desarrollo de las funciones maternas y relación madre
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Desarrollo de las funciones maternas y relación madre-hijo
Autoras:
Verónica Clasing
Paula Román
Verónica Godoy
1999
El infante humano desde sus primeros días de vida es un ser indefenso y
vulnerable que depende física y emocionalmente de alguien que le proporcione cuidado y
protección, asegurando su sobrevivencia (Bowlby,1993).
Si bien esta tarea corresponde a los padres, debido a razones biológicas y
culturales, la responsabilidad se centra casi en su totalidad en la madre.
Pero la función materna de cuidado involucra no sólo el logro del bienestar físico
del niño sino también su bienestar psicológico y emocional. En relación a los cuidados en
el área física, la madre es la principal encargada de satisfacer las necesidades básicas de
sus hijos; alimentación, abrigo, limpieza, protección y cuidado de su salud.
La satisfacción de las necesidades del niño se traduce en una sensación placentera
que va más allá de un mero placer físico. Los cuidados maternos adecuados y constantes
le permiten al niño sentirse tranquilo, satisfecho y acogido pues sabe que está bien
cuidado. De esta forma, la satisfacción de necesidades físicas se traduce en la satisfacción
de necesidades emocionales.
Sin embargo, si bien una lleva a la otra, la satisfacción de las necesidades
emocionales del niño va más allá de la sensación placentera que pudiera experimentar en
un momento determinado. Estas necesidades son más complejas y pueden ser más
difíciles de cubrir en forma adecuada por la madre.
Por esto el ambiente es significativo para el niño pues pasa a formar parte de él
mismo. Esta significación hace que no se pueda conocer al niño sino se conoce su
ambiente.
Diversos autores se han referido al desarrollo del niño y la mayoría resalta la
importancia de la madre, describiendo las conductas maternas facilitadoras de este
proceso.
Donald Winnicott (1996) desarrolla la teoría del vínculo progenitor-ínfante en la
cual resalta la importancia del cuidado materno. Este autor considera que el desarrollo
humano está condicionado por factores heredados y ambientales. Para este autor, el niño
necesita para su crecimiento emocional y físico un ambiente que permita la expresión del
potencial genético. A este ambiente adecuado Winnicott lo llama “ambiente facilitador” o
cuidado materno.
El cuidado materno le proporciona al niño un yo auxiliar que le permite vivir y
desarrollarse mientras no es capaz de controlar o responsabilizarse por lo que ocurre en el
ambiente. El desarrollo del niño tendría lugar debido la experiencia que tenga él con
respecto a la conducta adaptativa de la madre o su sustituta. La conducta adaptativa de la
madre posibilita que el niño encuentre afuera lo que necesita. A través del cuidado
materno el niño se formará un concepto de sí mismo y de lo que merece y puede esperar
del mundo que le rodea (Winnicott,1996).
El cuidado materno apropiado es lo que el autor define como una madre
“suficientemente buena”. La madre suficientemente buena no necesita ser perfecta, el
autor se refiere a ella como aquella madre que haces cosas comunes pero que logra
adaptarse al niño, satisfacer apropiadamente sus necesidades, identificándose con su hijo,
empalizando con él y comprendiendo así lo que el niño necesita para sentirse seguro.
A la conducta de esta madre Winnicott la llama “sostén” (holding), entendiendo
por ésta la conducta que protege al niño de daño físico, toma en cuenta su sensibilidad,
incluye el cuidado cotidiano y responde a los cambios durante el crecimiento y desarrollo
físico y psicológico del niño.
El niño a través de la conducta de sostén de la madre, podrá lograr el estado de
dependencia, necesario en este momento. La dependencia se logra a los seis meses de
vida, para lo cual el niño debe pasar por tres etapas:
1.- Integración: es el momento en que madre e hijo forman una unidad, donde la
madre funciona como yo auxiliar del niño, facilitando la organización del yo del propio
bebé. No existiría diferenciación entre yo y no - yo. Esto posteriormente le permitirá
afirmar su propia individualidad y lograr un sentido de identidad.
2.- Personalización: surge lo que Winnicott denomina “membrana limitadora” que
representaría la superficie de la piel y que es la posición intermedia entre yo y no - yo. El
niño comienza a reconocer un interior y un exterior en la relación con su madre.
3.- Relación de objeto: el niño finalmente establece un vínculo con la madre, es
decir, la reconoce como otro distinto de él y se relaciona con ella. Si la madre es
“suficientemente buena” se adaptará a su hijo creando en él la vivencia de que el mundo
es gobernado por él (Winnicott, 1996).
Si la conducta de sostén de la madre no es la adecuada, el niño no alcanzará el
desarrollo de las distintas etapas y si lo logra, éstas no quedarán establecidas. Una vez
alcanzada la dependencia, el niño deberá hacer el viaje desde la dependencia absoluta a la
dependencia relativa, para finalizar en la independencia:
a) Dependencia absoluta: el niño no reconoce el cuidado materno, sólo
experimenta el beneficio o perturbación de éste, sin tener un control.
b) Dependencia relativa: el niño se da cuenta de su necesidad de los cuidados
maternos y en forma creciente lo relaciona con sus impulsos personales.
c) Hacia la Independencia: en esta etapa el niño desarrolla recursos sin el cuidado
materno efectivo, lo cual es posible por la acumulación de recuerdos de cuidado, la
proyección de necesidades personales y el desarrollo de confianza en el ambiente
(Winnicott, 1996).
Por otro lado, Erik Erikson postula ocho etapas dentro del desarrollo humano, en
cada una de las cuales la persona debería lograr alguna meta específica. En una primera
etapa (0-2 años), el niño debería lograr un estado de “confianza básica”, en el cual pudiera
sentirse seguro de la continuidad de los otros (madre, padre o sustituto) y de sí mismo, lo
que le permitiría lograr un sentido de Identidad yoica. Para esto se requiere de cuidados
maternos óptimos en donde el logro de la confianza básica, no depende de la cantidad de
cuidados o de demostraciones de afecto sino más bien de la cualidad de la relación
materna (Erikson, 1993).
John Bowlby (1993), desde sus estudios de la conducta animal postula el concepto
de “conducta de apego”, lo cual apuntaría a algo similar. Para este autor, el fin de la
conducta de apego es el logro de la proximidad con otro individuo capaz de enfrentarse al
mundo y de cumplir la función biológica de la conducta de apego que es la protección.
Esto se observa cuando el niño al sentirse asustado, enfermo o cansado encuentra alivio
en su figura de apego, la madre. Para un desarrollo sano, esta figura de apego debe ser
accesible y sensible y debe entregarle al niño un sentimiento de seguridad, alentando y
valorando la relación entre ambos.
Esta madre puede entenderse en términos de Winnicott como la madre
“suficientemente buena” y el estado que el niño logra en términos de Erikson como
“confianza básica”.
Por su parte, Anna Freud (1980) señala que de la relación que se establece entre
madre e hijo depende la satisfacción o frustración de las necesidades corporales e
instintivas del niño, lo que influirá en la manera y el grado en el que el placer y el
displacer sean las experiencias centrales para el hijo.
Al buscar la gratificación, la atención del niño irá lentamente de su cuerpo hacia el
objeto que satisface sus necesidades y que representa al mundo externo. De esta forma el
niño pasará del período inicial de fusión con la madre y amor hacia ella por razones
egoístas a un período de mayor madurez de amar al objeto como persona (Freud,
A.,1980).
En síntesis, a través del cuidado materno se establece la relación madre-hijo, la
cual es fundamental para la formación de la personalidad del infante, su desarrollo físico,
cognitivo, emocional y social. Esta primera relación será además la que determinará la
cualidad de los futuros vínculos que el niño establezca.
Sin embargo, no siempre la madre es capaz de satisfacer a cabalidad las
necesidades de su hijo, es decir, no siempre le es posible ser una madre “suficientemente
buena” y como consecuencia el niño no siempre logra un estado de confianza óptimo. En
ese caso, la relación madre-hijo se verá, en mayor o menor grado, alterada.
La conducta de apego, base para la formación del vínculo entre madre e hijo,
depende de la conducta del adulto, de su sensibilidad y eficiencia en la respuesta y de su
participación emocional en la relación con el niño (Bowlby,1993).
El tipo de relación que se establece entre madre e hijo está determinado por
factores culturales, económicos, sociales, físicos y por las características psicológicas
tanto del niño como de la madre.
En cuanto a los factores culturales, éstos determinan los roles, valores y conductas
esperadas en relación a la mujer, al niño y a la conducta maternal y de crianza. La mujer
se adapta al modelo de maternidad existente en su sociedad y, en relación a la crianza, las
creencias de los padres acerca del niño y de cómo éste debe ser educado influye en cómo
se relacionen con él (Deutsch,1960).
Sin embargo, dos mujeres nacidas en una misma cultura, pueden tener conductas
maternas totalmente opuestas. Las diferencias individuales tienen que ver con factores
biológicos y psicológicos, con sus valores y preconceptos personales de la maternidad,
edad, experiencias pasadas, relación con su pareja y familia, el momento de llegada del
niño y el espacio que ocupa entre los hermanos.
En relación al sustrato biológico, H. Deutsch diferencia el “instinto maternal”,
proceso fisiológico propio de los animales; de la “emoción maternal”, siendo este último
un proceso psicológico, privativo del ser humano. El carácter maternal se inicia de una
situación biológica primitiva, pero a través del tiempo se van tornando relevantes la
influencia de la cultura y las experiencias personales que constituyen finalmente el “amor
maternal”, emoción poderosa y compleja propia de los seres humanos.
Por su parte, Bowlby señala que el vínculo madre-hijo, tendría fuertes raíces
biológicas, pero que las diferencias individuales dependerían de las experiencias propias
durante la infancia y adolescencia, de las experiencias antes y después del matrimonio y
las vividas con cada hijo en particular (Bowlby, 1993).
Entonces, si bien, en un plano biológico, la madre tiene el impulso de comportarse
de cierta manera con el niño, protegiéndolo, consolándolo y alimentándolo; no
necesariamente se presentarían conductas completas, ya que, los detalles del cuidado se
aprenden durante la interacción madre-hijo, la observación de la conducta de otros padres
y de las experiencias de la madre con sus propios padres.
Dentro de las experiencias pasadas de la madre, una de las más determinantes en
el tipo de relación que establezca con su hijo, es la relación que tuvo en la infancia con su
propia madre.
Marie Langer (1974) concibe la actitud maternal, como un proceso de desarrollo
psicológico que comienza en la niñez con las fantasías de maternidad basadas en la
relación con la propia madre. La niña se identifica con ella, adquiriendo las actitudes de
maternaje vivenciadas con su madre; como el ser acogida y protegida. En la pubertad, la
procreación se hace posible, logrando así una Identidad Femenina más completa. Al
momento de criar un hijo, la mujer podrá expresar en la práctica, lo vivenciado y lo
aprendido.
Así, la relación con la propia madre influye y, muchas veces determina la relación
con el hijo. Esto se explica recordando que el primer vínculo que establece el niño con su
madre, será el modelo de sus futuras relaciones, influyendo también en la formación de la
personalidad.
Winnicott plantea que al momento de criar un niño, se manifiestan las
características psicológicas de la madre y, que dependerá de éstas características, la
cualidad del cuidado materno (Winnicott, 1996).
Si la mujer, en su infancia y en la relación con su madre, ha tenido experiencias
nocivas; podrían presentarse trastornos de personalidad de mayor o menor gravedad, que
influirían negativamente en su desempeño como madre.
Una madre muy necesitada, debido a sus experiencias infantiles de abandono,
puede convertir a su hijo en el responsable de cuidar de ella quedando las necesidades del
niño sin contención. Esto afectará su desarrollo y si es niña, es posible que debido a esta
experiencia de desamparo, vuelva a repetir el mismo tipo de relación con sus hijos
(Winnicott, 1996).
En síntesis, para el desarrollo de una adecuada actitud maternal, es necesaria una
relación madre-hija adecuada, en la cual la niña se sienta acogida, querida y protegida. En
términos de Winnicott, que la madre haya logrado la conducta de “sostén” en la
interacción con su hija, siendo su yo auxiliar y permitiendo el desarrollo de su propia
identidad. Al identificarse con su madre, la niña será capaz de relacionarse de manera
similar en la crianza de sus propios hijos. Cuando la relación madre-hija no es la
adecuada, la niña se identificará con una “mala madre” que, a su vez, tampoco ha sido
contenida en sus necesidades.
Se han revisado algunos de los factores que influyen en la conducta materna y es
importante resaltar que todos ellos son más que una sumatoria, y se conjugan en forma
compleja y dinámica.
Dentro de los factores, se mencionaron las experiencias pasadas y cabe aquí
incluir también las experiencias durante el embarazo y el parto. Un embarazo complicado,
un parto prematuro y la separación temprana entre madre e hijo debido a la
hospitalización de éste, serían hechos que afectarían tanto a la madre como al hijo y a la
calidad de la relación a establecerse entre ambos. Este será el tema que trataremos a
continuación.