denles ustedes de comer

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“¡Denles ustedes de comer!” ¡Denles ustedes mismos de comer!” (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9, 13). 15. Este lema está inspirado en la carta post sinodal de S.S. Benedicto XVI “Sacramentum Caritatis” y está en relación con el servicio de la caridad para con el prójimo (que sufre, que peca). Quiere ser un desafío para trabajar por un mundo más justo y fraterno y está en relación con la situación de millones de mexicanos que sufren a causa de la pobreza económica, la marginación social, y la falta de valores en la sociedad mexicana azotada por la violencia y la inseguridad. Dicen nuestros obispos de México que “no es posible ser cristianos sin Iglesia, ni vivir la fe de manera individualista, sacando del horizonte de la vida y de nuestras preocupaciones cotidianas a los hombres y mujeres con quienes compartimos nuestro caminar por la historia; por ello la vocación cristiana incluye el llamado a construir comunidades fraternas y justas; el compromiso de servir al hermano y de buscar juntos caminos de justicia y ser así constructores de paz. De esta manera la Iglesia es fiel a su esencia misma que es sacramento de unidad entre Dios y la persona humana y de los hombres y mujeres entre si” (Que en Cristo nuestra paz México tenga Vida digna” 148). La Eucaristía alimenta la caridad para que seamos buenos mexicanos que actuemos con inteligencia, amor y responsabilidad, con miras a edificar una Iglesia y una sociedad más justas y solidarias.

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“¡Denles ustedes de comer!”

“¡Denles ustedes mismos de comer!” (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9, 13).

15. Este lema está inspirado en la carta post sinodal de S.S. Benedicto XVI “Sacramentum Caritatis” y está en relación con el servicio de la caridad para con el prójimo (que sufre, que peca). Quiere ser un desafío para trabajar por un mundo más justo y fraterno y está en relación con la situación de millones de mexicanos que sufren a causa de la pobreza económica, la marginación social, y la falta de valores en la sociedad mexicana azotada por la violencia y la inseguridad. Dicen nuestros obispos de México que “no es posible ser cristianos sin Iglesia, ni vivir la fe de manera individualista, sacando del horizonte de la vida y de nuestras preocupaciones cotidianas a los hombres y mujeres con quienes compartimos nuestro caminar por la historia; por ello la vocación cristiana incluye el llamado a construir comunidades fraternas y justas; el compromiso de servir al hermano y de buscar juntos caminos de justicia y ser así constructores de paz. De esta manera la Iglesia es fiel a su esencia misma que es sacramento de unidad entre Dios y la persona humana y de los hombres y mujeres entre si” (Que en Cristo nuestra paz México tenga Vida digna” 148). La Eucaristía alimenta la caridad para que seamos buenos mexicanos que actuemos con inteligencia, amor y responsabilidad, con miras a edificar una Iglesia y una sociedad más justas y solidarias.

1. Esta fue la orden que Jesús dio a sus discípulos cuando se encontró frente a una gran multitud desprovista de alimentos. La situación era grave: estaban en un lugar despoblado y a una hora avanzada. Ya no podían regresar a la ciudad para procurar lo suficiente, de manera que esa gente pudiera comer.

2. El evangelista san Marcos los describe por medio de una imagen: “eran como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34). La comparación es sumamente elocuente, e ilustra varios rasgos de la multitud. Las ovejas sin pastor se dispersan y andan errantes porque nadie las conduce ni las reúne. Por sí mismas no encuentran los lugares donde puedan hallar alimento. No son protegidas ni defendidas si alguna fiera las ataca. Por todo esto se encuentran en peligro de morir en el

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desierto. Las grandes multitudes se parecen a las ovejas que no tienen pastor porque carecen de conducción, de alimento, de protección. En esta escena hoy vemos reflejada la dispersión, el abatimiento, la indefensión y el desamparo de grandes mayorías del pueblo mexicano en los últimos años.

3. Frente a una multitud con estos rasgos, está Jesús. El evangelista dice que el Señor, al verlos, “se compadeció de ellos” (Mc 6, 34). El profeta Ezequiel ha escrito una página magnífica en la que muestra la compasión de Dios por las ovejas que andan dispersas por carencia de pastor. El mismo Dios vendrá a ocuparse de ellas (Ezq 34, 1-16). “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él” (Ezq 34, 11). En Jesús se vio realizado lo anunciado por el profeta. Su corazón compasivo y su gesto solidario revelan el rostro de Dios Padre y Pastor, “rico en misericordia” (Ef 2, 4).

4. Los evangelistas han mostrado -de distintas maneras- la forma en que Jesús reaccionó ante las carencias de la gente que lo seguía por los lugares desiertos: curó a los enfermos (Mt 14, 14; Lc 9, 11), estuvo enseñándoles durante largo rato (Mc 6, 34), les habló del Reino de Dios (Lc 9, 11). Como Buen Pastor curó a las ovejas que estaban enfermas y reunió a las que estaban dispersas (ver Ezq 34, 16). San Marcos dirá más adelante que los alimentó sobre la hierba verde (Mc 6, 39), como el Buen Pastor que lleva a su rebaño para que se apaciente “en las verdes praderas” (Sal 23, 2).

5. Junto a Jesús, y frente a la multitud, estaban también los discípulos del Señor. El evangelista los describe con rasgos que no los honran: se acercaron a Jesús y le dijeron que despidiera a la gente para que fuera a comprar comida a los poblados (Mc 6, 35-36; ver Mt 14, 15; Lc 9, 12). La actitud de los discípulos, aunque legitima ante las carencias de la gente, contrasta con la compasión de Jesús. Las palabras de ellos suenan como una burla grotesca: “Como están en el desierto y ya es casi de noche, que vayan a las ciudades a comprar alimentos...”. Jesús los sorprenderá con una respuesta, que es una invitación al compromiso.

6. Es cierto que se planteaba una situación de grave necesidad, y que no se podía prever una solución que no viniera del poder de Jesús.

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Pero los discípulos sólo intentaron distanciarse del problema de la gente, con lo que mostraban carecer de fe suficiente. Jesús les ordenó entonces algo que para ellos sonaba como imposible de realizar: “¡Denles ustedes mismos de comer!” (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9, 13). El Señor no aceptó la actitud evasiva de los discípulos. Todo lo contrario, exigió que ellos se mostraran compasivos y solidarios con las necesidades de la gente, aun cuando esto los colocara en una situación por encima de sus pobres fuerzas humanas. El Señor ha querido necesitar la cooperación responsable de los hombres para realizar su obra.

7. Quedó establecida así una norma de conducta que tiene como modelo al mismo Jesucristo, y que deberá ser la característica que identifique a todos sus discípulos. El Señor cumplió lo dicho por el profeta: “Él tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades” (Is 53, 4; ver Mt 8, 17). Los discípulos no deben buscar su propio interés, sino el de los demás; deben sentir como propias las necesidades de los otros (1 Cor 10, 24; Fil 2, 4).

8. Al oír el mandato de Jesús, los discípulos -como a veces sucede a los cristianos de este tiempo- intentaron evadirlo y para eso introdujeron el argumento de la insuficiencia de los medios: ¿cuánto dinero haría falta para comprar alimento para tanta gente? (Mc 6, 37; ver Jn 6, 7). Jesús pasó por alto esta objeción y ordenó que la multitud se sentara en grupos (Mc 6, 39-40). A partir de este punto la escena se desarrolla de una manera que recuerda la cena ritual judía: cuando el grupo familiar está reunido en torno a la mesa, el padre de familia toma el pan en sus manos, pronuncia la oración de acción de gracias, parte el pan y va colocando un trozo en la mano de cada uno de los que están sentados a la mesa. Esto es lo que hace Jesús, asumiendo el papel del padre de familia. El autor del relato se expresa de tal forma que a los oyentes cristianos les viene a la memoria el relato de la última cena del Señor.

9. Ante una multitud tan grande de comensales, los discípulos de Jesús asumen un gran protagonismo, porque ellos son los que aportan los panes y los peces, y luego son los encargados de hacerlos llegar a toda la gente (Mt 14, 17.19). Los pocos panes y peces que los discípulos pudieron aportar, al pasar por las manos de Jesús, se convirtieron en un alimento suficiente como para que toda la multitud

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comiera hasta saciarse (Mt 14, 20). Más aun, con lo que sobró se llenaron doce canastas (Mc 6, 43), como para que cada uno de los apóstoles fuera poseedor de este pan inagotable que puede seguir alimentando a hombres y mujeres de todas las generaciones en el curso de la historia.

10. El mandato de Jesús a aquellos discípulos sigue dirigiéndose a sus seguidores de todos los tiempos y lugares. Ante una multitud que corre peligro de sucumbir por las distintas formas de hambre que se dan en el mundo, el Señor dice: “¡Denles ustedes mismos de comer!” Y lo sigue diciendo hoy a través de quienes son pastores en su Nombre: “Millones de personas y familias viven en la miseria e incluso pasan hambre” (DA, 65), “los pobres no pueden esperar” (J.P. II en Santiago de Chile, en 1987). Informes recientes dan cuenta de que en México, con una población de 105 millones de habitantes – según el último censo – tiene una población de 60 millones de personas que están cercanas a la línea de la pobreza, y de ellas 19 millones viven en pobreza extrema.

11. El relato de la multiplicación de los panes y los peces está redactado con características que permiten que se lo entienda como una figura y anticipo de la Eucaristía. Por esa razón, la Iglesia ha sido siempre obediente al mandato de alimentar a la multitud, y lo cumple ofreciendo diariamente el Pan de la Palabra y de la Eucaristía. Es necesario relacionar mejor estas dos presencias de Cristo como “pan”. El único Pan de Vida se nos da como alimento para ser “comido” en la fe tanto en su Palabra (Jn 6, 32-50) como en su Carne (Jn 6, 51-58). Al celebrar la Eucaristía la Iglesia sirve la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (SC 7). “La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este sacramento, Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo” (DA 251).

12. En la Sagrada Escritura se habla del hambre y de la sed para designar distintas situaciones de miseria humana. La multitud que en el desierto corre peligro de morir por carencia de alimentos es una figura de la situación de muchos miembros de nuestro pueblo y de la entera familia humana que padecen toda clase de necesidades espirituales y materiales: la falta de alimento, vestido, salud y vivienda; la necesidad de educación, trabajo, protección y seguridad; el deseo

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de dignidad, respeto y estima; la búsqueda de verdad, justicia, libertad, amor y paz en todos los planos; el hambre de comunión, reconciliación y solidaridad a nivel religioso, personal y social.

13. Las distintas formas de hambre que se dan en la humanidad se concentran en el deseo de vivir con sentido, amor y felicidad. Todos los seres humanos desean vivir, no solamente con las mínimas funciones fisiológicas que los científicos exigen para decir que alguien vive, sino con las condiciones necesarias para que cada uno pueda realizar su vocación de ser imagen de Dios realizando una “vida digna”. Cuando no se dan estas condiciones, el que no puede realizarse en este mundo dice que la suya “no es vida”. Las necesidades humanas fundamentales y la acción de la comunidad cristiana que debe ayudar a satisfacerlas, aquí y ahora, se pueden resumir así: “El hombre no solo tiene necesidad de ser nutrido materialmente o ayudado a superar los momentos de dificultad, sino también la necesidad de saber quién es y de conocer la verdad sobre sí mismo y sobre su dignidad” (Benedicto XVI, Roma, Domingo 14 de febrero de 2010). A través de su ejemplo Jesús nos enseña a compartir solidariamente para que nadie pase necesidad. Esto alcanza su culminación en la Eucaristía.

14. El evangelio de Juan lo sintetiza de manera admirable cuando resume todas las hambres de la humanidad en el hambre de vida. En este Evangelio, después del relato de la multiplicación de los panes se introduce una larga homilía en la que Jesús se revela como el Pan verdadero: “Yo soy el Pan...” (Jn 6, 35. 48. 51). Él es el Pan verdadero que alimenta a todas las multitudes hambrientas. Y es Pan verdadero porque es “Pan de Vida” (Jn 6, 35. 48) o “Pan Vivo” (Jn 6, 51). Es verdadero Pan para los que se alimentan de la fe en Él (Jn 6, 35), y es verdadero Pan para quienes lo reciben en la Eucaristía (Jn 6, 55-56). El pan amasado por los hombres no puede dar la vida eterna, como tampoco pudo darla el maná, que era un pan milagroso (Jn 6, 49. 58). Jesucristo en la Eucaristía es el Pan vivo y verdadero porque es el único que puede dar la vida eterna a todos los que se alimentan de Él (Jn 6, 58).