez, quien ejerció como teniente alcalde.

El cabildo primigenio funcionaba en casa de don Rodrigo Lo-zano y es la edificación donde ahora está el Banco Central de Reserva, jirón Pizarro 446. Don Rodrigo Lozano estuvo a cargo del cabildo solo por un año. Es por eso que nadie lo conoce más que por ser el primero. Por Trujillo no hizo mucho. Pero sí bastante más por él mismo y por su familia.

Diríase que Lozano tuvo un accionar irrelevante. Lo prioritario para él era gobernar su Encomienda, que se extendía a lo largo del va-lle de Guañape, actualmente valle de Virú. Por esta razón le dio muy poca importancia al cabildo de Trujillo. La historia, tiene usted razón, es circular. Por órdenes de la corona española, Lozano no podía vivir en Guañape porque tenía el deber de quedarse en Trujillo. Por eso encargó a sus mayordomos el gobierno de la ciudad.

Cuando don Rodrigo Lozano decidió sentar reales en Trujillo, Francisco Pizarro, que se encontraba en Lima, sufría la sublevación de Manco Inca, quien estaba listo para ingresar a la capital y acabar

con la conquista. Entonces, Pizarro ordenó inmediatamente a Lo-zano que despoblara Trujillo para defender Lima, poniendo antes a salvo a mujeres y niños. Don Rodrigo hizo caso a Pizarro y resguardó, efectivamente, a mujeres y niños –españoles y mochicas -, pero sacó ventaja de la orden para favorecer a su esposa e hijos, mandándolos en un barco a Panamá. Una vez más utilizó su poder en beneficio personal.

Al enterarse del hecho, Pizarro decidió quitarle la Encomienda, y de esta forma don Rodrigo se dedicó únicamente a los menesteres de la alcaldía de Trujillo. Su hijo Alonso quedaría como representante de su Encomienda, y sin pena ni gloria don Rodrigo concluyó sus labores de alcalde en 1536.

La labor de Lozano como alcalde fue, principalmente, hacer cumplir las tareas a sus regidores. Parte de ellas era la correcta repar-tición de los recursos –alimentos, agua– que llegaban de la Enco-mienda de Guañape. El alcalde, por supuesto, ordenaba que la mayor cantidad de alimentos llegaran a su casa y dejaba de lado a la “in-diada”. En cuanto a la distribución del agua -que se hacía mediante canales que aún pueden verse en la plazuela El Recreo evitando que los vidrios que los cubren se rompan con las pisadas–, don Rodrigo ordenó que se diera prioridad al canal que cruzaba frente a su casa.

Podemos desprender de su paso por el cabildo que don Rodrigo Lozano hizo un trabajo a medias y se aprovechó de cuanto pudo. Toda similitud con gestiones contemporáneas es pura coincidencia.

El últimoEl último alcalde, como vemos, no se diferencia mucho del

primero. Así como Lozano, ha utilizado su poder para fines indi-viduales. Solo hace falta recordar el titular “Cerrarán vías por ce-lebración del cumpleaños de César Acuña”, o ver los colores que predominan en las obras ejecutadas, las pistas que se reparan cada cierto tiempo porque se deterioran muy rápido, la falta de semáfo-ros en cruces de avenidas (Túpac Amaru con Salvador Lara, Uceda Meza con Salvador Lara y otras) que apremian más que un by-pass. Asaltos, asesinatos, basura y tantas otras maravillas que la última gestión no supo resolver.

“Podemos desprender de su paso por el cabildo que don Rodrigo Lozano hizo un trabajo a medias y se aprovechó de cuanto pudo. Toda similitud con

gestiones contemporáneas es pura coincidencia.”

Tomado del blog Historia documental de Trujillohttp://historiadocumentaldetrujillodelperu.blogspot.com/de Adolfo Vega Cárdenas.

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ViVir paracontarlo

Dos jóvenes sicólogos se internan en los barrios bravos de la ciudad predicando orden, justicia y templanza. Lograron sortear

las adversidades y, mejor aún, empiezan a cosechar frutos.

Escribe: Carla CastroEstudiante de Ciencias de la Comunicación

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Los vecinos no los dejaban en paz ni un día. Desde que anun-ciaron su regreso de vacaciones, casi con bombos y platillos porque organizaron una pequeña reunión que terminó en fiesta, los líderes de El Molino – La Intendencia los perseguían como gatos a ratones. Acababa, también y para su mala suerte, la época de vacaciones escolares, lo que significaba que no tendrían líderes juveniles dispo-nibles. A los vecinos poco les falta para llevar en su bolsillo una foto de la señora Colomba a modo de estampita, porque si ella te conoce los rateros no te hacen nada.

En la oficina del Centro de Escucha, que no es más que un espacio lleno de escritorios, sillas de plástico, cajas, libros y perió-dicos viejos, dentro del complejo de la Casa de la Juventud, están reunidos María Alejandra y José, ambos psicólogos, con la señora Marita, otra líder vecinal que, para no perder la costumbre, ha ido a última hora a organizar un evento para su comunidad. Más tarde, Mariale y José, con el polo verde del Centro de Escucha, sin objetos de valor, en realidad sin objetos, excepto por el celular de José, salen a caminar por las desiertas, difíciles y temerarias calles de El Moli-no – La Intendencia. Caminar por aquí es como asistir a una fiesta sorpresa: nunca sabes lo que va a pasar, quién va a pasar, lo que vas a ver o, peor aún, lo que te va a pasar.

Durante los recorridos y visitas a los actores, se siente familiari-dad, encontramos rápidamente el punto en común a través de la escu-cha y teniendo objetivos claros, escribe José en su diario de campo. María Alejandra, que ya tiene dos años trabando aquí, le dice que tenga cuidado, que en sus primeros días se limite a saludar a las personas, mas no a entablar extensas conversaciones, pues él no los conoce y los vecinos a él, tampoco. Poco a poco, José irá haciéndose un espacio entre los vecinos y ganándose su confianza.

Para los recorridos de campo hay que observar reglas claras como el agua e indiscutibles. Si no estás de acuerdo, no salgas.

Regla N° 1: No llevar objetos de valor tales como celulares, reproductores de música, cámaras fotográficas, carteras, dinero, aretes, pulseras, anillos, collares, ni siquiera tus zapatillas, que segu-ramente son Nike o Adidas. Más que prevenir que seas asaltado o pongas en riesgo tu integridad, esta regla sirve para prevenir futu-ras incomodidades o rencores con los vecinos de esta urbanización, porque estarás constantemente en contacto con ellos e, incluso, rea-lizarán actividades juntos. Las únicas personas autorizadas a rom-per, parcialmente, esta instrucción son Jessica y el supervisor de Trujillo, Renato. Parcialmente porque lo único que pueden llevar es un celular chanchito.

Regla N° 2: Saludar a todos los vecinos con que te cruces, así sean ladrones. Tal como dice la regla, tienes que saludar a todos, así tengan la cara cortada, estén borrachos o drogados. Esto para hacer-te conocido entre los vecinos, para que tu presencia se haga notar.

Regla N° 3: Si eres testigo de cualquier acto violento, no lla-mes a la policía. Si viste algún robo o pelea, no grites ni digas nada. Nunca pasaste por ahí y nunca viste eso. Si lo haces, los vecinos te mirarán como enemiga (o) y el desarrollo del proyecto se puede complicar o, en el peor escenario, venir abajo.

Regla N°4: Camina siempre por la pista. Como dijo Jessica, la supervisora de Lima, si caminas por la pista, estás dando a entender que no tienes miedo.

Regla N° 5: S quieres disminuir las probabilidades de un asal-to, usa un polo del Centro de Escucha, así te mueras de calor.

Regla Nº 6: No hagas gestos de asco si observas algo desa-gradable. Por lo menos, espera a voltear la esquina. Si sigues estas

reglas, posiblemente el recorrido no sea peligroso y tu vida esté a salvo.

De hecho, una vez, el año pasado, una joven que formaba parte del proyecto (ya no está por obvias razones), llevó su cartera a uno de los recorridos de campo. Según cuenta María Alejandra, ella caminaba, a paso lento, pero aun así inseguro, con Melissa y Marita. Melissa, con su cartera, se atrasó y Marita y María Alejan-dra siguieron caminando. Cuando Melissa gritó, ya era muy tarde: le habían quitado la cartera. Ni Marita ni Melissa están este año en el proyecto. Valiente Mariale.

Mariale ha sido testigo de varios asaltos y nunca ha dicho nada, más que consolar a las víctimas. Cuenta que todos los la-drones, después de su travesura, corren hacia Putumayo, hacia “La Gorda”, madre de todos los vicios, delincuentes, drogadictos y más de esa urbanización. Así le dicen: “La Gorda”. Se esconde detrás de un gran portón.

Putumayo ha sido siempre la manzana de la discordia, una especie de esponja que atrajo a los que no tenían trabajo y querían dinero fácil. Es la calle más peligrosa de este territorio y se divide en dos: los de arriba y los de abajo. Los de arriba, como los mismos habitantes dicen, son los que estudiaron y son alguien en la vida, y los de abajo nunca terminaron, no tienen trabajo y roban porque no saben hacer otra cosa. Con los de abajo no conversan tanto, solo lo necesario: “Buen día”, “No se olvide de la actividad de este sábado” y cosas generales. La señora Meche, una de las líderes vecinales, tímida pero entusiasta y activa cuando de hacer actividades para su comunidad de trata, piensa que lo que falta es orientación y que se lleven a todos los bandidos a la cárcel porque son mala influencia para los niños y jóvenes. Con su delgada voz, dice que todos saben lo de todos y que los de la vida fácil están identificados y no respe-tan ni a sus propios vecinos. Así de grave.

Como en cualquier lugar, siempre se reúnen grupos de amigos a conversar y/o tomar. En uno de los recorridos de campo, a media mañana, José y María Alejandra se encontraron con tres individuos: un policía, un desempleado y un payaso. Con “Papucho” y los vecinos sentí camaradería gracias a un amigo en común con quien se pudo romper el hielo y recordar épocas escolares. Cuando “Papucho” saca el revólver, pensé que era colega (policía) de nuestro común amigo, por lo cual estuve tranquilo, aunque a Mariale y Cynthia las noté un poco nerviosas. Horas después descubrimos, por boca de la señora Marita, mamá de Papucho, que él no era policía, son las palabras exactas de José, según su diario de campo.

María Alejandra dice: En el recorrido nos acercamos a conversar con los vecinos que se encontraban tomando, pues nos preguntaron qué hacíamos y les explicamos. En el transcurso de la conversación nos saca-ron un arma, lo que causó, en mí, un momento de angustia; al guardar el arma nos quedamos 5 minutos más. Pasamos por todo Putumayo y se encontraban reunidos la mancha que pone a los vecinos inseguros, la cual nos saludó y no mostró ninguna actitud negativa, lo que no me causó malestar ni miedo ya que nos conocen y tenía la seguridad de que no nos harían nada.

Si durante el día hay peligro, de noche la situación, o mejor dicho, el miedo, empeora. Solo salen a hacer recorrido de noche cuando viene Jessica. María Alejandra y José trabajan para preve-nir el consumo de drogas, al igual que Jessica, pero ella, además, trabaja para disminuir el consumo de estas o buscar el mal menor. Sea donde sea, si Jessica observa una casa o terreno abandonado, entra, huele e identifica el tipo de droga que fumaron ahí. Una vez

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comentó que, dada su experiencia, es difícil hacer que una perso-na deje completamente de consumir sustancias tóxicas. Si consume cocaína, busca la manera de sustituirla por marihuana, que tiene un efecto menos dañino para la salud. Increíble, pero cierto.

Ya en la oficina, lejos de las caóticas calles de El Molino – La Intendencia y con relativa tranquilidad, estos dos psicólogos se dedican enteramente a planear las actividades para la comunidad, con el fin de prevenir el consumo de drogas. Lo único que los separa es la distancia, pero los vecinos no se hacen problemas. El teléfono suena tanto que, si estás en esa oficina, provoca dejarlo descolgado o desconectarlo. Nadie sabe qué pasa con el teléfono a la hora de almuerzo, cuando los dos psicólogos salen a comer y dejan la oficina sola, aunque lo más seguro es que los vecinos sigan llamando.

Al regresar, tienen que hacer los diarios de campo. Tantos diarios de campo como recorridos hayan hecho durante el día. El diario de campo no es un diario propiamente dicho, es tan solo una hoja con algunas indicaciones (como descripción subjetiva de lo que he sentido en el contexto y descripción objetiva de lo que he visto y conversado durante la vista a la comunidad) que Ma-ría Alejandra y José deben llenar. Apuntan absolutamente todo. Alrededor de una hora, no menos, les toma recorrer la mitad del territorio. Una hora en la que puede pasar infinidad de cosas.

Al realizar las visitas domiciliarias me sentí entusiasmada para motivar a los líderes que no asistieron y llegar a generarles mayor com-promiso. No encontramos a dos líderes en sus casas, pero a los demás les explicamos y les gustó el cambio para obtener datos. En cuanto a las obras, me quedé contenta con lo que se viene avanzando, pues nos per-mitirá realizar más actividades. Respecto a la prestación del ambiente, al principio sentí un poco miedo a que el señor Jorge ya no quiera prestarnos el local, sin embargo, él muy gustoso dijo que “Sí, no hay problema” y pudimos conversar mejor sintiéndome bien por su respues-ta. En lo que respecta a números artísticos, me sentí un poco confiada en que nos apoyarían con un número para la celebración del Día de la Madre. En lo que respecta al recorrido para e Plan de Difusión y Promoción: me sentí entusiasmada y motivada para tener ya los luga-res específicos de activación, sin embargo la practicante se encontraba temerosa, causándome inseguridad. – Extracto del diario de campo de María Alejandra.

Cuando salen a visitar la comunidad, el patrullero de serenaz-go, que ya los conoce, los vigila constantemente. No hay regla que diga que no pueden estar acompañados o protegidos por alguna autoridad, sin embargo, ellos tratan de evitar la protección porque, según dicen, crea una barrera entre ellos y los vecinos. Por la tar-de, además de hacer su diario y planificar eventos, reciben, algunos días, la visita de María Elena, sereno aliada del proyecto y líder veci-nal, aunque no viva en ese territorio. Ella trabaja por las mañanas en esa zona, pero durante su recorrido no pasa por Putumayo, por los de abajo, porque está amenazada por “La Gorda”, que se esconde detrás de un gran portón. Cuando llega a la oficina, esta se vuelve como un centro de operaciones de la policía, porque María Elena, María Alejandra y José determinan en qué calles actuar y cómo hacerlo. La serena conoce a los vecinos más que María Alejandra.

Al terminar el día deben dejar planeadas las actividades del siguiente. José se va sin saber aún qué es lo que quiere. Sobrepasa los 30 años y ha tenido varios empleos para probar un poco de todo y ver qué me gusta, porque sin práctica cómo puedo escoger. En su casa lo esperan su hija de un año, su hija en camino, su esposa y su mamá. Y el fútbol. A José le encanta el fútbol. Mira los partidos en la oficina. Por eso siempre se demora en hacer su diario de campo, pero siempre es el primero en salir. En su hogar, hace casi lo mismo que en su trabajo: recorrido de campo. Pero no de sus calles vecinas o algo parecido. Con su esposa y mamá conversan, recorren todos los sucesos del día y también recorre su casa para detectar alguna nueva expresión artística. Así hasta el otro día, cuando llega nueva-mente a la oficina y empieza una nueva aventura.

María Alejandra expone su vida en este trabajo porque nece-sita pagar su maestría; sin embargo, da todo de sí. No tiene de qué preocuparse cuando llega a su casa. Vive con sus papás y, si es tarde o de noche, su comida está lista y su dormitorio ordenado. Lo úni-co que le quitaba el sueño eran los preparativos de su matrimonio. Estaba planeado para el 2015, luego para el 2016 y ahora ya no hay fecha porque terminó con su novio. Duerme tranquila, aunque un poco triste porque extraño a mi novio, bueno, a mi ex. No sé si llamar-lo o esperar a que él me llame.

Por ahora, ambos tienen un objetivo en común: acabar el año y, por lo tanto, el proyecto, y decidir si quieren continuar en este viaje que no tiene destino ni final.

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Más allá de lo

sensorial

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Escribe: José Carlos RomeroEstudiante de Ciencias de la Comunicación

El jardín de los sentidos: un lugar donde todavía uno puede encontrarse consigo mismo en perfecta comunión –no es un cliché- con la generosa naturaleza.

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Cuando Dante hubo atravesado el purgatorio, alcanzó el jardín del edén. Un lugar que no pertenece aún al paraíso –mucho menos al infierno− y que es más bien tangible, pese a su abrumadora belleza. Es acaso curioso que la máxima represen-tación de esta estética sea un jardín, más aún que dicho jardín sea la antesala al paraíso mismo: “Volví a aquellas sacrosantas ondas / tan reanimado como las plantas nuevas / renovadas con nuevas hojas, / purificado y dispuesto a subir a las estrellas”. Solo hasta este punto pudo Virgilio oficiar de guía y maestro de un Dante que bien pudo ser invidente, dado lo ignoto de estos ambientes supra terrenales. Y en adelante, todo fue fulgurante y lleno de Beatriz, la representación dantesca de la pureza y felicidad.

No es necesario usar los ojos en el recorrido de este jardín. La voz de un Virgilio se mezcla con una pieza musical com-puesta por aves y un género musical tan poco explorado como relajante, pero se separa de inmediato: “Raúl Silva, paisajista”. La superficie del primer ambiente tiene la textura de piedra pulida y aún está fría por la mañana. Raúl podría estar en cual-quier lugar de lo que él indica es un anfiteatro. El anfiteatro es la antesala al jardín, ahí han expiado sus pecados varias perso-nas dedicadas al oficio de las artes, brujerías y demás. Raúl está,

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efectivamente, en cualquier lugar del pequeño anfiteatro, pero su voz es aún audible, incluso a pesar de los demás sonidos. En el anfiteatro también se han realizado observaciones de estrellas y actividades relacionadas con la relajación y el bienestar. Raúl está a dos metros, ¿más de cinco metros?, pero su voz resuena igualmente, como si de cerca hablara. El anfiteatro es, además, la mejor estructura para establecer comunicación en un grupo de cualquier tamaño, porque permite al interlocutor enfrentar a toda su audiencia sin mucho esfuerzo de movimiento. Las aves están arriba, eso resulta obvio; la música resuena con ma-yor fuerza detrás del anfiteatro, o a la izquierda, o a la derecha, pero no al frente; al frente está la voz de Raúl, hacia donde prosigue el camino.

El segundo ambiente está tras un portal de hojas y enre-daderas, los pasos se hunden muy ligeramente en una capa de algo que seguramente es arena. Raúl conserva aún su resonan-cia omnipresente en este ambiente, una representación de un oasis en medio del desierto. El suelo del oasis es, pues, arena, aunque artificial. El olor del agua lodosa es perceptible desde la entrada. Raúl está cerca y esta vez tiene que estarlo, pues hay que evadir el pequeño pozo de agua. El oasis significa el origen de la vida a partir de la nada, de cómo una de las flores

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más hermosas de la naturaleza nace del barro. Las hojas de los nenúfares son lo suficientemente gruesas para soportar el peso de sus flores, resulta placentero intentar hundirlas en su lugar.

Raúl se mantiene siempre al frente, las aves arriba y la música por detrás, en su voz hay ansias porque llegue el verano y los nenúfares florezcan. Hay palmeras alrededor del pozo, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Las seis se agitan de vez en cuando con el viento y producen un sonido distinguible del resto de árboles. El oasis sirve, además, como puente de expia-ción entre el hombre y la tierra, lo cual se logra sosteniendo a cualquiera de las palmeras, cuyo tronco suave ayuda a esta-blecer la conexión hombre-tierra. Tronco suave, suelo arenoso, agua lodosa, aves, música y Raúl siempre al frente, indicando el camino hacia el siguiente escenario.

El terreno se hace firme a medida que se desciende al siguiente nivel, el espacio abierto se ha terminado y hay peque-ños muros de piedra áspera a ambos lados del camino. Raúl, al frente, explica las especificaciones del laberinto en que consiste el jardín. Muros de ciento veinte centímetros de alto; pasajes con noventa y ciento veinte centímetros de ancho; ángulos rectos; bancos de flores encima de los muros; una orientación cardinal invisible, pero mística. El norte es la entrada y el ca-

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mino más rápido hacia el eje central del huerto. Axis mundi, repite Raúl, Axis mundi, las aves por encima, la música por la izquierda y Raúl: Axis mundi.

El centro del jardín es una piedra lisa, suave y redondeada, tal vez de poco más de dos metros, un huevo gigantesco. Sigue el oeste, una mimosa pudica que se encoje ante cualquier mano que intente tocarla. La forma laberíntica del huerto tiene un efecto terapéutico sobre el estrés, las ansias y el nerviosismo. El sur tiene olores conoci-dos y desconocidos: menta, hierba buena y fragancias dulces que se impregnan fácilmente en la memoria. Olores y texturas se mezclan en los bancos de flores, la voz de Raúl a la izquierda, la música a la derecha, las aves siempre arriba. El este produce su propia música con flores que parecen hechas de papel. Hay variedad de plantas en el laberinto, pero la mayoría tiene uso medicinal; todas las plantas son, además, cuidadas con rigor botánico y conservadas de la ex-

tinción. Raúl ha salido ya del pequeño laberinto, los pájaros arriba, la música delante y Raúl también, aunque más próximo y sin más trucos sonoros.

Hasta ahí llegó el Virgilio del jardín de los sentidos, en donde la vista podría haber percibido el tamaño exacto del anfiteatro y estimado la distancia correcta que la separaba de Raúl en el primer momento, la alineación hexagonal de las palmeras en el oasis y la separación perfecta de los colores en el laberinto-jardín, en donde los blancos iban al norte, los liliáceos al oeste, los rojizos al este y los claros al sur. Pero también podría nublar la experiencia de los demás sentidos, que son el verdadero primer plano en este recodo de purgatorio, donde acaso el hombre deba expiar sus pecados hacia la tierra con todos sus sentidos funcionando. Como en la Divina Comedia, Raúl Silva, el Virgilio de este huerto, no puede participar del paraíso personal de cada uno, pero siempre podrá oficiar de guía y maestro en este pequeño edén trujillano.

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En un mundo muy lejano en el tiempo, después de una tercera (o cuarta) guerra mundial, una serie de pandemias que diezmará po-blaciones, una catástrofe económica o desastre ecológico, tal vez nazca una nueva sociedad descendiente pero no heredera de nuestra civiliza-ción, interesada en conocer el pasado para no repetirlo. Una sociedad donde equipos de arqueólogos, sociólogos, antropólogos, psicólogos tratarán de explicar, entre otras cosas, los rituales más populares. Des-pués haber analizado los más antiguos, como los solsticios que se cele-braban dos veces al año con sacrificios humanos y animales, hasta las festividades más o menos cristianas de la era contemporánea, donde se sacrificaban solo dioses y animales, llegarán a investigar la celebra-ción de las elecciones, recurrente cada cuatro o cinco años.

Los rituales nombrados se fundamentaban en la interpretación de fenómenos naturales como manifestaciones de los dioses. Pero será un dolor de cabeza para los ilustrados del futuro cuando traten de en-tender porque periódicamente los humanos se reunían, en los siglos XX-XXI, para echar en una urna un papel que, se suponía, expresaba su voluntad de ser gobernados por un grupo de personas más hábiles y preparadas que las demás; acto cumplido con la misma racionalidad que la que hace prender cirios y realizar peregrinajes para curar enfer-medades o conseguir el amor o un trabajo.

Mayor aún será el desconcierto de estos científicos si habían conocido el sistema vigente en la antigua Atenas (dos mil quinientos años antes), donde existía la dokimasia, un proceso jurisdiccional que se llevaba a cabo con el fin de determinar la capacidad de los ciuda-danos para el ejercicio de derechos y deberes públicos. Todos los fun-cionarios, incluso los miembros de la Boulé (asamblea restringida de ciudadanos encargados de los asuntos corrientes de la ciudad) tenían que someterse a un examen antes de ejercer su cargo. El propósito no era aclarar su capacidad real, que se suponía en todos los candidatos, sino su ascendencia como ciudadanos atenienses, su vida y su carác-ter, y (si participaban en la administración de grandes sumas) incluso la cuantía de sus bienes.

Si en el siglo V a.C. la gente era tan cuerda y civilizada, ¿cómo habría sido en el siglo XXI? Ahora bien, ¿qué tienen que ver las elec-ciones de estos funcionarios del estado ateniense con las de los nues-tros? La capacidad real, en ese entonces, era obvia, cosa que no es hoy en día. Por ejemplo, ¿cuál es la capacidad real de Acuña? ¿Ganar plata? ¿Cómo? ¿Cómo hace un analfabeto pobre para sacar plata de la educación? ¿Siendo rector? ¿Sin el título de primaria?

¿Cuál es capacidad de Murgia que en veinte años de alcaldía y ocho de presidencia regional hizo tan poco que hasta su sucesor parece eficiente? Aun si el máximo de su eficiencia es un puente que no aguanta ni ómnibus ni limusinas. Ahora el retoño aprista promete carreteras, trabajo para todos, seguridad ciudadana. ¿Por qué no hizo esto en sus 28 años de poder?

¿Cuál será la cualidad de Salaverry que, la única vez que pudo acercarse a su sueño prohibido, la arquitectura (prohibido ya que nunca se graduó y tampoco tuvo éxitos como estudiante), construyó un barrio para ángeles? O sea, sin desagüe. Lo que hace muy bien es

la imitación del camaleón. No sabemos para qué sirve esta cualidad en un alcalde. Tal vez para pasar sin problemas del rojo-blanco, al rojo-azul, al naranja…

¿Cómo espera la gente que se enfrente Elidio a la delincuencia sino con mano dura ya que, siendo militar, no tiene otra alterna-tiva? Peor, la gente lo quiere por sus supuestos homicidios en frío. No importa si es inocente como un bebé. La imaginación popular lo ve como “justiciero de la noche”. Y esto les encanta a los cobardes vengativos.

¿Quién examinará las cualidades y el carácter del sinfín de as-pirantes a autoridades que concurren al oneroso honor de manejar el desarrollo, la economía, la calidad de vida, la cultura de las ciudades? Toda esta gente se mueve con su manada y lo que hace, lo hace con la ayuda y el beneplácito de sus compinches. “Y plata como cancha para todos ustedes”. ¿Alguno de ellos podría criticar al autor de tal afirmación? Mismos intereses sociales, misma ética. Y, si ganara Llem-pén, seguirán rondando por los mismos lugares donde encontraron tan rico cebo.

Es inútil hacer un recuento minucioso de los que “concursan” en esta carrera al poder (y a la plata). Todos listos para debatir sobre cualquier problema proporcionando abundancia de soluciones que nunca explican cómo aplicarán. Todos listos para firmar hojas de compromiso. ¿Y si no cumplen, qué pasa? ¿Quién los va a juzgar y castigar? ¿El Areópago?

Nadie puede juzgarlos porque el pueblo los elige y… la voz del pueblo es la voz de dios. El mismo pueblo que liberó a Barrabás y condenó a Jesús. Y luego lloró por dos mil años. Llaman democracia a la aceptación de la supuesta voluntad de los ciudadanos embrute-cidos, perdidos en el sueño de opio de los medios de masas y de la “tecnología”, manejados por técnicas de marketing y “engreídos” con kilitos de azúcar y arroz.

La cultura dominante, desde los medios de masa hasta la edu-cación oficial, aleja a la gente de la política, pero no de los llamados partidos que, en realidad, son solo agrupaciones de intereses más o menos contradictorios, dominados por una ideología de derecha tan bruta que se cree encima de cualquier ideología.

La política es compromiso, capacitad crítica, conocimiento de la realidad, toma de decisiones. Los “partidos” son repartija de ven-tajas personales. Se vota para el que promete más, porque todo siga igual, por un puesto de trabajo, porque se reconoce una cara (o un poto). Se vota por miedo o por desconocimiento. Los adolescentes que ejercen por primera vez este derecho, gracias a la deseducación familiar y escolar, no tienen ni idea de lo que hacen y lo hacen con la exacta sensación que el voto es un deber bastante molesto: quita tiempo al mall o al chat.

Estos hipotéticos investigadores del futuro, sin embargo, no tendrán problemas para entender por qué, bajo el gobierno de Peri-cles en Atenas, se edificó el Partenón, la Acrópolis y el Teatro de Dio-nisos. En Trujillo, bajo el reinado de Acuña, se excretó el monumento a los húsares y el Country Club de los humildes.

C R Ó N I C A S M A R C I A N A S

Escribe: Orietta BrusaDocente de Ciencias de la Comunicación

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Fotos: Oscar Paz

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La leyenda de Kankán

Una momia enigmática, fiestas paganas, aguaceros bíblicos y el mismísimo diablo con cuernos y ojos maléficos convergen en un remoto paraje de la

sierra liberteña: El Rosal.

Escribe: Oscar PazDocente de Ciencias de la Comunicación

1El único muerto de El Rosal vive en la finca de los Ramírez Zavala.

Aquí no hay dónde enterrarse, por eso los cuerpos que dejaron de respirar terminan en Julcán, el pueblo del otro lado del río. Y es que en El Rosal no hay cementerio. Para un citadino, en realidad, no hay casi nada. Ni hospital ni iglesia ni un cura para confesarse. Tampoco hay cine, parque de diversiones, tráfico. Ni siquiera una plaza pública. En este bofedal, al oeste de la Cordillera de los Andes, hay más bien praderas siempre verdes con saucos y capulíes creciendo, y pájaros de finas gargantas. La casa de los Ramírez Zavala fue construida al pie de la peña de Kankán. Luce así: adobe, dos pisos, pintada de verde aguamarina y los zócalos de palo rosa.

Una mañana hace 14 años, la segunda hija de la familia, la niña Lorena, cruzaba la casa cuando encontró a un hombre alto que no tenía aspecto de ser amigo de la familia. Pensó la pequeña: es el muerto que ha vuelto a respirar. Enterado su padre, don Marín Ramírez, se convenció que la aparición era real, tan real como lo que a él le ocurrió una mañana soleada de noviembre de 1985, que para El Rosal trajo todo y nada, nada y todo.

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Marín Ramírez es de alguna forma descendiente de los primeros hombres que llegaron a El Rosal hace dos siglos. Para construir su casa, trajo madera de dos caseríos cercanos, Santa Cruz y Santa Rosa. Y todos los días sacaba a sus cerdos para darles de comer y hacerlos dormir entre las piedras.

El 4 de noviembre de 1985 decidió que los animales no regresarían más a la finca de sus padres. Retiró la maleza y las piedras de una especie de cueva que para ellos –pensó- era un buen refugio contra la lluvia y el granizo. Después de excavar lo suficiente, pasó. Le había quitado las telas y encontró al cadáver con las rodillas recogidas hacia el pecho, los brazos cruzados como exprimiéndose el cuello y las mandíbulas cerradas como apretando los dientes para no gritar. Marín había descubierto a la momia de Kankán.

El hechicero del pueblo, Lucas Ramírez Espinola, le advirtió que, si en el acto no se deshacía del cuerpo, este le traería el mal aire a su primo-

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génita, Vanessa. Luego le dijo que el maleficio caería sobre el pueblo. Pero al cabo de cinco meses, Marín le celebró una fiesta a la mo-

mia. Era el mismo día en que los comuneros de El Rosal se embriaga-ban con maíz fermentado luego de poner en pie una cruz de madera en lo alto de la peña de Kankán. La costumbre los hijos la heredaron de sus padres y los padres de los abuelos.

Esa vez la gente de las comunidades cercanas llegó atraída por el muerto. Lo sacaron en andas, lo pasearon por el pueblo, le pren-dieron velas. Herejía o no, la parranda desde entonces se ha repetido religiosamente cada año.

***El tiempo popularizó las sospechas de que la momia cumplía los

deseos de la gente. El sargento Gil Saravia solía dejarle velas. Un día, regresando a la ciudad, vio cómo un billete de cincuenta soles venía traído por el viento hacia él justo cuando la crisis era su compañe-ra de viaje. En otra ocasión, un agricultor también con poco dinero consiguió que le vendan un chancho bien nutrido. De regreso a casa, pidió ayuda divina para el negocio. Después andaba contándole al pueblo que la momia y el chancho lo habían sacado de su miserable condición y que había sido un milagro.

Pasaron largos años –catorce largos años desde el descubri-miento- para que el primer acto sobrenatural ocurriera en la finca de Marín. Su segunda hija, Lorena, le contó con la voz temblando que había visto andar a la momia. Según la historia, era en un tipo de carne y hueso, alto, rubio, sin barba y vestido de blanco. Supo que era el muerto, pese a su aspecto humanoide, porque en su oxidada silla –entiéndase altar- no quedaba un solo hueso.

La niña calló hasta que los mareos, los dolores de cabeza y la sensación de que volvería a aparecérsele fueron insoportables. Tres días le duró el silencio. Mientras curaba a su hija con incienso, las palabras del hechicero volvieron a retumbar como campanazos en la cabeza de Marín. Le aconsejaron que cargara el cuerpo y se lo llevara por varios días a la montaña, arriba, lejos, donde ambos pudieran quedarse solos. “Te hablará”, le juraban. Pero Marín no se atrevía. Lanzaba más bien una frase que resultaría premonitoria: “De repente se aparece el demonio”.

3En El Rosal ya no quedan jardines de rosas. Así que la única

pista para cualquier viajero perdido es un muro despintado a la mitad del pueblo. Aparecen dibujadas la momia –con aspecto estelar- y la peña. Arriba: “Bienvenido al centro turístico de Kankán”. Marín lo mandó a construir durante el invierno de 2008.

Los primeros en llegar a El Rosal fueron los hermanos Jesús y Juan Ramírez Blas hace más o menos dos siglos. Y construyeron una pequeña casita que hasta hoy se conserva frente a un pastizal muy verde y el hacendado les dio permiso para que sembraran a cambio de un pago mensual. Después vinieron sus mujeres y tuvie-ron muchos hijos y sus hijos más hijos y fue así cómo ocurrió todo. Hoy El Rosal es un pueblo de 80 casas y 150 familias que, a la vez, son familias entre sí. Por eso todos se conocen, por eso llevan los mismos apellidos.

El nombre original de El Rosal era Kankán, una palabra que-chua que significa piedra sobre piedra y que la lengua de los poblado-res tal vez congelada por los crudos inviernos deformó con el tiempo en kakán. Al profesor de la única escuela se le ocurrió cambiarlo para evitar deformaciones más desagradables.

Hoy los linderos los señalan dos ríos: Grande y Muerto, el se-gundo llamado así porque en sus aguas se remojan las ropas de quie-nes ya no están entre los vivos. Las casas son de adobe y las separan

amplias extensiones de chacras y pastos. Están cerradas, algunas hasta con candado. Parece no ser este el día en el que el pueblo celebrará la fiesta número 28 de la momia.

***El cielo, gris. Llueve. El granizo golpea el tejado. Los truenos

revientan. La familia, la orquesta, los invitados, todos se esconden bajo la

casa. En cambio, Marín -sombrero negro y zapatos embarrados de lodo- ingresa por una puerta, sale por otra, va a la cocina, conversa con su mujer y sale, habla con los músicos, cruza el jardín, regresa a la casa. Anda inquieto. La parranda se ha retrasado. Son las tres de la tarde y el cielo no da tregua.

La momia ha sido sacada de la habitación en que la acomoda-ron hace cuatro años, donde Marín además ubicó su escritorio atibo-rrado de polvo y papeles. Durante la fiesta, siempre del 30 de abril al 2 de mayo, en esta habitación hay solo espacio para la cerveza, es la cantina ideal: una pequeña ventana sin luna conecta hacia el gran sa-lón de baile y una entrada sin puerta con la cocina y las habitaciones.

La momia, afuera de la casa, en una esquina del jardín, bajo un techo de calamina. Le faltan los cinco dientes de adelante y las costi-llas parecen zafadas. Lo poco que se sabe de ella es que vivió hace ocho siglos, que medía 1.72 y que al morir era apenas un jovenzuelo de 20 años. La piel seca todavía recubre la mayoría de los huesos.

La lluvia cesó. Marín, su mujer, sus hijas Vanesa, Lorena y Ju-lia, y un grupo de niños saltarines enfilan sobre el lodo a doscientos metros de la casa. Atrás, la caravana de músicos incaicos entona los primeros huainos. Nadie más. La multitud de peregrinos de las his-torias no existe: es fantasía pura. La familia y la banda desfilan hacia la momia. Le prenden las velas. La observan. No hay procesión. No hay oraciones. Algo de alegre zapateo y es todo. El ritual concluye.

Luego empieza la parranda. Son horas tras horas de baile, de ebrios, de peleas. Horas tras horas que transcurren con un solitario Marín junto a su momia. Nadie le pide milagros, porque los buenos años de devoción de los que se enorgullece son, tal vez, ahora, parte de algún remoto recuerdo.

***Lorena Ramírez es una joven miedosa, inocente, de sonrisa pla-

teada. Cumplió 25 años y es la única de los cuatro hijos de Marín que se quedó en El Rosal para ayudar en las labores domésticas y en las del campo. Sus hermanos trabajan en Lima, a 700 kilómetros de carrete-ra, entre edificios, aviones, trenes eléctricos, esmog, cemento, locura.

Después de ver en pie a la momia, se hizo creyente. Todos los días le hace una oración distinta. Es una costumbre que aprendió de pequeña a través de un agujero perforado en una antigua puerta de lata por donde veía a su padre inclinarse frente a los huesos.

Una mañana hace dos años despertó asustada contándole a su mamá que había soñado con don Leonardo Espinola muerto. “Cálla-te, tú toda la vida paras con esos sueños”, le recriminó su madre, que empezó a creer en su hija cuando vio a la gente venir llorando: esa mañana, efectivamente, el dueño de la finca de enfrente, don Leonar-do Espinola, ya comenzaba a ser polvo.

Y las premoniciones accidentales de Marín –esas en las que hablaba sobre incursiones demoniacas- se cumplieron cuatro años después de la aparición de la momia. Lorena se cruzó con el diablo caminando de lo más tranquilo por El Rosal. Ella lavaba ropa en uno de esos puquiales que se filtran de los cerros y aparecen en el pueblo como pequeñas lagunas.

-Para abajo, en el camino, venía un hombre alto, que tenía ca-chitos, sus dientes y sus ojos brillaban demasiado. Estaba con un manto rojo y con un pordón.

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Los pobladores de El Rosal aseguran que la momia obra milagros, refiere Marín Ramírez, quien la descubrió hace tres décadas.

Durante los últimos días de abril y los primeros de mayo se celebra una gran fiesta en honor de la momia. Velas, incienso, pirotecnia, bailes, comida y alcohol a discreción, dan el marco que corresponde.

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-¿Un qué?-Un pordón. De esos grandes que utiliza, eso grande como palitos, como el de la muerte. Venía en dirección de mí. Normal yo, pero le di la espalda. No sé qué fin ha tenido, porque ya no lo volví a mirar, porque dicen que si lo miramos nos suelta en sangre, nos desmayamos en sangre. ***Son las cinco de la tarde. El aire amenaza. El cielo, otra vez,

triste. Cuatro hombres beben cerveza y chicha afuera de la casa de Saturnino Espinola, hijo de don Leonardo Espinola, descendiente di-recto de los fundadores, el muerto de los sueños de Lorena. No va a la fiesta de la momia porque cree que solo son huesos. No va a la fiesta, además, porque le ofreció a Marín obsequiarle un anda a cambio de que la momia sea del pueblo. Y le fue mal.

-No sé si la encontró o la compró, pero en el fondo él celebra el primero de mayo como si fuera la fiesta de la momia y ni siquiera ese día la desenterró. En cambio cargar la cruz hasta la peña es una costumbre que viene de 1800, una fiesta que los abuelos hacían con flauta y caja.Por cosas como esas, Marín piensa que unos cuantos vecinos

–los de enfrente- sienten envidia. Y por cosas como esas, Saturnino Espinola sigue pensando que no es el pueblo contra Marín, que en realidad es Marín contra el pueblo.

***A estas alturas el maleficio augurado para El Rosal ya ha que-

dado en el olvido, quizá nunca nadie le dio tanta importancia. Hay males más terrenales que arrecian como que las tierras no produzcan –y la gente depende de las tierras-, como que recién en el 2009 haya llegado la luz eléctrica, pero siga sin aparecerse el agua potable y el desagüe, y que por eso para encontrar un baño haya que caminar 20

minutos cuesta abajo, cruzar un río, llegar a Julcán. Quizá el verdade-ro maleficio haya comenzado a cumplirse mucho antes del descubri-miento de la momia. Quizá se trate del mismo suplicio al que están condenados casi todos los pueblos de la sierra peruana: un olvido sistemático y vergonzoso. Aquí, el mal, tal vez, quién sabe, no tenga condición divina.

***El olor a eucalipto de las mañanas. Los pájaros trinando. El

pueblo envuelto en una nube blanca que congela. Son las siete de la mañana del tercer y último día de fiesta. Marín sale de la casa debajo de un poncho. Lleva el sombrero de siempre que no disimula sus 56 años. Rodea la finca, avanza hacia el corral de los chanchos por donde encontró a la momia, y orina.

-Su tesoro debe estar enterrado por algún sitio y eso no lo deja descansar. Yo quisiera que me hablara, que me dijera qué otras cosas hay, no para que yo viva con su fortuna, sino para exponerlos en un museo. Así piensa. Así sueña.Marín, que ahora mismo está sentado sobre una piedra de su

jardín, cree en la reencarnación, en la posibilidad de que la momia de Kankán lo haya elegido a él y solo a él para volver a la vida. Cree en la posibilidad de que el espíritu de la momia mire a través de sus ojos y sienta a través de su cuerpo, un cuerpo imperfecto que hace dos años casi muere de una simple inflamación al colon y hace apenas semanas cojeaba por un mal golpe.

-¿Le tiene miedo a morir?-Cuando nos toca nos toca...pero yo soy Zavala que no le entra ni la bala menos la guadaña de la muerte.Y en medio de la espesura de la niebla, sin maleficio que lo

perturbe, Marín ríe a sus anchas.

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UNOQuien idealiza arriesga. El tiempo y la distancia, en ino-

cua sociedad con la nostalgia, suelen crear imágenes plenas de solaz sin las cuales la vida sería difícil o aburrida –o ambas cosas a la vez- para cualquier ser con alma. Esta es una ma-nera de entender lo que significa idealizar y el problema no radica aquí. El problema, y riesgo, es creer que el mundo ideal puede llegar a sustituir al mundo real. Aun si esto obedece a propósitos de bien.

Las cosas son como son y no como uno quisiera que fue-ran. Veinte años fuera de Lima y copiosa información sobre un auge económico inédito, pueden llevar a inferir que los mecanismos de generación espontánea, después de todo, exis-ten. Primer error. Ni las combis han devenido en confortables vehículos en los que amables choferes manejan con la radio apagada y se detienen en rojo, ni las avenidas han dejado de ser depósitos de basura para convertirse en frondosas alame-das, ni el Rímac es un río de aguas diáfanas en cuyas orillas la gente pasea despreocupada.

DOSSi el submundo de la ciudad de Los Ángeles se agaza-

pó por años en el East, Phoenix tenía lo suyo en el South. Fue en el sur de Phoenix donde inicié mi breve paso por las ventas. Puerta por puerta, con 40 grados a la sombra y en permanente estado de alerta por si los disparos comen-zaban sin aviso. Más de una vez el azar inherente a esta ocupación me puso ante una malvada disyuntiva: utilizar los tres dólares con que salía de casa en los dos galones de gasolina que necesitaba para volver o, días en que los án-geles obraban, hacer la única comida en doce horas si avi-zoraba un buen cierre, aunque esto sólo se podía saber una vez que el cliente entregaba la cuota inicial. Una taquería situada frente al grifo Arco donde reabastecía combustible añadía su cuota de crueldad anunciando en grandes letras los especiales del día.

Estas peripecias tuvieron lugar en 1996 y pensé que con ellas concluía, vamos a decir, la materia de suplicios indesea-dos. Segundo error. Faltaba Lima 2014.

TRESMe entusiasma el progreso de las naciones y nada me

haría más feliz que saber que la nuestra, en efecto, va en esa dirección. Pero medio año en Lima con tres horas diarias de uso de transporte público y travesías a lo largo de barrios de-cadentes revelan que no es así. Que tengamos sectores que superan la pobreza con vocación empresarial es una gran no-ticia, pero ajenos a un norte con respeto de las leyes, orden y calidad de vida eso servirá de poco. Prueba de ello es el distrito de Los Olivos, mi poluto y cotidiano destino hasta hace algunos meses.

Frustraciones de este calibre tienen consecuencia: sur-menage.

Una confesión de parte para terminar. Lima ocupará siempre un lugar especial. En esta ciudad viví hasta los nue-ve años y más tarde, al terminar mi carrera en Piura, volví para iniciarme en el periodismo. También en Lima nació mi primera hija, Valeria, otro lazo de fuerza. Por ello Lima ten-drá que ser, en lo personal, los días de la niñez en que podía contemplar el mar desde un privilegiado balcón de Barranco, o aquellos en los que corría sobre el pasto del parque Domo-dossola con los compañeros del nido, o las apacibles matinales sabatinas del cine Metro. No es que entonces Lima fuera me-jor. Era simplemente distinta.

A Los Olivos no voy más

Editor de contenidosMarketing UPN.

C A U S AP E R D I D A

Escribe: Richard Licetti

“Que tengamos sectores que superan la pobreza con vocación empresarial es una gran noticia, pero ajenos a un norte con respe-to de las leyes, orden y calidad de

vida eso servirá de poco”

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El últimohuaquero

Luis Sánchez, curtido hombre de aventura, ofrece testimonio de la gloria y el ocaso de una actividad tan arriesgada como controversial: el desentierro de huacas.

Escribe: José Carlos PérezEstudiante de Ciencias de la Comunicación

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Un arco amarillo pequeño y simple resguarda la entrada, los muros de adobe bajos y anchos que recorren la fachada están dete-riorados, el reflejo pleno del abandono y la inseguridad. Las calles de Salamanca son amplias pero sus casas y veredas angostas, mayor-mente solitarias y tristes, y orgullosamente llevan nombres alusivos a la lejana Madre Patria. El centro poblado es pequeño, seco y árido, con poco menos de 700 habitantes, dos iglesias, una comisaria y una escuela. No hay mucho que ofrecer, las personas se dedican a la agricultura y muchos otros ya se fueron.

La habitación es grande, las paredes anaranjadas son de tex-tura grumosa debido al desnivel del adobe; están decoradas con marcos de fotos. Las ventanas generosas permiten que la luz ilumi-ne toda la sala y el piso de cemento lustrado posee un resplandor tenue. La mueblería es antigua, pero conservada. Luis Sánchez está sentado en una silla frente a la puerta. Es de estatura mediana, tiene cabello ondulado, ojos grandes que miran perdidamente al techo.

- Es peligroso, además ahora es ilegal. Muy pocos chaqui-rean, dice mirándose las manos.

En 1905 los hermanos Larco compraron Salamanca. Hec-táreas fértiles para el sembrío, canales de riego y cercanía a otras haciendas fueron el impulso para que Rafael Larco Herrera, primer vicepresidente de la República durante el gobierno de Manuel Pra-do Ugarteche, tomase las riendas de la hacienda, al igual que en Chiclín, para dedicarse a los cultivos de panllevar y la crianza de cerdos y toros.

Los hacendados proveían alimentos y velaban por el bienestar del pueblo. Los obreros y empleados tenían viviendas designadas para cada uno de ellos, trabajan noche y día, contaban con apenas estudios primarios y muchos de ellos carecían de ambiciones. En épocas donde las distracciones cotidianas eran la lectura, la tau-romaquia y el paseo a caballo, Rafael Larco Hoyle, hijo de Rafael Larco Herrera, se interesaba por la arqueología y por las culturas de la región Ascope y costa peruana.

Entre 1926 y 1956 funcionó en Chiclín el museo arqueológi-co más grande de la región, que llevaba el nombre de su fundador, Rafael Larco Herrera. Gran parte de esta colección provino de los alrededores de la hacienda Chiclín y de Salamanca, sumando cerca de 40 piezas prehispánicas. Para 1956 decidieron trasladar el museo a sus instalaciones actuales en el distrito limeño de Pueblo Libre.

La fachada es prominente, el portón metálico verde está res-guardado por dos columnas blancas que a su vez sostienen las pare-des de color rosa. Está casi abandonado en su totalidad, muy pocos han vuelto a entrar, el camino es terroso y los jardines se han secado y los pocos árboles han muerto ya. Una carreta verde de madera, lámparas oxidadas y restos de fierros decoran desordenadamente la trayectoria hacia la casa. Por dentro, las ventanas, puertas y porto-nes responden a la inseguridad del pueblo con rejas que impiden el acceso a curiosos. Ropa sencilla, sin pretensiones. Mide un metro setenta y cinco, ojos pequeños, cabello cano y lacio. A sus 56 años su voz es profunda y pausada.

- Chiclín se ha vuelto muy inseguro –diría Jorge Cox De-negri- por eso me he visto obligado a cerrar el museo, al

igual que el museo de mi tío.El exceso de cerrojos y candados reflejan su temor.Aguardiente y coca para chacchar. El camino es pedregoso,

parcialmente cubierto de ramas secas y caña quemada. Luis va en una bicicleta vieja y roída por el óxido, maneja a lo largo de un recorrido sinuoso, pedalea con agitación haciendo rechinar los des-gastados pedales de madera, su destino está cerca.

Los sembríos de caña cubren por completo la vista, pero Can-ta Gallo se deja ver, solitaria, imponente y olvidada. Los ladrillos de adobe aún sigue de pie, cubriendo lo que alguna vez fue una obra arquitectónica representante de la cultura mochica. Huecos y pequeños montículos de tierra rodean la huaca, que a través de los años ha sido victima de constantes huaqueros.

- Ese lugar está aun sin huecos, ahí habrá que cavar para sacar las chaquiras- diría Luis con los ojos cerrados por el devorador sol de mediodía.

Rafael Larco Hoyle no estudió arqueología, pero su compro-miso cultural lo llevó a establecer comités con los obreros, destina-dos exclusivamente a huaquear con el fin de preservar piezas prehis-pánicas ubicadas en sus tierras. En la hacienda Salamanca, Santiago Ortiz Pacheco se encargaba de extraer huacos, chaquiras y restos que contribuyesen con el crecimiento del museo en Chiclín.

- Mi tío fue pionero y ferviente protector de la cultura y ar-queología en la costa norte del país –dice Jorge Cox Dene-gri. Descubrió varias culturas: Cupiznique, Virú, Salinar.

Entre 1933 y 1941 llevó a cabo excavaciones arqueológicas que tuvieron como fin resolver vacíos y problemas al encontrarse con piezas que no pertenecían a las culturas ya descubiertas. A raíz de estos hallazgos se realizó un arduo trabajo editorial para la pu-blicación de libros sobre estas diversas culturas en la costa peruana.

El sol quema su piel morena. Luis Sánchez suda, suspira y con la manga del polo limpia el sudor de su frente. Toma la botella de aguardiente y bebe un sorbo y luego chaccha muy suavemente las hojas secas de coca que saca de su pantalón gastado.

- Hay que tener coraje y fuerza para hacer esto, el calor te vence –dice Luis Villanueva- y acá uno se pasa horas para encontrar algo. Ahora vigilan la zona por la nueva comisaría.

Los trabajadores de las chacras caminan constantemente por la carretera para evitar perderse entre los senderos de los sembríos de caña. Nadie quiere ser atrapado y mucho menos dejar el “tra-bajo” a medias. Luis agarra su cernidor viejo de la mochila, usual-mente van en grupos de tres para avanzar rápido, mira cautelosa y constantemente a los alrededores. La alerta siempre está presente en ellos.

- Cuando éramos adolecentes veníamos a chaquirear a las huacas cerca a la playa de Salamanca –diría Luis Sánchez. Como no teníamos mucho que hacer y nadie tenía televisión, todos venía-mos. Íbamos en bicicleta a las huacas cerca al mar, que no pasan del metro y medio de altura, y nos sentábamos a excavar mientras que otro vigilaba. En ese entonces teníamos miedo porque casi siempre se escapaban los toros del criadero y cuando el toro te ponía la vista encima, tenías que salir corriendo o te embestía.

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Se rasca el cabello, mira constantemente el cernidor con la mirada fija en la malla mientras pasa su mano limpiando rastros de polvo de una antigua hazaña. El ambiente está cargado, el calor incrementa y los recuerdos regresan, un estado taciturno y luego una sonrisa.

- Es bien difícil armar un collar, normalmente demoras unas 6 a 8 horas para poder hacerlo – dice Luis Villanueva. Hay que sacar con cuidado la tierra y verterla al cernidor, mover con cuidado y tener buen ojo para reconocer las cha-quiras porque están cubiertas con tierra. Casi todas son de color naranja, por eso cuando uno encuentra una venecia-na, una lapislázuli o una verde se emociona porque son la más difíciles de conseguir.

Desde su apertura se ha inaugurado y cerrado tres veces. El Museo Chiclín abrió sus puertas en septiembre de 1961 y Cons-tante Larco Hoyle y Jorge Cox Larco fueron sus primeros respon-sables. El Museo Chiclín se clausuró definitivamente en diciembre de 2012. Un mes antes sufrió un robo: se llevaron piezas valiosas, entre ellas collares de chaquira y ornamentos de oro, siendo ésta la primera causa para cerrarlo. Pero además las salas de exhibición es-taban resquebrajadas por el crecimiento de las raíces de los árboles.

Está sentado en una silla blanca de madera bajo el cobertizo de la casa, frunce el ceño y tose. Señala con el brazo el edificio con-tiguo a la casa, de una sola planta, hecho de adobe, pintado de color rosa y puertas de color verde cubiertas por rejas.

- Me vi prácticamente obligado a cerrar el museo – diría Jorge Cox Denegri con voz resentida y un reflejo de cólera en la mirada. El pueblo se ha vuelto muy inseguro y las autoridades no hicieron absolutamente nada para poder re-solver el caso.

Las 350 piezas alojadas en estos recintos, provienen de la co-lección personal de Jorge Larco Herrera, quien junto con Jorge Cox Denegri lograron mantener a flote el museo.

- ¿Alguna vez usted ha huaqueado?- Nuestro trabajo nunca ha sido huaquear- dice Jorge Cox

Denegri. Nosotros, con ayuda de empleados de las haciendas de Sa-lamanca y Chiclín, formamos comitivas encargadas de la extracción de piezas. Los huaqueros que sacan huacos o los chaquireros reali-zan un trabajo ilegal e irresponsable, ellos solo quieren las joyitas y el resto es inservible. Destruyen huesos, rompen cráneos y los texti-les los arrojan como tela inservible. El grado de irresponsabilidad es tan grande que asumo que varios pequeños recintos habrán perdido su mística por haber sido profanados de manera tan brusca.

En 1969 el gobierno de Juan Velasco Alvarado decretó la re-forma agraria. Miles de hectáreas pasaron a ser cooperativas y co-

munidades campesinas bajo administración de los empleados. La hacienda Salamanca pasó a ser anexo a la Cooperativa Cartavio, y luego se convirtió en Corporación del Sur Sociedad Anónima. Pero debido al mal manejo administrativo fue vendido a Orlando Sánchez Paredes, quien es propietario actual de las áreas de cultivo.

Desde Chicama hasta Salamanca la tierra ha sido removida y el suelo aplanado. Se han registrado casos de huacas de menor tamaño que al no estar empadronadas han sido destruidas para ga-nar terreno. Tierras que actualmente pertenecen a Orlando Sánchez Paredes y el Grupo Gloria.

Un sorbo más de aguardiente no calma la sed y tampoco re-fresca, da coraje. Una camioneta blanca 4x4 pasa cerca. El conduc-tor observa a Luis Sánchez. Agitado y algo cansado se sienta sobre la huaca, echa un ojo de rato en rato por la caña mientras coge pensativo su collar de plata.

- En toda mi vida habré hecho 30 collares de chaquiras, pero con ninguno me he quedado –dice. La familia siem-pre viene de visita y me ven con un collar o una pulsera y preguntan de dónde lo saqué y termino obsequiándoles. Nunca he vendido las chaquiras, acá en Salamanca todo lo usamos porque nos gusta, nos cuesta conseguirlas y son muy bien vistas.

Un patrullero se divisa desde lo lejos. Luis cautelosamente guarda el cernidor en la mochila, baja por el lado lateral de huaca. Se limpia los zapatos de cuero llenos de polvo. El patrullero pasa por Canta Gallo, observa con desconfianza y sigue su camino.

- Las huacas con más chaquiras están a uno o dos kilóme-tros del mar, las más pequeñas son normalmente las que tienen chaquiras –diría Luis Sánchez. Pero recientemente me han dicho que han desaparecido. Como no voy hace años por allá, no sé si será cierto.

Las huacas han sido destruidas, es verdad.El Ministerio de Cultura, el Gobierno Regional de La Liber-

tad y el distrito de Magdalena de Cao han sobresalido por su desin-terés en las huacas, en los huaqueros y en los que buscan rescatar la cultura. El resentimiento de Jorge Cox se ve reflejado en su mirada melancólica, llena de promesas sin cumplir y proyectos truncos. El abandono y la falta de apoyo podrían significar la donación total de las piezas del museo.

El trabajo de los chaquireros, que a pesar de ser ilegal conti-núa haciéndose, es muy peligroso. La inacción de los responsables en recuperar el legado cultural, es el reflejo de una sociedad caren-te de identidad cultural. Muchos huesos están destruidos, muchos huacos se han rajado, muchas huacas han sido derribadas y dema-siadas chaquiras se han perdido.

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A L F I E R R OEscribe: Alfieri DíazDocente de Ciencias de la Comunicación

AGUADITO: Palabra que se utiliza al momento de acusar a una persona propensa al chisme, la habladuría, el infundio. Se dice: “Te gusta el aguadito, ¿di?”

COMPA / COMA: Abreviación de compadre o comadre. Suele utilizarse entre los chiclayanos como una acentuación de la amistad. “Voy a echarme unas aguas con mi compa” o “la coma anda molesta conmigo”.

CHINITO (A): Modo de nombrar a una persona que no cono-ces o no recuerdas su nombre, especialmente si se trata de un menor de edad. La frase: “¡Habla, chino!”, es bastante común.

CHINGUIRITO: Platillo derivado del cebiche. Consiste en un puñado de hilachas de carne de caballa, puesta previamente a secar. Se sirve con los mismos menjunjes, choclo, camote, cebolla y yuca. Delicia netamente chiclayana, en honor a la verdad debo decir que el mejor chinguirito lo he probado en... Lima.

DI: Expresión cuya paternidad se la pelean trujillanos y chicla-yanos —hasta los cajamarquinos entran en la pelea—, sin embargo, valga reconocer que su uso en Trujillo está en franca extinción, mien-tras que en Chiclayo sigue bastante extendido, incluso en las nuevas hornadas. Se le utiliza acompañando el final de una oración o de una preposición y se formula siempre como pregunta. Hay quienes cues-tionan la palabreja por expresar duda antes que afirmación.

DOMÁS: Degeneración de la frase “no más”. Es una barbari-dad expresada por tratar de abreviar o decirla de manera rápida.

HUEREQUEQUE: Ave de unos 40 centímetros, de hábitos nocturnos, adaptada para correr sobre suelos pantanosos o semidesér-ticos. Propio de la zona norte del Perú, es común encontrarla en zonas como Laquipampa (Lambayeque).

LOCHE: Zapallo de pequeñas dimensiones y de un aroma y sabor inigualable. Se dice que en un tiempo fue manjar de los gobernantes moches y chimúes, hoy es elemento indispensable para el cabrito a la chiclayana (de ahí que el guiso sea amari-llento).

MANGO: (como el): Frase utilizada por los varones para expre-sar que una fémina es muy hermosa o fachosa. “La ‘Jefa’ está como el mango”.

MOCHO: Forma coloquial de decir a una fiesta o celebración matrimonial. “Oye compa, vamo’ al Mocho”.

SOLI: Expresión de origen carcelario —presumiblemente del presidio de Picsi— que hace referencia a tu pata, a tu yunta, a tu causa, al compañero de desgracia.

SOPA: Expresión que no tiene ninguna connotación sexual o lingual. Dícese de la unidad de transporte que va llena de pasajeros. “Esa combi está sopa”.

TURI: Dícese del sujeto que está pasado de vueltas tras haber fumado, inhalado o consumido algún estupefaciente o sustancia alu-cinógena. “Ese soli está recontra turi”.

LambayecadasHace varios años que estoy emparentado con Chiclayo. Mi esposa —y por ende mi familia política— es

chiclayana. Tengo varios buenos amigos afincados en Trujillo naturales de la ‘Capital de la Amistad’, pero en

estos últimos meses que por motivos laborales viajo a esta ciudad, me he encontrado con expresiones que

son propias de esta localidad. Cuando hablo de ‘lambayecada’, hago referencia al modismo o costumbre

lingüística propia de las tres provincias que conforman la región Lambayeque. Palabras que como foráneo

he ido recolectando, ya sea al entablar una conversación, al viajar en una combi, leer un periódico o revista

de esa región o simplemente al caminar por las calles. Aguardo con el tiempo poder enriquecerla más.

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Elogio de lo insignificante

En su última novela, La fiesta de la insignificancia, el escritor checo Milan Kundera -a través de Ramón, uno de sus personajes- menciona, a modo de sentencia, una lacerante frase: “La insigni-ficancia es la esencia de la existencia”. Esta suerte de adagio cobra trascendencia en esta historia pues marca, como un estigma, la vida de cuatro amigos que, luego de haber transitado por el sinuoso ca-mino de la vida, ven que las cosas pequeñas, rutinarias y diarias son aquellas manifestaciones que llenan nuestra existencia. Al final de esta seria y cómica novela, Alain, Ramón, Charles y “Calibán” se darán cuenta de que la insignificancia está en todos los instantes vividos; por eso, debemos aprender a amarla y apreciar su belleza.

La definición de “insignificancia”, dada subrepticiamente por Kundera, no está relacionada con pequeñez, inutilidad o insuficien-cia, como suele definirse convencionalmente. Lo insignificante es todo aquello que acompaña y rodea al hombre; las circunstancias que se presentan diáfanamente en nuestra relación con los demás. En este sentido, es necesario entender que el ser humano, por su na-turaleza ontológica, suele buscar momentos relevantes que lo hagan transcender y, en ese afán, olvida vivir plenamente y con intensidad esos otros momentos, quizá rutinarios y monótonos; pero que, des-pués de todo, son los que se dan en gran parte en nuestro efímero paso por el mundo.

Un querido amigo mío me comentaba que nunca se iba a cansar de dar besos a su dilecto hijo. Esta manifestación de cariño se repite todos los días y no tiene nada diferente o transcendente a otros momentos vividos por similares protagonistas; sin embargo -comentó mi longevo compañero- el hecho de saber que algún día ya no lo podrá hacer, hace que disfrute, todos los días, de ese sagra-do saludo. Sobre esto, recuerdo la novela de Simone de Beauvoir Todos los hombres son mortales. En esta historia, su autora noveliza una de las aspiraciones más anheladas por la humanidad: la inmor-talidad. Raymundo Fosca, el protagonista, es el hombre que nace en el siglo XIII y que está “condenado” a vivir por siempre. Este héroe existencial necesita morir, pues es consciente de que solo la mortalidad le va a permitir apreciar, valorar y recordar intensamen-

te cada momento. En un inmortal, los instantes son fútiles y bana-les porque se volverán a repetir sin descanso. Simone de Beauvoir condena a su personaje a la eternidad; lo castiga con la repetición de instantes que deberían no serlos. La inmortalidad de Raymundo Fosca es su condena, pues esta no le permite sentir la importancia de la insignificancia.

En el cine también se han resaltado aquellos momentos insig-nificantes que llenan la vida del hombre. Directores como Fellini, Visconti, Scolla, De Sicca o Tornatore usan magistralmente a la nostalgia y la melancolía como ejes temáticos que convergen en el día a día. En Todos están bien, Giuseppe Tornatore muestra a un padre ya mayor que busca a sus hijos por toda Italia. En ese peregrinaje, descubrirá que no todo era como él pensaba o le ha-bían hecho pensar. Al final, el anciano personaje -interpretado por el genial actor Marcello Mastroianni- se dará cuenta de que debió haber vivido intensamente con sus hijos aquellos momentos llenos de insignificancia.

Para terminar esta reflexión acerca de lo insignificante, debo citar lo dicho por el escritor portugués José Saramago en Las pe-queñas memorias: “El niño que fui no vio el paisaje tal como el adulto en que se convirtió estaría tentado de imaginarlo desde la altura de hombre. El niño, durante el tiempo que lo fue, estaba simplemente en el paisaje, no lo interrogaba, no decía ni pensaba, ni se decía a sí mis-mo: Qué bello paisaje”. Saramago hace este éxodo por los caminos recorridos y llega a una gran certeza: vivimos los momentos diarios sin darnos cuenta de lo importante que son. Solo con el tiempo lle-gamos a entenderlos, quererlos y a aferrarnos a ellos. En esta misma lógica, vale rescatar la experiencia del entrañable amigo Antonin Roquetin, el trágico héroe de la novela La náusea de Jean Paul Sar-tre. Este personaje, luego de pasar mucho tiempo de su existencia indagando sobre la vida del Marqués de Rollebon, se lamenta de haber perdido aquello momentos efímeros e insignificantes que lo hubieran hecho más humano y feliz. Luego de esta divagación, Ro-quetin, melancólicamente, afirma que el Marqués de Robellon ha vivido por él.

Escribe: David NavarreteDocente de Humanidades

Algunas palabras sobre La fiesta de la insignificancia, última entrega del checo Milan Kundera. Una novela en la que lo cotidiano cobra trascendencia.

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La dama de las pelucas

Cuatro kilos de cabello, de 15 a 20 centímetros de longi-tud, reposan sobre la mesa. Los hay rubios, castaños, pero en su mayoría son negros. Una máquina de coser Singer, vieja pero aún en funciones, es su principal herramienta. Pelucas roídas y nuevas, maniquíes sin ojos, se ubican unos tras otros en las pequeñas repisas polvorientas del local.

De cuclillas y boca abajo, escurre los restos del tinte casta-ño en una batea con agua. Maldice y murmura mientras intenta secar los químicos que torpemente ingresaron a sus ojos, una bolsa de plástico cubre su vestimenta completamente negra y dispareja. Botas de gamuza, una falda bordada y sin planchar y una blusa con manchas de pegamento y decolorante. Cubre su cabello con una toalla y mira al vacío esperando que el agua se vaya de su mirada.

No pasa del metro cincuenta de estatura. Es robusta y a sus 75 años la vida la ha golpeado tantas veces que es casi imposible saber cómo oculta tantos sentimientos encontrados bajo una sonrisa adornada con oro y plata. Arrugas en su frente y patas de gallo en los ojos delatan claramente su edad. Sus ojos verdes y pequeños siempre llevan lágrimas debido a las pestañas postizas que, algún tiempo atrás, fueron causa de una operación ocular. Una verruga y un corte desdichan su rostro. Y aunque muy poco le importe, lleva bien la fiesta con su físico. Raíces mal teñidas, cabello mal cortado y un fracaso de flequillo que imita la forma de un puerco espín adornan su frente.

Dos, cinco y dos, son los números que repite con frecuen-cia. Sombras de su pasado, alegrías muertas y una esperanza que despareció hace mucho han hecho de ella la mujer que es hoy. Dos maridos, uno campeón de motocross y hacendado de Santo Domingo de la Capilla en Cajamarca, de quien ya no recuerda su nombre sino apenas su apellido; y el otro, con quien actualmente vive, agricultor de palta y caña en las inmediacio-nes de Ascope. Dieciocho tenía él y 38 ella cuando se casaron. Cinco hijos, ninguno ingrato, pero uno que, como dice ella, “pesa más que la cruz de Cristo”. Una es médico cirujano, otra ingeniero químico, de uno no recuerda ocupación alguna y la

última se dedica a un pequeño salón de belleza en Huamán.La cruz una vez tuvo nombre, ahora solo es “el drogadicto

ese”. Suena despectivo, pero es la razón por la que su cansado corazón aún sigue en pie. Dos enfermedades, cáncer uterino y actualmente herpes, van quemando sus nervios cerca a los pulmones. Los médicos le dijeron que se le pasaría en dos años. La verdad es otra.

-Quiero morirme, irme para siempre de acá pero no pue-do, dice Paquita.

***¿Cuál es su nombre completo?-Paquita. Sonríe con ojos pícaros buscando otra sonrisa

como respuesta.Paquita a secas, no existe apellido, y si lo tuvo desapareció

hace mucho en la casa frente a la embajada sueca de Lima, en las aulas del colegio Franklin Roosevelt y en la facultad de dere-cho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Abogada de profesión, asegura que nunca escogió su vida. La vida la escogió a ella.

El cabello siempre ha sido un compañero, más que los maridos, los hijos y las enfermedades. Los dedos desgastados, ya tiesos, van cosiendo cabello cortado de alguna inocente joven de la sierra. Cose y cose las extensiones. Le gusta, le obsesiona.

Dos bolsas, tres platos y jugo de manzana en una botella de agua San Carlos aguardan desde horas al lado de la máquina de coser. Fríos y olvidados. Hace mucho que ya no almuerza, la tristeza le quita el hambre, pero el hambre no le ha quitado la fuerza.

“Mi hija me trae la comida, pero ni la como, siempre la dejo ahí o se la regalo a alguien”, dice Paquita con desinterés, sin quitar la mirada de un mechón cano en sus manos.

Coge ágilmente las hebras de cabello, las peina y arma otros mechones. Pasa su lengua por los dedos, sujeta el hilo y lo introduce por el ojo de la aguja. Suavemente posa su pie en el pedal de la máquina y pisa. Cose lento y luego rápido. Pasan y pasan los mechones de manera recta, se detiene, amarra

Escribe: José Carlos PérezEstudiante de Ciencias de la Comunicación

Dice llamarse Paquita –así, a secas, sin nombres de pila ni apellidos. Creció en Lima, estudió en el colegio Roosevelt y se graduó de abogada en la PUCP. Una vida azarosa la trajo a Trujillo hace ya buen tiempo y ahora tiene una misión amorosa y noble: confeccionar cabelleras artificiales para

mujeres que las pierden por causa de la quimioterapia.

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y corta. Levanta la mirada, fija en la repisa donde pegamentos, peróxidos, pinceles, guantes y restos de pintura reposan intac-tos. Intenta tomar algo, se detiene. Ha olvidado lo que quería.

No había preguntas, pero ella tenía respuestas. Respuestas a todo aquello que nadie escucha, que a nadie importa, que a nadie se le ocurrió preguntarle. Voltea y sonriendo dice:

“Mis hijos me compraron pasajes a Brasil, pero yo: jaja. Creen que me voy a alejar de mi hijo, no puedo. Mis hermanas, toda mi familia le da la espalda, yo no puedo dejar a mi hijo, cuando me echo en otra cama de hotel lo primero que se me viene a la mente es el pobre ese. ¿Comerá? ¿Me necesitará? Ellos solo quieren que me aleje de él”.

***-¿Usted vive con él?Dios, ¡jamás! Él vive con su mujer, se drogan. No sopor-

taría tenerlo en casa, no lo aguanto. Se desaparece todas las mañanas y siempre, punto de cinco o seis de la tarde, llega y vomita. A veces sangre, a veces amarillo. No sé qué tendrá. Las personas que paran con él son iguales. He gastado en los mejo-res centros de rehabilitación, pero –suspira, los ojos rojos y la boca temblorosa- eso no funciona. Cuando entras a un vicio, nunca más sales.

Voltea y sigue cosiendo, ni una sola lágrima logra volcar su corazón.

¿Tiene miedo a dejarlo solo?Tengo miedo, mucho miedo, nadie imagina el temor que

siento. Él tiene treinta y tres, tiene mujer, no es porque sea su madre, es porque lo amo. A veces me da ganas de coger mi arma y matarlo, que se acabe todo. Luego me mataría yo, estoy vieja, ya he vivido, he tenido lo que he tenido, ni más ni menos. Pero soy vieja y ya no puedo, vivo muy triste.

¿Qué se siente ser usted?¿Ser yo? Nunca nadie me ha preguntado cómo se siente

ser yo. Creo que siempre quise decirle a alguien lo que siento o cómo es que la vida me ha hecho esto, pero mi marido es muy joven, todos piensan que es mi hijo, no sabe escuchar. Él solo quiere tener intimidad. Ni mis hijos me han preguntado, pero ser yo, ser yo, es triste.

Los cabellos siguen reposando, algunos húmedos. Cose desde que dejó la corte. El divorcio con el primer esposo no solo le quitó los lujos sino las puertas. Con hijos, un esposo ingrato, tíos fallecidos y una vida por delante, la vida volvió a tomarla por las riendas de la necesidad. Miss Clairol y Max Factor. Peinados, laca, cepillo, peróxido, tintes, decolorante, guantes, capas cabello, hilo, más cabello y todo químico pasó por sus manos.

Muy pocas personas se dedican a hacer pelucas, extensio-nes. ¿Por qué lo hace usted?

Lo hacía porque lo necesitaba, necesitaba el dinero. Ahora es completamente distinto, viajo mucho a Huancayo, a Puno, a Cusco para poder traer el cabello, son los únicos momentos en los que puedo relajarme, alejarme de todos, me voy pero sé que regresaré. Me gusta, pero pienso dejarlo todo porque sé que moriré pronto.

Si piensa dejarlo, ¿por qué no lo ha hecho ya?Porque no tengo valor, me da miedo, ¿qué haría luego?

No soy nada, no soy nadie, dicen que mi marido tiene una mu-jer por Ascope. La verdad para mí es mejor, él todavía quiere tener sexo y yo estoy mal y no le voy a permitir que me toque. Acá me escondo de él, viene a verme pero cuando lo ven cerca me avisan y me voy cuanto antes. Pero ya estoy harta.

Llega una mujer con una pañoleta de dudosa seda en la cabeza. Sin cejas, totalmente pálida, los ojos hundidos, negros, oscuros como una noche sin estrellas. Paquita le pide que la espere, su mirada se aflige, siente pena, tristeza, emoción, se identifica, empatía, dolor, mil y una emociones pasan por esos ojos pequeños y arrugados. Le pide que se siente y espere.

Ha venido desde Chimbote por esa peluca, pero aún no se seca y tengo que aumentarle más cabello todavía. Tiene cáncer, dice Paquita algo afligida.

Cada palabra que pronuncia delata su dolor, cada palabra le cuesta más que la anterior, cada palabra la mata.

¿Vienen muchas personas a llevar pelucas mientras es-tán en quimioterapia?

Como no tiene idea, es cuando más cabello tengo que traer. En cierta manera hago feliz a esas personas, son jóvenes. Yo ya estoy vieja, ya viví, no como quise pero ya está hecho. Siento que tienen una oportunidad nueva en la vida, de hacer lo que quieren.

¿Tiene resentimiento a este oficio?No. Si en algún momento me sacó del apuro económico,

ahora me saca de otro apuro. Me saca de la idea de morir ya, de matarme. Me ha salvado de mil maneras. Pero he sido rescatada de la manera que ni Dios ni ningún hombre pudo hacerlo.

***Los cabellos caen lentamente de sus manos, los recuerdos

se van. Un gesto de dolor se advierte en su mirada. No es la tristeza que la embarga, es el herpes que realmente la destruye por dentro. Lo sabe, es consciente, pero prefiere una mentira más a saber que morirá cuando la vida lo decida y no cuando ella lo tenga planeado.

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Partió una provocadora

Con la mente perspicaz y la lengua afilada aún intacta, Joan Ri-vers terminó su show a los 81 años. No es fácil comprender cómo la muerte de alguien a quien no se conoce puede dejar una sensación de tristeza. Siento que fue muy pronto, que tenía mucho más por lograr y que hemos perdido a la comediante más brillante de nuestra época. Solo ella tenía esa combinación perfecta de sarcasmo, frivolidad e inteligencia. Mucha inteligencia.

La moda y quienes se dedican a ella estarán siempre bajo la sospecha de ver el mundo con superficialidad. Pero Joan Rivers dejó lecciones. 1) Persigue tus sueños con perseverancia. La comodidad y el bienestar no se multiplican solos. 2) Nunca te pongas un vesti-do color rosa con terminaciones en punta a la altura del busto. No importa qué tan guapa seas, te verás como la hija de Madonna y un algodón de azúcar. 3) Nada de lo anterior importa si al final del día no tienes una familia esperándote en casa.

Frases como estas hacían admirable a Joan, porque más allá del éxito y la fortuna que amasó en 50 años de carrera, fue una pionera, una verdadera ganadora. Joven, rubia y recontra judía, se atrevió a perseguir sus sueños en un mundo aún no preparado para su talento, o para el de cualquier mujer que quisiera ser comediante. Y así iba por bares y centros de reunión pidiendo escenarios para presentar sus monólogos. Vaya que le puso empuje y no fue hasta después de un par de años que consiguió su recompensa: una invitación al programa The Night Show de Johnny Carson, donde aparecería durante veinte años como invitada recurrente. Ese fue el inicio de una gran carrera.

Joan se construyó un camino único. Hizo de todo, participó en novelas, películas y obras de teatro, escribió libros de auto ayuda y tuvo la oportunidad de conducir su propio talk show nocturno. Supo mantener su carrera activa aun cuando los años comenzaban a caerle encima. No le temía al bisturí y perdió la cuenta de sus face lifts a mediados de los 90s.

En 2010 el canal televisivo E! Entertainment Television (o Kar-dashian TV), la invitó a ser la host estrella del programa Fashion Police, ese espacio en el que era válido juzgar sin culpa alguna a todas las celebridades con falta de clase a la hora de vestir. Ahí podíamos ver a Joan en todo su esplendor, lanzando con total naturalidad frases hilarantes cargadas de ironía que provocaban un placer culposo en sus millones de seguidores. Casi siempre se pasaba de la raya y fue esa irreverencia al expresarse la que muchas veces la puso en aprietos.

Pero si había algo que Joan amaba con todo su corazón era a su familia. Su hija Melissa, su nieto Cooper y sus cuatro perros eran su adoración. Fuera de cámaras era exclusivamente mamá y abuela, e incluso dejó su lujoso apartamento de Nueva York para ir a vivir a Los Ángeles. Compartir su vida con ellos fue uno de sus mayores entretenimientos.

La vida acaba, y pese a que suene extraño, creo que Joan ya lo había asumido. Sabía que no era mucho lo que le quedaba, y precavi-da ella, dejó a Melissa una lista con instrucciones para la organización de su funeral. Fiel a su cáustico sentido del humor, quería ver a Meryl Streep llorando en cinco idiomas diferentes a lado del cajón y a Bo-bby Vinton cántandole “Mr. Lonely” directo a la cara. Recientemente han anunciado que Fashion Police volverá en enero de 2015. The show must go on.

Recordemos para terminar la escena que Joan tuvo en la serie “Louie” del canal FX el año 2011. En ella la vemos conversando emocionalmente con uno de los personajes de la serie. Y dice quizá lo menos irónico que haya dicho en toda su vida: “Lo que hacemos es un llamado, me encantaría decirte que se pone mejor, pero no lo hace. He estado arriba, he estado abajo, he estado en bancarrota y he estado destrozada. Pero lo sigues haciendo porque lo amas, lo amas más que a cualquier otra cosa en el mundo entero”. Descansa en paz Joan.

Escribe: Valeria LicettiEstudiante de Ciencias de la Comunicación

Figura irreverente de la televisión norteamericana y mundial, Joan Rivers supo amalgamar ironía, frivolidad y brillo en la justa proporción.

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“San Pedro de Lloc: cúpulas y altares” Fotos de: Gerardo Cailloma

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