diálogo de la vida eremítica

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DIÁLOGO DE LA VIDA EREMÍTICA Y DIÁLOGO DE LA SACRA EUCARISTÍA del Venerable fray Pedro Alonso de Burgos, benedictino ermitaño de Montserrat Introducción, versión y notas de Ernesto Zaragoza Pascual MADRID 2010

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DIÁLOGO DE LA VIDA EREMÍTICA

Y

DIÁLOGO DE LA SACRA EUCARISTÍA

del Venerable fray Pedro Alonso de Burgos, benedictino ermitaño de Montserrat

Introducción, versión y notas de Ernesto Zaragoza Pascual

MADRID 2010

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ÍNDICE INTRODUCCIÓN 11 1.- FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS. EL HOMBRE 12 2.- EL MONJE 13 3.- EL EREMITA 16 4.- EL PADRE ESPIRITUAL 25 5.- EL ESCRITOR ASCÉTICO 28 6.- LAS OBRAS 32 7.- FUENTES 34 8.- LA DOCTRINA Y ESPIRITUALIDAD 36 9.- EL ESTILO 39 DIALOGO SOBRE LA VIDA EREMITICA 45 Introducción 45 Diálogo 51 DIÁLOGO DE LA SACRA EUCARISTÍA 85 Introducción 85 Capítulo I. 93 Capítulo II. En que se escriben algunas cosas, contradiciendo a los enemigos y contrarios del sacramento de la Eucaristía. 96 Capítulo III. En que se traen algunas figuras y profecías de este santo sacramento. 105 Capítulo IV. En que el ánima da gracias del beneficio de la Eucaristía. 110 Capítulo V. Cuáles deben de ser los sacerdotes. 111 Capítulo VI. De tres estados de religiosos. 115 Capítulo VII. En que Cristo cuenta al ánima los frutos de este sacramento. 125 Capítulo VIII. En que Cristo dice al ánima el aparejo que es menester para recibir su sacratísimo cuerpo. 138 Capítulo IX. En que Cristo da forma al ánima cómo dar gracias después de haber comulgado. 144 NOTAS 147

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INTRODUCCION

El siglo XVI español es el siglo de las reformas y obser-vancias, de las vías de oración metódica, del recogimiento y del cristianismo evangélico. En la primera mitad de este siglo se multiplicaron las casas de recolección, los beaterios y eremitorios, donde se cultivaban la oración mental metó-dica, la austeridad de vida, la penitencia, la pobreza, el amor al propio estado, la experiencia mística y la soledad1.

En las Ordenes antiguas se sintió la necesidad de volver

a la primigenia forma de vivir el propio carisma, de acuerdo con el más puro ideal evangélico. Lo propio ocurrió en la Congregación de San Benito de Valladolid, que gracias a su escuela de oración y a sus dos primeros maestros espiritua-les, Fr. Juan de S. Juan de Luz2 y Fr. García Cisneros3 supo crear un ambiente adecuado que hizo posible una verdadera renovación del espíritu monástico en los monasterios bene-dictinos españoles.

También en Montserrat, donde todavía se dejaba sentir

con fuerza el impulso renovador de Fr. García de Cisneros y su gusto por la oración mental metódica, hubo monjes que deseaban una vida de mayor soledad y contemplación. Por eso no es de extrañar que algunos de ellos volvieran los ojos hacia las ermitas de la montaña, deseosos de recuperar la primitiva tradición monástica, que veía en el eremitismo la cumbre más alta del ideal monástico.

Uno de los que pidieron vivir en las ermitas y que le fue

concedido fue el V. Fr. Pedro Alonso de Burgos, el más

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ilustre de los ermitaños escritores de Montserrat y de la Congregación de Valladolid, el cual vivió recluido en su ermita por espacio de 27 años y nos dejó una serie de opús-culos, fruto de sus lecturas y de su experiencia, en los cuales nos muestra la espiritualidad de su alma eremítica deseosa de animar a otros a caminar por los senderos del Espíritu.

Aquí tratamos de pergeñar su biografía y el estudio de

sus obras, a fin de facilitar la inteligencia de su doctrina para situarla convenientemente en el lugar que le corresponde dentro de las corrientes espirituales de la España del siglo XVI.

1. FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS. EL HOMBRE

En primer lugar vamos a precisar que el nombre exacto

de nuestro biografiado no es Pedro Alfonso de Burgos, co-mo algunos le llaman4, traduciendo literalmente el "Alfon-sus o Alphosus" que aparece en sus obras latinas, sino Pedro Alonso de Burgos, tal como aparece en las obras castellanas. Por tanto Alonso no es nombre propio sino apellido.

Los padres de Fr. Pedro Alonso eran originarios de la

diócesis de Burgos, pero por razones que desconocemos se habían trasladado a los Países Bajos. Allí, en una villa de las islas de Zelanda (Holanda)5 nació Fr. Pedro alrededor del año 1500. Referente a su familia sólo sabemos que tenía una hermana monja llamada Clara, a la que Fr. Pedro dedicó su opúsculo latino De immensis Dei beneficiis. No sabemos a qué Orden pertenecía ni en qué monasterio moraba, pero si tuviéramos que fijarnos en el nombre creeríamos que era clarisa y que por el hecho de escribir en latín quizás vivía en alguno de los monasterios de los Países Bajos, pero hoy por

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INTRODUCCIÓN

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hoy estas dos afirmaciones no pasan de ser meras hipótesis. Con esta hermana Fr. Pedro se carteaba de vez en cuando, pues ella misma le suplicaba que le escribiera con frecuen-cia, porque sus cartas le daban gran alegría y contento y hasta le hacían saltar las lágrimas cuando las leía6, por la devoción que le causaban.

Los padres de Fr. Pedro debieron ser personas de posi-

ción acomodada porque pudieron enviar a su hijo a estudiar a la Universidad de Lovaina7. Aquí estudió teología durante algunos años, aunque desconocemos las fechas exactas, porque las listas de estudiantes de teología de esta Universi-dad que han llegado hasta nosotros son incompletas. Posi-blemente se ordenó de sacerdote y obtuvo el grado de doctor en teología, porque los dominicos Fr. Pedro Mártir Coma y Fr. Tomás Aranaz, censores de su Libro de preparación para la muerte le llaman "teólogo" y lo mismo el obispo de Barcelona, Guillem Cassador en la licencia de impresión8. Pronto descolló entre sus compañeros de Universidad por sus conocimientos y por su reputación de buen humanista. Por algún tiempo estuvo al servicio del Emperador Carlos V, en cuya corte vivió9, hasta que el Duque de Béjar, D. Francisco de Sotomayor y Zúñiga se lo trajo consigo a Es-paña como preceptor de sus ocho hijos, a saber: Alonso, Manuel, Antonio, Francisco, Luis, otros dos y Leonor. Con ellos, y en especial con Manuel, Francisco y Antonio, con-servó una buena amistad durante toda su vida10.

2. EL MONJE

No sabemos cuánto tiempo permaneció Fr. Pedro en la

casa del Duque de Béjar como preceptor de sus hijos, ni tampoco cuándo visitó Montserrat por primera vez, aunque

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la visita a este monasterio debió ser sin duda en 1535. Qui-zás a primeros de mayo de este año cuando acompañó a Barcelona a D. Luis de Sotomayor, hijo del Duque de Béjar, que había de embarcar en la armada de Carlos V para ir a la conquista de Túnez, aprovecharía la estancia en Barcelona para visitar Montserrat. Quizás la primera visita al monaste-rio la hizo el 28 de mayo del mismo año acompañando al Emperador Carlos V, que visitó aquel santuario antes de zarpar para Túnez11. Sea lo que fuere, lo cierto es que Fr. Pedro le agradó tanto el lugar y la observancia de la comu-nidad que decidió abandonar el mundo y hacerse monje en aquel monasterio.

Por entonces, Montserrat tenía ya una larga historia des-

de que lo fundara el célebre abad Oliva en el primer cuarto del siglo XI, y era conocido en toda Europa. Cuando Fr. Pedro llamó a las puertas del monasterio, hacía ya cuarenta años que había sido reformado por los benedictinos obser-vantes de la Congregación de S. Benito de Valladolid, los cuales habían revitalizado las instituciones existentes en el santuario, como los escolanes y eremitas, y habían renovado el fervor y la disciplina monástica. Gracias al celo y tacto del abad García de Cisneros, partidario de la devotio moder-na, experimentado maestro en la vida espiritual y escritor ascético-místico de gran talla, cuyas dos obras principales, el Exercitatorio de la Vida Spiritual y el Directorio de las Horas Canónicas, impresos en Montserrat en 1500, habían tenido gran difusión en los ambientes espirituales de la épo-ca12, y a su sucesor Fr. Pedro de Burgos, que escribió la primera historia impresa del monasterio de Montserrat, que llegó a ser centro muy notable de irradiación espiritual13.

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La belleza del lugar, apta para la contemplación, la co-munidad numerosa y perfectamente ordenada y ocupada por entero en la alabanza divina, el culto a la Virgen y al bien espiritual de los peregrinos, gustó tanto a Fr. Pedro, que sin esperar más tiempo decidió pedir el ingreso en el monaste-rio. Comunicó sus deseos al P. Abad, que por entonces lo era el burgalés Fr. Pedro de Burgos, y una vez arregladas sus cosas volvió a Montserrat para vestir el hábito benedic-tino. No pudo dárselo Fr. Pedro de Burgos porque enfermó y murió el 23 de enero de 153614. Hubo de esperar a la elec-ción de su sucesor, que fue Fr. Miguel de Pedroche, quien le dió el hábito el 10 de febrero de 153615. Con la toma de hábito comenzó su noviciado, bajo la dirección de un expe-rimentado maestro de novicios, probablemente del P. Mauro de Alfaro, muerto dos años después en opinión de santi-dad16.

Por estos años vivían en el monasterio monjes notables

por su virtud y letras. Entre ellos, el P. Benito Vila, excelen-te traductor y comentador de los salmos, los sabios escritu-ristas Fr. Jerónimo Lloret y Fr. Juan de Robles17, el músico Fr. Nicolás Pla de Blanes18, los Venerables Juan Chanones, confesor del futuro san Ignacio de Loyola y Fr. Francisco Levorotti, los PP. Pedro de Chaves y Benito de Villalobos que andando el tiempo habían de ser reformadores de los monasterios benedictinos de Portugal19, Fr. Bartolomé Gar-riga, el que siendo abad dio comienzo al templo actual, el teólogo Fr. Antonio de Maluenda, llamado al Concilio de Trento, Fr. Antonio de Sea, que llegó a ser General de la Congregación20 y otros.

Acabado el tiempo de noviciado, Fr. Pedro hizo su pro-

fesión, seguramente en febrero de 1537. Por estos años nos

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lo imaginamos ocupado en el coro y en la lectura de autores espirituales y monásticos. Tanta fue su aplicación a la virtud y a la lectura espiritual, que en poco tiempo llegó a ser "monje muy concertado, muy penitente, ferviente en la cari-dad, continuo en las lecciones, devotísimo en la oración y en todos los ejercicios espirituales"21.

3. EL EREMITA

Ocho largos años pasó Fr. Pedro ocupado en el Opus Dei

y en el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de los autores y obras más representativas de la espiritua-lidad monástica, y quizás dando clases de teología a los monjes jóvenes. Pero el deseo irresistible de una mayor soledad y de una dedicación total a la contemplación le de-terminó a pedir a sus superiores que le permitieran llevar vida eremítica en una de las ermitas de la montaña. No fue fácil para él llevar a cabo este propósito, porque al parecer el abad Fr. Miguel Forner se resistía a darle la licencia que solicitaba, por no privar al monasterio de sus buenos servi-cios. Hubo pues de esperar a la elección de nuevo abad para reiterar su petición. La ocasión no tardó en llegar. En 1544 fue elegido abad de Montserrat el ex-General de la Congre-gación Fr. Alonso de Toro. A él recurrió Fr. Pedro y dicho abad secundó sus ardientes deseos y le concedió una ermita, al igual que a sus compañeros monjes: Fr. Dionisio de Pla-cencia, Fr. Plácido de Salinas, Fr. Benito de Tocco y Fr. Bartolomé de Tolosa. Con la incorporación de estos monjes, el eremitorio rebasó el número de doce ermitaños estableci-do por el abad Cisneros.

¡Con qué alegría no recibiría Fr. Pedro la licencia tanto

tiempo esperada! Por fin podía cumplir sus deseos de darse

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a una vida más austera, en completa soledad y más contem-plativa. ¡Con qué gozo debió tomar posesión de su ermita de manos del P. Vicario de los ermitaños, según el ritual acos-tumbrado!

No sabemos en concreto en cuántas ermitas vivió Fr. Pe-

dro, porque a medida que los ermitaños iban muriendo, los que quedaban iban corriéndose de una ermita a otra, de tal manera que los más ancianos ocupasen las más cercanas al monasterio y de más fácil acceso. Lo que sí sabemos es que la primera ermita que tuvo fue la de San Onofre22. Esta er-mita estaba situada debajo de una gran peña y muy cerca de la ermita de San Juan, de la que distaba sólo veinte pasos. En este tiempo, dicha ermita de S. Juan estaba ocupada por Fr. Benito de Tocco. Una y otra ermita eran como nidos de águila suspendidos en la roca. Habían sido restauradas a finales del siglo XV por el abad García de Cisneros, el cual sentía predilección por la de San Onofre. Desde ellas se divisaba un dilatado panorama.

Los eremitas habían poblado la montaña de Montserrat

probablemente en tiempos visigóticos. Ciertamente los había en el siglo IX, mucho antes de la fundación del mo-nasterio de Santa María. El número de ermitas varió según las épocas, pero desde que el abad García de Cisneros reor-ganizó la vida eremítica en la montaña, su número era de trece. Estaban repartidas en dos zonas, llamadas Tebas y Tebaida, separadas por el torrente de Vallmala o de Sta. María. Los nombres de las ermitas eran: S. Jerónimo, Sta. Magdalena, S. Onofre, S. Juan Bautista, Sta. Catalina, San-tiago, Sta. Ana, S. Antonio, S. Salvador, Sma. Trinidad, S. Benito, Sta. Cruz y S. Dimas. A ellas se subía desde el mo-nasterio por dos caminos y por una escalera de 660 pelda-

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ños, tallada en la misma roca, que unía rápidamente el mo-nasterio con las ermitas23. Estas no eran simples tugurios, sino auténticos monasterios en miniatura, pero hechas con materiales pobres y de diversas formas y situaciones, de ordinario impuestas por la geografía del lugar. Todas tenían por lo menos, un oratorio, una sala para trabajar, un come-dor, una cocina, un dormitorio, varias dependencias secun-darias y un minúsculo jardín donde cultivaban flores y hor-talizas. También tenían una o varias cisternas para recoger el agua de lluvia, única que poseían.

Los que ingresaban para ser ermitaños, antes de pasar a

ocupar una ermita habían de estar por lo menos siete años en el monasterio, empleados en oficios humildes y prepa-rándose para la vida solitaria Además de estos ermitaños natos, había también algunos monjes que con licencia del abad pasaban a la vida eremítica.

El superior de los ermitaños era el P. Abad, pero les go-

bernaba por medio de un monje al que llamaban "P. Vica-rio", que además de superior inmediato era su director espi-ritual. Este les gobernaba de acuerdo con sus constituciones y con las directrices del P. Abad; les celebraba la misa los domingos y fiestas, les predicaba, corregía sus faltas en el capítulo de culpas y, de ordinario, les confesaba. El P. Vica-rio solía vivir en la ermita de S. Benito o en la de Sta. Ana, que estaba situada en un lugar central respecto de la mayoría de las ermitas y tenía un oratorio más capaz, en el cual in-cluso había una pequeña sillería de doce asientos. En esta ermita los ermitaños se reunían para recibir los sacramentos de la penitencia y eucaristía y oír misa los domingos y fies-tas, fuera de las grandes festividades que bajaban a oírla al monasterio.

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La ocupación de los eremitas era naturalmente la ora-

ción, la meditación, la lectio divina y el trabajo manual, que consistía en cuidar de sus huertecillos o en hacer cruces y cucharas de boj, de las cuales parte regalaban a los visitantes y bienhechores y parte debían entregar al monasterio varias veces al año, en compensación del sustento que éste les proporcionaba, que consistía en proveerles de pan y vino dos veces por semana, además de 36 velas anuales y de cierta cantidad de uvas pasas, cebollas y olivas, que ofrecían a los visitantes, y un florín mensual para vestirse y reparar la ermita.

Las austeridades de los ermitaños consistían en observar

abstinencia perpetua de carne, ayunar más de la mitad del año, dormir apenas seis horas, vestidos y sobre paja, flage-larse tres veces por semana, y cada día en Adviento y Cua-resma. Su soledad era muy grande, tenían prohibido bajar al monasterio para recibir visitas y la correspondencia epistolar era limitada. Además hacían voto de no abandonar nunca la montaña y tenían prohibido bajar más abajo del monasterio.

El vestido de los ermitaños consistía en una túnica larga

con escapulario y capucha, y una capa larga, todo de color pardo, y un cinturón de cuero. Los monjes ermitaños, sin embargo, vestían la cogulla monacal24. Unos y otros consi-deraban como un gran favor el que se les permitiera vivir en una ermita. Lo mismo consideró Fr. Pedro Alonso al obte-ner la licencia de su abad.

Si en el monasterio había encontrado monjes notables

por su virtud y letras, también en las ermitas encontró varo-nes piadosos y sabios, entre ellos los monjes Fr. Benito de

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Tocco, Fr. Plácido de Salinas, Fr. Dionisio de Placencia, Fr. Pedro de Monforte y Fr. Bartolomé de Tolosa, que se habí-an pasado a la vida eremítica, el primero de los cuales llega-ría a ser abad de Montserrat y obispo de Vic, Gerona y Lé-rida y Fr. Plácido de Salinas, General de la Congregación de Valladolid25.

No eran estos los únicos ermitaños célebres que había

habido en Montserrat. Les habían precedido los Venerables Fr. Bertrán de S. Salvador, Fr. Bernardo Boil († 1505), Fr. Benito de Aragón († 1516) y Fr. Juan Molla († 1516), Fr. Martín Morós († 1525), Fr. Pedro de Almazán (†1534), Fr. Juan García († 1540) y Fr. Antonio de Orozco († 1544), todos ellos muertos en olor de santidad.

Durante los 27 años que Fr. Pedro permaneció en su reti-

ro tuvo por compañeros de eremitorio a Fr. Martín de Aínsa († 1549) célebre por su penitencia, a Fr. Pedro de Castro-mocho (†1560), Fr. Lorenzo de Sevilla († 1562) y Fr. Do-mingo de Oto († 1565), todos muertos en olor de santidad. Y a Fr. Juan de Oña, Fr. Miguel de Frías, Fr. Pascual An-drés, Fr. Francisco de León, Fr. Juan de Argensola, Fr. An-tonio Gaver, Fr. Juan López, Fr. Juan Martínez, Fr. Gaspar Bensa y algunos otros26.

Aquí en la soledad, pudo Fr. Pedro saciar su alma sedien-

ta de oración y de paz, saborear largamente la Sagrada Es-critura y los mejores escritos de los Santos Padres, y escri-bir. Su vida de ermitaño tan ordenada que, al decir del mis-mo Fr. Pedro, "parecía un perpetuo reloj". Se levantaba muchos antes de la aurora. Después de una hora y media de meditación, celebraba la santa misa, a la que seguía una hora y media de lectio divina, ejercicio que a veces era inter-

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rumpido por la llegada de peregrinos, a los cuales recibía "summa cum humanitate" e instruía "en toda virtud y pie-dad". El tiempo sobrante lo dedicaba a escribir y al trabajo manual. A sus horas rezaba el Oficio divino. Hacia el medi-odía preparaba la comida, pobre pero abundante, después de la cual hacía una siestecilla. Después pasaba al oratorio donde rezaba vísperas y tenía una hora de meditación, se-guida de otra de lectura espiritual, y otra media hora de me-ditación, interrumpida sólo para atender a los peregrinos. Al caer la tarde, rezaba completas, hacía el examen de concien-cia y se acostaba. Y una vez en la cama repetía la invoca-ción del nombre de Jesús hasta conciliar el sueño27. Así de sencilla y monótona transcurría la vida de Fr. Pedro en su ermita de Montserrat.

Ya hemos dicho más arriba que fue el abad Fr. Alonso

de Toro quien dio permiso a algunos monjes, entre ellos a Fr. Pedro Alonso (1545), para dejar el monasterio y pasar a vivir a las ermitas. Esto desagradó al abad Miguel Forner y a algunos de los monjes, y fue una de las causas por las que Fr. Alonso de Toro se vio obligado a renunciar al abadiato de Montserrat.

El abad Forner y el grupo de cenobitas que no veía con

buenos ojos el creciente interés de algunos monjes por la vida eremítica, acudieron al Capítulo General de 1547 pidi-endo remedio a esta situación. Presentaron sus razones a los definidores, diciendo que se había aumentado el número de eremitas, en contra de lo dispuesto por el abad Cisneros en sus constituciones, de que sólo fueran doce; y que si algunos monjes querían ser eremitas debían dejar de ser monjes y cambiar la cogulla por el hábito pardo de los ermitaños. El Capítulo atendió los ruegos de estos monjes, ordenando que

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en adelante no hubiera más de doce ermitaños, que ningún monje pudiera ser ermitaño sin licencia del Abad General de la Congregación, y que los "que subieren a la montaña para hermitaños", pasado medio año, "sean habidos por hermita-ños perpetuamente por su vida, y no tengan voto activo ni pasivo en el convento, y quando baxen anden en el convento los últimos, y críen su barba larga, en lo qual el Padre Abad del dicho monasterio no pueda dispensar”28.

En cumplimiento de estas disposiciones del Capítulo

General, Fr. Pedro fue despojado de la cogulla de monje, se le obligó a vestir el hábito i capa pardos de los ermitaños y a dejarse crecer la barba. A pesar de ello, en todas sus obras siempre se intitula "monge ermitaño". La disposición del Capítulo General, en contra de lo establecido en las consti-tuciones de los ermitaños del abad Cisneros, que permitían al abad de Montserrat dar permiso a sus monjes para vivir en las ermitas, no podía durar. En efecto, tres años después, algunos monjes de Montserrat pidieron al Capítulo General de 1550 que se volviera a lo dispuesto en las constituciones de Cisneros, en este punto29, pero no se les concedió. Los definidores ratificaron lo acordado en el Capítulo General de 1547, exceptuando en todo al P. Benito de Tocco, porque había sido recibido en Montserrat con la condición de ser monje ermitaño a perpetuidad30.

El forcejeo por anular lo dispuesto por el Capítulo de

1547 y volver a lo establecido en las constituciones de Cis-neros, continuó en los Capítulos Generales de 1556 y 1559 hasta que en el Capítulo de 1562 los definidores acordaron lo siguiente: "Que los monjes hermitaños de Montserrat guarden lo antiguo en la montaña, a los quales mandan vol-ver el hábito monachal y que estén en la hermita con él,

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como la han acostumbrado, y que de aquí adelante no se haga novedad alguna. Y al Padre fray Pedro de Burgos, monge hermitaño, se le torne su hábito y se le guarde su grada de hábito... Y que tenga voto activo y passivo". Y lo mismo los Padres Fr. Juan Piquer y Fr. Plácido de Salinas31.

Como vemos, al fin se hizo justicia a los monjes ermita-

ños restituyéndoles todos sus derechos. Mientras tanto Fr. Pedro y sus compañeros de eremitorio habían tenido que vivir 15 años privados del hábito monástico y del lugar y voto activo y pasivo que les correspondía en el monasterio. Este último derecho les fue quitado definitivamente en el Capítulo General de 156532.

Todo esto lo padeció Fr. Pedro por amor a la vida eremí-

tica y por no ser privado de su amada soledad, a la cual él llamaba “paradisum voluptatis"33. Su ideal eremítico se refleja en estas palabras que dirige a la Virgen, en la que ve el modelo de todos los estados, incluso del eremítico: "En seguida hiciste un pacto con la soledad, madre de las virtu-des; elegiste como compañeros el ayuno y las vigilias noc-turnas, te desposaste con la oración ininterrumpida y tomas-te para ti como gemas preciosísimas la lectura y la contem-plación las cosas divinas"34.

Vivió en su ermita por espacio de 27 años, y murió el 2

de mayo de 1572135 en opinión de santidad36 "dexando mu-cha fama de santidad y letras, no sólo entre los monges, sino entre personas seglares que le vieron y trataron en Monser-rate"37.

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Los cronistas benedictinos le elogian por obediente, cari-tativo, dado a la lectura, piadoso, y asiduo en la contempla-ción38.

Sobresalió por su profunda humildad manifestada una y

otra vez en la presentación de sus escritos, a los que llama siempre "laborem exiguum", "munusculum", "libellus", "tratadico", "humilde obrecilla... salida de pequeño vaso, producida de poca sabiduría"39 Y en una carta dirigida a su hermana Clara confiesa que: "ciencia, ninguna o muy poca tengo"40.

Es de notar también su humanismo y discreción manifes-

tados cuando aconseja a un novicio eremita acerca de la cantidad de alimento que debe tomar, diciéndole: "prepara-rás no unos pocos frutos, según solían los antiguos anacore-tas, sino algo más, pues según san Gregorio, sus hechos son más para admirar que para imitar. Además, entonces los cuerpos eran más robustos, los alimentos más sustanciosos y la gracia más abundante. Bastará si puedes decir como san Agustín: Gracias, Señor, porque me enseñaste a acercarme a los alimentos como si fueran medicamentos". Para facilitar la digestión le recomienda una siestecilla diciendo: "Toma-rás en tus manos un librito piadoso y ligero, a fin de que te ayude a dormir un poco, pues esto aprovecha muchísimo para la salud del cerebro"41.

Además de señalado humanista, fue también un buen

teólogo y un espíritu selecto42. Su teología estaba sólida-mente fundada en la Sagrada Escritura, buena parte de la cual conocía de memoria, y en los Santos Padres y teólogos más seguros. Su espiritualidad estaba anclada en la doctrina de la Iglesia, de tal manera, que somete sus libros a la censu-ra eclesiástica, como había mandado el Concilio de Trento,

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diciendo que "se somete y humilla a la corrección de la San-ta Iglesia Romana y de sus ministros, como es razón, te-niendo y aprobando lo que ella enseña y aprueba, y repro-bando todo lo demás y detestándolo como no tal"43.

Además de teólogo fue un experimentado maestro de la

vida espiritual. De ello nos da testimonio el P. Yepes, cuan-do dice que pasó los 27 años de su vida eremítica "meditan-do, leyendo y escribiendo... y haciendo áspera penitencia, multiplicando los ratos de contemplación en que, dicen, era favorecido y alumbrado interiormente de Nuestro Señor"44.

De todo lo dicho, fácilmente se colige que en Fr. Pedro

Alonso se encuentran todas las características de la verdade-ra santidad, que son: doctrina católica y virtudes heroicas. De estas últimas practicó y recomendó en sus escritos, las virtudes teologales y morales, la pobreza, la castidad y la mansedumbre. Predicó con su ejemplo, palabra y escritos la devoción a la Virgen, la comunión frecuente, la obediencia a la Iglesia y a los legítimos superiores, la caridad pastoral, la piedad y la discreción. Estuvo adornado de las virtudes de la humildad y de la penitencia, y poseía los dones contem-plación y lágrimas, de exhortación apostólica y discreción de espíritus. Su vida fue ejemplo vivo para cuantos le cono-cieron y dejó entre los monjes y eremitas de su tiempo el recuerdo perdurable de sus virtudes. Justo fue pues que la tradición benedictina le diera el título de Venerable, por su fama de santidad y por sus escritos espirituales.

4. EL PADRE ESPIRITUAL

Pocas son las noticias que tenemos de las actividades de

Fr. Pedro como ermitaño, pero las suficientes para poder conocer la irradiación de su vida ejemplar y la extensión de

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su magisterio espiritual, especialmente a través de sus escri-tos. Tres son los apostolados más sobresalientes que Fr. Pedro ejerció a lo largo de sus 27 años de vida solitaria: el apostolado de la exhortación, el de la dirección espiritual y el de la pluma. Dejando la actividad literaria para más ade-lante, vamos a fijarnos ahora en su labor como maestro espi-ritual.

Ya vimos cómo antes de ingresar en el monasterio de

Montserrat se había relacionado con un buen número de personas nobles pertenecientes a los círculos más allegados a la corte de Carlos V. Como buen humanista, Fr. Pedro conservó estas amistades, incluso después de haber pasado a la vida eremítica. Con ellas se carteaba de vez en cuando, con ellas tenía largos coloquios espirituales cuando le visi-taban en su retiro de Montserrat, y a ellas dedicaba los afa-nes de su pluma.

El círculo de amistades sobre las que Fr. Pedro ejerció

cierta influencia espiritual incluye personas tan calificadas como el propio rey Felipe II que le visitó en su ermita el 11 de octubre de 154845 y el 3 de agosto de 155146, el cual, según nos asegura el P. Yepes "le favorecía y estimaba en mucho"47. En agradecimiento del favor y estima con que le honraba el monarca, en 1561 Fr. Pedro le dedicó su libro De immortalitate animae48. El mismo monarca le dio perso-nalmente las gracias por haberle dedicado esta obra, cuando le visitó de nuevo el 3 de febrero de 1564. No es de extrañar que Felipe II gustara de hablar con este antiguo servidor de su padre, ahora ermitaño, y en ello "mostrara mucha com-placencia", y que "se encomendase a sus oraciones"49.

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También debió visitarle el Emperador Maximiliano II de Austria el 15 de agosto de 1548, cuando visitó las ermitas en compañía de su esposa Dña. María de Austria y mandó dar a cada ermitaño un escudo de oro de limosna50, y cuando repitió la visita a Montserrat en agosto de 155151. Sus hijos Rodolfo II y Ernesto visitaron también las ermitas el 30 de marzo de 156852. Y es de suponer que no dejarían de visitar también a Fr. Pedro Alonso.

Entre sus antiguas amistades ejerció notable influencia

espiritual sobre el Marqués de Cortes, D. Juan de Benavi-des, al que dedicó en 1562 su Libellus de vita et laudibus Mariae Virginis, y sobre D. Diego Hurtado de Mendoza, Lugarteniente y Capitán General de Cataluña, Rosellón y Cerdaña, y su esposa Dña. Catalina de Silva que le había ido a visitar a Montserrat y le "había descubierto sus piadosos deseos y devotos propósitos"53, a la que dedicó su Diálogo de los inmensos beneficios de Dios, "para comenzar así a pagarle lo mucho que le debía"54.

Estrecha fue la amistad y frecuente la relación que man-

tuvo con sus antiguos discípulos, los hijos del Duque de Béjar: D. Francisco de Sotomayor, Marqués de Ayamonte, que había de suceder a su padre en el ducado de Béjar, al que dedicó su opúsculo De vita solitaria; D. Antonio de Zúñiga, Comendador de la Orden de S. Juan, al que dedicó su diálogo De Religione, y D. Manuel de Sotomayor, Mar-qués de Gibraleón y Conde de Belalcázar, al que dedicó en 1562 su obra De Eucharistia dialogus, y a su esposa la tra-ducción castellana de esta misma obra en 156955.

También se relacionó con Dña. Juana de Austria, Infanta

de España y Princesa de Portugal, fundadora, con su herma-

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na Dña. María de Austria, del monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, a la que en 1568 dedicó el Libro de la preparación para la muerte, y con otros muchos personajes y peregrinos de la época, que según la costumbre, aprove-chaban su segundo día de estancia en Montserrat para visitar las ermitas. Con ellos, Fr. Pedro hacía lo que recomendaba a un novicio ermitaño, a saber: recibirlos "summa cum huma-nitate" y luego "instruirlos en toda virtud y piedad" ya que esto, decía, es "muy agradable a Dios"56.

Entre sus hijos espirituales del propio eremitorio montse-

rratino cabe destacar al extático Fr. Juan Martínez, ermitaño de S. Benito, muerto en olor de santidad en 1595, el cual, según testimonio del P. Yepes "aprendió (de Fr. Pedro) los documentos de la vía solitaria y el orden de cómo se había de haber en la ermita, y el método y reglas para vacar a la divina contemplación"57.

Si a la influencia del contacto personal añadimos la ejer-

cida a través de sus escritos, tenemos que la irradiación del magisterio espiritual de Fr. Pedro Alonso dentro y fuera del ermitorio de Montserrat fue muy considerable y fecunda en frutos espirituales.

5. EL ESCRITOR ASCÉTICO

Fray Pedro Alonso comenzó a escribir a ruegos de su ve-

cino compañero, también monje ermitaño de Montserrat, Fr. Benito de Tocco, que como hemos dicho más arriba habita-ba en la ermita de S. Juan, contigua a la de S. Onofre, que era la de Fr. Pedro Alonso. Gracias a sus ruegos y ayuda, Fr. Pedro compuso y publicó sus dos primeras obras en 1561, la primera de las cuales Libellus de Misericordia Dei, se la

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INTRODUCCIÓN

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dedicó en agradecimiento. Cuando Fr. Benito de Tocco fue elegido abad de Montserrat en 1562, Fr. Pedro pudo publi-car hasta cinco de sus obras.

El motivo que impulsó a Fr. Pedro a escribir, no fue sólo

satisfacer los ruegos de sus amigos, sino la obligación que sentía de comunicar a los demás los dones recibidos, haciendo fructificar los talentos recibidos del Señor, me-diante el ministerio de exhortar a todos los cristianos a la conversión y a la práctica de las virtudes. Su celo por el bien de las almas, no sólo le hacía dejar la lectura espiritual cuando llegaban peregrinos a su ermita, a fin de atenderlos convenientemente y exhortarlos a la virtud, sino que tam-bién le hacía aprovechar los ratos que le quedaban libres58 para escribir pequeñas obras destinadas a instruir a los sim-ples y animarlos a caminar por la senda de la perfección cristiana.

En sus escritos buscaba siempre la gloria de Dios y el

bien de las almas59. A este motivo general, presente en todas sus obras, se unían con frecuencia otros motivos particulares como en el Diálogo de la Sacra Eucaristía, donde asegura que lo ha compuesto “con intención de provocar a todos al deseo de tan precioso manjar" y con el deseo de combatir las opiniones de "muchos que engañados del demonio pien-san cosas falsas de este sacramento"60. Sus obras son califi-cadas por los censores como católicas, pías, devotas y muy provechosas para el pueblo cristiano61. Pero él, en su humil-dad, no sólo las llama "obrecillas salidas de pequeño vaso y producidas de poca sabiduría"62, sino que dice al lector que no crea "que presumo de mí que traeré con ellas mucho provecho a la Santa Iglesia, ni que me moví a tomar este pequeño trabajo pareciendo que no esté ya en muchos libros

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escrito, cuanto seamos obligados a dar gracias a nuestro Creador por los beneficios que nos ha hecho, sino por cum-plir en alguna manera el deseo que tengo de agradar a Dios y por no tener escondida la pecunia que su Majestad me ha querido confiar, para que con ella procure de ganar gloria para su nombre, la ganancia de la cual, aunque sienta ser pequeña y de poco valor, sé que de Dios no será tenida en poco, porque no mira tanto el don que se le ofrece, cuanto a la voluntad con que se le ofrece, ni mira a nuestra poquedad sino a la devoción"63.

Una y otra vez repite su deseo de hacer partícipes a los

demás de los dones que el Señor le ha dado, especialmente de los dones de oración. Así lo manifiesta en el prólogo del Diálogo de los inmensos beneficios de Dios cuando dice: Aunque en sabiduría divina soy "el más mínimo y pequeño de todos... como me sintiese obligado, aunque no digno, demás de otros innumerables beneficios que su Majestad me ha hecho y deseando satisfacer por ellos con algún servicio, no me pareció que en otra mejor cosa podía emplear mi deseo que en contar a todos sus grandes beneficios... cosa ésta que mucho le agrada a Dios"64.

Escribe para "incitar a los simples... y a los sabios..., para

que visto y conocido los beneficios que nuestro Criador nos ha hecho..., le alaben, adoren y bendigan, como es razón; pensando que si así no lo hiciese, que se cumpliría en mí aquella maldición que la Escritura da diciendo: Maldito sea el hombre que esconde el trigo en el pueblo. Y que no cum-pla lo que en otra parte se dice en el Apocalipsis, conviene a saber: El que de sí ha oído diga a otros: Venid. Y estaría con temor que no me fuese dicho del Señor lo que fue dicho a aquel siervo perezoso que escondió el talento y pecunia

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que le dio su Señor, conviene a saber: Muy bien fuera que hubieras dado los dineros que te di a usura, empero pues no lo has hecho, tomadle los dineros y dadlos a quien le fue dado los diez talentos"65.

A pesar de estas nobles intenciones y de su profunda

humildad, hubo de soportar las críticas de sus émulos, pues ya en el cuarto libro que edita pide a D. Juan de Benavides, a quien va dedicado, que sea "patrón y defensor de este li-bro, si algunos malévolos y detractores —de los cuales ni los más santos y doctos varones se han librado— se atreven a ladrar"66. Lo mismo pide a Dña. Juana de Austria en la dedicatoria de su Libro de la preparación para la muerte, cuando le dice que se lo dedica, para que "con su protección y amparo fuese mejor defendido de los maldicientes, los cuales tienen por oficio detraer a todo el bien que ven". Y "defienda su humildad, bajeza y llaneza de estilo y doctrina, de los maldicientes, los cuales suelen poner lenguas hasta en las cosas muy mayores y más buenas"67.

También le pide a D. Manuel de Sotomayor, en la dedi-

catoria que le hace de su obra De Eucharistia dialogus, que defienda esta obra de "los malévolos que se atrevan a mor-derla". Le dice todavía más. "Si algunos te dicen que ya han escrito mucho sobre la Eucaristía, tú les respondes que tam-bién antes de san Bernardo muchos escribieron sobre la Virgen María, y sin embargo él escribió admirablemente sobre ella. San Basilio escribió sobre la virginidad y sin embargo, después de él otros han escrito muy bien de ella... Y así como hay diversas clases de espíritus, también hay distintos modos de escribir sobre lo mismo, como los ali-mentos que se guisan de diverso modo para que no desagra-den. Esto es lo que has de responder a los malévolos"68.

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Es ley de vida, cuando uno hace algo bueno que parece

salirse de lo ordinario, siempre hay quien trata de "ladrar", como dice Fr. Pedro. Pero de las cosas buenas siempre que-da memoria, de los "ladridos" no. Fray Pedro, a cambio del “pequeño” trabajo de escribir pide oraciones69. Así lo mani-fiesta claramente en su última obra impresa: “En recompen-sa pido esta limosna, que cualquiera que sintiere algún pro-vecho por éste mi trabajo ruegue a la divina clemencia se apiade de mí y me dé gracia para que cada día crezca en su divino amor, y después de esta miserable vida sea admitido con sus santos en su gloria celestial”70.

6. LAS OBRAS

Fray Pedro Alonso quizá escribió muchas obras, pero

hasta nosotros han llegado sólo las impresas, que son diez en total, siete en latín y tres en castellano, aunque en reali-dad son ocho obras distintas o a lo sumo nueve, si contamos como tal la segunda parte del Diálogo de los inmensos be-neficios de Dios, puesto que la primera y el Diálogo de la Sacra Eucaristía son traducidos de sus correspondientes obras latinas. Hay que advertir que la última obra que escri-bió es una especie de antología de varias de sus obras, pues-to que incluye íntegramente las obras latinas De immensis Dei beneficius y De Eucharistia dialogus y el resumen de otras dos: De Vita Solitaria y De Religione, las cuatro publi-cadas en 1562.

Las obras que publicó fueron las siguientes y por este or-

den: Libellus de Misericordia Dei71; Dialogi de Immortali-tate Animae72, los dos publicados en Barcelona por Claudio Bornat en 1561. De Vita et laudibus Mariae Virginis Libe-

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llus73; De Vita Solitaria Dialogus74; De religione Tribusque Votis Religiosorum Dialogus75; De Eucharistia Dialogus76; Dialogui de Immensi Dei Beneficiis et de Tribus Virtutibus Theologalibus77, publicadas todas también en Barcelona por Claudio Bornat en 1562. Y Libro de la preparación para la muerte y de cómo debe ser tenida en poco78, impreso en Barcelona por Damián Bajes y Juan Mall en 1568. La últi-ma obra que publicó fue: Diálogos entre Christo y el ánima de los beneficios que Dios ha hecho al género humano y de los que particularmente cada día hace79, que incluye au-mentada la versión castellana De Eucharistia dialogus, con el título: Diálogo de la Sacra Eucaristía entre el ánima cris-tiana y Jesucristo80, publicado en Barcelona por Claudio Bornat en 1569.

La edición de estas obras fue financiada por los mismos

bienhechores a quienes iban dedicadas. Los ejemplares de estas obras suelen encontrarse encuadernados conjuntamen-te, sin duda por ser del mismo autor y del mismo tamaño, fuera de la primera que va suelta y es de tamaño menor, y de las castellanas que fueron impresas las últimas.

Por la fecha de edición de las obras vemos que las dos

primeras se imprimieron en 1561 y las cinco siguientes en 1562, todas en latín. Luego transcurren seis años sin ningu-na impresión hasta que en 1568 aparece la primera obra en castellano y en 1569 1a segunda y última. Que sepamos no hubo más obras impresas ni más ediciones de las obras que las señaladas.

Una última cuestión se nos presenta: ¿Por qué escribió

en latín? Quizás porque manejaba mejor esta lengua que el castellano, aunque las obras castellanas que antes tuvieron una edición latina, fueron traducidas por el mismo Fr. Pedro

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Alonso, corrigiéndolas y ampliándolas considerablemente, aunque su Libro de la preparación para la muerte, por man-dato de los impresores fue "corregido y enmendado" por otra persona, que no conocemos, aunque quizás las correc-ciones y enmiendas fueron sólo de estilo y de ortografía81.

En cuanto a la censura de las obras, sabemos que la pri-

mera fue examinada por el jesuita P. Miguel Govierno y las demás obras latinas por el franciscano mallorquín, teólogo y poeta, residente en Barcelona como obispo titular de Cons-tantina y sufragáneo o auxiliar de los obispos de la Ciudad Condal, Joan Jubí. La obra De Vita et laudibus Virginis Mariae fue examinada por el citado Jubí y por un tal Fr. Juan Izquierdo. El Libro de la preparación para la muerte fue examinado por los teólogos dominicos del convento de Sta. Catalina de Barcelona, Fr. Pedro Mártir Coma y Fr. Tomás Aranaz. La última obra no sabemos quién la exami-nó, aunque en realidad quizás no fue censurada, porque se consideraba una mera traducción de las obras impresas, en su día ya examinadas y aprobadas. 7. FUENTES

Es difícil poder determinar todas y cada una de las fuen-

tes de que se sirvió el autor para componer sus obras, pero vamos a indicar ahora algunas, las más importantes.

Las fuentes que vamos a señalar se refieren sobre todo a

las obras castellanas —que incluyen casi todas las latinas—. Algunas de estas fuentes las indica el propio autor con la expresión vaga: Dicen san Agustín, san Bernardo, san Gre-gorio, etc., pero aún así no son fáciles de localizar, porque a veces atribuye obras a ciertos autores o santos, que en reali-

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dad no son suyas, aunque en su tiempo así se creía. En la mayor parte de las ocasiones, sin embargo, no cita las fuen-tes de que se sirve.

Nosotros vamos a reducir las principales fuentes de que

se sirve Fr. Pedro en sus obras, a cinco bloques distintos, a saber:

a) Fuentes bíblicas. Los tratados están transidos de ci-

tas bíblicas, y hasta el lenguaje empleado tiene sabor de palabras y textos de la Biblia, que el autor cita de memoria. Los tratados castellanos tienen un total de más de 600 citas bíblicas, entre explícitas e implíci-tas. Y siempre el texto de la biblia que usa y traduce el autor es el de la Vulgata Latina. Usa también los comentarios bíblicos de los Santos Padres, especi-almente los de S. Agustín, S. Gregorio y S. Bernar-do.

b) Fuentes teológicas. Tres son las fuentes teológicas de las cuales se sirve principalmente el autor. Son las obras de santo Tomás de Aquino, san Buenaven-tura y Pedro Lombardo, aunque nunca los cita ex-plícitamente porque en su tiempo no eran conside-rados como “auctoritates”. En especial siente predi-lención por la Summa theologica de Santo Tomás.

c) Fuentes ascético-místicas. El autor se aferra siempre a la doctrina de los Santos Padres, en especial siente una afección grande por S. Gregorio, S. Bernardo, S. Agustín, S. Jerónimo y S. Basilio. Cita también, aunque menos, a S. Anselmo, S. Ambrosio, S. Ci-priano, S. Benito, S. Juan Crisóstomo, S. Juan Clí-maco, Juan Casiano, Vitae Patrum, Flos sanctorum, Ricardo de S. Víctor, Dionisio el Cartujano y otras

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obras atribuidas a S. Bernardo, pero en realidad de Guillermo de Saint-Thierry, Guigo II, Arnauld de Bonneval y otros. La obra donde el autor cita más veces expresamente sus fuentes es el Libro de la preparación para la muerte, aunque no todas las citas que da son de pri-mera mano.

d) Fuentes litúrgicas. A veces el autor cita antífonas, oraciones, himnos y lecciones del breviario, aunque no con mucha frecuencia.

e) Fuentes filosóficas. Las únicas fuentes filosóficas que cita el autor son de Platón, Aristóteles, Séneca, Cicerón y Secundo.

f) Fuentes cercanas al autor. Dos son las fuentes cuasi contemporáneas del autor que he podido localizar en las obras castellanas de Fr. Pedro Alonso. El Exerci-tatorio de la Vida Spiritual de García de Cisneros y el Tercer Abecedario Espiritual de Francisco de Osuna.

La mayor parte de estas fuentes se encontraban en la biblioteca del monasterio de Montserrat82. Algunas pocas en la propia celda de Fr. Pedro Alonso. Y otras las pediría pres-tadas a su vecino ermitaño Fr. Benito de Tocco, el cual, según testimonio ocular de un viajero de la época, "tenía su estudio lleno de volúmenes sagrados"83. 8. LA DOCTRINA Y ESPIRITUALIDAD

La doctrina de Fr. Pedro Alonso en todas sus obras se

distingue por su simplicidad y llaneza. El autor evita delibe-radamente las especulaciones abstractas y las distinciones sutiles de escuela y procura mantenerse en un nivel didácti-

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co accesible a todas las inteligencias. Expresamente declara su propósito de animar a los simples a la perfección de la vida cristiana, por eso su doctrina es clara y fácilmente inte-ligible para todos, por simples que sean.

Su doctrina no es nueva sino tradicional, pues está fun-

dada sobre la roca firme de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres y autores católicos de reconocida solvencia. Su originalidad consiste en haber sabido juntar en una ar-monía perfecta la teología y la espiritualidad, la sublimidad de la doctrina y la sencillez en la exposición, la doctrina de los santos y su experiencia propia. Hermana admirablemen-te la ascética y la mística, la espiritualidad objetiva de la liturgia y los sacramentos y la subjetiva, la contemplación y el celo apostólico; de ahí su interés en escribir para poder hacer partícipes a los demás de los bienes espirituales que poseía, para poder hacer realidad el "contemplata aliis trade-re" de la espiritualidad medieval.

Su espiritualidad es monástico-afectiva, como lo era la

de la congregación de S. Benito de Valladolid; cristocéntrica y enraizada en la tradición y en la propia experiencia. Las características de su espiritualidad son un poco distintas de las de Cisneros y más cercanas a las corrientes de espiritua-lidad de la época. Fray Pedro Alonso insiste en la oración mental contemplativa y en el ejercicio continuo de la medi-tación de los beneficios de Dios84 y de la vida y pasión de Cristo85. Recomienda vivamente el ejercitarse en el conoci-miento de sí mismo86, conservar vivo siempre el recuerdo de la muerte87, despreciar las cosas mundanas y esforzarse en el desarraigo de los vicios y plantación de las virtudes88.

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Encarecer el amor al propio estado89, la devoción a la Eucaristía90, el valor del don de lágrimas91, la excelencia de la contemplación92, la perfección de la vida eremítica93 y la imitación de la Virgen, que es modelo de todos los estados y también de la vida eremítica94.

En cuanto a las etapas de la vida espiritual, el autor sigue

la división tripartita tradicional de la vida purgativa, ilumi-nativa y unitiva, que nunca nombra con estos nombres, sino con otros, como las tres clases de muertes espirituales o las tres clases de lágrimas.

Propugnó un método de oración mental más flexible y

sencillo que el de García de Cisneros. Consistía en tres me-ditaciones diarias, una por la mañana y dos por la tarde. La de la mañana debía ser de la pasión de Cristo95 y las de la tarde, una sobre la vida de Cristo96 y otra sobre el conoci-miento propio97. La muerte98, el cielo99 y el infierno100 debí-an ser temas frecuentes de meditación.

La espiritualidad de Fr. Pedro Alonso hay que situarla en

el contexto de la escuela de oración metódica benedictino-vallisoletana y en la vía del beneficio de Dios, cuyos más insignes representantes fueron Juan de Cazalla, Bernal Díaz de Luco, Alejo de Venegas, Domingo de Soto, S. Pedro de Alcántara, Luis de Granada y otros. Y en la vía del beneficio de Cristo, como desarrollo de la meditación de la pasión y profundización del misterio de la redención, cuyos represen-tantes más señalados fueron Francisco de Osuna, Juan de Valdés Juan de Ávila y el Beato Orozco. También hay que incluirlo en la vía de la práctica de las virtudes y desarraigo de los vicios, propugnada por Pablo de León, Juan de la Cruz OP, Juan de Dueñas OFM, Alejo Venegas y otros.

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Como se ve, el autor hizo una síntesis de estas tres vías, que eran las más conocidas en el siglo XVI y las que priva-ban en casi todos los centros de espiritualidad de la época.

La espiritualidad de Fr. Pedro Alonso y la doctrina no

son nuevas sino tradicionales, pero incorporan algunas de las corrientes espirituales propias de la época en que vivió el autor. Su aportación más señalada a la espiritualidad es la síntesis que supo hacer de lo antiguo y lo nuevo, de la teolo-gía y la espiritualidad, de la tradición y la experiencia pro-pia.

9. EL ESTILO

Fray Pedro Alonso siente manifiesta predilección por el

género literario del diálogo, ya que siete de sus diez obras están escritas en este género. Pudiendo servirle muy bien de modelo autores tan queridos para él como J. Casiano, S. Gregorio, S. Agustín, Platón y otros más cercanos como Juan Luis Vives, Erasmo, Francisco de Borja, Pedro Xime-no, Francisco Mexía, Luis Escrivá, Baltasar Catalá y otros. Además el género de diálogo era el más usado entre los antiguos anacoretas, los hechos y sentencias de los cuales, casi todos se nos han conservado en este género.

Según nos asegura el mismo autor, eligió para sus obras

el género del diálogo "porque este género de hablar es agra-dable a cualquiera paladar y fácil de entender y es modo que suele dar menos fastidio"101.

Los interlocutores del diálogo son: una vez es un abad

benedictino y un joven noble que se siente atraído hacia la vida monástica, otra un novicio eremita y un experimentado

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anacoreta que le guía y le hace de maestro. Pero de ordina-rio los interlocutores son Jesús y el alma —el alma eremíti-ca del autor—. Así ocurre en los diálogos De los inmensos beneficios de Dios y De la Sacra Eucaristía. Jesús visita al alma de vez en cuando en la oración y dialoga con ella. En-tonces es cuando el alma le pide que le enseñe y satisfaga sus dudas sobre la vida espiritual. Jesús aparece como el maestro, el amigo, el Esposo, que casi nunca riñe, sino que con infinita amabilidad e inagotable paciencia enseña, con-testa, explica, educa y anima.

Las obras de Fr. Pedro Alonso están destinadas a los

simples, por eso son eminentemente didácticas y su estilo llano. Así lo manifiesta claramente el autor cuando dice: "Y porque se escriben para los simples, va en estilo simple y vulgar para que todos mejor se puedan aprovechar de él, teniendo más ojo a que la doctrina sea provechosa que muy subida, y pretendiendo más el provecho que la elegancia del estilo"102. Sólo del Diálogo de los inmensos beneficios de Dios dice que va dirigido "a los simples y que poco saben... y a los que son sabios para que perseveren"103.

El autor cuando escribe en latín lo hace con un latín co-

rrecto y hasta elegante. No sucede lo mismo cuando escribe en castellano, el cual parece serle más dificultoso, lo que no es de extrañar, puesto que la mayor parte de sus lecturas eran de autores y obras latinos. Por eso, como queriéndose curar en salud, asegura que escribe "en estilo bajo y humilde como lo pide la profesión de mi vida eremítica, la cual está lejos y apartada de los primores de la Corte y elegancia del buen decir"104.

Que no escribía muy elegantemente el castellano, si no lo

conociéramos directamente por sus mismas obras, lo sa-

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bríamos por la licencia de impresión del Libro de la prepa-ración para la muerte, la cual asegura que los libreros Da-mián Bajes y Juan Mall con mucho trabajo y dispendio habían "hecho corregir y enmendar" dicho libro105.

A pesar de lo dicho, el autor alcanza en algunos pasajes

una notable perfección. A veces su elocuencia alcanza gran-des alturas y hasta es sublime en alguna ocasión y tiene pasajes líricos y exaltaciones emotivas de gran belleza.

Su estilo es directo muy acusado. Gusta de largos perío-

dos y a veces tiene cambios repentinos de construcción, adjetivación relativamente abundante, ampuloso a veces, con gran riqueza de imágenes y ejemplos que ilustran gráfi-camente la doctrina expuesta. Entre la edición latina y la castellana de una misma obra hay numerosas discrepancias, algunas de consideración, ya que en la traducción castellana con frecuencia omite párrafos y añade otros que alargan notablemente la extensión de los capítulos e incluso añade capítulos nuevos. Casi siempre traduce libremente los textos que cita, aún los de la Sagrada Escritura, adaptándolos a la finalidad que persigue.

A veces, especialmente en el Libro de la preparación

para la muerte, para probar su doctrina aduce textos de los Santos Padres enlazándolos entre sí mediante una frase de transición. Lo mismo hace con los textos de la Escritura, de tal manera, que algunos capítulos son una sarta de citas bí-blicas, aunque enlazadas con cierta elegancia. Su lenguaje es siempre religioso y su tono exhortativo. El vocabulario ascético-místico es el de los autores que ha leído y el propio de la época, aunque no excesivamente técnico, fuera de alguna ocasión, cuando trata puntos importantes de fe o de teología.

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El texto de las obras tiene fuerte influencia latina en la ortografía, vocabulario y sintaxis, especialmente en los nombres propios la biblia y otros como sanctidad, redemp-tor, etc. Y palabras compuestas tales como desta, della, etc. Usa indistintamente algunas palabras como san, santo, sanc-to, sanct; recebir, recibir, redemir y redimir y otras. A veces usa mal el verbo ser poniendo la tercera persona singular del perfecto de indicativo fue en vez de la primera fui, y lo mis-mo sucede con el verbo servir, que unas veces pone sirvan por sirven y al revés, aunque esto pudiera ser muy bien una falta de impresión. Sin embargo es difícil de creerlo, porque se repite con demasiada frecuencia.

Fray Pedro Alonso de Burgos es sin duda el más ilustre

de los ermitaños escritores de Montserrat y de la Congrega-ción de San Benito de Valladolid. Este hecho y el que sus obras sean ya raras me movieron años ha a preparar la edi-ción completa de las mismas, pero dificultades económicas insalvables impidieron su publicación, especialmente para las obras latinas. Ahora salen a luz estas dos obras de fray Pedro Alonso de Burgos sobre la vida eremítica y sobre la Eucaristía, merced al interés del profesor Javier Alvarado, a quien damos las más expresivas gracias, como se las darán también sin duda los interesados en la espiritualidad españo-la del Siglo de Oro en general y en la benedictino-vallisoletana y eremítica-montserratina en particular. Por nuestra parte dedicamos el presente trabajo a los que en la actualidad practican la vida eremítica canónica o libre, y a cuantos simpatizan o viven de alguna manera la espirituali-dad del solitario, incluso en medio de la jungla de asfalto de nuestras ciudades, recogiéndose frecuentemente en la sole-dad de su celda interior para dialogar “con quien sabemos nos ama”, como dice la santa doctora Teresa de Ávila.

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DIALOGO SOBRE LA VIDA EREMITICA

Introducción

Aunque nuestro deseo ya de años era editar juntas las obras del ermitaño de Montserrat, el Venerable fray Pe-dro Alonso de Burgos106, como no hallamos quien quisie-ra hacerse cargo de esta edición, en especial de sus obras latinas, decidimos publicarlas poco a poco, empezando por la versión castellana de su obra intitulada: De/Vita Solitaria Dialogus/ Ad Illvstrissimvm DD./ Fransciscum a Soto Maior, Marchio / nem Aiamontensem/ A F. Petro Alfonso Burgensi/ Monacho et Eremita Montis Serrato editus/ (Sigue el grabado del impresor que es la figura del Niño Jesús cabalgando sobre un águila) Examinatus mandato Reverendissimi Inquisitoris/ Barcinone/Apud Claudium Bornatium, in Forte Aquila/ 1562. El colofón dice: Finis/De Mandato Admodvm/ Reverendi Domini nostri Inquisitoris/Barcinon. Facto examine sub-/scripsit Iubinus Eps. 107.

El tamaño del opúsculo, como el de todos los que im-

primió, es de 14,50 x 10 cms. Comienza con la dedicato-ria al Marqués de Ayamonte (1 fol.) y siguen los 26 fo-lios de que se compone el tratado, numerados con signos arábigos.

El opúsculo es un diálogo delicioso entre el ermitaño

anciano y experimentado en la vida eremítica y su discí-

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pulo novicio. El contenido son las instrucciones que el ermitaño anciano da a su joven discípulo acerca de la vida eremítica. El autor, gran enamorado de la vida ere-mítica, comienza cantando líricamente los elogios de la soledad, que él llama paradisus voluptatis, para proseguir a través del Antiguo y Nuevo Testamento lo que él llama historia de la soledad. Asegura que la soledad es muy querida de Dios porque él mismo siendo trino, vive en soledad. Además en la soledad Dios habló a Abraham, a Isaac, a Jacob y a Moisés; en la soledad del desierto fue donde Dios alimentó a los israelitas con el maná, y les dio a beber agua en abundancia y donde les libró de sus enemigos. También en la soledad del santuario Dios habló a Zacarías y en la soledad de su celda María recibió la visita del ángel Gabriel. Asimismo Jesús ayunó en el desierto, se transfiguró en un monte solitario, desde un monte subió a los Cielos, en el Monte Sión envió el Espí-ritu Santo y en el desierto se apareció a san Pablo. Tam-bién fue el desierto el lugar preferido de los primeros anacoretas, de la Magdalena, de san Jerónimo, etc.

A continuación el discípulo presenta las objeciones

tradicionales contra la vida eremítica, tales como que Dios puede manifestarse en todas partes, que el hombre es por naturaleza un ser social, que se debe trabajar por la salvación del prójimo, etc. Fray Pedro va deshaciendo una a una estas objeciones rebatiéndolas con gran pericia, demostrando que Dios se manifiesta preferentemente en la soledad; que el poco contacto con los hombres hace que se les aprecie más; que el eremita es muy útil a los demás porque les hace partícipes de sus oraciones, vigi-lias y ayunos; y que uno tiene un don y otro, otro.

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Luego sienta las bases de que la vida eremítica es más perfecta que la cenobítica, porque aquélla es para los soldados veteranos y ésta para los bisoños que aún nece-sitan del consejo y ayuda de los demás para caminar a la perfección.

A continuación propone al discípulo las armas propias del eremita para vencer cualquier tentación diabólica. Son estas: la lectura, la meditación, la oración y la con-templación y le va explicando el método que ha de seguir en cada una de ellas para sacar el máximo provecho de las mismas. Recomienda encarecidamente la lectura de la Sagrada Escritura y la meditación asidua, elogia grande-mente la oración y pondera la grandeza de la contempla-ción con lo cual muestra indirectamente la experiencia que tenía de ella.

Luego pasa a enseñar al discípulo cómo ha de ordenar

su jornada eremítica para que su vida parezca "un perpe-tuo reloj". Aquí nos muestra el horario del eremita, que es sin duda el mismo que tenía el propio Fr. Pedro y los demás ermitaños de Montserrat. Según este horario, el eremita se levantará mucho antes de la aurora. Su jornada monástica comenzará con una hora y media de oración mental a la que seguirá otra hora y media de lectio divina, la cual interrumpirá si llegan peregrinos a su ermita, a los cuales el ermitaño acogerá benignamente e instruirá en la ley de Dios.

A sus horas, el eremita rezará el oficio divino, el Opus

Dei por excelencia, y a sus horas trabajará manualmente para descansar un poco de la oración y la lectura espiri-tual.

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En la tasa de la comida, Fr. Pedro como buen huma-nista, aconseja la moderación y hasta invita a una breve siesta, después de la cual el ermitaño rezará vísperas y tendrá una hora de oración mental y otra de lectio divina seguida de media hora de oración mental, interrumpida solamente para atender a los peregrinos que acaso llega-ren a su ermita. Al caer la tarde, el eremita rezará com-pletas, hará su examen de conciencia y se retirará a des-cansar.

A petición del discípulo, Fr. Pedro señala los temas de

meditación diaria, que serán: por la mañana sobre la pa-sión de Cristo y por la tarde sobre la vida de Cristo, con-siderándole como hombre, como hombre-Dios y como Dios, según el grado (principiante, proficiente y perfecto) en que se halle el eremita en la vida espiritual. La última meditación del día versará sobre el conocimiento de Dios y de sí mismo, alternando con el pensamiento de la muer-te. Todos estos ejercicios, advierte Fr. Pedro, son sólo un medio para llegar a la meta de todo eremita, que es alcan-zar la pureza del corazón sin la cual no se puede llegar a la contemplación perfecta.

Gracias a este opúsculo, conocemos cómo vivían su

vida eremítica las almas bien formadas, poseedoras de una buena cultura y fieles a su vocación, bajo la moción del Espíritu Santo. Por ello, este librito es un testimonio de cómo se vivía la vida eremítica en el siglo XVI en la montaña de Montserrat.

El autor cita frecuentemente la Sagrada Escritura, tan-

to el Antiguo como el Nuevo Testamento que conoce y domina a la perfección. Además, según he podido ras-

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trear, las fuentes de que se sirvió para componer este opúsculo son las obras de S. Agustín, S. Jerónimo, S. Gregorio, Casiano, Aristóteles, S. Tomás de Aquino, Guigo II, S. Bernardo, S. Buenaventura, García de Cisne-ros y otros de difícil identificación. El uso de estos auto-res nos muestra a Fr. Alonso de Burgos como un infati-gable lector, que poseía una vasta cultura escrituraria, teológica, humanista y monástica, y una gran experiencia de la vida espiritual y eremítica, en las cuales aparece como un consumado maestro. Sus propias experiencias espirituales afloran una y otra vez en sus escritos y nos muestran el alma eremítica de Fr. Pedro, enamorado de su vocación y dispuesto a contagiar con su entusiasmo y ejemplo a otros para que sigan su mismo ideal de perfec-ción.

No sé que este libro se reeditara nunca, ni tampoco

que se tradujera al castellano alguna vez. Hoy día el im-preso latino es ya una rareza bibliográfica, por eso he pensado en imprimirlo de nuevo, aunque vertido al caste-llano para que la espiritualidad de este monje y eremita pueda llegar a un círculo más amplio de lectores. En la versión he procurado la máxima fidelidad al texto latino, aun a riesgo de ser demasiado literal, con el fin de no perder ningún matiz y conservar la forma de expresarse propia del autor, que aunque escribió su obra en latín, pensaba y hablaba en castellano.

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DIALOGO SOBRE LA VIDA EREMITICA

INTERLOCUTORES: Ermitaño anciano y novicio ermi-taño.

NOVICIO.- He recorrido en mi vida diversos lugares,

pero jamás vi uno tan hermoso como éste. ¡Mira qué agradable es aquel bosque plantado de árboles! ¡Qué encantadores aquellos huertos repletos de toda clase de frutos! ¡Quién no se deleitará en estos prados rodeados de diferentes plantas! ¡Dónde hay otro campo en el que más olor exhalen las flores y los pájaros se inviten unos a otros a cantar distintas melodías! ¡Oh qué encantadora es esta soledad! No digo otra cosa sino que es un paraíso de delicias.

ERMITAÑO.- ¿Quién es aquel que prorrumpe en tantas

alabanzas y que asombrado y jubiloso habla consigo mis-mo? Es nuestro novicio. Le llamaré y preguntaré qué es lo que así le asombra y alegra. ¡Eh!, ¡Eh!, fray Jerónimo.

NOVICIO.- ¿Quién me llama? Es nuestro Padre. Iré y

veré si necesita algo. ERMITAÑO.- ¿Qué es lo que te admira y llena de gozo? NOVICIO.- Me admiro de este lugar tan delicioso y so-

litario y de tal manera agradable que no puedo dar sufi-cientes gracias a Dios, buenísimo y omnipotente, por este gran beneficio de haberse dignado traerme aquí.

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ERMITAÑO.- ¡Con mucha razón goza de él y con justi-cia dale las gracias a Dios, dador generoso de todo! Pues, ¿qué cosa más digna que continuar los elogios de la sole-dad? ¡Grandes son y no tienen fin!

NOVICIO.- Te pido, Padre mío, que, ya que hace tanto

tiempo que vives feliz en ella y aprendiste sus virtudes y su experiencia, me cuentes ahora algunos de sus elogios.

ERMITAÑO.- Lo haré, hijo, con mucho gusto y de muy

buena gana, para que, no ignorando tantos beneficios, crezcas cada día más y más en la acción de gracias. Aho-ra pues, préstame toda la atención.

En primer lugar —voy a remontarme un poco a su ori-

gen—, la soledad tiene su principio desde la eternidad, pues antes que nada fuera hecho, al principio, por los siglos infinitos, antes de la creación del mundo, sólo exis-tía Dios y se gozaba con su soledad; puesto que si bien el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas distin-tas entre sí, sin embargo siempre fueron un solo Dios, una sola esencia y una sola sustancia. Después de la crea-ción, a los que Dios amaba con un amor especial, cuando deseaba honrarles con dones extraordinarios, los llamaba siempre a la soledad. Así, a Abraham, en la soledad le fueron reveladas la esclavitud de sus hijos y su liberación, y la duración de su vida108. Isaac, estando en el campo, por la gracia de la meditación encontró a su esposa Rebe-ca —que puede ser figura de la sabiduría—, y Dios le habló muchas cosas109. Y ¿qué diré de Jacob? ¿Acaso no vio en el desierto la escalera que llegaba hasta el cielo y los ángeles que subían y bajaban por ella, y a Dios senta-do en lo más alto de la escalera. Y dijo con gran gozo y

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estupefacción: ¡Qué terrible es este lugar! No es otro, sino la casa de Dios y la puerta del cielo?110.

También Moisés te conducirá al interior del desierto

para que conozcas mejor los tesoros de la soledad. Con-ducía el rebaño por el desierto; de pronto vio una zarza que ardía y no se consumía —gran misterio de la Madre de Dios y de su integridad—111, y oyó al mismo Dios que le hablaba de en medio de la zarza112. Más tarde, en el desierto, dividido el Mar Rojo como con dos paredes y seco, permitió pasar al pueblo de Israel y al faraón y a su ejército los sumergió y ahogó113, lo cual era figura del sacramento del bautismo114. En el desierto, para que los hijos de Israel no se perdieran ni tropezaran, Dios envió ante ellos, de día una columna de nube y de noche una columna de fuego115, que significaba el mando que los ángeles tienen en la Iglesia, los cuales unas veces se apa-recen como una columna resplandeciente, cuando quita-das las tinieblas iluminan el alma con una luz admirable, y otras veces se adelantan como columna de fuego, cuan-do inflaman la voluntad con el fuego del amor divino. En el desierto sufrieron diversas tentaciones116, que les acon-tecían a los hijos de Israel en figura de aquellas que habí-an de acaecer a los que aman a Dios. En el desierto el maná descendió del cielo117, que fue símbolo de la gracia espiritual y del sacramento del Cuerpo de Cristo118. En el desierto, Moisés sacó agua abundantísima de la piedra119, pero la piedra era Cristo120, cuyas gotas de gracia habían de manar en abundancia. Después de esto, Zacarías en el templo, en la soledad, vio un ángel que le anunciaba una gran alegría121. En la soledad, la Bienaventurada Virgen concibió al Redentor del mundo122.En el monte, el Señor Jesús enseñó a sus discípulos la norma de toda perfec-

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ción123. En el desierto, alimentó milagrosamente a cinco mil hombres con cinco panes y dos peces124. En el desier-to, su cara resplandeció como el sol y se oyó la voz del Padre: Este es mi Hijo amado125. En el desierto, ayunó cuarenta días y cuarenta noches y venció al enemigo, y los espíritus angélicos le sirvieron126. En el monte Calva-rio fue crucificado, muerto y sepultado y allí mismo re-dimió al mundo entero127. Del desierto subió al cielo128 y en el monte Sión envió el Espíritu Consolador129. Más tarde se apareció a Pablo en el campo130, y en fin, en la soledad se realizaron grandes y muy saludables misterios para la salvación de los hombres. Y ¡qué te diré de Pablo el primer ermitaño que tanto tiempo luchó en el desierto! ¡Qué de la Magdalena! ¡Qué de san Jerónimo, varón preclarísimo en letras y en santidad! ¡Qué en fin, de otros muchos que tenían todas sus delicias en la soledad! Ver-daderamente que, si bien es cierto que en todo lugar está la presencia divina, sin embargo Cristo habita de una manera especial en los montes, vive en las cuevas, se alimenta en las soledades y nutre y robustece ubérrima y opulentamente a los habitantes del desierto con los ali-mentos de los pastos celestiales. Mira aquél, ya esté entre los volúmenes de la Sagrada Escritura, ya entre la belle-za, grandiosidad y multitud de las criaturas, ya en la con-templación frecuente de su vida y de su muerte (de Cris-to) se muestra muy feliz. Y no es otra la causa por la cual aquellos santos varones movidos por el Espíritu divino con tanto afán se reunieron en aquellos desiertos tan vas-tos.

NOVICIO.- Verdaderamente estas palabras son espíritu y vida. Pero te ruego que me digas por qué Dios ama tanto las soledades. ¿Por ventura hay algunos lugares en

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donde no pueda mostrar en ellos su poder? ¿Acaso desea que los hombres, por naturaleza sociables, imiten la ma-nera de ser de las fieras y habiten con los cuervos y cier-vos de los campos? ¿Qué tiene que ver la delicada natura-leza de los hombres con las asperezas del desierto? ¿Qué los mortales, afables y corteses por naturaleza, con las rocas y las cuevas? ¿Acaso no es mejor que los hombres habiten las ciudades que los desiertos? ¿No es más có-modo que permanezcan en las casas que en las cavernas de la tierra? ¿No es más agradable vivir en ricas mansio-nes que en los huecos de las rocas? ¿Qué misterio es és-te?

ERMITAÑO -No se ha retraído la mano del Señor131, ni

está impedida en ciertos lugares, no habiendo lugar que no sea habitación suya, puesto que tiene el cielo por trono y la tierra por escabel de sus pies132. Abarca desde un extremo al otro del mundo y dispone todas las cosas sua-vemente133. Dos son, hijo, los motivos por los cuales el hombre quiere habitar en el desierto. Primero por causa de la fragilidad de su naturaleza corrompida; segundo por respeto a los misterios de Dios, ya que entre la agitación de los hombres y la inmundicia de los vicios, la fragilidad humana no es capaz de comprender los secretos de Dios, por esto Dios llama a los suyos a la soledad del desierto y allí se les manifiesta; —además como es proverbial— la mucha familiaridad produce el menosprecio134; si pues los siervos de Dios vieran frecuentemente a los hombres y conversaran familiarmente con ellos, fácilmente éstos les despreciarían tanto a ellos, como sus dádivas. Dios quiere que los que aman la soledad se hagan venerables por la poca conversación y trato con los demás, y los mandamientos y secretos que determina manifestar por

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ellos sean tenidos en mayor aprecio y recompensados con más eficacia. Así, en el monte Sinaí, a través de Moisés habló al pueblo y allí mismo le dio dos tablas y las escri-bió con su dedo. Allí también promulgó sus mandamien-tos y ceremonias135.

NOVICIO.- ¿Qué es pues lo que el apóstol Pablo dice:

"Nadie busque lo que es útil para sí, sino lo que crea más conveniente para los demás?136. ¿Acaso este mandato puede guardarse entre las rocas o entre las fieras, en me-dio de los bosques o del rumor de los árboles y el canto de los pájaros? ¿No puede guardarse mejor en medio de los hombres, ya sea gobernando a unos, ya enseñando a otros, ora sirviendo a los pobres, ora liberando a las viu-das y huérfanos de la opresión de los poderosos, o en unos y otros oficios buscando la salvación de los próji-mos?

ERMITAÑO.- Escucha, hijo. En primer lugar, no es po-

co útil para el prójimo quien le hace partícipe de sus vigi-lias, ayunos y continuas oraciones, pues dice el apóstol Santiago: Mucho vale la oración perseverante del jus-to137. Además, en ninguna parte hay nadie que sea bueno y perfecto por naturaleza sino sólo Dios138, y como todos los hombres son incapaces de la suprema perfección, así todas las cosas han sido dispuestas por Dios para que lo que cada uno no tiene en sí mismo, goce hallándolo en otros. Así, cada uno de los miembros del cuerpo místico, separado de los otros existe de una manera imperfecta, pero todos juntos, gozando unos de los dones de los de-más, se perfeccionan. Por eso, uno posee el don de sabi-duría, otro el de ciencia; uno resplandece por las virtudes, otro por los milagros139. Por lo mismo, uno tiene una fe

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robusta, otro habla en lenguas diversas; uno gobierna con solicitud, otro se apiada con alegría; uno, en medio de la multitud es útil para sí y para los demás, otro, en la sole-dad, se da a la contemplación. Y como cada uno no pue-de poseer todos los dones, gozando de los que tienen los demás, los hace suyos. Además de esto, la naturaleza del hombre, corrompida por el pecado original, es sacudida por los ataques de diferentes vicios y llevada infelizmente a un lado por la soberbia, a otro por la envidia. Convenía al hombre que no resplandeciera en sus dones más de lo debido y que de tal manera fueran atemperados en él, que por ello fuese defendido del escollo de la arrogancia. Y esta es la razón por la que Dios ha dotado a su Iglesia con los adornos de los distintos dones. Además, Él se deleita en la múltiple variedad de las cosas, y aunque esto no manifiesta tanto su poder, sin embargo muestra su inefa-ble sabiduría en todas las cosas; de aquí la diferencia que hay entre los elementos, los árboles, las flores, la abun-dancia de las plantas y la diversidad de las aves, de los peces y de los animales. De aquí también la variedad de las estrellas lucientes. Si miras el rostro, los oficios, los estudios y esfuerzos de los hombres, considera la admi-rable variedad que hay entre ellos; si miras los ángeles comprendes que uno de otro difiere admirablemente. ¿Por qué así? Sin duda porque por tan grande y admirable variedad de las cosas, sean conocidas, alabadas y respe-tadas la maestría, la perfección y la sabiduría del Artífice. Y esto es lo que decía el profeta David: Admirable se ha mostrado tu sabiduría en mí y no puedo alcanzarla. Todo lo hiciste con sabiduría; llena está la tierra de tus rique-zas140. Admirables son tus obras, Señor, y mi alma lo sabe muy bien141. Así pues, uno, en la soledad del desier-to, con paz y quietud se alegra de los dones de los demás;

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otro, entre la multitud, se dedica con gran empeño a ga-nar almas, y otro sirve solícitamente a los enfermos en sus necesidades, para que conocida la sabiduría de Dios por esta variedad de espíritus, aparezca en todas partes glorioso y digno de alabanza.

NOVICIO.- Hermosísimas son estas palabras, pero te

suplico que me escuches. Cuando todavía vivía en el mundo oí muchas veces en diversos lugares disputar, con distintos pareceres, sobre qué estado era más perfecto, si el de los ermitaños o el de los cenobitas y nunca pude acabar de comprender esta pregunta. Te pido me digas lo que piensas sobre el particular.

ERMITAÑO.- No dudo que el estado de los solitarios

sea el más perfecto. De él dice san Agustín: Los habitan-tes del desierto se dice que son más santos, porque sepa-rados de las miradas de los hombres no permiten a nadie el acceso a ellos y viven dedicados totalmente a la ora-ción142. Y para que esto entiendas más claramente escú-chame con toda la atención que puedas.

La soledad, como la pobreza, no es en sí misma la

esencia de la perfección, sino un instrumento de la mis-ma, por el que, dice el abad Moisés en las Colaciones de los Padres, cómo en los ayunos y disciplinas se busca la pureza del corazón a la que una vez alcanzada sigue la contemplación143. Y esto es lo que dice Dios por el profe-ta Oseas: La llevaré a la soledad y le hablaré al cora-zón144. Pero hay que tener en cuenta que el eremita debe bastarse a sí mismo. Lo que supone que "nada le falta", lo cual es la definición del ser perfecto145. Por esto, la sole-dad es propia del contemplativo que ya ha llegado a la

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perfección, a la cual se puede llegar de dos maneras: por un don divino, como en Juan Bautista que desde el seno de su madre fue lleno del Espíritu Santo, el cual, como dice san Lucas, siendo todavía niño, moraba en los de-siertos146, o por el ejercicio de las virtudes, según aquello de san Pablo: El alimento sólido es propio de los perfec-tos; de aquellos que en virtud de la costumbre tienen ejercitados los sentidos para discernir el bien y el mal147.

Para este ejercicio la vida comunitaria ayuda de dos

maneras: Primero en cuanto al entendimiento, que es ilustrado por las enseñanzas de los demás, a fin de que no yerre en aquellas cosas que ha de contemplar. Por lo cual dice san Jerónimo al monje Rústico: Me agrada que ten-gas santas compañías para que no te enseñes a ti mis-mo148. Segundo, en cuanto a la voluntad, puesto que por el ejemplo y corrección de las faltas de los demás se re-frenan las malas inclinaciones. Pues dice san Gregorio: ¿De qué aprovecha la soledad del cuerpo si falta la sole-dad del corazón?149. Por esto la vida de comunidad es necesaria para los principiantes; la soledad en cambio es propia de los perfectos. Por eso san Jerónimo dice al monje Rústico: ¿Censuro la vida solitaria? En modo alguno, puesto que la he alabado muchas veces, pero quisiera que de la palestra de los monasterios salieran soldados a los que no asusten los duros aprendizajes del desierto; que por mucho tiempo hayan dado pruebas de una conducta sin tacha150. Así como el que ya es perfecto supera al que se ejercita en la perfección, así la vida de los solitarios, si se abraza debidamente, supera la vida comunitaria, pero si se abraza sin preparación, es peligro-sísima, a menos que la gracia divina supla lo que en otros se adquiere por el ejercicio151.

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NOVICIO.- Si la vida de los solitarios, según dices, es

más perfecta que la vida comunitaria, ¿cómo dice el Ecle-siastés: Mejor es dos unidos que uno, pues tienen la ayu-da de su compañía?152.

ERMITAÑO.- De ninguna manera, hijo; pues Salomón

dice que mejor es estar dos unidos que uno, por la ayuda que mútuamente pueden prestarse, ayuda de la que ya no necesitan los que han llegado a la perfección como, según dije, deben ser los solitarios153.

NOVICIO.- De acuerdo que no necesiten ayuda de los

demás, pero por el mérito de la obediencia y de la humil-dad parece mejor la Religión (orden religiosa) de los que viven en comunidad, donde ejercitan estas virtudes, que la de los solitarios donde no hay nadie a quien obede-cer154.

ERMITAÑO.- De por sí, obedecer es necesario a los

imperfectos, que todavía necesitan ejercitarse bajo la dirección del prelado, pero aquellos que ya son perfectos obran siempre movidos por el Espíritu de Dios, de tal manera que no les es necesario el acto de obedecer a otros. Sin embargo, no les falta la disposición de la vo-luntad y esto es ya en ellos obediencia155.

NOVICIO.- El Salvador dice: Donde dos o tres estuvie-

ren congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos156 y como nada hay mejor que la compañía de Cris-to, parece que vivir en comunidad es mejor que llevar vida solitaria.

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ERMITAÑO.- San Juan en su primera carta dice: El que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él157. Luego, así como Cristo está en medio de aquellos que se reúnen por amor, también habita en el corazón de aquellos que por amor de Dios se ocupan de la contem-plación158. Y no porque aseguró que: Donde estuvieren dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos159, dijo que no estaría donde estuviera uno unido con él por un ardentísimo lazo de amor.

NOVICIO.- Me gusta. Pero todavía queda algo en mi

mente, que quiero que me expliques también. ERMITAÑO.- Dime, hijo, lo que quieras. NOVICIO.- El Salvador dice: Nadie enciende una lám-

para y la pone en un lugar escondido ni debajo del cele-mín160. Sin embargo, aquellos que llevan vida solitaria parece que están puestos en un lugar oculto, sin reportar ninguna utilidad a los hombres, lo que demuestra que su Religión no es la más perfecta161.

ERMITAÑO.- Escucha, hijo: El que uno sea puesto en

el candelero no le incumbe a él, sino a sus superiores, los cuales si no le imponen esta carga, como dice san Agus-tín, dedíquese a la contemplación de la verdad162, para lo cual la soledad ayuda mucho. Sin embargo también los solitarios son útiles al género humano, porque aunque algunos creen que se desinteresan demasiado de las cosas humanas, desconocen cuán útiles les son con sus oracio-nes y vida, y provechosos con su ejemplo, aunque no vean sus cuerpos163.

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NOVICIO.- Muy hermosas y útiles son estas palabras que has dicho, pero ¿acaso lo que es propio de la natura-leza humana no atañe a la perfección de la virtud?

ERMITAÑO.- Sí que atañe. NOVICIO.- ¿No es el hombre animal racional por natu-

raleza? ERMITAÑO.- Lo es. NOVICIO.- Luego parece que llevar vida solitaria es

contra la naturaleza del hombre y por consiguiente contra la perfección de la virtud164.

ERMITAÑO.- La vida solitaria puede escogerse por dos

razones. La primera por no soportar la compañía de los hombres, por miedo a la crueldad de sus ánimos, y esto es propio de las bestias. Segunda, para entregarse total-mente a las cosas divinas y esta razón se eleva por enci-ma de la condición humana. Por eso el Filósofo dice en el primer libro de los políticos: Aquel que no se comunica con otros, o es una bestia o es un dios, es decir, un hom-bre divino165. De aquí viene, que aunque vivir solitaria-mente sea de alguna manera contra la naturaleza del hombre, no lo sea sin embargo contra la perfección de la virtud, puesto que sobrepasa toda virtud humana.

NOVICIO.- Ya no tengo duda alguna de que la Religión

de los eremitas es más perfecta que la de los cenobitas. ERMITAÑO.- ¡Quién dudó jamás que los que viven en

el desierto, si viven según las leyes del yermo, son mucho

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más perfectos que aquellos que viven en los monasterios! Por esta razón desde los mismos comienzos me gustó. Pues la soledad es amiga de la tristeza; en ella se lloran los pecados, se desprecia el mundo, se desdeñan las se-ducciones de la carne, se experimentan y superan las duras tentaciones del enemigo, se preparan las piedras para el celestial y eterno edificio en que algún día serán colocadas, se perfeccionan y conservan las virtudes y se gusta de la contemplación de las cosas celestiales. En ella el alma se une felizmente con su celestial Esposo y goza muchas veces de sus abrazos dulcísimos; en ella se dan a veces besos gozosos y santísimos. Finalmente, la soledad es verdadera escuela de virtudes y experiencias celestia-les y puede llamarse con razón huerto de delicias, en el cual, hijo, te colocó el Señor Jesús.Y ¿es esto acaso un don pequeño?

NOVICIO.- ¡Oh gran bien de la soledad y para mí her-

mosísimo!, tanto, que creo hay que contarlo entre los principales beneficios de Dios. Mas, porque como ves, ahora me inicio por primera vez en esta vida, te ruego me enseñes qué cosas he de hacer en la soledad, puesto que te he elegido por mi maestro y guía.

ERMITAÑO.- El Señor Jesús será tu guía, hijo, el cual

ilumina con su luz divina a todos los que verdadera y fielmente le buscan. No obstante, ya que me has tomado por maestro, como quien hace sus veces, ruégale que pueda enseñarte todo cuanto sea útil, santo y piadoso. Primero pues, tienes que tener un ánimo muy constante y varonil contra las tentaciones de los demonios. Las prin-cipales armas con que las vencerás son: la lectura, la me-ditación, la oración y la contemplación166, ya que ellas

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llenan el alma de enseñanzas divinas, la fortalecen y la hacen superior a los enemigos.

NOVICIO.- ¿Y cuál es el cometido de estas armas? ERMITAÑO - La lección propone; la meditación re-

flexiona; la oración considerando lo pobre que es la natu-raleza humana para las cosas espirituales, pide ayuda de lo alto; la contemplación halla y goza con lo hallado167.

NOVICIO.- ¿Cómo debe ser la lectura? ERMITAÑO.- Larga, discreta, simple, humilde y devo-

ta. Los libros se han de leer con el mismo espíritu con que fueron escritos. Y como los manjares se engullen y pasan al vientre blandos y casi líquidos para que más fácilmente se digieran, así la lectura, no cruda sino tritu-rada por la mucha reiteración y casi digerida se ha de entregar a la memoria y a la imitación. Y no hay que leer sino el mejor libro de cada autor y que no engañe al que le crea. Y no por partes, sino examinándolo todo, y una vez acabado hay que volverlo a leer íntegramente.

NOVICIO.- ¿Es grande el fruto de la lectura de la Sa-

grada Escritura? ERMITAÑO.- Grande sobremanera. Pues por ella se ro-

bustece la curiosidad del alma y como por un espejo ve de alguna manera su interior. Por ella (la lectura) se co-noce lo verdadero y lo falso, se ve lo feo y lo hermoso. Nada hay en la vida que tanto robustezca el entendimien-to y lo vogorice como el estudio de la Sagrada Escritura. Nada se experimenta en la vida tan dulce; nada tan dulce

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se toma; nada se percibe tan verdadero; nada separa tanto el alma del amor del mundo; nada fortalece tanto el áni-mo contra las tentaciones y el entendimiento contra los errores; nada anima y ayuda tanto al hombre para toda obra buena y para todo trabajo como la lectura asidua de la Palabra de Dios. Por lo cual rectamente decía el profeta David: Tu palabra es fuego voraz y tu siervo la ama168, pues por ella, el alma racional puesta como en un fuego espiritual se fortalece y perfecciona. Además, bajo el velo de la letra se oculta el conocimiento claro de la divinidad, la comprensión de la palabra y la excelencia gozosa y muy deseable de la futura felicidad; las promesas de Dios, los misterios de la fe, las perfecciones de las virtu-des e innumerables verdades, de las cuales el alma racio-nal se alimenta y robustece como de comida propia.

NOVICIO.- Grande es sin duda la ventaja de la lectura

de la Sagrada Escritura y fuerte escudo contra los enga-ños de los demonios. Pero ¿qué es la meditación?

ERMITAÑO.- La meditación es la aplicación solícita

de la mente en la búsqueda de algo e insistiendo con dili-gencia se remonta de una cosa a otra. Es también una mirada del alma prudente, ocupada en la búsqueda de la verdad. Esta era la ocupación de los filósofos. Con el trabajo y aplicación de la mente y de la intuición perspi-caz buscaban la explicación de la naturaleza de las cosas, las excelencias de los hombres y la dignidad de los espíri-tus supracelestes, pero nunca iban más allá de los límites de la habilidad innata. Perfeccionaban la habilidad de la mente con el ejercicio y descubriendo algo gustaban de los frutos dulcísimos de su búsqueda. Y porque como murciélagos de alas muy rápidas, poderosas y fuertes, se

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elevaron tanto sobre las cosas naturales, eran tenidos en gran aprecio por el pueblo. Pero la meditación cristiana, de alas rapidísimas, por un lado enseña la naturaleza de las cosas y por otro, ayudada con la luz de la fe se eleva hasta las cosas celestiales y ocultísimas de Dios, si acaso alguno le halla. Le hallará ciertamente aquel que pone toda su aplicación y esfuerzo en ella.

NOVICIO. - ¡Qué bien has hablado de la lectura y

meditación! Pero ¿qué dices de la oración? ¿Qué es la oración?

ERMITAÑO.- La oración, hijo, es el afecto del hom-

bre que se adhiere a Dios, y una conversación familiar y piadosa con El169. Pero este afecto puro de la oración y la suavidad del que ora no se adquieren por el trabajo sino que sobrevienen como una gracia, de repente. Fi-nalmente, como por la lectura Dios habla al alma, por la oración el alma habla con Dios170 y en esto se mani-fiesta la dignidad de la oración, pues si es tan apreciado el hombre que habla familiarmente con un rey, cuánto más el que habla con Dios, creador y gobernador de to-das las cosas. Con todo, el orar es oficio de los ángeles, puesto que siempre ven la faz de Dios y tienen con él una conversación muy respetuosa y familiar; ellos rue-gan por la salvación de los hombres y ofrecen a Dios las oraciones de éstos con admirable devoción y gran asi-duidad. Pero ¿qué te diré de la fuerza y poder de la ora-ción? Va por encima de las nubes y llegando a lo más alto de los cielos traspasa el pecho de Dios omnipotente y jamás vuelve a casa vacía. Dios desea ardientemente la oración porque es gratísima para él y provechosísima para el género humano. Por la oración le agradó el justo

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Abel; por la oración Noé se hizo amigo de Dios; por la oración Enoc fue trasladado al Paraíso; por la oración Abraham se unió con Dios por el indisoluble lazo de la caridad; por la oración Jacob estando con su suegro se hizo rico, casó con Raquel y pacificó a su ferocísimo hermano; por la oración Moisés, el más pacífico de los hombres, venció a todos sus enemigos; por la oración David venció al depravadísimo rey Saúl y al gigante Go-liat; dominó el deseo parricida a su hijo Absalón y ad-quirió muchas virtudes del alma.

Más tarde, Cristo enseñó la oración con la palabra, y

con el ejemplo invitó a ella muchas veces a los suyos171. Pues así como cuando falta el sol, la noche domina en el mundo, así sin la claridad de la oración hay tinieblas en el alma, y como el cuerpo sin la presencia del alma se torna pútrido y cadáver, así del alma sin oración se dice que está más muerta que viva. La oración todo lo clarifica, todo lo alegra, todo lo vivifica, y su gratísima presencia todo lo ilumina. Hijo, si quieres vencer toda la parentela de los vicios, date con frecuencia a la oración; si quieres subir a la cumbre de las virtudes, ora; si quieres vencer la perversísima malicia de los demonios y deseas conocer sus engaños, jamás ceses de elevar las manos puras al cielo; si ansías el gusto de la contemplación y pregustar los abrazos dulcísimos de Cristo, recurre siempre a la oración. Ella es espada afiladísima contra los vicios y cruel contra los demonios y enemigos feroces; es escalera de las virtudes, camino segurísimo de la contemplación y ala rapidísima para volver a la corte del Omnipotente.

NOVICIO.- Me gusta mucho esta reflexión sobre la ora-

ción y si hasta el presente he sido bastante inclinado a

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ella, con estas dulcísimas palabras tuyas, en adelante lo seré más, puesto que es vida del alma y madre fecundí-sima de todas las virtudes. Pero ahora te pido que trates de la contemplación. Pues de ella quiero oír muchas co-sas.

ERMITAÑO.- Escucha atentamente, hijo, pues te habla-

ré de una cosa que pocos comprenden y poquísimos gus-tan. De la misma manera que son pocos los que abrazan el camino estrecho que lleva a la vida172, así también son pocos los que merecen gustar de sus frutos. Pues no me-rece lo dulce quien no probó lo amargo. El hombre car-nal no experimenta las cosas que son de Dios, el espiri-tual en cambio todo lo juzga173. La contemplación no se propone sino a los soldados esforzados. Este manjar no lo reciben sino los que resisten hasta la sangre174. Por eso dijo el Señor Jesús a su amado discípulo Juan: Al que venciere le daré a comer del árbol de la vida que está en el paraíso de mi Dios175. Por eso el profeta David decía con razón: Según la muchedumbre de mis dolores en mi corazón, tus consuelos alegraron mi alma176. También los hijos de Israel primero carecieron de la harina que traían de Egipto y luego fueron alimentados con el maná celestial. Hijo, primero es necesario decir adiós al mundo y a sus concupiscencias para gustar cuán dulce es el Se-ñor177. Pasando al orden de las cosas espirituales, el pro-feta David, que no ignoraba esto, decía: Mi alma rehusó todo consuelo, me acordé de Dios y fui deleitado y expe-rimentado y desfalleció mi espíritu178. La contemplación es pues premio de los soldados esforzados y de ordinario sigue al ejercicio de una larga y perseverante meditación, aunque algunas veces se presenta súbitamente y sin traba-jo alguno. El Espíritu engaña de vez en cuando a sus

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soldados y los defrauda con una santa y provechosa de-cepción. Pues muchas veces los llama al trabajo de la oración y después de un largo y duro esfuerzo y de una continua búsqueda de la verdad, no satisface sus deseos; simula irse lejos y como que no existe; así se oculta a sus almas y ellos frustrados en su esperanza se levantan de la oración más confusos que consolados. De esta manera, hijo, prueba su paciencia y ejercita su humildad179. Poco después, de repente, sin trabajo y con admirable facilidad abre su alma y ésta aclama cuán grande es el Señor; y a aquellos que no pensaban nada de esto, los levanta sobre sí y los introduce en el interior de su corazón y les mues-tra todo lo que les conviene padecer por su nombre180. Lo primero lo dispone así para que los que se ven vacíos perseveren en la humildad y, luego que ven en El la fuen-te de todos los bienes, no duden en pedir de lo alto el agua viva. Ves, hijo, ¿cuánto favorece el Espíritu a los que le siguen? Y ¿cómo en todas partes se les muestra padre clementísimo y todo lo convierte en bien suyo?

Por lo demás ¿quién explicará suficientemente el dul-

císimo gusto de la contemplación? Esto sentía la Esposa en el Cantar de los Cantares cuando con admirable gozo exclamaba: Me senté bajo la sombra de aquel que desea-ba y su fruto es dulce a mi paladar181. Pues cuanto más sublime es la contemplación se la llama sombra, no por-que no llegue a la verdad, sino porque como una sombra desaparece velozmente. En un abrir y cerrar de ojos, en un instante, esta visión aparece y desaparece. Por lo cual el melifluo Bernardo, después de aquel feliz exceso, de-cía: ¡Ay, rara hora y poca demora! ¡Ah si durase!182 Dios indicó a Elías el lugar en donde le vería, significando la sobreabundancia del gozo por la rapidez183. También

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Moisés le vio pasar rápidamente184 y así todos aquellos que consiguieron ver algo de su divinidad. El gusto es breve, pero dulcísimo y con facilidad supera a todas las cosas deleitables. Pues es el pan de los ángeles y la dife-rencia sólo está en la duración y la abundancia. En efecto, los ángeles comen y se saturan siempre de este alimento. Los hombres justos, mientras están en este mundo, traba-jan bajo el pesado y común yugo de todos y sólo de vez en cuando comen algunas partículas. El maná era figura de este alimento suavísimo185; también lo significaban la miel que abrió los ojos a Jonatás186 y el vino servido en la mesa del rey Asuero187, los cuales eran figuras de la con-templación, porque como el vino alegra el corazón y adormece el entendimiento, así la contemplación alegra el alma y quita los sentidos para que suba más alto. Tam-bién Raquel, de ojos claros y hermosa figura simbolizaba la contemplación188, pues ¿qué más claro y hermoso pue-de encontrarse? Supera la belleza de los astros y con una mirada agudísima explora las profundidades de Dios. ¿No es la contemplación aquella águila de grandes alas que volando hasta el monte Líbano cortó el cogollo del cedro?189. Así como el águila supera en rapidez a las de-más aves, la contemplación supera en dignidad y mérito a todas las obras de los justos. El profeta Ezequiel vio ani-males voladores debajo de cuyas alas tenían manos como de hombre190. ¿Qué es esto, hijo? ¿Qué significaban las alas? ¿Acaso no son la inteligencia y la voluntad con las cuales, como alas velocísimas, los justos desprecian las cosas terrenales y suplican las celestiales con vivos de-seos? Desprecian lo caduco y vuelan a lo eterno.

¿Qué significan las manos que tenían debajo de las

alas? Significaban que la virtud de la contemplación su-

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pera con mucho a las demás obras buenas de los hom-bres, pues la mano en la Sagrada Escritura significa las obras exteriores. Por eso el Señor dijo a Marta, ocupada en cosas externas e indignada por la tranquilidad de su hermana: Marta, Marta, estás ocupada y te turbas por muchas cosas, tu hermana escogió la mejor parte que no le será quitada191. De aquí que las aves —que son símbo-lo de los contemplativos—, en el arca de Noé ocupaban el lugar más alto192, en donde había pocas, porque son pocos los que han alcanzado esta virtud, y por ello con razón se les puede llamar más dichosos que los demás, pues la contemplación —como dije— es aquella águila de grandes alas que voló hasta el monte Líbano, ya que la contemplación considera la humanidad de Cristo y alcan-za el alero de la divinidad y allí toma el cogollo del cedro porque escudriña las entrañas de Dios. Juan Evangelista, el amado del Señor, vio una mujer vestida de sol y en su cabeza una corona de doce estrellas193. ¿Qué significó el Espíritu por la corona sino la excelencia de la contempla-ción? Como reina entre todos los actos de los mortales, tiene el cetro del reino. ¿Acaso la contemplación no hace al hombre Dios? ¿Qué es contemplar sino gozar de algún modo de la divinidad? ¿Qué es gozar de la divinidad sino ser lo mismo que Dios es? No que los hombres se hagan dioses por naturaleza —pues Dios es uno sólo y fuera de él no hay otro—194, sino por participación. Y esto es lo que decía el profeta David: Yo dije: dioses sois e hijos del Altísimo todos195. Grande cosa es la contemplación, ¿quién podrá valorarla suficientemente? Si la compararas a la plata, se reirían de ti; si al oro, como algo mejor, comparado con ella verías la profundidad de su vileza; si la levantaras por encima del orbe de la tierra como la aurora, aparecería entre todas las cosas como una luz

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meridiana. Muchas otras cosas pueden decirse de su ex-celencia, que a ti, hijo, te enseñarán con creces la lectura asidua y el constante ejercicio. Estas cuatro —como di-je—, la lectura, la meditación, la oración y la contempla-ción son las principales armas de los solitarios con las cuales vencen las asperezas del desierto y escapan de las innumerables tentaciones de los espíritus malignos.

NOVICIO.- No puedo expresar de cuanto gozo han

llenado mi alma estas palabras. Pero dame a conocer cuál ha de ser mi noviciado en este género de vida, or-déname todo el día y dime lo que he de hacer en los tiempos establecidos.

ERMITAÑO.- Escucha, hijo, esto que es lo que más

conserva, robustece y agrada a los ermitaños, pues les está ordenado y prescrito vivir de tal manera, que su vida parezca un perpetuo reloj. Primero, te levantarás mucho antes que despunte el día y hecha la acción de gracias por haber pasado bien aquella noche, pedirás a Dios que tam-bién puedas pasar aquel día ocupado en sus alabanzas y sin pecado. Después irás al oratorio y allí te ocuparás con interés en alguna piadosa meditación durante una hora y media; después escucharás lo que Dios te comunique. Luego, también durante una hora y media, leerás en los libros de la Sagrada Escritura y si mientras estás leyendo llegaren peregrinos, con la gracia de la devoción los reci-birás con gran humanidad y les instruirás en la ley de Dios con todo el afecto de tu alma. Si algo de tiempo te sobrare, lo emplearás en escribir o en hacer alguna otra cosa. Las oraciones que llaman vocales, a las que estarás obligado por estatuto, jamás las dejes, a no ser obligado por alguna grave necesidad. Después prepararás tu comi-

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da, no con pocos frutos tal como en tiempos antiguos acostumbraban a hacer aquellos santos anacoretas, sino algo más abundante, pues sus privaciones, como dice san Gregorio, han de ser veneradas pero no imitadas196, pues entonces los cuerpos eran más robustos y los alimentos de mayor sustancia, y también la gracia era más abundan-te. No es pues de admirar si se contentaban con pocas cosas. Bastará que puedas decir con san Agustín: Te doy gracias, Señor, porque me enseñas a allegarme a los alimentos cual si fueran medicinas, no buscando el delei-te en la comida sino la satisfacción de una necesidad197. Mientras comas pensarás en alguna cosa santa para que el alma se alimente junto con el cuerpo198. Después de to-mada la comida descansarás un poco de tu trabajo para que las fuerzas digestivas más cómodamente ejerzan la digestión de la comida. Entonces tomarás en las manos algún libro piadoso y fácil para que leyendo duermas un poco, pues esto es muy beneficioso para la salud del en-tendimiento y te bastará para poder cumplir tu tarea en lo restante del día. Luego te recogerás en el oratorio y des-pués de decir el oficio vespertino, te dedicarás con gran atención durante una hora entera a la oración. Después de la oración emplearás otra hora en la lectura de la Sagrada Escritura y luego harás de nuevo media hora de medita-ción. Y si, como por la mañana también ahora llegaren peregrinos, lo dejarás todo en gracia suya y los instruirás en toda piedad y virtud. Esto, créeme, será agradabilísimo al Buen Dios. Cuando empiece a anochecer comenzarás las oraciones nocturnas, y acabadas las cuales, antes que vayas a acostarte, te pondrás ante Dios como si fuera tu juez y en su presencia examinarás tu conciencia con toda severidad y sencillez, y lo bueno que hubieras hecho lo atribuirás a El, como fuente que es de toda bondad, pero

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si hiciste algo malo o con negligencia te lo imputarás a ti199, y a Él le pedirás humildemente perdón. Hecho esto te meterás en la cama como si fuese tu sepultura, en don-de hasta que te duermas invocarás a Jesús tu Salvador. Así dormirás tranquilamente y con más facilidad te des-pertarás para tus acostumbrados ejercicios. Este orden, hijo, guarda en esta gran soledad y en breve llegarás a ser un varón perfecto.

NOVICIO.- Verdaderamente es muy hermosa y saluda-

ble esta disciplina. Pero me dijiste, Padre mío, que por la mañana debía dedicar una hora y media a la meditación. Te pregunto ¿qué es lo que habré de meditar?

ERMITAÑO.- Por la mañana considerarás la pasión de

Cristo y la meditarás con toda diligencia y atención. NOVICIO.- Y ¿cómo debo meditarla? ERMITAÑO.- Lo primero has de poner ante tus ojos:

quién sufre, qué sufre, por quiénes sufre y de quiénes sufre200. El que sufre es Dios omnipotente, sapientísimo, buenísimo, incomprensible e inestimable. No consideres que sufre algo en su divinidad, que en ella es impasible, sino en la humanidad que por nosotros asumió, pues en ella es pasible y mortal. Padece oprobios, injurias, burlas, ultrajes, vituperios, latigazos, cruz, clavos y finalmente muerte ignominiosa. Y todo esto lo sufre por nosotros, miserables mortales que le hemos ofendido con innume-rables pecados que él satisface en sí mismo por nosotros, que no podíamos satisfacerlos. Los que le torturan son algunos hombres depravadísimos y malísimos, esclavos y criaturas suyas que él formó a su imagen y semejanza.

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NOVICIO.- Lo retengo bien en la memoria: quién, qué,

por quiénes y de quiénes. Pero ¿cuáles serán los frutos de esta meditación?

ERMITAÑO.- Ciertamente muchos y muy valiosos. NOVICIO.- Dímelos. ERMITAÑO.- El primer fruto será un dulce afecto a la

pasión del Señor. Y este es el grado de los principiantes, de aquellos que todavía no tienen purificada el alma para que puedan penetrar en cosas más secretas. El segundo: una gran reverencia a la sangre de Cristo. Lo que perte-nece a los proficientes. El tercer fruto será: una piadosa compasión, cuando el alma se siente traspasada por las injurias, vituperios y sufrimientos de su Esposo. Y esto lo sienten los que han caminado algo más. El cuarto es la imitación. Pues al considerar el alma que su Esposo su-frió todas estas cosas para darle ejemplo de obediencia, paciencia y humildad, con grandes deseos quiere imitarle y sufrir por él como compensación por una vez siquiera. Este es un grado más cercano a la perfección. El quinto fruto es la admiración, pues al contemplar el alma que aquella majestad de Dios, venerada por los ángeles, lleva en sus hombros la cruz, soporta bofetadas, sufre una muerte ignominiosa entre criminales, no sabe qué decir, sale de sí misma por causa del gran asombro, y cae en el estupor, de donde nace el último fruto que se llama reso-lución, que sucede cuando el alma considerando tanta caridad y benevolencia del Buen Dios para con ella, pues quiso sufrir cosas tan crueles, tan viles y tan espantosas por su amor, no cabe en sí de gozo y sale de sí por el gran

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amor que tiene y se derrite toda en el Amado y se hace un espíritu con él. En este estado el alma descansa y halla aquella perla evangélica por la cual el comerciante pru-dente dio todo cuanto poseía201. Seis son pues los frutos de la meditación de la pasión del Señor: devoción, reve-rencia, compasión, imitación, admiración y suspensión.

NOVICIO.- ¡Ah cómo me gustan estos frutos! Cierta-

mente son hermosísimos, dulcísimos y valiosísimos. Pa-dre, dijiste también que después de Vísperas empleara una hora entera en la meditación. ¿Qué he de meditar en aquella hora?

ERMITAÑO.- Hijo, pondrás ante tus ojos la vida del

Salvador, pues como dice S. Buenaventura: No hay ejer-cicio mejor ni que más anime que llevar, en la medida que se pueda, en el pecho y devotísimamente lo que hizo y dijo el Salvador en su vida202. De este modo te prepara-rás para la verdadera y dulcísima sabiduría, aquella por la cual el Hijo de Dios se vistió de nuestra humanidad, pues con nuestros ojos impuros y oscurecidos no habríamos podido ver aquella purísima y hermosísima divinidad ni actuar sus perfecciones viendo sus milagros tan estupen-dos y sus obras totalmente divinas, sino que poco a poco por la imitación de las buenas obras llegásemos a aquella visión y conocimiento beatíficos. Así pues, en aquella hora te será muy útil contemplar la vida de Cristo como en un espejo.

NOVICIO.- Lo haré con mucho gusto. Pero enséñame

con qué método he de meditarla.

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ERMITAÑO.- Según el triple estado en que se halle el alma se puede meditar de tres maneras. El primer modo de contemplar es propio de los principiantes que contem-plan a Cristo, Hijo de Dios, sólo según la humanidad: lo sucedido en su infancia, qué hacía cuando niño, qué cuando llegó a joven, qué cuando a la madurez. Aquí han de considerar cuán hermoso fue el rostro del Salvador que hasta los mismos ángeles gozaban contemplándolo; cuán gracioso el gesto; cuán dulce y grave a la vez en las palabras; cuán benigno con los amigos y enemigos.

De la misma manera has de considerar con qué ardor

anunciaba el evangelio del Reino, sanaba a los enfermos, expulsaba los demonios de los cuerpos, sufría a los ad-versarios, perdonaba los pecados. Y contemplando estas cosas se han de conformar a su imagen, revestirse de la verdadera caridad, mansedumbre, humildad y de las de-más virtudes suyas. Y así adherirse al amor de Cristo para que en ningún momento puedan alejarse de su presencia. Este grado —como dije—, es propio de los principiantes.

El segundo modo o grado es el de los que contemplan

al Salvador, no ya sólo como hombre, sino como hombre y Dios. Pues fue verdadero Dios y verdadero hombre. Esto cree nuestra fe católica. Quienes estén en este grado de contemplación, cuando hayan considerado a Cristo gimiendo en el establo, considérenle también reinando sobre los cielos; cuando le vieren llorando en la circunci-sión, considérenle al mismo tiempo enjugando las lágri-mas de los mártires; cuando le hayan contemplado huyendo a Egipto, contemplen también a todos los con-denados retorciéndose en el infierno. Y finalmente, siem-pre que consideren alguna de las acciones de la humani-

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dad consideren también algo que toque al conocimiento de su divinidad. De este modo, no sólo se adhieren a Cristo dulcemente sino también reverentemente. Dulce-mente a su humanidad, reverentemente a su humanidad y divinidad. Y este grado es propio de los proficientes, de aquellos que ya se han ejercitado por algún tiempo en este ejercicio.

El tercero y último modo de esta contemplación es el

de los que después de haberse ejercitado por mucho y largo tiempo en los sobredichos dos modos, y hechos amigos de Cristo por su largo ejercicio, ya no le contem-plan según la humanidad o la carne sino sólo según la divinidad y dicen con san Pablo: Si a Cristo lo conocimos según la carne, ahora ya no le conocemos203. Lo que sucederá si desde aquellas cosas que hizo viviendo en la carne, como por una escalera suben a la divinidad y habiendo llegado se adhieren a ella y, olvidándose de algún modo de Cristo hombre, gozan de sola su divinidad en cuanto les es dado. En efecto, su omnipotencia, mise-ricordia y caridad y todas sus demás virtudes ya no las consideran del Verbo hecho carne sino existiendo eter-namente al principio con el Padre204. Este es, como dije, el tercer modo de contemplar, que es propio de los per-fectos, de aquellos que, según san Pablo, tienen los senti-dos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal205.

NOVICIO.- ¡Qué dulces son para mí todas estas cosas!

No puedo expresar lo que me agrada este modo de con-templación. Y ¿cuándo me será dado llegar a su más alta cima?

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ERMITAÑO.- Te será dado cuanto le plazca al Buen Dios. Tú esfuérzate en ello con todo empeño, y con el buen deseo y su ayuda algún día llegarás a la perfección.

NOVICIO.- A ella me entregaré varonilmente y con re-

solución. Pero acuérdate que me habías aconsejado que después de esto me dedicara a la lectura y luego de nuevo empleara media hora en la meditación. Te pregunto ¿qué se ha de meditar entonces?

ERMITAÑO.- Dedicarás la media hora al conocimiento

de Dios y de ti mismo. NOVICIO.- Y ¿qué debo hacer para conocerme a mí

mismo? ERMITAÑO.- Considera, hijo, con mirada atenta y con

mucho cuidado qué eras antes de ver la luz, qué eres al presente y qué será de ti en el futuro. Esta reflexión lleva al propio conocimiento, que también era muy apreciado de los filósofos gentiles. Antes de que tus padres se junta-sen nada eras y cuando se unieron, el semen fue tu prin-cipio. Estuviste oculto en el vientre de tu madre nueve meses y cuando saliste a la luz, al instante empezaste a llorar. Esto era un certísimo anuncio de tus futuras mise-rias. Luego pasaste tu infancia arrastrándote, mamando y balbuciendo. Pasaste la pubertad sin conocimiento, sin fruto y sin ninguna obra buena. Dilapidaste la juventud —si te entregaste a los vicios— en mil clases de pecados y en medio de las vanidades del mundo.

Si enumeras las incomodidades del cuerpo, verás que

está expuesto al frío, helado por la desnudez, con fre-

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cuencia quemado por el calor, pálido por el hambre y sometido a diez mil clases de enfermedades. Por una parte está rodeado de las comodidades del mundo, por otra de las duras tentaciones del enemigo y del más peli-groso y encarnizado enemigo de todos, de la seducción de la carne que está ardiendo en el interior noche y día. Y finalmente, ¿quién enumerará los males en que abunda y de los cuales es atacado en cada momento el género humano? Si pones los ojos en el futuro ¿qué es el futuro sino la amarga muerte? En aquella hora, si viviste mal, ¡cuánto horror al entregar el alma! ¡Qué dolor, qué an-gustia cuando la ansiedad te oprima! Pues ignoras si por causa de tus pecados merecerás ser echado en las llamas del infierno. ¿Acaso, hijo, no es esto desgraciado? Si miras el cadáver ¿qué es aquello sino algo muerto? ¿qué será en el futuro sino comida de gusanos que en breve se ha de convertir en polvo? Entonces dite a ti mismo ¿de qué te ensoberbeces tierra y ceniza?206. Acuérdate que eres polvo y que en polvo te has de convertir207. Recono-ce, hombre, a tu Creador; reconoce, soberbio, a tu Señor; reconoce ¡oh loco! a su Conservador. ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo recibiste ¿de qué te glorías como si no lo hubieras recibido?208 Teme a Dios y obser-va sus mandamientos, que esto es todo en el hombre209. He aquí, hijo, con cuales reflexiones se adquiere el cono-cimiento de sí mismo, que por una parte es utilísimo y por otra muy agradable a Dios.

Estas cosas meditadas largamente cada día llevan a es-

te provechoso conocimiento, para que con facilidad y sin esfuerzo entienda cada uno qué es lo que tiene por sí mismo y lo que ha recibido de Dios.

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NOVICIO.- ¡Elegante fórmula y digna de ser esculpida en la memoria de todos! Pero, buen Padre, dame también un método para llegar a conocer a Dios.

ERMITAÑO.- Cuando cada uno se conozca bien, guia-

do por Dios, con facilidad llegará a su conocimiento. Pues el conocimiento de sí mismo es ya un paso para el conocimiento de Dios. Ya que si te examinas debidamen-te con certeza sabrás que tú no eres tu creador y conoce-rás que fue Dios quien te creó. De aquí comprenderás también que las cosas no existen por su propio poder y que no pueden subsistir por sí mismas ni por un momen-to, sino que tienen su dependencia, esencia y existencia recibidas de Dios, creador de todo. De aquí nace, hijo, la admiración de tan gran poder que creó de la nada toda esta máquina del mundo de indecible fuerza. De aquí nace el asombro del alma en la contemplación de tanta sabiduría que ha dispuesto tan rectamente todas las cosas, las ha hecho tan hermosas y tan sabiamente las ha gober-nado hasta hoy. Por último, de esto nace también el deseo del alma de conocer la inagotable bondad que todo lo adornó de dones tan preclaros y como madre piadosísima y de grande y ardiente amor, todo lo protege, cuida, sus-tenta y perfecciona. He aquí, hijo, un breve método para alcanzar el conocimiento de Dios y descubrirte todo su poder, sabiduría y clemencia.

NOVICIO.- Hermosísimas son estas fórmulas. Que

Dios omnipotente y buenísimo haga que las ponga en práctica.

ERMITAÑO.- Quiero, hijo, que también pongas con fre-

cuencia ante tus ojos el pensamiento de la muerte, pues

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su recuerdo es utilísimo tanto para sabios como para ig-norantes, ya que como dice aquel proverbio tan célebre: La meditación de la muerte es la perfecta sabiduría.

NOVICIO.- Prudentemente me aconsejas, pero te pido

que me enseñes también un método para meditar en ella. Estoy seguro que me agradará y en él me ejercitaré con frecuencia.

ERMITAÑO.- La muerte se considera de esta manera:

De su certeza no hay quien dude; de su hora nadie sabe nada; vendrá de noche, como ladrón. Por tanto hay que vigilar como si en cada momento se hubiera de morir. Esto lleva sobre todo al desprecio del mundo y de los vicios y al aumento de la perfección, de la caridad y del bien. Pon ahora ante tus ojos a alguien que se está mu-riendo y observa diligentemente lo que pasa dentro, fuera y alrededor de él. Mirarás todas las cosas terribles y que fácilmente puedan infundirte un santo temor ¿Acaso no es capaz —con sólo querer mirar— de amedrentar la nariz contraída y puntiaguda, los ojos vueltos, los dientes fétidos, la cara pálida y monstruosa, el cuello consumido, la voz que no es voz, las palabras trémulas y el aliento fétido? Además ¿qué pensará entonces el avaro que sirvió al oro como a un Dios? ¿Qué el soberbio que puso toda su felicidad en la fama, las dignidades y los honores? ¿Qué el lujurioso que durante toda su vida se entregó a impurezas y fornicaciones? ¿Qué, por fin, el goloso que empleó su tiempo para sí sólo, cuyo vientre era su Dios? La pobre alma con la conciencia oprimida por sus peca-dos ¡con qué angustia estará! Sus pecados la acusarán; los demonios como verdugos del Supremo Juez la estarán aguardando; no se atreverá a mirar al Rey airado; no oirá

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las oraciones de los ángeles de quienes jamás escuchó los buenos consejos. Después de esto seguirán gemidos in-consolables y lágrimas tristísimas. Por una parte, los hijos más amados que no quiere dejar le atormentarán, por otro la esposa que llora amargamente le traspasará el corazón; también los placeres que tanto amó en la vida y que en-tonces todavía con vida se ve obligado a dejar, la harán desfallecer. Y ciertamente con razón todas estas cosas acaecerán al alma perversa, traidora y pecadora, pues dejó la fuente de aguas vivas —de su Señor, Padre y Creador—, y se fue tras las cisternas que no podían rete-ner el agua210. He aquí, hijo, una breve descripción de la muerte. Así se han de hacer las fórmulas de las medita-ciones: breves y ricas en ideas. Lo que faltare, la Divina Providencia lo completará.

NOVICIO.- Me gusta este método y todo lo que hasta

aquí has dicho. Ahora sólo falta que lo ponga en práctica. ERMITAÑO.- Ciertamente esto es lo que te falta. Ahora

ve, hijo mío, recógete en tu celda y con el mayor empeño esfuérzate en alcanzar la pureza de alma —que es la meta de todos los solitarios—211, y ella te llevará sin dilación al conocimiento de Dios. Yo también me retiro a mi sole-dad, esperando la muerte a cada momento, pues ¿qué cosa mejor puede sucederme?

LAUS DEO

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DIÁLOGO DE LA SACRA EUCARISTÍA

Introducción

El Diálogo de la Sacra Eucaristía fue escrito por el autor en castellano y publicado conjuntamente con su otra obra De los inmensos beneficios de Dios, a modo de tercera parte, pero en realidad es una obra distinta, pues aunque ciertamente la Eucaristía es uno de los grandes beneficios de Dios, el tema tiene entidad propia. Consta de nueve capítulos sin prólogo ni epílogo.

En estos nueve capítulos trata de los siguientes temas:

Excelencias del sacramento de la Eucaristía (Cap. I); presencia real de Cristo en la Eucaristía (Cap. 2); figuras y anuncios de este sacramento en la Biblia (Cap. 3-4); cómo deben ser los sacerdotes y religiosos (Cap. 56); frutos de este Sacramento (Cap. 7); preparación para recibirlo (Cap. 8) y acción de gracias para después de haberlo recibido (Cap. 9).

Este obra es la traducción castellana, corregida y au-

mentada por el mismo autor, de su obra latina De Eucha-ristia dialogus, publicada en 1562. Su esquema es el si-guiente: Comienza el diálogo entre el alma y Jesús, pi-diéndole aquélla a éste que le aclare ciertas dudas que algunos tienen sobre el sacramento de la Eucaristia, pues, dice, “las cosas están llenas de herejías y muchos enga-ñados del demonio piensan cosas falsas de este sacramen-to”. En efecto, los dos primeros capítulos están dedicados a rebatir las opiniones de los zuinglianos, ecolampadia-

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nos y luteranos sobre el sacramento, oponiendo a sus tesis la doctrina católica tradicional, refrendada por el Concilio de Trento. Su principal argumento contra los dichos colectivos protestantes es que si Dios lo creó todo de la nada, bien puede convertir algo existente como es el pan en el cuerpo de Cristo, pues su palabra hace lo que dice, como en la creación del mundo. Y si rechazan este sacramento como indigno de Cristo porque puede ser comido y masticado, deben tener también por indignos, y con más razón, los ultrajes de la Pasión.

A continuación presenta alegóricamente algunas figu-

ras y profecías de este sacramento contenidas en el Anti-guo Testamento y el alma le agradece este gran don de la Eucaristía. Luego pasa a determinar –comparándolos con los levitas gersonitas, meraritas y caatitas del Antiguo Testamento-, cómo deben ser los sacerdotes, es decir: santos, apartados de los pecadores, sabios, contemplati-vos, dados a la lectura de la Sagrada Escritura, amigos de la oración, ejemplo para los demás y predicadores celo-sos de la palabra de Dios. Luego explica al alma que hay tres clases de religiosos: Los que únicamente se guardan del pecado mortal; los que ponen todo su empeño en la práctica de los ejercicios espirituales y los que practican las virtudes, en especial la fe, la castidad, la caridad y la humildad. A estas tres clases de religiosos corresponden otras tres etapas —las tradicionales— del progreso en la vida espiritual, a saber, los principiantes, los proficientes y los perfectos.

Seguidamente dedica un capitulo entero a enumerar

los frutos de este Sacramento, a saber: que destruye los pecados actuales, domeña la raíz del pecado original,

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hace olvidar las cosas terrenas, aplaca la ira, degüella la envidia, mata la gula, acocea la lujuria, destierra la mali-cia, cría la paz, atrae la humildad, engendra la manse-dumbre, perfecciona la caridad, alumbra el entendimien-to, hace merecer, lanza el mal y en su lugar pone todo lo que es bueno y virtud, además limpia el pecado, disipa las tinieblas, hace nacer el amor de Dios y hace al hom-bre idóneo para limpiar y alumbrar a otros, asemejándole alegóricamente a cada uno de los espíritus de los nueve coros angélicos.

Finalmente dedica un capítulo a la preparación para

recibir tan gran sacramento, diciendo que para acercarse a él es necesario no tener conciencia de pecado mortal, tener deseo de recibir a Jesús y acercarse a la mesa euca-rística con devoción, si Dios la da. Invita a todos los cris-tianos a acercarse a recibir con frecuencia este pan sagra-do y aún diariamente, lo que le hace ser uno de los prime-ros promotores de la comunión frecuente en España. Acaba la obra con una fórmula de acción de gracias para después de recibir la Eucaristía. Siendo los últimos capí-tulos los mejor escritos literariamente.

El autor usó el género del diálogo “porque este género

de hablar es agradable a cualquier paladar y fácil de en-tender y es modo que suele dar menos fastidio”218. Los interlocutores son Jesús, que aparece como el maestro, el amigo, el esposo, que casi nunca riñe, sino que con infini-ta paciencia enseña, contesta, explica, educa y anima, y el alma —el alma eremítica del autor— que es visitada algunas veces por Jesús cuando está en oración y enton-ces le pide que le enseñe y satisfaga sus dudas sobre la vida espiritual. El estilo es llano, porque escribe “para los

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simples... pretendiendo más el provecho que la elegancia del estilo”219. Sin embargo, así como cuando escribe en latín lo hace de manera correcta y elegante, cuando escri-be en castellano parece serle más dificultoso, porque curándose en salud, asegura que escribe “en estilo bajo y humilde como lo pide la profesión de mi vida eremítica, la cual está lejos y apartada de los primores de la Corte y elegancia del buen decir”220. Con todo, en algunos pasa-jes el autor alcanza una perfección notable y su elocuen-cia llega a grandes alturas y en alguna ocasión incluso puede llamarse sublime, por los pasajes líricos y las exal-taciones emotivas que contienen, de gran belleza poético-literaria.

Su estilo es directo; gusta de largos períodos y a veces

tiene cambios repentinos de construcción, adjetivación relativamente abundante, ampuloso a veces, con gran riqueza de imágenes y ejemplos que ilustran la doctrina, aunque todos los autores que cita, incluso la Biblia, los traduce libremente, adaptando la versión a la finalidad que persigue. Para probar su doctrina aduce textos de los santos padres, enlazándolos entre sí mediante una frase de transición y lo mismo las citas de la Biblia. Su lengua-je, siempre religioso y exhortativo, contiene el vocabula-rio ascético-místico de la época, sin demasiados tecni-cismos. El texto castellano muestra una gran influencia latina en la ortografía, vocabulario y sintaxis, y usa una ortografía cambiante con algunas faltas como sirven por sirvan y al revés, que posiblemente sean de imprenta.

Para la edición de este Diálogo de la Sacra Eucaristía

nos hemos valido del ejemplar que se conserva en la Bi-blioteca del monasterio de Montserrat, en Cataluña. Pero

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para facilitar su lectura hemos regularizado la puntuación y la grafía de las palabras escritas indistintamente como santo, sant y sanct; santidad y sanctidad; redemptor y redentor y los nombres propios sacados de la Biblia, se-gún la grafía correcta, a tenor de las reglas ortográficas actuales, incluso separando los vocablos como della, desto, dél, cambiando escuridad por oscuridad, mocha-chos o mocho por muchachos y mucho, y regulando los grupos fluctuantes nb=mb, np=mp por la forma correcta actual.

Con la edición de esta obra recuperamos para los lec-

tores un texto ya rarísimo, pero interesante para conocer tanto el pensamiento del autor sobre la Eucaristía, así como la espiritualidad sacerdotal en la segunda mitad del siglo XVI, marcada por la Reforma y la Contrarreforma, en este año sacerdotal de 2010.

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DEDICATORIA

A la ilustrísima señora Marquesa de Gibraleón y Con-

desa de Benalcázar, Fray Pedro Alonso de Burgos, monje ermitaño de Montserrate, salud eterna en Cristo.

El Eclesiástico instituyendo a cualquier cristiano

cómo se debe haber con Dios en tiempo de su tribulación dice: “Todo lo que te viniere de la mano de Dios recíbelo y con igual ánimo sufre el dolor y ten paciencia en tu humillación, porque ansí como el oro y la plata se prue-ban con el fuego, ansí los hombres justos y amigos de Dios en la angustia de la tentación”212. Esto digo porque en algunos años pasados nuestro Señor le ha visitado con algunas tribulaciones, empero ya ha oído V. S. (Vuestra Señoría) cómo Dios prueba a sus amigos con grandísimo amor, porque con el trabajo alimpia sus almas y les per-dona sus pecados, enciéndelos en su amor y aumenta sus méritos, como al revés los malos con la murmuración decrecen y ayuntan un pecado a otro. Lo primero se prueba muy bien en Job213y otros amigos de Dios, los cuales cuanto más fueron probados y ejercitados con diversas tribulaciones y trabajos por la mano del Señor, tanto más crecieron en su servicio y amor, y le daban mayores alabanzas.Y lo segundo en el rey faraón cuanto más Dios le azotaba para sanar su dureza y desobedien-cia, tanto más se endurecía y crecía en blasfemia214. Pues en esto se conoce que V. S. es sierva y amiga de Dios, porque con la prueba no solamente no murmura de él, ni deja de amarle, más lo que es digno de toda alabanza, cada día crece en su santo amor y buenas obras; y de esto dan testimonio los que vienen a esta santa casa y la cono-

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cen, porque dícenme que es muy gran limosnera y da todo lo que tiene a los pobres de Cristo, acordándose de aquel dicho del sapientísimo Salomón: "Da alegro a Dios todopoderoso el que tiene piedad con el pobre, y recibirá la paga a su tiempo"215. Pues si V. S. es amiga y sierva de Dios y él tiene por costumbre probar a sus amigos ¿qué habemos de decir sino que hará con ella lo que acostum-bra con los que prueba, que es tornarle la tristeza en ale-gría y el dolor en placer, como hizo a Job y Tobías216 y a todos sus escogidos? Así que V. S., tenga gran firmeza y no se canse porque sin falta será grande su galardón.

En este yermo he compuesto una obrecilla del Santís-

simo Sacramento de la Eucaristía con intención de pro-vocar a todos al deseo de tan preciosísimo manjar. Hela intitulado a V. S. porque confío que debajo de su sombra hará más fruto, y también, aunque es muy devota de tan dulce comida, lo sea mucho más de aquí adelante. Dios todopoderoso sea siempre en ayuda y favor de V. S. y de todos. Amén.

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DIALOGO DE LA SACRA EUCARISTIA ENTRE EL ANIMA CRISTIANA Y JESUCRISTO, DIRIGIDO A LA ILUSTRISIMA SEÑORA MARQUESA DE GI-

BRALEON Y CONDESA DE BENALCAZAR.

Capítulo I ANIMA.- ¡Oh buen Jesús y Señor mío! en gran manera

estoy admirada de oír tan excelentes y admirables mara-villas de tan soberano sacramento de la Eucaristía, y no solamente de sus excelencias, mas también de cuan ines-timable precio sea este no comparable don, y cuánta sea la salud y alegría que con él se comunica a los que lo reciben con puro corazón. Mas porque se me ofrecen muchas dudas en la consideración de este tan gran miste-rio, y no hay en este triste mundo suficiente maestro que nos las declare, por tanto te suplico que tú me las sueltes, declares y me enseñes la verdad. Pues ven, Esposo de mi alma, ven amador de los hombres y enseña tu muy her-mosa presencia a esta tu indigna sierva.

JESÚS.- Esposa mía, ¿qué piensas que es la causa que

yo me detenga? La causa es el amor, porque él me hace que me detarde porque tú más me desees ver. Cata aquí a tu querido Esposo al cual deseabas en gran manera.

ANIMA.- ¡Oh Señor mío y Esposo de mi alma y cuán a

buen tiempo ha sido vuestra santa visitación! Ruégote, Señor, que nos digas qué es lo que sientes de este santí-simo sacramento de la Eucaristía, porque agora hemos menester tu lumbre más que nunca en este tan gran nego-cio, cuando todas las cosas están llenas de herejías217 y

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muchos engañados del demonio piensan cosas falsas de este sacramento, y dinos, Señor, qué será en el siglo ad-venidero de los herejes y de los quebrantadores de tu santa ley, y de los prevaricadores de las santas costum-bres.

JESÚS.- Has de saber, hija, que como ya otra vez te he

dicho, verná tiempo cuando viniendo el Hijo del hombre que soy yo, ni hallará fe que sea meritoria, ni caridad que sea perfecta, ni profeta que sea verdadero sino falso, y hombres perversos y herejes que con sus engaños atraian a su perversidad a muchos218, y comenzándose a cumplir ya esto, hay zuinglianos y luteranos219, los cuales son como lobos voraces220, cuyo deseo y placer es degollar las simples ovejas, traerlas a sus setas y ponerlas en ca-mino de perdición. Estos tales son miembros de Satanás, comisarios del demonio y alguaciles de Lucifer, y tan malos y perversos que ni de día ni de noche no piensan sino cómo armen lazos y cómo pongan acechanzas contra los simples, éstos ansí como su príncipe y cabeza que es Lucifer andan cercando el mundo buscando a quien traguen221. Las manos de estos, hija, son llenas de sangre, sus pies muy prestos para obrar mal, sus corazones muy perversos para pensar engaños, empero también será su fin una muerte muy pésima y desdichada, y su galardón será fuego sin fin, y su descanso para en perpetuo tor-mento si no se arrepienten y hacen penitencia. Quebran-tamiento y desdicha hay en sus caminos, el camino de la paz nunca lo conocieron, "no hay temor de Dios delante de sus ojos222, su boca es llena de amargura y maldición y engaño. Debajo de sus lenguas no hay sino trabajo y do-lor"223, empero para mí guardo la venganza de sus malas obras y yo la daré a cada uno como la mereciere.

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Allende de esto demándasme, hija, del santo sacra-

mento de mi cuerpo y sangre qué es lo que de él siento, y que te diga su virtud y eficacia. Y a esto te digo que este sacramento es un indicio y señal muy fuerte de mi cari-dad y del amor grande que tengo a mis escogidos. Este es un sacramento muy agradable a los ángeles, muy necesa-rio a los hombres, muy estimado de aquellos que ya han gustado cuanta sea su dulcedumbre y riqueza. Grande es el sacramento del bautismo, y de muy gran virtud y efi-cacia, y digno de mucha veneración, y principio de salud, adonde el ánima es limpia de los pecados, con el cual es reconciliada con Dios y por el cual a mí y a la Iglesia Católica es ayuntada y incorporada. Grande es el sacra-mento de la confirmación en el cual los que por el bau-tismo ya son míos se fortalecen y confirman con nueva gracia, y son hechos robustos contra las impugnaciones y acechanzas del demonio y contra sus amenazas. Cosa es también digna de tener en mucho el sacramento de la penitencia, en el cual ansí como en una segunda tabla son libres y puestos en salvo del naufragio de los pecados en puerto seguro de perdón. En este sacramento el ánima adúltera es vuelta a su Esposo, es reconciliada con Dios, es alimpiada de su suciedad, y es puesta en el número de los que han de recibir la heredad perdurable por la virtud de las llaves sacerdotales y sacramentales. El sacramento del matrimonio es también digno de ser tenido en mucho por su utilidad, porque por él se conserva la naturaleza del los hombres aumentándose la generación y lo que representa es la unión y casamiento espiritual mío y de la Iglesia224, por las cuales cosas se debe tener en mucha estima. Pues el sacramento de la extremaunción no es de tener en poco, porque por él ansí como por una medicina

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muy saludable son aliviados los enfermos de su enferme-dad corporal y es el ánima lavada de las mancillas del pecado; de tener son en mucho todos estos sacramentos, los cuales como tesoro muy precioso los dejé a mi Igle-sia. Empero el sacramento de la Eucaristía es digno de mayor veneración que los otros, es más copioso en gracia y es más excelente en dignidad, porque los otros dan gracia a quien los recibe, éste da al Señor de la gracia225, lo cual parece claro en el nombre que tiene, porque euca-ristía quiere decir buena gracia, y ¿por qué se dice buena gracia sino porque tiene en sí todas las gracias? Este ver-daderamente se puede llamar sacramento de sacramentos, porque tiene en sí el hacedor de los sacramentos en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios226.

ANIMA.- Admirable es, Señor, este secreto, maravillo-

so es este lugar, y no sé quién lo podrá entender. Suplíco-te pues, Señor, me lo declares tú, me des lumbre para que lo pueda comprender, porque de otra manera no podré tenerlo yo en aquella veneración que conviene, ni te po-dré dar tan cumplidas gracias como es razón por me lo haber dado.

Capítulo II. En que se escriben algunas cosas, con-

tradiciendo a los enemigos y contrarios del sacramen-to de la Eucaristía227.

JESÚS.- Para que mejor entiendas, hija, lo que deman-

das y deseas saber, has de mirar que este sacramento se llama por muchos nombres, porque unas veces, como ya te dije, se llama Eucaristía, conviene a saber, buena gra-cia, porque me contiene a mí, que soy fuente de gracia y

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origen de todo bien. Otras veces se llama sacrificio, por-que como ofrenda muy acepta se le ofrece a mi Padre para reconciliación de los pecadores, en memoria de mi pasión. Algunas veces se llama comunión, porque es una señal y demostración de la unidad y conformidad de la Iglesia en que se ayuntan los fieles. Otras veces se llama viático porque acompaña y fortifica a los que pasan de esta vida para venir a mí228. Este sacramento es uno so-lamente y contiene en sí tres cosas, conviene a saber, especie visible de pan, mi verdadero cuerpo y la Iglesia Católica229.

ANIMA.- Espantada estoy por cierto y casi fuera de mí

cuando pienso en misterio tan escondido y en sacramento tan excelente. Dime, Señor: ¿eres tú mayor que aquella partecilla de especie de pan debajo de la cual eres conte-nido? 0 tú buen Jesús cuentas una cosa que es imposible según nuestro entendimiento, o declares y digas el miste-rio que está ascondido en lo que has dicho.

JESÚS.- Mira, hija, lo que a los hombres es muy difi-

cultoso a Dios es muy fácil, y lo que a los hombres es imposible al Todopoderoso es posible230, y lo que a prima faz parece que no puede ser entendido, declarándolo Di-os, está muy manifiesto. Esta cosa sin duda es muy alta, es muy profunda, es muy maravillosa, es muy oculta y es tal en fin que sobrepuja todo entendimiento humano. Este es un monte muy alto al cual el que presumiere locamen-te subir será de él despeñado y herido con muy crueles saetas231. ¿Nunca has leído, hija, que el que con curiosi-dad escudriña la majestad divina es confundido y cegado de su gloria?232 Este sacramento está lleno de majestad, está lleno de misterios, y tales, que ni a los ángeles les es

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concedido que lo penetren, ni a los hombres que lo alcan-cen. En este sacramento desfallece la sabiduría humana, queda vencido el entendimiento angélico, falta la indus-tria de toda criatura para poder investigar lo que en él se contiene, por lo cual son los herejes más dignos de tor-mentos y pena, porque siendo en sus pareceres muy a-bundantes, trabajan de sustentar con sus proprias fuerzas y razones sofísticas y intrincadas lo que a ninguno es concedido saberlo, despedazando y menospreciando el misterio grande que en este sacramento está escondido atándose a la letra, y la causa porque se escandalizan es porque no lo entienden.

“Ceñíos pues, ansí como varones vuestros lomos, y

preguntaros he y responderme heis. Decid: ¿Adónde estábades cuando ponía yo el fundamento a la tierra? ¿Demostrádmelo si tenéis entendimiento? ¿Quién le puso las medidas y términos que tiene? ¿Quién la midió exten-diendo sobre ella línea, rodeándola y repartiéndola? ¿So-bre qué fundamento y columnas está puesta? ¿Quién cerró la mar ansí como con puertas, cuando sobresalía ansí como el que sale del vientre? ¿Decidme si sabéis cuándo la vestí con nubes y la envolví en oscuridad, ci-ñiéndola como con fajas? Yo la cerqué, yo la puse térmi-nos, yo le puse cerraduras y puertas, diciendo: Hasta aquí podrás llegar y aquí quebrantarás tus ondas sin pasar más adelante. Dime, quienquiera que fueres: ¿has bajado al profundo del mar? ¿Haste paseado por el abismo? ¿Haste en fin hallado en lo postrero de su hondura? ¿Sonte por ventura a ti abiertas las puertas de la muerte? ¿Viste sus entradas oscuras y tenebrosas? ¿Has considerado la an-chura de la tierra? ¿Demuéstrame cómo sabes todas estas cosas? ¿Enséñame dónde y en qué región tiene la luz su

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morada, y cuál es el lugar de la oscuridad, para que sepas guiar a cada uno por su camino. Y para que puedas decir que entiendes sus pisadas? Pregúntote que me digas: ¿cuándo estas cosas fueron criadas? ¿Sabías que habías de hacer? ¿Tenías noticia de ti mismo? ¿Sabías cuánto tiempo habías de vivir? ¿Quién es el padre de la lluvia? ¿Quién engendró las gotas del rocío? ¿Quién puso en las entrañas del hombre la sabiduría? ¿Quién dio al gallo la inteligencia? ¿Quién contará la orden, razón y concierto del cielo? ¿Quién da reposo al armonía de los cielos?”233 ¿Por ventura no he hecho yo estas cosas? ¿Por ventura no soy yo el Todopoderoso, cuyo brazo hace lo que yo quie-ro? Bien sé que diréis que no entendéis estas cosas por-que sobrepujan a la poquedad de vuestro entendimiento, son más oscuras de lo que vuestro saber puede alcanzar, y son más oscuras de lo que vuestra investigación y estu-dio puede comprehender. Pues decidme agora ¿por qué vosotros os atrevéis a hablar de este sacramento? ¿Por qué queréis interpretar lo que no sabéis? ¿Por qué dudáis en lo que no podéis condenar por falso? ¿Por ventura no es esta obra mía? ¿No soy yo el que dije sean hechas las cosas y luego fueron hechas? Pues ese mesmo soy el que habiendo de pasar de este mundo al Padre, dije a mis discípulos queriéndoles dejar a mí mesmo por su consue-lo, tomando el pan en mis manos: “Este es mi cuerpo, el cual por vosotros será entregado”234. Pues ¿por qué no podré yo convertir el pan en mi cuerpo? Diciendo: “Sea hecha la luz, fue hecha; hágase el firmamento y fue hecho”235 (porque mi palabra es muy eficaz, muy podero-sa y suficiente para lo que quiere hacer, y ninguna cosa hay que le resista)236. ¿Por qué le ha de faltar poder en esta cosa, conviene a saber, hacer del pan mi cuerpo y del vino mi sangre? Los mágicos encantadores, ministros del

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demonio, mudaron delante [del] faraón las vergas en sierpes237. ¿Y Dios hacedor de todas las cosas no podrá volver el pan en su cuerpo? Los hechiceros egipcianos volvieron el agua en sangre238 y dasles crédito. ¿Y volvi-endo el Señor de todas las cosas la sustancia de pan en su cuerpo dudas de ello? Crié yo de nonada toda la redondez de la tierra y todo lo que debajo del cielo se contiene, y concedes que es ansí, y transubstancié el pan en mí mis-mo. ¿Y dices que en ninguna manera puedes darle crédi-to?239 Dime, yo te ruego, ¿cuál es más fácil, hacer de nonada lo que he hecho o hacer de algo alguna cosa? Sí consentís creyendo muchas cosas que yo he hecho ¿por qué no dáis fe a ésta? ¿Por ventura es porque os parece cosa indigna que se diga del Señor que esté contenido debajo de tan viles especies?240 Lo cual si ansí es, ya no negáis el poder, sino que aborrecéis la bajeza.

Oíd pues herejes, estad atentos locos, humillaos so-

berbios, volved al corazón pésimos pecadores y dejad de destruir más ánimas, cesad ya de corromper la santa y necesaria doctrina de Dios sembrada en los corazones de los cristianos. Mirad que la sangre de vuestros hermanos, que habéis con vuestros malos consejos enviado a los infiernos, da voces delante de mi acatamiento diciendo: “Castiga, Señor, el daño que habemos recibido”241. Em-pero aún hay lugar de perdón, aún seréis reconciliados conmigo si hacéis penitencia. Oíd pues agora mis pala-bras y recibidlas con humildad. Decid ¿por qué llamáis a la humildad menosprecio? ¿Por qué condenáis la benig-nidad, digna de ser en mucho tenida, por vileza y cosa que vale poco? ¿Por qué aborrecéis una caridad tan gran-de como es quererme dar yo a los hombres debajo de especie de pan y vino ansí como cosa despreciada, to-

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mando de allí ocasión para ser incrédulos, donde había-des de tomar materia para darme muchas gracias? ¿Por qué no miráis con ojos claros mi incomprehensible amor cerca del género humano? ¡Oh heréticos! muy bien sé yo dónde proceden todas estas cosas; no se me esconde qué es la causa de vuestra infidelidad; y es que “el hombre animal no puede alcanzar ni comprehender las casas que son divinas”242; porque “ninguno puede servir a Dios y a las riquezas”243, a la carne y al espíritu, a la sensualidad y a la razón, ni vivir como bestial y entender como espiri-tual. ¿Qué conveniencia hay entre la luz y las tinieblas? Vosotros servís a Lucifer imitándole, el cual puso y pone todo su fin en la soberbia, y ansí queriendo renovar sus malos intentos que tuvo cuando cayó decís: “Subamos en el cielo, levantemos nuestro asiento y silla sobre todas las estrellas de Dios y seremos semejantes al muy Alto”244. Y siendo tan soberbios y indignos de tratar de cosas ce-lestiales presumís tratar con manos sucias y conciencias dañadas, de los misterios altos que yo he constituido, los cuales no pueden sino los humildes y limpios de corazón. Limpiad pues vuestras conciencias, desechad la mala doctrina que habéis aprendido y “vestíos de nuevo hom-bre, el cual es criado según Dios en santidad y verdad”245, de esta manera podréis entender mis palabras y investigar mis misterios.

Escuchad agora las cosas que se os dirán y abrid las

orejas consintiendo a la razón y verdad. Como sea verdad que no haya cosa más convenible a la natura divina que la bondad, ni de quien más propia sea la benignidad, magnificencia y mansedumbre, las cuales cosas, cuanto en Dios son más copiosas y en mayor grado, tanto es él más sublimado y perfecto; de aquí es que por su bondad

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crió los ángeles, por su largueza crió los hombres y todo lo demás ansí visible como invisible, y como el sumo bien consista en gozar del conocimiento que de mí se tiene, crié la criatura racional para que me conociese ser todopoderoso y bueno, y conociéndome me amase, y amándome me poseyese y poseyéndome gozase de mí y fuese de esta manera bienaventurada. Por causa de esta criatura racional crié todo el mundo, adorné el cielo de estrellas y lo alumbré con claridad del sol y de la luna, por ella henchí los aires de aves, la mar de peces y la tierra de animales, y los campos de diversas plantas y flores, y todas estas cosas puse debajo del señorío del hombre246, haciéndolo también compañero de los ánge-les, heredero del cielo, y ciudadano de paraíso y capaz de mi divinidad; empero poco después que le puso en la dignidad que habéis oído, cayó de ella en el pecado, des-lizóse en la pobreza y quebrantóse en la caída grande que dio, perdida su virtud, desminuida su fortaleza, menguada su sabiduría y despojado de la corona de justicia que le había sido de mi puesta en su cabeza. Toda su felicidad, como ya dije, estaba puesta en el conocimiento de mi bondad, la cual perdida, fue forzado ser hecho miserable, quedar abatido y envuelto desdichadamente en las tinie-blas de la ignorancia, y cuasi como la oveja que anda perdida sin camino, sin pastor, paciendo por partes incier-tas y sin orden; empero como vi que no había quien la encaminase, quien de ella se doliese, quien de tanta mise-ria la levantase, descendí yo del cielo, entré en un vientre de una virgen, vestíme de humanidad y sometíme volun-tariamente a todas las cosas que los niños padecen; sufrí hambre, sed, pobreza, trabajos, afrentas, frío, calor y otras cosas que suelen dar enojo a los cuerpos delicados. Sien-do ya de edad de trenta años rodeé las ciudades y villas

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predicando, sufriendo por esta buena obra muchas injuri-as de los hombres, tentaciones exteriores de los demoni-os, y no por estas cosas dejé de enseñar con ejemplos y doctrina los caminos que llevan al cielo, ni de curar todas las enfermedades que me ofrecían ansi corporales como espirituales, lanzando los demonios de los cuerpos hu-manos, probando con estas y otras cosas semejantes ser yo Dios, pues nadie que no lo fuese las podía hacer sin mi favor; y finalmente queriendo satisfacer a mi Padre por las injurias de los hombres permití ser preso, atado, heri-do, escupido, ser lleno de escarnio, coronado de espinas, enclavado en la cruz, y a la postre ser muerto de hombres pecadores y malos, y de esta manera reconcilié al hombre pecador con Dios, abrí las puertas del cielo, levantelo caído, justifiquelo de su injusticia y volvilo al estado pri-mero, dándole conocimiento de mi bondad, mostrándole mi gran caridad y poniéndole delante cuánto me era obli-gado.

¿Es por ventura alguna cosa de estas mala? ¿Perjudica

a mi divinidad? ¿Es cosa indigna de mi alteza? Bien creo que dirás que no, pues claramente parece que haciendo estas cosas por el hombre movido de caridad, antes de-muestran ser yo muy digno de ser sublimado y confesado por Dios, que no ser por ello abatido y tenido en poco. Pues ¿por qué juzgas por cosa indigna a mi divinidad darme en manjar a los hombres? ¿Hartar sus ánimas con el pan vivo de mi cuerpo y con mi sangre sagrada? No juzgas por cosa indigna ser maltratado, arrastrado, herido, blasfemado y muerto de muerte deshonrada, ¿y juzgas por cosa impertinente a mi divinidad darme en manjar por salud del ánima debajo de especie de pan? ¿Qué in-dignidad hay aquí? ¿Qué menoscabo viene a mi divini-

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dad de hacer yo esto con los hombres que redimí? Honra mía es esto que hice y no deshonra, bondad grande y incomparable es la causa y no lo que tu [Ecolampadio]247, piensas, mansedumbre sin comparación y largueza sin medida muestra ser ésta que no vileza, don lleno de toda suavidad y de amor suena darme yo para que el hombre interior sea mantenido, no despecio ni menoscabo, por-que en este sacramento soy comido de los fieles y que me aman, y no soy despedazado y herido; soy bebido y no por eso soy mudado de lo que antes era; con las manos humanas soy tratado consintiendo ser ayuntado a cuerpo mortal y corruptible, y no por esto padezco algún detri-mento en la divinidad y humanidad; no me desdeñé en tiempo pasado por salud de los hombres hacerme hom-bre, tomar todas su fatigas, recibir muchas de sus miseri-as, dándome un precio por ellos. ¿Y tenéis vosotros por inconveniente que me dé en manjar para que se conozca más mi bondad y les sea más notoria mi liberalidad? Grande cosa es la una y grande la otra, empero si consi-deráis mi infinita caridad y amor con que os amo antes seréis provocados a darme infinitas gracias por esto que no a murmuración y infidelidad de haberme tanto abaja-do. ¿Qué es la causa por qué aborrecéis y menospreciáis una cosa en que tanto se enseña la bondad y conoce mi largueza? ¿Por qué condenáis como cosa a mí indigna, lo que a la clara parece mostrarse en ella el amor grande que al género humano tengo? Por cierto tu obstinación y du-reza se había de ablandar con la contemplación de este tan gran beneficio; tu soberbia se había de prostrar por la tierra considerando mi profunda humildad, tu mucha frieldad y tedio se había de calentar con tanto amor como se manifiesta en este beneficio; más ¡ay dolor! que en lugar de humillarte te ensoberbeces, en lugar de escalen-

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tarte te tornas más frío y en lugar de te ablandar estás más duro. Tu Señor Dios se hace manjar, se templa de manera que tú seas capaz de lo gustar, ¿y tú olvidado de esto lo menosprecias no dándole crédito? Tu criador no se me-nosprecia por tu respecto de te ofrecer, siendo tú hombre-cillo de nonada, hecho manjar de gusanos, mortal y cor-ruptible y cargado de pecados, dándosete manera que lo puedas masticar con tu boca y ponerlo en el estómago, y tú viendo esto ¿no te espantas con humildad, no te enci-endes en amor, no tienes reverencia a tanta benignidad, largueza y mansedumbre? ¿Por qué no te gozas? ¿Por qué no te alegras? ¿Por qué no levantas cantares de ala-banza? ¿Por qué no lo adoras y recibes con profunda humildad y reverencia?

Callo otras doctrinas pésimas y malas por ser tan de

poco tomo, tan frívolas y de muchachos que no son dig-nas de respuesta; esto sólo les quiero amonestar, que el tiempo presente que nos es dado no lo menosprecien, pues saben que “éste es el tiempo aceptable y éste es el día de salud”248, porque será posible que no ternán tiempo de hacer penitencia, de conocer su ceguedad y error, y ansí serán echados en los tormentos perpetuos del infier-no. Capítulo III. En que se traen algunas figuras y profe cías de este santo sacramento.

JESÚS.- Pareciendo, hija, que había necesidad me a-

parté algún tanto de ti por confundir algunos herejes que con sus argumentos falsos y sus malas consecuencias quieren ofuscar la verdad de este sacramento, y ojalá hubiese aprovechado para apartarlos de su error. Tornan-

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do pues al propósito, oye agora, hija, lo que de este sa-cramento maravilloso te quiero decir, porque puedas conocer y sentir sus muy dulces frutos, sus muy preciosos provechos y sus muy altas dignidades; y está muy avisa-da y sobre ti que no te turben las malas sectas y falsos pareceres de los herejes, pues es más razón que oyas y creas a tus padres los profetas, los cuales inspirados por el Espíritu Santo, ni pudieron ser engañados, ni engañar ellos a otros. Y primero oye a David, el cual hablando en espíritu dijo profetizando de este santo sacramento:”El pan de los ángeles comió el hombre”249. Y en otra parte dice considerando la excelencia de este santo sacramento que había de ser constituido: “Una memoria de sus mara-villas hizo el misericordioso Señor, y es, que dio manjar a los que le temen”250. Elías huyendo la persecución de la reina Jezabel halló debajo de su cabeza un pan cocido debajo la ceniza, del cual comió y anduvo con la virtud que le dio hasta el monte de Dios Horeb251, el cual pan era figura de este pan santo, pues que no solamente da virtud para caminar cuarenta días mas aun para todo el tiempo de la vida, siendo como armas muy fuertes y co-mo báculo sobre que se sostiene el que lo gusta y con que combate y vence a sus enemigos. Moisés hirió la piedra con la vara y luego corrieron aguas en mucha abundancia con que fueron hartos todos los que estaban presentes, aunque eran muchos millares252. Esta vara con que Moi-sés hirió la piedra figura fue de mi palabra con la cual muchas veces hiero castigando, y otras veces hago con ella volver a muchos del tuerto camino que llevan; yo pues herí el pan con mi palabra y se convertió en mi cuerpo, y luego manaron aguas de gracia en gran abun-dancia y corrieron por toda la redondez del mundo. A-llende de esto ¿no era por ventura este manjar celestial a

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que convidaba el rey Salomón y a este beber suavísimo, cuando decía dando voces en espíritu: “Comed amigos míos y embriagaos amados míos”253. Amigos son llama-dos los que constreñidos con la ley de Dios trabajan de obedecer a los mandamientos de su Criador, no buscando lo ajeno y usando con templanza de lo que le es concedi-do, siendo misericordiosos, castos y limpios y honestos, los cuales anteponen siempre las cosas celestiales a las terrenales, las divinas a las humanas y las espirituales a las carnales con gozo y dulcedumbre de espíritu. Los muy amados son aquellos que menospreciando el siglo, despreciando las riquezas, acoceando los deleites, cami-nan por el camino de la perfección, con todo afecto y voluntad, gozándose en este camino de los abrazos del Esposo, son consolados a menudo del Amado y muy regalados del Padre piadoso. Estos son más enriquecidos de los dones interiores que los primeros, y son embriaga-dos con más abundancia de consolaciones y de dulzores cuando son ayuntados con el Esposo por vínculo de cari-dad y del sacramento. Y esto quiso decir el profeta cuan-do queriendo contar los frutos maravillosos de este sa-cramento dijo: “Puso sobre la tierra más alta para que comiesen los frutos del campo y al cabrón con el meollo del trigo, y bebiste la sangre de la uva muy pura”254. Y conociendo por el mismo Espíritu de profecía la multitud de la gente de los cristianos que habían de usar mal de este sacramento, y principalmente el poco acatamiento y reverencia que en tratarlo habían de tener los sacerdotes, añadió diciendo: “Engrasádose ha el amado y dio coces, engordado, engrosado y ensanchado, dejó a su Hacedor, desamparó a su Dios y apartóse de Dios, su salud”255. Habiendo también de salir los hijos de Israel de Egipto les mandé que celebrasen aquella salida y tránsito matan-

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do un cordero tierno sin mancha y asándolo al fuego, con la sangre del cual untasen los pilares de sus casas, porque cuando el ángel de Dios matase los primogénitos de los egipcios no matase también los de los hebreos256. Lo cual sin ninguna duda les acontecía en figura y eran sombra de las cosas de por venir. ¿Quién es el cordero sin mancha que habían de matar sino yo, tú salvador, del que san Juan dio testimonio diciendo: “Este es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo”?257 Yo fui pues este cordero, yo fui asado con el fuego muy cruel de la pasión en la cruz, yo derramé toda mi sangre por vuestra salud y también os la di antes que muriese, para que la pudiése-des beber como potaje muy suave y sabroso. Entonces comes este cordero con mucha priesa y aceleración, cu-ando encendido con caridad lo recibes espiritual y sacra-mentalmente. Y si ansí te hallare señalado el ángel que pasa hiriendo a otros, no temas que te herirá a ti, porque los misterios del manjar que has recibido le detendrán y podrás pasar seguramente por medio de las ondas de este mundo, delante de la cara del figurado faraón, que es el demonio, viéndolo con tus proprios ojos ahogado en el piélago intelectual de la ribera258. Allendo de esto, ¿qué otra cosa figuraba aquella zarza que ardía y no se quema-ba, que vido Moisés sino este sacramento?259. Ciertamen-te yo soy zarza muy espinosa para aquellos que indigna-mente me reciben, porque cualquiera que se llega a este sacramento y manjar celestial en pecado y con mala con-ciencia, y temerariamente lo recibiere, para sí recibe jui-cio espantable, para su condenación lo toma en su boca, y para condenación de su ánima lo gusta, porque no miró primero lo que hacía, en pena de lo cual será llevado a las penas miserables, será quemado con llamas crueles, por-que otra vez no reciba en mal estado lo que es digno de

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ser puesto en lugar limpio, y recibido con temor y tremor, y no cuasi como haciendo burla. Con mucha razón puedo yo ser llamado zarza porque soy pequeño y bajo por la humildad, y negro por los oprobrios, yo me humillé hasta la muerte y no muerte cualquiera sino muerte cruel de cruz260. Y también fui ennegrecido en casa de aquellos que me amaban y hecho menosprecio de los hombres. ¿Por ventura no me llamo yo bien zarza espinosa, humil-de y negro? Aquella zarza ardía y no se quemaba y yo ardía en tan fuerte llama de amor por la salud de los hombres que me di por ellos en precio y me di a ellos en manjar. Es de tanto amor este sacramento, hija, que si fuese recibido con aquel aparejo que es razón, es imposi-ble que no lo sintiesen las ánimas de los hombres, y sería en tanto grado este sentimiento que apenas lo podrían sufrir, porque todo soy en él contenido, que hincho a los serafines de llamas ardientes de caridad, y de ardentísimo amor a las voluntades de todos los otros ángeles. ¿No podían antiguamente los profetas sufrir a los ángeles ha-blando con ellos y podrán tener consigo los que frecuen-tan este santo sacramento al Señor de los ángeles? ¿No puede sufrir nuestra vista la fuerza de los rayos del sol y podrá sufrir la flaqueza humana a los fortísimos rayos de mi divinidad, siendo como son de infinita potencia y virtud? ¿No puede sufrir el hombre mortal una centella de mi amor y podrá tolerar el piélago y abismo de este santo sacramento? Yo, pues, ardo en mí mesmo con lla-mas de caridad, empero no quemo a los que me reciben, porque debajo de la especie del pan me templo, supliendo su flaqueza, conformándome con su poquedad, escondi-endo mi fortaleza, y comunicándome conforme a su po-sibilidad.

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Capítulo IV. En que el ánima da gracias del beneficio de la Eucaristía.

ANIMA.- ¡Oh cosa maravillosa! ¡Oh cosa admirable y

que apenas se puede explicar con palabras! ¡Oh cosa muy digna de ser tenida en mucha reverencia, de ser tenida en mucha estima y ser amada con amor muy íntimo y ver-dadero “¿Qué nación hay tan dichosa”, qué nación hay tan bienaventurada y de tanta dignidad, “que tenga sus dioses tan propicios y familiares como nosotros tenemos a nuestro Dios?”261. Entre todos los beneficios hechos a los hombres, entre tantos dones concedidos a los morta-les, sólo éste faltaba y es el que instituyó tu amantísimo Hijo. Conociendo tú, buen Señor, ser los sacrificios de los animales impuros y imperfectos para tan alta majes-tad, dijiste: “Vuestros sacrificios y holocaustos aborrece mi ánima”262. Y ansí convenía que tú, Señor, dieses orden como te fuese ofrecido algún sacrificio que fuese a ti aceptable y digno, y como entre nosotros no lo hubiese tal que a ti fuese convenible y que a ti fuese agradable, a los ángeles muy venerable y a los hombres muy saluda-ble, a los vivos muy provechoso y a los que murieren en tu nombre muy refrigerativo y deseable, dejónos a sí mesmo tu Unigénito, no solamente en precio, mas tam-bién en sacrificio y en premio263. ¿Qué misterio es éste? Muy grande por cierto y nunca oído en los tiempos pasa-dos, lleno de majestad, digno de gran veneración, digno de ser muy amado porque es lleno de amor. De todas partes sabe a caridad y todo redundante de largueza, y esto parece muy claro, pues quisiste, buen Jesús, ser de los hombres comido para que de esta manera mostrases que les eras muy familiar, muy benigno y todo abrasado en caridad. Y también para que en el recibir tu cuerpo

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sintiesen aumento de gracia espiritual, corroboración de la virtud, vida del ánima y esperanza muy firme de la gloria. Quisiste, Señor, ser con las manos recebido, con el paladar gustado, mostrando en esto humildad que no se puede contar, amistad que no se puede decir, y familiari-dad que no se puede comparar. Finalmente quisiste ser comido mostrando la hambre y deseo con que quieres ser recibido de todos.

“¡Oh alteza de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán

incomprehensibles son tus juicios y cuán investigables tus carreras.”264 Muy bien dijiste tú, oh buen Jesús, en tiempo pasado: “¿Por ventura son mis pensamientos co-mo los vuestros? No por cierto. Porque ansí como los cielos son ensalzados de la tierra, ansí son ensalzados mis caminos de los vuestros, y mis pensamientos de los vues-tros”265. Empero con todos estos beneficios recibidos, te suplico, Señor, me digas cuales deben de ser los sacerdo-tes, pues a ellos solos cometiste este negocio de tanta importancia, cómo lo deben tratar y cómo lo han de mi-nistrar a otros, porque me parece a mí ser digno de sobe-rana reverencia, ser necesario ser muy limpios aquellos en cuyas manos ha de estar, y carecer de todo vicio los que lo han de celebrar.

Capítulo V. Cuáles deben de ser los sacerdotes.

JESÚS.- Preguntas, hija, qué condiciones han de tener los sacerdotes que han de ser dignos de tratar este santí-simo sacramento. Y primero que satisfaga a tu demanda has de saber que hay muchos inhábiles que son promovi-dos a este oficio para sí, usan mal de él en diversas mane-ras. No son llamados los tales y vienen a las bodas, no

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son dignos de tan alta dignidad y ellos piensan que les sobra dignidad. No merecen ser ministros de otros y a ellos les parece que deben ser tenidos en mucha estima; yo no los conozco ni los tengo por míos en gracia, y ellos muy gloriosos traen mi nombre delante del pueblo, yo los he menospreciado y ellos ansí como si fuesen dignos de mi amistad y conversación se alaban de ello, ellos se tienen por intercesores del pueblo, y lo son por ser consa-grados a ello, pero no tienen la vestidura de la boda266 que es la pureza, y presumen sentarse con los convida-dos, en los frutos de la gracia y no lo son, porque ni ellos entran por la puerta267 ni merecen gozar de semejante oficio, porque mi llamamiento para semejantes convida-dos es la puerta y no su presunción.

Respondiendo pues ya a tu pregunta, te digo que a los

sacerdotes que demás de lo que con el sacrificio que soy yo, con mi gracia aprovechan, conviene ser santos, apar-tados de pecadores, sabios, contemplativos, dados a la lección de la Sagrada Escritura, amigos de la oración, y en fin tales, que sean espejo de los otros y que con arden-tísimo afecto prediquen la ley de Dios, porque “los labios del sacerdote guardan la sabiduría y de su boca es busca-da la ley”268. A los sacerdotes antiguos mandé en la Vieja Ley que tuviesen aviso que no faltase fuego en los alta-res, el cual debe criar y conservar el sacerdote poniendo cada día leña269. ¿Qué significa, hija, el fuego, sino el amor de Dios y del prójimo, el cual debe siempre arder en el altar, que es el corazón, y esto puesta leña por el sacerdote, que son los misterios bien pensados y bien rumiados con gusto de devoción, con lo cual el fuego que es la caridad se mantiene. Aunque todos los hombres

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sean obligados a amar a Dios y honrarle, empero desde el principio del mundo escogí para mí unos que me fueron familiares, otros que me fueron más y otros que me fue-ron mucho más, y de aquí es que entre los hijos de Adán Abel me agradó270; entre los hijos de Noé Sem fue sacer-dote271; entre los hijos de Abraham elegí Isaac272 entre los hijos de Isaac, Jacob me plugo mucho273; entre los hijos de Jacob José me fue muy agradable274. Empero entre todos los hombres del mundo, a quien más eché los ojos, a quien más familiarmente me mostré y a quien más se-ñales de amor le puse delante fue a los hijos de Israel, y de aquí es que dije a Moisés de ellos: “A ti escogió Dios, tu Señor, para que le fueses pueblo particular entre todos los pueblos que viven sobre la tierra y para que guardes sus mandamientos, y hacerte ha más excelente y más alto que todos los pueblos que crió en alabanza y gloria suya, para que seas pueblo santo del Señor Dios tuyo”275. Pero aun entre estos escogí algunos como de mis más queridos para que siempre me sirviesen delante, y solos ellos tuvi-esen cuidado de las cosas tocantes a mi servicio, y éstos fueron los levitas276 y entre éstos unos me fueron más agradables que otros, porque unos se llamaban gersoni-tas, otros meraritas, otros caatitas277.

Empero ansí como en tiempo pasado entre todos los

pueblos y naciones fueron los israelitas los que conocie-ron a Dios, los que lo honraron y ofrecieron sacrificios y fueron de mí más amados que todos, y a quien yo enseñé más benevolencia, ansí agora el pueblo cristiano de todas las gentes los escogí para mí, le hice particulares benefi-cios, y los aparté de todas las otras naciones con muy claros dones y mercedes. Por lo cual dándome gracias el

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apóstol Pablo, decía: “Bendito Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en toda bendición espi-ritual en los cielos en Cristo, ansí como nos elegió en este mismo Cristo antes del principio del mundo para que fuésemos santos y sin mancilla en su acatamiento en caridad; el cual nos predestinó en adopción de hijos por Jesucristo en ese mismo, según el propósito de su volun-tad, en alabanza de su gloria y gracia.”278.

También en el Viejo Testamento, del pueblo escogido

elegí los hijos de Leví para que sirviesen a los misterios del tabernáculo279 a los cuales después eligió el rey David para que cantasen de mañana cantares de alabanza al Señor y lo mesmo en la tarde280 de esta manera en el Tes-tamento Nuevo elegí yo del pueblo cristiano clérigos y sacerdotes para que especialmente me sirviesen, y para que siempre estén en mi acatamiento alabando mi nom-bre, contando mis maravillas, dándome gracias de los beneficios que al mundo he hecho. Los hijos de Leví, como dije, a ciertas horas se ocupaban en alabar y cantar al Señor alabanzas con mucha devoción, y por semejante los clérigos lo deben de hacer agora porque por eso se llaman clérigos, porque se deriva su nombre de este vo-cablo: suerte o parte, porque son suerte del Señor, y le han de poseer para siempre por suerte y heredad con los hijos de Leví, con tal que aquí le sirvan con debido culto, con reverencia y digna alabanza.

ANIMA.- Suplícote, Señor, que pues has hecho men-

ción de tus siervos, que me digas qué es lo que sientes de los religiosos.

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Capítulo VI. De tres estados de religiosos. JESÚS.- Mucho huelgo, hija, con tu pregunta, porque

por mi respuesta sabrás que entre los religiosos algunos son más altos que otros en santidad y abundancia de mé-ritos, y ansí unos se pueden llamar gersonitas, otros mera-ritas y otros caatitas, como arriba dijimos. Los gersonitas llevaban las cortinas, los velos y la tela con que se cubría el tabernáculo y otras cosas blandas y de poco peso281 y cuando habían de armar el tabernáculo poníanse ellos detrás de él, hacia la parte de Occidente282. El tabernáculo es mi vida y la conversación de mis costumbres, la cual en esta vida ninguno puede llevarla enteramente salvo imitarla, porque yo no recibí por medida el Espíritu Santo ni sus dones y gracias283 sino toda su plenitud, de la cual todos recibieron y recibirán cada uno según su don, pues las cosas blandas y de poco peso del tabernáculo llevan aquellos religiosos, los cuales llamados al estado de la religión desechan de sí cosas árduas y ásperas, abrazando las livianas y de poco peso, conviene a saber, la vida larga, los provechos y honras de ella, empero esto lo ha-cen sin ofensa ni pecado que sea grave a la salud, de los cuales basta que se guarden de pecar mortalmente, aun-que en la verdad la vida de los tales es peligrosa, porque como dijo bien mi siervo Gregorio: “Aquellos sólos no caen en las cosas ilícitas pecando, que también se abstie-nen de las cosas lícitas”284. Donde bien se pueden llamar gersonitas, conviene a saber, advenedizos porque a mane-ra de extranjeros entienden poco de las cosas espirituales, saben poco de los negocios del cielo y tienen poca seme-janza con los ciudadanos del paraíso, porque entrados en la religión tanto en más estiman las cosas de poco pro-vecho cuanto menos sienten de los principales estudios y

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ejercicios de las virtudes, y dícese bien que cuando se asienta el tabernáculo ellos se ponen a la parte occidental, porque se entienda que los que aquí se contentan con lo más bajo y postrero de las virtudes, en el siglo venidero serán también colocados con los postreros y cuasi en el Occidente de mi gloria y de mi resplandor serán asenta-dos285.

Los meraritas, quiere decir amargos, porque ellos con

mucho trabajo llevan las tablas, las columnas, las puertas y cerrojos del tabernáculo, y otras cosas duras y ásperas, las cuales cosas eran medias entre las cortinas y el santua-rio286 éstos son aquellos que toda la perfección ponen en el ejercicio y trabajo de las cosas corporales, y no alcan-zan ni saben lo verdadero, ni en qué consiste la verdadera virtud, ni son experimentados en la carga liviana y del yugo suave que yo pongo sobre los que son mis escogi-dos; éstos, hija, llévanme a cuestas, tráenme detrás de sí y por eso gozan muy poco de mi presencia, sienten muy poco de mi dulcedumbre y experimentan muy poco cuán suave y alegre sea mi conversación, los cuales conveni-entemente pueden ser comparados a aquellas vacas que llevaban la arca del testamento, las cuales gimiendo y a pura fuerza llevaban la carga sin recibir ningún alivio, ni saber lo que llevaban, que era el suave maná y los man-damientos de amor y otras cosas287; ansí que estos tales también llevan mi arca, conviene a saber, el peso grande de la penitencia sobre sus hombros, empero no saben ni gustan los dulces frutos de la devoción, ni sienten a qué sabe aquel celestial maná, conviene a saber, aquel dulce gusto del espíritu, los cuales como están secos con la devoción, distraídos en la mente, duros en el gusto, son amargos en su conversación, ásperos con sus respuestas,

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duros con sus correcciones y lo que peor es, que se hacen jueces de aquellos que con mucha alegría y sosiego lle-van el suave yugo, y porque eligieron el estado medio entre el más bajo y más alto, se dice que en el armar del tabernáculo no detrás de él sino al lado Aquilón les cabe su asiento288, porque cuanto aquí fueron menos perfectos en el estudio de las virtudes, tanto menos resplandezcan con la claridad de la gloria, ansí como en los lados hacia Aquilón es menor el calor del sol289.

Los caatitas llevaban el santuario, el arca y el altar, y

la mesa de la proposición con los vasos que sobre ella se ponían, empero esto llevaban envuelto y de manera que no lo podían ver 290, los cuales tienen figura de los verda-deros seguidores de las virtudes y de los verdaderos reli-giosos, que adornan el hombre interior en el cual yo moro por fe, con dotes de virtudes muy señalados, destruyendo los vicios y imponiendo en su ánimo la castidad, humil-dad y caridad, ansí como flores muy odoríferas y precio-sas, las cuales virtudes se pueden llamar santuario verda-deramente, y el que las tiene es verdaderamente santo; y de aquí es que los caatitas quieren decir pacientes o com-ponientes, porque por la paciencia de los trabajos y la tolerancia de los dolores, y por la composición de sí mesmos me siguen imitándome, amando los amigos y enemigos con amor muy ardiente y verdadero, y abra-zándolos con afecto de verdaderos hermanos291.

ANIMA.- ¡Oh, cómo me agradan estas cosas y me sa-

tisfacen sobremanera! Empero entre estas pláticas suplí-cote, Señor, me digas ¿qué es la causa porque a las dos familias primeras mandaste darles carros, y éstos que sirven a tu santuario llevan las cargas sobre sus hombros,

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pareciendo haber de ir los otros cargados y estos sin car-ga?

JESÚS.- Hermosa cuestión es la que demandas y digna

de respuesta. En los trabajos humanos y en las acciones y obras corporales es razón que haya alguna remisión y es concedido alguna vez descanso, o por mejor decir es mandado que se tome, empero en los estudios de la pelea espiritual ni se permite ni concede que haya algunos rela-jamientos, ni se puede tolerar que en el trabajo de las virtudes haya flojedad, porque luego que esto se hiciese se daría entrada a la soberbia, a la impaciencia, a la luju-ria y a otros vicios semejantes.

ANIMA.- Muy bien me parece la solución que has da-

do a mi duda, empero por ventura traer el arca, la mesa con los vasos y el altar, ¿no era también cosa dura y pe-nosa? ¿en qué pues difieren los que en estas cosas servían de los meraritas que llevaban las cosas más duras y áspe-ras?

JESÚS.- También respondo a esta duda diciendo, que

aunque las cargas de los caatitas eran duras y penosas, eran empero preciosas, eran santas y puestas en el sitio interior, y las de los meraritas eran menos santas y serví-an para las cosas de fuera. Ansí también, hija, los trabajos de los varones espirituales, que son figurados en los de los caatitas, son muy trabajosos, empero muy nobles por dignidad de honestad y por santa conversación y vivifica-ción del espíritu, porque santifican el hombre interior y hacen que el ánima me sea a mí muy agradable y gracio-sa; pero el ejercicio de los menos espirituales, que son figurados en los meraritas, los cuales ponen la santimonia

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en la austeridad y penitencia de la carne, es menos meri-torio y a mí no muy agradable, porque el ejercicio exteri-or para muy poco es provechoso, empero “la piedad vale para todas las cosas”292.

ANIMA.- Dime, dulce Jesús, ¿por qué llevaban aque-

llas cosas cubiertas? ¿Qué significa llevarlas envueltas? JESÚS.- Yo te lo diré, hija, la causa era porque la luz

de los justos comparada a la luz eterna, más verdadera-mente se puede decir tinieblas que luz; ni en esta peregri-nación, en la cual se camina por la fe, se ve ni muestra la hermosura de las virtudes, ni la elegancia del ánima y del espíritu ansí como es, y por esto ansí como con unas nubes son cubiertas en los justos, porque siendo manifies-tas, el resplandor y dignidad no les sea ocasión de sober-bia. Pero porque tornemos al propósito de donde nos habemos algún tanto apartado, hablaremos de los sacer-dotes de quien era la plática. De los caatitas descienden los sacerdotes, y éstos veían y trataban el santuario abier-ta y claramente, porque pertenecía a su oficio imponer según que a cada uno convenía, a los levitas, lo que habí-an de llevar, no llevando ellos ninguna cosa, sino que sueltos de toda carga, desembarazados de todo estorbo y ahorrados de todo embarazo reposaban delante del taber-náculo hacia la parte de Oriente293. Ansimesmo de la manera que los caatitas eran amadores de las virtudes, ansí también tenían los sacerdotes figura de los contem-plativos, porque solos aquellos aprovechaban en la con-templación que son dados al estudio de las virtudes, los cuales reciben en pago y remuneración de su estudio espiritual la unción y gracia del Espíritu Santo, sonles reveladas por esta mesma gracia las cosas secretas del

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cielo que a los otros son encubiertas294, y esto sin ningún trabajo de adquirir las virtudes, pues ya las tienen, lo cual significaba ser exentos de carga los sacerdotes, porque prevenidos con la gracia divina y ayudados con su pode-rosa mano, y favorecidos con la dulcedumbre de la divina sabiduría, el trabajo se les vuelve en delectación; y dícese que ellos daban a cada uno la carga que habían de lle-var295, porque los que en la contemplación son experi-mentados y los que ya tienen conocimiento de la obser-vancia de la vida religiosa y recogida, las cuales cosas aquellos que tienen debajo de su administración aún no saben por ser nuevos en la vida contemplativa, en-vuélvenlas con obras corporales y activos ejercicios, dan-do a cada uno lo que le parece que debe guardar según su estado. Cata aquí pues, hija, con cuanto resplandor de virtudes deben vivir los sacerdotes y con cuanta puridad y sentimiento de las cosas divinas deben dar de sí ejemplo, porque cosa es muy justa que los que están antepuestos a los otros en dignidad, también les precedan en méritos y sabiduría. Pues si en el Viejo Testamento el que era cie-go, cojo y enano, de grande o tuerta nariz, o que tuviese algún pie o mano quebrada, o que fuese giboso, o lagaño-so, o que tuviese en algún ojo nube, o que fuese sarnoso, o que tuviese lagaña o otra cosa semejante, privé del ofi-cio del sacerdocio y mandé que no ofreciese pan al Se-ñor296, y esto cuando los sacrificios eran sombra y figura de los sacramentos y sacerdotes venideros, cuánto más se debe agora allegar a este santo sacramento, que es el mesmo Dios, con toda limpieza de cuerpo y ánima, con toda devoción y amor y con toda copia de virtudes.

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ANIMA.- Ruégote, Señor, me digas qué significaba no admitir a los ciegos para el sacerdocio, pues todas las cosas de aquel tiempo eran figuras de las de agora.

JESÚS.- Los ciegos, hija, son aquellos que ignoran la

lumbre de la contemplación soberana, porqué no es i-dóneo de tratar tan altos misterios el que ni puede ni sabe entender las razones de ellos297.

ANIMA.- ¿Qué entendías, buen Jesús, por los cojos? JESÚS.- Por los cojos, hija, signifiqué y entendí aque-

llos que ignoran el camino por donde han de ir y el lugar donde han de llegar, y también el medio que para ello han menester; empero por la flaqueza y enfermedad del áni-ma en ninguna manera alcanzan perfectamente el camino de la vida que ven, a los cuales mi apóstol Pablo no sin razón amonesta diciendo: “Levantad las manos flojas y las rodillas caídas y dad pasos derechos con vuestros pies, porque no yerre ninguno cojeando, sino que sea hecho sano”298.

ANIMA.- ¡Oh, cuán bien has dicho, buen Jesús, y

cuánto me contenta la significación que tenían los cojos! Por lo cual soy compelida a te suplicar me digas ¿qué entendías por los que tenían pequeña o grande nariz, o que la tenían tuerta?

JESÚS.- Aquel, hija, tiene pequeña nariz que no es

capaz para tener la medida de discreción que en las cosas se debe tener. Y por esto dije yo a la esposa en los Canta-res: “Tu nariz como la torre que está en el Líbano”299. Los de grande y tuerta nariz son aquellos que en algunas

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cosas me inquieren y buscan, quieren saber más de lo que les conviene, hacer más de lo que saben y ejercitarse en aquello que no entienden, de allí viene que son engaña-dos donde parecía que por su sabiduría alta eran muy entendidos300.

ANIMA.- ¿Y por el que tenía el pie quebrado qué es lo

que entiendes? JESÚS.- Los que tienen el pie o la mano quebrada son

aquellos que no pueden caminar por el camino del Señor obrando obras de justicia, y porque tu curiosidad devota me agrada mucho, quiérote declarar todo lo que falta, aunque no me lo preguntes. Los corcovados no admitía tampoco al sacerdocio, por los cuales entendía los ama-dores de las cosas terrenas de este mundo, porque ansí encorvan a los semejantes la carga de la demasiada solici-tud temporal, que ni pueden mirar al cielo, ni se levantar a considerar las cosas divinas, ni hacen mención de las eternas, ni aun saben qué cosas son las que Dios tiene prometidas a sus escogidos. Y de aquí es que decía el profeta: “Encorvado soy y humillado hasta agora”301. El lagañoso es aquel, el ingenio del cual bien resplandece, empero escurécelo con las obras carnales, por lo cual se dice muy bien por el ángel: “Unta tus ojos con colirio porque puedas ver”302. Y aquel tiene nube en el ojo que le es prohibido ver la luz de la verdad, porque por la arro-gancia de la ciencia o por la presunción de la justicia es hecho ciego. Y aquel se dice tener sarna, el cual el mal deseo carnal y movimiento lujurioso siempre se domina de él. También se dice tener empeine el que es distraído de la avaricia en la voluntad, la cual si en las cosas pe-queñas no es vencida y oprimida, ensánchase en tanta

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manera que apenas puede después ser desechada y venci-da. Y aquel se dice ser pesado y casi impotente que aun-que no ejercita y pone por obra la obra de torpedad, em-pero es siempre agrabado con el contino pensamiento en la voluntad303. Véis aquí pues, hija, la significación de aquellos que no consentía yo ser admitidos al servicio del templo, y ansí como en aquel tiempo eran indignos de ofrecer sacrificios y gozar del sacerdocio los cojos, los muy pequeños, los que tenían grandes o tuertas narices, los que tenían pies o manos quebradas, los lagañosos, los que tenían nubes en los ojos, o sarna y empeines en el cuerpo, ansí agora son dignos de ser privados de la admi-nistración de mis sacramentos los que no tienen noticia de las cosas espirituales, los que son muy flacos y prontos para caer en los vicios, los que son ignorantes de mis caminos, los indiscretos, los que según parece son muy sabios, los viciosos, los amadores de las cosas terrenas, los arrogantes, los lujuriosos, los avaros y otros de esta manera, que eran figurados en los que eran privados del sacerdocio en otro tiempo, porque adonde son celebrados tan altos misterios, adonde se tratan cosas tan divinas, y adonde se celebran cosas de tanta veneración, no han de ser admitidos sino hombres semejantes a los ángeles, pues que aun los mesmos ángeles se tienen por indignos de consagrar tan alto sacramento. ¿Quién duda que di-chas aquellas palabras en el altar por el sacerdote sobre el pan no se abran los cielos, mezclaren las cosas divinas con las humanas, estar allí presentes muchos ejércitos de ángeles reverenciando al sacerdote y maravillándose de obra tan alta, contemplando un misterio tan profundo?

ANIMA.- ¡Oh gran misterio!¡Oh milagro maravilloso!

¡Oh sacramento digno de mucha reverencia!¡Oh sacerdo-

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tes, cuánta es vuestra dignidad y excelencia, cuyo oficio es más divino que humano, cuyo poder es negado a los ángeles, y cuyo privilegio a solos los sacerdotes es con-cedido; el ángel teme de mirar lo que el hombre trata con sus manos, el ángel tiembla con mucha reverencia estan-do allí, y el sacerdote lo consagra, el ángel alaba a Dios y da gracias por tan admirable misterio del santísimo Sa-cramento y el hombre lo toca y abraza, el ángel lo con-templa con mucho temblor, el hombre lo pone en su es-tómago!¡Oh grande y maravillosa fuerza!¡Oh poder ma-ravilloso de los sacerdotes! Vuestra Madre santísima os engendró una sola vez y el sacerdote consagra y ministra cada día y lo da a otros304.

JESÚS.- Para que conozcas, hija, de cuanta virtud sea

este sacramento, no dudes en ninguna manera que cuan-do el sacerdote consagra y celebra no reciba gloria la Santísima Trinidad, gozo maravilloso los ángeles, regoci-jo muy grande todos los santos, refrigerio las ánimas del purgatorio, y toda la universal Iglesia favor y ayuda para sus necesidades, y este mesmo sacerdote muchas gracias y virtudes, porqué si el sacrificio que Abel en el tiempo pasado ofreció a Dios le fue tan acepto305 y si las vacas y palomas que Abraham sacrificó le agradaron tanto306 y si Aarón le aplacó tantas veces sacrificando animales y alcanzó de él lo que quiso307, y si después del diluvio fue a mi Padre tan agradable el sacrificio de Noé, que lo reci-bió con gozo admirable308, y si las oblaciones de Isaac y Jacob le fueron tan aceptas309, y finalmente, si los bueyes, cabritos y carneros que ofrecieron David y Salomón, su hijo, fueron tan agradables al Todopoderoso310, y aun un cáliz de agua fría no le desagrada dado en mi nombre, ni carecerá de merced311 ¿cuán más acepto te parece, hija,

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que será a mi Padre mi cuerpo y sangre ofrecido por el sacerdote? Si aquellos animales brutos no desechaba ¿qué te parece que hará siéndole ofrecido su Unigénito Hijo, el cual es igual a él en esencia, potencia y bondad? Si finalmente no despreciaba mi Padre aquellos sacrifi-cios carnales ¿cómo podrá menospreciar a mí que por su mandado fui hecho hombre, fui azotado, lleno de injurias, crucificado y muerto? Ten por cierto, hija, que no hay sacrificio de él tan acepto, no hay a él ofrenda tan agra-dable ni holocausto tan odorífero como es el sacramento de mi cuerpo y sangre. ¿Cómo podrá tener en poco a su Hijo de quien tantas veces dio testimonio diciendo: “Este es mi amado Hijo en el cual yo mucho me agradé”312.

ANIMA.- No dudo yo, dulce Jesús, que esto sea ver-

dad, antes lo tengo por muy cierto; empero ruégote, Se-ñor, me cuentes los provechos de este sacramento y los efectos que hace en el ánima que lo recibe con debida reverencia y limpieza.

Capítulo VII. En que Cristo cuenta al ánima los frutos de este sacramento.

JESÚS.- Si todos los efectos y frutos de este sacramen-

to te hubiese de contar, ni tú serías capaz para los entender ni habría papel para los escribir, y por esto so-lamente te diré aquellos que te son necesarios para en-cenderte en su devoción y amor. Y comenzando te digo, que la Sagrada Eucaristía mata y destruye los pecados actuales, mitiga y amansa la raíz del pecado original, hace olvidar las cosas terrenales y caducas, aplaca la ira, degüella la envidia, mata la gula, ahoga la soberbia, aco-cea la lujuria, destierra la malicia, cría la paz, atrae la

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humildad, engendra la mansedumbre y perfecciona la caridad, alumbra el entendimiento para el conocimiento de Dios, trae consigo números sin cuento de merecimien-tos y finalmente alanza toda pesadumbre de vicios y pone en el ánima cualquiera cosa que es de virtud y de bien, y porque mejor veas y conozcas todas estas cosas ser ansí, traerte he algunos ejemplos. Casio, obispo Narniense, como tuviese por costumbre cada día de celebrar ofreci-endo este santo sacrificio, oyó de mi estas palabras “Con-tinúa lo que haces, no ceses en lo que tienes por costum-bre, no cese tu pie ni tu mano que para el día de los Após-toles vernás para mí y te pagaré tu trabajo, te daré el ga-lardón de tu buena obra y te remuneraré la continuación de tu estudio”. El cual de allí a siete años, en la festividad de los Apóstoles, después de haber celebrado salió de esta vida313. Siendo también cercado un monasterio don-de santa Clara virgen estaba maldispuesta y enferma, tomando el Sacramento salió sin algún temor a la puerta a recibir los enemigos sin otras armas ni fuerzas, muchos de los cuales cayeron en tierra y otros huyeron con temor maravilloso314. Con este Santísimo Sacramento tornó san Bernardo muy manso y benigno a un duque muy feroz y bravo, el cual ni quería condescender a las amonestacio-nes que le hacían, ni oír las palabras que le hablaban, empero traída la hostia delante de él y amonestándole que no la menospreciase ansí como los otros, fue tanta la virtud de la presencia de este Sacramento que cayó en tierra delante de él tres veces, hecho manso y humilde como una oveja 315. Muchas veces lanzó de los cuerpos humanos muchos demonios este santo, aplicando este Sacramento contra ellos316. Ofreciendo también san Gre-gorio, que fue sumo pontífice, este sacrificio treinta días, sacó el ánima de un monje suyo de las penas de purgato-

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rio317. Germano, obispo, ofreciendo también esta saluda-ble hostia libró el ánima de uno que después de muerto penaba en un baño318. Malaquías, obispo, socorrió tam-bién con este santísimo pan el ánima de una hermana suya difunta que había vivido en este mundo en placeres y deleites319.

Tanta es, hija, la fuerza de este sacramento que algu-

nas personas enamoradas de él enfermecían el día que lo dejaban de recibir. Una monja de Holanda estando en-ferma en la cama, con sola la participación de este sacra-mento de mi cuerpo y sangre sin otro ningún remedio ni medicina, vivió diez y nueve años muy consolada320. Santa Catalina de Siena estando algunas veces oyendo misa, era tanta la devoción que tenía en la contemplación de este santo sacramento, que casi enajenada de sí y le-vantada sobre sus fuerzas era admitida entre el abismo profundo de mi divinidad, y para que gozase de aquellos manjares celestiales, y juntamente con los ángeles fuese mantenida de aquellos pastos de que sólos ellos gustan y los que en la limpieza y hervor de la claridad le son se-mejantes321. A algunos también por ser muy devotos de este sacramento, les ha acontecido hallar a deshora parte de la hostia ministrada por mis ángeles, viendo que esta-ban oyendo misa con gran fe y devoción, en su boca. ¿Mas para qué me paro a contar los milagros y noveda-des que han acontecido para aprobación de este sacra-mento pues son innumerables? Teniendo una mujer duda que dichas aquellas palabras sobre el pan se convertía en mi carne, hecha oración por san Gregorio y pronunciando las palabras de la consagración sobre el pan que aquella mujer había ofrecido lo volvió en carne visible, para qui-tar aquella mujer de tan gran error y infidelidad322. Otros

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ha habido que vieron debajo de aquellas especies de pan un niño en carnes, y esto fue permitido para que fuesen fortalecidos en la fe. Otros recibieron no creíble alegría y consolación que no se puede explicar, sintiendo en la Eucaristía mi presencia. Habiendo de salir María Magda-lena de este mundo, no quiso dejar de recibir este sacra-mento, aunque tenía muy cierta su salvación323. Con este mesmo pan mantuve en la cárcel a mi siervo y mártir Dionisio Aropagita con mis proprias manos, habiendo de padecer luego el martirio324. ¿Quién osa pues dudar de la verdad de este sacramento, habiendo oído y visto tantos milagros? ¿Quién es tan duro y tan obstinado que no cautive su entendimiento en lo que no entiende, viendo tan evidentes testimonios y obras tan maravillosas como obra este sacrificio?

ANIMA.- Más duro es que piedra el que de aquí ade-

lante en cosa tan clara dudare, y si sin fe se puede llamar el que en esto pone duda; con mucha razón le pueden tener por sacrílego al que osa poner su lengua en decir mal de tan venerable sacramento, trayendo razones sin ninguna fuerza ni valor para prueba de su intento.

JESÚS.- Oye pues más un poco lo que te diré de la efi-

cacia de este sacramento. El tiene por cierto poder de hacer a los hombres ángeles y puede darles las virtudes y gracias de todos los espíritus celestiales.

ANIMA.- ¡Oh cosa maravillosa y nunca oída! Y cómo

puede ser esto, suplícote, Señor, que me lo digas. JESÚS.- Soy contento, hija; tres son los oficios de los

ángeles, conviene a saber, alimpiar a los hombres, alum-

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brarlos, y encenderlos en el amor divino. Este sacramento también hace lo mesmo, porque alimpia del pecado, a-lanza del ánima las tinieblas y alúmbrala de divino amor, y juntamente con esto hace que los amadores de este pan celestial sean idóneos para limpiar y alumbrar y inflamar a otros, lo cual es oficio de ángeles según ya dijimos. El ángel quiere decir mensajero325 y ansí, el que con devo-ción frecuenta este santo sacramento es hecho mensajero de Dios, que denuncia paz y promete muchos bienes.

ANIMA.- Dijiste también, Señor, que esta sagrada Eu-

caristía tenía poder de hacer arcángeles, y es cosa que yo no puedo entender cómo; suplícote si no es demasiada curiosidad me lo declares.

JESÚS.- El oficio, hija, de los arcángeles es anunciar

cosas muy grandes 326, lo cual también da este sacramen-to a sus devotos, porque como sea verdad que entre todas las cosas nacidas y criadas temporalmente, ninguna es mayor, ni lo puede ser, que hacerse Dios hombre y el hombre Dios, lo cual enseña la Eucaristía, y no sólo lo muestra pero aun manda que tan alto misterio sea anunci-ado de los sacerdotes a otros, pues siendo esto ansí, ¿no te parece que vuelve a los hombres arcángeles, a los cua-les pertenece anunciar cosas grandes y soberanas?

ANIMA.- Hermosamente, Señor, lo has inferido y tan

claro que no me queda duda alguna, empero querría saber cómo por virtud de este sacramento nosotros hombreci-llos y de poco valor somos hechos virtudes.

JESÚS.- Yo te lo diré, hija. Las virtudes celestiales tie-

nen cargo de ser ministros de los milagros y obras mara-

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villosas que se hacen fuera del curso natural327. Ansí co-mo cuando contece un terremoto, un volver el sol atrás, una súbita sanidad de enfermedades incurables, las cuales cosas yo obro mediante las virtudes celestiales ¿No te parece pues que son milagros enseñorearse de la sober-bia, resistir la ira, vencer la lujuria y poner debajo de los pies la gula y otros vicios semejantes? Esto pues obra con mucha eficacia este Santísimo Sacramento. Demás de esto ¿no te parece que es más milagro sufrir ser degolla-do, poner su cuerpo para ser quemado en llamas y junta-mente sufrir muchas injurias por la justicia y por la ver-dad? Pues esto también da este pan sobresustancial a sus amadores, ansí como ha acontecido a muchos millares de mártires; ansí que bien parece ser verdad lo que te dije, que este sacramento hace a los hombres tener el poder de las virtudes celestiales, pues en el hacer de los milagros los imitan.

ANIMA.- Muy bien me parece, Señor, lo que dices,

empero ¿cómo se hacen los hombres potestades por vir-tud de este sacramento?

JESÚS.- También te lo diré, hija, de buena voluntad.

Las potestades tienen presidencia sobre los demonios328, reprimiéndoles su maldad, y contradiciéndoles a lo que desean hacer contra los hombres; y esto mesmo causa esta hostia viva en los que la reciben, y por esto dijo Pa-blo mi apóstol: “Todas las cosas puedo en Aquel que me conforta”329. Y no con poca razón dice esto, porque allí estoy encubierto debajo de aquellas especies de pan y de vino, y de esta manera en su boca del que me recibe entro y en su estómago desciendo, y de allí adelante moro con él, fortalézcole su ánima, peleo por él y no permito que

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donde yo estoy entre ninguna bestia inmunda. ¿Quién podrá resistir al tal que yo favorezco? ¿Quién será bastan-te a ofender aquel donde yo moro? ¿Quién terná tanto poder que derribe aquel a quien yo amparo? Pues si yo tengo poder para vencer a mis enemigos, expeler los de-monios y quebrantar los infiernos, ¿qué maravilla será que lo pueda hacer el hombre por mi virtud en cuya com-pañía yo estoy y cuya ánima poseo? Cuando san Bernar-do quería expeler los demonios de los cuerpos humanos luego se allegaba a este sacramento maravilloso, y con estas armas ni había demonio que le esperase ni enemigo que no venciese330. Bien se sigue luego que este sacra-mento maravilloso da a los que le reciben poder semejan-te al de las potestades celestiales.

ANIMA.- Suplícote, Señor, no ceses de declarar las ór-

denes que restan, conviene a saber, cómo se hagan prin-cipados los hombres con este manjar.

JESÚS.- Los principados, hija, tienen esta facultad y

poder: que dominan a los reyes, duques, condes y otras dignidades, levantando a unos en dignidad, abatiendo a otros por sus deméritos y poniendo a unos para que pre-sidan y a otros para que sean jueces331, lo cual este sa-cramento concede a los que le frecuentan y usan muchas veces, cuando a manera de los principados celestiales a unos honran con grandes dignidades, aprobándolos por dignos de tal resplandor, a otros quitan la potestad y se-ñorío que tienen, juzgándolos indignos por sus culpas y derribándolos de su altura, y esto es porque el hombre espiritual con la gran luz que le da el santo sacramento todas las cosas juzga.

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ANIMA.- Grande es por cierto la fuerza de este sacra-mento, a mucho se extiende su virtud y a su poder no hay alguno que se compare, pues que a los hombrecillos sub-jetos a tantas miserias, envueltos en tantas fatigas y obli-gados a tantas pasiones, les es dada tanta dignidad y vir-tud que puedan hacer lo que hacen los principados celes-tiales.

JESÚS.- Y aún te hago saber, hija, que los iguala con

las dominaciones. ANIMA.- Ruégote, Señor, que me digas cómo puede

ser esto. JESÚS.- Las dominaciones, hija, son llamados por este

nombre, porque contemplando mi alteza, considerando mi señoría no terminable y mi imperio que no tiene par, con mucha subtilidad, retrayéndose en aquel piélago de mi divina majestad, gozan con tanta paz y tranquilidad, que estando ellos ansí sosegados y quietos, parece obede-cerle toda la otra compañía y multitud de espíritus celes-tiales, como señorías y superiores suyos332. Pues si bien lo quieres mirar y considerar, hija, hallarás que concede esto este muy amigable manjar, porque él apareja el áni-ma para cosas muy grandes, y aparejada la envía a la contemplación de las cosas divinas y sobre toda suavidad excelentes, adonde con gozo huelga y con tanta tranquili-dad y sosiego reposa, empleadas sus potencias en lo que conoce, que parece sola ella ser señora de todos los otros, y todos ser a ella sujetos. Bien se pueden pues decir do-minaciones los que usan de este sacramento.

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ANIMA.- ¡Oh, cómo me agradan y consuelan estas co-sas que me dices, Señor, y cuánto me convidan a ser de-vota de este misterio, digno de ser adorado muchas veces y digno de ser loado sin intermisión! ¿Quién es el que de aquí adelante no le reciba muy a menudo, pues trae con-sigo tantas riquezas, pues es comparado a tan preciosos tesoros y es de tan maravillosa eficacia? Dime, dulce Jesús, amor de mi ánima, ¿trae también este sacramento a los hombres a que hagan los efectos de las otras órdenes superiores?

JESÚS.- Sí por cierto, hija, porque también da al hom-

bre dignidad de los tronos. ANIMA.- ¡Oh cosa maravillosa! ¿Y cómo se hace, Se-

ñor, lo que dices? JESÚS.- Escucha, hija, y sabrás que aunque Dios esté

en todo lugar, empero muy más particularmente se dice habitar en los tronos como en silla de aposento, y allí parece que da señales más claras de su presencia, y de allí ansí como de un solemne auditorio enseña al hombre y al ángel doctrina, y de allí los ángeles tienen noticia de los divinos juicios, de allí proceden a los arcángeles los con-sejos, allí oyen las virtudes cuándo y a dónde y cómo obren sus señales y maravillas, allí finalmente todos, ahora sean potestades, ahora principados o dominaciones, aprehenden qué es lo que cada uno según su oficio y dig-nidad ha de hacer, y ésta es la dignidad grande de los tronos333, la cual también recibe el hombre que recibe en su ánima este manjar celestial, porque si bien lo quieren considerar, en ellos ansí como en silla propria resido des-pués que me reciben, y a sí como en un templo sagrado

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hago mi habitación y morada en ellos, y de allí no sola-mente a ellos enseño toda virtud y toda disciplina, pero a todos los de la orden inferior los instruyo y enseño qué es la prudencia, qué la justicia, qué han de seguir y qué evi-tar.

ANIMA.- ¡Oh manjar nunca oído en los siglos pasados!

¡Oh sacramento cuya perfección y poder es tanto que no se verá otro semejante en los venideros! ¡Oh hostia santa y fortalecida de admirables dones y gracias! ¡Oh manjar muy digno de ser deseado, pues que a los hombres mise-rables, a los mortales llenos de mil miserias y a los hijos de Adán cargados de flaquezas, levantas sobre la digni-dad y excelencia de los ángeles y lo subes hasta los tro-nos!

JESÚS.- Oye pues hija más, y verás claramente cosas

dignas de más admiración y de que más justamente te maravilles. ¿Piensas por ventura que no da este sacra-mento mayores dones de los que has oído? Más copiosos son aún los que te diré y más abiertas verás sus entrañas. ¿Puede por ventura la tierra dejar de dar sus frutos en tiempo convenible? ¿Podría por ventura el sol esconder sus rayos? ¿Puede por ventura la madre dejar de dar leche a su hijo? ¿Puede el padre dejar de enriquecer a sus hijos pudiendo hacer tanto cuanto pudiere? Ansí pues, hija, yo que estoy contenido debajo de este pan, soy vuestro pa-dre, vuestro amigo, vuestro hermano, vuestra madre y vuestro esposo y si el sol detuviere sus rayos y dejare de dar luz, yo no lo haré; y si la tierra dejare de producir los frutos en su tiempo, y si la madre se olvidare de su hijo, yo no me olvidaré, porque los que yo elegí no los puedo yo dejar de amar, y los que son míos no puedo dejar de

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proveerlos, darles luz y conservarlos en gracia, y poner-los en camino de gloria, y sublimarlos maravillosamente con mucha honra. Yo por ellos me hice hombre, por ellos di mi sangre, y porque no se cansasen y desfalleciesen les di a mí mesmo en manjar muy suavísimo, muy poderoso, muy suficiente; este manjar no solamente obra en el áni-ma tornando a los que le reciben limpios, ni solamente les enseña toda santidad y justicia, pero aún hace más, que los hace ángeles siendo hombres, los hace arcángeles siendo mortales, los hace ser principados siendo tan fla-cos, y como ya diré, los ordena para que sean virtudes y aun los sublima, siendo tan bajos y abatidos, hasta los querubines y serafines.

ANIMA.- ¡Oh cosa sobre toda admiración! Que el

hombre sea hecho serafín ¿quién no se espanta de esto? El hombre lleno de mil géneros de miserias, cubierto de mil géneros de pasiones, hecho de tierra y cargado de innumerables pecados, lleno de terribles tinieblas, oscu-ras, se allega al altar llorando, recibe, muy dulce Jesús, tu cuerpo y sangre y súbitamente se apartan de él las tinie-blas, son limpios sus pecados, se apartan de él los sollo-zos, huye la tristeza, sucediendo en su lugar la alegría, crecen en él y se aumentan hacimiento de gracias, nacen en él las virtudes muy dignas de veneración, es alumbra-do su corazón, mézclase con los ángeles y trasciende siendo hombre las excelencias de los arcángeles y las dignidades de los tronos. ¿Quien no se maravillará de estas cosas? ¿Quién no amará, honrará y abrazará la vir-tud de tan gran sacramento? Empero entre estas cosas, suplícote, Señor, que me digas cómo da poder este man-jar precioso de hacer querubines, porque me parece que lo dijiste arriba.

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JESÚS.- De buena voluntad haré, hija, lo que pides, por

cumplir lo que ya te prometí y porque veo que tomas gusto en estas cosas. Los querubines, hija, traen su nom-bre de la plenitud y cumplimiento de la ciencia que en sí tienen334. Pues en mí ¿no sabes tú que se encierran los tesoros todos de la sabiduría y ciencia de Dios?335 Demás de esto ¿no estoy yo por ventura escondido debajo de aquel pan, y yo mismo entro en la boca y en el estómago del que me recibe, y hincho de sabiduría el ánima? ¿De adónde les vino a los doctores tan maravillosa ciencia? ¿Dónde ingenio tan subtil para interpretar la Escritura Sagrada? ¿Sacáronlo por ventura del vientre de su ma-dre? ¿Creció por ventura con ellos? Ciertamente les vino de la virtud de este sacramento digno de todo amor y reverencia, y a él la pidieron y de él la alcanzaron, y a él deben de dar gracias infinitas por ello. Pues si este manjar de vida engendra en los corazones de sus amadores toda plenitud de sabiduría ¿por qué no se dirá conveniente-mente que hace querubines, que se llaman plenitud de ciencia?

ANIMA.- Hermosamente lo has, Señor, dicho y es ra-

zón que sea ansí creído, mas porque si bien me acuerdo dijiste que este manjar también da a los hombres ser le-vantados hasta los serafines, deseo saber cómo, porque no puedo descansar hasta ver cumplido lo que me prome-tiste.

JESÚS.- ¿Qué te diré? Y ¿por qué no podrá hacer este

sacramento lo que has oído? Porque él es sobre todos excelente y omnipotente ¿no podrá todo lo que quisiere? Yo lo instituí por la salud y remedio de los hombres, y

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quiero también que sus virtudes se publiquen, que su poder sea manifiesto, que su grandeza sea conocida, por-que ansí sea de los hombres más amado, más tenido en veneración y con entrañas de mayor caridad abrazado, porque a los amadores de él yo los amo mucho y en mi reino los coloco entre los más principales. Empero ven-gamos a lo que demandas. Los serafines, hija, se llaman ansí porque más que todos los otros espíritus arden en caridad por estar más cercanos a mí, y por eso son más inflamados cuanto más sin cesar beben del piélago de mi caridad, y es la causa porque entre mí y ellos no hay al-gún medio336 y si estás atenta hallarás que esto mesmo da la Eucaristía, porque como ella se llama buena gracia y tenga en sí mesma el autor de toda gracia y virtud, y él se allegue al cuerpo y al ánima del que la recibe con mucha propinquidad, ¿qué maravilla es que encienda el ánima y queme la carne con fuego de amor muy suavísimo y ansí haga a los hombres serafines, llenos de gracia y sabidu-ría? ¿Quién hace desear el martirio, siendo cosa tan con-traria a la humana naturaleza que quiere permanecer, sino este manjar y beber muy suave? ¿Quién da fuerzas para esperar al enemigo, para vencer muchas veces a los de-monios sino la Eucaristía sagrada? ¿Quién hace sufrir muchas injurias, padecer muchas deshonras por mi amor de los hombres perversos, sino este manjar digno de ser acatado en todos los siglos? ¿Quién hace desear la muerte con gran gozo sino esta hostia santa? ¿Quién hace final-mente que el hombre reciba los males que por él pasan alegremente, no sienta las injurias, tolere los trabajos, tenga paciencia en las enfermedades y no se ensober-bezca en las cosas prósperas, sino en el comer de mi pre-cioso cuerpo y el beber de mi preciosa sangre? Cosas son estas que exceden las fuerzas naturales y a la virtud hu-

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mana, y para sufrirlas con alegría ninguno es tan fuerte y poderoso sino el que fuere encendido con el amor de los serafines y lleno del espíritu que ellos tienen. Bien dije pues yo, que este sacramento convierte a sus devotos en serafines.

ANIMA.- ¡Oh fuerza maravillosa! ¡Oh virtud admira-

ble! ¡Oh gracia que consigo trae gran espanto! Pues que las virtudes de todos los espíritus angélicos traspasa y concede a los hombres, ¿qué falta sino que los haga dio-ses?

JESÚS.- También hace eso. ¿Por ventura no dije yo por

el profeta: “Vosotros sois dioses y hijos del Muy Alto?337 “Quien se ayunta y incorpora con Dios, lo cual acontece en el recibimiento de este celestial manjar, un espíritu se hace con él”338.

ANIMA.- Mucho bien has hablado, Señor, de las virtu-

des y excelencias de este sacramento. Lo que resta agora es que tengas por bien de me decir qué se requiere para llegarse a él dignamente, porque a no saber esto, unos por temor de su indignidad se apartarían de el, y otros pare-ciéndoles que con cualquier aparejo lo pueden recibir, no harían diferencia de él a otro manjar.

Capítulo VIII. En que Cristo dice al ánima el aparejo que es menester para recibir su sacratísimo cuerpo.

JESÚS.- Mucho huelgo, hija, que me hayas preguntado

qué es lo que se requiere para recibir dignamente este sacramento, porque muchos no reciben sus efectos por llegarse a él sin preparación, y aun lo que es peor, con

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mala conciencia, donde se sigue que donde habían de alcanzar gracia, de allí adquieren condenación. Lo cual evitará el que se llegare a él con limpieza de ánima y cuerpo, porque primero lavé los pies de mis discípulos y después les comuniqué el sacramento de mi cuerpo y sangre339; y también antiguamente mandé a los sacerdo-tes que fuesen santificados primero que llegasen al mon-te340.

ANIMA.- ¿Qué tanta limpieza es menester que tenga el

que hubiere de comulgar? JESÚS.- Solamente, hija, que su ánima esté libre de pe-

cado mortal341, o por más claramente decir, no tenga con-ciencia de pecado mortal342.

ANIMA.- ¿Es también necesario tener devoción? JESÚS.- De necesidad, hija, no, empero es muy bien

que la haya; porque tener devoción, estar encendido en deseo de este pan vivo, no es en mano del que la quiere, porque yo la doy a quien quiero y cuando a mí me place, y según que conozco que cada uno la ha menester y se prepara. Y ansí te doy esta regla; que si tienes hambre de este manjar y sintieres que en tu ánima no reina pecado mortal, tú te puedes llegar a él con mucha confianza, y sin algún temor, y sin algún pensamiento que lo recibes indignamente343, porque yo soy tu Dios, yo soy tú Señor y el que puede satisfacer abundantísimamente a tu deseo.

ANIMA.- Suplícote, Señor, que aunque esto sea ansí

como dices, me des una forma y modo como pueda yo

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meditando encenderme en deseo y afección de este santo sacramento, de la cual use antes de me llegar al altar.

JESÚS.- Que me place, hija, de muy buena voluntad.

Primeramente, así como a la mesa corporal, te debes de llegar con hambre y deseo de recibir este sacramento, porque: “A los hambrientos hincho de bienes y a los ricos soberbios dejo vacíos”344 Y también fue dicho del ángel a Daniel profeta: “Vengo a denunciarte algunas cosas que han de venir porque eres hombre de buenos deseos”345. Es menester pues, hija, para llegarse al altar grande deseo, para movimiento del cual es cosa muy provechosa y necesaria meditar alguna cosa que encienda el afecto antes de lo recibir, y para esto debes brevemente traer a tu memoria el estado de los padres primeros, de cuántos dones y gracias fueron dotados, en qué manera le era todo el mundo subjeto, cómo su conversación era con los ángeles, teniendo siempre conmigo coloquios muy dulces y deleitosos, y tras esto debes pensar cómo después de haber pecado fueron echados del paraíso, subjetos a mil miserias, obligados a muerte perpetua, y privados de la lumbre interior, cómo los privé de la justicia original, cómo fueron odiosos a los ángeles y enemigos de su Cri-ador. Debes también pensar, cómo después de haber llo-rado su pecado volvieron a su gracia, y conociendo por revelación que había de venir el redentor del mundo pu-sieron toda su esperanza en él, y esperándolo con gran gozo comenzaron a pedir su venida. Y cuando más se acercaba el tiempo de la redención tanto mayor hambre y conocimiento tenían los hombres de mi venida, y con mayores deseos y con más altos suspiros me demanda-ban, deseando con gran hervor mi venida; considere pues el que hubiere de celebrar o el que me hubiere de recibir,

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si tanto me desearon los profetas antes que viniese, con cuanto mayor deseo me han de desear después de ser venido, habiendo ya con mi pasión muy cruel y dolorosa redimido el género humano, y que en el tiempo de agora cada día vengo para ser de los hombres recibido en su boca como muy suave manjar, con el cual son apacenta-dos y reficionados, y para unirlos conmigo con unión de muy jocundo amor.

En la consideración de estas cosas dilate el corazón el

hombre cuanto pudiere, y después pase adelante, con-templando como después de haberme esperado mucho y deseado los padres antiguos vine al mundo; en la cual venida debe de considerar el alegría que mi Madre reci-bió con la embajada del ángel346, y el consuelo, y gozo que sintió con mi presencia cuando me concibió y cuando visitó a santa Isabel347. Ponga tras esto el alegría que re-cibió José después que el ángel le descubrió el secreto de mi concepción en el vientre virginal de su esposa y mi madre348. La adoración de los ángeles y de los pastores en el establo y las nuevas de alegría que les fueron dichas estando guardando sus ganados349, el gozo de Simeón en el templo 350, la diligencia grande de los ángeles en avisar a José que huyese conmigo a Egipto351; gozo que mi Ma-dre sintió cuando me halló en el templo después de tres días que me había apartado de ella352; las cuales cosas todas son muy poderosas para mover y levantar el deseo y afección.

Contempla también cuántos fueron los testimonios

que de mí testificaron el Padre y el Espíritu Santo, de esto dieron testimonio en el río Jordán353 y en mi Transfigura-ción354. San Juan daba voces diciendo: “Catad aquí el

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cordero de Dios”355. Los ángeles en mi Natividad 356 y ministrándome en el desierto357, y las Marías después de la resurrección esto es lo que testificaban358, Moisés tam-bién y Elías en el monte de Tabor359, los niños en la en-trada de Jerusalén también cantaban: “¡Oh hijo de David, sálvanos en las alturas! ¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor!”360 Los vientos, la mar y los otros elementos obedeciéndome confesaban ser yo su Cria-dor361; la tierra tembló en mi muerte; las piedras se que-braron; los sepulcros se abrieron362 y el paraíso de donde Elías salió; también me fue testigo el limbo, de donde salió Moisés y los otros santos padres que de allá salie-ron; el infierno también dio de mí testimonio donde por mi mandado fue atado Lucifer y el cielo que se abrió en mi ascensión363 donde metí los míos. Testigos fueron también los Apóstoles y los mártires, que derramaron su sangre y perdieron sus vidas por confesarme. Véis aquí pues, hija, testimonios en que se dilata tu afecto, en que te fortalecerás en la fe, te levantarás en esperanza, y te en-cenderás en la caridad y en mucho deseo de te llegar al recibimiento de mi cuerpo y sangre, uniéndote conmigo en este sacramento. Después de esto, pensarás con cuán-tas lágrimas, con cuánto dolor, con cuántos suspiros de mí y de mi Madre me despedí de ella para ir a padecer. Con cuánta caridad celebré aquella última cena con mis discípulos adonde instituí el sacramento de mi cuerpo y sangre, el sermón dulcísimo, amoroso que allí les hice, mandándoles que se amasen unos a otros364. Mira tam-bién que, como una sola gota de mi sangre bastara para redimir muchos mundos y con ella pudiera reconciliar al hombre, fueron muchas las veces que las derramé365. Primeramente en la circuncisión366, en el huerto367, estan-do atado a la columna por los muchos azotes que reci-

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bí368, en la coronación de espinas369, cuando me crucifica-ron370, y finalmente cuando abrieron mi costado con la lanza371, de manera que ni una gota quedó en mi cuerpo para que más notoria fuese a todos mi liberalidad y la prontitud de mi deseo para la redempción de todos, para memoria de lo cual no una vez sino muchas vengo debajo de las especias de pan y vino para allegarte a mí, para que seas hecha un espíritu conmigo y para henchirte de mis bienes y gracias.

En la contemplación de estas cosas te puedes interi-

ormente ensanchar porque todas ellas son provocativas a amarme, y también piensa, hija, cuán grande sea el que te viene a visitar; él muy poderoso, tú enferma; él muy sa-bio, tú llena de ignorancia; él es sobre toda bondad bue-no, tú tan mala que estás inficionada con espinas de pe-cados sin cuento; júzgate pues por muy indigna de rece-bir huésped tan grande y magnífico, y tras esto considera que este mesmo es el que te redimió con su sangre, y esto no por tus merecimientos, no por interese que de ti se le seguía, ni porque tenía necesidad de ti, sino por sola su clemencia, por la cual agora viene a ti, convidándote y alagándote como aquel que tiene muy gran sed de tu sa-lud, dando voces y diciendo: “Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados que yo os recrearé y alivia-ré”372. Mira pues es muy poderoso para te fortalecer en tu amor, muy sabio para te alumbrar, y muy bueno para concederte perdón de tus pecados. Levántate pues, hija, considerando tan gran bondad y concibe dentro de ti mesma nueva esperanza, y recibe a tu muy dulce Esposo abrazándolo en tu ánima muy suavemente antes que te allegues al altar, y ofrécelo al Padre eterno juntamente contigo, a honra y gloria de la santísima Trinidad y a

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gloria de todos los santos, por la salud de tu ánima y por la de todos los otros fieles vivos y defuntos, y no seas negligente también en ofrecerle algunas devotas oracio-nes según el deseo de tu ánima, y de esta manera llegarte al altar y mesa de tu Señor con gran devoción y reveren-cia. Véis aquí pues, hija, el ejercicio y meditación que se ha de tener antes de recibir mi cuerpo, la cual si te parece ser larga porque el tiempo es breve, divídela según el deseo de tu ánima.

ANIMA.- ¡Oh cuán suave y elegante y digna de ser tra-

ída cada día a la memoria es, buen Jesús, esta forma que me has dado! Plégate darme gracia para que yo la pueda cumplir, y también te suplico me digas qué es lo que se ha de hacer después de haber recíbido tu sagrado cuerpo, porque habiendo gustado el pan de los ángeles razón es que hagamos el oficio de los ángeles; empero querría saber de ti qué modo terné mejor para hacer esto.

Capítulo IX. En que Cristo da forma al ánima cómo dar gracias después de haber comulgado.

JESÚS.- Cuanto mayor es el beneficio, hija, que alguno

recibe, tanto ha de ser más agradecido a aquel de quien lo recibió, porque a hacerlo de otra manera caería en pecado de ingratitud, que es a Dios y a los hombres muy odioso; y por esto habiendo recebido el don y merced de mi cuer-po y sangre es muy mucha razón que responda el que lo recibiere con hacimiento de gracias.

ANIMA.- Y ¿cómo se debe hacer dulce Jesús?

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JESÚS.- Debes, hija, dentro de tu ánima decir con mucho reposo, con mucha atención y con la más devo-ción que pudieres, casi sacando de los pechos divinos leche de consolación: Padre santísimo, hágote gracias que entre los otros beneficios de la creación, redención, justi-ficación y de otros infinitos que me has hecho; me has guardado para mantenerme con el cuerpo y sangre de tu precioso Hijo, con el cual esforzases mi flaqueza, me alimpiases de mi suciedad, me alumbrases de mi cegue-dad, no te contentando Señor de habérmelo dado para mi redención y precio, sino que también me lo quisiste dar cada día en sacrificio contino y muy saludable y a ti muy grato, para que ofreciéndotelo, mis pecados fuesen per-donados, dándomelo también en manjar muy suave y muy salutífero con el cual mi fe fuese fortificada, mi esperanza creciese y mi caridad se aumentase y perficio-nase, y todas las otras virtudes fuesen en mí ordenadas, por lo cual te hago, Señor, inmortales gracias y te suplico que hagas de manera que este sacramento haga en mí sus efectos para que lo instituiste, y lo que en mí hallare sucio lo alimpie, lo que hallare flaco lo esfuerce, lo que tibio lo encienda en tu amor, de manera que por su virtud de día en día sea su sierva más limpia, más herviente y digna de tan gran beneficio, y a ti también, buen Jesús, te hago inmensas gracias porque has complido mi deseo y volun-tad, has alegrado con tu presencia mis entrañas, dándote a tu Padre en sacrificio por mí, dándote a mí en manjar, a los vivos en adiutorio y a los muertos en sufragio. Suplí-cote, por tu sagrada pasión y por el sacramento de tu sa-grado cuerpo y sangre, que siempre, dulce Jesús, seas conmigo en el corazón, siempre estés conmigo en la bo-ca, siempre en mis orejas, y que ansí embriagues mi áni-ma con tus suavísimas delectaciones muy más dulces que

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el panal de miel, me consueles con los gustos de tu sa-grado cuerpo, para que despreciados los deleites de este mundo, a ti sólo esposo muy dulce ame, a ti sólo adore y a ti sólo alabe, y contigo sólo me deleite todo el tiempo que en esta vida viviere, y después en tu reino por todos los siglos de los siglos. Amén.

Laus Deo.

LA PAZ DE DIOS QUE SOBREPUJA A TODO ENTENDIMIEN-

TO HUMANO GUARDE Y CONSERVE NUESTRAS ÁNIMAS Y CORAZONES373.

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147

NOTAS

1. Sobre las corrientes espirituales y la teología de este

siglo, Cf. M. ANDRÉS, La teología española en el siglo XVI, 2 Vols. (Madrid, BAC, 1976-1977) y Los Recogi-dos. Nueva visión de la mística española (Madrid, FUE, 1976); G. M. COLOMBÁS, Corrientes espirituales entre los benedictinos observantes españoles del siglo XVI, en "Corrientes espirituales de la España del siglo XVI" (Barcelona 1963).

2. Cf. E. ZARAGOZA, Los Generales de la Congregación de San Benito de Valladolid, I(Silos 1973) pp. 189-215; II (Silos 1976) 487; ID., Juan de S. Juan de Luz. Trata-do del Espíritu Santo (Zamora 1978, Sant Feliu de Guí-xols 1989; Madrid 2010).

3. Cf. C. BARAUT, García Jiménez de Cisneros. Obras Completas, 2 Vols. (Montserrat 1965); G. M. COLOM-BÁS, Un reformador benedictino en tiempo de los Reyes Católicos. García Jiménez de Cisneros, abad de Mont-serrat (Montserrat 1955).

4. Así, A. M. ALBAREDA, Bibliografia dels monjos de Montserrat (Segle XVI), en "Analecta Montserraten-sia", 7 (1928) 227; [M. DEL ÁLAMO], Valladolid (Con-gregación de San Benito), en "Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana", Vol. 66, p. 950, y otros.

5. A. DE YEPES, Crónica General de la Orden de San Benito, IV (Valladolid 1613) f. 245v; Arch. Montserrat, Catálogos de monjes, Catálogo C; G. DE ARGÁIZ, La Perla de Cataluña. Historia de Ntra. Señora de Mon-serrate (Madrid 1677) 182.

6. Carta que precede al De immensis Dei beneficiis (Bar-celona 1562).

7. A. DE YEPES, o.c., IV, f. 245v.

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NOTAS

148

8. Cf. P. ALONSO DE BURGOS, Libro de la preparación para la muerte (Barcelona 1568), ff. 1v-2r.

9. G. DE ARGÁIZ, o.c., 182. 10. J. MUÑOZ GARCÍA, Cronología de los Estúñigas, seño-

res de Béjar y de los duques sus sucesores, en "Ofrenda a la Santísima Virgen del Castañar, Excelsa Patrona de Béjar y su comarca" (Béjar 1963) 42-45.

11. P. DE SANDOVAL, Historia del Emperador Carlos V, Lib. XXII, Cap. 4 y 6 (Ed. C. SECO, BAE, Madrid 1955, II, p. 495).

12. Cf. C. BARAUT, o.c., I, pp. XI-XV. 13. Las ediciones de esta historia fueron diez, Cf. E. ZARA-

GOZA, Los Generales, II, 462-463; A. M. ALBAREDA, Història de Montserrat, 6.ª Ed. corregida y aumentada por J. MASSOT I MUNTANER (Montserrat 1977) 76-78.

14. A. DE YEPES, o.c., IV, f. 245v; G. DE ARGÁIZ, o.c., 182. 15. Arch. Montserrat, Catálogo de monjes C = 10-VI-1536:

A. DE YEPES, o.c., IV, f. 245v = 13-II-1536; G. DE AR-GÁIZ, o.c., 182 y los que siguen traen la fecha de la ves-tición de hábito el 12 de marzo de 1533, pero es que el P. Argáiz confunde a Fr. Pedro Alonso con otro Fr. Pe-dro de Burgos que tomó el hábito en la fecha citada.

16. E. ZARAGOZA, Los Generales II, 491. 17. G. M. COLOMBÁS, Corrientes espirituales, pp. 147-

152.Sobre fray Jerónimo Lloret Cf. Dictionnaire de Spiritualité y Dictionnaire d´Histoire et de Géographie Ecclésiastiques. Sobre fray Juan de Robles, Cf. E. ZA-RAGOZA, Abadologio del monasterio de San Vicente de Salamanca (S. XIII-XIX), (en prensa).

18. E. ZARAGOZA, Los Generales II, 494-496.Sobre fray Pedro de Chaves y fray Benito de Villalobos Cf. ID., La Congregación benedictina observante de Valladolid y la reforma de los monasterios benedictinos portugueses (1390-1598), en Os beneditinos na Europa, Sto. Tirso,

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NOTAS

149

Portugal, 1998, 240; ID., Reforma de los benedictinos portugueses (1564-65), en Bracara Augusta, vol. XXXV, núm. 79-80 (1981) 275-290; ID., .Fray Pedro de Chaves, reformador de los monasterios bendictinos portugueses, conferencia dada en los VII Coloquios Histórico de Extremadura, Trujillo (23-IX-77), Ms. Ar-chivo Parroquial de Trujillo.Resumen en el folleto del mencionado coloquio (1977). Fray Pedro de Chaves publicó: Libro de la vida y conversión de Sancta Maria Magdalena (Barcelona 1549), que hace muchos años queríamos reeditar tomándolo del ejemplar que poseía la Comunidad de Jesús, de Barcelona. Pero finalmente lo reeditó J. Aladró, en Montserrat, 2009, Col. Scripta et Documenta, núm. 83.

19. G. M. COLOMBÁS, Corrientes espirituales, 147-152. 20. E. ZARAGOZA, Los Generales III, 69-84. 21. G. DE ARGÁIZ, o.c., 183, 446-447. 22. G. BARREIROS, Corografía de algunos lugares, Ed. J.

GARCÍA MERCADAL, en Viajes de extranjeros por Es-paña y Portugal, I (Madrid 1952) 1.030.

23. G. M. COLOMBÁS, La "Santa Montaña de Montserrat", en "Analecta Legerensia" I (Pamplona 1970) pp. 186-202. E. ZARAGOZA, Els ermitans de Montserrat. Histò-ria d'una institució benedictina singular, en "Col. Sub-sidia monastica", vol. 20. Montserrat, 1993, 18-22, 90-113.

24. C. BARAUT, Iconografía de las ermitas y de los ermita-ños de Montserrat, en "Analecta Legerensia" I (Pam-plona 1970) 211-226; E. ZARAGOZA, Actas de visita de los ermitaños de Montserrat (1585-1830), en "Studia Monastica" Vol. 20/1 (1978) 77-143; ID., Els ermitans de Montserrat, o.c., 115-143.

25. E. ZARAGOZA, Los Generales III, 53-68, 364-367.

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NOTAS

150

26. B. SOLER, Catálogo de ermitaños de Montserrat desde la reforma, en "Revista Montserratina" V (1911) pp. 441-442. E. ZARAGOZA, Els ermitans de Montserrat, o.c., 33-37 (biografía de cada uno de ellos).

27. P. ALONSO DE BURGOS, De Vita Solitaria Dialogus (Barcelona 1562) f. 18v.

28. E. ZARAGOZA, Los Generales II, 198; ID., Actas de los capítulos Generales de la Congregación de Valladolid (1541-1552), en Studia monastica, vol. 47 (2005) 317.

29. Cf. E. ZARAGOZA, Los Generales II, 296. 30. ID. Ibid. 272. 31. ID. Ibid. 296, 347; E. ZARAGOZA, Actas de los capítulos

Generales de la Congregación de Valladolid (1553-1565), en Studia monastica, vol. 48 (2006) 184, 208, 221.

32. G. M. COLOMBÁS, La Santa Montaña, o.c. 147, 208-10. 33. P. ALONSO DE BURGOS, De vita solitaria dialogus, f,

1r. 34. ID., De vita et laudibus Mariae Virginis (Barcelona

1562) f. 14 r. 35. A. DE YEPES, o.c. IV, f. 245v. No sabemos de qué en-

fermedad murió ni dónde fue enterrado. 36. ID., Ibid.; G. BUCELINO, Annales Benedictini (Veldkir-

chi 1656) II Parte, 133 le llama Venerable, y monje de "eximia sanctitate"; A. DE HEREDIA Vidas de Santos, Bienaventurados y personas Venerables de la Región de San Benito, II (Madrid 1685) 473; el P. Miguel Go-vierno S.I., dice en la censura del libellus de Misericor-dia Dei (Barcelona 1561) que la obra le muestra como "pientissimum declarat auctorem et de sacris literis be-nemeritum".

37. A. DE YEPES, o.c. IV, f. 245v. 38. Monasticon Hispanicum, Bibl. Nacional de París, Ma-

nuscrits espagnols, Ms. 321, f. 249v; Cf. A. M. ALBA-

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NOTAS

151

REDA, Una Història inèdita de Montserrat, en "Analec-ta Montserratensia", IV (Montserrat 1920-21) 105.

39. P. ALONSO DE BURGOS, Diálogo de los inmensos bene-ficios de Dios (Barcelona 1569) Prólogo.

40. ID., De immensis Dei beneficiis, Carta que precede al prólogo.

41. ID., De Vita Solitaria, f. 18v. 42. A. M. ALBAREDA, Història de Montserrat, 244-245. 43. P. ALONSO DE BURGOS, Libro de la preparación para

la muerte, f. 9v. 44. A. DE YEPES, o.c. IV, f. 245v. 45. P. SERRA Y POSTIUS, Epítome histórico del Portentoso

Santuario y Real Monasterio de Nuestra Señora de Monserrate (Barcelona 1747) 304.

46. J. DE VANDENESSE, Diario de los viajes de Felipe II, Ed. J. GARCÍA MERCADAL, Viajes de extranjeros por España y Portugal, I (Madrid 1952) 1061.

47. A. DE YEPES, o.c. IV, f. 245v. 48. El ejemplar enviado al monarca debe de ser uno de los

que se conservan en la Biblioteca de El Escorial con las siglas 6.V.56 y 121.V.52.

49. P. SERRA Y POSTIUS, o.c. 305; F. CARRERAS CANDI, Visites dels nostres reys á Montserrat 1268-1907 (Bar-celona 1911) 71.

50. P. SERRA Y POSTIUS, o.c. 317; F. DE P. CRUSELLAS, Nueva historia de Montserrat (Barcelona 1896) 514.

51. P. SERRA, o.c. 318; F. DE P. CRUSELLAS, o.c. 516. 52. P. SERRA, o.c. 320; F. DE P. CRUSELLAS, o.c. 493. 53. P. ALONSO DE BURGOS, Diálogo de los inmensos bene-

ficios de Dios. Dedicatoria. 54. ID., Ibid., Dedicatoria. 55. ID., De la Sacra Eucaristía (Barcelona 1569). Dedicato-

ria. 56. ID., De Vita Solitaria, f. 18v.

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NOTAS

152

57. A. DE YEPES, o.c. IV, f: 245r. 58. P. ALONSO DE BURGOS, Diálogo de los inmensos bene-

ficios de Dios, Prólogo: "Obra hecha en el breve tiempo que después de las vigilias me queda en este yermo".

59. ID., Ibid., Dedicatoria: "Sale a luz para gloria del muy alto Dios y provecho de los fieles”; ID., Dialogus de Immortalitate animae, Prólogo: “Munusculum pro Christi honore utilitaterque fidelium compositum”.

60. Cap. I, f. 143r. 61. Así los censores del Libro de la preparación para la

muerte dicen: "La obra es católica sin error alguno, pía, devota y no poco provechosa para el pueblo cristiano, y por tanto digna de ser imprimida y comunicada a todos los fieles cristianos, para chicos y grandes, doctos y no doctos, gusten y se aprovechen de ella, conforme al cristiano y religioso deseo del autor".

62. P. ALONSO DE BURGOS, Diálogo de los inmensos bene-ficios de Dios. Prólogo.

63. ID., Ibid. 64. ID., Ibid. 65. ID., Ibid. 66. ID., De vita et laudibus Marie Virginis. Prólogo. 67. ID., Libro de la preparación para la muerte. Prólogo. 68. ID., De Eucharistia dialogus (Barcelona 1562). Prólo-

go. 69. ID., De immensis Dei beneficiis. Prólogo. 70. ID., Diálogo de los inmensos beneficios de Dios. Prólo-

go. 71. Consta de 1 Vol. en 12.º, de 114 fols. nums. + 6 al co-

mienzo y 6 al final sin numerar. Pequeñas capitales flo-readas. Se conservan ej. en la Bibl. Nacional de Madrid R-26038 y Bibl. Central de Barcelona.

72. Consta de 1 Vol. en 8.º, de 60 fols. nums. + 4 al co-mienzo sin numerar. Dos capitales historiadas y un gra-

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NOTAS

153

bado, al boj, del estampador, en la portada. Se conser-van ej. en Bibl. Nacional de Madrid R-18853; Bibl. de El Escorial 6.V.54 y 121.V.52; Bibl. Silos; Bibl. Samos; Bibl. S. Millán de la Cogolla.

73. Consta de 1 Vol. en 8.º, de 94 fols. nums. + 4 al co-mienzo y 4 al final sin numerar; dos capitales historia-das al boj; marca del estampador en la portada. Se con-servan ej. en Bibl. Nacional de Madrid R-18853; Bibl. Silos; Bibl. Samos; Bibl. S. Millán de la Cogolla.

74. Es 1 Vol. en 8.º, de 26 fols. nums. + 2 al comienzo sin numerar. Capitales y marca del estampador al boj. Se conservan ej. en Bibl. Montserrat; Bibl. Silos; Bibl. Samos; Bibl. S. Millán de la Cogolla.

75. Es 1 Vol. en 8.º, de 22 fols. nums. + 2 al principio sin numerar; capitales y marca del estampador al boj. Se conservan ej. en Bibl. Montserrat; Bibl. Silos; Bibl. Samos; Bibl. S. Millán de la Cogolla.

76. Es 1 Vol. en 8.º, de 39 fols. nums. + 4 preliminares y uno en blanco al final sin numerar; algunas capitales y la marca del estampador en la portada, al boj. Se con-servan ej. en Bibl. Montserrat; Bibl. Samos; Bibl. S. Millán; Bibl. Casa de la Cultura de Burgos.

77. Es 1 vol. en 8.º, de 74 fols. sin num. + 10 al principio y dos al final sin numerar; algunas capitales al boj y lo mismo la marca del estampador en la portada. Se con-servan ej. en Bibl. Montserrat; Bibl. Samos; Bibl. S. Millán; Bibl. Sem. Dioc. Barcelona; Bibl. Casa de la Cultura de Burgos.

78. Es un Vol. en 8.º, de 105 fols. nums. y capitales florea-das. Grabado al boj en la portada. Se conservan ej. en Bibl. Univ. de Barcelona y Bibl. Sem. Dioc. De Barce-lona. El P. A. M. ALBAREDA, en Bibliografia dels mon-jos de Montserrat (Segle XVI), p. 235 cree que esta obra fue escrita y publicada en latín quizás en Barcelona en

Page 146: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

154

1562; pero no existió tal edición latina, porque el mis-mo Fr. Pedro Alonso de Burgos en la dedicatoria de la obra castellana, dice así: "Los años pasados hice una obrecilla de la inmortalidad del ánima y la intitulé a la majestad del rey nuestro señor... agora con el divino fa-vor he hecho otra de la preparación para la muerte".

79. Es un Vol. en 8.º, de 175 fols. nums. sign.: A-Y4 + 10 sin foliar al principio, sign. * 5; 29 líneas en cada pági-na; capitales floreadas e historiadas, al boj, con pasajes bíblicos. De esta obra se conoce un ej. que se halla en la Bibl. de Montserrat y según una inscripción que hay en el mismo, proviene del convento de S. Agustín de Per-piñán: "pertinet ad conventus B. P. Aug. de Perpignan, eo que utitur fr. Simplicianus Pou". Existe otro ej. en la Bibl. Episcopal del Sem. Conc. de Barcelona.

80. Esta obra va incluida en el Diálogo de los inmensos beneficios de Dios. Ocupa los fols. 142v-175r y carece de portada. Algunos autores nombran como obra de Fr. Pedro Alonso un tratado De las Religiosas o De las Re-ligiones, pero es la misma obra De Religione citada más arriba. Muchos autores que recogen las obras de Fr. Pe-dro Alonso traen equivocados los años de impresión, ta-les como 1552 y 1572, pero fácilmente se echa de ver el error, pues las obras que citan fueron todas impresas en Barcelona en 1562.

81. Cf. Libro de la preparación para la muerte. Licencia de impresión, f. 2 r.

82. Para conocer los libros de que podía disponer en Mont-serrat, Cf. E. ZARAGOZA, Libros que alimentaban la vi-da de oración de los benedictinos vallisoletanos en el siglo XV, en Nova et Vetera (Zamora) 4 (1977) 267-279; Diez reglas para los que caminan según el espíri-tu, Ibid. núm. 7 (1979) 107-114; Ediciones castellanas del II Libro de los Diálogos de San Gregorio Magno,

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NOTAS

155

Ibid., núm. 10 (1980) 155-160; Reglas y avisos para los que no están ejercitados en la oración, Ibíd., núm. 9 (1980) 37-49; La práctica de la oración metódica entre los benedictinos españoles del siglo XVI, Ibid., núm. 3 (1977); A. M. ALBAREDA, Intorno alla Scuola di orazi-one metodica stabilita a Monserrato dall'abate Garsias Jiménez de Cisneros, en Archivum Hist. Soc. Iesu, XXX Fasc. 49 (Roma 1956) 300-316; Bibliografia dels monjos de Montserrat (Segle XVI), en Analecta Mont-serratensia, núm. 7 (1929) 277-240; J. RUBIO, Notas sobre los libros de lectura espiritual en Barcelona entre 1500 y 1530, en Archivum Hist. Soc. Iesu, XXX, Fasc. 4 (Roma 1956) 317-327.

83. G. BARREIROS, o.c., Ed. c., 1030. 84. Cf. P. ALONSO DE BURGOS, De immensis Dei beneficiis

y su traducción castellana editada en 1569. 85. ID., Libro de la preparación para la muerte, Caps.

XXV-XXX; ID., De Vita Solitaria, ff. 19r-20v; ID., Diálogo de los inmensos beneficios de Dios, II Parte, Cap. XXIX; ID., De immensis Dei beneficiis, Caps. 2-5.

86. ID., Diálogo de los inmensos beneficios de Dios, Prólo-go y II Parte, Cap. XXVIII; ID., De Vita Solitaria, ff. 23r- 24v.

87. ID., Libro de la preparación para la muerte; ID., De Vita Solitaria, ff. 25r-26r; ID., Diálogo de los inmensos beneficios de Dios, II Parte, Cap. XXX.

88. ID., De immensis Dei beneficiis, ff. 30r-74v; ID., Diálo-go de los inmensos beneficios de Dios, I Parte, Caps. XII-XXIII; ID., Libro de la preparación para la muerte, Caps. V-XV.

89. ID., Diálogo de los inmensos beneficios de Dios, II Parte, Caps. I-XII, XIX-XXI; ID., De Vita Solitaria; ID., De Religione (Barcelona 1562).

90. ID., De Eucharistia dialogus y su traducción castellana.

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NOTAS

156

91. ID., Diálogo de los inmensos beneficios de Dios, II Parte, Caps. XIII-XVIII.

92. ID., De Vita Solitaria, ff. 13v-17r; ID., Diálogo de los inmensos beneficios de Dios, II Parte, Cap. 22, ff. 119r-121r.

93. ID., De Vita Solitaria, ff. 6v-10r; ID., Diálogo de los inmensos beneficios de Dios, II Parte, Cap. 21, ff. 117r-119v.

94. ID., Libellus de vita et laudibus Mariae Virginis, f. 14 r. 95. ID., De Vita Solitaria, ff. 19r-20 v. 96. ID., Ibid. ff. 20v-22v. 97. ID., Ibid. ff. 23r-24v. 98. ID., Ibid. ff. 25r-26r. 99. ID., Diálogo de los inmensos beneficios de Dios, II

Parte, Cap. 22. 100. ID., Ibid., II Parte, Cap. 21. 101. ID., Ibid., Prólogo. Lo mismo dice en la edición

latina de esta misma obra: "Hoc enim orationis genus suavissimum est, at cuiusvis palato satisfaciens". En el De Eucharistia, Prólogo, dice: "Scripsi opusculum ad-modum dialogi, tum quia iucundior utiliorque est hic scribendi modus, tum quia in huiusmodi genere olim te versatum probe memini". En el De Vita Solitaria, Pró-logo, dice que escoge este género "at quo dulcior esset dialogus atque fructuosior". En el De Religione, Prólo-go, dice: "Et quo fieret gratior, feci illum dialogum".

102. ID., Libro de la preparación para la muerte. Prólogo. 103. Cf. Prólogo. 104. ID., Libro de la preparación para la muerte. Prólogo. 105. ID., Ibid., Licencia de impresión, f. 2r. 106. Cf. su biografía en la introducción que precede en

este mismo volumen.

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NOTAS

157

107. Publicado con el título: Diálogo sobre la vida ere-mítica, en Nova et Vetera, Núm. 36 (julio-diciembre de 1993) 257-284.

108. Gn 15. El autor cita siempre por la Vulgata. Noso-tros lo hacemos según la edición de Nácar-Colunga (Madrid, BAC, 1968).

109. Gn 24. 110. Gn 28,12-17. 111. La comparación de la zarza ardiendo como símbolo

de la virginidad de Ntra. Señora se encuentra ya en san Eugenio de Lyon, Formularum Spiritalis Intelligentiae, Cap. IV (PL 50, 746-747). Pero el autor debe tomarla seguramente de la tercera antífona de las primeras vís-peras de la antigua fiesta de la Circuncisión del Señor, que dice: Rubum quem viderat Moyses incumbustum, conservatam agnovimus tuam laudabilem virginitatem, Dei Genitrix intercede por nobis.

112. Ex 3,1-3. 113. Ex 14. 114. Muchos son los Santos Padres que en el paso del

Mar Rojo ven prefigurado el bautismo. Entre ellos está san Cipriano (PL 4,414), san Ambrosio (PL 14, 867; 15, 420-422), san Agustín (PL 36, 917; 37, 1037, 1411, 1420, 1760), san Gregorio Magno (PL 77, 1162; 79, 491) y otros.

115. Ex 13,21-22. 116. Ex 17,1-16. 117. Ex 16,13-36. 118. Jn 6, 31-35. 119. Ex 17,1-8. 120. 1 Cor 10,4. 121. Lc 1,5-25. 122. Lc 1,26-38. 123. Mt 5.

Page 150: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

158

124. Mt 14,13-21. 125. Mt 17,1-9. 126. Mt 4,1-11. 127. Lc 23,33-56. 128. Hch 1,9-14. 129. Hch 2. 130. Hch 9,1-16. 131. Is 59,1; Nm 11,23. 132. Mt 5,34-35. 133. Sb 8,1. 134. Es el proverbio latino: Nimia familiaritas, contemp-

tum parit. 135. Ex 19 y 20. 136. Filp. 2,4. 137. Sant 5,16. 138. Lc 18.19. 139. 1 Cor 12. 140. Sal 104,24. 141. Sal 139,14. 142. S. AGUSTÍN, De opere monachorum, Cap. XXIII

(PL 40, 570). Todas las citas escriturísticas y patrísticas que van desde esta nota hasta la nota 57 las toma de STO. TOMÁS, Summa theologica, 2-2, q.188, a.8 a quien va siguiendo en toda esta parte.

143. S. JUAN CASIANO, Collationes Patrum, Collatio I, Cap. IV (PL 49), 486).

144. Os 2,14. 145. Recuerda lo que dirá más tarde Santa Teresa de

Jesús: “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios bas-ta”.

146. Lc 1,80. 147. Heb 5,14. 148. S. JERÓNIMO, Epistola ad Rusticum monachum (PL

22,1077).

Page 151: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

159

149. S. GREGORIO, Moralium, Lib. XXX, Cap. XVI (PL 76, 553).

150. S. JERÓNIMO, Epistola ad Rusticum monachum (PL 22, 1077).

151. S. TOMÁS, Summa theologica, 2-2, q. 188, a.8. 152. Ecle 4,9. La objeción está tomada de STO. TOMÁS,

Summa theologica, 2-2-, q.188, a.8. 153. Objeción tomada de STO. TOMÁS, Summa theologi-

ca, 2-2.q-188, a.8 ad 1. 154. Objeción tomada de ID. Ibid. 155. Objeción tomada de ID. Ibid. 156. Mt 18,20. Objeción tomada de ID. Ibid. 157. 1 Jn 4,16. Objeción tomada de ID. Ibid., ad 2. 158. Respuesta tomada de STO. TOMÁS, Summa theolo-

gica, 2-2, q. 188, a.8. 159. Mt 18,20. 160. Lc 11,33. 161. Todo este párrafo está tomado de STO. TOMÁS,

Summa theologica, 2-2, q.188, a.8. 162. S. AGUSTÍN, De Civitate Dei, Lib. IX, Cap. XIX

(PL 41,647). 163. El texto está tomado de STO. TOMÁS, Summa theo-

logica, 2-2, q.188, a.8 ad 4. 164. ID. Ibid., ad 5. 165. ID. Ibid. 166. GUIGO II, Scala claustrálium, Cap. I (PL 184, 475). 167. ID. Ibid., Cap. II (PL 184, 476). 168. Sal 118,140. 169. G. DE SAINT-THIERRY, Epistola ad Fratres de

Monte Dei, Lib. I, Cap. XIV (PL 84,337). 170. S. JERÓNIMO, Ep. XXII Ad Eustochium (PL

22,108): Oras, loqueris ad Sponsum, legis ille tibi lo-quitur. Esta misma idea se halla en S. CIPRIANO, Epís-

Page 152: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

160

tola I (PL 4,221): Sit tibi vel oratio assidua vel lectio, nunc cum Deo loquere, nunc Deus tecum.

171. Lc 11,1-13. 172. Mt 7,14. 173. 1 Cor 2, 14-15. 174. Heb 12,4. 175. Ap 2,7. 176. Sal 94,19. 177. 1Pe 2,3; Sal 34,9. 178. Sal 77,4. 179. GUIGO II, Scala claustralium, Cap. VIII (PL 184,

480). 180. Hch 9,16. 181. Cant 2,3. 182. S. BERNARDO, Sermones in Cantica, Sermo

LXXIV (PL 183,1140). 183. 1 Re 19,8. 184. Ex 33,18-23. 185. Ex 16,12-36. 186. 1 Sam 14,29. 187. Est 1,7. 188. Gn 29,17. 189. Ez 17,3. 190. Ez 10,8. 191. Lc 10, 41-42. 192. Gn 8. 193. Ap 12,1. 194. Dt 6,4. 195. Sal 81,6. 196. Sobre la moderación en la comida dice S. GREGO-

RIO, Moralium, Lib. XXX, Cap, 18 (PL 76,557): Ea i-taque sumenda sunt quae naturae necessitas quaerit, et non quae edenda libido suggerit.

Page 153: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

161

197. S. AGUSTÍN, Confessionum, Lib .X, Cap. 31 (PL 32,797): Hoc me docuisti ut quemadmodum medica-menta, sic alimenta sumpturus accedam.

198. G. DE SAINT-THIERRY, Ep. ad Frates de Monte Dei, Lib. I, Cap. XI (PL 84,329).

199. S. BENITO, Regla, Cap. 4. 200. Esto está sacado de G. DE CISNEROS, Exercitatorio

de la Vida Spiritual, Cap.57. 201. Mt 13,45-46. 202. S. BUENAVENTURA, Lignum Vitae, prólogo. 203. 2 Cor 5,16. 204. Jn 1. Esta triple manera de contemplar a Cristo

(como hombre, como hombre-Dios y como Dios) esta tomada de G. DE CISNEROS, Exercitatorio de la Vida Spiritual, cap. 49.

205. Heb 5,14. 206. Eclo 10,9. 207. Gn 3,19. 208. 1 Cor 4,7. 209. Ecl 12,13. 210. Jr 2,13. 211. S. JUAN CASIANO, Collationes Patrum, Collatio I,

Cap. IV (PL 49, 486). 212. Eclo 2,45. 213. Cf. Jb. 1,22. 214. Cf. Ex 7,23; 8,32;9,35;10,27; 11,10. 215. Pr 19,17. 216. Cf. Jb 42,12-16; Tb 14,1.3-4. 217. Efectivamente, la herejía protestante había invadido

todo el centro de Europa. 218. Cf. Mt 24,24; Lc 18,8. 219. En la edición latina de este tratado (De Eucharistía

dialogus, Barcelona 1562), el autor decía “zuinglianos y ecolampadianos” Los zuinglianos son los seguidores de

Page 154: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

162

las doctrinas de Ulrico Zuinglio (1484-1531), los lute-ranos, de las de Martín Lutero (1483-1546) y los eco-lampadianos, de las de Juan Ecolampadio (1482-1531). Las opiniones de estos tres reformadores sobre la Euca-ristía son las siguientes: Lutero creía en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, pero para él no había tran-substanciación sino impanación. (Cf. Dict. Théol. Cath., IX/2, 1305). Zuinglio negaba la transubstanciación. Pa-ra él la Eucaristía era sólo un símbolo de la fraternidad religiosa, pues en las palabras de Cristo: “Hoc est enim corpus meum” veía una locución figurada (Cf. Dict. Théol. Cath., XV/2, 3825-3842). Ecolampadio negaba tanto la transubstanciación como la consubstanciación, alegando que el sacramento era sólo figura del cuerpo de Cristo. Negaba la presencia real a causa de la indig-nidad de un estado en el cual Cristo podía ser masticado por los dientes, roído por los gusanos, etc. Para él la Eu-caristía era una manducación espiritual de Jesús, hecha por el creyente (Cf. Dict. Théol. Cath., XI/1, 949-950)

220. Cf. Mt 7,15. 221. Cf. 1 Pe 5,8. 222. Sal 14,3. 223. Sal 9,7. 224. Cf. Ef 5,32. 225. S. TOMÁS, Summa theologica, 3, q.65, a.3. 226. Cf. Col 2,3. 227. En este capítulo combate las opiniones de Zuinglio

y Ecolampadio sobre la Eucaristía. 228. S. TOMÁS, Summa theologica, 3,q.73, a.4, da tam-

bién a este Sacramento los nombres de: Eucaristía, sa-crificio, comunión y viático.

229. Seguramente que el autor tomó esto del Maestro de las Sentencias, pero no ha puesto acertadamente el ver-bo “contiene” para indicar estas tres realidades, puesto

Page 155: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

163

que el cuerpo místico de Cristo (la Iglesia) está “signifi-cado” en el Sacramento, pero no “contenido”. Cf. P. LOMBARDO, Collectanea in Ep. D. Pauli: In Ep. I ad Cor. (PL. 191, 1642) y S. TOMÁS, Summa theologica, 3,q.80, a.4.

230. Cf. Lc. 1,37. 231. Cf. Ex. 19,13. 232. Cf. Pr 25,27. 233. Jb 38,3-11.16-21.28.36-37. 234. 1 Co 11,24. 235. Gn 1, 2-7. 236. Cf. Est 13,9. 237. Cf. Ex 7,12. 238. Cf. Ex 7,22. 239. Es la tesis de Zuinglio, que niega la transubstancia-

ción y reduce la Eucaristía a un símbolo de la fraterni-dad religiosa.

240. Es la tesis de Ecolampadio, que niega la transubs-tanciación a causa de la indignidad que según él supone para Cristo estar en las especies sacramentales.

241. Ap 6,10. 242. 1Co 2,14. 243. Mt 6,24. 244. Is 14,13-14. 245. Ef 4,24. 246. Cf. Gn 1; Sal 8,7-9. 247. Según la versión latina del tratado, el autor está

hablando con Ecolampadio, que es el de la tesis de la indignidad.

248. 2 Co 6,2. 249. Sal 78,25. 250. Sal 111,4-5. 251. Cf. 1Re 19,8. 252. Cf. Nm 20,7-11.

Page 156: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

164

253. Ct 5,1. 254. Dt 32,14. 255. Dt 32,15. 256. Cf. Ex 12,13. 257. Jn 1,29,36. 258. Cf. Ex 14. 259. Cf. Ex 3,2. 260. Cf. Flp 2,8. 261. Dt 4,7. 262. Is 1,11. 263. Himno de Laudes de la fiesta de Corpus Christi:

“Se nascens dedit socium; convescens in edulium; se moriens in pretium; se regnans dat im praemium”.

264. Rm 11,33. 265. Is 55,8-9. 266. Cf. Mc 22,11. 267. Cf. Jn 10,8. 268. Ml 2,7. 269. Cf. Lv 6,9. 270. Cf. Gn ,4. 271. Cf. Gn 9,26. 272. Cf. Gn 22,2. 273. Cf. Gn 27,29. 274. Cf. Gn 41,41. 275. Dt 26,18-19. 276. Cf. Nm 3,6. 277. Cf. Nm 3,17-20. 278. Ef 1,3-6. 279. Cf. Nm 3,6. 280. Cf. 1Cro 23,30. 281. Cf. Nm 4,25-26. 282. Cf. Nm 3,23. 283. Cf. Jn 3,34.

Page 157: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

165

284. S. GREGORIO, Regula pastoralis, Parte III, Cap. 33 (PL 77,115).

285. Cf. RABANO MAURO, Enarrationes in librum Nu-merorum, Lib. I, Cap. 5 (PL 108,608-609).

286. Cf. Nm 4,31-32. 287. Cf. 1 Sam 6,12. 288. Cf. Nm 3,55. 289. R. MAURO, o.c., Ibid. 290. Cf. Nm 4,4-16. 291. R. MAURO, o.c., Ibid. 292. 1Tm 4,8. 293. Cf. Nm 3,29. 294. R. MAURO, o.c., Lib. I, Cap. 6 (PL 108,612). 295. Cf. Nm 4,19. 296. Cf. Lv 21,17-18. 297. S. GREGORIO, Regula pastoralis, Parte I, Cap. 11

(PL 77,24). 298. Hb 12,12; Cf. S. GREGORIO, o.c. Ibid. 299. Ct 7,4. 300. S. GREGORIO, o.c. Ibid. 301. Sal 118,107. 302. Ap 3,18. 303. S. GREGORIO, o.c. Ibid. (PL 77,24). 304. PS-BERNARDO, Instruccio Sacerdotis, Cap. 9 (PL

184, 785). 305. Cf. Gn 4,4. 306. Cf. Gn 15,9-11; PS-BERNARDO, o.c. Ibid. 307. Cf. Nm 3,3. 308. Cf. Gn 8,20. 309. Cf. Gn 22 y 28,18. 310. Cf. 2Sam 6,17; 1Re 8,5.64. 311. Cf. Mt 10,42. 312. Mt 3,17.

Page 158: Diálogo de La Vida Eremítica

NOTAS

166

313. S. GREGORIO, Lib. Dialogorum, Cap. 56 (PL 77,421).

314. Este milagro de Sta. Clara lo debió tomar de algún Flos sanctorum o de las lecciones de Maitines de la fi-esta de la santa, el 12 de agosto.

315. ARNAULD DE BONNEVAL, Vita S. Bernardi, Cap. 6 (PL 185,290).

316. ID., Ibid., Cap. 3 (PL 185, 276-279). 317. JUAN DIACONO, Vita S. Gregorii, Lib. I (PL 75,69). 318. Sobre Germano, obispo de Capua, Cf. S. GREGO-

RIO, Lib. II Dialogorum, Cap. 35 (PL 66,197.198). 319. S. BERNARDO, Vita S. Malachiae, Cap. 5 (PL

182,1081). 320. Esta monja holandesa es sin duda santa Juliana de

Cornel o Cornillón, abadesa del monasterio de Monte Cornillón cerca de Lieja, muerta en olor de santidad en Fossa en 1258. Una visión que tuvo dio origen a la fies-ta del Corpus Christi.

321. Esta noticia sin duda la tomó de algún Flos sancto-rum de la época o de las lecciones de su fiesta (30 de abril) que tambien refieren este hecho.

322. JUAN DIACONO, Vita S. Gregorii, Lib. II (PL 75,103).

323. Este hecho que el autor refiere aquí debió tomarlo de algún Flos sanctorum de la época o de la obra del monje de Montserrat FR. PEDRO CHAVES, Libro de la vida y conversión de Sancta María Magdalena y de la alta perfección a que subió después de su conversión (Barcelona 1549).

324. El autor tomó esta noticia de algún Flos sanctorum de la época.

325. S. GREGORIO, Homiliarum in Evangelia, Lib II, Homil. XXXIV (PL 76,1250). Esta interpretación tam-bién se halla en PS-BERNARDO, Instruccio Sacerdotis,

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NOTAS

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Parte II, Cap. 9 (PL 184, 785-786); S. BERNARDO, De consideratione, Lib. V, Cap. 4 (PL 182,792).

326. S. GREGORIO, Homiliarum in Evangelia, Lib II, Homil. XXXIV (PL 76,1250).

327. ID., Ibid. (PL 76,1251). 328. ID., Ibid. S. BERNARDO, De consideratione, Lib. V,

Cap. 4 (PL 182,792). 329. Flp 4,13. 330. ARNAULD DE BONNEVAL, Vita S. Bernardi, Caps. 3

y 6 (PL 185,276-279,290). 331. S. GREGORIO, Homiliarum in Evangelia, Lib II,

Homil. XXXIV (PL 76,1251). 332. ID., Ibid. 333. ID., Ibid. (PL 76,1252). 334. ID., Ibid.; S. BERNARDO, De consideratione, Lib. V,

Cap. 4 (PL 182,792). 335. Cf. Col. 2,3. 336. S. GREGORIO, Homiliarum in Evangelia, Lib II,

Homil. XXXIV (PL 76,1252). 337. Sal 82,6; S. BERNARDO, De consideratione, Lib. V,

Cap. 4 (PL 182,792). 338. 1Co 6,17. 339. Cf. Jn 13,5-14. 340. Cf Ex 19,22. 341. Es la práctica común de la Iglesia, aunque el autor

la toma de S. TOMÁS, Summa theologica, 3,q.80, a.7: “Ex necessitate quidem non impeditur homo a sumptio-ne hujus sacramenti nisi propter peccatum mortale”.

342. Recoge la frase del Concilio de Trento: “Nullus conscius peccati mortalis... ad sacram Eucharistiam ac-cedere debeat” DENZINGUER-SCHÖM-METZER, Enchi-ridion Symbolorum (Barcelona 1963) n.1647.

343. Cf. S. TOMÁS, Summa theologica, 3,q.80,a.10. 344. Lc 1,53.

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NOTAS

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345. Dn 9,23. 346. Cf. Lc 1,28. 347. Cf. Lc 1,41-45. 348. Cf. Mt 1,18-25. 349. Cf. Lc 2,10-14; Mt 2,10. 350. Cf. Lc 2,25-35. 351. Cf. Mt 2,13-15. 352. Cf. Lc 2,44-50. 353. Cf. Mt 3,17. 354. Cf. Mt 21,9. 355. Jn 1,29. 356. Cf. Lc 2,11. 357. Cf. Mt 4,41. 358. Cf. Lc 24,1-10. 359. Cf. Mt 28,1-10. 360. Cf. Mt 21,9. 361. Cf. Mt 17,3-5. 362. Cf. Mt 8,26-27. 363. Cf. Mt 27,51-52. 364. Cf. Hch 1,10. 365. Cf. Jn 14-17. 366. Cf. Mt 26,17-29. 367. Cf. Lc 2,21. 368. Cf. Lc 22,44. 369. Cf. Jn 19,1. 370. Cf. Jn 19,1. 371. Cf. Jn 19,34. 372. Mt 11,28. 373. Flp 4,7. En el fol.175v se encuentra la fe de erratas.

Todas las erratas, menos la última, hacen referencia a la primera y segunda parte de la obra. El fol. 176r dice: Impreso en Barcelona / en casa de Claudio / Bor-nat.Año / 1569.