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Fanzine de arte hecho en Almería, que utiliza el arte en cualquiera de sus disciplinas como altavoz para la crítica y el diálogo.

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#DiplastopíaEstela García Juanan Dress&

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Estela García Juanan Dress

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Charles Bignon#Plastic Remixes

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Pedro García Cazorla#El comedor de plástico

Soy Salvador, un hombre que come plástico, bolsas, el embalaje de los alimentos, bande-jitas doradas o color de plata y las de blan-co sencillo como el color del papel. Hace ya algunos meses, sobre la mesa de la coci-na después cocer el último huevo, sólo que-dó un mendrugo de pan florecido, el cartón de la huevera y el fino plástico que la envol-vía, aquel bodegón raquítico brillaba bajo la luz mortecina de una bombilla desnuda. Pensé que era un remilgado y que bien podía comerme todo eso de unos cuantos bocados, al fin de cuentas no podía tener un sabor dema-siado distinto al desconsolado e insípido huevo que acaba de tragarme. Pero tuve el antojo de cocinarlo, corté a tiras como si fueran largos fi-deos transparentes, el plástico envolvente y con el cartón hice unas bolitas que parecían albón-digas aunque demasiado amarillas. En un cajón aún quedaba un poco de queso rallado anti-guo, no confundir con añejo, pero estaba infec-tado de moho del tamaño de los champiñones.Cuando lo tuve todo dispuesto, rehogué aquel torpe trabajo papiroflexico en el jugo de los hongos, que al contacto del fuego había forma-do una gelatina verde fluorescente, semejante al aceite de pistacho tan recomendable para dorar ligeramente la carne de faisán. Y sobre aquella salsa espesa, las albóndigas de celulosa de ter-cera, fueron cobrando vida y ya parecían rea-les con aquel color a cobre bruñido y después tostado, hasta salivaba al contemplar el manjar.

SALVAD OR , EL COMED OR DE PLÁSTICO

En la olla fueron a parar los estilizados fideos que pensaba cocer a fuego lento, para que aquella suerte de pasta sintética y deshi-dratada, no terminara convirtiéndose en una hamburguesa tan oscura como las gomas de una rueda. Recorté con las tijeras las fotos de unas gambas que encontré en un viejo libro de cocina y fui echándolas unas tras otra a la olla de fideos, por unos segundos me vino el olor a gambas, sentía un dolor siniestro y una nostalgia infinita de otros días más felices.Faltó nada para que tirara el ensayo gastronó-mico a la basura, este sueño del hambre solo podía ofrecerme un colapso intestinal y con algo más de suerte una intoxicación severa. Pero el azahar nutriente existe, lejos de sentar-me como un tiro, las albóndigas a la salsa mo-hosa envueltas en fideos con gambas fotográ-ficas, resultaron exquisitas y además llenaban.En sólo unos pocos meses tenía más de 100 recetas muy bien detalladas, vendí mi trabajo a un cocinero de fama universal, y de tres es-trellas plastilín pasó a cinco. Gané una fortuna gracias a ellas, pero nunca quise desprender-me del secreto de las albóndigas con fideos, y no sé a quién debo mi éxito; a la imagina-ción que nace del hambre o a Mariano Rajoy al que nadie negará que nos está hacien-do más creativos y hasta mejores cocineros.

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