destruccion, censura y autocensura del libro en chile[1]

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Karin Ballesteros Manríquez Bibliotecóloga, licenciada en Ciencias de la Documentación Universidad de Playa Ancha Valparaíso – Chile DESTRUCCIÓN, CENSURA Y AUTOCENSURA DEL LIBRO EN CHILE La destrucción del libro se ha presentado en diversos momentos de la historia de la humanidad y esto atenta contra principios básicos a los que tiene derecho cada individuo de la sociedad como ser pensante que necesita informarse y conocer su historia familiar, local, nacional. Esa fuerte relación entre libro y memoria nos obliga a verlos como elementos sustanciales del patrimonio cultural de la humanidad. El Estado chileno durante la década del 70 con un gobierno socialista, apoyado por comunistas, socialistas, radicales y otros partidos de izquierda, que conformaban el bloque político de la Unidad Popular, trabajó para construir un cambio cultural, social y político en el país, esto permitió una valoración positiva del libro con políticas que favorecieron la lectura en amplios sectores de la sociedad apoyados por ejemplo con la creación de la Editora Nacional Quimantú, que permitió llevar al libro a los lugares más remotos del país. Con el advenimiento de la Dictadura, se inician actos de censura donde a través de diversos métodos se procedió a destruir, censurar, autocensurar el libro y todo lo relacionado con la cultura e información. Para el nuevo régimen era necesario borrar cualquier marca que hable de la Unidad Popular. En Chile, pasados 35 años del golpe militar, el ejercicio de la Memoria Histórica es un tema pendiente Un poco de historia La producción editorial en Chile tiene un comienzo tardío en comparación con México o Argentina, ya que recién en 1811 llega la primera imprenta y en 1812 se trae a tres tipógrafos. Es así como se inicia una carrera accidentada de producción libraria.

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Page 1: Destruccion, censura y autocensura del libro en chile[1]

Karin Ballesteros Manríquez

Bibliotecóloga, licenciada en Ciencias de la Documentación

Universidad de Playa Ancha

Valparaíso – Chile

DESTRUCCIÓN, CENSURA Y AUTOCENSURA DEL LIBRO EN CHILE

La destrucción del libro se ha presentado en diversos momentos de la

historia de la humanidad y esto atenta contra principios básicos a los que tiene

derecho cada individuo de la sociedad como ser pensante que necesita

informarse y conocer su historia familiar, local, nacional. Esa fuerte relación entre

libro y memoria nos obliga a verlos como elementos sustanciales del patrimonio

cultural de la humanidad.

El Estado chileno durante la década del 70 con un gobierno socialista,

apoyado por comunistas, socialistas, radicales y otros partidos de izquierda, que

conformaban el bloque político de la Unidad Popular, trabajó para construir un

cambio cultural, social y político en el país, esto permitió una valoración positiva

del libro con políticas que favorecieron la lectura en amplios sectores de la

sociedad apoyados por ejemplo con la creación de la Editora Nacional Quimantú,

que permitió llevar al libro a los lugares más remotos del país.

Con el advenimiento de la Dictadura, se inician actos de censura donde a

través de diversos métodos se procedió a destruir, censurar, autocensurar el libro

y todo lo relacionado con la cultura e información. Para el nuevo régimen era

necesario borrar cualquier marca que hable de la Unidad Popular.

En Chile, pasados 35 años del golpe militar, el ejercicio de la Memoria

Histórica es un tema pendiente

Un poco de historia

La producción editorial en Chile tiene un comienzo tardío en comparación

con México o Argentina, ya que recién en 1811 llega la primera imprenta y en

1812 se trae a tres tipógrafos. Es así como se inicia una carrera accidentada de

producción libraria.

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Iniciado el siglo XX comienza a sentirse la necesidad de informar e

informarse como elemento emancipador de conciencias, y se crean diversos

boletines o gacetas, sobre todo de los movimientos obreros de las salitreras.

Quimantú, libros para todos y todas

Este lento proceso tiene un auge en los 60 y con la llegada de Salvador

Allende a la presidencia de Chile, se crea la Editora Nacional Quimantú.

Esta editorial tiene como gran logro llegar a los lugares más recónditos de

Chile, país bastante largo y de difícil acceso.

La Editora Nacional Quimantú nace oficialmente el 12 de febrero del año

1972, pero la historia comienza un poco antes, por una parte con la huelga que

sostienen cerca de 1.000 trabajadores de la Editorial Zig-Zag, quienes

demandaban mejoras salariales, lo que tras una negociación concluye con la

compra de la editorial por parte del gobierno de la Unidad Popular y por otra con el

proyecto político de esta nueva alianza por desarrollar la cultura y llevar la lectura

y el conocimiento a todo el pueblo de Chile, sin importar su condición social o

lejanía territorial. Esta idea quedó plasmada en el Programa de La Unidad

Popular “[...] por el acceso de las masas populares al arte, la literatura y los

medios de comunicación [...] el sistema de cultura popular estimulará la creación

artística y literaria y multiplicará los canales de relación entre artistas o escritores

con un público infinitamente más vasto que el actual.” Idea que ya manejaba

Salvador Allende cuando fue diputado el año 1967 al presentar un proyecto de ley

con motivo de crear una Editorial del Estado. Y aunque en sus inicios el nombre

era Editora Nacional Camilo Henríquez este fue cambiado por Empresa Editora

Nacional Quimantú que es un neologismo de la lengua mapuche que significa Sol

del Saber.

Los objetivos que se propuso Editorial Nacional Quimantú son dos, primero:

“instalar al libro a un precio al alcance de todo el pueblo chileno, mediante una

política de producción, distribución y tiraje que disminuyera costos de edición y

venta. Segundo, concebir el libro como un elemento emancipador de conciencias

para el Nuevo Chile que emergía con el gobierno de Salvador Allende”

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El concepto de libro en este nuevo Chile tiene un poder emancipador de

conciencias, es la herramienta para liberar al pueblo de la ignorancia. Por esta

razón el Gobierno de la Unidad Popular se propone bajar el costo de edición,

para poder aumentar la distribución de cada libro, masificándolo de tal manera que

no quedó un rincón de Chile, un quiosco al que no llegara un texto de Quimantú.

Navarro (2006:53) relata “encontré, en pleno paro de octubre de 1972, en el bus

que cruzaba sobre la balsa entre dos pequeños pueblos de la isla de Chiloé, [que

está a más de 1.500 km de la capital al extremo sur del país], a un lugareño

extrayendo del bolsillo trasero de su ajado pantalón un Minilibro” lo que demuestra

lo alejado que podían llegar estos pequeños libros. Minilibros se inicia en agosto

de 1972 y logra editar 55 números, con un tiraje total de 3.660.000 libros,

destacando además, el tamaño, ya que podía leerse en cualquier parte, porque

eran fáciles de transportar.

La destrucción de la construcción

Es posible encontrar en el período 1830-1840 la calificación para algunos

libros como peligrosos, a lo que Andrés Bello responde a través de periódicos de

la época “¿Toleraremos que esta prohibición subsista?, ¿no es ya tiempo de alzar

el entredicho que nos priva de tantos libros útiles y necesarios?”. Bello

consideraba que no se debía someter el entendimiento y la razón a un calificador

arbitrario, que no se debía privar al hombre del ejercicio de todas las facultades

intelectuales, que este podía elegir entre lo que realmente le interesaba o no.

Entre el 11 de septiembre de 1973 y 1990 en Chile se produjeron múltiples

actos de censura, autocensura y destrucción, en este caso hablamos de libros,

revistas o material audiovisual, algunos de éstos quedaron para siempre en la

memoria de los telespectadores que vieron las imágenes transmitidas en directo.

En los relatos recopilados es posible encontrar versiones sobre las primeras

imágenes de “masivas quemas de libros por la TV militarizada, que cumplieron

con la educativa tarea de que cada poseedor de una biblioteca conformada por

algunos textos con el sello Quimantú fueran los propios incendiarios de sus libros”.

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El diario La Tercera, el 6 de octubre de 1973 habla de la técnicas más

sutiles a las que se recurrió para eliminar los libros considerados ‘malos’ “... se

ofreció a los empleados públicos del Instituto de la Reforma Agraria que todos los

impresos ‘malos’ que encontraran y denunciaran serían vendidos para hacer pasta

de monopolio papelero, y su importe se convertiría en una gratificación para los

empleados”.

Lo anterior coincide en los inicios de la dictadura con el relato de Ariel

Dorfman (1974: 10), quien cuando estaba en la Embajada de Argentina, vio pasar

camiones en dirección a Puente alto, iban desde la Editorial Quimantú hasta la

Papelera, los militares se habían dado cuenta que era más económico devolver

los títulos ya impresos a la papelera “en ese estado, guillotinados, perdían

igualmente su carácter subversivo, se le borraban sus palabras y conservaban en

cambio su integridad física [...] volvían a beneficiar a los viejos dueños

monopólicos de Chile”

La idea del nuevo régimen era la destrucción de todos los diarios, revistas,

libros, banderas, retratos o símbolos que tuvieron relación con las ideas de la

Unidad Popular.

“En este escenario, se desmanteló Quimantú; partieron al exilio miles de

creadores, censuraron las publicaciones de diarios, revistas y libros y la televisión

comenzó un concienzudo proceso de achatamiento colectivo. La prensa escrita se

redujo a dos cadenas de diarios cuyos propietarios eran fervientes partidarios de

la dictadura”. Navarro op cit. Y no tan sólo se ataca a esta editorial o los libros, si

no también se interviene y desmantela las instituciones culturales existentes,

crean a muy corto andar acciones orientadas a desmantelar el aparato cultural, sin

tener siquiera muy claro por qué sustituirlas. “Con la designación de rectores

militares en las universidades, se interviene de hecho los canales de televisión

universitarios, la toma a mano de militares de las instalaciones de Quimantú

[poniendo en su lugar la Editora Gabriela Mistral que posteriormente quebraría en

el año 1985], Chilefilms, el Museo de Bellas Artes y Televisión Nacional, señalan

que la guerra contra el comunismo se daba también en el terreno de la cultura”.

Ibid.

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Si bien no todas las editoriales sufrieron la misma suerte, algunas como lo

declaró Eduardo Castro de Editorial Universitaria “se guardaron en bodega los

[libros] que se consideraron más conflictivos y luego el directorio se comprometió a

no publicar libros políticos o religiosos” esto es similar a lo que dice Alfonso

Calderón Scuadrito al afirmar “Era la época en que los militares nos censuraban y

también nos autocensurábamos por precaución [...] en la Revista Cauce nos

prohibieron las fotos, cuando censuraban una, quedaba el hueco en blanco. Estas

revistas tuvieron una vida muy accidentada, prohibiciones, detenciones,

amenazas”

Los libros censurados fueron entre otros Poemas Inmortales e Incitación al

Nixonicidio de Pablo Neruda, La Viuda del Conventillo de Alberto Romero, El

Chilote Otey y El Ciclista del San Cristóbal de Antonio Skármeta. La lista de libros

censurados es bastante larga, el ensayo de Claudio Orrego: El Ideal y la Historia,

publicado en edición privada, fue requisada y guillotinada. El libro-testimonio de

Máximo Pacheco Guzmán que se refería al hallazgo de un cementerio de

cadáveres descubierto en 1978 en la localidad de Lonquén, donde fueron

incinerados vivos y la posterior investigación judicial fue rechazada por el general

Humberto Gordon Rubio en julio de 1980 con el argumento de “La publicación de

ese libro no ayuda a la convivencia fraternal de los chilenos”

Millas (1985) menciona varios casos de interés, como lo tragicómico que le

sucedió a Gustavo Olate, quien en marzo de 1973 publicó una novela titulada

“Los Asesinos del Suicida”, por la que permaneció tres meses en un campo de

prisioneros de Cuatro Alamos, hasta que un día un oficial lo llamó para decirle:

-¡Pero en el ejemplar dice que se editó en marzo!, a lo que el autor le respondió

-Eso lo que llevo repitiendo todo este tiempo. Y en todo caso no se autorizó su

circulación y se le aconsejó -Salvo que le cambie el título. Pero tampoco le habría

servido, pues la obra ya había sido quemada.

La censura y destrucción de libros llega a todas partes. La Tercera da

cuenta de esto: “el domingo 23 de septiembre la tropa allanó la Remodelación

San Borja, un conjunto de torres habitacionales [...] La operación se inició a las 6

horas y durante catorce horas que duró la hoguera hecha con los libros y panfletos

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políticos ardió todo el tiempo. En esta operación se quemaron colecciones de la

revista Chile Hoy, la bandera cubana, retratos del Che, libros como el Caso

Schaneider, El tankazo del veintinueve de junio”.

“El canal 13 de la Universidad Católica mostró con deleitación en una toma

directa cuando se incineraba un ejemplar en francés de la tesis del profesor

Polantkas sobre el fascismo” Rama op.cit, lo que corrobora Calderón “En ese

tiempo me tocó ver mucha cosas, la quema de libros, sin embargo, la vi en París,

de visita donde unos amigos. Un niño que veía la tele llegó corriendo a avisarnos

que en Chile estaban quemando libros de Francia...” lo que demuestra que este

tipo de hechos no fue aislado, que se realizó en diferentes momentos de la

dictadura.

Los relatos de autocensura y destrucción se multiplican

Múltiples personas sintieron que sus vidas podían estar en peligro e

hicieron caso a los bandos militares y destruyeron sus propias bibliotecas, ya sea

incinerándolas o guardándolas bajo tierra. Patricia Verdugo dice “Al atardecer,

comenzamos a destruir revistas, discos, documentos. Ya éramos presa del terror y

entendíamos que había comenzado una pesadilla de persecución [...] quemamos

revistas y libros de izquierda y libros de marxismo...”

Otro de los tantos testimonios cuenta que “en la casa de una amiga de

Santiago, enterraron en el patio una buena centena de libros de marxismo y a la

ligera, el mismo día 11, sin posibilidad de envolverlos en plástico como para

recuperarlos después. Y en el baño que marón el Diario El Siglo y todos los

hermosos posters de la UP que decoraban la casa”.

“En la casa donde me fui a refugiar el día del golpe, quemábamos libros,

diarios, posters, cartas, panfletos y material diverso de propaganda en el patio,

viendo con horror como los helicópteros circulaban por encima de nuestras

cabezas y pensando que en cualquier momento nos vendrían a allanar”

“En la casa de unos amigos, tiramos varios centenares de libros por un

conducto de ventilación bastante amplio que había en los baños del edificio y que

tenía una tapa de rejilla que se podía sacar. Nunca supe si alguna vez volvieron a

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sacar el material de ahí”.

“Como trabajador de Quimantú tenía gran cantidad de libros en mi casa,

que nos regalaban, después del golpe y ante el allanamiento masivo, y que vimos

como en el otro edificio de trabajadores de Quimantú había sido allanado y

quemado piras de libros en el patio, procedí a poner libros en sacos e ir a tirarlos

al Mapocho. Caminaba unas 5 cuadras y me paraba en el puente, de espalda al

rio y soltaba la carga, tuve que hacer el viaje como cinco veces, el miedo era muy

fuerte y así me deshice de todos los libros Quimantú”.

Una estudiante de la época y actual bibliotecaria manifiesta que “Al

momento del golpe militar la mayoría de nosotros manteníamos en nuestras

pensiones universitarias bibliografías relacionadas con nuestras carreras, la cual

nos vimos en la imperante obligación de hacerla desaparecer, para tal efecto y

dentro de las escasas posibilidades que teníamos en ese momento procedimos a

QUEMAR. No fue una decisión sino una salida, una escapada ante el miedo y el

terror que nos producía el hecho que una vez que nuestras pensiones fueran

allanadas por los militares, por un lado seriamos detenidos nosotros y por otro

serían detenidos o involucrados los dueños de la pensión. La quema de libros la

realizamos en las logias de los departamentos, hoja por hoja en tarros de leche

para que no se produjera mucho humo, la tarea fue muy difícil y lenta, ya que

además muchos departamentos realizaban esta acción al mismo tiempo […] ante

la premura del tiempo y del complejo panorama que vivíamos tanto los

pensionistas como los dueños de casa, este se puso de acuerdo con el encargado

de la reposición de los tambores recolectores de basura que se encontraban bajo

los incineradores de los departamentos y a las 6 de la madrugada de un día muy

cercano al 11 procedimos a tirar envueltos como paquetes los libros restantes, los

cuales fueron depositados en el camión de la basura que pasó por el lugar horas

después. Al siguiente día y por seguridad de su familia el dueño de casa solicito a

los estudiantes de sociología abandonar su pensión, así lo hicimos”

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En el Alpatacal quemé libros

El siguiente relato corresponde a un periodista, militante del Partido

Comunista.

El día viernes 14 de septiembre de 1973, cuando yo era jefe de prensa de

la Radio Portales de Santiago, me encontraba en una casa de seguridad cuando

fuimos sorprendidos por una patrulla militar con apoyo de civiles.

Fuimos subidos junto a varios otros jóvenes (de ese tiempo) a una

camioneta de color verde y trasladados primero a la 17 comisaría de carabineros

en Avenida Las Tranqueras (Las Condes) Allí nos quitaron las cédulas de

identidad y nos ficharon luego de interrogarnos sobre el paradero de gente como

Carlos Altamirano (PS) Luis Corvalán (PC) y otros y también sobre la existencia de

armas ocultas (en la radio o en otras partes). Ante nuestra negativa por absoluto

desconocimiento de esas materias, decidieron trasladarnos, en un furgón policial

esa misma noche hasta la Escuela Militar.

Nos ingresaron a unos pasillos en el edificio principal donde estuvimos de

pie y formados durante horas. Muy tarde en la noche, nos dijeron que la escuela

estaba siendo asaltada y nos vendaron los ojos (a unos tres o cuatro compañeros,

no lo recuerdo bien ahora).

Nos sacaron al patio Alpatacal -el mismo donde velaron a Pinochet- y nos

anunciaron que seríamos ejecutados si continuaba "el ataque". En verdad se

sentían tiros, pero muy lejos.

Recuerdo que pensé en mi hijo, nacido recién en abril del 73 y también en

gritar algo antes de morir. Tuve en mi mente algo como "viva Allende" o algo

parecido porque ya sabíamos que el Presidente había muerto. Pero no pasó nada,

aunque la escena se repitió dos veces esa misma noche.

En la noche apagaron todas las luces del edificio y mal dormimos en los

pasillos de la escuela. Por la mañana fuimos interrogados y me di cuenta que

tenían absolutamente todos nuestros datos personales-. Incluso donde había

nacido, mis abuelos (uno era militar), etc.

Después nos sacaron al patio a formarnos y lavarnos con agua en toneles.

En otros de estos mismos artefactos había bencina o parafina (lo desconozco) y

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montones de libros. Nos hicieron prenderles fuego. Recuerdo ediciones de la

revista cubana Bohemia, libros de arte sobre cubismo, publicaciones de la

editorial Quimantú, obras de Marta Harnecker y,desde luego, Marx, Engels y

Lenin. Los libros llegaban en camiones militares y eran varios kilos.

La orden era quemarlos todos, tarea en la que estuvimos un par de horas.

Al mediodía fuimos subidos a unos buses y agachados en el piso con las manos

entrelazadas en la nuca, fuimos trasladados.

Más tarde reconocimos el lugar: el Estadio Nacional, lugar donde yo

permanecí hasta fines de septiembre sometido a parrilla eléctrica, golpes,

maltratos, durmiendo en un baño de los camarines junto a decenas de

compañeros.

Cuando se anunció que venía una delegación de la Cruz Roja Internacional

liberaron a numerosos compañeros, entre ellos a mí.

Más tarde, en Buenos Aires, me enteré que lo de la quema de libros fue un

operativo generalizado en poblaciones, en la Universidad Técnica del Estado, en

la Universidad de Concepción, en La Serena y otros lugares, porque vimos

fotografías y películas por la televisión Argentina.

También recuerdo que, en mi casa habitación, mi mujer escondió mis libros

y discos en un entretecho –todavía deben estar allí, si no los han descubierto.

Y en esta historia no hay fin…

Lamentablemente los relatos entregados son muchos mas, se multiplican

en la medida de la conversación cotidiana con personas que vivieron el periodo

del golpe militar y su larga dictadura, pero no se quedo tan sólo ahí, porque el

sistema implementado de terror cultural también ha provocado una gran apatía y

poco fomento a la lectura en Chile, por lo que no es poco común saber de quema

o destrucción de documentos, como ocurrió el año 2006 en la Universidad de

Chile en el que se quemaron 1200 documentos patrimoniales, aduciendo que fue

realizado por un grupo de manifestantes mapuches, de paso criminalizando un

movimiento que constantemente se deslegitimiza por parte de autoridades de

gobierno y por otro lado no existe autocritica de cómo debe almacenarse la

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documentación valiosa, ya que no puede ser que se deje en una bodega, como

simples papeles.

Y el ultimo caso que corresponde a la ciudad de Quillota en la cual se tiró al

rio y quemó documentación del Archivo Judicial, con legajos que van desde el año

1843 a 1990. Apenas pudiéndose rescatar una quincena.

Lo anterior demuestra que la educación en la protección del patrimonio

histórico - cultural es una tarea pendiente.

Un país sin memoria es un país sin historia, ya que la historia no es tan solo

la que se encuentra en los libros, si no la que podemos reconstruir a través de

relatos.

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BIBLIOGRAFÍA

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sumerias hasta Irak. Buenos Aires: Sudamericana, 2005. 408 p. ISBN 950-07-

2615-7

BALLESTEROS, Karin. Destrucción del libro en Chile durante la dictadura militar

1973 -1990. Valparaíso, 2007.

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MILLAS, H. Los señores censores. Santiago: Ed. Caperucita Rojas de feroz, 1985.

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NAVARRO, A. Cultura: ¿quién paga?, Gestión, infraestructura y audiencias en el

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Para todos los llamados... Quimantú de la A la Z. Santiago: Editorial Quimantú,

2003. ISBN 956-8290-00-1

SUBERCASEAUX, Bernardo. Historia del libro en Chile (alma y cuerpo). Santiago:

Lom, 2000. 223 p. ISBN 956-282-330-X

PRENSA¡Botaron y prendieron fuego al archivo judicial de Quillota!. El Observador, Quillota, 29 de febrero, 2008: p. 5.

Violentistas queman 1.200 libros en protesta pro mapuche en U. de Chile. El Mercurio, 30 noviembre, 2006: p. C6.

Los valiosos libros que fueron quemados por encapuchados en la U. de Chile. La Tercera, 1 de diciembre, 2008: p. 26.

Entrevistas a quienes quisieron hacer el ejercicio de la memoria, algo que no es fácil en este país.