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Destino:

Atlántico Sur

3030añosaños

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Diseño y diagramación:

Corrección de estilo:

Mejoramiento fotográfico:

Sergio D´Alesio

Lic. Bibiana Patricia Camperi

Ing. Ignacio Amendolara

Lo Balbo, AlfredoDestino Atlántico Sur. - 1a ed. - Buenos Aires : Alfredo Lo Balbo Ediciones, 2012.E-Book.

ISBN 978-987-27826-0-3

1. Sanidad. 2. Guerra de Malvinas. I. TítuloCDD 997.110 24

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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Mario Baigorí. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Raul Héctor Bidegorry . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

Hugo M. Catalán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

Roberto Coccia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

Roque W Cvitanovich . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

Carlos A. Espinosa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

Alberto Fernández. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

Pablo Hautcoeur . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

Armando M. Mercado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

Víctor Mónaco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

Jesús A. Moyano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

Guillermo Pandolfi. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

Carlos M. Patané . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

Pascual Pelella . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

Oldemar S. Sacilotto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119

Néstor O. Vitale . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

Certificado Academia Nac. de Farmacia y Bioquímica. . . . . . . . . . 135

Abreviaturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136

IndiceIndice

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ños atrás, leyendo un libro sobre el conflicto de1982, me pregunté cuántos colegas bioquímicos y farmacéu-ticos habían estado en la guerra, una guerra que en su atroz ydescarnada realidad se hizo presente hace 30 años en Argenti-na, cuando la diplomacia no logró soluciones pacíficas para losdisputados archipiélagos del Atlántico Sur que se convirtieronen campos de batalla.

Me inquietaba saber cómo, en un país en el que no exis-tían antecedentes cercanos de una medicina de guerra ni cono-cimientos sanitarios para el manejo de emergencias en un esce-nario bélico, estos profesionales habían logrado brindar susservicios y conocimientos para mitigar dolores y aliviar sufri-miento en medio de carencias logísticas y hospitalarias; cómohabrían hecho para sobreponerse a sus propios temores,enfrentar el crudo desafío y luchar por la vida con denodadoesfuerzo. Y empecé a imaginar las lógicas impresiones queheridos, mutilados y muertos dejarían en sus memorias.

Entonces, comencé a armar una lista con la ayuda de unbioquímico veterano. En forma paciente fui ubicando a los die-ciséis colegas que habían participado en el conflicto. Con algu-nos pude reunirme, conocerlos personalmente. Con otros, noscomunicamos a través del teléfono o por correo electrónico.Todos me confiaron sus vivencias y recuerdos con generosidadlo que hace posible este testimonio y por lo que estoy agrade-cido.

Poco y nada se sabe de los heroicos desvelos de estosprofesionales que trabajaron en las líneas de combate, en losarriesgados traslados expuestos al fuego enemigo, en el trata-

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IntroducciónIntroducción

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miento hospitalario o en el puesto de socorro, y en la evacua-ción al continente atravesando un cerco aéreo y marítimoimplacable, quienes, dadas las extremas circunstancias, enmuchas ocasiones tuvieron que recurrir a la improvisaciónpara resolver los problemas que iban surgiendo.

Y es ante estas instancias en que uno se admira de lagrandeza de estos profesionales argentinos que logran eltriunfo más humano y elemental, el de salvar vidas, destacán-dose tanto por las capacidades individuales como por la for-mación académica adquirida, rasgo fundamental del logro deesta empresa.

El año pasado esta investigación fue seleccionada parasu presentación en la 155º Jornada Científica de la AcademiaNacional de Farmacia y Bioquímica. La aceptación recibida porparte de la comunidad académica fue el motivo final para con-cluir este trabajo, cuyo único propósito es poner a la luz laentrega, idoneidad profesional y valor de estos hombres.

Esta es la historia de bioquímicos y farmacéuticos quese desempeñaron en circunstancias extremadamente terri-bles, vividas en nuestro territorio nacional, resueltas con valorhumano y científico, enmarcadas en la ética para el ejercicio denuestra profesión. Los relatos trascienden el ámbito de la sani-dad, pues serán de interés general, en especial para los profe-sionales en el campo de las emergencias y catástrofes.

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Bibiana Camperi, que sacrificó horas de su familia paralas correcciones de estilo.

Ignacio Amendolara, que con sus conocimientos reali-zó el mejoramiento fotográfico conservando el rigor históricode las imágenes.

Sergio D’Alesio, que con creatividad y paciencia diseñóel presente trabajo.

A quienes aportaron imágenes y explicaciones aclara-torias: Eduardo Rotondo, Daniel Gionco, Roberto Stvrtecky,Graeme Stringer, Francisco Kawa, Ricardo Hermelo,

Oscar Lazarte y Alberto Coletta.

A todos los que brindaron sus testimonios: Raúl Bide-gorry, Roque Cvitanovich, Guillermo Pandolfi, Oldemar Saci-lotto, Néstor Vitale, Hugo Catalán, Carlos Espinosa, Jesús Moya-no, Armando Mercado, Roberto Coccia, Carlos Patané, PabloHautcoeur, Víctor Mónaco, Pascual Pelella, Mario Baigorí, yAlberto Fernández.

Juan Nico-lau, Roberto Estevez,

Alfredo Lo Balbo

AgradecimientosAgradecimientos

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omo muchos otros, había tomado la decisión deno interrumpir mis estudios universitarios por el servicio mili-tar obligatorio (SMO) mediante una prórroga. Por esta causame encontraba en marzo de 1982 cumpliendo con mi cuartomes de servicio en el Ejército en condición de aspirante a oficialde reserva (AOR), por ser universitario. Una vez terminado elcurso en el Liceo General San Martín, primera etapa del servi-cio, se nos concedió una licencia temporaria a cada aspirantepara visitar a nuestras familias. Con posterioridad finalizaría-mos el cumplimiento de nuestro deber cívico en un lugar asig-nado, ya como profesionales.

Al tiempo fui enviado al Hospital Militar Maldonado ubi-cado en el Regimiento de Patricios, dentro de la agrupación mi-litar Villa Martelli. Luego de una breve estadía en el hospital, ungrupo de suboficiales y soldados fuimos asignados al Regi-miento Logístico 10 a la espera de un nuevo destino.

El día 2 de abril de 1982 se realizó una parada militar yel jefe de regimiento nos comunicó que tendríamos el honor dedefender a la Patria en la región austral recientemente recupe-rada, particularmente en la isla Soledad.

A partir de ese momento, las actividades fueron frené-ticas; nos alistamos con el equipamiento completo y las vitua-llas que nos dieron para partir rumbo a la región insular.

Dentro de mi cabeza no me imaginaba que pudiera rea-lizar alguna actividad relacionada con mi profesión, porque unbioquímico en el campo de batalla sólo consideraba que podríaser combatiente. De hecho, entre mis pertrechos estaba el FALcon sus cuatro cargadores de municiones.

CC

Mario BaigoríMario Baigorí

El Dr Baigorí, un bioquímico que sedesempeñó en la vital tarea deatención primaria de heridos en elCIMM (hospital interfuerzas)

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El viaje comenzó siete días después y nuestra primeraescala fue Río Grande en el extremo sur del país. Recuerdo queviajamos en un avión de línea sin asientos de modo que pudié-ramos entrar más cantidad de personas. Esto provocó entre no-sotros ciertas frases anecdóticas que hoy resuenan en mi men-te como una ironía:

_ ¡Este viaje es muy incómodo!

_ No te preocupes. A la vuelta va a ser más confortable.

Llegamos al anochecer; no veíamos mucho. Nos reci-bieron el frío y el intenso viento del sur, que se colaban sin re-sistencia por nuestros livianos uniformes que traíamos de Bue-nos Aires. Nos cambiaron la vestimenta por otra más adecuadapara el clima de las islas, hicimos noche y después de dos o tresdías volamos a Malvinas en un avión más pequeño.

Recuerdo que yo llegué a Puerto Argentino el día 13 deabril. Nos enviaron a lo que pasaría a ser usado como hospitalmilitar. Yo aún ignoraba qué funciones podría cumplir. Allí co-nocí al primer teniente Fernández, bioquímico de Fuerza Aé-rea, a varios suboficiales del Ejército que venían desde el Hos-pital Militar de Comodoro Rivadavia y, posteriormente, al doc-tor Pandolfi de la Armada, que venía de haber realizado la cam-paña antártica. Por supuesto me encontré con varios amigosque habían realizado el curso de AOR.

Se instaló un servicio que permitía realizar básicamentetoda la rutina de un laboratorio de hospital. En un momento dela guerra estuvimos sin suministro eléctrico y para sostener sufuncionamiento hubo que realizar una conexión a un sistemaelectrógeno que compartíamos con otros servicios, incluyendoel quirófano. De acuerdo con las charlas que mantenía con miscamaradas médicos, éstos estuvieron conformes con el fun-cionamiento del laboratorio.

Sin embargo, lo que básicamente recuerdo no tiene quever con frotis, enzimas o hemogramas. Tengo en mi memoriaun salón lleno de heridos de diferente consideración, pero bási-camente en shock, a los que les realizaba análisis de grupo yfactor como se pudiera. El serotipo lo anotaba con un marca-dor en un lugar visible para que los médicos pudieran obrar enconsecuencia y, después, obtenía el hematocrito. Esta situa-ción se acentuó a partir del ataque del primero de mayo.

Mario Baigorí

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En verdad, ha pasado mucho tiempo y no es fácil recor-dar muchos detalles. Recuerdo estar con los heridos que llega-ban, a veces, en cantidades importantes. Mientras sufríamos elbombardeo hacíamos oscurecimiento, aun de día; parece iló-gico pero la idea era generar un reflejo condicionado de modode hacerlo mecánicamente.

Recuerdo, también, y no creo que pueda olvidarlo, cuan-do tuve que poner con el marcador indeleble “NN” en la cara dealgunos camaradas caídos en combate que no tenían identifi-cación. Me dolía y me duele todavía que un soldado de la Patriasea un NN, pero eso es otra historia. La guerra terminó, ya sabe-mos cómo. Sentí un profundo dolor de volver vencido.

El llegar a Buenos Aires todo mugriento y ser llevadopor la ciudad en un colectivo con las ventanas tapadas creo queme dolió más que todo lo vivido. Y pensar que durante el tiem-po que estuve allá, siempre pensaba en lo mal que lo estaríanpasando en el continente…

Eso fue solo el principio de desilusiones y dificultadespara volver a estar inserto en el sistema laboral profesional. Delo actuado en Malvinas me siento orgulloso, aunque tambiénherido al ver las actitudes que tienden a olvidar a los veteranos.

Lamento el intento de aumentar su número con el objetode disolvernos. Pareciera que si somos pocos y estamos muy con-centrados, dejamos mal sabor. Entonces, se tiene la ocurrenciade aumentar el número de veteranos de las Islas Malvinas su-mando a cada ex soldado de la época sin importar lo que haya he-cho. Quizá así, tal vez, seamos más aceptables al paladar.

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Mario Baigorí

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El edificio que se utilizó para instalar elCIMM "Centro Interfuerzas Militar Malvinas"(Hospital Militar Conjunto), lugar donde sedesempeñaron numerosos profesionales de

la salud, entre ellos el Dr. Mario Baigorí.Fuente: Eduardo Rotondo

Evacuación de heridos hacia elcontinente. El puente aéreo se mantuvooperativo durante todo el conflicto conun elevado riesgo debido al bloqueoimpuesto por las fuerzas británicas.

Fuente: José Soria

Mario Baigorí

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ealmente no esperaba ser convocado para ir a Mal-vinas. No porque no lo deseaba sino por haber sido enviado mijefe superior anteriormente y quedar mi destino sin personalen el área de bioquímica. No obstante, recibí la notificación depresentarme en AGRUNAVINAS el día 21 de abril de 1982.

En esa época me encontraba incorporado a la ArmadaArgentina con el grado de teniente de fragata bioquímico, en elescalafón profesional. Había realizado la especialidad militarde medicina subacuática en la Escuela de Buceo de Mar del Pla-ta. A comienzos de 1982 mi destino era la Escuela de Mecánicalugar donde se realizaban los estudios de salud a quienes aspi-raban a ingresar a la institución.

Partí esa noche en tren desde Constitución hacia BahíaBlanca; después del mediodía del 22 de abril, despegó de la ba-se Espora el avión con destino a Río Grande. El día 24 de abril lle-gué a Puerto Argentino bajo condición de alerta roja, en un F-28, sin asientos y con siete mil kilos de pertrechos de guerra. Meacompañaban un médico, cuatro suboficiales y cinco soldados.

Me presenté en el Comando de la Armada y allí me in-formaron que mi función en el conflicto del Atlántico Sur era lacustodia y responsabilidad de todos los medicamentos en lasIslas Malvinas pertenecientes a SPAC (Servicio para Apoyo deCombate). A su vez, por ser el oficial a cargo debía retirar del ae-ropuerto toda documentación, pertrechos, alimentos y medi-cinas para la Armada.

Con el correr de los días me encomendaron otra fun-ción: santa sepultura a los caídos en combate de nuestra fuer-

RR

Raúl Héctor BidegorryRaúl Héctor Bidegorry

Los servicios para apoyo decombate donde se desempeñó elDr. Bidegorry se instalaron en elClub de los Reservistas (FIDF)

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za. Contaba con la ayuda de un cabo principal y ocho soldadosa mi cargo para realizar las tareas asignadas: todos hombresdel Batallón de Infantería de Marina 5 y el Regimiento de Infan-tería 3 del Ejército.

Junto al médico salíamos a recorrer las posiciones enlas afueras de Puerto Argentino a fin de acercarles lo que nece-sitaban de nuestros depósitos que estaban bien surtidos; dadala gran extensión del trayecto, nos turnábamos yendo uno ca-da día. No fui herido en combate, pero estuve en situacionesmuy comprometidas de fuego naval y aéreo.

Mi lugar de descanso en Puerto Argentino era un pub deescasas dimensiones que pertenecía a FIDF (

), donde dormíamos los oficiales subalternosde la Armada. Cuando llegué a ese lugar, el espacio disponi-ble para mi bolsa de dormir era debajo de la mesa de billar y ahídescansé mis cincuenta y seis días en las islas.

El pub no tenía baño y menos ducha. Afuera había unacanilla donde humedecía un trapo y me higienizaba superfi-cialmente. Un día me enteré de que el comandante de uno delos dos guardacostas que tenía Prefectura Naval desplegadosen las islas permitía una ducha ocasional en el buque. Así queluego de dieciséis días pude bañarme y… ¡fue una bendición!

Recuerdo que uno de los que dormían en el pub era elTFAN Benítez, fallecido en un accidente al aterrizar en PuertoArgentino luego de una misión de combate. Fui encargado desu sepultura, situación muy dolorosa por haber compartidomomentos con él y por las características del suelo de las islas(unos centímetros de turba y luego roca)

Otro padecimiento era la alimentación: una comida dia-ria que alternaba entre guiso de arroz o guiso de lentejas _en-tiéndase sólo agua y legumbres. Un día empezó a circular el ru-mor de que los ingleses traían armas químicas y el único quedisponía de soluciones de antídoto era yo. Se me ocurrió can-jear algunos “sachets” de tiosulfato de sodio por carne conge-lada que recibía la Fuerza Aérea desde el continente.

_ ¿De dónde saca la carne, oficial?_ intentó sonsacarmemi jefe entre curioso y admonitorio.

Falkland Islands

Defence Forces

Raúl Héctor Bidegorry

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Pero no insistió demasiado. Y la misma pasó a enrique-cer el guiso diario para alegría de todos.

Sin embargo, algunas luces parpadeaban entre tantasombra: tuve la suerte de encontrarme con un subteniente delEjército, oriundo de mi pueblo, Villaguay. Este oficial era el ayu-dante del general Menéndez y me abrió las puertas para poderhablar con mi señora y mis padres a través de Radio Pacheco.Llamaba a mi familia cada tres días hasta que la comunicaciónse cortó en los días finales de la guerra. El siguiente contactocon mis seres queridos sería a mi llegada a Buenos Aires.

Así pasaron mis días en Puerto Argentino, con funcio-nes netamente militares y ninguna relacionada con mi profe-sión. Recién el 13 de junio volvería a mi rol de bioquímico al serreubicado en el hospital militar de Puerto Argentino. De todasformas, este cambio me preocupó ya que yo tenía a cargo todolo que había en los depósitos y especialmente la medicaciónopiácea. Luego de dialogar acerca de esta situación con el jefe,cumplí con la orden de tomar posición en el laboratorio del hos-pital militar interfuerzas donde me dediqué a realizar estudiosprequirúrgicos (hemograma, coagulograma y glucemia) a losnumerosos heridos que iban ingresando.

Era muy triste contemplar el estado en que llegaban lossoldados desde el frente de combate; penosa tarea profesionalque realicé hasta después del mediodía del 14 de Junio cuando,ya en horas de la tarde, todos fuimos obligados a retirarnos ha-cia la zona del aeropuerto: mi nueva morada como prisionero.

Las condiciones sanitarias durante el cautiverio eranmuy precarias. Debido a la lluvia constante, la nieve y el inten-so frío tuvimos que improvisar refugios con fragmentos de alu-minio que la Fuerza Aérea había utilizado para extender la pis-ta de aterrizaje.

La tarde del 19 de Junio me trasladaron en helicópterohacía el buque hospital Bahía Paraíso, el cual navegó luego has-ta el puerto de Punta Quilla, hacia el sur de la provincia de SantaCruz. Desde ese lugar viajamos en avión a Ezeiza y luego en co-lectivo al Edificio Libertad. Hasta las últimas horas del 20 de ju-nio no me permitieron retirarme a mi domicilio. Antes de irme

Raúl Héctor Bidegorry

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me dieron ciertas recomendaciones sobre los hechos sucedi-dos.

Esta narración de la experiencia en Malvinas es lo suce-dido a mi persona. Y no puedo dejar de agradecer a Dios y a laVirgen. En primer lugar, porque pude regresar con vida, aun-que con una carga emocional tan grande que a pesar de losaños sigue doliendo como siempre; en segundo lugar, porquehan pasado tantos años de los hechos… y todavía puedo con-tarlos, cuando sé que hay muchos camaradas que no están con-migo por no haber podido soportar el peso de las amargas vi-vencias de esta guerra.

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Raúl Héctor Bidegorry

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acía ya varios años que estaba destinado en la es-cuela de buceo de la Base Naval Mar del Plata. Allí mismo habíarealizado cursos de medicina de buceo para oficiales bioquí-micos, de medicina de buceo de gran profundidad y de oxihe-lio en su centro hiperbárico. Era teniente de navío desde el año1980 y deseaba un cambio. En respuesta a mi solicitud de con-currir al Hospital Naval Pedro Mallo, ya comenzado el año1982, me fue otorgado el pase al rompehielos Almirante Irizaren el Apostadero Naval Buenos Aires, buque polar que habi-tualmente abastecía a las bases argentinas en el continente an-tártico.

En febrero, cuando llegué a Buenos Aires, aún no habíaregresado el buque por lo que permanecí en el hospital naval.Finalmente, el 13 de marzo arribó el rompehielos. Sin demora,me presenté y recibí el cargo de su laboratorio de manos deldoctor Oldemar Sacilotto quien me interiorizó de sus funcio-nes. Así transcurrieron unos días compartidos entre las activi-dades del buque y el laboratorio del hospital, donde ademásefectuaría durante el año un curso de apoyo en cirugía con vis-tas a la campaña antártica.

El 24 de Marzo, el comando del buque nos comunicóque partiríamos hacia la Base Naval Puerto Belgrano. La maña-na del día 26 ya estábamos zarpando. Al llegar a puerto measombró la dimensión de los preparativos y aprestos. La infor-mación que se nos brindó, acorde con nuestro nivel, fue bas-tante acotada: solo sabíamos que nos dirigíamos al sur y que elbuque transportaría equipamiento, provisiones y personal. Elresto eran conjeturas: un operativo relacionado con los inci-

HH

Hugo M. CatalánHugo M. Catalán

El Dr. Catalán asumió lajefatura del laboratorio delbuque Almirante Irízardurante sus viajes comohospital flotante.

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dentes en las islas Georgias del Sur, donde había participado elbuque polar Bahía Paraíso.

Era mi primera navegación. Me maravillaba esa magní-fica nave finlandesa que disponía de una gran habitabilidad ycapacidad de transporte: un helipuerto con su hangar que enesa oportunidad albergaba dos helicópteros Sea King; un ser-vicio de sanidad amplio y espacioso, como todos los comparti-mentos de este buque; una recepción con posibilidad de circu-lación para varias camillas que comunicaba hacia un lado conun quirófano completamente equipado y hacia el otro con ungabinete odontológico con moderno sillón. A su vez, contabacon un pequeño laboratorio, con heladera para reactivos, cen-trífuga, microscopio y espectrofotómetro.

La dotación normal de sanidad del buque que comple-mentaba mi actividad de bioquímico estaba constituida por eldoctor Carlos Tarancon, médico cirujano, el odontólogo NéstorEdgardo Sottile y dos enfermeros, el suboficial primero enfer-mero Ruiz Durbal y el cabo primero enfermero Omar Malague-ño; grupo con el cual fui honrado al compartir esta campaña ycuya calidad humana permanece inalterable en mi recuerdo.

Durante los primeros días se efectuaron reiterados ejer-cicios de abandono del buque. Me preocupaba, visto el cursode los acontecimientos, el no disponer de provisión de un ban-co de sangre. Sólo habían bolsas apirotranfusoras que eran laprovisión normal del buque. Entonces, ordené de inmediato unrelevamiento de los grupos sanguíneos de la tripulación.

El 2 de Abril el rompehielos estaba a la vista de PuertoArgentino; el helipuerto funcionaba a pleno propiciando eltransporte de combatientes y pertrechos en medio de la nebli-na típica de Malvinas, y allí aterrizó el helicóptero que trans-portaba al teniente de fragata Diego García Quiroga, joven ofi-cial integrante de buzos tácticos proveniente del destructorHércules, herido en el abdomen. Recibimos también las tristesnoticias de lo acaecido al capitán Pedro Giachino.

Seguramente el rompehielos era la unidad con mayoresposibilidades quirúrgicas en la Operación Rosario. El doctor Ta-rancon consideró que, dada la situación estable del herido, lamejor opción era el traslado al continente. Rápidamente, a par-tir del resultado del hematocrito efectuado, indicó una trans-

Hugo Mario Catalán

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fusión. Lo acompañó y lo asistió en todo momento al herido eldoctor Roque Cvitanovich, farmacéutico, quien traía consigobolsas de sangre para transfusión.

Nuestro buque permaneció unos días en la zona, nave-gando entre Puerto Argentino y Darwin, realizando el trasladoy apoyo de grupos operativos con sus helicópteros. Luego, re-gresó al continente, a Puerto Madryn, para volver dos vecesmás a Malvinas con el mismo propósito de transporte, reubi-cación de personal y apoyo logístico.

Esos fueron días de tensa espera, de inquietantes noti-cias, de esperados relatos de oficiales que llegaban al buque, yde profunda y sincera camaradería que siempre llevaré en mimemoria. Un querido jefe, de profesión contador, nos deleita-ba y distraía con su música entonando la guitarra.

Hacia fines de mayo el rompehielos regresó a Puerto Bel-grano y fue alistado para cumplir con una misión sanitaria: seacondicionó como buque hospital de acuerdo con la Conven-ción de Ginebra para la cual se instalaron camas en sus ampliasbodegas y se trasladó a bordo todo equipamiento hospitalario;se pintó todo el casco de blanco, con las cruces rojas caracte-rísticas, mientras que la superestructura mantuvo su color ama-rillo claro. Todo esto se realizó con un esfuerzo impresionante.

En el puerto encontramos al Bahía Paraíso que ya partíacomo buque hospital con un grupo importante de médicos,odontólogos y un bioquímico, el doctor Carlos Espinosa conquien compartíamos la orientación en medicina de buceo.

Al poco tiempo, habiendo agregado a su dotación ungrupo de médicos cirujanos, clínicos y anestesistas, partió elAlmirante Irizar. También se había incorporado un banco desangre y por mi parte conseguí del HNPB un fotómetro de llamapara ionogramas, el cual instalé en su laboratorio. Durante lanavegación por las aguas del Atlántico Sur, el buque rolaba mu-chísimo a causa de un temporal que debimos soportar por va-rios días. En esa oportunidad, un querido médico al que bauti-zamos lobito de mar tuvo que recurrir al suero endovenoso ysu soporte para sustentarse. El Irizar navegó más de cuatro milmillas marinas en configuración sanitaria por esas difícilesaguas.

Hugo Mario Catalán

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Llegando a la zona de Malvinas, arribó un helicóptero in-glés que traía funcionarios de la Cruz Roja para la inspección. Yen la última noche de combates ingresó el rompehielos, todoiluminado, a la bahía de Puerto Argentino.

Recuerdo un grupo de instrumentistas del EjércitoArgentino que venían a incorporarse al hospital de la isla, ob-servando, como todos nosotros, el escenario de la guerra. Elgrueso de los heridos estaba siendo trasladado al Bahía Paraísoque nos precedió. Lamentablemente, en el Irizar murió un cons-cripto con graves heridas en abdomen, cintura y piernas. Su-bieron a bordo tantos combatientes que no había lugar del bu-que en que no se los encontrara. Estaban hasta en los pasillosde la sala de máquinas. Se los veía alegres por el regreso, setranslucía en sus ojos la dignidad y el orgullo de haber comba-tido por su Patria.

Cuando llegamos finalmente a Ushuaia encontré a miscompañeros bioquímicos, Roberto Coccia y Guillermo Pandol-fi, y los abracé emocionado. Ellos estuvieron todo el tiempo ennuestras islas.

Bueno… luego viene un tiempo de silencio seguido devoces encontradas entre las que observé que el sentimiento deMalvinas es caro al ser nacional.

A mi pesar escribo este relato de lo vivido, no hallandopara puntualizar ningún mérito personal como no sea el de sen-cillamente haber estado. Pero siempre he conservado para míun discreto orgullo por haber sido parte de este grupo humanoque convocados por la circunstancias, sin poner condiciones,brindaron toda su capacidad en un acto de servicio.

Saludo a la que fuera la tripulación del buque AlmiranteIrizar, cuya capacidad profesional aprendí a valorar en estosdías, a su comando, de cuyo talento y mesura dependió el cum-plimiento de la misión y el resguardo de su dotación.

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Hugo Mario Catalán

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Llegada de la delegación de la Cruz Rojaa los fines de verificar el cumplimiento de

la Convención de Ginebra en el buquehospital Almirante Irizar.

Fuente: Hugo Catalán

El Dr. Catalán en la cubierta delBHAI mientras llega el Sea King

sanitario del buque.Fuente: Hugo Catalán

Hugo Mario Catalán

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Durante una cirugía de apéndice en elquirófano del BHAI. El Dr. Tarancon a la

derecha, el Dr. Sottile a la izquierdacomo ayudante, atrás el Dr. Catalán enfunciones de anestesista y el suboficial

Ruiz Durbal.Fuente: Hugo Catalán

El BHAI anclado frente a PuertoArgentino evacuando los heridos

de los últimos combates.Fuente: Graeme Stringer

Hugo Mario Catalán

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l 26 de marzo, siendo teniente de navío destinadoal Hospital Naval Puerto Belgrano, recibí la orden de presentar-me a una comisión. Asistí el domingo 28, al crucero Gral. Bel-grano, con uniforme de gala, sin armamento y portando un bol-so con la menor cantidad de ropa posible, tal como se me habíaindicado. Allí junto a un TF técnico y un TN contador nos reuni-mos con un CF de comando submarinista, quien resultó sernuestro jefe, el cual nos encargó reunir un grupo de personalde suboficiales y cabos para integrar la comisión.

_ Me gustaría saber_ pregunté con cierta curiosidad_cuál será mi función, cuánto tiempo demandará, en qué lu-gar…

_ No sabemos_ interrumpió con parquedad.

_ Como bioquímico necesito saber qué voy a hacer.

_ Consiga la gente que le ordené._ Y dio por finalizado eldiálogo.

Pude apreciar que había movimiento de tropas, vehícu-los y pertrechos de gran magnitud. Cuando recibimos la ordende que a las cuatro de la tarde debíamos embarcarnos en elAlmirante Irizar, volví a insistir:

_ ¿Cuál va a ser mi función? Necesito saberlo.

_ Deberá analizar la potabilidad del agua.

_Pero… ¿adónde vamos?_ inquirí sorprendido.

_ No sabemos.

_ Al menos me podrá decir si hay electricidad…

EE

Roberto CocciaRoberto Coccia

El Apostadero Naval Malvinas secreó el mismo 2 de Abril y el Dr.Coccia fue el primer bioquímicodestinado en las islas.

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_ ¡No sabemos!

Por suerte en esa época yo estaba a cargo de la secciónbacteriología del hospital y nos encargábamos de hacer análi-sis bacteriológicos del agua. Fui al HNPB de donde tomé algu-nos tubos de caldo Mc Conkey con la campanita Durham y unapequeña estufa plástica de treinta y siete grados, regalada porproveedores de reactivos al laboratorio. No había otra cosa y nihablar de análisis químicos ni toxicológicos. Le informé al jefede la comisión que era lo único posible para hacer y me dijoque estaba bien.

Una vez en el rompehielos, pude observar que se esta-ban embarcando vehículos, armamento, tambores de com-bustible, personal del Ejército y víveres. Pero algo me llamó po-derosamente la atención: estando amarrados al puerto co-menzaron a descender los helicópteros en la cubierta del bu-que. Esta maniobra era peligrosísima y no estaba permitida deninguna manera, pero ese día se hacía como lo más natural. De-finitivamente no eran maniobras habituales las que ocurríanese 28 de marzo de 1982 en Puerto Belgrano. Supuse que algogrande se venía.

Jamás imaginé Malvinas, como así tampoco mis com-pañeros oficiales del grupo. Zarpamos a las seis de la tarde deese día. Apenas pude avisarle por teléfono a mi suegro minu-tos antes de partir.

Cuando nos encontrábamos fuera de la ría, unas dos ho-ras después, se comenzó a hablar de que íbamos a las islas.Nuestro jefe nos mostró dos carpetas estrictamente secretas yconfidenciales sobre el trabajo de inteligencia que había esta-do haciendo en el lugar. Nuestra misión era constituir el Apos-tadero Naval Malvinas en el puerto de la FIC (

) y contrarrestar cualquier tipo de resistencia por par-te de los kelpers, si la hubiere.

Llegué el 2 de abril de 1982 a las seis y media de la ma-ñana, habiendo desembarcado del Irizar en helicóptero. Per-manecimos un par de horas en el aeropuerto, luego nos lleva-ron al puerto, donde no había nadie y nos hicimos cargo del lu-gar.

Al comenzar a preparar los materiales para el análisisde agua, observé que los enchufes del lugar no eran ni pareci-

Falkland Islands

Company

Roberto Coccia

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dos a los nuestros. Corté el toma y enchufé los cables a la fichapero no funcionaba de ninguna manera. Cuando desarmé la fi-cha de la pared, advertí que su sistema de seguridad permitíael paso de corriente si se enchufaba la ficha adecuada. Le en-contré la vuelta y pude conectar la estufa. Luego recorrí las ins-talaciones de la planta de agua y observé que el agua que surtíaa la población era la misma que llegaba al puerto.

La ansiedad del jefe por saber si la misma era potable _apesar de que le expliqué que eran necesarias veinticuatro a cua-renta y ocho horas para el resultado analítico_ se había vueltoinquietante.

_ Dígame si es potable_ insistió una vez más.

Entonces, me tomé un buen trago, y luego de un rato res-pondí:

_ ¡Sí señor, es potable!

Habían transcurrido dos días y las tropas de desembar-co ya se habían ido cuando quedamos en Puerto Argentino losintegrantes de la primera dotación del Apostadero Naval Mal-vinas, un CF (el Jefe), un TNCO, un TFTE y yo TNBQ. No habíamédico y, por lo tanto, no sólo fui el primer oficial de sanidaden Malvinas de la Armada Argentina, unidad creada el 2 de abrilde 1982, sino también el primer bioquímico destinado en Mal-vinas. Lo considero un gran honor y un gran orgullo a pesar deque la Armada jamás lo tuvo en cuenta.

Más adelante, ante el cariz que tomaron los aconteci-mientos, enviaron a un TF médico con menor antigüedad queyo, con quien tuve y tengo excelente relación. El jefe dispusoque yo debía ser el jefe del puesto de socorro del apostadero yasí fue que me hice cargo hasta el 19 de junio de 1982 a las die-ciocho horas, luego de cuatro días prisioneros en el campo deconcentración del aeropuerto y previo a evacuar a todo el per-sonal del apostadero vía el helicóptero del Bahía Paraíso.

Durante los días de prisioneros en el aeropuerto, estu-vimos sin agua potable, sin carpas, pero con gran imaginación;y usando las planchas de aluminio de la pista y formando unaespecie de carpa metálica nos guarecimos de las inclemenciasdel tiempo. Habíamos llevado una cocina de campaña y algo decafé soluble, leche en polvo, fideos secos, algunas papas y cor-

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ned beef. El cocinero de apellido Romero improvisaba un cafécon leche a eso de las diez de la mañana y una comida para lastres de la tarde.

_ ¿Pero… con qué agua cocinan? _ se preguntaría másde uno.

Pues ahí la imaginación del bioquímico. Juntábamos elagua que se acumulaba por la lluvia en los pozos producidospor los bombardeos y la tratábamos con pastillas de cloro parapotabilizarla. El agua tenía un color marrón, pero con un mon-tón de pastillas no tuvimos problemas de gastroenteritis ni si-quiera dolores estomacales. La idea de que el bioquímico su-pervisaba el agua y la potabilizaba parece que dio resultado.Terminado el café con leche y agregando más agua a la cocinay pastillas de cloro, se comenzaban a cocinar los fideos; si que-daban restos del café con leche, este pasaba a integrar el menúde los fideos. Era lo que había. Éramos prisioneros en ese lugary no sabíamos por cuánto tiempo.

En mi mochila llevaba dos cantimploras con agua pota-ble, suero glucosado, agua destilada, latas de paté, galletitas,caramelos, pero en esos cuatro días no las toqué; comí lo queRomero preparaba y estaba muy sabroso.

El 20 de junio, el Bahía Paraíso partió desde PuertoArgentino hasta Punta Quilla (Santa Cruz) y de ahí en avión aEspora (Bahía Blanca). Ese día no solo se celebraba, como todoslos años, el Día de la Bandera. También coincidía con el Día dePadre.

Fui mal recibido en mi destino ya que lo único que le in-teresó al jefe de laboratorio CFBQ fue su preciado objeto:

_¿Me trajo la estufa de vuelta?

Como sabía que eso iba a ocurrir conseguí traerla con-migo luego de haber pasado por setenta y ocho días de guerra.Entonces, sin preocuparse por mi situación personal en Malvi-nas, me llevó a ver al secretario del director del hospital naval,un CNBQ que me increpó por los quince días de licencia autori-zados por el Comando Naval.

Durante todo ese tiempo nadie del hospital se preocu-pó por hablar con mi esposa para preguntarle si necesitaba al-

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go. Por esa época nuestros cuatro hijos tenían siete, cuatro, ydos años respectivamente y el más pequeño cinco meses. El 4 oel 5 de abril el director del hospital le había informado erró-neamente mi paradero. Pude hablarle a mi esposa gracias al ca-pitán del buque Isla de los Estados, Tulio Panigadi, y decirleque estaba en Puerto Argentino.

No me siento arrepentido por mi participación tanto enla Institución como en Malvinas, pues son los hombres que laintegran los inocentes o culpables, y sé que obré con honesti-dad y valor. En el caso del hospital, en la época de Malvinas, sonculpables por sus actitudes en ese momento y en los años pos-teriores. Eso sí, llevo el mejor de los recuerdos del tiempotranscurrido junto a los señores camaradas del Apostadero Na-val Malvinas, como así también de los señores integrantes de laotras fuerzas armadas y de seguridad y señores civiles con losque compartí los días de la Guerra en Malvinas.

Sin embargo, más allá de nosotros, los VGM que regre-samos después de haber combatido cada uno desde su puestoy dando más de lo que pudimos, una parte nuestra quedó allá.Solamente la recuperaremos cuando nuestro glorioso PabellónNacional vuelva a flamear orgulloso en nuestras irredentasIslas Malvinas. Lo mejor hubiese sido que nunca hubiera habi-do una guerra, pero la hubo y no hay marcha atrás. Lo impor-tante es no olvidar, no usarla con fines ajenos a la causa de lasoberanía, y recordar siempre a nuestros seiscientos cuarentay nueve héroes que dejaron su vida en Malvinas.

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Integrantes del Apostadero Naval Malvinasen la oficina del Cap. Gaffoglio (derecha) enPuerto Argentino. Roberto Coccia, segundo

desde la izquierda (sentado) Fuente:http://www.apostaderomalvinas.com.ar

Miembros del Apostadero Naval Malvinas enel puesto de comando situado junto al

PUSO. Adolfo Gaffoglio, Roberto Coccia,Guillermo Klein y Juan José Silva. Fuente:http://www.apostaderomalvinas.com.ar

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CC

Roque W. CvitanovichRoque W. Cvitanovich

orría marzo de 1982 cuando me encontraba enPuerto Belgrano, destinado, como bioquímico, a la jefatura desanidad de la flota en el Comando Naval frente a la dársena. Poresa época, ver operar a nuestra Flota de Mar en ejercicios con laInfantería de Marina en la zona sur era cosa corriente. Sin em-bargo, durante los últimos días de marzo se observaban movi-mientos y preparativos poco comunes, que hacían suponerque algo inminente iba a ocurrir.

Recibí la orden de apresto y tuve la oportunidad de soli-citar a Sanidad en Combate algunos aprovisionamientos sani-tarios que consideré necesarios. Estuvimos en el puerto toda lasemana mientras en los buques se cargaban municiones, víve-res y agua en cantidades industriales… pero nadie informabaoficialmente nada.

Finalmente, el domingo 28 embarcamos junto a la jefa-tura del Comando Naval en el destructor ARA Hércules y zarpa-ron las unidades navales desde la Base Naval Puerto Belgranosin conocer el destino.

Un gran temporal en medio de un mar totalmente em-bravecido y con olas gigantescas tuvo en vilo a la tripulación du-rante dos días mientras nos aproximábamos al objetivo: el“mal de mar” estaba a la orden del día. No salíamos de este con-tratiempo cuando el comandante CF Emilio Molina Pico reunióa toda la plana mayor y nos informó:

_ Estamos dando comienzo a la Operación Rosario. Estaserá incruenta y estimamos que la defensa militar que custodiaal gobernador es relativamente baja para inquietarnos. Nues-

El Dr. Cvitanovich, destinado enel destructor ARA Hércules,participó en el apoyo sanitariodurante la recuperación de lasislas el 2 de Abril.

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tro barco junto al Santísima Trinidad tendrán la función de apo-yo del desembarco.

El martes 30 el almirante Busser anunció durante la na-vegación cuál era la misión: la recuperación de las Islas Malvi-nas.

En ese momento, tomando conciencia de las probablesconsecuencias sanitarias, advertí la necesidad de contar conun banco de sangre como resguardo ante posibles bajas por in-cidentes de combate. Me dirigí entonces ante el jefe de sanidaddel buque TNME Jorge Rosas, y con la autorización del coman-dante CF Emilio Molina Pico, procedí a la extracción y tipifica-ción de la sangre obtenida del personal del Hércules. El TNMERosas organizó la sanidad del buque en dos compartimientosbien definidos: el de popa y el de proa; el primero estaría a micargo y el de mayor complejidad, al suyo.

Debido a las condiciones meteorológicas se reprogra-mó el desembarco para el 2 de abril a las seis y media de la ma-ñana. Unas horas antes, precisamente a las cuatro y veinte, eldestructor ARA Hércules (D-1) izó su Pabellón de Guerra y co-menzó su patrullaje en la zona de Puerto Groussac, protegien-do a la iniciación de la fase de asalto.

Ya promediaba la mañana cuando nos llegaron noticiasde los primeros heridos: un balazo en el vientre y otro en el bra-zo aquejaba al TC Diego García Quiroga, buzo táctico; a su vez,el vientre ensangrentado del CCIM Pedro Giachino era alta-mente preocupante. También se encontraba malherido elCSEN Ernesto Urbina.

Todos fueron trasladados en un vehículo Land Roverhasta el hospital local ( ). El VAR(vehículo anfibio a ruedas) donde era trasladado el componen-te de sanidad había quedado empantanado en al turba. Junto almédico y al enfermero fuimos helitransportados desde el des-tructor hasta el hospital y nos encontramos con los heridos.

García Quiroga estaba en coma y la hemorragia contro-lada. Luego de transfundirle sangre del depósito del hospital,lo acondicioné para su traslado al rompehielos Almirante Iri-zar, que disponía de mayor complejidad sanitaria. Pero por de-

King Edward Memorial Hospital

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cisión propia efectué el regreso a la isla, y solicité en pleno vue-lo el inmediato transporte aéreo del herido al continente.

Al regresar al hospital ya se había iniciado la operaciónal otro herido, Urbina, que también fue trasfundido. Inicial-mente no recibimos colaboración del personal inglés en el hos-pital, pero luego ayudaron con las anestesias. A pesar de los in-convenientes, las intervenciones quirúrgicas fueron un éxito yquedó demostrada nuestra capacidad sanitaria.

No corrió la misma suerte el capitán de corbeta PedroGiachino; había estado desangrándose por más de una hora ymedia antes de ser atendido. Al llegar al hospital ya nada se po-día hacer a pesar de nuestro empeño en salvarlo: murió a lospocos minutos.

Por la tarde, sus restos mortales fueron embarcados enun avión de la Armada junto al cabo Urbina rumbo a Río Grandey luego a la Base Naval Puerto Belgrano, adonde arribaron a lasnueve de la noche. Nosotros permanecimos en el Hércules.

Durante las acciones bélicas y como consecuencia de lazona de exclusión establecida por el enemigo, el Hércules con-tinuó navegando a lo largo del litoral marítimo durante un mes.La guerra terminó para el buque por la rotura de las hélices conun objeto no identificado y debimos regresar para su repara-ción en dique seco.

Pedro Giachino y yo éramos amigos, ambos mendoci-nos. Tuve, entonces, la dolorosa misión de entregarle los obje-tos personales a su esposa Cristina, amiga de nuestra familia,una vez de regreso al continente.

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El "Hércules" en navegación por ellitoral marítimo durante las

acciones bélicas.Fuente: Francisco J. Kawa

El Dr Cvitanovich realizando el trasladodel TCIM García Quiroga desde el

rompehielos Almirante Irizar de regreso aPuerto Argentino para su evacuación

hacia el continente el día 2 de abril de1982 Fuente: Fernando Estevez

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l 15 de abril de 1982, siendo teniente de navío enla escuela de buceo de la Armada Argentina en la Base NavalMar del Plata, fui destinado, como único bioquímico, a bordodel buque hospital Bahía Paraíso. Era un transporte polar, ama-rrado en ese entonces a la dársena D, donde se lo estaba trans-formando en un buque hospital ante los requerimientos sani-tarios del TOAS.

Asignado a la jefatura del laboratorio y del banco de san-gre, recibí el apoyo incondicional del laboratorio del HospitalNaval Puerto Belgrano, quienes minimizaron los trámites buro-cráticos para la provisión de materiales. El laboratorio lo mon-tamos en la peluquería del buque, retirando el sillón, agregan-do una mesada y fijando con soportes todos los elementos ne-cesarios para cumplir con sus funciones.

Contaba con lo esencial para aquella época: microsco-pio, espectrofotómetro, centrifugas, microcentrífuga, estufas,material de vidrio, reactivos, entre otros. El banco de sangre te-nía además la modalidad de banco viviente, pero, también, al-macenábamos la sangre que nos proveían del continente yabastecíamos al hospital de Puerto Argentino o a los puestosde socorro en la isla.

Sin embargo, algo nos inquietaba: la hemólisis produc-to de la vibración, dado que las heladeras para conservación nocontaban con sistemas antivibratorios. Hasta que logramos so-lucionarlo; decidimos conservar la sangre a cinco grados cen-tígrados sobre colchones de poliuretano en la cámara frigorífi-ca de verduras, que estaba en la línea de crujía y casi en la mi-tad del buque. La controlábamos a diario y permaneció sin he-

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Carlos A. EspinosaCarlos A. Espinosa

La jefatura del laboratorio deanálisis clínicos del buquehospital Bahía Paraíso estuvo acargo del Dr. Espinosa.

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mólisis toda su vida útil. La operación fue tan exitosa que nofue necesario utilizar el banco viviente.

Aparte de único bioquímico, cumplía tareas como téc-nico de laboratorio y hemoterapia en la central de operacionesde combate, y, a veces, en la farmacia. Afortunadamente, la lo-gística era muy eficiente: la solicitud de provisiones y medica-mentos se hacía por mensaje naval (radiograma) al continentey desde allí se nos proveía en Punta Quilla de lo necesario. Detodas formas, era consciente de que no podía depender todode mi persona pues ante una baja, aunque fuera temporaria, elbuque quedaría sin asistencia, por lo cual pedí que se embar-caran un técnico y otro bioquímico, mientras entrenaba a un ca-bo enfermero y a un suboficial hemoterapista en las funcionesde técnico de laboratorio.

Estábamos al garete en las cercanías de Isla de los Esta-dos cuando detectamos sobre el casco las armónicas del pin deun sonar. Al poco tiempo nos enteramos de que se trataba delsubmarino nuclear Conqueror, el cual, fuera del área de exclu-sión, atacó al ARA General Belgrano el 2 de mayo y provocó suhundimiento. El 4 mayo se nos ordenó la búsqueda de sobrevi-vientes por las gélidas aguas del sur. Entre los náufragos delBelgrano rescatamos a un marinero jovencito que ratos antesde que los torpedos de Conqueror impactaran en el buque ha-bía sido operado de una apendicitis aguda. Este marinero selas ingenió para abandonar el crucero.

_Ni bien se lanzó el zafarrancho me hice paso desde latercera cubierta hasta la principal. El barco se inclinaba cadavez más por lo que atiné a tirarme al agua. Apenas sentí el fríoen medio del terror que se vivía, subí a uno de los botes salva-vidas arrojados al mar, solté la amarra y esperé_ nos narró convoz entrecortada aún perplejo de verse a salvo.

Cuando lo revisaron la herida estaba cicatrizando sinsignos de infección y lo más bien.

Durante el primer cruce a Malvinas, fuimos inspeccio-nados por una dotación de infantes ingleses apoyados por unhelicóptero armado de un misil antibuque. En la segunda en-trada a Punta Quilla embarcó el teniente de navío, bioquímico,don Jesús Moyano, y el técnico de laboratorio, civil, A. López.

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Recién a partir del 1 de junio de 1982 el buque fue reconocidocomo buque hospital, denunciado e identificado ante la Orga-nización de las Naciones Unidas (ONU) y a las autoridades bri-tánicas según las normas de la Convención de Ginebra del 12de agosto de 1949.

Tuvimos encuentros con varios buques hospital de ban-dera inglesa. Recibimos una delegación del Uganda y ellos, unanuestra, pero a mí desgraciadamente no me dejaron ir por seren ese momento el único bioquímico a bordo. Ellos tenían ungran número de heridos. Las relaciones fueron correctas y for-males. Me enteré de que tenían problemas con la conservaciónde la sangre. También hubo una delegación de la Cruz Roja pa-ra verificar el funcionamiento del buque como hospital, quie-nes trataron de estar a bordo el menor tiempo posible.

Estando en las proximidades de Puerto Argentino, unhelicóptero inglés disparó dos misiles filoguiados en direccióna nuestro buque. Aquél fue inmediatamente atacado por unpuesto de ametralladoras de la infantería de marina por lo quetuvo que hacer maniobras evasivas y perdió el control de los mi-siles: uno de éstos estalló trescientos metros más adelante ro-zándonos el mástil y el otro impactó en una casa del pueblo.Mucho después en un almuerzo de veteranos de guerra me en-contré casualmente con el suboficial (del que no recuerdo suapellido) que estaba a cargo de ese nido de ametralladoras alque le debemos probablemente nuestras vidas.

Al finalizar el conflicto, los cuatro buques hospital in-gleses habían agotado las placas radiográficas, los antibióti-cos y las jeringas descartables entre otras cosas. Me tocó pre-parar una provisión para ellos, dado que nos pidieron ayuda:declararon doscientos muertos aproximadamente; para míeran muchos más.

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El Bahía Paraíso fue requerido conurgencia para participar de la

búsqueda y rescate de losnáufragos del crucero ARA

General Belgrano, que el 2 demayo había sido torpedeado porel submarino HMS Conqueror.

Fuente: Carlos Espinosa

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Carlos Espinosa (derecha) sobre laplataforma del Bahía Paraíso,

observándose el buque hospitalbritánico Uganda durante uno delos encuentros en el “

”.Red Cross

Box Fuente: Carlos Espinosa

Arribo de la delegación demédicos británicos provenientesdel Uganda, de visita en el buque

hospital Bahía Paraíso. Fuente:Carlos Espinosa

Carlos A. Espinosa

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El B.H. Bahía Paraíso en Puerto Argentino enuno de sus últimos viajes sanitarios. Se

observa el transporte británico Canberra y alos lejos los montes aledaños testigos de los

últimos combates.Fuente: desconocida

Los buques hospital Uganda y BahíaParaíso en el “ (Caja de laCruz Roja), un lugar neutral donde serealizaban los intercambios de heridos

entre ingleses y argentinos.

Red Cross Box”

Fuente:Imperial War Museum

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i actividad en las Islas Malvinas fue cambiandosegún las circunstancias desde que llegamos hasta que finali-zó la guerra. Comenzó el 10 de abril cuando partí desde El Palo-mar hacia las islas en un Hércules C-130 junto a cuatro profe-sionales del Hospital Aeronáutico: Fernando Espiniella, comojefe, Roberto Stvrtecky y Juan Martin. Como componente sani-tario de la Fuerza Aérea nos ubicaron inicialmente en las de-pendencias del aeropuerto, donde comenzó a gestarse la ideadel “Conejo Alado en Operaciones”*. Los oficiales médicos másantiguos se reunían con el fin de organizar un Hospital MilitarConjunto con capacidad suficiente para atender una cantidadestimada de bajas, que iría en aumento a medida que llegaranmás efectivos a las islas. Por orden expresa del Gral. Menéndezno podíamos ni pasar cerca del hospital civil existente en Puer-to Argentino.

Así fue que siendo un bioquímico destinado inicial-mente a Malvinas comencé un relevamiento para establecerfuentes naturales de agua potable en los distintos lugares don-de ya había despliegue de tropas o se estimaba que lo habría.En distintos vuelos en helicóptero fui recolectando muestrasde agua para su análisis de potabilidad. Había previsto esta acti-vidad con anterioridad y, luego de una fugaz vuelta al conti-nente en compañía del cirujano maxilo-facial, el doctorStvrtecky (el Ruso), logré traer a las islas los elementos técni-cos necesarios para los análisis.

MM

Alberto FernándezAlberto Fernández

* El conejo alado es el símbolo de la sanidad de la Fuerza Aérea en Malvinas (CAEO son las iniciales de

conejo alado en operaciones) El estandarte original flameó durante todo el conflicto en el mástil del

Hospital Interfuerzas debajo de la bandera Argentina y la de la cruz roja. Se le ocurrió al Dr Stvrtecky,

después de mucho meditar. La sanidad debía tener en ese momento difícil el simbolismo antiguo del

conejo, la resurrección y la continuidad de la vida. Alado por la Fuerza Aérea y en operaciones por la

participación en un conflicto armado. “Donde todo animal digno muere, el único que sobrevive es el

conejo.” Hermann Hesse.

El Dr. Fernández, componentede Sanidad de Fuerza Aérea, fueun protagonista del mito delconejo alado en operaciones.

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Al obtener los resultados llegué a la primera conclu-sión: “el agua no es potable y está contaminada mayormentecon bacterias de origen fecal”. Obviamente esto produciría dia-rreas y otros malestares infecciosos que dejarían a nuestra tro-pa inactiva en forma casi inmediata. Con el fin de corroborarmis análisis envié las muestras al laboratorio industrial de laFuerza Aérea en El Palomar, donde obtuvieron resultados coin-cidentes. A partir de allí, se generó todo un operativo de ins-trucción a las tropas para no ingerir agua sin haberla tratadopreviamente con pastillas de cloro enviadas en gran cantidaddesde el continente.

Al mismo tiempo estábamos acondicionando un edifi-cio para transformarlo en hospital militar, utilizando todos losmedios que teníamos a nuestro alcance, recibiendo algunosmateriales desde el continente y recurriendo a la inventiva. Pro-cedí a montar el laboratorio con los elementos que yo mismohabía ido a buscar al continente junto al Ruso Stvrtecky. Teníalo necesario para realizar las pruebas de laboratorio críticas pa-ra el manejo de pacientes con requerimientos de cuidados in-tensivos, incluyendo algunos medios de cultivo para estudiosbacteriológicos en caso de infecciones (que por suerte no suce-dieron).

El siguiente paso fue la organización del banco de san-gre que carecía de heladeras específicas para almacenar las bol-sas. Venturosamente logramos conseguir dos refrigeradoresdel tipo hogareño con buena capacidad y algunos orificios deesquirlas, los cuales funcionaron bien, una vez adaptados.Aproximadamente diez días antes del 1 de mayo recibimos, enun vuelo de Hércules, el primer envío de sangre que fue clasifi-cado e inventariado. El doctor Espiniella (el Flaco), que siendoel médico más antiguo de Fuerza Aérea tenía comunicación ra-dial directa con los mandos del continente, solicitó el envío demás bolsas de sangre que recibimos en los días subsiguientes.

Paulatinamente, y con arduo trabajo, fuimos comple-tando lo necesario para el funcionamiento del hospital con lafinalidad de estar preparados con la mayor celeridad. La mayo-ría del equipamiento del hospital conjunto, desde cajas qui-rúrgicas hasta insumos básicos, pasando por medicación in-travenosa, anestésicos etc., fue aportado por la Fuerza Aérea

Alberto Fernández

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mediante el despliegue de los MH 70 _totalidad de elementosnecesarios para manejar un número determinado de bajas connecesidades quirúrgicas, es decir todo lo que hace falta en elhospital… menos el edificio_. Estos MH siempre formaron par-te de la doctrina sanitaria de la Fuerza. Estaban siempre listos ypreparados para ser embarcados en aviones Hércules, en casode ser necesarios… y ¡vaya que lo fueron!

Un día de mayo, después que habían comenzado las ac-ciones militares, el Flaco me hizo un comentario inquietanteacerca del radar de Puerto Argentino:

_ El jefe del radar está bastante preocupado. Hay unapérdida importante de agua refrigerante en el sistema.

Al día siguiente, encontré un momento en que no tenía-mos recepción de heridos y me fui para el radar. Era fácil de ubi-car el lugar ya que en varias oportunidades lo había visto cuan-do llevábamos a los heridos al aeropuerto, supuestamente inu-tilizado, para su evacuación en los C130. Al llegar, me presentécon el mayor Silva, quien me resumió el problema:

_ Hace una semana que le estamos reponiendo agua, pe-ro cada vez pierde más. Sale líquido por todas las uniones de lamanguera hasta en la misma unidad principal del sistema de re-frigeración.

_ ¿Realiza algún tipo de mantenimiento?_ pregunté in-trigado.

_Controlamos el nivel de agua destilada del sistema y si ha-ce falta reponemos con los bidones que nos envían del continente.

Mientras volvía caminando al laboratorio, pensaba queera muy extraño lo que estaba pasando. Había observado tam-bién que los acoples de bronce estaban muy corroídos, y se meocurrió llevar algunos elementos para analizar el agua. Existíala posibilidad de que la calidad del agua que estaban utilizandopara reponer no fuera la adecuada… ¿Pero tan mala como paracorroer las uniones?... No, no podía ser…

Al regresar al radar, decidí medir el pH (el grado de aci-dez del agua)… ¡Sorpresa!, ¡el valor de pH hallado era extre-madamente ácido! Entonces encontré una serie de bidones pro-lijamente apilados que tenían una leyenda: “Agua para bate-

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Page 43: Destino · ños atrás, leyendo un libro sobre el conflicto de 1982, me pregunté cuántos colegas bioquímicos y farmacéu-ticos habían estado en la guerra, una guerra que en

rías”. Al medir la acidez, el valor hallado era más ácido aún queel del sistema de refrigeración. Al olerlo percibí el característi-co olor del ácido sulfúrico… malas noticias; la leyenda debierahaber dicho: “Ácido para baterías”… Sin saberlo, el sistema ha-bía sido corroído internamente por el agregado del ácido al con-fundirlo con agua destilada.

Ahora había dos problemas: había que detener la ac-ción del ácido, ya que de lo contrario la corrosión continuaría, yse deberían reemplazar los componentes afectados sin que elradar saliera de servicio. Rápidamente, me dirigí al laboratoriopara preparar una solución de hidróxido de sodio, que neutra-lizaría el ácido, para luego hacer una purga general del sistemay reemplazar totalmente el líquido por agua destilada. Teníaque tener cuidado, ya que la concentración de ácido era muy al-ta y, si la reacción química se producía violentamente, existíala posibilidad de que se generaran precipitados de sales dentrodel sistema, inutilizando completamente el radar.

Cuando le comuniqué al mayor Silva la situación, no po-día creer lo que había pasado… todo por un problema de iden-tificación del “Agua para baterías”. Se solicitó una nueva uni-dad refrigerante, ya que la que estaba en uso se veía bastantecomprometida por la corrosión interna y no quería correr elriesgo de que en algún momento explotara. Pero ¿de dónde ibaa sacar yo casi cuarenta litros de agua destilada? Solo me que-daban cuatro o cinco litros en el laboratorio del hospital mili-tar. En ese momento me acordé del hospital civil, al que estabaterminantemente prohibido ingresar por orden del general Me-néndez y mucho menos establecer cualquier clase de contactocon ellos o utilizar algún recurso de ese lugar. Me dije: “allí se-guro que hay destiladores grandes, pero no puedo entrar…,que sí…, que no…”. Al final decidí entrar y dirigirme a ver algúncolega en el laboratorio de hospital civil.

¡Qué cara me pusieron en la entrada del hospital! Mesentí como el peor de los delincuentes, pero sin inmutarme pe-dí que me indicaran dónde estaba el laboratorio, ya que teníaque hacer una consulta profesional con mi colega por un pro-blema bioquímico. “ ” fueronlas instrucciones de la vieja mujer de la recepción.

Finalmente, encontré el laboratorio, golpeé y me aten-dió una mujer pelirroja. Luego de mi presentación de rigor, le

Turn left, then right at the end…

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expliqué que estaba a cargo del laboratorio del hospital mili-tar vecino y que quería hablar con el responsable del lugar.

_ Ese responsable soy yo_ respondió mi colega

_ Encantado. Voy a ir al grano. Tengo un problema conla preparación de medios de cultivo para microbiología ya queme quedé sin agua destilada_ mentí en lengua inglesa y añadí_.¿Sería usted tan amable de proveerme unos litros?

Ella se quedó mirándome, seguramente nunca se ima-ginó que esto podía suceder. Cuando yo ya estaba esperandoun “no” como respuesta, la mujer me respondió:

_ ¡No hay problema! ¿Cuántos litros necesita?

No se me olvidará jamás la expresión de estupor de sucara cuando le contesté:

_ Ejem… necesito unos… cuarenta litros.

Eran exageradamente demasiados, a no ser que estu-viera por montar una línea de producción mayorista de mediosde cultivo.

Después de un momento de silencio, me dijo:

_ En realidad no dispongo de esa cantidad, pero, si metrae los bidones, voy a dejar funcionando los destiladores du-rante toda la noche para llegar a producir esos litros.

Más rápido que un suspiro, estuve nuevamente con elladejándole los bidones. Al día siguiente, retorné al hospital civilpara retirarlos y llevarlos al radar. Mi colega no estaba. Sin em-bargo, había dejado el agua envasada de acuerdo con lo con-venido. Le dejé mis saludos y profundo agradecimiento por la“gauchada”. Lamentablemente no recuerdo su nombre.

Finalmente, los muchachos del radar vaciaron el siste-ma de refrigeración y reemplazaron todo el líquido con aguadestilada, de los que quedaron unos litros adicionales para re-poner mientras llegaba la nueva unidad de refrigeración con suprovisión de agua destilada. Así, con una mínima interrup-ción… el radar continuó operativo.

A partir del bombardeo del 1 de mayo, había comenza-do la llegada de heridos en forma masiva mediante diversos

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medios acondicionados como ambulancias (helicópteros,vehículos terrestres), conjuntamente con aproximadamentetreinta bajas que llegaron desde Darwin en un Chinook.

Fue en ese momento cuando dejé el laboratorio en ma-nos del bioquímico tucumano Baigorí, AOR del ejército, que es-taba cumpliendo con el servicio militar, el cual después de va-rios pedidos de ayuda, milagrosamente, apareció para soco-rrernos… ¡Y cómo! Me dediqué, entonces, de lleno, a formarparte de los equipos de recepción y clasificación de heridos,realizando las punciones venosas y arteriales necesarias. El ob-jetivo inicial era estabilizar al paciente mediante la perfusiónde expansores plasmáticos por las vías que compensan el volu-men de sangre perdido, evitando la entrada en shock. Si pre-viamente realizábamos la tipificación hematológica (grupo san-guíneo y factor RH) podíamos transfundir la sangre entera co-rrespondiente.

En muchos casos, debido a la amputación traumáticade los miembros inferiores, era necesario “clampear” (obturarcon pinzas especiales) las arterias que estaban sangrando an-tes de hacer la vía arterial o venosa. Nos enfrentamos con unnuevo y gran problema que debíamos resolver de inmediato:disponibilidad de sangre para su transfusión y su conserva-ción, y mecanismos de reposición en tiempo y forma.

Habíamos implementado un sistema de rotación ma-nual de las bolsas de sangre dentro de las heladeras. Lo hacía-mos con Baigorí varias veces durante el día y la noche para man-tener la sangre en el mejor estado de conservación posible. Lasangre iba “envejeciendo” y por lo tanto dependíamos de los en-víos desde el continente para su reposición. Nunca nos faltóhasta que llegaron los últimos días de combate, en los que laprovisión aérea se dificultó por el gran riesgo del cruce desdeel continente. No obstante, hasta último momento logramosevacuar a los heridos que se encontraban estabilizados luegode las cirugías efectuadas.

Los días que siguieron al 8 de junio, dada la cercanía delavance británico, esperábamos grandes cantidades de heri-dos, producto del combate directo de las tropas. Calculamosque la cantidad de sangre disponible no iba a ser suficiente. Aesa altura, había llegado el Almirante Irizar, un barco rom-

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pehielos que la Armada había acondicionado como buque hos-pital. La única salida que veía era conseguir que el Irizar nos en-tregara parte de su banco de sangre. Como último recurso, dis-ponía de bolsas de sangre vacías para, eventualmente, conse-guir sangre fresca de donantes voluntarios que se replegaranal hospital en los últimos momentos.

Le planteé al Flaco el problema y la posible solución.No iba a ser tan sencillo, ya que el buque se encontraba ancla-do en la entrada de la bahía de Puerto Argentino debido a in-convenientes con el calado del buque que le imposibilitabaacercarse. Elaboramos un plan. Teníamos que llegar hasta elpuerto, abordar algún tipo de embarcación y llegar hasta el bu-que hospital. Una vez allí, conseguir subir a la borda, plantearla situación a los responsables del buque y volver con la sangreal hospital conjunto. Todo esto, sin comunicaciones radiales yaprovechando las primeras horas de la noche, ya que el caño-neo naval de los británicos comenzaba puntualmente a las do-ce de la noche y duraba hasta aproximadamente las cuatro dela madrugada, cada noche.

Explicado todo esto, el Flaco acotó:

_Bueno. No nos queda otra alternativa, así que vamosesta noche.

Y nos fuimos el Flaco, Johnny Martin, el Ruso y yo…

Llegamos al puerto y conseguimos que nos facilitaranuna pequeña embarcación para llegar hasta el barco. La nocheera bien oscura, hacía mucho frío y el Irizar permanecía ilumi-nado a varios cientos de metros adelante. Nunca me imaginé loimponente que resultaría estar al lado del rompehielos connuestro barquito. Una cosa es verlo desde el puerto y otra muydiferente… desde el agua. Teníamos un edificio a nuestro lado.Calculábamos hasta la cubierta el equivalente a unos cinco oseis pisos de altura… Luego de vociferar unos minutos, conse-guimos que desde el Irizar nos arrojaran una escalera de sogacon peldaños de madera. Acto seguido Johnny me alentó:

_ Vos sos el más joven, así que subí primero.

Encaré la escalera, y comencé a subir. No tenía la menoridea de lo que estaba haciendo, al tiempo que la escalera se meiba horizontalizando. Escuché un tremendo grito de arriba:

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_ ¡Así no, boludo! ¡De costado!

El asunto era que debía subir con la escalera entre laspiernas, de costado…. Comprendí el tema y seguí subiendo…con un poco de “cagazo”, pero todo controlado. Cuando estaballegando a la altura de la cubierta y me disponía a saltar la ba-randa, escuché un grito desde abajo:

_ ¿Y?… ¿Qué tal, ¡¿todo bien?!

No tuve mejor idea que mirar hacia abajo para respon-der… No pude… el barquito se veía demasiado chico y el agua asu alrededor demasiado grande, demasiado fría como parapensar en caerse. Me quedé agarrado de la soga de la escaleratotalmente tieso. Gracias a Dios el mismo marino que me habíadado las “indicaciones” para subir correctamente, me sujetó dela chaquetilla y me metió de un tirón dentro del buque. Siguie-ron subiendo el Ruso, el Flaco y Johnny. Luego de las presenta-ciones de rigor, comenzamos nuestro periplo para conseguirla sangre. ¡Qué gente espectacular la de abordo! En poco tiem-po teníamos disponible una gran cantidad de bolsas de sangre,repartida en varias cajas y… sólo teníamos que llevárnosla connosotros al hospital conjunto.

Comenzamos el operativo “retorno”. Fuimos bajandolentamente nosotros y también las cajas. Cuando estábamoslistos para partir, comenzó el cañoneo naval enemigo. Estavez, le tocaba al BIM 5 que tenía posiciones cercanas a nuestrohospital. Nos preguntaron desde el buque:

_ ¿Para dónde van ustedes?

_ ¡Justamente para allá! _ respondimos señalando los fo-gonazos de las primeras explosiones.

_ Bueno…si cuando llegan no encuentran nada… en-tonces, ¡vuelvan!

Pero no hizo falta. Llegamos nuevamente a nuestro lu-gar y a tiempo para recibir más heridos. La sangre nos alcanzóhasta el final…

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El Dr. Stvrtecky, Dr. Fernández yEnf. Ortiz colocando el estandarteoriginal del CAEO que flameó en elCIMM en el cenotafio de la ruta 26

en Gral. Rodríguez. Fuente:Roberto Stvrtecky

Miembros de la Sanidad de FuerzaAérea en Malvinas. Alberto

Fernández (Freddy) adelante y a laizquierda de la foto. Fuente:

Roberto Stvrtecky

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Los doctores Stvrtecky y Martin en la entradadel hospital conjunto. Se observan las

banderas argentina, de la Cruz Roja y la delConejo Alado (símbolo de la Sanidad deFuerza Aérea). Fuente: Roberto Stvrtecky

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l destino me convocó a la Guerra de Malvinas el día14 de abril de 1982. Partimos con la Compañía de Sanidad des-de Curuzú Cuatía hacia Paraná por tren y desde allí en avión aComodoro Rivadavia. Diez días más tarde, me encontraba em-barcando el material de sanidad dispuesto en dos contenedo-res en el buque Córdoba fondeado en Puerto Deseado. Poste-riormente volamos hacia Puerto Argentino con el jefe de laCompañía de Sanidad 3, el mayor médico Luis Jacinto Reale y elresto del personal. Una vez instalado el vivac en las inmedia-ciones del aeropuerto, nos informaron que el Córdoba no ha-bía zarpado debido al bloqueo naval del enemigo.

El día 26 de abril se me ordenó junto al SMYPF Lombar-do viajar al continente a recuperar el valioso material y encon-trar el modo de poder transportarlo a las Islas Malvinas. En Co-modoro Rivadavia, encontré una situación algo caótica en cuan-to a lo que se despachaba a las islas. Era habitual escuchar res-puestas del tipo:

_ ¿Para qué quieren municiones si no hay cañones?

_ ¿Quién pidió elementos de sanidad?... ¡si no hay heridos!…

El 29 de abril regresé a Malvinas en un Fokker T54 de Ae-rolíneas Argentinas con gran parte del material de sanidad, ha-biendo quedado el SMYPF Lombardo a cargo del resto para con-tinuar embarcándolo hacia las islas en vuelos siguientes. Esemismo día, el jefe de la CaSan 3 recibió la orden verbal de divi-dir la misma en tres partes para dar apoyo a Darwin, Bahía Foxy Puerto Howard. Partí hacia Puerto Howard con cuatro oficia-les, el capitán médico Ibáñez, el teniente primero bioquímico

El Dr. Hautcoeur (izquierda)integró inicialmente el puesto desocorro de CaSan 3 que seinstaló en Puerto Mitre (PuertoHoward)

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Mónaco, el teniente primero médico Quirós Taua y teniente pri-mero odontólogo Boles Pereda; el resto del personal viajaría envuelos sucesivos. De ese modo se instaló el puesto principal desocorro en dependencias del club social de esa localidad deGran Malvina.

El 30 de abril arribé a Puerto Howard junto a cinco heli-cópteros con aproximadamente un tercio del material de sani-dad (básicamente de cirugía). El resto se encontraba en PuertoArgentino y Comodoro Rivadavia a la espera de su traslado.Identificamos el PUSO con la cruz roja, montamos un quirófanode campaña y una sala de internación en condiciones muy pre-carias, y atendimos bajas de carácter administrativas (heridasaccidentales por arma de fuego, pie de trinchera, casos odon-tológicos, etc).

Luego del ataque del 1 de mayo a Puerto Argentino y an-te la proximidad del enemigo se suspendieron los traslados detropa en forma masiva y los movimientos de carga a la isla GranMalvina. El 7 de mayo me dirigí hacia Puerto Argentino para tra-tar de cargar el material faltante e inventariar las pérdidas pro-ducidas luego del bombardeo al aeropuerto. El 9 de mayo se or-denó embarcar en el Forrest al personal médico para acudir enauxilio de los náufragos del Narwal, los cuales regresaron du-rante la noche del 10 de mayo, sin novedades. Ante la imposi-bilidad de mi traslado a Puerto Howard y Bahía Fox debido a lasuperioridad aérea lograda por los británicos, por orden delCdo Br I III y a través del oficial jefe nos ubicaron en el CIMM(Centro Interfuerzas Militar Malvinas) para cumplir funcionesde sanidad. A partir de ese día me hice cargo del servicio de far-macia del mencionado hospital y el resto de la CaSan tomó posi-ciones en la costa en el lugar del Regimiento de Infantería 4.Las provisiones de efectos sanitarios recibidas hasta la fechaeran escasas y de poca significancia.

El servicio de farmacia estaba a cargo del capitán médi-co Falcinelli, con la colaboración del AOR FARM Pelella y el caboPF Heis. La farmacia ocupaba dos habitaciones con tres placa-res amplios, dos piletas con mesada e instalaciones sanitarias,otra habitación como depósito y una amplia carpa multiuso dela Aeronáutica con efectos de sanidad propios de esa fuerza. Elaprovisionamiento estaba seriamente afectado por el bloqueo

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aéreo y naval impuesto por el enemigo. Había carencias deanestésicos, antidiarreicos, antigripales, vasodilatadores peri-féricos (para pie de trinchera), expectorantes, antiinflamato-rios, antiespasmódicos, gotas nasales, yeso, soluciones anti-sépticas y vendas.

Oportunamente arribó una muy significativa y útil dona-ción de Laboratorios Roemmers. También las hubo menoresde instituciones civiles y de los laboratorios Promeco, Squibb yAstra, consistentes en muestras gratis para una gran variedadde patologías, pero de escasa utilidad. El INTA de Ituzaingó en-vió doscientos paquetes de curación individual, preparados,acondicionados y esterilizados por personal de esa institución.

A su vez, el director del CIMM mayor ME Ceballos ges-tionaba las provisiones a través del mayor ME Espinella de FAA,quien impulsado por la necesidad sanitaria se comunicaba conel Edificio Cóndor para realizar la gestión de los insumos. Por lanoche, llegaban los aviones del continente burlando el blo-queo del enemigo con el material, en operaciones aéreas suma-mente riesgosas, difíciles y valientes: recibíamos la noticia deque un avión llegaba por la noche y disponíamos de cuarentaminutos para sacar a los heridos con las ambulancias (general-mente cuatro por vehículo), recorrer los ocho kilómetros hastael aeropuerto y esperar el aterrizaje del avión. Hubo situacio-nes en que el avión recibía el mensaje de alerta de peligro ene-migo y regresaba, por lo que debíamos volver al hospital conlos heridos. En general los heridos eran enviados al continentepor vía aérea hasta el 1 de junio y luego a través de los buqueshospital.

La FAA aportó una cantidad importante y considerablede equipos de cirugía descartables, que contenían todo lo nece-sario para una intervención quirúrgica. Resultó muy útil la pro-visión de camillas nuevas desarmables con una tela impermea-ble que facilitaba la rápida limpieza, lo que permitió su uso con-tinuo. También suplió necesidades urgentes del servicio de trau-matología con la reposición de muletas, bastones, tacos de ma-dera con base goma, placas para fracturas, vendas enyesadas,hojas bisturí y mantas nuevas para abrigo de los internados.

A su vez, la Armada disponía en el Apostadero Naval deun depósito con provisiones sanitarias de gran importancia

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que por doctrina de la fuerza mantenía permanentemente ac-tualizado para emergencia, la cual fue generosamente facilita-da al CIMM a través del TNBQ Coccia. Resultaron muy útiles lasgasas esterilizadas, material de alto consumo, ya que necesi-tábamos tres personas para cortar, acondicionar y esterilizarpiezas de treinta metros, lo que les llevaba un día completo detrabajo utilizando un solo autoclave. También nos facilitó solu-ciones parenterales, jeringas descartables, guías para suero,tela adhesiva, paquetes de curaciones, vendas y soluciones an-tisépticas. Afortunadamente, no fue necesario utilizar la medi-cación para quemaduras producidas por munición de fósforo.

El 14 de mayo se ordenó una comisión en Puerto Ho-ward para rescatar a las víctimas del barco Isla de los Estadosatacado por el enemigo en el canal de San Carlos, el cual regre-só por la noche con el cadáver de un tripulante. Por la misma fe-cha, una flotilla de cinco helicópteros, con grupos comandodestinados a Puerto Howard, logró enviar una estufa de esteri-lización y una mesa de cirugía de campaña. Como se transpor-taban motocicletas, munición, morteros, no hubo lugar paraenviar un autoclave.

El 20 de mayo, en el puesto principal de socorro de Puer-to Howard, tomamos contacto con la primera baja de combatecuando fue derribado un avión Sea Harrier, cuyo piloto, el te-niente William Glover, fue capturado. Habiendo sido atendidoen el PUSO por lesiones recibidas al eyectarse del avión, se lotransportó a Darwin el 22 de mayo. Luego, recibimos noticiasde que Puerto Howard había sufrido bombardeos aéreos y ca-ñoneo naval con bajas y heridos de extrema gravedad que re-querían cirugía.

En los últimos días de mayo el Bahía Paraíso contribuyócon una provisión de más de ciento sesenta grandes cajas conequipos de cirugía descartables, gasa esterilizada listas parasu empleo, soluciones parenterales, jeringas descartables,guías para suero, sábanas metalizadas para quemados, plan-chas de esponja goma pluma con medicación desarrolladas en-tre médicos del HNPB y el Instituto del Quemado de la Ciudadde Buenos Aires. El 5 de junio arribó a Puerto Howard el buquehospital Bahía Paraíso en el que se embarcaron la mayoría delos heridos y enfermos hacia el continente. Asimismo, se de-sembarcó material de sanidad de los que se carecía.

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El 14 de junio los médicos británicos llegaron en uni-forme de combate al CIMM, solicitaron un lugar para comer yluego se fueron a dormir, sin más explicaciones. El mayor Ceba-llos nos ordenó dirigirnos al hospital civil y luego hacia el aero-puerto donde esperamos como prisioneros la vuelta al conti-nente.

A modo de corolario quiero destacar la importancia delhospital en instalaciones edilicias fijas, calefacción y luz eléc-trica tan necesarias para la recuperación y el tratamiento de losheridos, como también la posibilidad de contar con gruposelectrógenos, helicópteros, camillas y equipos quirúrgicos des-cartables.

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Grupo de profesionales del hospital conjunto enPuerto Argentino escuchando las novedades porradio ante la posibilidad de llegada de heridos.

El Dr. Pablo Hautcoeur en el extremo másalejado del grupo de la derecha.

Fuente: Pablo Hautcoeur

Miembros de la Compañia de Sanidad 3en Puerto Mitre (Howard) antes del 7 demayo. Parados de izq. a der. en segundolugar el Dr Victor Mónaco y tercero, el Dr.Pablo Hautcoer. Fuente: Pablo Hautcoeur

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l 31 de marzo de 1982, luego de haberme espe-cializado en medicina del buceo de gran profundidad en la Ba-se Naval Mar del Plata, regresé a mi lugar de destino: Puerto Bel-grano. El 2 de abril grande fue mi sorpresa: habíamos recupe-rado las Islas Malvinas. Me inquietaba saber quiénes de mis co-nocidos estaban allí. La Operación Rosario había sido secreta,sólo se sabía que había habido traslados urgentes en los pri-meros días de marzo.

La vida nos sorprende a veces con sus ironías: por miaceptación en el curso de buceo, fui relevado del cargo en elportaaviones ARA 25 de Mayo, que me hubiera correspondidoen mi carrera militar, y fui suplantado por el TN Néstor Vitale.El lunes 5 de abril, me dirigí a la dirección del HNPB, donde meinformaron que había sido destinado en comisión en forma in-mediata al crucero ARA General Belgrano. Me presenté, enton-ces, ante el segundo comandante CF Pedro Galazi quien me or-denó:

_ Deberá montar de inmediato un laboratorio bioquí-mico, el banco de sangre de la unidad, y organizar el stock y eldespacho de medicamentos_ y acentuando enérgicamente ca-da sílaba de sus palabras me advirtió: _ Sobra decir que lo hagamaximizando el ingenio y minimizando costos.

Comencé por realizar un inventario de medios disponi-bles tanto materiales como humanos. La farmacia era un pe-queño local, compacto, con buena estantería y cajoneras. Ba-jando una cubierta había un local un poco más amplio, que ha-cía las veces de depósito de estiba. En una de las taquillas de es-te depósito, encontré intacto un microscopio monocular, prác-

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El Dr. Mercado ejerció suprofesión en el crucero ARAGeneral Belgrano y fue testigode su agonía en la aguasheladas del Atlántico Sur.

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ticamente sin uso, con las inscripciones USS Phoenix y el en-castre del mismo como bajorrelieve (para condiciones de nave-gación turbulenta, esto se conoce como “a son de mar”); unaverdadera reliquia. También descubrí un autoclave de veinte li-tros de capacidad y material de vidrio, como una columna conrobinete para titulaciones estequiométricas y una caja de cientubos de ensayo en perfecto estado.

El suboficial encargado del departamento sanidad erael SIEN Jorge Velásquez. En la farmacia, el responsable del car-go era el CPEN Nicolás Nieva, para el subcargo bioquímica de-signé al CSEN Osvaldo Martínez, y como ayudante al conscriptoIllanes. Todos ellos colaboraron conmigo en las tareas de veri-ficación de inventario de materiales y stock de medicamentosexistentes, como en todas las gestiones atinentes a completarel equipamiento y puesta en marcha del laboratorio de análisisy del banco de sangre.

Dentro de la organización de sanidad en combate (cru-cero de guerra), debíamos equipar dos de los denominados“hospitales de sangre” (uno en la cámara de oficiales y otro enel comedor de popa), también ocho puestos de socorro, distri-buidos de proa a popa del buque. Fue necesario, a su vez, im-plementar el despacho de medicamentos por farmacia, des-pués de la revista médica diaria y la entrega de pedidos de ur-gencia. Se estableció el sistema de distribución de medica-mentos y materiales en los dos hospitales de sangre y en los bo-tiquines de los puestos de socorro.

Durante nuestra estadía en Ushuaia, cargamos los re-querimientos faltantes de lo que llamábamos “sanidad en com-bate” (paquetes de curación individual de todos los tripulantes,instrumental quirúrgico para puestos de socorro, y cajas de ci-rugía para quirófano principal y auxiliares), también placas deidentificación individual del personal que llegó en comisión, yaque estaban en falta. En esa placa de acero quirúrgico de doscentímetros por seis se graba la matrícula de revista, el nombredel individuo, y su grupo y factor de sangre. Poco a poco se fue-ron agregando un fotocolorímetro Crudo Caamaño, una estufade cultivo pequeña, una microcentrífuga para hematocritos,dispensadores para diluciones en microplacas de inmunología,una centrífuga de mesa para tubos cónicos, varias cajas de tu-bos de extracción de sangre Vacutainer (con vacío)… tal vez es-

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té olvidando algo, pero en general me sentía satisfecho, por-que podía afrontar gran variedad de contingencias analíticas.

A su vez, dispuse de un pequeño gabinete de ensayos del de-partamento máquinas, con materiales estandarizados (Nor-mas NOCEM-ARA) para el control de agua de los destiladoresde a bordo (agua de mar), para alimentar calderas y servicios.La estrategia utilizada para el banco de sangre, recomendadapor hemoterapia del hospital naval fue disponer de sachets deplasma no fresco congelado a menos veinte grados en el free-zer y a cuatro grados centígrados en heladera. También bolsasde sangre total filtrada refrigeradas en la heladera. El viernes16 de abril, día en que zarpamos, comenzamos a completar fi-chas sanitarias, en particular el grupo y factor RH de los tripu-lantes.

En relación con la sanidad, también debía controlar lasplagas. En mi primera inspección, la presencia de cucarachas yroedores se hizo evidente, por lo cual elaboré un procedimien-to metódico para los lugares más comprometidos (alojamientode personal, depósitos de víveres, camarotes, reposterías y co-cinas). Solicité también recursos materiales (aspersores de mo-chila y de mano, trampas mecánicas y pegamentosas, rodenti-cidas e insecticidas). Ya desde la primera semana los resulta-dos fueron satisfactorios. Otra tarea permanente de la sanidadnaval, es el control de potabilidad del agua de los tanques delservicio general de distribución interna. En navegaciones lar-gas, el suministro proviene de los destiladores de agua de marque se almacena en tanques auxiliares, desde los que se repo-nen los tanques del servicio general. La alerta temprana es lamejor opción para adoptar alternativas de acción consecuen-tes, por eso dispuse el control diario de algunos aspectos de lacalidad del agua de distribución como: color, sabor, olor, pH,turbiedad, alcalinidad, oxígeno disuelto, cloro residual, cloru-ros, coliformes y cloración, según consumos y estado de cadatanque. Habiendo chequeado el consumo promedio de cada tri-pulante por día, concluimos que oscilaba entre los diez y veintelitros. Cocinas, panadería y reposterías eran los mayores con-sumidores. Para los baños se usaban tanques auxiliares conagua no tratada.

Asimismo, participé del control bromatológico, segúnreglamentos navales consistente en la vigilancia permanente

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del estado de los víveres, tanto frescos como secos y la higie-ne, orden en la estiba, lugares de almacenamiento (tempera-tura, limpieza, armonía en la clasificación y uso), incluido laconfección de menúes, la correcta cocción y presentación delos platos. Afortunadamente, tenía experiencia sobre este te-ma. Por de pronto, me puse en conocimiento del personal quetrabajaba en las cocinas y de sus competencias, verificando elcumplimiento del manual del servicio de víveres de la Armada.Como es tradición naval, las unidades de la flota de mar cuen-tan con un servicio de cantina. En el caso del crucero, la cantinaera atendida por sus propios dueños civiles: los hermanos Heri-berto y Leopoldo Ávila, que vivían casi permanentemente en elbuque. En aquella ocasión, se les había ofrecido desembarcar,por la misión de guerra que tenía nuestra unidad.

_ De ninguna manera. Acompañamos siempre a nuestratripulación y no la vamos a abandonar ahora_ respondieronhasta el cansancio ante cada insistencia.

Esta actitud no nos sorprendió; se sentían (y lo eran)miembros de la tripulación. Se esforzaron por pertrechar al má-ximo la cantina, cumpliendo siempre con meticulosidad lasmedidas antiplagas.

La actividad de la farmacia se iba incrementando cadavez más respecto de lo acostumbrado. También los volúmenesde suministros, su diversidad y la ampliación del área de distri-bución (hospitales de sangre y puestos de socorro). Los regis-tros de movimientos crecieron exponencialmente y para colmode males no contábamos con computadoras. Hacíamos todo apulmón; costó mucho esfuerzo mantener el control. Con silen-cioso esmero y dedicación pudimos alcanzar niveles impor-tantes de administración del cargo. En la pequeña biblioteca dela farmacia original, encontré también un manual farmacéuticode la US Navy (año 1940) con un listado de elementos para pre-parar soluciones y ungüentos. De allí saqué una fórmula senci-lla de crema antimicótica para pie de atleta. Llevaba conmigouna carpeta fotocopiada de recetas magistrales muy navales re-copiladas por un compañero de promoción.

Mi jerarquía (TN) y mi antigüedad en el grado (5º año),me ubicaban “ventajosamente” entre los oficiales subalternosdel buque. Solo mi compañero de promoción, TNME Jorge Boc-

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cacci, era más antiguo en la mesa de los tenientes de navío (decomando y profesionales) y como es la tradición naval, “con-ducíamos” los temas de conversación, durante las reunionesen la cámara de oficiales. Esto era una curiosidad, principal-mente para los oficiales de comando, que, ¡Dios, gracias!, re-sultó en aceptación afable, distendida y de gran camaradería.

Control de plagas; control de potabilidad y cloración,nuevos botiquines de puestos de socorro y taquillas del hospi-tal de sangre en sus localizaciones, inspecciones a cocinas, re-posterías, heladeras y lugares de almacenamiento de víveressecos y frescos…Tantos cambios no pasaron desapercibidos yle resultaban una curiosidad a la tripulación, lo que generabacomentarios frecuentes. Con anterioridad, la gente estable delbuque no había tenido oportunidad de ver esta actividad dia-riamente. En cierta manera, había conseguido el propósito de“hacer sentir la presencia de un oficial bioquímico-farmacéutico”

En el quinto día de navegación continuada en el cruce-ro, superé mi record anterior de días en el mar. Esta vez habíarecorrido el largo de la costa argentina en condición de crucerode guerra (condición restringida de circulación interna, paramantener estanqueidad), lo que implicaba realizar guardiascon zafarranchos de combate y abandono, tanto diurnos comonocturnos, una intensa actividad profesional con aprendizajepermanente y adiestramiento constante. Ya me sentía muy inte-grado a la tripulación y eso aumentaba mi confianza. Esto lo co-mentábamos con Alberto Deluchi, el cirujano, quien era micompañero de camarote. Con el departíamos en los momentoslibres y compartíamos, en especial, el gusto por las partidas deajedrez lo que alteraba al jefe de departamento sanidad, por ig-norar este juego y su ciencia.

_Sigan, sigan perdiendo el tiempo con ese juego_ pro-testaba con furia contenida al vernos absortos en medio de unajugada.

No le hicimos caso, en absoluto.

En la madrugada del 19 de abril arribamos a Isla de losEstados. El adiestramiento incluyó ejercicios de tiro efectivo en

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un impresionante despliegue. Se vivía con intensidad el tronarde las armas que disponía el buque. En varios momentos estu-ve de espectador privilegiado en el puente de mando, obser-vando semejante poder de fuego de nuestro crucero. En el se-gundo giro alrededor de la isla, pasamos frente a la Isla Obser-vatorio, lugar donde había estado enclavado el faro de San Juande Salvamento, “el faro del fin del mundo”, según Julio Verne.

Debido a la abundancia de “cachiyuyos” (algas marinasy sargazos) en la zona de anclaje habían tapado las tomas deagua en la obra viva del buque lo que provocó un corte en la redde agua potable. Los buzos del aviso Gurruchaga solucionaronel problema de las aberturas, y nos trasvasaron diez toneladasde agua fresca del manantial de aguas de deshielos, Chorrillode Parry. Comprobé que era agua de excelente calidad, quími-ca y bacteriológica. Por la mañana y por la tarde daba clases enel comedor de tropa sobre elementos de supervivencia que seencuentran en las balsas salvavidas, tarea que me habían asig-nado por mi experiencia en recepción de equipamiento de bal-sas para la flota de mar. Luego tomamos rumbo hacia el estre-cho de Le Maire, pasamos por el canal de Beagle, para atracar,finalmente, en la tarde avanzada del 22 de abril, en el muellede combustible de Ushuaia. La cantidad de diligencias que esta-ban programadas, no nos dieron respiro. Estuvimos hasta lascuatro de la mañana acarreando los materiales e insumos des-de el HNUS hasta la farmacia del CRUBE. Recién a las cinco ter-minamos de desembalar y destinar a su lugar correcto el totalde las cajas.

Allí nos comunicaron una grata noticia: “¡Correo delcontinente!”. Yo recibí cinco cartas de mi familia con fotos demis hijos. Fue muy emocionante saber de los seres queridos enesas circunstancias. Leí cada una, luego las releía y al mismotiempo escribía respuestas; quería entregar la corresponden-cia en el avión de correo que partía a la noche.

En las penumbras de la madrugada del sábado zarpa-mos de Ushuaia, mientras continuábamos clasificando, verifi-cando y acomodando los materiales recibidos, con una gratasensación de agradecimiento por el esmero y consideración detodos los que intervinieron en tierra para cumplir con los re-

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querimientos que solicitamos. Al partir, pude estar en cubier-tas altas en la ceremonia de despedida, desde donde alcancé aobservar la indisimulable preocupación en los rostros, dado elagravamiento de la situación a nivel político internacional yaun en el plano militar (la fuerza de tareas británica se aproxi-maba a Malvinas). Por unos instantes logré abstraerme y dis-frutar de la contemplación del hermoso paisaje de las costasdel canal, hasta que, a las diez de la mañana, una voz que salíadel difusor me sobresaltó:

_Dr. Mercado, presentarse urgente en sanidad.

El cabo principal artillero, Eduardo Catena, había con-currido a consulta por un fuerte dolor en la fosa ilíaca derecha.Me dediqué al análisis de sangre de este paciente con priori-dad… ¡porque tenía al cirujano persiguiéndome!. Leucocitosiscon neutrofilia, buen hematocrito y recuento de rojos, meta-bolitos normales, eritrosedimentación elevada; no había otrasparticularidades destacables. Consideraban una apendicitisaguda con posible peritonitis que necesitaba urgente inter-vención quirúrgica. Nos encontrábamos a dos horas de nave-gación de Ushuaia, lo cual implicaba diez minutos de vuelo enel helicóptero Alouette, pero la derivación a tierra demandaríaun retraso de los planes tácticos de guerra ordenados por losaltos mandos navales; estaba por delante una real campaña deguerra por lo que debíamos enfrentar esta contingencia y, ade-más, Catena solicitó no ser desembarcado.

Afortunadamente, el quirófano principal del buque esta-ba perfectamente equipado, tanto en recursos humanos comoen recursos materiales. La operación fue un gran éxito. Para surestablecimiento, pasó a la sala de internación, contigua al lo-cal del laboratorio, de tal modo que transitoriamente vino a serun integrante adoptivo de sanidad. Allí estaba cuando el ata-que submarino nos sorprendió a todos y no dejó de ser unapreocupación su embarque y travesía en la balsa.

Mucho no se pudo disfrutar del éxito logrado pues esamisma noche, en una maniobra de trasvase de munición, el sub-oficial segundo, Carlos Ibarra, trastabilló, cayó dos cubiertas(unos cinco metros) por el tambucho de pasaje de proyectiles, yquedó inconsciente en el piso. Lo auxiliamos inmediatamente;

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el primer diagnóstico fue una probable conmoción cerebral, pe-ro milagrosamente no tenía huesos rotos ni heridas graves, só-lo escoriaciones superficiales. Permaneció en observación en sa-la principal, y a los pocos minutos manifestó una sorprendenteevolución favorable; al día siguiente recibió el alta transitoria.

A bordo del crucero la actividad continuaba su desarro-llo según lo previsto para navegación desde que salimos dePuerto Belgrano. Nosotros, los oficiales de sanidad, cubríamosla denominada guardia de cubiertas bajas de cuatro horas deactividad, con ocho horas de descanso. En mi caso tenía asig-nada la guardia de medianoche a cuatro de la mañana y de me-diodía a cuatro de la tarde. Las consignas permanentes eran elcumplimiento del manual de servicios internos del buque en loque hacía al arrancho, limpieza, orden interno, horarios de ba-ño y de uso de comedores. También incluía la supervisión delos “zafarranchos de combate y de abandono”, que todos losdías (entre dos y cuatro veces) se practicaban en horarios alea-torios, en alguna de esas modalidades. Aprendí, con ese en-trenamiento continuo, a desplazarme con destreza en todoslos niveles del buque. Logré tener un “plano mental” de accesoinmediato, reconociendo el lugar en que me encontraba en ca-da momento y sus vías de comunicación horizontales y verti-cales, incluso en plena oscuridad. Me ejercitaba cerrando losojos y localizando cubierta y cuaderna (hay indicadores en re-lieve, en cada porta) incluso al tacto. Demás está decir que meacostumbré a llevar además del salvavidas reglamentario doslinternas (una tipo lapicera) y una “riñonera de supervivencia”,que escondía una Victorinox multiuso de treinta funciones,pastillas de desalinización, morfina autoinyectable, chocolate,bengala de mano y un salvavidas plegado.

Del 26 al 29 de abril retomamos el patrullaje marítimoalrededor de Isla de los Estados. Los procedimientos que ha-bíamos implementados estaban aceitados. Eso nos tranquili-zaba bastante, lo que permitió algunos momentos de relax, enque supimos apreciar el folclore a cargo de “Los Albatros”, unimprovisado conjunto. A partir de este día, pocos dudaban so-bre la reversibilidad o atemperamiento de la escalada bélica,pues las noticias que escuchábamos por radio no eran nadaalentadoras: se cerraban muchas alternativas de paz y ya no po-díamos pecar de ingenuos pensando en un milagro. En la ma-

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drugada del día 28 se hizo presente el ARA Piedrabuena, a lavista del crucero y en el anochecer hizo lo propio el ARA Bou-chard. Durante esa jornada y el día siguiente, los tres compo-nentes navales realizaron ejercicios coordinados conjuntos detácticas de combate y adiestramiento en equipos de comuni-cación y sensores que incluían ejercicios antiaéreos con des-plazamientos del helicóptero del CRUBE, conformando la Fuer-za de Tareas 79.3.

En cuanto al contexto de sanidad en combate, el día 29completamos la entrega de los paquetes de curación individuala todos los tripulantes y las placas de identificación personal.Asimismo, a las clases de primeros auxilios y de supervivenciaen el mar, incorporamos, por sugerencia, la bolsita anexa de su-pervivencia que cada uno llevaba permanentemente atada dealguna forma, junto a los enseres reglamentarios, siempre re-pasados en los ejercicios de adiestramiento. Existía una pru-dente recomendación para mantener siempre a mano, física yespiritualmente, todo aquello que pudiera mejorar la capaci-dad de reacción individual. Era una contribución más a la ley dela guerra que, sin estar escrita, surge espontáneamente.

A las cuatro de la tarde del 30 de abril comenzó la ma-niobra de reabastecimiento de combustible en el mar: el cru-cero comenzó a recibir combustible (cien toneladas de fuel oil)del petrolero YPF Puerto Rosales. Era portentoso ver a esas dosmoles enormes navegando apareadas, dejando un espacio detan solo sesenta metros entre ambas, unidas por cabullerías ymangueras gigantes, enfrentando el fuerte oleaje del mar du-rante más de una hora. Y en ese momento nos sorprendió otraurgencia médica: el conscripto Eduardo Lamaestre presenta-ba un cuadro clínico y de laboratorio más severo que el caso deCatena. Aun así ya no quedaba margen para evacuarlo y la ur-gencia quirúrgica era la única opción. Sin embargo, el movi-miento del buque complicaría el trabajo del cirujano, por loque se dispuso la intervención cuando se pudiera poner unrumbo al mar para mantener mejor estabilidad. Afortunada-mente, todo resultó bien en esta segunda cirugía abdominal ypasó a ser el segundo internado, pero con cuidados mayores.Otra prueba de fuego lo esperaba en tan sólo cuarenta horas.Junto a Catena, fue evacuado por los enfermeros hasta abor-

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dar sendas balsas salvavidas. Cuando fue rescatado por elARA Bahía Paraíso, aún tenía la sonda de drenaje.

El sábado 1 de mayo se iniciaría el desplazamiento delgrupo 79.3 rumbo ciento veinte grados Este. El desarrollo de laacción sería más rápido y abrupto. Después de la misa en elhangar, cada cual se dirigió a su puesto, porque comenzaba aaplicarse la condición de crucero de guerra. El crepúsculo se ini-ciaba, el cielo estaba plomizo y negros nubarrones en el hori-zonte opacaban rápidamente la luz diurna; la disminución delviento auguraba complicaciones meteorológicas. Además ha-bía preocupación, la condición humana, que pretendíamos sos-layar. Los presagios de tormenta se mezclaban con una in-quietud evidente. Se estaba navegando rumbo a la Zona deExclusión. Sin saberlo nosotros, desde ese mediodía el sub-marino nuclear inglés Conqueror inició el seguimiento del cru-cero Gral. Belgrano, que se mantuvo durante las próximastreinta horas. No hubo revista médica diaria, tampoco se pre-sentaron urgencias a lo largo del día. Pese al refunfuñar sola-pado del jefe de departamento de sanidad, con Alberto Deluchinos pasamos jugando ajedrez. Esa noche tormentosa, me dis-puse a dormir… ¡completamente equipado!

El 2 de mayo, ese fatal 2 de mayo, desperté a las cincode la mañana, tomé un café cargado y alguna tostada, luegosubí al puente de mando, para curiosear un poco el tiempo rei-nante y las novedades tácticas. Justamente se estaban reci-biendo órdenes de tomar rumbo a Isla de los Estados. De esemodo me enteré de que el crucero no había transpuesto la Zo-na de Exclusión. No así _lo sabríamos luego_ de que el Con-queror habiendo recibido a las dos de la tarde la orden de hun-dir al Belgrano, buscó la posición favorable durante unas doshoras y luego disparó tres torpedos en haz sobre el crucero

Era mi costumbre hacer la última recorrida por el come-dor de tropa y la cocina antes del final del turno, coordinandocon el oficial entrante hacer el cambio de guardia en el recintode la cantina unos minutos antes. Cuando llegué al lugar, esta-ba Deluchi, mi relevo, pero el negocio estaba cerrado, con uncartel que rezaba “vuelvo enseguida”. Decidimos entonces, diri-girnos a la cámara de oficiales para concretar la entrega de laguardia; serían las cuatro menos cinco de la tarde. Íbamos ca-minando por el pasillo principal cuando nos paralizó un tre-

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mendo estruendo en medio de un movimiento ascendente ycrujidos inimaginables, al tiempo que un fuerte golpe de airecaliente por la espalda nos derribaba hacia delante. La explo-sión ocurrió cuando nos encontrábamos a unos cincuenta me-tros del lugar del impacto. La iluminación se interrumpió y unadensa humareda cubría el ambiente: eran las cuatro de la tar-de. El mismo horario en que terminaba mi turno de guardia decubiertas bajas.

El primer torpedo explotó debajo de la quilla, afectandoel compartimento de máquinas de popa, los tanques de com-bustible (fuel oil naval), sollados de banda de babor, generadorde popa, comedor de tripulación de popa, alojamientos de sub-oficiales y sollado de cantina. Se generaron varios incendios de-bido a la gasificación del combustible derramado. Encendí milinterna y lo propio hizo Alberto, nos iluminamos los rostros ynos preguntamos al mismo tiempo:

_ ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?_ y aturdidos nos contes-tamos al unísono _ Estoy bien, no sé… no sé qué pasó.

El calor que venía de la zona de cantina y el humo quese acrecentaba, hizo que nos desplazáramos rápidamente a lacámara de oficiales. Buscábamos respuestas en los rostros queidentificábamos como conocidos, pero ninguno de los presen-tes sabía lo que había pasado. Todos los compartimentos delbuque, en todas las cubiertas se llenaron de humo denso. Enesos momentos, subiendo desde niveles inferiores, apareció elCCNA Schottenheim alertándonos:

_Hemos recibido un impacto de proyectil en las máqui-nas de popa. Presumo que fue un torpedo.

A menos de un minuto de lo ocurrido, otro estruendo:un segundo torpedo impactó en la proa sobre babor y cercanoa la quilla, lo que provocó la pérdida total de entre diez y quin-ce metros por falta de sustento (esto no afectó gravemente laflotabilidad del buque). De todas formas, el daño principal locausó el primer torpedo. El buque no se movía, estaba a la deri-va, se interrumpió todo tipo de energía, incluso de las máqui-nas auxiliares. La tripulación, instintivamente, empezó a des-plazarse a cubierta principal, en la búsqueda de aire respira-ble. No observé escenas de pánico durante mi trayecto a la cu-bierta de la guardia externa. Allí se organizó un puesto de soco-

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rro con botiquines trasportados al lugar, se practicaban los pri-meros cuidados, a los que presentaban algún tipo de herida oquemadura (lo más frecuente) y habían conducido a los dos in-ternados en la sala principal (Catena y Lamaestre). En pocos mi-nutos teníamos casi un centenar de heridos.

La escora del buque se pronunciaba a cada momento;vino entonces la orden de abandono mediante difusor manual.No hizo falta que nos ordenaran, comenzamos a conducir a losheridos por la banda de babor, donde había gran cantidad debalsas dispuestas para recibirlos. Cuando no quedaban pa-cientes en el improvisado puesto de socorro nos dirigimos anuestras propias balsas salvavidas. Desprendimos un par debalsas de sus encastres y las arrojamos al mar. Debido a la im-portante altura desde la borda descendimos la escala real y porallí comenzamos el descenso. Embarcamos y nos separamosdel buque. Todo el entrenamiento afloraba a nuestra mentemartillando cada instrucción: “Para aumentar las posibilidadesde sobrevivencia no deben ser menos de seis personas los queocupen la balsa y no más de veinte...”. Rápidamente, el viento yel oleaje nos alejaron del buque. Azorado, a una distancia decien metros, pude observar su hundimiento total desde la aber-tura frontal. Eran las cinco de la tarde del 2 de mayo cuandonos unimos en un grito desgarrador que estalló en el horizontey en el interior de nuestra propia balsa:

_ ¡Viva la Patria! ¡Viva el Belgrano!

Al poco rato de navegar “al garete” llevados por vientosde más de cincuenta kilómetros por hora y sacudidos por olasde más de tres metros, la cinetosis hizo estragos, a todos porigual, no hizo efecto ninguna de las drogas suministradas, nisiquiera el jengibre que llevaba en mi bolsita. Al principio fui-mos prolijos con las bolsas plásticas, pero no duró mucho y du-do que eso importara. La somnolencia del agotamiento y lasconsecuencias del padecimiento, nos puso a todos en un lim-bo; nadie hablaba. Alrededor de las diez de la noche se desatóuna tormenta, las olas abatían el techo de la balsa, hasta queen un momento se desgarró una de las aberturas y nos inunda-mos de agua, pero ya no había fuerzas para responder a laemergencia y los embates del mar se repitieron varias veces.Durante un par de horas más soportamos inermes esa condi-

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ción, hasta que poco a poco aplacó la tormenta. Recuerdo quedormité un poco. Con el clarear del nuevo día, recobramosenergías, empezamos a movernos, darnos cuenta de que vi-víamos. Alguien comenzó una oración, lo seguimos todos, serenovaron las esperanzas. Nos propusimos desagotar el aguaque cubría nuestras piernas, una densa neblina inundó el com-partimento: era el vapor que emanaba de nuestros propioscuerpos.

Procedí a la apertura del equipo de supervivencia. Re-cordé que había esponjas para el achique, parches y pegamen-tos para reparaciones, inflador, agujas e hilos. Al poco tiempocerramos la desgarradura de la abertura frontal y también in-flamos el doble piso de la balsa: dos operaciones que hicieroncambiar totalmente la temperatura interior: siguió aumentan-do el buen ánimo, y todos querían participar en alguna activi-dad de confort. Aparecieron chocolates, caramelos, chicles….y una botella de Chivas. Logramos hacer una rosa de linternascolgantes, y así ir descubriendo también los elementos conque contábamos para la travesía: medicamentos, alimentos en-vasados al vacío, agua en latas, linternas químicas, todo un setde bengalas de distintos calibres y colores, una pantalla des-plegable reflectora de radar, que instalamos en el techo de labalsa y una amplísima ancla de capa para moderar la deriva, yal mismo tiempo contribuir a la estabilidad. Luego encontra-mos otros enseres, como tijera, pinza, cabos de distintos cali-bres, pastillas desalinizadoras, una corredera para medir la ve-locidad de desplazamiento, brújula y prismáticos. El movi-miento era respetable, pero ya nos habíamos acostumbrado ysuperamos la fase aguda de la cinetosis. Nos quedaba la aber-tura posterior como “mirador”, pero el frío era intenso y, segúnmis cálculos, muy cercano al punto de congelación, por lo quenos turnábamos para mirar los alrededores, no más de veintesegundos por tripulante, rotando cada vez.

Nos pareció ser los únicos habitantes del mar, no veía-mos nada más que olas. Pero al mediodía, sentimos ruidos demotores en el aire: un Neptune de aviación naval pasó rasan-te…. Hacía el movimiento de balanceo indicador de que nos te-nía localizado. Fue un momento de extraordinaria alegría.

Al anochecer pudimos ver en el horizonte luces de em-barcaciones que, suponíamos, estaban rescatando balsas. Pa-

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sada la medianoche, cada media hora, lanzábamos bengalasde posicionamiento. Al poco tiempo advertimos que en el cielose veían muchas bengalas, lanzadas por otras balsas. Debimosesperar hasta las dos y media de la mañana a que el ARA Pie-drabuena se acercara y nos hiciera abordar. Habíamos estadomás de treinta y dos horas en la balsa.

Fue muy intensa la emoción en el reencuentro con nues-tros camaradas sobrevivientes, pero también angustiante la ne-cesidad de saber de los que no se encontraban en el Piedra-buena. Sentía un gran agotamiento, pero no me impidió que de-vorara un plato caliente de arroz hervido, que me pareció unmanjar. Luego busqué una cucheta y dormí hasta pasado el me-diodía del 4 de mayo. Cuando fui a buscar noticias, supe queotros buques estaban en la zona rescatando balsas.

Nuestros rescatistas habían completado su capacidadde alojamiento y ya se dirigían a Ushuaia. Llegamos allí al ama-necer del 5 de mayo. Nos estaba esperando un Fokker detransporte aeronaval, embarqué y sobre el mediodía estaba enla Base Aeronaval Comandante Espora, donde me reencontrécon mi familia que ya se había enterado de mi rescate en las pri-meras horas del 4 de mayo. El día 8 de mayo ya se contaba en elcomando de operaciones navales, con el listado de tripulantesfallecidos y desaparecidos: sumaban trescientos veintitrés.Entre esos héroes, estaban Osvaldo Martínez y Orlando Anto-nio Illanes.

3030añosaños

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1 de mayo, posiblemente la última fotodel crucero Gral. Belgrano en navegación,

luego del reabastecimiento decombustible. El submarino nuclear

Conqueror ya había iniciado supersecución. Fuente:desconocida

El Dr. Armando Mercadoen una foto actual comocapitán de navío. Fuente:

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Grupo de balsas con supervivientes delcrucero Gral. Belgrano soportando el

rigor del clima en el Atlántico sur.Fuente: desconocida

Grupo de sobrevivientes del crucero Gral.Belgrano en su arribo a la Base AeronavalCte. Espora. El Dr. Armando Mercado enprimer plano. Fuente: Armando Mercado

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i vida transcurría tranquilamente en el año 1982como teniente primero de la Compañía de Sanidad 3 en CuruzúCuatiá hasta que nos sorprendió aquel memorable 2 de Abril.Era un día de trabajo normal como cualquier otro cuando depronto escuchamos un cúmulo de voces que repetían con des-concierto y entusiasmo:

_ ¡Las Malvinas han sido recuperadas!

En esos momentos no sabíamos de qué se trataba, peroa medida que recibíamos noticias y conocíamos la realidad nosfue embargando una gran alegría. No era para menos, esas is-las, a las que en la escuela aprendimos a quererlas, ahora ya es-taban nuevamente incorporadas a la Patria.

Pocos días después, el jefe de compañía y director delHospital Militar Curuzú Cuatiá, recibió la orden de preparar unpelotón de sanidad para enviar a Malvinas. Ese pelotón tendríacomo jefe al teniente primero médico, Horacio Ricardo QuirósTaua y como subordinados dos o tres suboficiales.

A mediados del mismo mes se recibió la orden de alistartoda la compañía, para cumplir un destino en el sur argentino.Finalmente nos trasladaron por ferrocarril a la ciudad de Para-ná y desde allí vía aérea a Comodoro Rivadavia. Dos días des-pués de llegar, partimos en vehículos militares rumbo a Río Tur-bio, para reforzar la zona ante un posible ataque de las fuerzasde Chile. Luego de marchar todo el día, faltándonos aún la mi-tad del recorrido, nos alojamos en una unidad militar para pa-sar la noche y continuar viaje. Pero a la madrugada del día si-

MM

Víctor MónacoVíctor Mónaco

Puerto Mitre (Pto. Howard)en la isla Gran Malvina fuela localidad donde el Dr.Mónaco ejerció la profesiónbioquímica durante lasacciones bélicas.

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guiente, un 25 de abril, una contraorden estableció el regresourgente a Comodoro Rivadavia y el 26 llegué adelantado al res-to de mi unidad al aeropuerto de Puerto Argentino.

Por mandato del comandante de la Brigada de Infante-ría 3, general Parada, debí esperar al resto de la compañía en elCIMM y allí me encontré al día siguiente con el jefe de la CaSan3, mayor médico Luis Jacinto Reale y el teniente primero médi-co Horacio Ricardo Quirós Taua.

Nuestro jefe de compañía, más antiguo que el directordel CIMM, nos ordenó regresar al aeropuerto y esperar nuevasinstrucciones. Ese día se nos indicó a los dos oficiales médicos,al odontólogo teniente primero Gilberto Alejandro Boles Pere-da y a mí dirigirnos al comando operacional ubicado en un edi-ficio del pueblo, donde permanecimos hasta el día 29, día enque regresamos al aeropuerto. El día 30 de abril decidieron eltraslado de la CaSan a la isla Gran Malvina en helicóptero.

Me sentía desilusionado por el nuevo destino que nosordenaban y porque no teníamos un lugar fijo. El 1 de mayo, elaeropuerto sufrió un bombardeo aéreo terrible que nos hubie-ra encontrado allí. Ese día sentíamos una tremenda angustia,porque personal de nuestra compañía continuaba en el aero-puerto y no teníamos idea de lo que pudiera haberle ocurrido,hasta que nos enteramos de que todos estaban bien.

Yo solo transportaba conmigo al llegar a la Gran Malvi-na elementos de los cuales no quería desprenderme. En el bol-són llevaba algo de ropa, un microscopio monocular y una cen-trífuga de manija. En una caja de madera, un fotocolorímetroCrudo Caamaño y reactivos analíticos para la determinación deglucosa, urea, colesterol, GPT y GOT, más algunas bolsas paratransfundir sangre. La orden era levantar un puesto principalde socorro para apoyo del Regimiento de Infantería 5 en PuertoHoward, más bien una estancia con muy poca población civil,que a partir de la llegada del regimiento había sido bautizadocomo Puerto Yapeyú.

El puesto principal de socorro se estableció en lo queera el club deportivo “ ” y allí armé unPort Howard Social Club

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precario laboratorio de análisis clínicos. Tenía la promesa deque me enviarían el resto del material que había sido despa-chado en el buque Córdoba. Debido al bloqueo este buque nun-ca zarpó del continente. Algunas cosas se trasladaron por mo-do aéreo, pero la realidad es que nunca pudo llegar nada parael laboratorio.

El 4 de mayo comenzamos a sufrir un intenso bombar-deo naval y no tardaron en aparecer los primeros heridos graves.

_ ¡Necesitamos sangre para los heridos! ¡Busquen vo-luntarios! _ exhortaba el jefe médico ante un herido exangüe.

La respuesta afirmativa fue sorprendente: todos los sol-dados estuvieron dispuestos a arremangarse y dar su sangreliteralmente.

Pero los inconvenientes no terminaron allí. Durante unbombardeo los donantes saltaban de la camilla y se tiraban alsuelo por sentirse más seguros. Y peor aún, no contaba con losreactivos clasificadores para tipificar el grupo y factor de la san-gre. Se me ocurrió, entonces, cómo solucionar esto último:efectuaba la compatibilidad por aglutinación directa, hacía unapequeña extracción al receptor. Luego colocaba una gota deesa sangre en un porta objeto y le agregaba una gota de sangredel donante. Mezclaba y, si no se producía aglutinación, trans-fundía. Afortunadamente, no se presentaron accidentes posttransfusionales.

Cuando terminó el bombardeo, me puse a pensar cómoresolver el inconveniente que sucedía durante la extraccióncuando el donante instintivamente buscaba refugio ante la caí-da de las bombas. Rompí el piso de madera con una cuchara yun cuchillo, y conseguí un desnivel para poder efectuar rápidolas extracciones. Colocaba al soldado acostado en el piso, in-sertaba la aguja e introducía la bolsa al pozo. Periódicamentecontrolaba el llenado de la misma mediante tacto y cuando lanotaba llena terminaba la operación. Luego, mantenía las bol-sas sobre la ventana utilizando el frío reinante por dos díaspuesto que no había heladeras.

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Durante los bombardeos se cortaba la energía eléctricay, si yo tenía que extraer sangre para transfundir, el odontólogoBoles Pereda me alumbraba con una linterna. Esto también ocu-rría cuando cortaban el suministro eléctrico ya que solo habíaluz artificial entre las seis de la tarde y las nueve de la noche.

Entre las prácticas de laboratorio que más se realiza-ban, estaba el macro hematocrito, para lo cual empleábamos lapequeña centrífuga de manija, que generalmente era maneja-da por el oficial odontólogo o un soldado de apellido Benítez,que llegó un día al hospital y estuvo internado por un accidentemenor, a quien hicimos quedar con nosotros porque era muyvoluntarioso. Aprendió a sacar sangre, y al poco tiempo se con-virtió en un técnico de laboratorio idóneo.

En el hospital, o mejor dicho, en el PUSO, no había anes-tesistas y esta tarea la cubrían los dos únicos profesionales queefectuaban actos quirúrgicos y en determinadas oportunida-des me asignaron esa nueva función, que realicé bajo asesora-miento y control directo de ellos. No hubo accidentes con estetipo de práctica pre-quirúrgica.

Como los bombardeos eran constantes y cada vez máscerca del puesto de socorro, hasta llegar a impactar y perforarlas paredes por las esquirlas, decidimos hacer una trincheradentro del hospital. Rompimos una parte del piso flotante; al es-tar el edificio montado sobre columnas de hormigón a un metroaproximadamente del nivel del terreno, cuando no teníamos ac-tividad y nos bombardeaban, entrábamos y permanecíamos allíhasta que el peligro pasara o nos trajeran los heridos.

En la zona no hubo contacto directo con el enemigo. So-lo padecimos el intenso bombardeo aeronaval. Si mal no re-cuerdo, fue el día 14 de mayo cuando el teniente primero médi-co Horacio Quirós Taua recibió una nueva orden:

_ El barco Isla de los Estados acaba de ser atacado. ¡De-ben ir de inmediato en comisión a rescatar a las víctimas!

Por la noche estaba de regreso con el cadáver de un tri-pulante.

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El 20 de mayo aproximadamente, la Compañía C del Re-gimiento de Infantería 5 a la orden de su jefe el capitán Maci-rich, espalda a tierra, comienza a disparar con sus fusiles auto-máticos livianos a un avión Harrier que comenzaba un ataquesobre nuestras posiciones. La nave se encontró, según el pilototeniente William Jeff Glover, con una cortina de municiones quele destruyó elementos vitales de la misma por lo que decidióeyectarse. La versión oficial, sin embargo, sostenía que elavión había recibido el impacto de un misil lanzado por los co-mandos argentinos. Pero nosotros vimos otra cosa.

El piloto rescatado por los comandos del gélido mar ve-nía en el portaviones Hermes. Ese día le había tocado sobrevo-lar las islas siguiendo órdenes del Antrim, el barco inglés queestaba al frente de la guerra en esa zona. El prisionero llegó alpequeño hospital con una fractura en la clavícula derecha, unaherida en la cara y mucho miedo. Allí lo atendimos y permane-ció hasta mejorar su salud. Al ver el trato que le dispensába-mos fue perdiendo el miedo y comenzó a recibir visitas diariasde los kelpers, quienes le llevaban chocolates que compartíacon nosotros. Luego fue trasladado a Puerto Argentino y pos-teriormente al continente.

Nosotros continuamos manteniendo el puesto princi-pal de socorro, donde se acrecentaban cada vez más las caren-cias de materiales sanitarios debido al bloqueo que sufríamospor parte del enemigo. Las atenciones más comunes eran porel frío, que provocaba pie de trinchera; por hambre, debido a lafalta de alimentos; y por algunas heridas auto infringidas cuan-do se caían accidentalmente las armas que llevaban municiónen la recámara.

Un día llegó una pareja kelper; el hombre mostraba unclavo insertado en el talón.

_Vamos a proceder a extraerle el clavo_ le explicó en in-glés el capitán médico Jorge Ibáñez

Le aplicó, seguidamente, una anestesia local. Pero nolograba sacarlo porque se había introducido en el hueso. Meacerqué, entonces, a ayudarlo y conseguimos extraerlo; le hici-

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mos las curaciones pertinentes y se fue a su casa. Cuando fui-mos a verlo al día siguiente para observar su evolución nosatendió muy bien.

A partir de se día íbamos frecuentemente a merendar ynos tenía al tanto de la evolución del conflicto porque disponíade una radio. Nos confesó que quería que triunfara Argentinaporque era una forma más fácil de volver a Gran Bretaña, don-de tenía otra familia. Nos contó que un día había leído que nece-sitaban gente para trabajar en las islas y se había enrolado porun año. Pero nunca más pudo regresar.

Como en el PUSO no teníamos cocinero, nos entrete-níamos el oficial odontólogo y yo cocinando lo que se podía.Debíamos poner en juego toda nuestra imaginación pues elabastecimiento de víveres era casi nulo y en más de una opor-tunidad tuvimos que pasar el día sin “racionar”. Recuerdo un ca-so muy triste de un soldado llamado Remigio Fernández quemurió por inanición. El estado era tan avanzado que no sirviótodo lo que hicimos para revertirlo.

El administrador de la estancia era un tal Mr Lee. Este ha-cía de interlocutor entre nosotros y la población civil. Muchasveces recurrimos a él para solicitarle diferentes cosas. Una vezle pedimos si podía conseguir unidades de plasma y sin pen-sarlo dos veces, salió con su jeep. A las horas regresó con el ma-terial. Suponemos que se lo pidió a los ingleses. Indudable-mente, siempre colaboró con amabilidad.

El 5 de junio arribó el buque hospital Bahía Paraíso don-de embarcamos a los heridos y enfermos. Asimismo repusi-mos material de sanidad. Ya carecíamos de varios elementos.

El alivio duró poco. Desgraciadamente, cayó PuertoArgentino; nosotros no queríamos rendirnos. El jefe de la guar-nición coronel Mabragaña, excelente oficial superior, reunió atodos los oficiales, transmitió las órdenes de la superioridad yentregó la plaza al enemigo. Este fue el momento más doloro-so de esta guerra para nosotros: el no haber podido alcanzar elobjetivo por el que nos encontrábamos allí y por el cual había-mos perdido camaradas y amigos.

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Cuando nos estaban embarcando en lanchones comoprisioneros observamos varias cosas sorprendentes. Mr Leenos despidió uno por uno con un apretón de manos y les dijo alos ingleses:

_ Quiero un buen trato para esta gente.

Mientras, el paciente del clavo, nos saludaba haciendoflamear una bandera argentina ante la mirada impávida de losbritánicos.

Durante el viaje en el Canberra al continente que durócinco días, nuestros captores nos advertían que los argentinosestaban muy enfervorizados.

_A la llegada les van a cortar la cabeza_ añadían hacien-do un gesto característico.

Nos atormentaba ese pensamiento. Al llegar a PuertoMadryn desembarcamos en un muelle muy extenso y nos con-dujeron a un colectivo, que fue recorriendo el muelle y acer-cándose al portal de entrada donde, finalmente, divisamos unamuchedumbre. Junto a la tristeza traíamos el temor de la reac-ción de la gente en las calles. Nos inclinamos sobre nuestras ro-dillas con las manos cubriendo la cabeza para no oír los gritosy los golpes sobre la chapa del vehículo. Entonces, alguien seasomó y vio que los golpes provenían de los racimos de floresque nos tiraban. Nos asomamos todos y vimos a la genteaplaudir, llorar, vitorear y ofrecernos comida. Y nos pusimos allorar.

En un avión de Austral llegamos a El Palomar, pero el re-cibimiento organizado por la superioridad era diferente. Allí co-menzó un sufrimiento peor que la guerra. En colectivo, con lasventanas tapadas, nos trasladaron a la Escuela Lemos en cali-dad de “incomunicados”. Aunque ellos dijeron que no. Allí nosalimentaron, nos realizaron tests psicológicos mientras su-fríamos el desprecio de todos. Empezamos a darnos cuenta dela miseria humana. Por eso, decidimos escribir las responsabi-lidades, con nombre y apellido, de los hechos inexplicables co-mo la muerte del soldado Fernández. Lo firmamos y entrega-mos.

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Varios días después, llegamos a casa. No puedo expli-car lo que sentía: una mezcla de tristeza, bronca y alegría de es-tar nuevamente con mis seres queridos. Lo mismo pude ob-servar en mi esposa y en mis hijos: ellos me vieron partir y nun-ca más tuvieron noticias de mí hasta ese día. Todas las cartasque yo les había escrito, todas las que ellos me enviaron, no ha-bían llegado a destino.

Continuaron pasando los días y esas cartas, las mías ylas de ellos, comenzaron a llegar a nuestra casa. Hoy recuerdocon dolor y rabia esto, porque era un simple papel escrito quellevaba tranquilidad a un ser querido en esos momentos tan di-fíciles.

Antes de finalizar quiero recordar a nuestros tres hé-roes muertos de la CaSan: el sargento Montellano, el cabo La-balta y el soldado Pavón, y a los camaradas que compartierontantos momentos junto a mí en el puesto principal de socorro:el mayor médico Luis Jacinto Reale, el teniente primero médicoHoracio Ricardo Quiros Taua, el teniente primero odontólogoGilberto Boles Pereda, el capitán médico Ibáñez, el suboficialmayor Montiel, el sargento Salazar y los soldados del Regi-miento de Infantería 5 Benitez y Quijental.

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Puesto de socorro de la Compañíade Sanidad 3. El Dr. Mónaco

observando la olla humeante y elDr. Hautcoeur de cuclillas a la

derecha. Fuente: Victor Mónaco

Un impacto de artillería británicasobre el techo del puesto de

socorro. El Dr. Mónaco a la derecha ya su lado el odontólogo BolesPereda. Fuente: Victor Mónaco

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Integrantes de la Compañía deSanidad 3 en el PUSO instalado enel Club Social Puerto Howard. El

Dr. Mónaco a la derecha.Fuente: Victor Mónaco

Instalaciones de Puerto Howardrefundado localmente Puerto Yapeyú enhomenaje al solar donde nació el Gral.San Martín. El Dr. Mónaco a la derecha.

Fuente: Victor Mónaco

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l día 19 de mayo de 1982, a las diez de la noche, re-cibí un radio en mi domicilio en el que me ordenaban presen-tarme al día siguiente en el Hospital Naval Pedro Mayo. A las sie-te de la mañana, habiendo llegado al hospital, me comunica-ron que debía viajar a Santa Cruz para instalar un laboratoriode campaña. Inmediatamente nos trasladaron al Edificio Liber-tad, sede de la Armada Argentina. Luego, nos condujeron enun colectivo al aeropuerto de Ezeiza donde nos esperaba unavión en el que viajamos a la Base Aeronaval Comandante Espo-ra con gran cantidad de pertrechos, víveres y personal.

Continuamos el viaje hacia el sur sentados en las cajasde municiones y armas, tomando mate, café y jugando a las car-tas. El periplo continuó con una escala en la Base Almirante Zarde Trelew para arribar, alrededor del mediodía de ese mismodía, a Río Grande en la Isla de Tierra del Fuego, sede del Batallónde Infantería de Marina 5. El despliegue militar en la isla era im-presionante. Bajo una pertinaz llovizna se autorizó el despeguede un helicóptero naval que nos condujo a los profesionales dela salud, junto con provisiones de medicamentos, rumbo a Pun-ta Quilla en Santa Cruz. Cuando llegamos observamos que seencontraba anclado el Bahía Paraíso pintado de blanco deacuerdo con las reglas internacionales de Ginebra. Lo habitualera verlo de color naranja, ya que era un buque antártico. Unavez embarcados, me presenté al jefe de sanidad, quien me indi-có que el sector de sanidad se encontraba en la popa del buque.

En el laboratorio se desempeñaba como jefe un compa-ñero de promoción, el TN Carlos Espinosa. A partir de enton-ces, la dotación del laboratorio quedó conformada por dos bio-químicos, un técnico, un cabo primero enfermero y tres cons-

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Jesús A. MoyanoJesús A. Moyano

El Dr. Moyano fue integrantedel laboratorio del buquehospital Bahía Paraísodurante sus viajes sanitarios.

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criptos. Las actividades que desarrollábamos consistían en ex-tracción de sangre a los internados, recolección de orina y cier-tas tomas de muestra de algún líquido de punción. Las extrac-ciones se realizaban a las siete de la mañana, por lo tanto desa-yunábamos a esa hora, nos dirigíamos al laboratorio y comen-zábamos con la tarea de rutina. El laboratorio constaba de dosmicroscopios binoculares Karl Zeiss, una microcentrífuga, unacentrifuga de mesa y otra de pie marca Rolco, una estufa de cul-tivos, otra de esterilización, un fotómetro de llama, un aparatode gases en sangre y un fotocolorímetro Bausch & Lomb quepermitía realizar mediciones de cinética enzimática. Había bue-na provisión de reactivos y material de vidrio. Para la época eraun laboratorio de primera línea y trabajábamos a gusto.

Un área crítica era hemostasia por su importancia pre-quirúrgica: allí se realizaban tiempos de sangría, actividad delcomplejo protrombínico, tiempo de coagulación de Lee White yKPTT. En hematología determinábamos hematocrito y con ta-blas establecíamos el conteo de glóbulos rojos y eritrosedi-mentación; con el reactivo de Drabkin dosábamos hemoglobi-na; el recuento de glóbulos blancos lo hacíamos con la cámarade Neubauer y mediante la coloración de May-Grunwald Giem-sa establecíamos la fórmula leucocitaria. En el sector de quími-ca analizábamos glucosa (o-toluidina), urea (mediante urea-sa), creatinina (Jaffé), acido úrico (Caraguay), proteínas totales,albúmina y su relación con las globulinas (no teníamos cubaelectroforética), calcio, fósforo, y las siguientes enzimas: GOT,GPT, FAL, LDH y CPK. Completaban el perfil de análisis el exa-men fisicoquímico de orina con sedimento microscópico y el io-nograma (sodio y potasio, sin cloro). Dentro de la bacteriologíase cultivaron todos los líquidos orgánicos que nos remitieron(exudados y trasudados) con su correspondiente identifica-ción de gérmenes y antibiograma. Las muestras para gases ensangre la extraían los médicos terapistas mediante punción ar-terial e inmediatamente las enviaban en jeringas herméticas se-lladas o en capilares acondicionados. Se les informaba pH,CO , O , exceso de bases, saturación de oxígeno, tasa de bi-

carbonato real y tasa de bicarbonato estándar de acuerdo conel nomograma de Siggaard-Anderseen.

Los bioquímicos realizábamos la microscopía, la he-mostasia, los gases en sangre, ionogramas y la identificación

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de los cultivos por ser interpretaciones profesionales. El restode las determinaciones las cubrían los enfermeros y el técnicobajo nuestra supervisión. No salía un solo informe de labora-torio que no fuera supervisado por los bioquímicos. El Dr. Espi-nosa había acordado con los médicos que solicitaran solo lo ne-cesario para no sobrecargar el trabajo analítico.

El laboratorio se encontraba funcionando las veinticua-tro horas aun en navegación. Al llegar a Punta Quilla, SantaCruz, comenzaba la evacuación de los internados. Según sugravedad eran trasladados vía aérea a Bahía Blanca, Ushuaia y aBuenos Aires. Una vez vacías la enfermería y las salas de inter-nación, en el laboratorio, se procedía a la limpieza y acondicio-namiento del material, y se reponían los reactivos utilizados;de este modo quedaba nuevamente operativo para la recep-ción de los nuevos heridos. Afortunadamente, teníamos la posi-bilidad de viajar hasta la ciudad de Puerto Deseado para comu-nicarnos con el hospital y nuestras familias.

Durante el regreso a Puerto Argentino no había activi-dad en el laboratorio salvo las de acondicionamiento, perosiempre estábamos “a la orden”. Cuando el buque arribaba, co-menzábamos con la recepción de los heridos y evacuados quellegaban mediante helicóptero, muchos de ellos prácticamentedesde el frente de combate. Luego, eran trasladados a las du-chas, se higienizaban y se les servía una cena. Muchos directa-mente iban a la enfermería para internación. Recuerdo a un sol-dado conscripto del ejército que llegó en un estado de ham-bruna terrible y al pasar por el comedor donde tenían ya el me-nú listo, tomó un pedazo de pan, lo escondió en una bolsa deplástico y se fue a duchar. No pudimos convencerlo de que deja-ra su pan aunque le explicásemos que tenía su cena esperán-dolo. El muchacho terminó de ducharse con su pan bajo el bra-zo. Estos comportamientos evidenciaban que los víveres noles llegaban a todos por igual.

El clima en el departamento de sanidad fue ameno, ha-bía una camaradería notable, una excelente disposición al diá-logo y una muy buena relación profesional y humana. Todos te-níamos un objetivo claro: defender la salud a bordo del buquede los compatriotas heridos. En la cámara de oficiales, en las co-midas, había un clima de verdadera amistad que consolidabaesa meta de protección de la salud.

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Los informes de laboratorio se entregaron al jefe de sa-nidad y este los remitió a la Dirección de Sanidad de la Armada.A su vez, nosotros elevamos los protocolos de resultados anuestros respectivos jefes en el laboratorio del hospital.

Después de la capitulación, ingresaron al buque un gru-po de marinos ingleses que revisaron hasta los camarotes. Lue-go, el buque pudo partir hacia Punta Quilla con los últimos eva-cuados. De allí navegamos hasta Puerto Belgrano y arribamosel día 20 de junio. En el departamento de sanidad quedaron al-gunos profesionales del cuerpo médico y el buque permanecióen el puerto descargando equipamiento e instrumental de laenfermería. Los demás desembarcamos y esa noche viajé enun colectivo hasta Constitución junto a otros profesionales dela salud. En el laboratorio del HNPM, junto a la jefatura y demáscolegas se analizó lo realizado. Destacamos la falta de prácticade los enfermeros navales en el área del laboratorio, detalleque se informó para mejorar el curso de formación Mar y Servi-cios.

En general, el departamento de sanidad del Bahía Paraí-so, con sus profesionales y personal técnico, cumplió con susobjetivos: proteger la salud, aliviar el dolor y defender la vida.Atendimos un gran número de patologías con éxito, pero com-probamos que no estamos preparados en la sanidad para ac-tuar en un conflicto bélico. Esta experiencia nos tiene que lla-mar a la reflexión, nos tiene que despertar una conciencia quepermita visualizar hacia el futuro que toda Nación libre y sobe-rana es susceptible de afrontar un evento bélico. Nos había lle-gado 1982 y no estábamos preparados. Ojalá no nos ocurranunca más, para el bien de nuestra sociedad y de toda la Patria.

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l otoño de 1982 me hallaba radicado en Río Gran-de, Tierra del Fuego, enrolado en la Armada Argentina comoTN bioquímico y destinado en el Batallón de Infantería de Mari-na Nº 5 (BIM 5), como jefe de laboratorio y farmacia cuando losacontecimientos del 2 de abril nos sorprendieron a todos enesa ciudad, que compartía tantas similitudes con la idiosincra-sia de aquellas islas.

Luego de unos pocos días de gran ansiedad y expecta-tiva, el 8 de abril el BIM 5 fue trasladado completo a PuertoArgentino. La unidad estaba equipada y adiestrada para los ri-gores del clima austral; ocupó posiciones en los montes aleda-ños a la costa integrando un dispositivo estratégico en previ-sión de un probable desembarco inglés en los alrededores dePuerto Argentino.

Hasta fines de abril participé en la logística de insumossanitarios desde la retaguardia hasta los puestos de socorro in-sertados en las posiciones que las compañías ocupaban en losmontes Harriet, Longdon, Williams, Tumbledown y Sapper Hill.Realicé controles básicos de calidad del agua de los chorrillosde esos montes mediante equipos rápidos de ensayo de campoque me había llevado. El 27 de abril, desafectado del BIM 5, pa-sé a cumplir tareas en el único hospital militar emplazado enPuerto Argentino (CIMM) ubicado en una edificación elevadaque tenía como destino futuro ser una colonia de vacacionespara los lugareños.

El bautismo de fuego nos llegó el 1º de mayo. Tomamosrealmente contacto con la cara absurda y cruel de la guerra, al

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Guillermo PandolfiGuillermo Pandolfi

El Dr. Pandolfi (izquierda)integró el componente sanitariodel BIM 5 que se trasladó a losmontes cercanos a PuertoArgentino.

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recibir los primeros muertos y heridos graves de los ataques aé-reos simultáneos en cercanías de Puerto Argentino como en lalocalidad de Darwin a sesenta kilómetros. Luego de una arduajornada asistencial, por la tarde celebramos una muy emotivamisa por las bajas ocurridas, en la que muchos de nuestros ros-tros dejaban traslucir las emociones vividas.

Entre las nueve y las diez de la noche de ese mismo díarecibimos un urgente llamado de la compañía “Mar” del BIM 5,la que apostada en las alturas de Sapper Hill reportaba bajasocasionadas por fuego naval. Inmediatamente fui convocadopor el director médico mayor Ceballos para dirigirme allí, sinluces, a buscar las bajas. Actuamos en un marco de lógico ner-viosismo, ya que era el debut del CIMM en evacuaciones noc-turnas desde el frente bajo fuego enemigo y se suponía quepor provenir del BIM 5 conocía mejor que nadie cómo llegar aese lugar en tan especiales circunstancias. A los pocos minutosde andar a campo traviesa en la oscuridad, nos encontramoscon un camión radar de la Fuerza Aérea, donde confirmamosnuestro rumbo. Poco después, esa misma noche, el vehículofue alcanzado por un impacto naval directo, por el que murie-ron dos personas allí apostadas.

Habríamos andado unos quinientos metros más cuan-do observé en el mar destellos luminosos intermitentes, y co-menté al chofer en tono preocupado:

_ ¿Serán comandos ingleses?

Las supuestas “señales de linterna” que había observa-do resultaron los disparos de cañones de ciento cinco milíme-tros de los buques ingleses que ubicados a aproximadamentediez kilómetros habían comenzado a batir el terreno, explo-tando algunos a ochenta o cien metros delante de nosotros, ilu-minando toda la escena. Rápidamente detuvimos la marcha,descendimos y nos arrojamos al piso cubriéndonos la cabezaya que el ruido era ensordecedor, y volaban piedras y esquirlaspor todas partes. Calculo por el estruendo y la luminosidad queel proyectil más cercano debía haber impactado a unos treintao cuarenta metros del lugar en que nos refugiamos, cuerpo atierra, con el rostro hundido en una mezcla de roca y turba.

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Luego de un par de minutos y aunque el fuego naval con-tinuaba haciendo vibrar la superficie, observamos que los im-pactos se habían ido alejando de nosotros; continuamos, en-tonces, la marcha cuesta arriba. Los gritos del personal desdelas trincheras nos guiaban para esquivar los obstáculos, ya queíbamos atravesando posiciones de combate y era imposible vi-sualizarlas por la oscuridad imperante y el propio camuflaje.Ya en el lugar de reunión cargamos rápidamente a los heridos yemprendimos el descenso por el escabroso terreno; regresa-mos lentamente pero sin mayores inconvenientes al hospitalmientras en la lejanía continuaba el fuego naval.

Tuve el triste honor de evacuar a Hugo Daniel Cavigioli,agonizando, quien con sus jóvenes dieciocho años pasó a laposteridad como el primer soldado muerto que tuvo la infan-tería de marina argentina durante las acciones terrestres enMalvinas. Al día siguiente nos enteramos del hundimiento delcrucero General Belgrano. Al conocerse la cantidad de muer-tos, durante los días sucesivos, se instaló en nosotros un esta-do de profunda angustia y depresión y recurríamos frecuente-mente a los rosarios plásticos que se habían repartido masiva-mente: el miedo a la muerte nos hacía proclives a la religiosi-dad, aún a los más escépticos, como era mi caso….

Ser bioquímico en medio de la guerra me habilitó, se-gún se me exigió, para tareas tan ajenas a mi pensamiento co-mo “encargado de necrológicas”, es decir, recibir los cadáveresy acondicionarlos en bolsas negras en una simple carpa a la in-temperie, que utilizábamos como morgue dado que el frío per-mitía un cierto margen de conservación. Dado el mínimo domi-nio del aire que teníamos, no hubo otra alternativa que realizaruna precaria inhumación en un terreno adyacente al cemente-rio. La tarde del 3 de mayo recibí el cuerpo del teniente navalCarlos Benítez; al abrir su billetera observé su foto familiar…era tan parecida a la mía que me invadieron pensamientos de-presivos…

El 6 de mayo un suboficial enfermero me preguntó:

_Doctor, ¿su esposa por casualidad estaba esperandofamilia?

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_Sí_ respondí sobresaltado.

_Ah, entonces el llamado era para usted. Me pareció en-tender que hace unos días tuvo una hija.

Inmediatamente me fui hasta la central de radio de Puer-to Argentino, donde gentilmente y pese que no era el día quecorrespondía a mi unidad para llamadas al continente, logra-ron con esfuerzo un contacto por radio con la casa de mis sue-gros en Bahía Blanca donde se encontraba mi familia: la emo-ción me embargó cuando escuché la temblorosa voz de mi es-posa diciéndome que el 3 de mayo había nacido mi segunda hi-ja Antonella.

En el CIMM dormía en el piso de una habitación que com-partía con quince médicos más y en los últimos críticos días úni-camente se descansaba de a ratos durante el día cuando lo per-mitían las pausas del trabajo. La atmósfera de ese alojamiento,hacinada de hombres que no se destacaban precisamente porhacer un culto de la higiene personal, y el uniforme, que lleva-ba más de dos meses sin lavar, ejercían un suave efecto anes-tésico, inductor del sueño. La comida siempre fue de buena ca-lidad pero escasa (tal vez por eso era tan rica), en base a un úni-co plato principal caliente dos veces al día, muy pero muy lí-quido con algo de carne o fideos. Recuerdo que había que cui-dar la cuchara sopera: si la perdías (siempre había alguien inte-resado en ella) te esperaba una “muerte segura por inani-ción”…

Bromas aparte, los hombres que constituimos el CIMMfuimos respecto a confort y seguridad las personas más afor-tunadas de la guerra. Nuestros soldados en el frente, sin dis-tinción de jerarquías, durante el último período padecieron die-ciséis horas diarias de oscuridad enterrados en sus “pozos dezorro” excavados en la húmeda turba, que provocó tanto “piede trinchera”…, soportando todos los rigores del clima austral(hasta quince grados bajo cero algunas noches) y agobiadospor el inclemente fuego de artillería naval y terrestre que sin pri-sa pero sin pausa machacaba las posiciones en su tarea deablande preparatoria del asalto final.

Hacia el 10 de junio la ofensiva inglesa en los alrededo-res de Puerto Argentino arreciaba. El cañoneo naval y los bom-

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bardeos aéreos incrementaron su frecuencia y el número cre-ciente de heridos que llegaba al CIMM nos hacía intuir que elcurso de la batalla estaba rápidamente inclinándose en nuestracontra. Para el día 11 de noche ya era imposible dormir; a cual-quier hora podía llegar un contingente de heridos evacuadosdesde el frente. En algunos momentos ante el aluvión de bajasy pese a su buena organización, el CIMM se veía superado y to-dos colaborábamos sin distinción de jerarquías en lo que pu-diera ser útil. Durante esos días, la mayoría de las heridas deguerra que se produjeron fueron a consecuencia de esquirlaspor proyectiles de artillería o bombardeo aéreo, que resulta-ban lacerantes con graves hemorragias y pérdidas importantesde masa muscular o miembros. Las heridas cavitantes por pro-yectiles de alta velocidad procedentes de armas portátiles solose manifestaron en los últimos tres días, cuando el combate lle-gó a ser casi cuerpo a cuerpo. También hubo importante inci-dencia de lesiones por el frío y el tan temido “pie de trinchera”llegó a presentar algunos casos muy graves con necrosis y am-putación de ambos pies. Como agravante, resultó sumamentedifícil y riesgosa la evacuación sanitaria aérea al escalón supe-rior, ubicado en hospitales de Comodoro Rivadavia, Puerto Bel-grano o Buenos Aires. Me tocó participar directamente en al-gún apresurado viaje nocturno al aeropuerto (a ocho kilóme-tros de distancia) para evacuar heridos al continente, maniobraque se vio frustrada inclusive al pie de la pista debido a que losHércules C-130 podían permanecer pocos minutos y con moto-res en marcha, dado el inminente peligro a causa del dominioaéreo que ejercieron los Sea Harrier durante toda la guerra.

Yo “me enganchaba” para colaborar con alguno de loscinco grupos de recepción y clasificación de heridos, aportan-do allí más buena voluntad que idoneidad, ayudando en técni-cas de resucitación, apertura de vías para sueros y otras. Re-cuerdo que todo el personal pasó en completa vigilia las no-ches del 11, 12 y 13 de junio en que los seis quirófanos se veíancolapsados.

La tarde del día trece, una casa ubicada a veinte metrosfrente al hospital recibió un impacto directo de artillería ingle-sa por lo que murieron los kelpers que allí habitaban.

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El mediodía del 14 de junio, de repente, se hizo un si-lencio absoluto, que resultó muy impactante para la mayoríade nosotros, ya que en ese instante tomamos real concienciadel nivel de ruido constante por fuego de artillería al que noshabíamos acostumbrado a vivir. Luego de unos minutos de in-certidumbre, fruto del desconcierto, pudimos ver las humare-das en las colinas que bordeaban al pueblo y columnas de tro-pas argentinas bajando hacia el poblado. Observamos que unapatrulla inglesa se acercaba al CIMM. El oficial a cargo sacó elcargador de su metralleta Sterling como signo de no belige-rancia. En la puerta principal estábamos reunidos alrededordel doctor Ceballos los que alardeábamos cierto dominio delidioma inglés.

El oficial enemigo nos saludó militarmente y nos comu-nicó en tono formal pero muy cortés que se había acordadouna tregua. Puerto Argentino quedaba dividido en dos secto-res y el CIMM se encontraba en un lugar dominado por sus tro-pas.

Un sentimiento de gran alivio se apoderó de todos noso-tros, el resultado de la contienda quedaba en un segundo pla-no y lo prioritario era que finalizara tanto sufrimiento y muertea nuestro alrededor. Este oficial inglés ofreció realizar evacua-ciones aéreas a sus hospitales de campaña terrestres o buqueshospitales, señalando no menos de diez helicópteros en vuelo.Mientras observábamos ese despliegue de logística, recorda-mos las inmensas dificultades que tuvo nuestro único helicóp-tero ambulancia. Le agradecimos el gesto pero preferíamosevacuar nuestros heridos al Bahía Paraíso, el que se encontrabafondeado en la bahía de Puerto Argentino. Disponíamos deveinticuatro horas para desalojar las instalaciones ya que erannecesarias para sus propias tropas.

Luego la patrulla comenzó a reconocer el Hospital.Cuando se vieron las caras con nuestros soldados heridos con-valecientes se produjo un instante de tensión que se rompió en-seguida cuando una voz lanzó el universal pedido:

_ ¿Alguien tiene un cigarrillo?

Los ingleses que ingresaron a Puerto Argentino no eranlos que habían combatido en los últimos días, afectados por el

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stress de los intensos combates, la falta de descanso, la pérdi-da de algún compañero. Era tropa fresca de reserva, descansa-da, más distendida, con su uniforme limpio y actitud amistosaque minimizaba la posibilidad de eventuales conflictos connuestra tropa derrotada, cansada, sucia, desnutrida y segura-mente proclive a un desborde emocional.

Esa tarde, bajo una pertinaz nevada y repartiendo“ ” a diestra y siniestra para pasar entre los co-rrectos ingleses, realicé un vuelo al buque hospital para salvaruna buena cantidad de unidades de sangre del depósito de he-moterapia. Estuve tentado de quedarme en este buque que re-presentaba la seguridad absoluta. Finalmente y con muchas du-das, reconozco, decidí volver a la incertidumbre que me espe-raba en Puerto Argentino.

La imagen en la costanera del pueblo era deprimente.Había nevado recientemente y un par de casas ardían. Muchosconscriptos vagaban como sonámbulos, algunos sin casco, ar-mamento ni equipo, tambaleantes por el cansancio, el hambrey el stress padecido en los últimos intensos días. En muchos ca-sos no visualicé conducción militar responsable. Eran comba-tientes que bajaban de las colinas aledañas, desplazados vio-lentamente de sus posiciones a sangre y fuego por el enemigo.Deambulaban cual fantasmas entre la bruma…

En la mañana del 15 de junio se cumplió el plazo de vein-ticuatro horas y al desintegrarse el CIMM me dirigí caminandosolo en busca de mi unidad, el BIM 5. No tenía certeza de enqué situación había quedado luego de la feroz ofensiva ingle-sa. Se había reagrupado en un galpón de las

cercano al apostadero naval. Consternado, tomé conoci-miento de las bajas conocidas hasta ese momento. Entre los de-saparecidos estaba mi ayudante de laboratorio en Río Grande,quien afortunadamente apareció al otro día luego de haber es-tado prisionero de un pelotón gurka. No había sufrido maltratoalguno e inclusive se había traído una ración de combate ingle-sa sin abrir que le habían obsequiado sus captores: curiosida-des de la guerra…

El 16 de junio, en otra mañana nublada, ventosa y fría,emprendimos a pie la marcha de ocho kilómetros hacia el

sorry, sorry…

Falkland Islands

Co.

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“campo de concentración” ubicado en la península del aero-puerto, lugar destinado por el comando inglés para el confina-miento de nuestras derrotadas tropas, evitando así todo con-tacto físico con los vencedores. Al pasar por el puesto de con-trol ordenaban tirar el armamento sobre un par de pilas ubica-das en ambas banquinas. Al llegar mi turno y extender mi bra-zo para entregar mi pistola reglamentaria, el inglés a cargo delpuesto del lado de mi banquina me preguntó si yo era un oficial(en esta guerra no se utilizaban insignias distintivas para no fa-cilitar la labor de eventuales francotiradores) pero mi casco te-nía las clásicas cruces rojas de sanidad y seguramente por mistreinta años y con bigotes no aparentaba ser un conscripto.Ante mi lacónico y tarzánico “ ” el inglés me indicó seca-mente que me la guardara nuevamente en su funda.

Me enteré de que este, para mí, curioso episodio habíasido otra muestra de la experiencia bélica inglesa, ya que en de-rrota los ejércitos suelen tener episodios de violencia entre lapropia tropa y se torna complicado mantener la disciplina im-prescindible en tan difíciles circunstancias. El ejército inglés de-bía evitar conflictos que pudieran motivar heridos y muertosen la tropa argentina, que ya estaba bajo el status jurídico in-ternacional de “prisionero de guerra”; por ende, su cuidado yseguridad dependían del país vencedor. El Reino Unido fue engeneral respetuoso con el cumplimiento de la Convención deGinebra.

Como prisioneros sufrimos el frío, el viento, la lluvia ynieve recurrentes; estábamos ya bien dentro del durísimo in-vierno del Atlántico Sur. El panorama del aeropuerto era deso-lador: había cráteres producto de los bombardeos, escombrospor doquier, varios aviones destruidos y una multitud de pri-sioneros angustiados por la falta de lo más básico del ser huma-no: abrigo y comida. Lo primero que hizo el comandante delBIM 5 fue hacer levantar las prolongaciones de aluminio de lapista, desarmarlas e improvisar refugios que en forma precarianos protegieran de las inclemencias del tiempo. Muchos sol-dados, por haberse replegado combatiendo, no disponían decolchonetas o mantas para cubrirse, por lo que únicamentecontaban con lo puesto. Pasamos hambre, “oficialmente“ no ha-

yes

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bía provisión de agua ni comida. Sin embargo, un auténticomanjar fueron algunas latas de albóndigas en salsa que varioshabíamos conseguido rescatar a último momento, “bien rega-das” con un par de cucharadas de dextrosa al cinco por cientoque hallamos bajo los escombros de un puesto de socorro. Pe-se a las impactantes situaciones vividas y a la incertidumbre so-bre nuestro futuro, manteníamos la moral elevada y un fuerteespíritu de cuerpo.

El día 18 me informaron que, a través de la Cruz Roja, elcomando inglés había autorizado un viaje de evacuación delpersonal enfermo y me designaban para llevar a cincuenta y cin-co conscriptos. En varios vuelos de helicóptero Sea King lostrasladé al buque hospital Bahía Paraíso. En el barco me prove-yeron de ropa interior limpia y un plato caliente de sopa, y pu-de, al fin, bañarme y afeitarme luego de doce días. Recibimoscon gran alegría y gritos de júbilo la noticia de que el buquehospital había sido autorizado a dirigirse a Punta Quilla, SantaCruz, lugar muy cercano a mi destino final, Río Grande. Llega-mos a este puerto a las ocho de la mañana del domingo 20 dejunio. Apenas bajé me esperaba el CAIM Busser, quien me in-formó que éramos el primer contingente de infantes de marinaque regresaba de las islas.

_ Me agradaría que me informe cuál es la situación delBIM 5 y del resto de las unidades de la infantería de marina re-manentes en Puerto Argentino_ me pidió amablemente el co-mandante.

Conversamos unos diez minutos, lo puse al tanto de mimisión y poco después ya estábamos todos en vuelo a Río Gran-de. En el aeropuerto nos estaban esperando vehículos y ambu-lancias. El ambiente era de gran conmoción, porque éramoslos primeros en volver a una ciudad que había estado total-mente comprometida civil y militarmente con el conflicto béli-co. Luego de entregar mis cincuenta y cinco evacuados, lo pri-mero que hice fue llamar a mi esposa a Bahía Blanca, quien notenía noticias mías desde hacía diez días y posteriormente mepresenté en “mi” cuartel del BIM 5 donde fui recibido por el co-mandante del BIM 3 de La Plata. Esta unidad se había hecho car-go transitoriamente de las instalaciones, como reserva en pre-

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visión de algún conflicto fronterizo con Chile en esa zona. Du-rante dos horas le informé el estado general del BIM 5 y sobremi experiencia desde el día de mi arribo a las islas. Ante mi sor-presa, el comandante manifestó:

_Usted comprenderá que es realmente necesario que sequede unos días más en Río Grande para declarar ante inteli-gencia naval.

_ ¡No! ¡Decididamente no!_ respondí enérgicamente_.Mi segunda hija, Antonella, acaba de nacer y lo que más deseoen este momento es poder tenerla en mis brazos y estar lo máscerca posible de mi familia.

Tuvimos un tenso cambio de palabras, pero segura-mente mi aspecto demacrado por los siete kilos de peso perdi-dos, el cabello muy encanecido repentinamente y sobre todo loinoportuno de provocar un incidente con un oficial arribadodel frente bajo fuerte stress residual, incidieron para que crite-riosamente reviera su postura.

Finalmente, a las once de la noche del 21 de junio, lue-go de setenta y cuatro intensos días, pude volver y abrazarmeentre lágrimas con mi familia en Comandante Espora, el aero-puerto de mi ciudad natal, Bahía Blanca.

Al llegar al final de mi testimonio, amargas cifras de laguerra e imágenes imborrables acuden a mi memoria: núme-ros que son vidas truncadas o deshechas; imágenes que agu-dizan el dolor de sentirse impotente ante esa monstruosa ga-rra que es la guerra; y la soledad de morir lejos y en el anoni-mato.

Mil novecientos noventa internados tuvo el CIMM en lossesenta y cinco días que estuvo funcionando. Seiscientos fue-ron los evacuados al continente. Treinta y dos muertos sepultópor sí mismo y doce más entregó al enemigo en la rendición.Dos, solamente, de ese total de cuarenta y cuatro alcanzaron amorir en el hospital, el resto murió antes. Ciento veinte hom-bres de las tres fuerzas conformaban la dotación total en la últi-ma etapa del conflicto, que incluía cincuenta y un profesiona-les universitarios, de los cuales cuarenta y cinco eran médicosde diferentes especialidades.

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La atención en primera línea fue sumamente dificultosay quebró el concepto de la asistencia rápida de los heridos deguerra: lo escabroso del terreno hacía imprescindible el uso dehelicópteros para la evacuación y prácticamente no pudimosdisponer de ellos. Recibir desde el frente a los heridos en el “pe-ríodo de oro”, es decir, dentro de las dos horas post injuria quees cuando un centro quirúrgico salva vidas y baja la mortalidad(enseñanza de Vietnam), era una misión imposible: las bajas lle-gaban por tierra al hospital transcurridas más de seis horas des-pués de haber sido heridos.

Luego de la gran ofensiva final de los cuatro últimosdías, la gran mayoría de los muertos permaneció en el terreno yfueron sepultados posteriormente por el trabajo conjunto deingleses y prisioneros argentinos.

A pesar del tiempo transcurrido, aún hoy no puedo evi-tar que me invada una tristeza muy íntima y profunda al ver elepitafio que los ingleses pusieron en las blancas cruces del Ce-menterio de Darwin:

“Aquí yace un soldado argentino solo conocido por Dios”.

3030añosaños

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Destino del Dr Pandolfi en Puerto Argentino: elHospital Militar Conjunto. Se observa unaambulancia preparada para la evacuación

urgente de heridos hacia el aeropuerto para suposterior traslado a hospitales del continente.

Fuente: José H. Soria

De izq. A der. médico Abete, odontólogoSuarez, médico Ferrario y bioquímico

Pandolfi en el playón de la en PuertoArgentino.

FICFuente: Guillermo Pandolfi

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urante 1981 se habían llevado tratativas entre elcomerciante argentino de chatarra, Constantino Davidoff y elgobierno del Reino Unido con el propósito de desmantelar lasestaciones balleneras abandonadas en las islas Georgias delSur. Las mismas habían dejado de funcionar en la década del60 cuando se prohibió la caza de ballenas. Mi hermano Antoniofue contratado por su experiencia en ese tipo de expedicionespara comandar la empresa, e inmediatamente realizó la selec-ción del personal necesario para dichas tareas (electricistas, he-rreros, cocineros, montadores…). El plazo demandado paraconcluir el proyecto de desguace de tres complejos ballenerosera de dos años, con permanencia alternada de cuatro meses.Se tramitaron todos los requisitos necesarios ante la embajadabritánica, incluyendo la “ y se practicó un ex-haustivo chequeo médico-psicológico a los integrantes de laexpedición.

El médico, Rubén Walter Pereyra, y yo, como bioquími-co, conformábamos el área de sanidad. Mi trabajo comprendíaanalizar diversos líquidos contenidos en grandes depósitos yla potabilidad del agua del lugar, como también colaborar conel médico en toda tarea sanitaria que surgiese. Mi experienciaen medicina de urgencias fue determinante para que me inclu-yesen en el equipo sanitario, ya que, ante una evacuación, sedebía esperar al menos treinta y seis horas hasta que llegara eltraslado desde el continente, tiempo que debíamos mantenercompensado al paciente.

El 11 de marzo, una vez contratado el buque Bahía BuenSuceso de la Armada por el empresario Davidoff para realizarla operación comercial, partimos del puerto de Buenos Aires

temporal card”

DD

Carlos M. PatanéCarlos M. Patané

El solitario puerto de Leith(Georgias del Sur) fue elescenario donde el Dr.Patané vivió sus increíblesexperiencias en 1982.

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rumbo al Atlántico Sur. Llevábamos tres banderas: una argen-tina, una del Reino Unido y una bandera blanca para enarbolaren el campamento con el fin de no herir susceptibilidades.

Mientras navegábamos, el médico y yo dictamos un se-minario a fin de explicar el plan sanitario desarrollado para lacampaña, las revisiones periódicas obligatorias, el régimen ali-mentario y las medicaciones particulares. Durante los sietedías que duró la travesía, no me privé de observar desde la cu-bierta superior los impresionantes atardeceres en la inmensi-dad del océano en compañía de buen tabaco y Vangelis en los

.

Faltaba un día para llegar a las islas Georgias, cuando elcapitán invitó a la plana mayor de la expedición a un vino de ho-nor en el casino de oficiales del buque. Allí pronunció un dis-curso que nos quitó de un golpe el sopor de la bebida.

_ Es un honor que un grupo de argentinos ejerza el dere-cho al trabajo en el confín de la Patria, enfrentando con valorlos fríos extremos…

La mayoría eran hombres de la industria metalúrgica deAvellaneda o Lanús que cortaban chatarra, manejaban grúas…no estaban preparados para tal desafío. La navegación conti-nuó en silencio de radio, a oscuras, hasta las solitarias playasde Puerto Leith. Al llegar nos recibió una intensa neblina; la na-ve, al atravesarla, nos permitió descubrir la majestuosa masade piedra que emerge del mar coronada de nieve y glaciares.

Se designaron grupos operativos con el objetivo deacondicionar los sistemas sanitarios, de provisión de agua, deelectricidad, de calefacción y de comunicaciones en las insta-laciones de tierra para poder habitar allí. Por suerte las encon-tramos en muy buen estado: conectamos el generador que ha-bíamos traído y … ¡las lámparas funcionaban! Con una palamecánica se recogía carbón de coque directamente del piso,que servía de combustible para las salamandras.

Mientras tanto, en los primeros días vivíamos en el bu-que. Finalmente, en una barraca pintada de amarillo, a la quellamamos nos instalamos la plana mayor de la ex-

walk-man

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pedición. Se asignaron los sectores: sala de radio, oficina deljefe y junto al médico acondicionamos una de las salas comopuesto sanitario. En una de las recorridas encontramos un hos-pital abandonado con un antiguo droguero compuesto por fras-cos de vidrio azul con tabletas de medicamentos en su interior,chatas de porcelana, instrumental médico y de laboratorio anti-quísimo, digno de un museo.

En los primeros días atendimos cuadros básicamenterespiratorios propios del cambio de temperatura que experi-mentábamos. Pasábamos del clima de Buenos Aires de veinti-siete a veintiocho grados al de las islas inhóspitas del AtlánticoSur de uno a menos dos grados. Junto a los episodios gripaleshubo algunos pequeños traumatismos y cuadros clínicos me-nores que se solucionaban en poco tiempo. El grupo se habíaintegrado bastante y trabajábamos armoniosamente. Había lle-vado una estufa de treinta y siete grados, caldos de cultivo, unmicroscopio, colorantes para tinción y equipos químicos paradeterminar la potabilidad de agua. Analicé una gran vertiente yvarios chorrillos cercanos al lugar, los que resultaron potablesy pudimos utilizar como provisión de agua.

Pienso que los inconvenientes comenzaron al llegar a labahía de San Pedro. El capitán entregó una bandera del barcoporque quería que el espíritu del Bahía Buen Suceso nos acom-pañara durante toda la permanencia. Esta fue colocada en unavieja torreta de grúa de cuatro metros de altura. El personal ves-tía un traje isotérmico y un equipo polar (pantalón y camperónde plumas) color blanco para las campañas antárticas. En la islase encontraban científicos ingleses del BAS que además de lastareas de investigación realizaban la custodia de la isla comorepresentantes de los intereses de la corona. Es probable queobservaran descender de un buque argentino personas vesti-das igual, de blanco que izaban una bandera de guerra. Segu-ramente, les habrá llamado mucho la atención. Y por si no bas-tara esto para cobrar notoriedad, tres personas con carabinasbajaron del barco, dispararon hacia un grupo de renos y mata-ron a uno. En las islas había cientos de renos que fueron lleva-dos mucho tiempo atrás y habían desarrollado su hábitat allí.

Al anochecer regresamos con las lanchas al barco y dor-mimos abordo. Al otro día volvimos a Puerto Leith…. la bande-

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ra seguía ahí, flameando en la grúa. De pronto se nos aparecie-ron tres científicos ingleses, se presentaron y nos pidieron ha-blar con el capitán del barco.

_Deberán retirar la bandera_ le ordenaron con autori-dad y en claro inglés_, llevar de vuelta al barco todo lo descar-gado y dirigirse a Grytviken. Allí completarán los trámites de laaduana del gobierno británico y sólo después podrán desem-barcar y realizar el trabajo que vinieron a hacer.

_ Debo solicitar instrucciones a Buenos Aires_ contestóevasivamente el capitán y en la misma lengua.

Esa noche decidimos con un compañero pernoctar en la. La imagen del lugar desolado, los ruidos de las

chapas desprendidas por el viento y la oscuridad intensa nossobresaltaban inquietantemente. Nos dormimos con la ayudade un “J&B”. Al día siguiente el capitán les transmitió a los in-gleses que tenía órdenes de desembarcar todo y dirigirse aUshuaia. Los ingleses entregaron entonces una nota en nom-bre de las autoridades británicas, manuscrita y firmada en laque se expresaba la protesta por el desembarco no autorizadoy por la destrucción de la fauna local.

El barco partió el 23 de marzo. La logística funcionabacorrectamente y el puesto sanitario ya se encontraba operati-vo. Entonces, el capitán nos reunió a todos y nos anunció:

_Si alguien quiere irse, esta es la última oportunidad.

Los treinta y ocho contratados y un radioperador que de-bía terminar de instalar la antena y la radio, ya que hasta el mo-mento no había logrado buena comunicación con el continen-te, decidimos quedarnos.

Al día siguiente, con silencioso andar, apareció un vele-ro tripulado por tres documentalistas franceses. Al cruzar el te-mible Cabo de Hornos una tormenta les había provocado unavuelta de campana en la que habían perdido la mayor parte delos alimentos y sufrido destrozos varios en la embarcación. Ha-bían decidido acercarse a las Georgias para reparar la nave y re-poner alimentos de los acopiados en los refugios del BAS. Sinembargo, en Grytviken, a pesar de la emergencia sufrida, no ha-bían sido autorizados a desembarcar. Decidieron venir enton-

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ces a Leith donde les ofrecimos asilo, asistencia en la repara-ción del barco y provisión de alimentos.

Los tres eran muy graciosos y sus anécdotas siempreterminaban en carcajadas. Hasta inauguramos el “Boat ClubSan Pedro” en el muelle, contando con su velero Cinq GarsPour, nuestras dos embarcaciones, Fénix y San Pío, y un pe-queño bote semihundido. A partir de ese día las veladas con losimprevistos visitantes fueron inolvidables. Y aún más al sermeasignada una tarea extra que consistía en ser el custodio del al-cohol y el tabaco, repartiendo diariamente según lo pactado.La llave la llevaba permanentemente colgada de mi cuello.

El 24 nos llamaron del servicio de radioaficionados de laArmada, que era el medio con el cual nos comunicábamos alcontinente, para decirnos que a raíz del estado que habían to-mado los acontecimientos debido a nuestra presencia se habíagenerado un problema de cancillerías.

_Deben mantener la radio prendida y cada tres horas en-víen un QSL (“está todo bien”) No se preocupen, todo se va a re-solver…Ah, van a ir a visitarlos unos “amigos”.

A través de radio El Mundo nos enteramos de que el bu-que Endurance había zarpado de Malvinas luego de embarcaruna dotación de infantes de marina y se dirigía a Leith con el finde desalojarnos, mientras que las cancillerías intercambiabanpermanentes mensajes de advertencia. Las preocupaciones ylos temores iban en aumento complicando la convivencia. Esanoche, mientras me encontraba en la nos gol-pearon a la puerta. Eso era rarísimo por esas latitudes. Cuandofui hacia la puerta pregunté:

_ ¿Qué pasa? ¿Quién es?

_ Somos los “amigos”, Armada Nacional.

Al abrir me encontré con personal militar camuflado yaltamente armado, perteneciente a los comandos anfibios.Cuando vieron que se apagaba todo _era la rutina con el grupoelectrógeno_ pensaron que los ingleses los habían descubiertoy estuvieron observando, dando vueltas durante una hora has-ta que se decidieron a golpear. Habían desembarcado del bu-que Bahía Paraíso que se encontraba fondeado a oscuras en labahía.

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Me pidieron que levantara a todo el personal y una vezreunidos nos comunicaron con un tono calmo que intentabaocultar la gravedad del la situación:

_Se ha suscitado un problema internacional. Estamosaquí para custodiarlos. Vamos a vestir la misma ropa que uste-des hasta que se solucione todo por la vía diplomática. Nos va-mos a dar a conocer solamente si se intenta un desalojo por lafuerza: el buque polar inglés Endurance se está acercando a lazona.

En total eran quince elementos de fuerzas especiales dela Armada, denominados Los Lagartos al mando del tenienteAstiz. Nosotros comprendimos que ya estábamos en gravesproblemas. Bajaron contenedores con abastecimientos, ex-plosivos y combustibles para tres meses, y hasta un quirófanode campaña, que incluía anestesia, respirador y desfibrilador!Se instalaron en el antiguo hospital del lugar, al que comenza-mos a llamar .

Antes del amanecer, el Bahía Paraíso zarpó tan silencio-samente como había llegado hacia aguas internacionales. Laobra comercial en sí que fuimos a hacer nosotros comenzó acomplicarse por la presencia de estos militares; la tensión en-tre los obreros aumentaba.

_ Nosotros vinimos a laburar _ protestaban con angus-tia los chatarreros_ y ahora resulta que estamos metidos en unconflicto internacional en una isla desierta en medio del Atlán-tico Sur.

No era fácil la situación y la cancelación de la operaciónde desguace era inevitable. Leith se caracterizó por el vientopermanente de alta intensidad y el microclima que variaba rápi-damente: lluvia, sol, nieve… Las nieblas no faltaron y las no-ches eran muy cerradas. Mientras tanto los militares instalabancasamatas, trampas explosivas y minas al tiempo que evalua-ban posibles vías de escape por las montañas o los glaciares.

El 2 de abril nos despertaron a las cinco de la mañana pa-ra darnos la noticia: las Malvinas se habían recuperado. A la sie-te de la mañana hubo una ceremonia con los militares unifor-mados. Se izaron dos banderas argentinas, se cantó el himno,se lanzaron tres salvas y luego se ofreció un chocolate en el hos-pital. Al medio día, un vino de honor en la Yellow House alentó

Swat

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aún más el clima festivo y el resurgir de sentimientos naciona-listas.

A la mañana siguiente, con las primeras luces, ingresa-ron a la bahía el buque Bahía Paraíso junto a la corbeta Guerri-co. Los militares se embarcaron con destino a Grytviken paraexpulsar a los Royal Marines llegados en el Endurance. La gue-rra ya estaba presente a la vuelta de la esquina, los estruendosllegaban desde la bahía vecina y el combate duró dos horas. Elprecio por pagar a causa de Grytviken fue un helicóptero des-truido, tres bajas argentinas y numerosos heridos.

Se desalojó a los setenta infantes ingleses junto a losdiecisiete científicos. De éstos últimos quedaron tres escondi-dos entre ellos dos mujeres. En Grytviken se dejó a unos cua-renta infantes de marina y los Lagartos volvieron a Leith. Hubomuchas muestras de patriotismo, incluso dos chilenos del gru-po querían un arma para combatir a los ingleses. Pero nos de-cían que como éramos civiles nos iban a evacuar ante cualquierpeligro. Nosotros continuamos con los trabajos comercialesprogramados, pero por radio nos enteramos de que estaba vi-niendo la flota británica.

Los franceses me ofrecieron un lugar en el velero yapronto a partir que decliné agradeciendo la tentadora oferta.Por la noche nos dieron una increíble sorpresa en forma de des-pedida y agradecimiento. Proyectaron un audiovisual sobre ungran tanque en el muelle con música francesa de fondo. En unlugar inhóspito, en el fin del mundo, con un frío que calaba enlos huesos, al borde de una guerra inminente, hubo espacio yánimo para imágenes, música y un grupo de personas obser-vando extasiada. Al finalizar nos dijeron que era una forma dedecir gracias y desearnos lo mejor. Firmamos eufóricos su li-bro de bitácora.

La fecha de arribo de un barco argentino para evacuar-nos ya era incierta por el bloqueo de la flota inglesa; el modo aé-reo estaba descartado por ausencia de aeropuerto y la presen-cia de interferencias en las comunicaciones indicaba la cerca-nía del enemigo.

Hicimos una excursión a Stromness y Husvik para eva-luar las instalaciones desde el punto de vista comercial.Encontramos un astillero naval completo con dique seco y fun-

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dición para crear cualquier pieza necesaria. Las Georgias de-ben haber sido autónomas de la metrópolis inglesa porque nofaltaba nada.

Nos enteramos de que a Grytviken había llegado el sub-marino Santa Fe para dejar pertrechos, provisiones y reforzarun poco la cantidad de hombres que se habían destacado allí.Había entrado de noche sabiendo que la fuerza de tareas britá-nica patrullaba la isla con siete barcos. Cuando el submarino seestaba retirando fue detectado por helicópteros enemigos quelo atacaron con cohetes y destrozaron la vela. Imposibilitadopara sumergirse, el capitán decidió regresar al puerto para de-sembarcar a sus hombres. No quedaban dudas de que el asaltoa Grytviken estaba sucediendo.

Pronto nos enteramos acerca de un desafortunado inci-dente: la muerte de un marino argentino, que fue enterradocon honores militares por parte de los ingleses. El 25 de abril alas seis de la tarde entró un buque británico a la bahía de Leith,seguido por el Endurance y se produjo un ataque con helicóp-teros. El comandante de la fuerza de tareas británica pidió larendición haciendo notar que Grytviken ya se había rendido yque de no aceptar iniciaría el ataque con artillería naval.

Se estableció, luego, un alto el fuego para evacuar a losciviles, quienes nos encontrábamos refugiados en un sótano.Nos ordenaron dirigirnos caminando a Stromness llevandobanderas blancas, esquivando trampas explosivas colocadasen el terreno. Habiendo marchado una hora, apareció un botecon cuatro o cinco ingleses, nos detuvieron y nos registraronexhaustivamente. A partir de entonces nos consideraron pri-sioneros y fuimos obligados a seguir marchando a pesar deque la temperatura era de un grado y estábamos con lo puesto:vaqueros, botas y camperas. Íbamos con linternas y haciendoruido hasta que escuchamos ráfagas de ametralladoras y ex-plosiones.

_ ¡Somos civiles! ¡Somos civiles!_ gritamos con deses-peración.

No sirvió de nada. Fueron terminantes; nos hicieron dor-mir en plena playa y nos prohibieron movernos o incorporar-nos pues la respuesta sería abrir fuego. Nos levantamos entu-

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mecidos por el frío y nos ordenaron caminar hacia la factoría.Nos pusimos en marcha ante la mirada de los pingüinos. Len-tamente nos fueron embarcando en un buque de guerra (HMSPlymouth). Empecé a vivir mis días de prisionero.

El 28 de abril nos trasladaron por helicóptero a un bu-que de aprovisionamiento de combustible de ciento sesentametros de eslora en medio de malos tratos y custodia armadapermanente (RFA Tidespring). No nos permitían hablar entrenosotros. Nos encerraron en un lugar muy reducido junto a losLagartos, quienes nos comentaron los sucesos cuando nos fui-mos de Leith. En el hangar no había instalaciones sanitarias, si-no un balde de veinte litros. El servicio de comida consistía enuna marmita con un guiso dulce, un bidón de agua y cucharasplásticas. Me sometieron a un interrogatorio violento con unaráfaga de ametralladora incluida. El capitán del submarino San-ta Fe, por ser el de mayor rango, oficiaba de interlocutor entrenuestros captores y los ciento noventa detenidos entre milita-res y civiles. El hangar se llenó de olor nauseabundo por la pri-vación del uso del sanitario. La constipación estaba a la ordendel día, situación que se la comuniqué al médico del barco.Cuando el buque zarpó se nos permitió una salida a la pista depopa para tomar aire. Un día, en señal de protesta, decidí ra-parme la cabeza.

El 11 de mayo aterrizó en el buque un helicóptero conrepresentantes de la Cruz Roja Internacional. Mi padre habíarealizado una denuncia de paradero en ese organismo porqueestaba muy preocupado: sus dos hijos estábamos perdidos, ynadie sabía nada. Ni bien tomaron contacto con nosotros, es-tos representantes nos informaron acerca del rumbo que esta-ban tomando las hostilidades y también que nos acercábamosa la isla de Ascensión pues nuestro aislamiento nos había impe-dido tener noción de lo ocurrido y de nuestro trayecto. Una vezallí, los ingleses nos entregarían a la Cruz Roja Internacional. Alcabo de unas horas, sentimos que el barco detenía su marcha yal observar el horizonte advertimos una gran montaña queemergía del mar: era la isla. Nuestros captores se despidierondiciendo que lamentaban nuestros padecimientos a bordo.

Nos trasladaron en helicóptero a un aeropuerto que es-taba totalmente a oscuras, únicamente iluminado por nume-

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rosos vehículos que con sus luces nos apuntaban indicándo-nos el camino hacia un trailer, donde se fiscalizaba nuestra en-trega. Fui fotografiado con el número veintiuno y luego condu-cido en ómnibus hacia un avión DC10. Las ventanillas perma-necían cerradas con cinta adhesiva. De a poco fueron llegandolos Lagartos, los submarinistas, y los conscriptos de Grytviken.La tensión se cortaba en el aire, pero luego de despegar el co-mandante de la aeronave nos comunicó que a partir de ese mo-mento éramos libres.

El vuelo hacia Montevideo fue distendido. De allí un con-voy militar nos condujo hacia el buque escuela Piloto Alsina,donde nos recibieron con un reconfortante chocolate con chu-rros. La sensación de poder caminar libremente por las cubier-tas del barco modificó el ánimo de todos. Recibimos recomen-daciones de la conducta que debíamos adoptar a nuestra lle-gada, ya que éramos los primeros prisioneros que regresabany la ansiedad de los medios por nuestras declaraciones eramuy fuerte.

En el Apostadero Naval Buenos Aires fuimos recibidoscon honores, agitar de banderas, sirenas y lluvias de papelitos.Al descender, cegado por los flashes, me fundí en un abrazo in-terminable con los míos. Respecto de los franceses, la últimaimagen que recordaba de ellos era verlos partir navegando en-tre buques militares en operaciones. Ellos habían planeado suviaje al sur del mundo en busca de paz y encontraron una gue-rra. Estas experiencias compartidas nos hermanaron en la vi-da. Me encontré con uno de ellos, Serge Briez, veinticinco añosdespués, y me mostró una anotación que le había dejado en subitácora de viaje: “…algún día, en algún lugar del mundo, nosvolveremos a ver…” y se cumplió.

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Muelle abandonado de Leith donde el Dr.Patané junto a los tres franceses

inauguraron el ,contando con el velero Cinq Gars Pour,las dos embarcaciones de la expedición

(Fénix y San Pío), y un pequeño botesemihundido.

Boat Club San Pedro

Fuente: desconocido

El puerto de Leith. Se observa enprimer plano la lugardonde se instaló el Dr. Patané y la

plana mayor de la expedición, comoasí también el puesto sanitario.

Yellow House

Fuente: desconocido

Hospital abandonado de Leithdonde se encontró un antiguo

droguero y laboratorio digno deun museo. Fuente: desconocido

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Leyenda que aún testimonia lallegada de los integrantes de laexpedición chatarrera a las islas

Georgias del Sur.Fuente:desconocida

Imagen desde el interior del lahacia la bahía de

Stromness.Yellow House

Fuente:desconocida

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erminaba mis estudios de farmacia, un 28 de di-ciembre de 1981, y sin perder un instante pedí mi certificadode finalización de la carrera a la Universidad Nacional de La Pla-ta, lo presenté en el distrito militar y anulé la prórroga univer-sitaria, tantas veces renovada, para cumplir con el servicio mili-tar a fin de poder comenzar a trabajar y ejercer la profesión.

Pero una sorpresa me esperaba a mí y a muchos más enel año venidero. El seis de enero de 1982, me incorporaron co-mo aspirante a oficial de reserva (AOR), nos pusieron en un co-lectivo y sin saber el destino (como siempre, el misterio), apa-recimos dos horas más tarde en el Liceo General San Martín.Allí realizamos la instrucción militar todos los aspirantes médi-cos, bioquímicos y farmacéuticos, en distinta compañías; lamía era la “C”. Tras la penuria y el aprendizaje de la instrucción,un 19 de febrero nos otorgaron licencia hasta que nos fuera co-municado el destino definitivo en el distrito militar correspon-diente. Y resultó ser el Hospital Militar de Comodoro Rivadavia,en el barrio de Don Bosco, bien alejado de la ciudad. Sólo nosrodeaba la soledad en medio de la Patagonia.

Hacía mucho calor el lunes 8 de marzo cuando ingreséal hospital junto a tres médicos, Aldo Carnelutto _el único queascendió a subteniente_, Omar Segado, y Héctor Valdivieso, co-mo encargado de la farmacia. El director médico era el mayorMariano Ceballos y mi jefe directo era el capitán Pucci, bioquí-mico, jefe de logística quien unos días después del 2 de abril,reunió al personal del hospital y, lista en mano, nombró a to-dos los que nos movilizaban a Malvinas. Debíamos trasladar elequipo completo del hospital, inclusive la farmacia. Los queiban a las islas éramos el cabo Sergio Heis (cabo preparador de

TT

Pascual PelellaPascual Pelella

La gestión de la farmaciadel CIMM (HospitalInterfuerzas) en PuertoArgentino estuvo a cargodel Dr. Pelella.

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farmacia) y yo. La farmacéutica Beatriz García y la idónea DitaAybar se quedaban ya que eran civiles. Ellas nos consiguieronunas cajas de cartón enormes, marca NYLON, de las que siem-pre me acuerdo, pues había que embalar todos los medica-mentos dentro de ellas. El hospital quedó vacío. Firmé el car-go por las mil ochocientas ampollas de morfina que siempre es-tuvieron en una caja fuerte Borges, y por mi fusil FAL parac, Nª14958. Cosas que tanto cuidé y nunca más volvieron.

El 1 de abril nos enteramos de que se recuperarían lasIslas Malvinas; Omar Segado formó parte de los comisionadosese día. Mi primer viaje en avión fue en un Hércules, allí carga-dos con todo el equipo. Viajé al lado de un vehículo Unimog am-bulancia; desde las ventanillas se veían las islas al amanecer.Comenzaba la historia. El 11 de abril a la mañana, domingo dePascuas, llegamos a Puerto Argentino. Un compañero tenía unhuevo de pascua de chocolate, y lo compartimos. El bolsón delequipo era nuevo, marca israelí. Apenas en el primer uso se des-cosió la manija. Tuve que cargarlo al hombro todo el tiempo.Todavía me queda esa bronca.

Nos llevaron en vehículos desde el aeropuerto a un lu-gar, en el extremo oeste de la ciudad, donde había una especiede bunker, metido en unas rocas.

_Es como una colonia de vacaciones escolar_ nos co-mentaron con sorna al entrar.

Obviamente, estaba vacío, pero se notaba nuevo. En elhorizonte no había más que colinas; de todas formas, tampocoteníamos permiso para salir. Estábamos cercanos a algunas ca-sas de kelpers y frente a la bahía donde se veía la orilla opues-ta. Particularmente no sabía a qué íbamos pues no teníamos in-formación alguna sobre la situación internacional. No tenía-mos radio, ni noticias de nada, solo órdenes. El mayor Ceballosme indicó en qué habitación se iba a instalar la farmacia y allídesempacamos todo. Me parece que él creía que nos volvería-mos pronto, pues al colocar la cinta adhesiva blanca en la puer-ta, me recalcó:

_No quite la pintura al sacarla.

La bien pintada puerta de la farmacia no tenía llave, asíque la solución fue desarmar el picaporte y cargar con la mani-ja todo el tiempo en el bolsillo interno del duvet. Así fue, hastaque en alguno de los viajes me enviaron no solo un candado pa-

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ra la puerta sino también la llave de los armarios donde estabala morfina y demás medicamentos peligrosos. Tenía todas lasllaves colgadas de mi cuello con un hilo de sutura de lino queera muy grueso (aún lo conservo)

En un comienzo no corríamos peligro; había una apa-rente calma a tal punto que no sabíamos qué hacer, más que or-denar un poco, administrar algunos analgésicos por dolores demuelas (dipirosan), algún antibiótico (ampicilisan), y perseguir,yo especialmente, a los médicos pidiéndoles las recetas parapoder descargarlos del stock. Continuamos solos en la farma-cia el cabo Heis y yo hasta mediados de mayo cuando llegó el ca-pitán farmacéutico Pablo Hautcoeur. Durante el transcurso deabril, no hubo más que heridos de propia tropa, debido al inex-perto manejo de las armas. En una oportunidad un grupo de ar-tillería vino a descansar al hospital, y un soldado manipuló unaametralladora MAG sin seguro y se le escapó un tiro que fue adar al pie de un compañero. Lo mismo sucedía en el campo.

También tuvimos la “visita” de un piloto inglés que fueabatido y se eyectó luego de lo cual lo trasladaron al hospital,pero enseguida lo evacuaron al continente. Lo pudimos ver trasun vidrio; ese fue nuestro primer contacto con una guerra quese avecinaba, y de la cual no teníamos la verdadera dimensión.Se hablaba de los buzos tácticos enemigos que en cualquier no-che iban a arribar por las playas, y nunca los vimos. Periódica-mente llegaban soldados cansados a recuperarse al CIMM. Yasí, hasta la madrugada del 1º de mayo cuando el sonido de losaviones, el intenso bombardeo y el cielo iluminado sobre el ae-ropuerto nos cambiara la realidad vivida hasta esos días.

Al principio no entendíamos, o si entendíamos no que-ríamos que fuera verdad. La flota había llegado, y nos atacabacon todo su poderío. Duró varias horas, y luego, avanzada lamadrugada, no recuerdo bien, comenzaron a llegar las prime-ras ambulancias con los heridos. Todo era un desastre, un zafa-rrancho, pues no estábamos preparados para eso. Los cuerposse arracimaban destrozados en los salones. Los pedidos a lafarmacia eran incesantes pues se agotaron los insumos del qui-rófano. Este se había montado en el gimnasio con varias mesasde operaciones, sin tabiques intermedios. ¡Y yo pidiéndoles re-ceta por la morfina entregada! Luego me dijeron y entendí:

_ ¡Esto es la guerra, no pidas más!

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Temía que al volver tuviese que rendir cuentas de todolo llevado. Al principio costaba creer que terminaríamos en unaguerra formal, aunque nunca declarada. Comencé a anotar ha-ciendo el descargo y junté cierta cantidad para que me hicieranuna receta por los totales diarios. Lo difícil era conseguir unafirma. Finalmente, se optó por un método práctico implemen-tado por los médicos AOR, que consistía en tener jeringas car-gadas con morfina. Las noches se fueron repitiendo así desdeentonces, lamentablemente, para nuestros soldados. El ataqueera implacable, tanto aéreo como naval; y luego del desembar-co en San Carlos, terrestre también. Había días despejados enque veíamos a los aviones ingleses como un punto brillante so-brevolarnos a miles de metros y a los soldados de las colinasdispararles con su fusil, en el afán de querer acertarles.

En la segunda quincena de mayo llegaron unas cajasgrandes con donaciones de productos del Laboratorio Roem-mers (nunca supe si eran del laboratorio o de parte de quién ve-nían). Una contenía caramelos de Neumobron (caramelos parael dolor de garganta), otra cajas de Amoxidal 500 de dieciséiscápsulas cada una (antibiótico) y la otra Tolestan de dos mili-gramos, (un sedante). Para entonces, ya se encontraba el capi-tán Hautcoeur quién administró su provisión y almacenamien-to.

Cada mañana durante la madrugada se repetían los ata-ques en distintos lugares; el cielo se veía iluminado por los esta-llidos como relámpagos y al tiempo atronaban la tierra la lle-gada de las ambulancias con los heridos. Tristemente, comen-zamos a ver las bolsas negras de compañeros muertos. Todolo que se hacía era de urgencia y luego se evacuaba al conti-nente en el primer avión disponible al personal herido. La ruti-na era dormir algo de día, hasta el desayuno, que era casi al me-diodía, pues nos acostábamos con suerte a las ocho o más de lamañana. Dado que dormíamos esas pocas horas, se eliminó laformación de la mañana en el CIMM, pues seguíamos despier-tos de la noche anterior. La comida escaseaba, estábamos ence-rrados, no se podía salir, ni siquiera mirar hacia afuera a travésde las ventanas pintadas de negro por los ataques aéreos.

Recuerdo que dormíamos vestidos_ el uniforme verdese transformó en una nueva capa en nuestra piel_ junto al FALcon bayoneta calada, fiel compañero reposando a nuestro la-do. Con el paso del tiempo entregamos las armas, se pintó to-

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do con cruces rojas inclusive nuestros cascos, pues el final seacercaba y pasaríamos a ser personal de sanidad retenido y noprisioneros de guerra… “por si las moscas, claro”. La rutina dehorarios había desaparecido, o peor, se había enloquecido, eraextremadamente agotador, los días transcurrían sin descanso,los pedidos de medicamentos eran incesantes. El picaporte dela puerta y las llaves de los candados me seguían a todos ladosseñalando a los demás que era yo el indicado para llamar a cual-quier hora ante la entrega de pedidos. Yo seguía durmiendo so-lo en la farmacia.

Avanzada la guerra, se había dispuesto que algunos gru-pos de soldados vinieran a pasar alguna noche al CIMM, bajo te-cho como descanso. Uno se cruzaba con ellos habitualmente enlos pasillos, o los veíamos descansar en un espacio cerrado. Yfue la casualidad que al cruzar una hilera de ellos, sucios, flacosy con barba de semanas, descubrí a Héctor Piscopo, el hermanode Miguel, mi compañero del Colegio Nacional de La Plata.

El desayuno matinal, mate cocido con leche y pan, fueabandonado primero por la leche y el azúcar, luego desertó elpan, finalmente sospechábamos que poco había de mate en elagua sucia que apenas nos despabilaba el cansancio. Yo, queya era delgado, bajé ocho kilos; la energía huía visiblemente demi cuerpo. Y apenas podíamos fortalecer nuestro espíritu conel contacto familiar ya que este se limitaba a esporádicas cartasenviadas por soldados libres de cargo. Recibir algo desde elcontinente se había convertido en un hecho prodigioso; mástarde descubrimos por qué: restos mal quemados de nuestrasencomiendas halladas en las afueras del HMCR y comida es-condida debajo de las camas de nuestros dormitorios _ocupa-dos por oficiales_ delataban el saqueo sufrido en el continente.Y nosotros, pasando hambre en las islas, ¡Bendito Dios! Así fuecómo se distribuyó o… cómo no se distribuyó la comida.

Todo iba de mal en peor, pero en ese entonces noso-tros no teníamos información de nada. Los ataques terrestreseran más cercanos. Tras las colinas estaba el Regimiento deInfantería 7 que batallaba siempre, pues los ingleses veníanavanzando del lado oeste y ellos eran la última posición defen-siva. Luego, veníamos nosotros y ya tomar Puerto Argentinoera una formalidad. Recuerdo, cuando comenzaba el descala-bro, antes que llegara la flota, el gesto orgulloso de un oficialcuando anunciaba a toda voz:

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_ Acabamos de minar todas las playas de Puerto Argen-tino._ Y su mirada se clavaba en lo alto esperando los gestos deadmiración.

Pero sucedió que los ingleses vinieron por detrás.

Un domingo transmitieron una misa que se dio en elCIMM por ATC. Se improvisó una especie de refugio antiaéreoen los pasillos laterales del CIMM con elementos metálicos.Nos dijeron que si sufríamos una explosión cercana no cerrá-ramos la boca, para que la onda expansiva no destrozara nues-tros órganos internos. Ya todo era un zafarrancho total. El picodel ataque, para nosotros, fue todo el domingo 13 de junio. Elfragor era ensordecedor; la explosión de las bombas se con-fundía con el tronar de la tierra y los gritos ahogados. Sentía-mos como inevitable la destrucción de nuestro lugar. Pero mis-teriosamente quedó intacto. Sospechábamos de la buena pun-tería: quizá querían evitar el hospital. Por las rendijas de lasventanas, veíamos la retirada a la ciudad de los soldados quepodían. Y nosotros allí, sin poder movernos, menos salir. Nossentíamos aturdidos por el ruido infernal, y el temblor cons-tante día y noche nos sumergía en un estado de terror e incer-tidumbre. Una casa cercana, a treinta metros de nosotros, volópor los aires. Nos encomendábamos a Dios como todos losdías, pero con tanta más fuerza apretábamos el rosario que lle-vábamos, que sus cuentas dejaban huellas en nuestras manos.Ese estruendo aún resuena en mi memoria.

Repentinamente, la mañana de 14 de junio, nos halla-mos suspendidos en un silencio total. No sabíamos qué pasa-ba. Luego, nos dijeron que se había firmado la rendición, y quevenían los ingleses al CIMM. Y así fue: unas de las primeras ban-deras argentinas que bajaron para izar la inglesa, fue la delCIMM, pues éramos los primeros del lado oeste por dondeellos venían; luego fueron a la casa del gobernador Menéndez.Los vi arriar nuestra bandera con mucho dolor. Estábamos ex-pectantes. También con miedo, por supuesto. ¿Por qué negar-lo? Poco después entraron: nos miramos por primera vez caraa cara; venían sucios de barro, cargados de equipos en sus mo-chilas; uno llevaba todo el equipo de radio. Ni se inmutabanpor nosotros; tenían muy en claro cómo actuar. Lógicamente,eran más grandes que nosotros, en edad y en físico. Ya de porsí estaban mejor alimentados, a pesar de venir del combate.Nosotros no deberíamos tener un aspecto muy saludable, más

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allá de nuestro desánimo de derrotados. Sabían lo que debíanhacer al entrar a un hospital y yo vi personalmente cómo des-cargaban sus armas al ingresar. Nosotros no habíamos tenidoesa instrucción. Nuestros temores de sufrir alguna represaliase disiparon, pues no nos hablaban, pasaban por nuestro ladohaciendo su trabajo, sin empujarnos ni nada; nos cruzábamosen los baños y no hubo ningún inconveniente.

Esa noche del 14 la pasamos en el CIMM, con ellos ins-talados allí: era la última, debíamos evacuarlo a la mañana. Ycuando esta llegó, levantamos penosamente nuestra humani-dad, el bolsón con lo poco que tenía, el mío aún sin manija(¡maldito bolsón!) y comenzamos a caminar hacia la ciudad.Íbamos al hospital de los kelpers. Como me dijo un compañe-ro, lo importante era salvar el primer uniforme: la piel. Lo de-más… allí quedaron las donaciones recibidas, las esperanzaspor las nunca recibidas, las mil ochocientas ampollas de mor-fina, el FAL, la farmacia, lo de adentro que tanto cuidé, chau…nada es más importante, que tu propia vida. Una lección para lavida posterior que tuvimos los que sobrevivimos a la Guerra deMalvinas. Camino a la ciudad, pasamos por la casa del gober-nador, ya retomada por los ingleses, y vimos unos grandes con-tenedores con las puertas abiertas llenos de mantecol. Nuncalo repartieron. ¡Cuántas calorías desperdiciadas! Llegamos alhospital kelper el martes 15. Era una construcción típica ingle-sa, modesta, nos instalaron en el fondo en un espacio cerrado,y de allí no nos movimos.

La mañana del 16 de junio nos tuvimos que ir, así que se-guimos peregrinando hacia la ciudad. Nos encontramos conmás soldados. Era terrible ver el aspecto de ellos, de nosotros,la amarga derrota. Ese era el sentimiento: desolación y triste-za. Terminamos en unos galpones del puerto llenos hasta el te-cho de bolsas de harina, garbanzos, latas de todo tipo; en fin,dormimos sobre las bolsas de harina. ¡Nosotros tan flacos, y lacomida estaba allí!. Dormimos la noche del miércoles 16 en esegalpón y el 17 nos echaron de allí también. Luego nos embar-caron en un lanchón que nos llevó a un barco enorme; estabaya oscuro. Más tarde nos enteramos de que era el Canberra, untransatlántico devenido transporte de tropas. Siempre custo-diados por los soldados ingleses con sus fusiles al hombro,mientras en la hilera para embarcar. Vi que a al-gunos les quitaban los relojes. Como yo tenía el mío, regalo de

nos revisaban

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mi padre cuando me recibí, lo metí rápidamente dentro del pu-ño del duvet y no lo vieron. La ironía del destino hizo que me lorobaran argentinos en un asalto sufrido en una farmacia en laque trabajé. ¡Lo rescaté de los ingleses y me lo roban los ar-gentinos! Nos obligaron a quitarnos los cinturones, los cordo-nes de los borceguíes, mientras inspeccionaban los bolsos.Nos separaron y nos mezclaron

A mí me llevaron por unos corredores alfombrados,donde se veían máquinas de juegos electrónicos amontonadasen los pasillos, con las que seguramente se entretenían las tro-pas en su viaje de venida al sur. Me indicaron que entrara en uncamarote donde había tres personas más. Uno debería ser unoficial o suboficial, pues tenía bigote. Se había quitado su gra-do militar del uniforme. Después nos enteramos de que unoscuantos hicieron lo mismo para tener un mejor trato. Había unbaño instalado y con agua caliente, pero el primero en bañarsefue ese personaje cuya identidad permaneció siempre oculta.Yo dormiría en el piso; el incógnito personaje, en la cama. Lue-go apareció un soldado inglés, siempre con el fusil, y nos hizoseñas para que saliéramos. Fuimos por el pasillo hacia un come-dor. Uno nos dio un cigarrillo a cada uno al entrar, otro nos en-tregó bandejas e íbamos pasando por mostradores donde nosentregaron pan, comida caliente y bebida. Era raro ese trato,me sorprendía. Del camarote se veía por una escotilla el mar,pero no sabíamos a dónde íbamos.

Los comentarios eran que el gobierno argentino no deja-ría llegar al Canberra a la costa, y que iríamos a Montevideo. Fi-nalmente supimos que íbamos a Puerto Madryn. Había gentedel lugar y nos saludaron con afecto. Eso sí recuerdo. Nos me-tieron en un colectivo, y allí a Comodoro Rivadavia.

Aquí comenzó otra historia, distinta. Un regreso sin glo-ria, que prefiero no escribir, pues se extendió hasta el 10 deenero de 1983 cuando me dieron la baja. Los AOR en teoría te-nían un plazo fijado en doce meses para estar bajo bandera.Realmente, prefiero no escribirlo, pues fue casi tan malo comola guerra. Trato de rescatar lo bueno, o por lo menos lo hono-rable de lo que viví en ese año 1982.

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El Dr. Pascual Pelella (izquierda)junto a otro AOR médico

recepcionando y clasificandomaterial sanitario enviado desde el

continente.Fuente: Pascual Pelella.

El Dr. Pascual Pelella en una de laspocas salidas de hospital. Se

observa a la derecha el CIMM y ala izquierda una casa kelper quevoló por los aires el 13 de juniopor un impacto de la artillería

británica. Fuente: Pascual Pelella

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Montando una sala de operaciones del CIMMcon elementos traídos del Hospital Militar deComodoro Rivadavia. De izquierda a derecha

médico Gustavo Romero, farmacéuticoPascual Pelella y médico Héctor Valdivieso.

Fuente: Pascual Pelella.

En la guardia del CIMM (antes del1 de mayo) de izquierda a

derecha: los médicos GustavoRomero y Héctor Valdivieso,

enfermero Benítez y elfarmacéutico Pascual Pelella.

ro

Fuente: Pascual Pelella.

Pascual Pelella

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orrían los primeros meses del año 1981, cuandofui destinado a cumplir mi año de embarque al rompehielosARA Almirante Irizar, uno de los buques más modernos de laArmada Argentina en ese momento. Construido en los astille-ros Wartsila de Finlandia se incorporó a la flota naval en el año1979. Su tripulación estable era de ciento diez hombres apro-ximadamente formada por militares de distintas fuerzas y cien-tíficos civiles universitarios de la Dirección Nacional del Antár-tico (DNA), especialistas en distintas ramas de la biología, gla-ciología, ambientalistas, recursos marinos, etc. En navegación,llegaba a duplicarse cuando embarcaba el personal de relevode las bases antárticas

El departamento de sanidad del Irizar contaba con con-sultorios médicos, una pequeña pero bien provista farmaciaque surtía no sólo de medicamentos sino también de materialde uso médico y odontológico. Y lo más impactante, un mo-derno quirófano acompañado por una sala de esterilizacióncon autoclaves y estufas, y sala de internación con varias ca-mas.

Llegó al fin el día de mi traslado. Con cierta emoción eintriga por conocer el rompehielos me dirigí a mi destino. Lue-go de los formales saludos solicité con ansiedad:

_ ¿Podría indicarme el camino al laboratorio?

Esperaba encontrar un laboratorio aunque reducido deespacio bien aprovisionado. Lo que no esperaba era la cara desorpresa y casi burla de mi interlocutor.

_ ¿Qué laboratorio?

CC

Oldemar S. SacilottoOldemar S. Sacilotto

El Dr. Sacilotto creó y puso enmarcha el laboratorio deanálisis en el rompehielosAlmirante Irizar.

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Inmediatamente, aún en estado de estupor, me enca-miné a la oficina del jefe de sanidad TNME Capdeviel.

_ Sería conveniente que se me concediera un laborato-rio para que mi estancia en este buque sea de alguna utilidad.

No fue fácil la negociación. Luego de varios intercam-bios conseguí al menos un local de dos metros por tres, al queno sin cierto orgullo le coloqué en la puerta un cartel: “Labora-torio de análisis clínicos”. Por supuesto, detrás de esta había to-do un vacío que llenar.

Entonces comencé la tarea de darle forma al laborato-rio: mesadas con recubrimiento resistente para productos quí-micos, piletas con cañería de agua, alacenas, alimentación eléc-trica. A su vez, tuve que fijar a encastres (trincado) los equipospara evitar su desplazamiento y rotura durante los frecuentesmomentos de tormenta en los mares del sur. Debí gestionar,además, la provisión de instrumental analítico para integrarlosa la dotación fija.

Poco a poco se fue completando con todo el material ha-bitual: piezas de vidrio, gradillas, reactivos para dosaje de dife-rentes metabolitos, antisueros para agrupar la sangre, equipospara serología, tiras reactivas para orina, y otros. Tomé la pre-vención de sujetar todos los reactivos de diagnóstico con ban-das elásticas en la heladera para que no se desprendieran conel movimiento del buque. En la segunda mitad del año ya con-taba con un microscopio binocular Olimpus, una macro y mi-cro centrífuga Rolco, un baño maría con termostato, estufa decultivos, otra de esterilización, una heladera, dos fotocolorí-metros Crudo Camaño y un espectrofotómetro de llama. Asímismo, el laboratorio se adecuó también a la posibilidad de rea-lizar análisis bromatológicos, de potabilidad de agua y de la ca-lidad del combustible transportado (para descartar una conta-minación con agua de mar). Finalmente, se colocó un extractorde gases en el local y se dejó un espacio para el banco de san-gre de emergencias.

A principios de octubre de 1981, se inauguró el labora-torio: detrás de su puerta se encontraba todo lo esencial paracompletar el departamento de sanidad de tal modo que éstacontara con sus servicios esenciales de funcionamiento.

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Mientras el laboratorio iba cobrando vida el resto del bu-que también manifestaba cambios a través de la incorporaciónal navío de máquinas impulsoras, grúas tipo pluma, planta po-tabilizadora, cámaras frigoríficas y sistemas electrónicos paralas largas navegaciones en las aguas congeladas. Se adaptaronademás los hangares de popa para albergar dos helicópterosPuma.

El período de anclaje estaba por llegar a su fin. En los úl-timos días de ese año nos informaron que el buque debía cum-plir con una larga navegación de cuatro meses para abastecerde materiales, equipamiento, apoyo logístico y sanitario a lasbases antárticas, como también ocuparse del recambio de supersonal. Para ello nos advirtieron sobre los preparativos.

_ Se deben prever provisiones para sus doscientos tri-pulantes. Calculen para más de seis meses. Es factible que nosquedemos atrapados en los hielos. Tengan en cuenta que seráimposible abastecerse durante este trayecto.

La farmacia, que estaba a mi cargo, se encontraba biencontrolada y provista, especialmente de medicamentos, mate-riales para cirugía y traumatología, placas radiográficas, boti-quines y una caja de seguridad (morfina, psicofármacos, anes-tésicos, entre otros). También lo estaba el banco de sangre gene-rado por voluntarios de la tripulación, del cual era responsable,junto con su mantenimiento a cuatro grados y serotipificación.

Ya estábamos por zarpar cuando se me ordenó que rea-lizara un curso teórico-práctico de técnico en anestesia con elobjeto de asistir al médico cirujano en las cirugías de emer-gencia que efectuara en navegación. También debía prepararseminarios semanales relacionados con la prevención de pato-logías y accidentes probables en ese contexto: enfermedadesde transmisión sexual, tabaquismo, alcoholismo, alimenta-ción, obesidad, lesiones por exposición al frío y primeros auxi-lios ante accidentes en el hielo.

No acababan allí mis funciones. Otra actividad que de-sempeñaba como bioquímico era la responsabilidad de desin-fección, desratización y desinsectación de la totalidad del bu-que. Debía contar con los equipos, químicos y cebos adecua-dos para prevenir y combatir la aparición de todo “foco infec-

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cioso” abordo. Por suerte, fueron usados en escasas ocasionesante la aparición de cucarachas ya que se trataba de un buquerecién construido. Así mismo, tenía que recorrer diariamentelas nueve cámaras frigoríficas junto al oficial de intendencia afin de inspeccionar los víveres almacenados, verificar algunaalteración organoléptica y efectuar algún análisis bromatoló-gico para determinar si eran aptos para consumo humano.

Tampoco escapaban a mi control periódico los botiqui-nes, los víveres secos, el agua potable en bidones y el mini des-tilador de agua, que se encontraban tanto en las doce balsas au-toinflables, para caso de siniestro, como en las dos lanchas hi-drográficas y las dos lanchas de rescate del buque. Se sumabana mis tareas los análisis fisicoquímicos y bacteriológicos delagua corriente de consumo para establecer su potabilidad y lasupervisión de la calidad del combustible (gasoil antártico) quetransportaba en sus tanques por la posibilidad de rotura de losmismos y el ingreso de agua de mar.

Ya todo estaba listo. Sólo restaba una navegación deprueba hacia la Base Naval de Puerto Belgrano. Concluida éstase completaron las bodegas con el material destinado a las ba-ses antárticas. Todo había sido revisado y probado en reitera-das oportunidades.

La travesía hacia el continente blanco se realizaría con-juntamente con el transporte polar ARA Bahía Paraíso, quereemplazaba al ARA Bahía Aguirre, desafectado ya de las ta-reas polares. El departamento de sanidad del Bahía Paraíso dis-ponía solamente de un médico y un expendio de medicamen-tos. El Almirante Irizar cubriría su carencia en asistencia sani-taria dado que ambos buques navegarían juntos en altamar.Mediante helicópteros se mantendría un virtual puente entreambos a través del cual viajarían también las muestras paraanalizar en el laboratorio.

Y el momento llegó en los últimos días de diciembre de1981. Luego de los cálidos abrazos y saludos a nuestros fami-liares y amigos en la ceremonia de despedida, partimos hacialas heladas aguas del sur.

Habiendo navegado varios días rumbo al sur por elAtlántico, una orden imprevista del Ministerio de Defensa nos

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sorprendió a todos y provocó una seguidilla de rumores: el bu-que debía desviar su trayecto para cumplir una misión espe-cial.

A último momento había embarcado un grupo de civi-les que respondían a un jefe llamado Constantino Davidoffquien argumentaba representar a una empresa argentina. Suobjetivo era desembarcar en las islas Georgias del Sur para ins-peccionar las factorías balleneras abandonadas. Este empre-sario había adquirido las instalaciones pertenecientes a la em-presa escocesa Christian Salvensen Ltd por medio del Bancodel Oeste y necesitaba el apoyo de buques transporte de laArmada. En esos momentos se sabía que en dichas islas se en-contraban científicos ingleses especialistas en meteorología.

Antes de navegar cerca de las Islas Malvinas pusimosproa a las Islas Georgias, a las que arribamos luego de variosdías. Se efectuó un recorrido alrededor de la isla grande de SanPedro en misión de reconocimiento. Los helicópteros del Irizarsobrevolaron en reiteradas oportunidades las islas. Posterior-mente el comandante decidió ingresar en las aguas de la bahía.Una vez en Leith se nos ordenó, a los civiles y al personal naval,desembarcar a fin de evaluar las condiciones de una misión se-creta comandada por la superioridad.

Según se me indicó, tomé muestras de agua y de ali-mentos no perecederos almacenados en los refugios por losbritánicos para emitir un informe, dado que, posiblemente, per-sonal embarcado se quedara en las islas por un tiempo. Por esomismo, se desembarcó, a su vez, una considerable cantidad demateriales, algunos en pequeños contenedores, y suministrossanitarios de primeros auxilios. En un mástil de tierra se izó labandera argentina luego de mucho tiempo en señal de sobera-nía. También se visitaron las instalaciones de Stromness.

Ante la posibilidad de que éste acto fuera informadopor los científicos ingleses y derivara en una protesta a nivel di-plomático se le ordenó al Irizar alejarse de forma inmediatarumbo a Ushuaia a una distancia de dos mil quinientos kilóme-tros. En esta operación participaron otros buques que perma-necieron alejados de las costas prestando apoyo.

Efectivamente, cuando llegamos a destino el desem-barco en esas islas australes por parte del Estado Argentino ya

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era noticia. Aún más, el gobierno británico enviaba buques pa-ra reforzar la vigilancia de la zona mientras se mantenía la pro-testa diplomática en distintos foros. De todas formas, la mi-sión continuaba. Habiendo pasado unos días ocupado en elabastecimiento de cargas, víveres y combustible, el ARA Irizarzarpó para cumplimentar cuatro etapas en los mares antárti-cos durante el desarrollo de la campaña de verano.

El 6 de enero finalizaron las tareas en la Base Marambioy se puso rumbo a las Islas Sandwich del Sur donde arribamosel día 9 de enero. Funcionaba allí la Estación Científica CorbetaUruguay, ocupada en forma permanente por argentinos desdeel 18 de marzo de 1977. Aunque el Reino Unido las considera-ba como su pertenencia, la bandera argentina flameaba allí des-de hacía varios años. Bajo las órdenes del jefe de la estacióncientífica, TCNA Peralta Martínez, quedaron unos diez hom-bres aproximadamente. Este hecho no sólo implicaba afirmarla soberanía en las islas sino también realizar una importantetarea científica en el ámbito de la meteorología, la fauna, la flo-ra, las corrientes marinas y los recursos del mar. Esta delega-ción debería permanecer un año en dichas islas volcánicas.

Mientras el buque estuvo allí, cumplí tareas de apoyocentradas en el aprovisionamiento, el control bromatológicode los víveres que se desembarcaron y de la potabilidad deagua de la que se proveía la base, el abastecimiento de medi-camentos para el año en curso y el retiro de los que estaban ven-cidos, y la entrega de botiquines de emergencia. También brin-damos instrucciones al personal que allí invernaría acerca decómo resolver algunos problemas ante situaciones imprevis-tas desde el punto de vista sanitario y alimenticio. La dotaciónde la base poseía comunicaciones eficientes y permanentescon los buques de la Armada y otros que navegaban por la zo-na, con las bases antárticas, el continente y la DNA con sede enBuenos Aires.

Finalmente zarpamos de las Islas Sándwich hacia el Marde Weddell continuando con el abastecimiento y el relevo depersonal de las distintas bases. El 30 de enero se efectuó unainspección en el destacamento de las islas Orcadas y más tardeemprendimos el regreso a Ushuaia. Luego del reabastecimien-to de combustible y víveres volvimos a zarpar hacia la Antárti-da. Allí nos encontramos nuevamente con el transporte polar

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Bahía Paraíso y le abrimos paso por el campo de hielo hacia labase Brown.

A continuación, brindamos apoyo a la dotación naval(Grupo Alfa) que permanecería en las islas Georgias, cuya sani-dad estaría a cargo del TNME Carrilaff. En una entrevista previadebía entregarle el material embarcado: medicamentos, boti-quines, instrumental médico, material de cirugía, equipo paraesterilizaciones y hasta una carpa inflable para ser instalada co-mo un hospital de campaña. Durante la inspección previa al de-sembarque de ese material, el TNME Carrilaff me advirtió quealgunos equipos funcionaban con alimentación eléctricaSW220 Volts y en las Georgias no había tal sistema. Entonceslevantando una autoclave para esterilización me sugirió consorna:

_Preguntale a quien preparó este material dónde lo en-chufo_ y señalaba al mismo tiempo una ficha redonda de trespatas.

Fui a buscar alguna respuesta y para mi alivio me dije-ron que de otros buques de la Armada se desembarcarían gru-pos electrógenos para proveer la energía necesaria para el fun-cionamiento del hospital de campaña.

Las relaciones con Gran Bretaña seguían agravándose.El gobierno británico decidió enviar buques de guerra para de-salojar a los obreros civiles y a la dotación naval que se encon-traban en Puerto Leith desarmando la antigua factoría ballene-ra. El 10 de marzo regresamos a Buenos Aires dando por finali-zada esa campaña antártica atípica y habiendo navegado en lamisma algo más de veintidós mil kilómetros.

A los pocos días el buque recibió la orden de dirigirse ala Base Naval de Puerto Belgrano. Hasta ese momento no tenía-mos ningún indicio de la recuperación de las Islas Malvinas. Alllegar al puerto el Irizar se alistó para integrar la flota que juntoa otros buques serían parte de la Operación Rosario, el 2 deabril de 1982. Supe que realizó varias navegaciones entre lasIslas Malvinas y el continente durante la primera fase del con-flicto. El cargo farmacia y bioquímica se lo entregué al TNBQ Ca-talán, quién tenía más antigüedad que yo, y quedé como tripu-lación de reemplazo.

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Posteriormente, el buque fue acondicionado como hos-pital, tarea que desempeñó junto al Bahía Paraíso hasta la fina-lización del conflicto. Sus bodegas se convirtieron en salas deinternación, se habilitaron salas de cuidados intensivos, quiró-fanos y se embarcaron una considerable cantidad de médicosespecialistas, cirujanos, traumatólogos, anestesistas. Se tras-ladó y atendió numeroso personal herido y enfermo, como asítambién contingentes de prisioneros que permanecían en lasislas.

Cuando terminó el conflicto se hizo efectivo mi trasladoal Hospital Naval Río Santiago (HNRS) en la ciudad de La Plata, yme integré al servicio de farmacia y bioquímica.

Fui designado junto a otros profesionales de ese hos-pital para recibir al último grupo de prisioneros argentinos rete-nidos por las tropas británicas después del 14 de junio. Esosciento treinta y cuatro hombres fueron desembarcados en Puer-to Madryn treinta días después de finalizado el conflicto. Lue-go se los trasladó vía terrestre a la Base Aeronaval AlmiranteZar de Trelew para finalmente viajar de allí en aviones Electra aLa Plata y posteriormente al HNRS. La revisación médica de ruti-na que se les realizó reveló afortunadamente que la mayoría nopresentaba lesiones o patologías. A su vez se les otorgó una li-cencia para luego presentarse en sus unidades de origen. Solounos pocos permanecieron internados por trastornos psiquiá-tricos.

Este hospital que disponía de un pabellón de psiquiatríarecibió durante mucho tiempo a numerosos ex combatientespor afecciones de esa índole, actividad que se mantuvo hastasu cierre definitivo cuando en los años 90 pasó al ámbito pro-vincial.

Mientras permanecí en actividad le brindé todo el apo-yo y comprensión a esos Veteranos de Guerra que allí se trata-ban, como a sus familias. Hasta hoy a través de otras organiza-ciones sigo manteniendo el contacto y mi disposición para ca-nalizar voluntariamente todo tipo de ayuda a los Veteranosque aún la necesiten.

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El Dr. Sacilotto en el laboratorio deanálisis creado por él en el

rompehielos Almirante Irizar.Fuente: Oldemar Sacilotto

Observando el regreso de laslanchas del rompehielos Almirante

Irizar luego de inspeccionar lospuertos de Stromness y Leith enlas Georgias del Sur en enero de1982. Fuente: Oldemar Sacilotto

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Uno de los varios desembarcos delDr. Sacilotto durante la campañaantártica 81-82. Se observa elrompehielos Almirante Irizarfondeado a lo lejos. Fuente:

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El Dr Sacilotto en la cubierta delIrizar. En el fondo se observa laBase Científica Corbeta Uruguayen la Isla Morrell de las Sandwichdel Sur. Fuente: Oldemar Sacilotto

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i padre fue infante de marina y es esa imagen,probablemente, la que haya influido en mi decisión de ingresara la Armada, pero, para ser honesto, debo confesar que éljamás lo insinuó. Cuando tomé la decisión ya era un hombrecasado con una beba y con un laboratorio privado a mi cargo.

En noviembre de 1981 mi destino era el Hospital NavalPuerto Belgrano. Cuando salieron “los traslados generales” veri-fiqué que continuaba en el mismo lugar, lo cual me produjouna gran tranquilidad. Esta situación para cualquier profesio-nal de la salud es motivo de alegría. Sin embargo, más tarde, lle-gó un mensaje naval rectificativo por el cual me comunicabanel nuevo puesto en el portaaviones ARA 25 de Mayo (POMA).Aquí el destino hizo su primera jugada, porque quien iba aembarcar quedó en el hospital en mi lugar y posteriormente alestallar el conflicto lo embarcaron en el crucero General Bel-grano. Por suerte regresó sano y salvo.

En la segunda quincena de marzo el buque comenzó anavegar para hacer sus pruebas de máquinas. El día 26 de mar-zo entramos a puerto y recibí la orden de aprovisionar el labo-ratorio. No se me insinuaron en absoluto las razones que obe-decía la directiva. El 28 de marzo zarpó el portaaviones hacia lazona de operaciones. Ese día se incorporaron por secciones losseis primeros aviones, mientras que el 30 del mismo mes,estando el buque al sudeste de Puerto Argentino, se incorpo-raron los dos últimos aparatos. Estos eran los bombarderos decaza y ataque McDonnel Douglas A-4Q ¨Skyhawk¨. La dota-ción de helicópteros y aviones antisubmarinos Tracker ya esta-ba embarcada desde la zarpada.

MM

Néstor O. VitaleNéstor O. Vitale

El portaviones ARA 25 deMayo fue el destinoasignado donde el Dr. Vitaleejerció su profesión.

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En cuanto a la disposición sanitaria, se encontraba en elcentro del buque, y la misma contaba con laboratorio, quirófa-no, consultorio médico y una pequeña sala de internación. Elconsultorio odontológico se encontraba en otra área. Para lacontención sanitaria se dividió al buque de la siguiente mane-ra: la cámara de oficiales se destinaba al puesto de socorro depopa; el salón de fumar de suboficiales oficiaba como puestode socorro de proa, donde ejercía la jefatura como teniente denavío; por último, la enfermería, que ocupaba el puesto prin-cipal. Ésta contaba con la infraestructura apropiada, mientrasque en los puestos de proa y popa se acondicionaron taquillascon todos los elementos necesarios para brindar asistencia yestabilizar a los presuntos heridos.

En lo estrictamente profesional había armado una basede datos de un banco de sangre viviente, y tenía chequeado aaquellos que poseían grupo sanguíneo poco frecuente, con loslugares de descanso que tenían asignado y puestos de comba-te para el caso de tener que cubrir una emergencia.

Es interesante hacer un relato sucinto de cómo es lavida en un buque cuando está en crucero de guerra y con unespecialista como el segundo comandante del POMA, CFAuman, submarinista, razón por la cual tenía muy en claro queéramos la presa más buscada por los submarinos británicos.Esto último motivó que las medidas de seguridad fueran extre-mas: el salvavidas colgado a nuestro cuerpo nos acompañabalas veinticuatro horas del día, dormíamos completamente ves-tidos, con zapatos y con el salvavidas puesto; tampoco faltaba,atada a nuestra cintura, ropa seca en bolsas superpuestas deplástico para combatir el frío y resistir la hipotermia a la quepodríamos estar sometidos. A su vez, efectuábamos zafarran-chos de abandono para tener “aceitado” los recorridos hacia lacubierta y el acceso a la balsa salvavidas, en algunas oportuni-dades sin luz para memorizar el camino en caso de falta deenergía.

Debo confesar que hasta las veinticuatro horas previasal 2 de abril no sabíamos que nuestra misión era de apoyo paralas tropas que desembarcarían y tomarían posesión de lasislas. En esa circunstancia a través de la red de megáfonos delbuque habló el comandante CN Sarcona, y nos informó de lamisión por cumplir:

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_ Tuvimos que mantener el secreto. No podíamos poneren riesgo la moral de la tripulación. Una anulación de últimomomento los llevaría seguramente a un estado de frustración.

Luego de la recuperación de Malvinas y antes que llega-ra al teatro de operaciones la flota británica, volvimos a PuertoBelgrano para renovar provisiones y por algunas tareas de man-tenimiento. En dicha oportunidad se contactó conmigo elteniente de navío bioquímico Armando Mercado, que habíasido designado para embarcar en el crucero ARA General Bel-grano. Me aclaró que esa unidad no tenía laboratorio y teníaque armarlo, razón por la cual me solicitó algunos elementosque yo poseía por duplicado.

_ Firmame un vale por lo que te doy, no sea cosa que loshundan y yo no pueda responder por el faltante_ le pedí en for-ma jocosa pero sin faltar al reglamento.

¡Qué ironía de la vida!, eso ocurrió, pero gracias a Diosmi colega pudo sobrevivir.

El desafío para los servicios de inteligencia británicosera determinar si los aviones Super Etendard con sus mortífe-ros misiles Exocet podían operar desde el portaviones. No obs-tante los skyhawks con radio de acción de quinientas millasnáuticas eran motivo suficiente para preocupar al comandantede la fuerza de tareas enemiga. De alguna forma los británicosquerían neutralizar al POMA.

Cuando llegaron las fuerzas de tareas de los británicosa la zona comenzaron las alarmas de combate reales, es decir,cada vez que se detectaba una amenaza sonaba la alarma yhabía que salir a toda carrera, en sentido contrario a las agujasdel reloj, para llegar a los puestos de combate. Una vez allí secerraban las puertas y se navegaba en condición Z, código quesignifica que el buque debe permanecer compartimentado sinposibilidad de abrir sus puertas para mantener la flotabilidaden caso de averías. Fácil es deducir qué pasaría con la tripula-ción que se encontrara en el compartimento inundado: esta-rían condenados a muerte.

Las alarmas de combate muchas veces se prolongabanpor tres o cuatro horas, y nos sometían a un gran stress, que seintensificaba por no poder conocer cuál era la amenaza quepodía atacar a la unidad. Es en esa circunstancia cuando el jefe

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del puesto de socorro tiene que mantener a sus subordinadoscon la estima alta para evitar que alguno entre en pánico. En micaso particular, en el puesto de socorro, yo tenía naipes y algúnjuego de mesa que utilizaba en esos momentos para distendera la gente que estaba junto a mí. De cualquier manera cada unoera dueño de sus pensamientos, pero en el caso que a mí meocupa todos mis subordinados se comportaron a la altura delos acontecimientos. Como nota de color, yo pensaba y desea-ba estando en proa que si entraba un misil o un torpedo lohiciera por otro lugar. No obstante ello, en esas circunstanciasuno tiene que sobrevivir al impacto y a las condiciones a lasque luego sea sometida la balsa por el mar, dependiendo ya deterceros, que serían los rescatistas. El tiempo que ellos demo-ren en encontrar las balsas podría ser la diferencia entre la viday la muerte.

Durante la actuación del POMA pasamos innumerablesmomentos de tensión extrema, donde el ambiente se hacíairrespirable. Yo, que tengo como capacitación militar infantede marina, hubiera preferido estar en las islas con pie en tierra,donde uno se encuentra orientado en tiempo y espacio, y tieneclaro de dónde viene la amenaza. En un buque son muy pocaslas personas que manejan esta información y la mayor parte seencuentra en sus puestos de combate en distintos lugares de launidad sin tener la menor idea de si el ataque que se espera esde superficie, de aviación o submarino.

Se supo que el 23 de abril el submarino nuclear HMSSplendid detectó al portaviones navegando hacia el sur a pocasmillas de la costa de Puerto Belgrano. Al estar muy alejado de lazona de exclusión total no podía atacarlo. El 01 de mayo se reci-bió la orden de atacar a una fuerza de tareas británica que sedirigía con rumbo al continente (a la altura de Comodoro Riva-davia). Durante la madrugada despegó un Tracker para ploteardicha fuerza y regresó con dos Sea Harrier siguiéndolo paradetectar nuestra flota. Se le ordenó al avión explorador quetomara un rumbo que desorientara a sus perseguidores. A lasseis de la mañana estaba planificado el despegue de losSkyhawks para el ataque y ocurrió un “milagro”: ¡viento cero enel Atlántico Sur! En esas condiciones no pueden despegar losaviones. Más tarde llegó información de inteligencia de que laflota británica había cambiado de rumbo y se alejaba del conti-

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nente con lo cual llegó la orden de abortar la misión. Si ese díalos aviones hubieran despegado quizá otro hubiese sido eldesenlace de la participación del portaviones en la guerra.

El 2 de mayo se reportó por los megáfonos del buque elhundimiento del crucero ARA General Belgrano. Un silenciosepulcral y miradas aterradas precedieron al profundo senti-miento de depresión que se apoderó de la tripulación. Ese día,durante la cena, la comida permaneció casi intacta. Dos díasduró esa sensación, hasta el 4 de mayo cuando nuevamente elcomandante a través de los megáfonos nos comunicaba:

_ Nuestra aviación naval acaba de hundir a la naveinsignia de la flota británica, la fragata HMS Sheffield.

Los gritos de júbilo ahogaron sus palabras finales einundaron el buque. La depresión quedó atrás y se desató unverdadero carnaval. Así es cómo los combatientes mantienenun espíritu de cuerpo a través de lazos invisibles, que varía losestados de ánimo de acuerdo con triunfos o derrotas de suscamaradas.

Sin embargo, la información sobre submarinos británi-cos buscando denodadamente al POMA enturbió el ánimo y vol-vió tenso el regreso a la base naval; para anular el accionar delos submarinos de gran porte, el comandante ordenó acercar-se a la costa y navegar en aguas poco profundas. Pero para evi-tar los convencionales hubo que enviar un helicóptero que sem-brara una barrera de sonoboyas en cada golfo, caleta u otroaccidente costero. Cuando se estaba seguro de que no habíaamenaza submarina recién en ese momento pasaba el POMA ysus escoltas, que en todo momento navegaban rodeándolo.

A mediados de mayo se desembarcó el componenteaéreo para continuar la lucha desde bases terrestres y el POMAentró a puerto definitivamente. Personalmente hice algunasgestiones sin éxito para que me mandaran en algún vuelo a lasIslas Malvinas.

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Un avión A4 Skyhawk aterrizandosobre el portaviones 25 de Mayo

durante las acciones bélicas.(Fuente: Néstor Vitale)

El Dr. Néstor Vitale en una fotoactual como capitán de navío.

Fuente: Néstor Vitale

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Abreviaturas

AGRUNAVINAS:

AOR:

ATC:

BAS:

BQ:

Cdo Br I III:

CAIM:

CaSan:

CCIM:

CIMM:

CF:

CN:

CRUBE:

CSEN:

DNA:

KEMH:

FAA:

FAL:

FIC:

FIDF:

HMCR:

HNPB:

HNPM:

HNUS:

HNRS:

INTA:

ME:

ONU:

PF:

POMA:

PUSO:

SMO:

SMYPF:

SPAC:

TFAN:

TNBQ:

TNME:

TOAS:

VAR:

VGM:

Agrupación Naval MalvinasAspirante a Oficial de ReservaArgentina Televisora ColorBritish Antarctic Survey

BioquímicoComando de la brigada de Infantería 3

Contralmirante infante de marinaCompañía de sanidad

Capitán de corbeta infante de marinaCentro Interfuerzas Militar Malvinas (Hospital Militar

Conjunto)Capitán de fragataCapitán de navío

Crucero ARA general BelgranoCabo segundo enfermero

Dirección Nacional del AntárticoKing Edward Memorial Hospital

Fuerza Aérea ArgentinaFusil automático livianoFalkland Islands Company

Falkland Islands Defence ForcesHospital Militar Comodoro RivadaviaHospital Naval Puerto BelgranoHospital Naval Pedro MayoHospital Naval UshuaiaHospital Naval Río SantiagoInstituto Nacional de Tecnología Agropecuaria

MédicoOrganización de las Naciones Unidas

Preparador de farmaciaPortaviones ARA 25 de Mayo

Puesto de socorroServicio Militar Obligatorio

Suboficial mayor preparador de farmaciaServicio para Apoyo de CombateTeniente de fragata aviador navalTeniente de navío bioquímicoTeniente de navío médicoTeatro de operaciones del Atlántico Sur

Vehículo anfibio a ruedasVeterano de Guerra de Malvinas

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