dialectólogo

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FUNCIÓN DEL DIALECTÓLOGO GREGORIO SALVADOR CAJA Real Academia Española Quiero expresar ante todo mi gratitud a la Institución «Fernando el Católico» por haberme invitado a clausurar estas Jornadas in memoriam de nuestro inolvidable Tomás Buesa Oliver, a quien yo sentí siempre como fraternal amigo y como tal lo quise, y con quien compartí afanes, anhelos, trabajos, vicisitudes, opiniones y esperanzas, pues nuestras vidas fueron en buena parte paralelas, ambos partimos de la dialectología de campo y ambos alcanzamos la cátedra universitaria el mismo día y en la misma oposición. Antes incluso él había sido mi profesor de Dialectología hispánica, en mi último curso de licenciatura, el de 1949-1950, que él pasó en Granada, supliendo a Manuel Alvar, que había sido invitado por la Universidad alemana de Erlangen. Nos conocimos, pues, en comunicación dialec- tológica y fue luego la geografía lingüística, nuestras actividades investigadoras de campo las que crearon entre nosotros preocupaciones análogas, intereses comu- nes. Con estos recuerdos he querido poner de relieve hasta qué punto la dialec- tología estuvo siempre presente en nuestro trato y fue para nosotros una preocu- pación compartida y frecuente tema de conversación, primero con esperanza y alegría, en los últimos años con desengaños y amarguras. Hablamos algunas veces, del sentido de la dialectología, de la función del dialectólogo. Y lo que pensé, al ser invitado a este homenaje, es que lo mejor sería reflexionar un poco ante uste- des, como en los últimos tiempos lo había hecho ocasionalmente con él, acerca de eso mismo, de la misión del dialectólogo, de la función de la dialectología, de su utilidad y del sentido que pueda tener, si es que lo tiene, amén de señalar sus posi- bles aberraciones, si es que existen, o acaso la perversión de sus fines, en la prác- tica, que todos sabemos que es mal que puede afectar a cualquier disciplina cien- tífica y que ha martirizado, en el último siglo, la conciencia más íntima de no pocos investigadores de fuste. Bien conocido es el caso de las graves alteraciones síqui- cas que sufrieron algunos de los fundadores de la física nuclear cuando descu- brieron, con estupor, que al final de su laborioso camino para conseguir la libera- ción de la energía atómica lo que se hallaba era la siniestra evidencia de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Ese es, naturalmente, un caso extremo, concen- trado y atroz; pero han sido otros muchos investigadores, de campos muy diver- sos, los que han tenido que asistir, impotentes, a la malignización de sus descu- [ 355 ]

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  • FUNCIN DEL DIALECTLOGO

    GREGORIO SALVADOR CAJAReal Academia Espaola

    Quiero expresar ante todo mi gratitud a la Institucin Fernando el Catlico porhaberme invitado a clausurar estas Jornadas in memoriam de nuestro inolvidableToms Buesa Oliver, a quien yo sent siempre como fraternal amigo y como tal loquise, y con quien compart afanes, anhelos, trabajos, vicisitudes, opiniones yesperanzas, pues nuestras vidas fueron en buena parte paralelas, ambos partimosde la dialectologa de campo y ambos alcanzamos la ctedra universitaria el mismoda y en la misma oposicin. Antes incluso l haba sido mi profesor deDialectologa hispnica, en mi ltimo curso de licenciatura, el de 1949-1950, quel pas en Granada, supliendo a Manuel Alvar, que haba sido invitado por laUniversidad alemana de Erlangen. Nos conocimos, pues, en comunicacin dialec-tolgica y fue luego la geografa lingstica, nuestras actividades investigadoras decampo las que crearon entre nosotros preocupaciones anlogas, intereses comu-nes. Con estos recuerdos he querido poner de relieve hasta qu punto la dialec-tologa estuvo siempre presente en nuestro trato y fue para nosotros una preocu-pacin compartida y frecuente tema de conversacin, primero con esperanza yalegra, en los ltimos aos con desengaos y amarguras. Hablamos algunas veces,del sentido de la dialectologa, de la funcin del dialectlogo. Y lo que pens, alser invitado a este homenaje, es que lo mejor sera reflexionar un poco ante uste-des, como en los ltimos tiempos lo haba hecho ocasionalmente con l, acerca deeso mismo, de la misin del dialectlogo, de la funcin de la dialectologa, de suutilidad y del sentido que pueda tener, si es que lo tiene, amn de sealar sus posi-bles aberraciones, si es que existen, o acaso la perversin de sus fines, en la prc-tica, que todos sabemos que es mal que puede afectar a cualquier disciplina cien-tfica y que ha martirizado, en el ltimo siglo, la conciencia ms ntima de no pocosinvestigadores de fuste. Bien conocido es el caso de las graves alteraciones squi-cas que sufrieron algunos de los fundadores de la fsica nuclear cuando descu-brieron, con estupor, que al final de su laborioso camino para conseguir la libera-cin de la energa atmica lo que se hallaba era la siniestra evidencia de lasbombas de Hiroshima y Nagasaki. Ese es, naturalmente, un caso extremo, concen-trado y atroz; pero han sido otros muchos investigadores, de campos muy diver-sos, los que han tenido que asistir, impotentes, a la malignizacin de sus descu-

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  • brimientos o de sus ideas, con el consiguiente quebranto moral que ello ha podi-do suponer y la inevitable sensacin de fracaso. Porque si la inanidad del trabajorealizado, la inutilidad de la propia tarea, puede resultar deprimente, peor es com-probar que los frutos conseguidos se estn utilizando torcidamente, acaso en fla-grante contradiccin con la escala de valores humanos a la que uno pretende ajus-tar su conducta.

    Tal vez les est pareciendo demasiado sombro este prembulo pero lo nicoque pretendo es que se entienda la razn que me lleva a buscarle una justificacina la dialectologa, actividad a la que he dedicado muchos das de mi existencia,notables esfuerzos y no pocos sacrificios. A estas alturas de la vida, uno tiende apreguntarse por la razn o la sinrazn de todo lo que ha hecho, por el acierto odesacierto de las sucesivas elecciones que lo han ido encaminando hasta su situa-cin actual, y naturalmente la profesin, lo que uno haya sido o dejado de ser ylo que uno haya obtenido, en todos los rdenes, de su actividad profesional, ocupalugar muy importante en tales reflexiones.

    Yo estudi Filosofa y Letras, que era como se llamaba entonces la carrera, por-que me haba pasado leyendo la niez y la adolescencia y me entusiasmaba la lite-ratura y eso me llev a la filologa. Dialectlogo me hice porque tuve la fortunade ser alumno de Manuel Alvar y porque las tesis de dialectologa local, el habladel propio pueblo, eran las que ms fciles e inmediatas resultaban por aquellosaos cincuenta; pero l me embarc de seguido en la empresa del ALEA y esa felizcircunstancia me fue convirtiendo en dialectlogo cabal y a ella creo que le deboel ser luego todo lo que he sido. No hace mucho, una joven periodista que meentrevistaba, tras una digresin ma sobre el actual desconcierto educativo y el des-precio que sufren las humanidades, me pregunt: Y el latn para qu sirve? Merecord de inmediato a tantas personas como, en aquellos aos, cuando yo lescontaba que estudiaba filologa o que me dedicaba a la investigacin dialectal, mepreguntaban casi inevitablemente lo mismo: Y eso para qu sirve? Como la pre-gunta casi siempre tena un trasfondo utilitario, yo podra decir ahora que a m,por lo menos, me han servido para ganarme la vida, que no es poco, e inclusopara alcanzar un cierto prestigio; pero es evidente que no podemos reducir lacuestin a una mera coyuntura individual y, descargndola de intereses persona-les y limitndola a la dialectologa, que es lo que aqu nos interesa, podemos arran-car de esa pregunta para buscar esa justificacin que andamos buscando. Para qusirve la dialectologa?, que acaso incluso convenga desdoblarla en otras dos: Paraqu ha servido la dialectologa? Para qu puede servir?

    Claro est que lo primero que habremos de plantearnos es lo que se ha deentender por dialectologa o de qu clase de dialectologa tratamos, porque si ladialectologa es el estudio de los dialectos, lo que haya de entenderse por dialec-to es asunto controvertido y aun la misma existencia de los dialectos como unida-

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  • des claramente delimitables es cuestin cuando menos dudosa. Yo acostumbrabaa comenzar mis cursos de Dialectologa dicindoles a mis alumnos que, si nos ate-namos al nombre, nos introducamos en una asignatura fantasmagrica, puestoque dialecto, segn los repertorios de terminologa filolgica, era o bien cualquierlengua en cuanto se la considera con relacin al grupo de las varias derivadas deun tronco comn, y en ese caso nuestra dialectologa no poda ser otra cosa quelingstica romnica, que adems era la denominacin de otra asignatura delmismo curso, o bien modalidad adoptada por una lengua en un cierto territorio,dentro del cual est limitada por una serie de isoglosas ms o menos coincidentes,por lo que las fronteras dialectales suelen ser muy borrosas y la concrecin de talesmodalidades harto imprecisa, y aunque era de estos dialectos no coincidentes conlenguas, de esas modalidades del espaol, de las que nos bamos a ocupar, yodudaba mucho de la real existencia de tales dialectos. Les insista en que los dia-lectlogos de verdad, los que tenamos experiencia en la investigacin geogrfico-lingstica, sabamos muy bien que lo nico que existe son isoglosas, o sea, lne-as imaginarias que separan geogrficamente fenmenos lingsticos, que estasisoglosas, a veces, se adensan o se renen en haz y crean la apariencia de una nti-da frontera dialectal que nunca lo es de modo absoluto. As pues, los dialectlo-gos podamos hablar de dialecto leons o de dialecto andaluz o de dialecto ara-gons o de dialecto argentino, e incluso dedicarles lecciones particulares ennuestros programas de la materia, pero sabiendo que slo nos referamos con talesnombres a entidades ficticias, adecuando por aproximacin denominaciones geo-grficas a complejas realidades dialectales. El peligro de tan habitual acomodacinradicaba y radica en que los no especialistas pueden malinterpretar esas denomi-naciones y creer de verdad en la existencia, como tales, de esos dialectos; puedensuponer que con esos nombres se designan entidades lingstico-geogrficas per-fectamente indivisas, homogneas, susceptibles de ser descritas compactamente. Yesto no es as, desde luego. Si la dialectologa ha abusado de esas denominacio-nes geogrficas, ha sido en parte por comodidad y en parte, tambin, porquedurante bastante tiempo su conocimiento de los hechos era tan limitado que noiba ms all de ciertas consideraciones globales e impresionistas.

    Los dialectos no existen, pero lo que s existe es lo dialectal y eso justifica laexistencia de una disciplina lingstica llamada dialectologa, una disciplina queestudia las diferencias observables en esa lengua, que tienen presencia comproba-ble pero que no afectan a la intercomunicacin entre hablantes que por ellas sedistingan. El conocimiento de lo dialectal emana de un contraste, de una compa-racin que permite establecer la diferencia. Por notables que sean las diferenciasdialectales perceptibles entre dos individuos, mientras se entiendan, no sern msque eso: diferencias dialectales; pero si se interrumpe la posibilidad de comunica-cin, si desaparece la mutua inteligibilidad, es que ya hablan lenguas diferentes.Las lenguas se originan por partenognesis, a partir de las variaciones dialectales,

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  • que pueden irse acumulando y obstruir las vas de comunicacin lingstica entrelos usuarios de las diversas modalidades de la lengua originaria. Difcil es sealarel momento en que cada una de esas condensaciones dialectales, ms o menosunitarias, se desgajan como lenguas del tronco comn, prolongando histricamen-te la maldicin de Babel. De ah la ms antigua definicin de dialecto, que antesmencion, la de cualquier lengua con referencia a las derivadas del mismo tronco.El dialecto parece que se concreta en el momento en que deja de serlo en el sen-tido de modalidad para convertirse en lengua. Tan es as que, a veces, como nocambie de nombre claramente y se normalice como tal lengua, dialecto se le sigueconsiderando. En el panorama actual de las lenguas del mundo y de su extensiny distribucin, hay muchas que no son lo que se dice que son, pues de hecho noson lenguas unitarias sino conjuntos de lenguas bastante diferenciadas, aunque sellamen dialectos. Para no tenerse que ir demasiado lejos, ah tenemos el rabe, quecomo lengua nica es una ficcin, aunque con base escrita, y ms a la mano elvasco, que como lengua unificada, a partir de sus ocho dialectos, es ms bien undeseo y un artificio.

    No hay que olvidar que la dialectologa cientfica naci para completar la his-toria de las lenguas romnicas. Su fundador fue el lingista italiano Graziadio IsaiaAscoli, en 1873, y el trabajo inaugural sus famosos Saggi ladini. Y qu era lo queestudiaba? Pues en realidad las variedades de una lengua romnica; el rtico, quehasta entonces haba permanecido ignorada por los especialistas. Surgida, pues, ladialectologa como disciplina histrica, sirvi, hasta muy avanzado este siglo, toda-va hoy en algunos casos, para completar, desde los testimonios de las hablasvivas, los saberes que la documentacin textual haba ido proporcionando sobreel lento proceso de la fragmentacin romnica y, con la geografa lingstica comobase metodolgica, se fue convirtiendo paulatinamente en una ciencia descriptivaque da noticia de las variaciones que experimenta una lengua extendida sobre undeterminado territorio, es decir, en nuestro caso concreto la dialectologa romni-ca se nos fue haciendo hispnica cada vez ms, y cuando yo me puse a hacer unatesis doctoral, en 1950, me encontr con que el modelo de la gramtica histrica,que hasta entonces se haba venido utilizando para este tipo de monografas, yano era vlido, y tuve que utilizar el de la gramtica descriptiva, aunque un tantohbrido, lo que constituy inusitada novedad. Pero la formacin histrica pesaba ytodava recuerdo que, a fines del 53, cuando comenc mis encuestas para el ALEAen la provincia de Cdiz, lo que me pareca ms valioso y me aliviaba de los aje-treos e incomodidades de la investigacin era hallar, con plena vigencia, voces quese consideraban arcaicas como verija o entenao, que estaban proclamando su estir-pe latina: VIRILIA y ANTENATUS.

    Pero lo cierto es que si la dialectologa tradicional haba servido a la historiaromnica de la lengua y haba sido una disciplina un tanto arqueolgica pero demuy clara finalidad, a la dialectologa descriptiva del espaol, aparte de establecer

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  • reas y trazar isoglosas, de deshacer algunos tpicos y aclarar no pocas erradassuposiciones sobre la realidad lingstica, no se le vea una finalidad precisa. Enalguna ocasin llegu a or que con estos trabajos que lo eran doblemente, ensu sentido recto y tambin en el etimolgico de penalidad o molestia lo quedejbamos era un testimonio histrico para que los futuros hispanistas, transcurri-dos los siglos necesarios para que se hubiese producido la fragmentacin idiom-tica, tuviesen ms fcil su tarea de lo que la habamos tenido los romanistas. Porsupuesto, una explicacin tan futurista y aleatoria no me hubiera valido en abso-luto para contentar a los que, perplejos ante mi extraa dedicacin, seguan pre-guntndome: Y eso para qu sirve? Algunos, ms cultivados, que haban visto elPigmalin de Bernard Shaw, o bien en el teatro o en alguna de sus versiones cine-matogrficas, acababan deduciendo: Bueno, t eres una especie de Mr. Higgins,que averiguas de dnde es la gente oyndola hablar, y ya dejaban de insistir enlo de la utilidad, que deba parecerles bastante escasa. Y es curioso que la nicavez que pude parecer, en pblico, un trasunto en vivo de ese personaje literario,el profesor Higgins, dej asombradas a muchsimas personas y, aunque han pasa-do quince o diecisis aos, todava hay quienes se acuerdan de ello y me lo reme-moran. Fue una tarde en un programa de Radio Nacional de Espaa, dedicado enaquella ocasin a Andaluca, en conexin la emisora madrilea, donde estaba yopara hablar del dialecto andaluz, con la emisora sevillana, a la que haban invita-do a un profesor de aquella Universidad, para que dialogramos, entre l y yo ycon el presentador y con los radioyentes que llamaban. Transcurri todo normal-mente, como suele suceder en tales casos, pero al final se le ocurri al locutor pre-guntarnos cul era, entre los acentos andaluces, el que preferamos. Contest elprofesor de Sevilla que el sevillano. Pero usted no es de Sevilla, le dije, y lo situno slo en su provincia sino, dentro de su municipio, en una aldea. No era difcily creo que cualquier buen alumno mo de dialectologa lo hubiera hecho con igualprecisin en los exmenes prcticos sobre grabaciones que yo les pona; pero elhecho produjo admiracin en los presentes e incluso llegaron a hablarme de laposibilidad de un programa de adivinacin dialectal en la radio o, mejor, en la tele-visin. Los disuad de tan peregrina idea, porque no me hubiera faltado otra cosaque, para hallarle sentido a mi dedicacin dialectolgica, convertirme de la nochea la maana en artista de variedades.

    No quera pensar que tantos trabajos slo sirvieran para discutir con los del gre-mio en revistas, simposios y congresos, o, lo que es peor, para dar pbulo a quemaestros indoctos o resentidos, polticos alcornoques y gobernantes majaderosempezasen a buscar, en la informacin que habamos proporcionado los dialect-logos, unas seas de identidad de las que, al parecer, carecan o eso se imagina-ban con sus cortas luces, cuestin que, por las fechas de mi ocasional suplantacinde Mr. Higgins, ya me inquietaba muy seriamente. Quiz era consecuencia inevi-table de la ligereza, entreverada de incompetencia idiomtica, con que se haba

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  • redactado la Constitucin. Hace aos que escrib sobre el punto tercero del art-culo tercero. Les recordar lo que ese punto dice: La riqueza de las distintas moda-lidades lingsticas de Espaa es un patrimonio cultural que ser objeto de espe-cial respeto y proteccin. He hablado despus con algunos de sus redactores y hellegado a la conclusin de que todos pensaron, al redactarlo o al aceptarlo as, quecon modalidades lingsticas estaban designando lenguas, las lenguas de Espaa,a las que ya se haban referido en los dos puntos anteriores, por lo que eludieronla palabra lengua y hasta les debi de parecer que haban hallado una perfrasiselegante. Lo malo es que tal perfrasis es absolutamente impropia y no puedeentenderse con ese sentido en absoluto. Modalidad es el modo de ser o de mani-festarse una cosa, pero nunca la cosa misma. En lingstica, la modalidad es lavariedad dialectal, bien sea geogrfica o de nivel socio-cultural, pero en ningncaso la lengua. Resulta as que una gratuita expansin retrica, del todo prescin-dible, se ha convertido en un dislate constitucional. No creo que hubiera intencin,sino lo que antes dije y que no repito, porque los errores ajenos deben ser trata-dos con comedimiento, y alguno de los padres de la Constitucin me ha confesa-do que despus de leer mi artculo sobre ese punto tercero perdi el sueo algu-na noche. Porque lo que yo deca all y aqu reitero, con la autoridad que puedadarme el haber dedicado una buena parte de mi vida a la dialectologa de campo,en Espaa y en Amrica, es que lo de considerar las modalidades lingsticas comoun patrimonio cultural necesitado de proteccin me parece, cuando menos, unafrivolidad altamente peligrosa, porque a lo que debe aspirarse, en sana ordenacinidiomtica, es a mantener la unidad, no a favorecer la disgregacin, y ya bastantetendencia a la fragmentacin existe en cualquier lengua como para que adems laalienten y protejan los poderes pblicos.

    A esas alturas, por otra parte, ya haca aos que le haba encontrado yo el sen-tido a la dialectologa descriptiva y estaba en condiciones de contestar a la repeti-da pregunta de eso para qu sirve?. Ocurri que tuve que juzgar una tesis dia-lectolgica en la que el doctorando se justificaba de haber omitido uno de lospueblos de la comarca investigada porque desdichadamente en l no haba anal-fabetos, lo que le haba impedido hallar los rasgos dialectales que iba buscando.Y lo deca as con ese adverbio, desdichadamente. Le seal al interesado la abe-rracin que tal consideracin comportaba, y que tampoco era nueva, pues en unamonografa anterior, que l inclua en el ndice bibliogrfico, otro dialectlogo pri-merizo haba dicho algo semejante: que en un determinado lugar desgraciada-mente no haba analfabetos. Cambiaba el adverbio, desgraciadamente, desdi-chadamente, y la primera vez slo me haba parecido un ingenuo lapsus, pero elreencuentro con la frmula me haca suponer que estbamos cayendo en una pre-ocupante deformacin profesional, algo as como si un mdico se lamentara de loshbitos higinicos de sus pacientes que los mantenan a salvo de infecciones y epi-demias y lo privaban a l de ejercitar sus habilidades teraputicas. Le tuve que

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  • explicar y me lo estaba, al tiempo, aclarando a m mismo cul poda ser la ver-dadera misin del dialectlogo: convertirse en una especie de mdico del idioma,capaz de diagnosticar las variaciones peligrosas en el organismo lingstico y el tra-tamiento adecuado para evitar su desarrollo anrquico y su efecto letal. Predicabaen desierto, desde luego, porque el doctor de marras, aunque elimin el desafor-tunado adverbio al publicar la tesis, se convirti poco despus en fantico sinteti-zador de una lengua inexistente, acumulando variantes de ac y de all, empare-jando lo que nunca se haba hallado junto, reuniendo rarezas, suponiendo cambiosque nunca han tenido lugar, trasformando en regla la excepcin y normalizandoanomalas.

    Estas manipulaciones dialectales para fabricar monstruos lingsticos yrecuerdo que la primera acepcin de monstruo es la de produccin contra elorden regular de la naturaleza y la segunda ser fantstico que causa espantohan sido frecuentes en los ltimos veinte aos, y los productos resultantes, apartede fantsticos y espantosos, han sido tan obviamente grotescos como para provo-car la risa en el primer instante. Vean una muestra, como ejemplo, tomada de laPrimera Gramtica Ehtremea, que se public en 1995, con dinero pblico porsupuesto, no precisamente en papel reciclado, como piden los ecologistas, sinosatinado y de mucho cuerpo, seiscientas y pico de pginas; oigan como resuelveel problema de la denominacin: Antih de colal mah alantri, se hadi nesedariutenel que aterminalmuh pol cohel po loh cuernuh el pobrema e la denominacin.Unuh se refierin a l con el nombri de Casto otruh con el dEhtremeu, musotruhmoh enclinamuh pol el segundero en asiento y hundamentu e lah siguientih razo-nih. El nombri Casto no eh otra cosa quuna afehtacin o ehnobihmu nacu elttulu e la obra de Luih Chamizu El miajn de los Castos... El trminu Cahto ehmh local y particulal quel d Ehtremeu, queh mh unibersal, puehtu que con lse comprendi la rehin entera... por esu bemuh hucheu a la muehtra gramtica:Gramtica ehtremea. Otra razn pa no huchealu Cahto eh quehta parabra nose conhorma con el abla el muehtru dialehtu, ya quen ehtremeu no sidiraCahto sino Cahtu, ya quel ehtremeu cierra toah las oh tonah finalih, qualuh-puh se simplificara en Caht.

    Dije antes que tales monstruos producen risa en el primer instante; pero sontan nefastos en el fondo, tan estpidos en la intencin que, pasado el inicial jol-gorio, lo que nos han dejado a los dialectlogos cabales ha sido un regusto amar-go, una extraa desazn, una impresin de ultraje y, lo que es peor, la certeza deque los frutos de nuestro trabajo podan ser manipulados y utilizados por cualquierimbcil o por cualquier desaprensivo con finalidades diametralmente opuestas alas que nos guiaron a nosotros y nos sirvieron de justificacin. Lo que al principiopareca una broma intrascendente, lo que yo llam la sayaguesizacin de los dia-lectos, la aparicin de los nuevos sayagueses, fue tomando un tinte cada vez mssiniestro hasta desembocar, creo yo, en lo que podemos estimar como una verda-

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  • dera crisis de la dialectologa, pues algunos de los manipuladores, sin otra activi-dad que la de amaar, para sus personales fines, los resultados del trabajo ajeno,han llegado hasta la docencia universitaria y eso es ya algo ms que un bromazo.Que Manuel Alvar y Toms Buesa, por ejemplo, tengan que contemplar como sedespedazan sus estudios sobre las hablas pirenaicas para utilizarlos como materia-les de construccin de una imaginaria fabla o lengua aragonesa; que Jess Neirao el propio Emilio Alarcos tuvieran que padecer los desafueros de los promotoresde la llingua asturiana, que unen a su cerrilismo una considerable agresividad,son algo ms ya que meras ancdotas de este interminable carnaval lingsticoespaol, donde todo el mundo parece decidido a disfrazarse de algo que no es,hasta el punto de que slo empezamos a resultar llamativos los que vamos con lacara descubierta. Emilio Alarcos, en noviembre de 1997, un par de meses antes demorir, en una conferencia pronunciada en Oviedo, en la Asociacin Socialista, dijolo siguiente: Si todos mis esfuerzos por estudiar las hablas asturianas y su historiadesde la romanizacin desembocasen en aprobar la existencia de una lengua astu-riana, me sentira verdaderamente culpable de traicin al quehacer cientfico. Perocomo la estupidez y la incongruencia son virus de desarrollo y contagio inconte-nibles, nunca puede descartarse que un da funesto se consume el dislate. Ojallos intereses pragmticos no imponga a nuestros ojos, como de costumbre, la radi-cal y arbitraria transmutacin del negro en blanco, y no se instale a perpetuidad lavalidez del retablo de las maravillas que se intenta ofrecer a la gente. Son pala-bras que no requieren comentario, slo fiel mencin y vivo recuerdo.

    En 1975 me vino a pedir un periodista tinerfeo que le prologase un libro, Ashabla la isla, en el que recoga una serie de comentarios periodsticos sobre pala-bras de notable uso insular que no haba hallado por los diccionarios. Le haba yocomentado al director del diario el inters con que lea, cada maana, aquellosrecuadros lxicos, que merecan ser recopilados en un volumen, con lo cual lehaba dado la idea y, naturalmente, le tuve que poner el prlogo. Once aos mstarde volvi a editarse, aumentado y empeorado, por supuesto con mi prlogoincluido, y con modificacin en el ttulo: Ansina jabla la isla, pero nadie estimnecesario pedirme licencia para repetir mi presentacin, que ya no lo era, eviden-temente, pues est claro para cualquiera que ansina no jabla la isla, afortunada-mente, pues si la isla jablara ansina los tinerfeos no seran lo que son, sino unapartida de palurdos iletrados, idntica, por lo dems, en sus peculiaridades lin-gsticas, a cualquier otro grupo de palurdos analfabetos del ancho mundo hisp-nico, cuya unidad no slo viene dada por la lengua literaria, sino tambin por larara unanimidad en el uso de los vulgarismos habituales.

    Claro est que tampoco me pidi autorizacin la Consejera andaluza deEducacin para ilustrar a maestros y escolares sobre la fuerza expansiva de la pro-nunciacin regional con un texto mo de 1963, en el que trataba de La fonticaandaluza y su propagacin social y geogrfica, donde me permita profetizar que,

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  • a la vuelta de doscientos o trescientos aos, la fontica andaluza habra alcanzadola costa cantbrica y la actual pronunciacin castellana sera reliquia rastreable porlos dialectlogos en algunos escondidos valles de montaa, y que eso ademsrepresentara una mayor unidad y proximidad fnica con las hablas de Amrica.Semejante majadera, que responda a mi conocimiento muy amplio, entonces, delas hablas andaluzas, pero escaso de las dems variedades peninsulares y casi nulode las americanas, he tenido que verla reproducida, destacada y fuera de contex-to, no pocas veces, con olvido absoluto de todo lo que yo haya podido escribirdespus, ms ajustadamente y con mayor conocimiento, y lo que es peor, utiliza-da institucionalmente, como digo, con fines aleccionadores e irresponsabilidadnotoria. Porque resulta, para ms inri, que en cuanto alguien se descubre unasseas de identidad, aunque sean tan dbiles y contingentes como las proporcio-nadas por determinadas particularidades articulatorias, en seguida le surge la venaimperialista y lo que desea es imponrselas a los vecinos, porque, quirase o no,sobre el afn de distincin se impone siempre el deseo de dominacin. Lo ciertoes que en la verbena lingstica nacional, donde uno tiene que sentir, irremedia-blemente y con frecuencia, vergenza ajena, en esa ocasin tal sentimiento lo pro-porcionaba el empleo abusivo de un texto mo, lo que adems me llenaba deindignacin y me obligaba a preguntarme, una vez ms, si la dialectologa tenasentido, posea una finalidad, o si slo vena a parar en esto, en darles municina los cortos de miras, en alimentar de algn modo el aldeanismo rampante.

    Para qu puede, pues, servir la dialectologa? Por lo pronto, para intentar ponercoto a esos desmanes, para hacer callar, desde la investigacin rigurosa y el sabercontrastado, a tantos arbitristas y aprovechados que se nos han unido y que, en eldesbarajuste poltico-lingstico que padecemos, se nos estn alzando con el santoy la limosna. Pues bien, que se queden con la limosna, si quieren; pero que nosdejen quieto el santo. Antes de Ascoli la dialectologa haba sido solamente entre-tenimiento o pasin de aficionados; desde la creacin de la dialectologa cientfi-ca, o los aficionados afinaron sus mtodos y se hicieron profesionales ah estEdmont Edmont, por poner un ejemplo sobresaliente o quedaron fuera de juego.En los ltimos tiempos, esos diletantes han vuelto, pero con nfulas de peritos, nopocos de ellos con licenciatura o doctorado. Habr que marcar de nuevo la rayaentre la dialectologa veraz y el esperpento. En cualquier caso, las situacionesesperpnticas no pueden durar, o al menos en eso confo, aunque quiz yo no lovea. La esperanza ha de ponerse en los dialectlogos jvenes que estn bien enca-minados y en situacin de distinguir lo verdadero de lo falso, lo natural de lo con-trahecho. A ellos quiero recordarles lo que antes dije: que la funcin del dialect-logo ha de ser la de mdico del idioma, capaz de diagnosticar y distinguir lasvariaciones peligrosas de las variaciones inocuas en el organismo lingstico yactuar en consecuencia. La lengua es siempre un proceso y ese proceso se debevigilar, pues tiende a diversificarse. Ese es el lugar de la dialectologa, que empe-

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    FUNCIN DEL DIALECTLOGO

  • z siendo histrica y, por su propia esencia, nunca podr dejar de serlo; si en suorigen fue retrospectiva, la actual habr de ser prospectiva. Con el saber acumula-do por la vieja dialectologa, la nueva puede proyectarse hacia el futuro y conver-tirse en una ciencia predictiva, capaz de establecer hiptesis sobre el porvenir delas transformaciones y denunciar aquellas que puedan llevar a la fragmentacin lin-gstica, para que la norma las rechace y el esfuerzo educativo las frene. Para esoha de servir la dialectologa: para determinar lo existente y pronosticar sus posi-bles efectos. Y el sistema educativo debera servir para atajar o impedir los efectosnocivos que la dialectologa sealara, aunque en esta hora de desatinos, tambinla norma se desprecia y, como ya he escrito en alguna ocasin, antes se hallanexpuestos nuestros escolares a or hablar de Chomsky que a ser corregidos de susposibles solecismos, porque se ha difundido la idea de que el desarrollo de la len-gua debe dejarse a la libre espontaneidad del muchacho, que es exactamente elmismo sistema pedaggico que, aplicado a los burros, consigue en poco tiempo laperfeccin y plenitud del rebuzno.

    Pero esto nos llevara por otro camino y el tiempo se agota. Me gustara ser, denuevo, un nuevo dialectlogo, como lo fui hace ms de cuarenta aos pero sabien-do ya con seguridad para qu sirve este oficio y los reveses y contrariedades a quepuede dar lugar. Pero ya slo soy un dialectlogo viejo y retirado, que nicamen-te puede ofrecer su consejo y su experiencia y justificar, ante ustedes y ante smismo, la razn de ser de la dialectologa: la de proteger desde el conocimientola siempre insegura unidad lingstica, la unidad en este caso de nuestra lenguaespaola, que es uno de los pocos bienes verdaderamente valiosos que poseemos.

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