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NOTICIAS BIOGRÁFICAS DEL Libertador Don José de San Martín Resumen histórico por el señor José Duan Biedma, destinado por disposición del Excmo. señor Ministro de 6uerra a los conscriptos del ejército argentino, en conmemoración del pri- mer centenario de la batalla de Maipú. --- Autorizada su reimpresión para la Comisión Nacional del Centenario de ia Batalla de Maipú ' T.A- - 1:1 ENÓS AIRES i TALI.ERFí KL ] IDO MAYOl DE! EJÉRCITO ,] 1918

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NOTICIAS BIOGRÁFICAS

D E L

Libertador

Don José de San Martín

Resumen histórico por el señor José Duan Biedma, destinado por disposición del Excmo. señor Ministro de 6uerra a los conscriptos del ejército argentino, en conmemoración del pri­mer centenario de la batalla de Maipú. ---

Autorizada su reimpresión para la Comisión Nacional del Centenario de ia Batalla de Maipú

' T.A- -

1:1 ENÓS AIRES i TALI.ERFí KL ] IDO MAYOl DE! EJÉRCITO ,]

1918

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EL LIBERTADOR

JOSÉ DE SAN MARTÍN

<A la memoria del soldado español del » KKGIMIENTO DE HÚSARES DE OLIVENCIA

> JUAN DE DIOS, y a la de los argentinos

• de GRANADEROS A CABALLO JUAN BAü-» TISTA C A B R A L y J U A N BAUTISTA BAIGO-

» RRIA, que salvando Ja vida de San Martin,

' el primero en Arjonilla y los segundos en > San Lorenzo, comprometieron el respeto > y la gratitud de los libres de América »_

Nació eu Yapeyú, actual provincia de Corrientes en la He-

pitblica Argentina, el 25 de febrero de 1778. Hijo del ca­

pitán D. Juan de San Martín, teniente de gobernador del de­

partamento nombrado, y de doña Gregoria Matorras, sobrina

del famoso conquistador del Chaco de ese apellido, pasó a

K^paña en muy tierna edad llevado por sus padres, ingre­

sando como alumno en el < Seminario de Nobles de Madrid».

En 1798 solicitaba ingresar como cadete en el regimiento

Murcia >, siendo dado de alta con fecha 15 de julio. Desde

ese día, como lo dice su ilustre historiador Mitre, dio co­

mienzo a su verdadera educación, se bastó a sí mismo y vis­

tió con su uniforme (celeste y blanco) los colores que treinta

años después debía pasear en triunfo por la mitad de un

continente.

Su primera campaña militar fué en el África. Estuvo en

Mi lilla y Oran asistiendo a la defensa de ésta, en que se puso

a durísima prueba la abnegación y valor del soldado español

(1791). En 1793 pasó al ejército de Aragón y posterior-

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mente al del Roséllón en el que hizo la campaña contra

Francia combatiendo en Torre Hatera, Creu del Ferro. San

Marsal, Villálonga, Hermita de San Lluc, Banyuls del Mar,

San Telmo, Fort Venares y Collioure (1793 94). No había

aun cumplido los diez y siete años de edad!

Aliada España a Francia contra Inglaterra, peleó en 1797

en el combate naval del Cabo de San T ícente, y el 15 de

agosto del siguiente año se batía abordo de la fragata Santa

Dorotea contra el navio inglés León, cayendo prisionero des­

pués de una bravísima resistencia de que los vencedores hi­

cieron grande elogio.

En 1801 tomó parte en la campaña sobre Portugal; en

1802 sirvió en Gibraltar y Ceuta pasando después a la guar­

nición de Cádiz, donde mandaba la guardia de palacio como

capitán del regimiento de «Campo Mayor» que la daba a

la sazón, cuando fué asaltado por la multitud amotinada que

despedazó a cañonazos sus puertas y apoderándose del ge­

neral Solano a quien acusaba de traidor con evidente injusti­

cia, lo asesinaba miserablemente en las calles de esa ciudad (x).

(') Agregaremos al respecto una nota altamente simpática.

El 13 de octubre de 1818 el Libertador de Chile se dirigía al Supremo Director de

las Provincias Unidas del Río de la Plata exponiendo:

Que el general Solano, sacrificado en Cádiz cruelmente por el fanatismo de la ple­

be, le había dispensado su amistad; y que en conocimiento de existir recluido en el

depósito de prisioneros situado en Las Brusca* el oficial D. Joaquín Gómez de Ba­

rreda, primo de aquel militar español, y de cuya familia había recibido en la penín­

sula favores muy distinguidos, esta circunstancia y el deseo de rendir un homenaje a

la memoria de aquel amigo bienhechor, le hacía suplicar al gobierno la gracia de per­

mitir la libertad del prisionero y su regreso a España bajo palabra de no volver a tomar las armas contra la independencia de América.

El Director Supremo resolvió que en « consideración al distinguido relevante mé-

» rito del capitán general D. José de San Martín, cuyos importantes servicios a la pa-

> tria lo hacen acreedor a la gracia que solicita en favor del oficial prisionero D. Joa-

• quín Gómez de Barreda, concédese en los precisos términos que propone; y al efecto

• pase al Estado Mayor General: a cuyo jefe se recomienda su cumplimiento con pre-

> vención de que cuide que, prestado el debido juramento por el expresado oficial, no » se detenga'éste sino el tiempo muy preciso para alistarse a su embarco».

El oficial Barreda era capitán del batallón de «Gerona» y fué batido en los «Altos

de Quintana», a inmediaciones de Jujuy, al frente de su compañía, fuerte de 85 hom­

bres; en la mañana del 15 de mayo de 1817 por el bravo sargento mayor de «Infernales.

I). Juan Antonio Rojas, que tenía a sus órdenes en aquella acción 65 hombres y algu­

nos oficiales. Barreda quedó prisionero y levemente herido, con doce desús soldados, dejando miiertos en el campo treinta y cinco de los suyos.

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Asistió en la guerra de la independencia española al

cómbate de Arjonilla batiendo con escasa tuerza una de caba­

llería francesa muy superior en número, acción en que le

salvó la vida el soldado .luán de Dios, de los Húsares de

Olivencia > coni > después se la salvarían en San Lorenao

otros dos heroicos subalternos, y por la cual fué honrado

con un escudo de honor previa declaración de «distinguida

y ascendido a capitán; a la batalla de Bailen, en que tam­

bién se distinguió siendo mencionado en la orden del día,

ndiendo a teniente coronel y recibiendo la medalla de

oro con que fueron premiados los vencedores; y a la san­

grienta batalla de la AUntera el l(i de mayo de 1811 contra

el famoso mariscal Soult.

Entonces decidió poner su genio militar al servicio de la

emancipación política de su patria, así que llegó a su noti­

cia el estallido revolucionario. Veinte años de honrados

servicios . decía en una proclama a los peruanos en 1820,

me habían atraído alguna consideración, sin embargo de ser

americano. Supe la revolución de mi país, y al abandonar

mi fortuna y mis esperanzas sólo sentía no tener más que

sacrificar al deseo de contribuir a su libertad». Y el ge­

neral Mitre, por su parte, agrega: «Veintidós años hacía

que San Martín acompañaba a la madre patria en sus

triunfos y reveses, sin desampararla un sólo día. En este

lapso de tiempo había combatido bajo sus banderas contra

> moros, franceses, ingleses y portugueses, por mar y por

-tierra, a pie y a caballo, en campo abierto y dentro de

murallas. Conocía prácticamente la estrategia de los gran­

des generales, el modo de combatir de todas las naciones

> de Europa, la táctica de todas las armas, la fuerza irresis­

tible de las guerras nacionales y los elementos de que po-

>día disponer España en una insurrección de sus colonias:

.el discípulo era un maestro en estado de dar lecciones.

.Entonces volvió los ojos hacia la América del Sur, cuya

>independencia había presagiado y cuya revolución seguía

»cou interés; y comprendiendo que aun tendría muchos es­

cuerzos que hacer para triunfar definitivamente, se decidió

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»regresar a. la lejana patria, a la que siempre amó como

»a la verdadera madre, para ofrecerle su espada y cons'a-

»grarle su vida».

Afiliado de tiempo atrás a la «Sociedad Lautaro o Caba­

lleros Racionales» difundida en la península con el propósito

de trabajar por la independencia americana y el triunfo de

la democracia, decidió abandonar el servicio militar y tras­

ladarse a Londres donde se puso en contacto con D. Andrés

Bello, Servando Mier, Manuel Moreno, Tomás Guido y otros.

iniciándose en la asociación «Gran Reunión Americana» fun­

dada en la capital británica por Miranda con el mismo fin

de aquella. En enero de 1812 se embarcaba en la fragata

inglesa George Canning con destino al Río de la Plata y des­

embarcaba en Buenos Aires el 9 de marzo.

Su influencia en los destinos de la revolución se hizo sen­

tir desde el primer instante. No solamente creó el famoso

«Regimiento de Granaderos a Caballo» con que planteó una

escuela cuyos principios de disciplina explican la incontras­

table fuerza de acción desarrollada en el combate por los

ejércitos que obedecieron su comando, sino que actuando

como político estableció la renombrada «Logia Lautaro», so­

ciedad secreta que reguló y dio nervio y dirección a nuestra

política dentro y fuera de las fronteras nacionales, y apoyó

con sus armas la revolución del 8 de octubre de 1812 que

imponiendo el cambio personal del triunvirato, impuso el de

las ideas, planes y procedimientos, que dieron por resultado.

asaz proficuo y glorioso, la reanudación del sitio de 3Ionte-

video, la reorganización del ejército del Alto Perú, y la ins­

talación de la inmortal «Asamblea Nacional» de 1813 que

fijó el carácter y el destino definitivo de la revolución.

El 3 de febrero de 1813 alcanzó su primer triunfo militar

en tierra americana batiendo en San Lorenzo a los marinos

de Montevideo donde hubo de perder la vida que le salvaron

los soldados Cabral y Baigorria, hijos modestos hasta entonces.

gloriosos desde ese día, respectivamente de Corrientes y San

Luis.

Un año después fué nombrado para reemplazar en el mando

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del ejército auxiliar del Perú al virtuoso general Belgrano

derrotado en las batallas de Vücapúgio y Ayohuma, y a cuyos

nobles sacrificios San Martin rendía cumplida justicia con

palabra inspirada y elocuente. Belgrano encontró en él su

más sincero y leal hermano en la patria!

En el comando de aquel ejército evidenció San Martín

sus condiciones militares; pero no siendo aquel el camino de

la victoria, como lo comprendió y declaró desde el primer

momento, limitó su acción a reorganizar sus fuerzas, inocu­

lándoles espíritu inquebrantable por la ciencia y la disci­

plina, y preparó la defensa del territorio poniéndola bajo la

dirección de Uiiemes con el admirable resultado que es no­

torio a cuantos conocen los rudimentos de nuestra historia.

La solución del problema militar fué señalada y ejecutada

el con la ayuda inestimable por oportuna y eficaz del

oficial mayor del ministerio de guerra, i). Tomás Guido.

La patria •, le decía a Rodríguez Peña en carta de 22 de

abril de 1814, < no hará camino por este lado del norte que

no sea una guerra defensiva, y nada mas; para esto bastan

los valientes gandíos de Salta con dos escuadrones de bue-*

nos veteranos. Pensar otra cosa es empeñarse en echar al

> pozo de Ayron hombres y dinero. Ya le he dicho a usted

secreto: Un ejército pequeño y bien disciplinado en Men­

doza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apo­

yando un gobierno de amigos sólidos para concluir también

con la anarquía que reina. Aliando las fuerzas pasaremos

»por el mar a tomar a Lima: ese es el camino y nó este

/Convénzase: hasta que no estemos sobre Lima la guerra no

acabará-. Esta concepción concreta, comenta el general

Mitre, que en 1814 era un secreto, y habría acreditado a su

autor de loco a haberse difundido, es la que ha asignado a

San Martín su puesto en la historia del mundo, y que en

definitiva cambió los destinos de la revolución de la Amé­

rica del 8ar .

Persiguiendo la realización de su plan consiguió ser nom­

brado el 10 de agosto de 1814 gobernador intendente de la

provincia de Cuyo que comprendía entonces los territorios de

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El desenvolvimiento de su acción militar y política en

aquel destino y con aquel propósito es realmente admirable

y ha sido puesta en relieve por su ilustre historiador. El

general y el político, como los pueblos que tan abnegada­

mente cooperaron al buen éxito de su empresa sin vacilar

ante la grandeza del sacrificio, son acreedores al respeto.

admiración y gratitud del mundo civilizado porque sirvieron

con estupenda eficacia los intereses más nobles de la Hu­

manidad; y pensando y sintiendo así cuan doloroso nos será

recordar que en la nomenclatura de las calles de la Capital

Argentina, de Buenos Aires, cuna de la revolución, se ha

hecho desaparecer en 1911 .el nombre de Cuyo, sacratísimo

para el civismo argentino!

A fines de 1816 estaba listo para emprender la ejecución

de su trascendental proyecto de campaña continental cuya

primera etapa sería la libertad de Chile; y la inició a prin­

cipios de 1817 con el paso de los Andes que ha sido justi­

cieramente equiparado a las más notables operaciones estra­

tégicas que registra la historia militar del mundo. El 12

tle febrero batía a los españoles en Chacábuco y pocos días

después restablecía el gobierno independiente que había sido

enterrado por los españoles en las ruinas de Rancágua, ser­

vicio eminente que el argentino premió con un escudo con

la leyenda: La Patria en Chacahuco al Vencedor de los An­

des y libertador de Chile.

Las tropas que escaparon a la derrota y otras que pos­

teriormente se les unieron en el sur mantuvieron la resis­

tencia que el ejército no pudo quebrantar en el asedio y

asalto de Talcahuano. Al efectuar la retirada desde aquella

plaza fuerte al norte en ejecución de un plan sabiamente

combinado le falló uno de sus cálculos, por deficiencia de

cooperación del Estado Mayor presidido por el general Bra-

yer, y fué batido en la funesta noche de Candía Payada

(19 de marzo de 1818) cuyas desastrosas consecuencias neu­

tralizó a fuerza de energía y genio, reorganizando en breves

días el ejército destruido, y derrotando a sus vencedores en

los campos Maipú (5 de abril) en que. tronando aun los úl-

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timos cañonazos, era aclamado por la gratitud chilena por

por boca de O'Higgins con aquel grito heroico cuyo eco

no se apagará jamás: GLORIA AI. S A L V A D O R D E CHILE!

Asegurada la independencia de este estado, se dedicó con

la colaboración abnegada, inteligente y decidida de O'Higgins.

a preparar la expedición sobre el Perú que inicio el 20 de

sto de 1820 en celebración del onomástico de su grande

y noble amigo, zarpando del puerto de Valparaíso al frente

de un ejército argentino-chileno de cuatro mil hombies, nú­

mero que por si solo revela la audacia del ilustre soldado.

que se dirigía a invadir un país defendido por veinte mil

veteranos que hasta entonces había mantenido a raya a la

revolución americana.

Al iniciar esta segunda etapa de su gloriosa campaña

continental se despidió del pueblo argentino con un docu­

mento a que el tiempo ha dado toda su importancia tenien­

do en algún caso un cierto carácter de profético. Después

de decir a los chilenos: «Voy a emprender la grande obra

dar la libertad al Perú. Voy a abrir la campaña más

memorable de nuestra revolución, y cuyo resultado aguarda

mundo para declararnos rebeldes si somos vencidos, o

onocer nuestros derechos, si triunfamos. De ellos pen­

den la consolidación *de nuestros destinos, las esperanzas de

te vasto continente, la suerte de nuestras familias, la

fortuna de nuestros amigos, en fin. lo más sagrado, que es

- nuestro honor. Fiado en la justicia de nuestra causa y en

• la protección del Ser Supremo, os prometo la victoria. El

día más grande de nuestra revolución está próximo a ama­

necer .-. dirigiéndose a los argentinos exclamaba: Vó os

.dejo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva

de vuestras desgracias: vosotros me habéis acriminado aun

no haber contribuido a aumentarlas porque este habría

sido el resultado si yo hubiese lomado una parte activa en

»la guerra contra los federalistas: mi ejército era el único

> (pie conservaba su moral y lo exponía a perderla abriendo

> una campaña en que el ejemplo de la licencia armase mis

.tropas contra el orden. En tal caso era preciso renun-

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> ciar a la empresa de libertar al Perú, y suponiendo que

»la suerte de las armas me hubiera sido favorable en la gue-

>rra civil, yo hubiera tenido que llorar la victoria con los

«mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derra-

»mará la sangre de sus compatriotas, y solo desenvainará la

»espada contra los enemigos de la independencia de Sur

» América.

»En fin a nombre de vuestros propios intereses os ruego

»que aprendáis a distinguir los que trabajan por vuestra sa-

»lud de los que meditan vuestra ruina: no os expongáis a

»que los hombres de bien os abandonen al consejo de los

» ambiciosos: la firmeza de las almas virtuosas no llega has­

tía el extremo de sufrir que los malvados sean puestos a

»nivel con ella y ¡desgraciado el pueblo donde se forma im-

»punemente tan escandaloso paralelo! ¡Provincias del Río

»de la Plata! El día más celebre de nuestra revolución está

»próximo a amanecer: voy a dar la última respuesta a mis

»calumniadores: yo no puedo hacer más que comprometer mi

»existencia y mi honor por la causa de mi país; y sea cual

»fuere mi suerte en la campaña del Perú, probaré que des-

» de que volví a mi patria, su independencia ha sido el único

»pensamiento que me ha ocupado y que no he tenido más

«ambición que la de merecer el odio de los ingratos y el

»aprecio de los hombres virtuosos».

El 8 de septiembre desembarcó en Pisco y en tanto cele­

braba conferencias que resultaban inútiles para \\n arreglo

con el Virrey del Perú, hacía internar en el corazón del país

al general Arenales como el heraldo armado de sus princi­

pios de libertad, el cual sublevaba toda la región de la Sierra

contra la dominación española.

Poco después se reembarcaba, llevando su ejército al nor­

te de Lima, situaba su cuartel general en Huacho, aislándola

del resto del país. No tardó nicho y como una consecuencia

de la influencia de su acción militar y política en ser de­

puesto el Virrey Pezuela por una conspiración de sus subal­

ternos y reemplazado por La Serna, quien disponía abando­

nar la Capital, reconcentrando su resistencia en las regiones

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serranas del sur. El Libertador tomaba posesión de Lima,

proclamaba la independencia del país el 28 de julio de

1821. y constituía un gobierno nacional asumiendo su direc­

ción con el titulo de Protector de la libertad del Perú, some­

tido a las reglas de un «Estatuto» que fué la primera carta

constitucional que tuvo aquel pueblo arrancado a la domi­

nación absoluta de la monarquía ibérica.

La historia de su administración en el Perú no es de este

lugar, pero debemos decir que él colocó la base más dura­

dera de su organismo político administrativo con arreglo a

los nuevos principios y doctrinas que innoculó en el espíritu

nacional y que puso en ejercicio, arraigando muchos de ellos

perdurablemente en las costumbres y modalidad de su pueblo.

Cooperó a la libertad del Fcuador auxiliando a Sucre con

una división de su ejército que triunfó en Rio Bamba y

combatió en Pichincha, contribuyendo a la liberación de Quito;

pero sus fuerzas no eran suficientes para culminar la magna

empresa, y hubo de buscar la comunidad de acción con Bo­

lívar, el libertador de Colombia, y a ese propósito celebra­

ron una conferencia en la ciudad de Guayaquil que no tuvo,

por entonces, otro resultado que el que se desprende de la

siguiente notable carta del grande y austero ciudadano que

jamás manchó sus labios con una mentira ni su conciencia

con una acción indigna:

«Le escribiré no sólo con la franqueza de mi carácter,

3>sino también con la que exigen los altos intereses de América.

»Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que

»me prometía para la pronta terminación de la guerra. Des-

» graciadamente yo estoy intimamente convencido, o que no

»ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes

»con las fuerzas de mi mando <> que mi persona le es emba­

ír azosa-».

«Las razones que me expuso, de que su delicadeza no

»le permitiría jamás el mandarme, y que, aun en el caso

>de decidirse, estaba seguro que el congreso de Colombia

»no autorizaría su separación del territorio de la república,

«no m e han parecido bien plausibles. La primera se refuta

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zo; bastaba que aquel sufriera el vértigo o mal de monta­ña, al cual era predispuesto Bolívar: él mismo ha dicho a Santander, en carta de enero de 1824: "Además, me suelen "dar de cuando en cuando unos ataques de demencia, aun "cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón, "sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de "dolor. Este país, con sus soroches en los páramos, me "renueva dichos ataques cuando los paso al través de la "Sierra " Estos soroches a que se refiere Bolívar, no es otra cosa sino aquel vértigo de las montañas, con zum­bidos de oídos, dolor de cabeza, náuseas y perturbación del sentido del espacio."

Todos sabemos que Bolívar, además de ser un gran capitán, un hábil político, un diplomático sagaz, un ora­dor elocuente, era también un literato y sobre todo un poeta. Mi delirio en el Chimborazo es sencillamente una fantasía poética y no la manifestación de un delirio pato­lógico. Yo no puedo creer que el doctor Carbonell crea que Bolívar efectivamente se durmió en el Chimborazo y que tuvo alucinaciones hipnagógicas, que son las alucinacio­nes "que aparecen en el momento en que el sueño va a lle­gar." Como ejemplo de estas alucinaciones voy a copiar uno del mismo Maury. Yo leía, dice Maury, en alta voz, El viaje en la Rusia meridional de Hommaire de Hell: ape­nas había terminado una línea cuando cerré los ojos ins­tintivamente. En uno de estos cortos momentos de somno­lencia vi, con la rapidez del relámpago, la imagen de un hombre vestido con una túnica bruna y cubierta la cabeza con un capuchón, como un monje de los cuadros de Zulba-rán." Carbonell dice que en Bolívar "debió aparecer la alucinación al comenzar el sueño y provocado por la fati­ga en la ascensión al Chimborazo," porque el Libertador dice: "quedé examine largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho." ¿Quién le ha dicho a Carbonell que Bolívar escribió su fantasía inme­diatamente después de haber subido al Chimborazo? Lo natural es creer que Bolívar haya escrito esa pieza litera­ria tranquilamente en su casa, quién sabe cuántos días después de la ascensión, si es que realmente hubo tal as­censión a la montaña.

Tampoco se puede ni siquiera suponer que Bolívar tuviera ni un solo momento delirio de grandeza o mega­lomanía. El delirio de grandeza corresponde "a una exal­tación del yo y, en general, a un sentimiento de fuerza, de poder, de bienestar, de superioridad;" pero para que estas ideas de grandeza sean ideas delirantes patológicas, es

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necesario que aparezcan en un individuo inferior. Bolívar en aquella época era indudablemente el hombre más grande del universo, el que había llegado más alto en la escala de la grandeza humana. Sin embargo, lejos de estar envanecido por su elevada posición, le hace decir al Tiem­po que la grandeza humana no es nada al lado del Infinito.

Para que pudiéramos afirmar como afirma Carbonell, que Bolívar tuvo alucinaciones visuales, auditivas y ver­bales, no basta citar los párrafos de Mi delirio en los cua­les está el diálogo del Libertador con el Tiempo, diálogo absolutamente fantástico, y que no es posible asimilarlo a la alucinación. "Un hombre, decía Esquirol, que tiene la convicción íntima de una sensación actualmente perci­bida, cuando ningún objeto exterior propio a excitar esa sensación está al alcance de los sentidos, está en un estado de alucinación." Bolívar, cuando escribió su diálogo con el Tiempo, no podía tener la convicción íntima de que real­mente había hablado con el Tiempo. Además, qué especie de delirante es éste que no tiene en toda su vida sino una sola alucinación? Porque la otra, la de los puñales asesi­nos, tampoco es alucinación, porque se sabe que realmen­te hubo un conato de homicidio contra Bolívar. Podría ser una ilusión, es decir, "la falsa percepción de una sensa­ción real." Bolívar oculto en los barrancos del arroyo San Agustín, a poco de haber escapado al puñal de sus asesi­nos, podía muy bien, sin ser un alucinado y mucho menos un epiléptico, creer que de un momento a otro podían apa­recer sus verdugos.

Comete un gran error el doctor Carbonell al decir: "Estos soroches a que se refiere Bolívar, no son otra cosa sino aquel vértigo de las montañas con zumbidos de oídos, dolor de cabeza, náuseas y perturbación del sentido del espacio." Esto lo dice Carbonell para explicar las aluci­naciones visuales, auditivas y verbales que atribuye al Libertador, y en el "Cuadro sintomático del mal comicial en Bolívar," pone los soroches como ejemplo de vértigo epiléptico!

El mal de las montañas no es vértigo, doctor Carbo­nell, y mucho menos el vértigo epiléptico. Voy a decirle lo que son los soroches, ya que usted parece ignorarlo, o me­jor dicho, se lo va a decir Le Roy de Mericourt. "Desde el siglo quince, Da Costa había designado, bajo el nombre de mal de las montañas, el conjunto de fenómenos senti­dos por las personas que ascienden a las partes más ele­vadas del globo. Estos mismos fenómenos fueron descritos

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» el territorio de Colombia. Mi confianza en el buen resultado

» estaba tanto más fundada, cuanto el ejército de Colombia,

» después de la batalla de Pichincha, se había aumentado con

» los prisioneros y contaba con 9.600 bayonetas; pero mis

:» esperanzas fueron burladas al ver que en mi primer con-

» ferencia con el Libertador m e declaró que haciendo todos

» los esfuerzos posibles, sólo podía desprenderse de tres ba-

» tallones con la fuerza total de L070 plazas. Estos auxilios

» no me parecieron suficientes para terminar la guerra, pues

» estaba convencido que el buen éxito de ella no podía es-

»perarse sin la activa y eficaz cooperación de todas las

» fuerzas de Colombia; así es que mi resolución fué tomada

» en el acto, creyendo de mi deber hacer el último sacrificio

» en beneficio del país. Al día siguiente, y a la presencia

» del Vice Almirante Blanco, dije al Libertador que habiendo

» dejado convocado el Congreso para el próximo mes, el día

» de su instalación sería el último de mi permanencia en el

»Perú, añadiendo: Ahora le queda a Vd., general, un nuevo

» campo de gloria en el que va Vd. a poner el último sello a

» la Libertad de América. Yo autorizo y ruego a Vd. escriba

» al general Blanco a fin de rectificar este hecho. A las dos

» de la mañana del siguiente día me embarqué, habiéndome

»acompañado Bolívar hasta el bote y entregándome su re-

» trato como una memoria de lo sincero de su amistad. Mi

» estadía en Guayaquil no fué más que de 40 horas, tiempo

» suficiente para el objeto que llevaba. Dejemos la política

» y pasemos a otra cosa que m e interesa más».

Antes de alejarse del Perú instaló su representación na­

cional, en su presencia se despojó de los atributos del poder,

haciendo renuncia del mando y declarando que si algo tenían

que agradecerle los peruanos era el sacrificio de «el ejercicio

del poder que le había impuesto la fuerza de las circuns­

tancias». San Martín era un hombre honrado y no sabía

disfrazar la verdad. Se sentía feliz dimitiendo por que no

lo ambicionó jamás y solamente lo aceptó cuando la conve­

niencia del interés público lo exigía y se sacrificaba a esta

exigencia.

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— 15 —

El congreso pretendió que permaneciese en el país como

Generalísimo de sus armas, a lo que no accedió, y abandonó

el suelo peruano el 21 de septiembre de 1822. La repre­

sentación nacional lo declaró F U N D A D O » D E L A L I B E R T A D D E L

P E R Ú , capitán general de sus ejércitos con los honores ane­

xos al poder ejecutivo, le acordó la misma pensión vitalicia

que su patria asignara a Washington, y que se le erigiese

una estatua sobre una columna con inscripciones conmemo­

rativas de sus servicios, y que mientras tal se ejecutaba se

colocase su busto en la biblioteca nacional por él fundada. ¡

Decidido a alejarse de la vida pública, pasó a Europa en

1823, fijando su residencia en Bruselas. En 1829 regresó a-

la patria, pero hallándola debatiéndose en los furores de la'

guerra civil volvió al ostracismo soportando las crueldades,

del destierro y la miseria antes que quebrantar los principios.

inexorables que regían su conducta. Murió en la ciudad de-

Boulogne-sur-le Mer el 17 de agosto de 1850.

Sus restos fueron repatriados solemnemente en 1880 y hoy

reposan en la Catedral de Buenos Aires. Su estatua ha sido

erigida por la gratitud y la admiración dé los pueblos que

sirvió en la República Argentina, en Chile, en Perú u Francia.

Su historia, un monumento de la literatura americana, ha

sido escrita por uno de los ciudadanos más eminentes de

América en los tiempos modernos—Bartolomé Mitre—que

lo ha juzgado el hombre de acción deliberada y trascenden­

tal mas bien equilibrada que haya producido la revolución

sud americana, y que, fiel a la máxima que regló su vida,

fué lo que debía ser, y antes que ser lo que no debía, prefirió

no ser nada. ¡Por eso vivirá en la inmortalidad!

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LA ÜOZ DE AMÉRICA

DUiClO de ¡os CONTEMPORÁNEOS

y de la POSTERIDAD

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« La ¡ida de S A N M A R T Í N es lección > que enseña a los conscriptos argentinos » cómo se sirve a la Patria y se muere > al pie de su bandera citando su interés > o su honor lo demanda. >

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LA UOZ DE AMERICA

< En cuanto a mi vida pública mis

'Compatriotas dividirán sus opiniones: los

> hijos de éstos darán el verdadero fallo».

SAN- MARTÍN.

Juicio de los Contemporáneos

¡GLORIA AL SALVADOR DE CHILE I

BERNARDO O'HIGGINS, Supremo Director de Chile en los campos de

Maipú el 5 de abril de 1818.

< Buenos Aires. Chile y el Perú son libres porque S A N M A R T Í N que­bró sos cadenas desde el momento que restituido a la Patria, restituyó consigo la Patria misma. Pueblos! repetid el nombre de vuestro Liber­tador y encargad a las generaciones que os sucedan que todas le consa­

gren el tributo de la admiración, gratitud y ternura. >

DR. JUSTO FIGUEROLA,

en la recepción de San Martín por la ilustre

Universidad de San Marcos, Lima, en 1822.

Voto de gracias al ex-Protector del Perú «como al primer soldado de su libertad», nombrándole generalísimo de los ejércitos de mar y

tierra de la República con una pensión vitalicia de 12.000 $ anuales; el

título de Fundador de la libertad del Perú, grado de Capitán general,

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se le erigiese una estatua, se colocase su busto en la biblioteca nacional de Lima y se le hicieran en todo tiempo en el territorio de la república

honores de Presidente de ella.

Leyes del Soberano Congreso Nacional

del Perú de 20 de septiembre de 1822 en ho­

nor de San Martín a su separación del país.

*

Cuartel General en Bogotá a 10 de enero de 1821.

• < SIMÓN BOLIVAR, Libertador de Colombia, Presidente de la Repúbli­ca, General en Jefe del Ejército, etc.

El vencedor de Chacabtieo y Maipú, el hijo primero de La Plata, ha olvidado su propia gloria al dirigirme sus exagerados encomios,

pero ellos le honran porque son el testimonio más brillante de su bon­dad y propio desprendimiento. Al saber que V. E. ha hollado las ribe­

ras del Perú, ya las he creído libres y con anticipación m e apresuro a

congratular a V. E. por esta tercer patria que le debe su existencia. >

Al Exento. Sr. Pon José de San Martín, Capitán General del Ejército

Libertador del Perú.

Duicio de la posteridad

«La veneración por los antepasados es el mejor correctivo de los extravíos políticos y revolucionarios y la fuente directa y eficaz de toda

buena disciplina social. Constituye el signo decisivo y característico de los individuos y de las naciones susceptibles de una verdadera grandeza moral. El deber que la República Argentina cumple hacia S A N M A R T Í N , venerable representante de su pasado, la honra y la agranda ante nues­

tros ojos. Al rendir homenaje a una de las grandes figuras de su his­toria, la República Argentina da al mundo la prueba más elocuente de su civilización. Las repúblicas hermanas de la América forman alrede­dor de ella un círculo de familia. Por mi intermedio, el Brasil le envía en esta ocasión el saludo cordial de la fraternidad más completa y sin­cera. »

G A B R I E L D E PIZA,

istro Plenipotenciario del Brasil.

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... < Marcha a Europa mi hijo Aníbal, OH la legación que va a Ro­

ma, y al pasar por París tiene que cumplir con la obligación, que in­cumbe a todo chileno, de besar la mano a quien nos dio patria. Sírvase

Vd., mi general, echarle su bendición, que es la única que ambiciono para él y que le servirá de uu poderoso estímulo para no desviarse ja­más de la senda del honor. »

F R A N C I S C O A. P I N T O , General e ilustre Presidente de Chile,

;i San Martin, l 1845)

* * *

< Militar distinguido por los servicios prestados en poco más de dos años a la revolución de Buenos Aires, S A N M A R T Í N se había conquistado ya un notable prestigio: pero debía ilustrarse antes de mucho por accio­nes harto más trascendentales y brillantes que ]fi colocaron en el rango de uno de los ilustres y gloriosos jefes de la revolución hispano-ameri-cana. Su educación, las ocupaciones de su juventud, la solidez de su inteligencia y la seriedad de su carácter, hacían de él un militar de alta escuela y un verdadero hombre de estado: y la revolución de estos paí­ses vino a presentarle el campo para desplegar esas altas dotes. >

DIEGO BARROS ARANA,

Ilustre historiador chileno.

* *

« SAN MARTÍN, al pisar el suelo de la América echó una mirada so­bre el mapa de su vasto continente, y con su ojo infalible, el ojo del genio, comprendió que el cetro del poder de la metrópoli estaba en Li­ma, su posición central, su corte, la llave del Pacífico con sus castillos del Callao, la llave de la América por sus recursos, su influencia, y el predominio político que había ejercido sobre todas las colonias, habiendo sido hasta hacía poco sus tributarios Buenos Aires y Quito y siéndolo aún ahora Santiago de Chile.

Desde ese instante concibió su plan irrevocable de llegar a las puer­tas de Lima y dar ahí el golpe de gracia a la Colonia. Diez años (1812-1822) le son indispensables para llevar a cabo aquella empresa de tita­

nes. Pero él no descansa un solo día, no desmaya en un solo revés, no se desvanece con ningún éxito. Mendoza se hace entonces el nido del

Cóndor libertador, el paso de los Andes es el primer ensayo de sus bi-soñas alas, Chacabuco su primera ¡ornada, Maipú la^segunda, la escua­dra libertadora el viento qne empuja su vuelo, Lima, a la postre, su descanso y su gloria. ¡Quién ejecutó jamás epopeya tan magnífica! >

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA,

Ilustre i» itricío chileno.

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«El general S A N M A R T Í N sólo aspiró a ver a la América libre,

grande; su corazón y su ejército, compuesto de argentinos y chilenos, alcanzaron sus propósitos, y puede decirse con rectitud histórica que a

su genio debieron su libertad la Argentina, Chile y el Perú El agradecimiento es una virtud, y como tal, puede ser ofre­

cida en este recinto augusto, y hoy venimos a depositar nuestra ofrenda para testificar que los soldados chilenos, al pisar este suelo, no pudieron

hacerlo sin dejar una muestra de su eterno recuerdo y de su admiración

inextinguible hacia el Gran Capitán de nuestra historia>.

CARLOS CONCHA SUBERCASSEAUX, Ministro de Chile.

*

< El general SAN MARTÍN representa, puede decirse, la historia de tres repúblicas: Argentina, Chile y Perú.

Pué el primero en templar las armas de la independencia de su patria: quién atravesó los Andes y cruzó los mares para dar libertad a tres naciones; el propagador de las ideas republicanas que, cimentadas

por él mismo, han servido de base a la grandeza de su país; quién im­pulsó al Congreso de Tucumán a declarar la independencia de la Argen­tina, y que, dando ejemplo de gran civismo y modestia, se retiró de su patria después de dejarla libre y darle el primer impulso de progreso.

Chile guarda inalterable gratitud a su memoria, recordando, siempre, que trasmontó los Andes para vengarnos de Raucágua y darnos en Cha-cabuco y Maipú independencia y libertad; y en el hogar, en la escuela y en el cuartel, enseña a amarlo como se debe amar a O'Higgins, su

hermano en sacrificios y en glorias, repitiendo que a sus cualidades excepcionales de guerrero unía la nobleza sin mácula de su alma, sin ambiciones ni rencores>.

A N Í B A L B O D R Í G U E Z , Excmo. Ministro de Guerra y Marina

de Chile.

«En efecto, SAN MARTÍN, cuya imagen de bronce hemos querido-levantar aquí sobre un pedestal para que sirva a todos de constante lección, sacrificó sus bienes y su persona, su tranquilidad y su ambición, cuanto valía, cuanto comunmente halaga el corazón humano a la reali­

zación de un gran pensamiento: la independencia y la libertad del nuevo mundo, esos bienes intelectuales cuyos frutos estamos gozando nosotros, y que tenemos el sagrado deber de transmitir a nuestros descendientes tan incólumes como los hemos recibido de nuestros padres.»

MANUEL A. TOCORNAL, Ministro de Chile.

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- •_>:»

< S A N M A R T Í N , a fuerza de constancia americana, preparó allá en los confines de las pampas argentinas, la gigantesca empresa de traer la

guerra a este lado de los Andes donde la España imperaba como señora de los pueblos del Pacífico: la naturaleza fué vencida y la empresa se consumó, las huestes españolas huyeron de aquella legión de cóndores que se desprendía de los Andes, y S A N M A R T Í N ligó para siempre su nombre a los espléndidos triunfos de Chacabuco y de Maipú, a la inde­pendencia de Chile y del Perú. Las tres naciones bendijeron su nombre y los hijos de las tres se llamaron desde entonces ciudadanos y se glo­rificaron con el héroe.»

VICTORINO LASTARRIA,

Escritor y político chileno.

* * *

I < Toque el himno la trompa guerrera,

Suba al cielo clamor varonil, Bata el viento la libre bandera, ;>ALVB AL HÉROE DEL CINCO DE ABRIL!>.

GUILLERMO MATTA,

Escritor y político chileno.

« La personalidad de SAH MARTÍN se impone a la historia de buena fe como un tipo de virtudes grandes y fecundas».

GONZALO BULNES,

Historiador chileno— Carta a Mitre.

* * *

« Durante ocho lustros los rayos ardientes del sol y las heladas brisas de nuestra cordillera han ido cubriendo de un verde gris que conserva y no destruye el bronce de la estatua ecuestre eregida por la gratitud de Chile en honor de S A N M A R T Í N .

Cuarenta años hace ya, también, que van los niños de generación en generación a admirar cómo enarca el cuello y hiere el polvo en la lla­nura con su casco de bronce — la crin al viento, en fuego la mirada — el caballo sobre el cual destácase gallarda y gentil la silueta del héroe, en cayo brazo se alza la bandera de Chacabuco y Maipú.

¡Cuarenta años que en las festividades gloriosas de mi patria desfi­lan por frente a ese monumento, camino del Campo de Marte, con las armas al hombro y al son de músicas guerreras, los batallones de nues­tro ejército, al cuál de ese modo, después de casi un siglo, sigue todavía pasando revista de honor el ilustre S A N M A R T Í N .

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El actual homenaje de nuestros soldados no es, pues, sino la amplia­

ción del que tributó un día un pueblo entero a su Libertador, en prueba de que se conserva en él intacta la soberbia característica de nuestra

gran familia americana: la hidalguía en el recuerdo».

A L B E R T O D E L S O L A R ,

Escritor chileno.

< ¡Heroico S A N M A R T Í N ! ¡Augusta sombra!

A tu nombre temblaron mil valientes, ¿Qué tirano no tiembla si te nombra'?....

Yó tu nombre venero. ¡Qué mi pecho

Sea del yayo fulgurante herido, Si al contemplar deshecho Al valiente español, pudo ofendido El amor de mi patria recordarme

Que eras un extranjero, Y envidioso ocultarme

Que fuiste entre los héroes el primero! ¡Nunca jamás! La patria de los grandes

No la limitan ni aún los regios Andes, Y de la fama con las cien trompetas Publicará la historia

La audacia de esas pocas bayonetas Con que ganaste tan inmensa gloria!».

ADOLFO YALDERRAMA,

Poeta chileno.

< Bien venido seáis, guerrero de los libres! Salud al héroe de la

América! Pero S A N M A R T Í N no es grande sólo por sus victorias, lo es por '

su inmenso amor a la América. Pudo concebir la idea de ceñir su frente con la corona de los reyes; pudo ser un Napoleón, un César, y fué sólo

un Washington! Pudo indefinidamente dictar leyes e inauguró Congre­sos. Pudo aceptar la ofrenda de gratitud de los pueblos libertados, y rechazó sus ofrendas, sus títulos, sus honores. Pudo con su ejército llevar la guerra hasta la América septentrional y cosechar para sí solo los laureles de un mundo, y quiso compartir con Bolívar la gloria de la independencia americana. Cedió de grado las palmas de Ayacucho antes que despertar en el corazón del héroe colombiano un sentimiento de emulación indigno de sus proezas y de su nombre. Cuando llega a la

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cumbre del poder y la grandeza se despide de los pueblos americanos

con estas sencillas palabras: La presencia di m soldado felü aunque desinteresado envuelve peligros para los Estados nuevamente constituidos. Oh! por qué la América no ha querido aprovechar la sublime lección

ile este episodio de su historia! Gobernantes de América que habéis explotado en vuestro provecho cuarenta años la savia de este mundo independiente! Caudillos que habéis esterilizado por ambición el germen

<ie vida de las repúblicas nacientes, prosternaos delante de la estatua

del guerrero que simboliza la abnegación, la grandeza, la gloria!».

J U A N N. E S P E J O ,

Escritor chileno.

< En el alma de todos los chilenos, el recuerdo de los servicios del capitán general de sus ejércitos Don J O S É D E S A N M A R T Í N vive impe­recedero y despierta en nuestros corazones, los sentimientos más subli­mes de admiración y gratitud.

No ya como chilenos, sino como hombres, experimentamos por la memoria de Don J O S É D E S A N M A R T Í N igual veneración al contem­

plar el admirable conjunto de méritos y virtudes que le acordó la natu­raleza y que su voluntad perfecciona: fué grande como guerrero, fué grande como político y fué más grande aún como hombre de bien.

El desprendimiento con que rehusó el poder que tenía en sus manos, la resignación con que quiso vivir alejado de las naciones que eran sus hijas y hasta la paciencia con que soportó la injusticia y la calumnia, hacen de él una de las figuras más gloriosas y al mismo tiempo más puras de la historia.

La fama de su nombre se agiganta cada día, por que los hijos de la tierra que le debe su libertad aumentan sin cesar y porque cada día se extiende por el mundo el conocimiento de >us hechos».

.1. PUGA BOBNI:, Ministro de Chile.

''La gran epopeya del advenimiento al mundo, en calidad de nacio-soberanas, de los pueblos de América, tiene su más genuino repre­

sentante en la austera personalidad de S A N M A R T Í N , el hombre de las grandes concepciones, del amplio y gano corazón, y del fuerte brazo El encarna la homérica hazaña colectiva que asombró al mundo y que supo dar consistencia política a estas nuevas entidades públicas que lian

hecho su primer siglo de vida - cion< envidiables y que están llamadas a cumplir los más nobilísimos destinos en un porvenir que a

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pasos agigantados se aproxima. Rendir homenaje a S A N M A R T Í N es tri. butárselo al valor, al heroísmo, a las más nobles virtudes cívicas y a

las más notorias cualidades del altruismo. Luchó por la civilización

por el derecho, por la formación de países independientes y responsa-.

bles. Nada quiso para sí; y habiendo podido obtenerlo todo, después de dar vida política a muchos pueblos, se retiró del escenario, testimonian­

do pruebas de una abnegación y altura de miras que no se encuentran

en la historia. América entera comparte con los argentinos estas legítimas expansio­

nes del patriotismo, pero quiero recoiflar que en ninguna sociedad será

más sincera esta comunión de sentimientos, que en ningún pueblo en­contrará un eco más profundo que en la sociedad y pueblo de Chile. Desaparecidas para nunca más volver las disidencias que otrora pertur­

baron la amistad.fraternal, Dios es hoy testigo del hondo afecto mutuo que se profesan Chile y la Argentina, estas dos grandes entidades de

destinos realmente paralelos».

M. C R U C H A G A T O C O R N A L ,

Ministro de Chile.

« Hago votos porque las democracias creadas por San Martín y Bo­

lívar continúen su marcha progresiva hacia el cumplimiento de sus altos

destinos, unidas por el recuerdo de sus luchas gloriosas, consagradas en los campos inmortales de Boyacá, San Lorenzo, Pichincha, Chacabuco, Maipú, .Tunín y Ayacucho. Mis votos son muy sinceros, porque las dos manos que vemos estrecharse tan cordialmente sobre el bello escudo argentino, algún día no representen solamente la unión de las provincias

federales del Plata, sino que sea también el símbolo de las hijas de San Martín, 0:Higgins, de Bolívar, Santander y Sucre, caminando juntas de la mano por la vía de la paz y del progreso- La República de Colom­bia saluda por mi voz a su rica y poderosa hermana la República Ar­gentina y se inclina con respeto ante la estatua de su Libertador».

J U A N E. M A N R I Q U E ,

Ministro de Colombia.

....-Somos de tu grandeza nobles embajadores que iremos repitiendo en cánticos de amores

lo que logra el esfuerzo y puede la virtud: tus estremecimientos formidables y grandes, como tus fabulosas cruzadas por los Andes cuando iban tus ejércitos a Chile y al Perú!

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— 2!» — 4»

Bajo el sol de tus valles, en galopares rudos,

evoco en mis recuerdos, con los corvos desnudos,

»ar tus granadero, como viviente alud;

y en mis memorias surgen, como ante enorme lienzo, Tueumáu. Chacabuco, Callao, San Lorenzo.

el campo de Río Bamba y el llano de Maipú!».

JOSÉ M. CARBONELL, Escritor cubano.

< A la inmortal memoria de S A N M A R T Í N que hace un siglo guió a

la Nación Argentina para libertar a la América del Sur: la América del Norte, por intermedio de cuatro mil de sus marinos, ahora en lucha por

la libertad del mundo, deposita esta corona. Julio 29 de 1917».

ALMIRANTE CAPERTON,

Jete de la división naval norteamericana del Atlántico Sur.

- El gran americano cuya memoria hoy honramos fué más que un sol­

dado brillante y feliz. Era*un gran patriota que solo tenia nobles aspi­raciones y cuya corta carrera ha sido señalada por actos que lo colocan

en la primera fila de aquellos a quienes debemos el tributo de nuestro

respeto y nuestro reconocimiento.

.... Después de haber tenido la gloria de contribuir poderosamente a la liberación de su país y asegurar la de Chile y del Perú, ha rehu­

sado conservar los poderes extraordinarios que le habían sido dados y

ás amplios aún que se le querían confiar, y antes de desenvainar

contra sus propios conciudadanos la espada que le había servido profirió apartar-e e ir a morir en el extranjero. Es uno de los más nobles

ejemp sacrificio que el hombre ha dado al mundo».

J. WHITE,

Embajador de los Estados Unidos de Am

Al Insigne Americano

«La historia queda encargada de referir tus inmortales hazañas:

Monumento- que mano, humanas te erijan, nada son.

amenté lograste pa-ar por las elevadísimaa cimas de los Andes,

El temor de tu nombre derrotó las huestes españolas.

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Libre sea el Perú!, has dicho — y el pueblo del Inca Vio cómo te fuiste, llevando contigo el estandarte de Pizarro.

Sería burlarse de los manes de tan ilustre campeón el gemir sobre su tumba. ¡Ciudadanos! ¡Su valor y desprendimiento imitad!».

(Traducción de la inscripción latina es­crita en el sarcófago en los funerales de S A N MARTÍN en la Catedral de Lima, el 19

de noviembre de 1850 i.

< El nombre de S A N M A R T Í N no es para nosotros solamente un glo­rioso nombre del pasado; tiene altísima significación en la actualidad. La corriente de simpatía que trajo al Perú al ilustre hijo del Plata,

trasmontando los Andes con sus huestes victoriosas, perdura todavía y

parece destinada, por designio providencial, para ser la salvadora de los principios y del derecho.

Sólo son grandes los pueblos y los guerreros que ponen sus armas al servicio de las nobles causas. La fuerza solo es buena cuando se emplea para salvar la libertad y el derecho, porque esta grandeza verdadera y esta gloria no perecen; y en este sentido S A N M A R T Í N y los suyos al­canzaron la máxima cumbre de la glorificación y del apoteosis.

Ilustre generalísimo S A N M A R T Í N , excelso progenitor de tres nacio­nalidades: vivid, representado en esta estatua, como habéis vivido en el agradecido corazón peruano; y guardad la entrada de la patria que fun­

dasteis, más que con vuestra espada con vuestro talento y virtudes cí­vicas, para decir a las generaciones de todas las edades, con vuestra

muda actitud de gloria: Qué el Perú es libre e independiente por la

voluntad de sus hijos, y que su causa Dios la defiende porque es la causa del bien y de la justicia».

EDUARDO L. ROMANA,

Presidente del Perú.

< Declaramos ante el universo que S A N M A R T Í N es el más grande de los héroes, el más virtuoso de los hombres públicos, el más desinteresado patriota, el más humilde en su grandeza, y a quien el Perú, Chile y las Provincias Argentinas le deben su vida y su ser político; que S A N M A R T Í N a nadie injurió, que sufrió con cristiana resignación los más inmerecidos

ataques, aun después de retirado a la vida privada; de su boca no sa­lieron revelaciones que mancillaran la honra ajena, ni de su pluma se

deslizó el corrosivo veneno de la difamación: en todo ésto es más grande que Bolívar y que Washington!».

MARIANO FELIPE DE PAZ SOLDÁN.

Historiador y político peruano.

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- ai -

«San Martín que concibe y ejecuta: une hace los soldados y crea

loa ejércitos que necesita; que halla los elementos que le faltan con solo

quererlo, que vence al enemigo en cien combates dejando como huella

de su gloriosa carrera nuevos estados que --urgen a la vida libre e in­

dependiente; que anuncia la abolición de la esclavitud, suprime los odio­

sos tributos y abre amplios horizontes de luz y de progreso, creando

bibliotecas y fomentando la instrucción; que infunde vida y calor al

organismo nacional: y que coloca las primeras bases de la administración

pública en nuestra patria: brilla en las páginas de la historia con los

fulgores del genio y mantiene vivo en el corazón del pueblo peruano el

profundo amor y veneración que saben inspirarle las grandes, nobles y

buenas acciones».

C A R L O S YVIESE,

Político peruano.

«JOSÉ D E S A N M A R T I N llevó triunfante la bandera de la libertad

desde las riberas del Atlántico hasta las orillas del Pacífico. Ni las más

altas cordilleras cubiertas de nieves eternas, ni los torrentes más impe­

tuosos, ni los más áridos desiertos sembrados entre los puntos extremos

de sus magnas campañas, doblegaron su inquebrantable energía; como

no fueron obstáculo para su genio militar, ejércitos aguerridos de una

raza valerosa que le cerraban el paso y que defendían con porfía añejas

instituciones.

Arrollándolo rodo, llegó el oran Capitán al Solio mismo de un Poder

Colonial que contaba tres centurias de existencia: y allá, en su metrópoli,

juró con nuestros padres su independencia y bosquejó la primera Cons­

titución del Perú republicano.

Por eso nuestra gratitud es ¡nestinguible. Por eso cantamos su

nombre en nuestros himno marciales. Por eso nos enseñan a venerarle

en las escuelas y lo esculpimos en nuestros monumentos.

Por eso. en fin, pasa de generación en generación, grabado con ca­

racteres indelebles en el corazón de todo- los peruanos.

A la sombra de e-a gratitud nació, hace poco menos de un siglo,

la amistad del pueblo peruano hacia, sus hermanos del Plata, sin que

nunca la más ligera nube I. ido el cielo azul de su cordia­

lidad.

Con S A N M A R T Í N triunfaron en el extremo austral del nuevo conti

neníelas ideas republicano-democráticas, Espiritas exépticos dudaron

-; eficacia para el Gobierno de pueblos qae •onsideraban prepa-

- para practicarlas. Vicisitudes consiguientes a la germinación de

toda idea nueva parecieron, al principio, justificar isas aprehensiones,

pero los resultados han superado a las espectativas más óptimas.

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Ahí tenéis como el mejor de los ejemplos, a la G R A N N A C I Ó N A R ­

GENTINA, que hoy nos congrega alrededor de la estatua del más preclaro

de sus hijos. El espíritu inmortal de J O S É D E S A N M A R T Í N debe contemplar orgu­

lloso desde la alta Mansión de su gloria la grandeza de su obra, el rol importante deparado a ¡a tierra que le vio nacer en la gran familia de

los pueblos cristianos y los horizontes sin límites que hacen inconmen­

surable el porvenir de la República Argentina».

MANUEL ALVAREZ CALDERÓN, ministro del Peni.

« La gran nación a la que tanto debe la causa de la libertad, conse­cuente con sus elevados ideales, ha querido tributar sus valiosos home­najes en la memoria del ilustre G E N E R A L S A N M A R T Í N , a uno de los

proceres más conspicuos de la emancipación sudamericana, conquistán­dose con proceder tan noble y por más de un concepto significativo, la natural gratitud del pueblo que tuvo la honra de dar al mundo un varón tan insigne.

Esta gratitud no puede, sin embargo, ser sólo de él, porque el héroe no se ha inmortalizado solamente en su alma: vive también y con la vida intensa del amor filial, en el corazón de los demás pueblos que redimiera con su espada y contribuyera a constituir con sus talentos y

virtudes de estadista; los cuales, venerando como deben su memoria, no pueden menos que agradecer a su vez, cuanto la justicia postuma, más imparcial siempre que la contemporánea, haga por honrarlo y enaltecerlo.

S A N M A R T Í N no es, en efecto, solamente legítima gloria argentina. Para mayor honra de este país es más que eso: es gloria americana, porque su gran corazón, tan grande como la idea que lo alimentaba, no cupo en los estrechos límites de un pueblo, necesitó el vasto escenario de un continente».

E. D E L A B I V A A G Ü E R O ,

Ministro del Perú.

.... ' ; Padre y fundador de tres Naciones! Vencedor en Maipú y el Callao, el representante del Perú os saluda.

¡Espíritu del primer capitán general del Perú! Enciende una vez más tu fuego sagrado en el corazón de la América independiente, para que levante su entusiasmo y sea una, fuerte e invencible!».

BUENAVENTURA SEOANE, Ministro del Perú.

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; Sublime vengador de la justicia. Libertador del nuevo Continente, Procer de honor y de virtud modelo!

¡Con qué profunda gratitud mi frente ¿j^La+si 1 Bajo el tingar inclino ( f ' Que irradia de tu nombre desde el cielo

V alumbra a nuestra América el camino!

J. ARNALDO MÁRQUEZ,

Peruano.

¡ J O S É D S S A N M A R T Í N ! Tuyo es el concierto de alabanza que tus

compatriotas entonan, repercutido en las profundidades de los Andes y que se prolongan, sin fin, por los pueblos que bañan las ondas del Pa­cífico. Y puesto que libertad y unión fué tu divisa, unión y libertad pro­clamen los herederos de tu fama al depositar tus despojos mortales en la tierra bendecida que tuviste por patria, y que lo fué de varones ilus-

entre los cuales, figuran en escala eminente tus compañeros de armas, honor y prez de las repúblicas de América.

E V A R I S T O G Ó M E Z S Á N C H E Z ,

Peruano.

La simple evocación de las glorias de San Martín basta para imprimir sello de grandeza a las ideas y dar relieve a las palabras.

C A R L O S H E Y D E C A S T R O ,

Peruano.

Chacabuco fué sin duda la concepción militar más audaz y brillante

de la revolución argentina, como Marengo lo fué durante el Consulado en Francia.

Antes había -ido necesario formar los ejércitos que debieron llevar

a cabo aquellas empresas colosales de la guerra ofensiva. El suceso feliz del pasaje de la Cordillera de los Andes en que el

ejército patriota, dominando como las águilas las alturas cubiertas de nieve, a 6.000 metros Bobre el nivel del mar, desembocaba arrogante­mente en las llanuras de Chile, batiendo marcha sus tambores a bande­ras desplegadas y arrollaba las hueste- españolas de Bailen y de Tala-

vera en Guardia Vieja y Chacabuco, poniéndose en una marcha más sobre la ciudad de Santiago, permitió considerar que la revolución de Mayo en el Río de la Plata estaba terminada.... .

J U A N L. C U E S T A S .

Presidente de la República Oriental del I rngnay.

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< Cipriano Castro. General en jefe de los Ejércitos de Venezuela y

Jefe Supremo de la República.

CONSIDERANDO:

Que la independencia de los pueblos Sudamericanos constituye la obra inmortal y simboliza el esfuerzo común de todos los patriotas, de todos los héroes que la concibieron y realizaron a costa de su reposo, de su fortuna y de su sangre, y que la glorificaron con el brillo de sus

virtudes militares: Que el 25 de mayo de 1810 marca la fecha clásica del movimiento

inicial de emancipación de la República Argentina, de cuya existencia libre

y soberana fué fundador y gloria esclarecida el general D. José de

San Martín: Que la proximidad de tan solemne aniversario coincide ahora con la

presencia entre nosotros de los jefes, oficiales y soldados de la marina

argentina, que en estos momentos nos honran con -su visita de hermanos y compatriotas;

Que si la confraternidad de las naciones sudamericanas nació al calor de los vínculos naturales de raza, de territorio, de lengua, de tradicio­nes y de costumbres, se ha fortalecido luego por la identidad de insti­

tuciones, de aspiraciones y destinos, siendo patriótico aprovechar toda circunstancia para acentuarla y patentizarla de una manera indiscutible y universal.

DECRETA:

Artículo Io El retrato del general D. J O S É D E S A N M A R T I N será

colocado en el Salón Elíptico del Palacio Federal, como testimonio de simpatía y de fraternidad que Venezuela ofrece a la República Argen­

tina en el glorioso aniversario de su emancipación política. Art. 2 o Una comisión que oportunamente se nombrará, consignará en

manos del Excmo. Señor Presidente de la República Argentina copia autorizada de este Decreto.

Art. 3o El Ministro de Relaciones Interiores queda encargado de la ejecución del presente Decreto, que será refrendado por todos los Minis­tros del Despacho.

Dado, firmado de mi mano, sellado con el Gran Sello Nacional, y refrendado por todos los Ministros del Despacho, en el Palacio Federal de Caracas, a 23 de mayo de 1900 — Año 89 de la Independencia y 4:2

de la Federación. — CIPRIANO C A S T R O . — El Ministro de Relaciones In­

teriores, /. Francisco Castillo. — El Ministro de Relaciones Exteriores. E. Anducza. — El Ministro de Guerra y Marina, José Lgnacio Pulido. —

, El Ministro de Fomento, G. T. Villegas Pulido. — El Ministro de Obras Públicas. ./. Otañe.z. — El Ministro de Instrucción Pública, Manuel Cle­mente ürbaneza •.

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11 EPILEPSIA DEL POR

L. RAZETTI

Director y Profesor de la Escuela de Medicina de Caracas. Secretario Perpetuo de la Academia de Medicina.

Cirujano del Hospital Vargas. Miembro del Consejo Nacional de Instrucción.

Presidente de la Comisión Nacional de Ciencias Médicas.

Funcionario del Comité Sanitario Internacional de Washington.

C A R A C A S

LIT. Y TIF. DEL COflERCIO 1916

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La Epilepsia del Libertador

i

Existe la tendencia en algunos especialistas en enfer­medades mentales, de querer explicar ciertas manifesta­ciones del carácter de algunos grandes hombres como efectos del vicio frenopático, es decir, como resultado de un estado cerebral enfermo. El iniciador de esta tendencia fué Lelut. quien en 1836 publicó un libro titulado "El De­monio de Sócrates." seguido de otro "El Amuleto de Pas­cal" (1846). En ambos estudios se trataba de las "alucina­ciones que habían tenido ciertos grandes hombres y de la significación sintomática y médico-psicológica de dichas alucinaciones." Estos libros produjeron una gran conmo­ción en Europa, porque la teoría de Lelut, al considerar como enfermos cerebrales a hombres que habían ocupado puesto preeminente en el progreso de la civilización, mo­dificaba el criterio filosófico tradicional de la historia.

No obstante la fuerte oposición que se hizo a la teo­ría de Lelut, un sabio de primer orden, Moreau (de Tours), publicó en 1856 su notable obra: "La psicología mórbida en sus relaciones con la filosofía de la historia." Este libro, que puede considerarse como el punto de partida de una nueva escuela psiquiátrica, concluye que "todas las anomalías psíquicas, todas las desviaciones, en más como en menos, de la regla común, tienen entre sí una correlación íntima de parentesco, de consanguinidad, de origen y de herencia." En virtud de esta teoría que supone el parentesco de las neurosis y del genio, Moreau dedujo la existencia de la epilepsia en Julio César, Petrarca, New­ton, Mahoma, Pedro el Grande, Moliere, Napoleón, etc.

Más tarde otros autores de alta significación científica, entre los cuales figuran hombres como Lombroso, Max-Nordau, Binct Sanglet, etc., han extendido la tendencia de Lelut y Moreau hasta considerar el talento superior y el genio como formas de locura. Afortunadamente, como los partidarios de esta hipótesis no han podido presentar la prueba indiscutible de la veracidad de sus diagnósti­cos retrospectivos, la mayoría de los psiquiatras no la ha

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aceptado. Delasiauve había dicho, y dijo muy bien, "el ge­nio, freno y guía de la inteligencia, debe más bien preser­var que fecundar la epilepsia y la locura." Según Burlu-reaux, "El estado mental de los epilépticos no tiene nada de común con el de los hombres de genio. Los epilépticos son en general sombríos y taciturnos, poco expansivos; miedosos en la infancia, siguen siendo miedosos en la edad adulta; la movilidad es uno de sus caracteres: hoy son dóciles, obedientes, confiados, obsequiosos, comunican a los demás sus menores secretos y les hablan al oído; ma­ñana serán violentos, indóciles, groseros, desconfiados y pérfidos."

Jacoby, que es uno de los psiquiatras modernos más autorizados, expone sus ideas sobre esto en la forma si­guiente : "En virtud de la ley de transformación de las afecciones múltiples de la herencia psicopática, ley según la cual las psicopatías, pasando por la vía de la herencia a las generaciones siguientes, pueden transformarse o en afecciones nerviosas y cerebrales distintas de la locura, o en anomalías puramente psíquicas y viceversa. En vir­tud de esta ley, las familias marcadas con el sello psicopá­tico, al lado de sujetos brillantes, de talentos extraordina­rios presentan también imbéciles, idiotas, enajenados, epi­lépticos, libertinos, borrachos, criminales, suicidas, etc.; y como formas atenuadas de la afección y de la degenera­ción nerviosa tic coreicos, anomalías de organización. vicios de conformación del oído, y en fin, rarezas intelec­tuales y morales, a menudo difíciles de describir e impo­sibles de caracterizar." "De modo que la anomalía del genio y del talento parece tener un origen común con las anomalías psíquicas o somáticas menos felices, de las cuales no son sino una transformación; desde este punto de vista el genio, el talento superior son miembros de la familia neuropática. Ciertamente que sería un absurdo identificarlas con las frenopatías y afirmar que el genio no es sino una forma particular de locura."

Hay una gran diferencia entre esta teoría que sostiene que los hombres de genio pueden aparecer en medio de una familia al lado de imbéciles y de epilépticos, y la otra que afirma que el genio es una manifestación frenopática y que la epilepsia es la neurosis de los genios, o lo que es lo mismo, que para ser genio, para tener un talento superior, es necesario ser comicial!

No hay inconveniente en admitir que el genio y el talento superior sean anomalías fisiológicas de perfeccio­namiento; pero no es posible aceptar que sean manifes-

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taciones patológicas, porque lodo estado patológico es un oslado (irgánico inferior. Una teoría más científica y hasta más cónsona con la dignidad humana, sería la que atri­buyera esas anomalías llamadas genio y tálenlo superior a un grado mayor do desarrollo y perfeccionamiento de los contros encefálicos, que son el asiento material de las funciones psíquicas. El sistema nervioso es un sistema de desarrollo intensivo; el cerebro humano ha evolucionado en la filogenia do la especio, pero su desarrollo no ha se­guido líneas paralelas para todas sus partes y en un mismo individuo, unos contros psíquicos pueden estar más desa­rrollados que otros; las facultades mentales no son iguales en una misma raza, ni en una misma familia, ni en un mismo individuo. No es necesario introducir elementos patológicos en la génesis del genio y del talento, para poder explicarnos la existencia de estas anomalías en al­gunos representantes de nuestra especie: el perfecciona­miento de una función, no puede ser el resultado de un estado patológico. Un hombre epiléptico será siempre un sor inferior a un hombre sano; un hombre genial será siempre superior a un hombre normal. Esto es tan cierto que la epilepsia figura entre las enfermedades que deben considerarse como causas de impedimento dirimente del matrimonio, porque la descendencia de los epilépticos es generalmente inferior. Si la epilepsia fuera el substratum del genio, deberíamos más bien multiplicar las uniones entre los epilépticos.

Decir que el genio y el talento son enfermedades, es algo más que absurdo, es ridículo; y si a la ciencia le está prohibido el absurdo, con mayor razón le está prohibido el ridículo. Es sencillamente ridículo pretender demostrar que cerebros que han llegado a tal grado de perfecciona­miento. (|ue han podido hacer avanzar las ciencias, per­feccionar las artes, modificar el curso de los aconteci­mientos universales, hayan sido cerebros enfermos, es decir, cerebros inferiores, a los de la mayoría de los mor­tales. Si el cerebro de César, el de Napoleón, el de Bolívar, fueron cerebros enfermos, cerebros inferiores, llegaría­mos al absurdo de que el estado de enfermedad es superior al de salud.

Semejante manera de pensar conduce necesariamen­te a los más extraordinarios absurdos. Así como Binet Sanglé ha cometido el incalificable error do colocar a Jesús entre los locos, como un simple paranoico religioso, igual a los teomegalómanos que viven en los manicomios, el doctor Carbonell ha escrito un libro para desmostrar que

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Bolívar fué un epiléptico que tuvo auras, vértigos, deli­rios, impulsiones, etc., y que el grandioso pensamiento que llenó su grande alma durante toda su gloriosa exis­tencia : la libertad de América, fué la "idea fija" de un de­lirante comicial! "Esta idea principal o primordial. constituida mus tarde en idea fija, ya hemos visto quejen Bolívar apareció en la tarde romana, cuando en compañía de Simón Rodríguez, juró por la libertad y la dignidad de su pueblo "El hecho primitivo generador de que ha­bla Locke: la idea fija que en los días posteriores tendría caracteres de un delirio no vesánico" (Carbonell.—Los de­lirios del Libertador).

Esta manera de interpretar los grandes pensamientos de los hombres superiores, es lo que no es posible aceptar como sistema científico. ¿Por qué, fundados en cuál prin­cipio científico, vamos a asimilar un gran pensamiento nacido en un cerebro superiormente organizado, a la "idea fija" de los epilépticos? ¿Podríamos decir, por ejemplo, que Colón fué un epiléptico porque vio mejor que sus contemporáneos la posibilidad de llegar a las Indias na­vegando siempre hacia occidente? ¿Llamaríamos eso "idea fija" de comicial?

"La idea fija, dice Regis, no es en realidad sino un de­lirio rudimentario, reducido a su más simple expresión. La idea fija termina, casi siempre, por extenderse, por or­ganizarse y al fin convertirse en delirio propiamente di­cho." Si aplicamos a Bolívar estos caracteres de la "idea fija," resultaría el monstruoso absurdo de que toda su obra redentora, que tuvo su pensamiento inicial en el cé­lebre juramento del Monte Sacro, no fué sino un prolon­gado delirio comicial. . . . Así parece que quiere interpre­tarlo Carbonell cuando dice que ese juramento fué el "hecho primitivo generador, la idea fija que en los días posteriores tendría caracteres de un delirio no vesáni­co". . .. pero un delirio.

Inmediatamente el doctor Carbonell escribe este sin­gular párrafo: "Tal vez sería difícil la clasificación de Bolívar, como delirante, en el cuadro de los delirios pato­lógicos. Mejor correspondería el caso Bolívar a una forma estrictamente psiquiátrica del delirio, sin que sepamos nosotros hasta qué punto pudiérase hablar de tales acci­dentes en el Libertador: desde luego que su naturaleza mental era la de un delirante sin ser la de un enajenado; pero la Historia no nos enseña gran cosa respecto a Simón Bolívar, pues su juramento de 1805 es más bien la exterio-rización romántica de un soñador que la extravagancia

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de un cerebro en delirio; era la idea fija (pie después pro­vocaría los motivos del accidente mental en el Libertador, porque cuando Simón Bolívar fué el Libertador, su psi­cología so volcara en hondas complicaciones que a ratos le condujeron al delirio; el Bolívar de 1805 fué un román­tico, pero el Libertador de 1813 fué en ocasiones un deli­rante" (Carbonell.—Loe. cit).

¿Qué significa todo esto? No se puede clasificar a Bo­lívar como delirante, poro el caso Bolívar es una forma estrictamente psiquiátrica del delirio; la naturaleza men­tal de Bolívar era la de un delirante pero no la de un ena­jenado; Bolívar en 1805 era un romántico y en 1813 un delirante. ¿En qué quedamos? En esto no debe haber tér­minos medios: Bolívar fué o no fué un delirante. Si fué un delirante es necesario decir qué especie de delirante tuo el Libertador. Si nos atenemos al "Cuadro sintomáti­co" de Carbonell, fué un delirante comicial, es decir, un epiléptico que tuvo delirios, como tuvo también otros sín­tomas de epilepsia: auras, vértigos, impulsiones, etc.

Se observa en lo publicado por Carbonell que, lejos de haber intentado un estudio imparcial y sereno de la personalidad psíquica del Libertador, solicitó únicamente aquello que de algún modo y según su criterio, m u y sin­gular por cierto, pudiera robustecer la argumentación de una tesis deliberadamente escogida y previamente resuel­ta, sin detenerse a analizar los hechos y las circunstancias que los rodearon, a fin de asignarles un valor científico positivo, de acuerdo con las reglas que la patología men­tal ha dado para hacer estos difíciles diagnósticos retros­pectivos. El doctor Carbonell ha elegido arbitrariamente los hechos y no ha citado sino aquellos que él ha creído íavorables a su tesis, cuando lo que ha debido hacer pre­viamente es comparar todos los personajes notables del mismo origen y de la misma época de Bolívar; analizar después la lista asi formada, y demostrar que los hechos favorables son la regla y no la excepción: y finalmente, ha debido tomar cierta cantidad de simples mortales del mismo origen y de la misma época de Bolívar, analizar sus personalidades y sus familias, y demostrar que en estos individuos normales las afecciones psíquicas, las anomalías, y en general las perturbaciones nerviosas y cerebrales eran más raras que en el personaje objeto de su estudio. Sólo después de haber hecho esta complicada investigación, como lo recomienda la ciencia mental, si los hechos demostraban la verdad de la tesis previamente planteada, es que el doctor Carbonell podía concluir en

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la existencia de un desequilibrio mental, de una neurosis epiléptica en el Libertador.

Naturalmente que ha resultado lo que debía resultar: Carbonell no ha podido demostrar que Bolívar fué un delirante, porque ninguno de los ejemplos de delirio que presenta en su artículo "Los delirios del Libertador," son manifestaciones delirantes, es decir, lo que en patología mental se entiende por ideas o manifestaciones delirantes.

II

Partiendo de la manifestación en Bolívar de la "idea fija" del "hecho primitivo generador," es decir, el delirio rudimentario, que Carbonell coloca en el juramento en el Monte Sacro, era necesario buscar en la vida del héroe las manifestaciones del desarrollo de aquel delirio rudimen­tario. El doctor Carbonell cree haberlas encontrado en las circunstancias siguientes: cuando escribió Mi delirio en el Chimborazo; en la noche de Casacoima; en el grito de Pativilca; en sus últimos días en Santa Marta.

Debemos tener presente que el juramento en el Monte Sacro—punto de partida de toda la argumentación de Car­bonell—no es un hecho indiscutiblemente demostrado por la crítica histórica. Sin embargo, debemos aceptarlo como verídico, porque fué Bolívar mismo quien lo refirió des­pués de su triunfo. Lo que sí no es posible aceptar es que aquel juramento deba considerarse como la idea fija de un delirante comicial, porque esa es una interpretación arbitraria de un hecho que puede ser perfectamente nor­mal. ¿ Qué tiene de patológico el que Bolívar a los 18 años de edad, con una inteligencia superior, dotado de un gran corazón de patriota, al encontrarse sobre el Monte Sacro, en presencia de la ciudad de los Gracos, recordara lo que fué la antigua Roma, y a su memoria se agolparan recuer­dos ingratos de las desdichas de su patria sometida al yugo colonial, y en una explosión de santo patriotismo jurara redimir a su país y a su pueblo de la esclavitud? Adonde iríamos a parar en este camino si todos los pensamientos grandes, si todas las ideas sublimes, si todos los propósi­tos honrados, si todas las manifestaciones del patriotismo ultrajado, si todas las explosiones de la dignidad herida, cuando aparecen como manifestaciones del espíritu de los grandes hombres, fueran a considerarse como ideas delirantes comiciales, o como delirios rudimentarios de futuros epilépticos?

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Yo siento mucho no poder acompañar al doctor Car­bonell en esto camino que nos conduce necesariamente a la negación de la grandeza humana; porque por más que ciertos psiquiatras quieran afirmar que ser un delirante comicial o epiléptico, no es estar en estado de inferioridad orgánica, yo no puedo comprender que la enfermedad sea superior a la salud. Yo creo en la superioridad intelectual y moral de ciertos hombros; yo croo que han existido hom­bres, que sin necesidad de estar atacados de ningún vicio frenopático, han sobresalido del nivel de sus contempo­ráneos y han logrado modificar el curso de los aconteci­mientos en beneficio del porvenir y del bienestar sociales. Y creo mas. creo que entre los más esclarecidos bienhe­chores de la humanidad, entre los que más han contribui­do al progreso de la civilización universal, está Simón Bo­lívar completamente sano de espíritu; y creo que si la obra de Bolívar hubiera sido la obra de un delirante, su mérito extraordinario decrecería hasta confundirse con las obras inconscientes de los degenerados. Creo que Bo­lívar realizó su obra en toda la plenitud de su conciencia, en el perfecto equilibrio de todas sus facultades intelec­tuales y que ninguno de los actos de su vida puede ser in­terpretado como manifestación de un delirante comicial.

Creo indispensable copiar los párrafos que Carbonell,. dedica a Mi delirio en el Chimborazo, para que el lector { conozca el sistema empleado por el autor para interpretar los actos de la vida de Bolívar. Esa pieza literaria no tiene de "delirio" sino el nombre. El Libertador pudo haberla titulado de otro modo: "En el Chimborazo," "Desde el Chimborazo," etc., y entonces dejaría de ser "delirio." Quiso simplemente escribir una fantasía poética y filosó­fica, y le resultó una hermosísima pieza de alta literatura, en la cual se traduce el espíritu recto de un gran pensador. El, que había subido a la mayor altura de la gloria huma­na, se hace decir por el Tiempo, que las obras de los hom­bres son menos que un punto al lado de las obras del Uni­verso (|iie son infinitas; y enseña a los héroes que no deben envanecerse por sus triunfos, que deben ser humildes ante la grandeza inmensurable de las obras de la Naturaleza.

Dice Carbonell: "En Mi delirio sobre el Chimborazo, escribe Bolívar, que "venía envuelto con el manto de Iris, desde donde pa-| 6ga su tributo el caudaloso Orinoco al 'Dios de las aguas*..", Diríase que durante su existencia de luchador, hubiera

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llevado consigo, adherido a su cuerpo, aquel estandarte del Iris, con el cual, entre sus manos, "ha recorrido sobre "regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha "subido sobre los hombros gigantescos de los Andes " y ha logrado con su resplandor "humillar a Belona. . .."; se le juzgaría en delirio de grandeza cuando añade que "arrobado por la violencia de un espíritu desconocido que "le parecía divino," dejó, "atrás las huellas de Humboldt" y "empañando los cristales eternos que circuyen el Chim-"borazo," llegó como impulsado por el genio que le "ani-"maba" y desfallece al tocar con su cabeza la copa del "firmamento: tenía a sus pies los umbrales del abismo. . ." Después, eso que tal vez pudiérase interpretar como una forma del delirio megalománico, se torna en el delirio febril "que embargaba su mente," cuando se sintió "como "encendido por un fuego extraño y superior: el Dios de "Colombia me poseía!" dice Bolívar.... Desde ese mo­mento, el Libertador parece sometido a la influencia gran­diosa de su idea primordial; se produce la transformación de la personalidad, como dice Binet-Sanglé; y como en la locura sistemática que estudiara Séglés, aparece en Bo­lívar la alucinación: "De improviso"—continúa—"se me "presentó el Tiempo bajo el semblante venerable de un "viejo cargado con los despojos de las edades: ceñudo, "inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano. . . ."

"Esta alucinación de Bolívar tiene casi todos los ca­racteres clásicos del fenómeno considerado por los psi­quiatras; ella coincide a menudo, en el delirio febril, con la somnolencia que "no es rara al final y al iniciarse el accidente. El de Bolívar tiene semejanza con las alucina­ciones hipnagógicas de que habla Maury; en él debió apa­recer la alucinación al comenzar el sueño provocado por la fatiga en la ascensión al Chimborazo, pues el mismo Libertador dice, que después de haber oído la palabra del Tiempo, "absorto, yerto, por decirlo así," quedó "examine "largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que "le servía de lecho. ..." Pero también al final del sueño, no es ya alucinación auditivo-verbal del viejo ceñudo y calvo, sino que la misma Colombia le grita "Resuci-"to"—dice,—"me incorporo, abro con mis propias manos "los pesados párpados, vuelvo a ser hombre y escribo mi "delirio" (1). (1) No parece que fuera ésta la única vez en que Bolívar hubiese padecido aluci­naciones; después del 25 de setiembre de 1828, cuando logró salvarse, "ocultándose en los hondos barrancos que forman el arroyo San Agustín," en Bogotá, como dice Larrazá-bal, "parecíale dondequiera"—añade Restrepo,—"especialmente en la noche, ver brillar "los puñales asesinos y que iba a ser su víctima infalible." (Nota de Carbonell).

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"Dromómano como Jesús, como osle sufro la primera alucinación en circunstancias semejantes: una crisis de dromomania lo impulsa a la ascensión del Chimborazo, lo impulsa a viajar, a fatigarse; y si al Hijo de Dios habíale el Demonio, al Libertador os el Tiempo quien le habla, caí gado con los despojos de las edades, para decirle: "Yo ""soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del "secreto; mi madre fué la eternidad; los límites de mi im-"perio los señala el infinito; no hay sepulcro para mi, "porque soy mas poderoso que la muerte; miro lo pasado, "miro lo futuro y por mis manos pasa lo presente. ¿Por "qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? Crees "(pié os algo tu universo? ¿Acaso levantaros sobre un áto-"nui de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instan-"tes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis ar­ícanos? Imagináis que habéis visto la verdad? Supouéis "locamente que vuestras acciones tienen algún precio a "mis ojos? Todo eso es menos que un punto a la presencia "del infinito que es mi hermano " Y Bolívar contes­ta sobrecogido de un terror sagrado: "Cómo, ¡oh Tiempo! "no ha de desvanecerse el mísero fnortal que ha subido tan "alto! He pasado a todos los hombres en fortuna, porque "me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la '"tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; "siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; es-"toy mirando junto a mi, rutilantes astros, los soles infi-"nitos; miro sin asombro el espacio que encierra la mate-"ria; v en tu rostro leo la historia del pasado y los pen­samientos del Destino "

"Bolívar oye y habla al Tiempo; confiesa su propia grandeza ante la grandeza infinita, y de nuevo parece caer en el delirio megalománico, sin que pretendamos, desde luego, clasificarlo entre la gente atacada de paráli­sis general. Pero lo que estaría fuera de duda, es su com­pleja alucinación auditiva, visual y verbal; como Martin Lutero conferenciando con el Diablo, Bolívar tuvo un diá­logo con el hermano del infinito.

"Ahora bien, Cabanés, hablando de la alucinación auditivo-visual de Lutero, la explica científicamente, mer­ced a la otitis media producida en el agustino de Sajonia por un catarro crónico de la trompa de Eustaquio. Otros han hablado del vértigo de Menióro; poro es lo cierto que Martín Lutero padeció do zumbidos de oidos. Esto mismo pudo acontecer al Libertador, sin que para (pie tal acci­dento acaeciese hubiera sido necesaria la existencia de una inflamación auricular: bastaba la ascensión al Chimbora-

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zo; bastaba que aquel sufriera el vértigo o mal de monta­ña, al cual era predispuesto Bolívar: él mismo ha dicho a Santander, en carta de enero de 1824: "Además, me suelen "dar de cuando en cuando unos ataques de demencia, aun "cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón, "sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de "dolor. Este país, con sus soroches en los páramos, me "renueva dichos ataques cuando los paso al través de la "Sierra " Estos soroches a que se refiere Bolívar, no es otra cosa sino aquel vértigo de las montañas, con zum­bidos de oídos, dolor de cabeza, náuseas y perturbación del sentido del espacio."

Todos sabemos que Bolívar, además de ser un gran capitán, un hábil político, un diplomático sagaz, un ora­dor elocuente, era también un literato y sobre todo un poeta. Mi delirio en el Chimborazo es sencillamente una fantasía poética y no la manifestación de un delirio pato­lógico. Yo no puedo creer que el doctor Carbonell crea que Bolívar efectivamente se durmió en el Chimborazo y que tuvo alucinaciones hipnagógicas, que son las alucinacio­nes "que aparecen en el momento en que el sueño va a lle­gar." Como ejemplo de estas alucinaciones voy a copiar uno del mismo Maury. Yo leía, dice Maury, en alta voz, El viaje en la Rusia meridional de Hommaire de Hell: ape­nas había terminado una línea cuando cerré los ojos ins­tintivamente. En uno de estos cortos momentos de somno­lencia vi, con la rapidez del relámpago, la imagen de un hombre vestido con una túnica bruna y cubierta la cabeza i con un capuchón, como un monje de los cuadros de Zulba-rán." Carbonell dice que en Bolívar "debió aparecer la alucinación al comenzar el sueño y provocado por la fati­ga en la ascensión al Chimborazo," porque el Libertador dice: "quedé examine largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho." ¿Quién le ha dicho a Carbonell que Bolívar escribió su fantasía inme­diatamente después de haber subido al Chimborazo? Lo natural es creer que Bolívar haya escrito esa pieza litera-i ria tranquilamente en su casa, quién sabe cuántos días después de la ascensión, si es que realmente hubo tal as­censión a la montaña.

Tampoco se puede ni siquiera suponer que Bolívar tuviera ni un solo momento delirio de grandeza o mega­lomanía. El delirio de grandeza corresponde "a una exal­tación del yo y, en general, a un sentimiento de fuerza, de poder, de bienestar, de superioridad;" pero para que estas ideas de grandeza sean ideas delirantes patológicas, es

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necesario que aparezcan en un individuo inferior. Bolívar en aquella época era indudablemente el hombre más grande del universo, el que había llegado más alto en la escala de la grandeza humana. Sin embargo, lejos de estar envanecido por su elevada posición, le hace decir al Tiem­po que la grandeza humana no es nada al lado del Infinito.

Para que pudiéramos afirmar como afirma Carbonell, que Bolívar tuvo alucinaciones visuales, auditivas y ver­bales, no basta citar los párrafos de Mi delirio en los cua­les está el diálogo del Libertador con el Tiempo, diálogo absolutamente fantástico, y que no es posible asimilarlo a la alucinación. "Un hombre, decia Esquirol, que tiene la convicción intima do una sensación actualmente perci­bida, cuando ningún objeto exterior propio a excitar esa sensación está al alcance de los sentidos, está en un estado do alucinación." Bolívar, cuando escribió su diálogo con el Tiempo, no podía tener la convicción íntima de que real­mente había hablado con el Tiempo. Además, qué especie de delirante es éste que no tiene en toda su vida sino una sola alucinación? Porque la otra, la de los puñales asesi­nos, tampoco es alucinación, porque se sabe que realmen­te hubo un conato de homicidio contra Bolívar. Podría ser una ilusión, es decir, "la falsa percepción de una sensa­ción real." Bolívar oculto en los barrancos del arroyo San Agustín, a poco de haber escapado al puñal de sus asesi­nos, podía muy bien, sin ser un alucinado y mucho menos un epiléptico, creer que de un momento a otro podían apa­recer sus verdugos.

Comete un gran error el doctor Carbonell al decir: "Estos soroches a que se refiere Bolívar, no son otra cosa sino aquel vértigo de las montañas con zumbidos de oídos, dolor de cabeza, náuseas y perturbación del sentido del espacio." Esto lo dice Carbonell para explicar las aluci­naciones visuales, auditivas y verbales que atribuye al Libertador, y en el "Cuadro sintomático del mal comicial en Bolívar," pone los soroches como ejemplo de vértigo epiléptico!

El mal de las montañas no es vértigo, doctor Carbo­nell, y mucho menos el vértigo epiléptico. Voy a decirle lo que son los soroches, ya que usted parece ignorarlo, o me­jor dicho, se lo va a decir Le Roy de Mericourt. "Desde el siglo quince, Da Costa había designado, bajo el nombre de mal de las montañas, el conjunto de fenómenos senti­dos por las personas que ascienden a las partes más ele­vadas del globo. Estos mismos fenómenos fueron descritos

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por Bouguer en la relación de su viaje al Perú, en 1745. Se designan según las localidades de la América del Sur, con los nombres de SOROCHE, mal de Puna, Veta, Mareo de las Cordilleras, astma de las montañas." En seguida el autor cita una gran lista de los escritores que han descrito este sindroma. El fenómeno del mal de las montañas o soroches, se manifiesta por los síntomas siguientes: "La respiración está acelerada, dificultada, laboriosa; se ex­perimenta una disnea extrema al menor movimiento. Se notan palpitaciones, aceleración del pulso, latidos de las carótidas, sensación de llenura de los vasos, a veces, in­minencia de sofocación, hemorragias diversas.—Cefalal­gia intensa, somnolencia irresistible, torpeza de los sen­tidos, debilitamiento de la memoria, postración moral. Sed, vivo deseo de bebidas frías, sequedad de la lengua, inapetencia para los alimentos sólidos, náuseas, eruptos. Dolores más o menos fuertes en las rodillas, en las pier­nas; la marcha es fatigante y aparece un agotamiento rá­pido de las fuerzas." Esta descripción sintomática de los soroches es per­fectamente acorde con los hechos, pues he tenido oportu­nidad de observar el mal de las montañas durante mi tra­vesía por la cordillera de Los Andes, viajando de Chile a la Argentina. Nada es más diferente a un vértigo que el soroche; pero como muchos de mis lectores no saben lo que es el vértigo voy a decirlo. "El vértigo es una pertur­bación cerebral, un error de sensación, bajo cuya influen­cia el enfermo cree que su propia persona o que los objetos que lo rodean están animados de un movimiento giratorio u oscilatorio." (Gueneau de Mussy). Nada de esto se ob­serva en el mal de las montañas, en el cual no hay, como dice Carbonell, "perturbación del sentido del espacio."

El error del doctor Carbonell sube de punto cuando coloca los soroches como ejemplo de vértigo epiléptico en su "Cuadro sintomático." Bajo la denominación del vér­tigo epiléptico se han comprendido diversos estados: el vértigo propiamente dicho; el aura vertiginosa; la ausen­cia ; la caida con pérdida del conocimiento y algunas con­vulsiones fibrilares; los accesos incompletos; y la epilepsia psíquica con sus diversos delirios. A nadie hasta ahora se le había ocurrido asimilar al vértigo epiléptico el mal de las montañas, por la sencilla razón de que este último sin­droma no es un vértigo. En el vértigo epiléptico hay dos sintonías capitales: la pérdida del conocimiento y la ig­norancia absoluta de lo que ha pasado durante la crisis.

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En el nial de montañas o soroches no existe nada de esto y su causa principal parece sor la disminución de presión atmosférica unida a otras circunstancias individuales.

III

"Dromómano como Jesús—dice Carbonell como ésto sufro la primera alucinación en circunstancias semejan­tes: una crisis de dromomanía lo impulsa a la ascensión del Chimborazo. lo impulsa a viajar, a fatigarse; y si al Hijo de Dios habíale el Demonio, al Libertador es el Tiem­po quien le habla."

Se entiende por dromomanía la impulsión mórbida a andar. "Hemos propuesto—dice Regís—designar la im­pulsión a la fuga del psicasténico, más o menos desequi­librado o degenerado, en particular la de carácter obse­sionante, con el nombre de dromomanía. Esta denomina­ción podría aplicarse igualmente a los casos de vagancia caracterizados por una necesidad perpetua de cambiar de lugar y de marchar a lo largo de los caminos como el Judío Errante. Habría, pues, dromómanos agudos o por accesos y dromómanos crónicos o por costumbre."

Si Bolívar fué epiléptico, su dromomanía debería ha­ber sido la propia de los comiciales; pero la fuga de los epilépticos es absolutamente automática. El epiléptico parte de repente, a ciegas; marcha al azar hacia adelante, no sabe ni lo que quiere ni lo que hace, se entrega en su camino a extravagancias, a actos impúdicos, a impulsio­nes súbitas, al incendio, al homicidio o al suicidio. Vuelto en sí, no sabe nada de lo que ha pasado, ignora en dónde está y cómo ha llegado (Regis).

¿Cómo es posible que el doctor Carbonell pretenda asimilar las marchas de Bolívar a través de las inmensas llanuras y por sobre las empinadas montañas de Améri­ca, llevando a todos los pueblos del Continente la Liber­tad y el Derecho, a actos de dromomanía comicial? Es decir que fue impulsado por una crisis de dromomanía epiléptica que Bolívar trasmontó los Andes para conducir hasta el corazón de la Nueva Granada los ejércitos de la Bevolución? Y fué también por otra crisis de dromomanía que llegó hasta los confines del Perú, para trazar con la espada victoriosa de Junin los límites de la Bepública de Bolivia ? No, mil veces nó. Yo no puedo aceptar esa manera de interpretar los actos de los hombres superiores. Si no fueron los Ideales de Patria y Libertad los que impulsaron a Bolívar a viajar y a fatigarse durante la guerra de la

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Independencia, sino una serie de "crisis de dromomanía," de fugas epilépticas automáticas, ¿cómo debe juzgar la historia la obra gloriosa del Héroe? La actividad de Bo­lívar, asombrosa pero consciente, fué quizá la causa prin­cipal de sus éxitos en la campaña libertadora a través de la América; pero Bolívar no hizo nunca viajes inconscien­tes como los de los comiciales atacados del automatismo ambulatorio descrito por Charcot. Sus largas y penosas marchas obedecieron siempre a un plan militar o político deliberadamente trazado, o impuesto en el momento por las circunstancias de la guerra o de la administración.

Según el curioso criterio de Carbonell, deben también haber sido dromómanos Alejandro, César, Aníbal, Napo­león, San Martín, y todos los grandes capitanes antiguos y modernos, porque todos han viajado mucho y se han fati­gado mucho. Viajar con un fin determinado no es padecer crisis de dromomanía y por eso tampoco creo que Jesús fuera dromómano. Todos los viajes del Profeta de Galilea tuvieron un fin directo o indirecto en relación con su obra; todos obedecieron a un plan: la predicación de su doctrina. Desde su primer viaje de Galilea al Jordán, hasta su último viaje a Jerusalén, todos fueron meditados, nin­guno fué automático. Hasta su retirada a Fenicia fué obli­gado por las circunstancias: era necesario hacerse olvidar un momento para permitir que cesara la agitación provo­cada por su predicación en Galilea. Nunca huyó Jesús como huyen los dromómanos, automáticamente; se ocultó siempre que creyó conveniente desaparecer temporal­mente, para no comprometer el triunfo de su obra, como cuando huyó al desierto de Betsaida para evitar un en­cuentro con Herodes Antipas. La inmovilidad en Jesús, lo hubiera llevado fatalmente al desastre.

Considero tan deprimente para la gloria del Liberta­dor el epíteto de "dromómano" que le ha dado Carbonell, que me tomo la libertad de invitar a nuestros historiadores a que publiquen un estudio razonado de los viajes de Bo­lívar y de sus marchas militares desde el principio de la campaña libertadora hasta el fin de la guerra. Estoy se­guro de que no hay ni un sólo viaje ni una sola marcha que no haya tenido un objeto, que no haya obedecido a un fin útil al éxito de las operaciones militares o a la re-gularización de la administración pública o a las exigen­cias de la política. Si hizo la ascensión al Chimborazo, fué únicamente como sport, como hubiera subido al Monte Blanco, o al Himalaya.

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Dice Carbonell:

"En la noche de Casacoima el delirio de Bolívar tiene analogías con el delirio febril."

""Cuanto a Pativilca, sábese que el Libertador estuvo gravemente enfermo en aquel pueblecito situado al norte de L i m a : sufrió de fiebre violenta, según Restropo; y de tabardillo, según Mosquera. P u d o suceder que en esta oca­sión de Pativilca. la fiebre le prestara el ardor para respon­der a Mosquera aquel célebre ¡Triunfar! que habría sido un despropósito, dadas las condiciones corporales y mili­taros en que se hallaba Bolívar; pero en aquellos días él sufría de vértigos, c o m o en la cu m b r e del Chimborazo." i Ya sabemos que Bolívar no padeció nunca de vértigos, porque lo que Carbonell llama "vértigos" en Bolívar no eran sino los soroches, el m a l de las montañas, que no es vértigo ni m u c h o m e n o s ) .

"El último de los delirios bolivianos sí fué u n acci­dente clásico en el orden patológico: fué el delirio febril (juo sobreviene generalmente en determinados estados in­fecciosos. Aquel delirio del egregio moribundo de Santa Marta señala de m a n e r a evidente que la naturaleza m e n ­tal de Bolívar fué siempre propicia a tales estados de imaginación."

D e m o d o pues, que la profecía de Casacoima, el epi­sodio de Pativilca y el delirio de Santa Marta, según el criterio del doctor Carbonell, fueron manifestaciones de­lirantes febriles, no fueron delirios comiciales. E s tan grande la diferencia que hay entre el delirio epiléptico y el delirio febril, que m e veo obligado a entrar aquí en ciertas explicaciones pertinentes en esta discusión.

¿ Q u é es lo que la patología mental entiende por de­lirio '.'

V o y a copiar algunas de las m á s célebres definiciones de delirio:

"Toda creación del espíritu que no tiene ninguna re­lación con las causas exteriores, sino que depende de u n a disposición m u y especial del cerebro, que produce u n jui­cio y emociones morales erróneas."—Van Swieten.

"El delirio es u n juicio falso producido en una perso­na despertada por las percepciones de la imaginación o por un recuerdo falso y que ocasiona c o m u n m e n t e e m o ­ciones (pie no están en relación con el objeto que las ha producido.*' Cutten. 2

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"El delirio consiste en la perturbación de las ideas que no responden a los objetos exteriores, acompañada de la privación del uso de la razón, cuando el mal pasa al estado agudo."—J. Frank.

"Un hombre está en delirio cuando sus sensaciones no están en relación con los objetos exteriores, cuando sus ideas no están en relación con sus sensaciones, cuando sus juicios y sus determinaciones, no están en relación con sus ideas, cuando sus ideas, sus juicios, sus determi­naciones son independientes de su voluntad."—Esquirol.

Los caracteres principales del delirio, son: el ejercicio involuntario de la memoria y de la imaginación, el auto­matismo cerebral y la creencia en la realidad de las con­cepciones así creadas. En el estado normal, cuando una idea falsa surge en nuestro espíritu, inmediatamente apa­recen otras que tienden a demostrarnos su falsedad. Si lo que tenemos es una impulsión, entonces cierto número de ideas relacionadas con ella, la combaten o la favorecen. Estas ideas que separan la concepción de la creencia, o la impulsión del acto, son las que Pariset llamaba ideas intermediarias y son las que están suprimidas en los de­lirantes.

Tres caracteres generales presenta el delirio: el auto­matismo de las funciones cerebrales, lo que Maudsley lla­maba "corea o afección convulsiva del espíritu," la cere-bración inconsciente, los actos reflejos cerebrales, entre­gados a sí mismos, separados de su regulador habitual; la asociación viciosa e irregular de las ideas; la convicción de la realidad de esas concepciones mórbidas. Pero a estos caracteres hay que agregar una condición indispensable: el delirante no produce ideas, no crea nada, "saca sus concepciones locas de su fondo psíquico propio," que es un fondo psíquico desequilibrado, anormal, patológico.

Yo sé que hay individuos que tienen conciencia de su delirio, que existe el delirio con conciencia; pero también sabemos que este delirio consciente tiene dos caracteres esenciales: la conciencia de la perturbación de los pen­samientos, de los sentimientos o de los actos; la irresisti-bilidad de dichos actos, sentimientos o concepciones de­lirantes. El individuo posee la noción positiva de la natu­raleza mórbida de los fenómenos cerebro-psíquicos que lo obsesionan y que invaden su cerebro sin que su volun­tad pueda ponerles ninguna barrera, se imponen a él y el enfermo asiste, consciente, pero impotente a estos despo­tismos mórbidos—(Ritti).

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Las anteriores consideraciones se refieren al delirio considerado como perturbación psíquica de la ideación, y es un síntoma común a muchas psicopatías, entre las cuales figura la epilepsia, que os una neurosis. El delirio febril es una manifestación psicopática que se presenta en el curso de una enfermedad infecciosa y que puede aparecer en un individuo completamente normal: no es necesario ser epiléptico para tener delirio febril. Entre las enfermedades agudas infecciosas que pueden complicarse de delirio febril, so citan: la fiebre tifoidea, la gripe, la neumonía, las fiebres eruptivas, el paludismo, etc., etc.

Nada tiene, pues, de extraño que si Bolívar padeció alguna vez alguna afección aguda infecciosa, haya deli­rado, haya tenido el delirio orínico alucinatorio; pero sí es muy extraño que un médico coloque semejante forma de delirio en el cuadro sintomático de un delirante comi­cial. como elemento positivo de diagnóstico de la epilep­sia, como lo ha hecho el doctor Carbonell. No debemos apartarnos de la idea de que Carbonell asegura que Bo­lívar fué un epiléptico y que por lo tanto el síntoma delirio no puede considerarse aquí sino como una mani­festación de la neurosis comicial.

En la epilepsia larvada (que seria el caso de Bolívar), los accesos de delirio afectan cierta periodicidad, son idén­ticos los unos a los otros y en general van seguidos de amnesia (pérdida de la memoria). La forma de estos ac­cesos de repetición es esencialmente alucinatoria e impul­siva. "Se trata casi siempre—dice Regis—de una crisis ma­niaca, violenta y pasajera, que sobreviene bruscamente, dura algunas horas o algunos días y desaparece rápida­mente, o bien de confusión mental alucinatoria aguda, Í\ veces hasta de un verdadero sonambulismo, de un esta­do segundo. Después hay generalmente no sólo amnesia de la crisis, sino también obnubilación crepuscular más o menos apreciables." (La obnubilación es un estado ver­tiginoso durante el cual los objetos se ven como a través de una nube). Es cierto que las crisis delirantes pueden presentarse como "equivalentes epilépticos" y ser sub­conscientes, sub-amnésicos, y hasta conscientes y mené-sicos; pero hacer oslas diferenciaciones diagnósticas, ex­tremadamente sutiles aun en personas vivas, es empresa demasiado difícil, mejor dicho imposible, cuando se trata de personas muertas hace muchos años, cuando sólo co­nocemos los hechos por referencias, más o menos dudosas, como son los presentados por el doctor Carbonell.

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Los episodios de Casacoima y de Pativilca, examina­dos imparcialmente, sin prejuicio, no tienen los caracteres de delirio, ni epiléptico ni febril. Si el Libertador dijo en Casacoima que llegaría triunfante al Perú, y llegó, nadie está autorizado para explicar el hecho como manifesta­ción delirante de un comicial; si el Libertador dijo en Pa­tivilca que triunfaría y triunfó, nadie tiene derecho para traducir aquel grito como el delirio de un convaleciente febril. Es necesario recordar que Bolívar, después de ha­berle dicho a Mosquera que triunfaría, agregó: "He man­dado levantar una numerosa caballería en los departa­mentos del Norte; se fabrican herraduras en Cuenca, en Guayaquil y en Trujillo; se han tomado para el servicio militar todos los caballos útiles del país, y se han embar­gado todos los alfalfares para mantenerlos gordos. Si los españoles bajan de la cordillera, los derroto con esa ca­ballería, y si no bajan, dentro de tres meses m e hallaré en situación de ir a buscarlos y batirlos en la Sierra." El co­mentario de Carbonell a estas palabras es el siguiente: "Era la continuación de un sueño que, realizado o no, tiene los caracteres del delirio, pues el estado corporal de Bolívar no correspondía a los esfuerzos y a la energía de que hablara a Mosquera; pero su imaginación continuaba siendo vibrante, fóbica, y gracias a su malestar de los so­roches y a la debilidad que le produjera la fiebre, su idea primordial se imponía a sus soldados como un motivo de sugestión imperiosa." El lector se encargará de hacer los comentarios que merece esta manera original de interpre­tar al Libertador y juzgar su obra, que para el doctor Car­bonell no es sino un largo delirio que principió "en la tarde romana."

IV

Para que el lector se dé cuenta exacta de la opinión del doctor Carbonell sobre los delirios de Bolivar en Santa Marta, copio en seguida los últimos párrafos de su artículo "Los delirios del Libertador":

"El último de los delirios bolivianos sí fué un acci­dente clásico en el orden patológico: fué el delirio febril que sobreviene generalmente en determinados estados in­fecciosos. Aquel delirio del egregio moribundo de Santa Marta señala de manera evidente que la naturaleza men­tal de Bolívar fué siempre propicia a tales estados de imaginación.

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"Desdo luego que no lodos los accidentes febriles se­rán causas provocadoras de aquella variedad del delirio; pero en los sujetos proclives a la exaltación cerebral el delirio febril aparecerá como consecuencia de la infección y de la fiebre.

"Para el caso concreto, recordemos que ya no se dis­cuto la acción de las toxinas tuberculosas sobre el sistema nervioso; su acción deprime a los enfermos o les hace su­frir la emotividad o la irritabilidad exageradas. Cuanto al delirio en si. en ciertos enfermos en quienes el sensorio estuviera profundamente lastimado, se caracterizaría por la incoherencia y las alucinaciones: habría en tales pa­cientes la confusión con alueinamiento, como dice Re-mond. Ese habría sido, en cierto modo, el caso patológico de Bolívar; éste, según cuenta el diario clínico del doctor Réverend. sufrió ligeros desvarios en la noche del 3 de di­ciembre de 1831; este delirio repitióse en la noche del 7, como un "sensible entorpecimiento en "el ejercicio de sus facultades intelectuales;" también deliró Bolívar en la tarde del día 8, y "cuando se le preguntaba a S. E. si tenía "algún dolor, siempre contestaba que nó; por lo que se "conocía que el sistema nervioso estaba atacado; el 9, sola-"monto de noche se le notó delirio; conversaba solo, y de "consiguiente deliraba." En el boletín número 12, del 10 de diciembre, Béverend escribe que "el Libertador, como "de costumbre, tenía más despejo de día; por la noche le "crecieron los males con más fuerza"; y en el boletín si­guiente añade "que la noche fué molesta y con algún de-"lirio "

"No hay dudas respecto de las horas en que aparecía el delirio: generalmente se le observaba por la noche, y ya esto permitiría clasificarlo como delirio inicial de la gravedad: corresponde esta forma del delirio febril al primero de los tros grados que puede revestir el accidente mental: es la révasserie, que dirían los autores franceses, y (pie "en la noche se caracteriza por un estado de somno­lencia poco acusado, por ligero soliloquio, de frases reu­nidas v que en general se refieren a cosas que rodean al "enfermo." Es el semisueño a que se refiere Bémond, y (pie en su diario Béverend, llama modorra.

"A la révasserie, hasta el día 11 en que Réverend habla de las ideas confusas que para el 13 estuvieron com­plicadas do aberración de la memoria, sigue un estado de sopor v el médico francés habla do sensaciones entorpe­cidas y palabras balbucientes Para el 15, las mismas palabras balbucientes v desvarío So agravan los sin-

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tomas corporales y mentales: para el 16, el semblante es hipocrático, y el Libertador muere el 17 de diciembre a la una postmeridiana Pero el mismo Réverend cuenta que Bolívar tuvo en alguna ocasión expresiones como ésta : "¡ Vamonos! ¡ Vamonos! esta gente no nos quie-"re en esta tierra ¡ Vamonos, muchachos! lleven "mi equipaje a bordo de la fragata " Estas frases se deberían al segundo grado del delirio febril; al estado panofóbico, de ansiedad, de miedo, de todo y de nada, como dice Ribot. Cuanto a la aparición, generalmente en la noche, corresponde a la manera de producirse el delirio febril, y a que la fiebre hética tiene una evolución ves­pertina.

"Este largo e intermitente delirio del Libertador cons­tituye una de las extremidades de aquella línea, sinuosa en ocasiones, que forma sus etapas mentales y que propia­mente se inicia con el juramento en el Monte Sacro."

Según la opinión generalmente admitida, Bolívar mu­rió de tuberculosis pulmonar. Es una noción muy antigua en la ciencia que la tisis pulmonar, durante los últimos períodos de su evolución, puede provocar perturbaciones intelectuales diversas que van desde las simples modifi­caciones del carácter hasta el delirio propiamente dicho y hasta el delirio furioso. "Cuando en el curso de una tu­berculosis pulmonar—dice Ball—ya suficientemente avan­zada, se ve»aparecer este síntoma terminal (delirio), se puede, con certeza, predecir libremente el fin para dentro de pocos días o al menos en un corto espacio de tiempo. Es la expresión cerebral de la asfixia; es la última mani­festación de un cerebro nublado por el ácido carbónico que circula en las venas; pero en definitiva, no es en ab­soluto la locura. El carácter vago, flotante, mal definido, de este delirio, las alucinaciones de la vista que lo acompa­ñan, lo aproximan a los delirios tóxicos, y nos bastan para ilustrarnos sobre su verdadero origen."

Del diario clinico del doctor Réverend no se puede deducir que Bolívar tuviera en sus últimos días ni un de­lirio propiamente dicho ni mucho menos un delirio fu­rioso. Tenía ligeros desvarios, cierta confusión de ideas, aberración de la memoria, sensaciones entorpecidas, pa­labras balbucientes, etc. Seguramente deliraba, pero como delira cualquier tísico en sus últimos días, y en su delirio se refería, como es lo natural y corriente, a sus preocupa­ciones y a las circunstancias que lo rodeaban.

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Si fuéramos a considerar como delirios epilépticos las perturbaciones intelectuales que se manifiestan en los tuberculosos al final de su enfermedad, el número de de­lirantes comiciales seria verdaderamente enorme. Colocar en un cuadro sintomático del mal comicial. como ejemplo de delirio epiléptico, el delirio de un tuberculoso mori­bundo, es una manera muy rara de interpretar los sínto­mas de las enfermedades. Para darle carácter de delirio epiléptico al delirio de Sania María ora necesario princi­piar por demostrar (pie aquel enfermo era realmente un epiléptico. Si no fué sino delirio febril, delirio no vesáni­co, carece en absoluto do importancia.

Dice Carbonell que "el delirio febril en Santa Marta fue un accidente natural y último de las etapas mentales del Libertador," y (pie "la aparición en la noche obedece a la fiebre hética que os vespertina; pero el fenómeno en si fué la révasserie de los autores franceses y el delirio jianofóbico de (pie habla Bibot."

El delirio febril en Santa Marta fué sencillamente la manifestación de la perturbación intelectual que aparece con mucha frecuencia al final de la tuberculosis pulmo­nar. Asimilarlo a la panofobia de Ribot es completamente arbitrario. La fobia difusa o panofobia la define Ribot así: "Es un estado en el cual se tiene miedo a todo y a nada; en el cual la ansiedad, en vez de estar unida a un objeto siempre idéntico, flota como en un sueño y no se fija sino por un instante, al azar de las circunstancias, pasando de un objeto a otro." Si Bolívar, como dice Ré­verend. dijo alguna vez durante su delirio febril: "Vamo­nos! Vamonos! esta gente no nos quiere en esta tierra. . . . Vamonos, muchachos! lleven mi equipaje a bordo de la fragata!" no quiere decir que estuviera atacado de pa­nofobia.

La panofobia, como todas las fobias, es una variedad de obsesión, y esta es un fenómeno mórbido caracterizado por "la aparición involuntaria y ansiosa en la conciencia de sentimientos o de pensamientos que tienden a impo­nerse al yo. evolucionan al lado de él a pesar de sus es­fuerzos por rechazarlos y crean así una disociación psí­quica cuyo último término es el desdoblamiento conscien­te de la personalidad" (Piters y Hegis). El enfermo ata­cado de panofobia "vive en un oslado permanente de an­siedad, con paroxismos que estallan sin motivo o provo­cados por una causa a menudo fútil" (Rreey). Ninguno de estos caracteres se encuentra en las palabras incohe­rentes pronunciadas por Bolívar en los últimos días de

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APÉNDICE

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CUADRO SINTOMÁTICO DEL MAL COMICIAL EN BOLÍVAR DE UN LIBRO EN PREPARACIÓN

POR EL DOCTOR D. CARBONELL

AURAS.—a)—Carla a Juan Jurado: "Todavía es tiempo, amigo, de salvarse yo temo mucho que Santal'é sufra una catástrofe espantosa Simón Bolívar, 8 de diciembre de 1814.

b)—Carla a José Félix Blanco: " El general Piar no ha podido revocar mis órdenes ni al­terar el sistema ya establecido es pru­dencia sufrirlo todo, para que no se nos dis­loque nuestra miserable máquina.—Bolívar, junio 12 de 1817.

DELIRIOS.—a)—Casacoima, 1817: "El capitán Martel al es­cucharlo en Casacoima, fué a decir a sus compañeros, según Bestrepo, que Bolívar estaba loco En aquellas circunstancias sus proposiciones parecían el sueño de un delirante."—Restrepo.

b)—Chimborazo.—El mismo Bolívar escribió su Delirio. En éste se sorprenden todos los datos clásicos del fenómeno.

c)—Delirio febril en Santa Marta, 1830.—El Dr. Réverend, médico del Libertador durante la gravedad y agonía de éste, en diciembre de 1830, habla de los delirios en la noche.

VÉRTIGOS.—Acción de los soroches, 1824.—"Este país con sus soroches en los páramos, me renueva di­chos ataques, cuando los paso al atravesar la Sierra."—Bolívar, enero de 1824.—Soroches es el mal de montañas, con vértigos, etc.

CRISIS DE SUEÑO.—Estado letárgico en el Chimborazo.— "Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exáni­me largo tiempo Resucito, me incorpo­ro, abro con mis propias manos mis pesados párpados, vuelvo a sor hombre y escribo mi Delirio."

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ACTOS IMPULSIVOS.—a)—Actitud en el terremoto de Cara­cas: 1812.—Bolívar ordena a un monje que se calle, y con vehemencia dice que si fuere necesario se luchará contra la misma natu­raleza.

b)—Banquete en Angostura.—Camina sobre los manteles de un banquete y asegura que así se le verá trasladarse del Atlántico al Pa­cífico.

c)—Despropósitos al saber la victoria de Ayacu-cho, 1824.—Se dio a bailar solo por el salón dando gritos de ¡ Victoria! ¡ Victoria!—Car­los A. Villanueva.

ACTOS VIOLENTOS.—a)—Dictados a Martel.—Martel está más torpe que nunca! dicta Bolívar al propio Martel.

b)—Imposición de Lámar: 1826.—En febrero de 1826 celebrábase en Lima la entrada triunfal de Bolívar. Como alguien dijese al Liberta­dor que él era el único digno de ocupar la Presidencia, Bolívar, cogiendo por un brazo al general Lámar, y sentándolo en la silla que él ocupaba, dijo: ¡Este es, señores, el hombre digno de mandar al Perú! '—Restrepo.

CÓLERAS.—Confesión a Urdaneta y observaciones de Perú de Lacroix.—" No tengo quien me es­criba, dice a Urdaneta, y yo no se escribir. Cada instante tengo que buscar nuevo ama­nuense y que sufrir con ellos las más furio­sas rabietas " Perú de Lacroix habla de las cóleras silenciosas de Bolívar.

ACTOS DELICTUOSOS.—La Guerra a Muerte: 1813.—¡Españo­les y Canarios! Contad con la muerte, aun siendo indiferentes! Bolívar, 15 de junio de 1813.

ESTADO MENTAL Y ESTIGMAS EPILÉPTICOS.—Romanticismo, melancolía y apatía propia de los comiciales.

SICOLEPSIA.—Señálanse intermitencias en el carácter.

Diego Carbonell.

París, agosto de 1915.

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LA SUPUESTA EPILEPSIA DE BOLÍVAR

Nota dirigida a la Academia Nacional de Medicina el 22

de setiembre de 1915.

Después de leer el "Cuadro sintomático" que antecede en la sesión ordinaria de la Academia de Medicina del 22 de setiembre do 1915, dije:

Esto parece indicar que el doctor Carbonell está es­cribiendo un libro para demostrar que Bolívar fué epi­léptico; pero como del cuadro sintomático publicado por el autor y que acabo de leer, como sumario o resumen de su obra, no creo que pueda deducirse tan grave y trascen­dental diagnóstico retrospectivo, el cual vendría a des­truir por completo toda la gloria del Libertador, el pa­triotismo más elemental nos impone—a nosotros los mé­dicos venezolanos—el deber de demostrar que semejante suposición es arbitraria, antes de que el libro del doctor Carbonell aparezca arrojando una nueva sombra sobre la obra excelsa del Padre de la Patria.

Cualquier médico puede fácilmente probar que el cuadro sintomático del mal comicial o epilepsia en Bolí­var, trazado por el doctor Carbonell, es insuficiente, pues de los documentos citados por el autor no es posible con­cluir que el Libertador fuera epiléptico.

Son errores de apreciación: Clasificar como acto delictuoso el decreto de Guerra

a Muerte, que salvó la Causa de la República en una de sus más tremendas crisis;

Llamar delirio epiléptico la visión profética de Ca­sacoima, hecha realidad en Boyacá, Junín y Ayacucho;

Titular como impulsiones comiciales la explosión de alegría patriótica de Bolívar al saber la victoria de Aya-cucho, que aseguraba la Libertad de América, o el her­moso apostrofe lanzado a la Naturaleza en medio de la catástrofe de Caracas el año doce;

Atribuir a auras, vértigos, crisis de sueño, cóleras, etc., actos que en nada se apartan del funcionamiento nor­mal del sistema nervioso.

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No tuvo nunca intermitencias el carácter de Bolívar, quien desde el juramento en el Monte Sacro hasta las apo­teosis de Lima, desde la profecía de Casacoima hasta su entrada al Cuzco y desde la campaña de 1813 hasta su muerte, no tuvo sino un pensamiento y un propósito: la Libertad de América.

No pudo ser melancólico y apático Bolívar, uno de los raros super-hombres (1) que han pasado por la Tierra marchando siempre sobre las altas cumbres del heroísmo; que atravesó la América como un meteoro luminoso en­vuelto en los resplandores de la Victoria; que fué el in­cansable exterminador de los tiranos, la Luz y la Fuerza de la Revolución, el símbolo de la Libertad, de la Justicia y del Derecho.

No son los epilépticos melancólicos y apáticos los hombres capaces de llevar a cabo empresas tales como dar la libertad y la independencia a todo un Continente.

Repito que considero fácil destruir en su germen la argumentación del futuro libro del doctor Carbonell resu­mida en su cuadro sintomático; pero al mismo tiempo considero de suma gravedad el hecho de que un escritor venezolano que por su talento y su ilustración está muy lejos de ser un desconocido en el mundo de las ciencias y de las letras, publique un libro para demostrar que el Libertador de América, el Fundador de cinco Repúblicas. el Padre de nuestra Patria, la gloria más pura de nuestra epopeya y el más legítimo orgullo de nuestra raza, no fué un super-hombre sino un epiléptico melancólico y apático. es decir, un enajenado. Creo que mis deberes de médico y de patriota me imponen acudir a esta Academia, para que sea ella quien, con su autoridad científica y moral. demuestre ante el mundo que Rolívar fué el cerebro más fecundo y mejor equilibrado que ha producido el Conti­nente Americano.

Estoy seguro de que todos los médicos venezolanos al leer el "Cuadro sintomático del mal comicial en Bolívar"

( 1 ) Sepa el lector que a] emplear anuí el término "suner-hombre'' no es para presentar a Bolívar como uno de los tipos del S U P E R - H O M B R E ideado por Nietzsche, sino simplemente como equivalente de "hombre superior" o "talento superior" o "genio," es tiecir, como un hombre dotado de un cerebro superiormente organizado con relación a los cerebros de todos sus contemporáneos. Creo que Bolívar, como todos los grandes hom-fres, tenía un cerebro más perfeccionado que el de los demás hombres de su tiempo y por eso fué capaz de dominarlos y de imponerse al medio hasta'realizar una de las mayores '•xnpresas que registra la historia universal. Vo creo, que para explicarnos el talento supe-V sea necesario inventar la hipótesis del vicio frenopático como substratum del genio. Los V m o s cerebrales son seres inferiores; los hombres de genio son seres superiores. Si epilepsia es una enfermedad los epilépticos son inferiores a los hombres sanos.

Del mismo modo cuando digo "evolución super-orgánica del sistema nervioso cen-T2l." quiero decir evolución orgánica superior, de perfeccionamiento fisiológico. El sistema ervioso central del hombre ha evolucionado y sigue evolucionando hacia su mayor pertec-namiento. como lo prueba la obra de la civilización. El progreso no es sino el resultado se perfeccionamiento del cerebro humano.

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trazado por Carbonell. han sentido la misma sensación dolorosa de desconsuelo. ¿Cómo es posible que un vene­zolano joven, inteligente, ilustrado, estudioso, que podía dedicar sus fecundas energías a realizar empresas de uti­lidad y provecho para la cultura nacional, emplee su ta­lento y su actividad en destruir nada menos que la gloria del Padre de la Patria? Como os posible que un venezo­lano suba hasta el Empíreo pana separar a Bolívar del lado de César y colocarlo en el Averno al lado de Calígula? Qué sería de nosotros, de nuestras glorías, de nuestra influen­cia en la libertad del Nuevo Mundo, si llegáramos a de­mostrar que el director de aquella magna revolución que conmovió todo el Continente, desde Behring hasta Maga­llanes, había sido la obra de un epiléptico melancólico y apático?

Si hay una ciencia que demuestre que los verdaderos grandes hombres, los más ilustres conductores de pueblos, los creadores de la civilización, han sido epilépticos, nos veremos en el forzoso caso de concluir que la epilepsia no es sindroma patológico, sino la más alta manifestación de la evolución super-orgánica del sistema nervioso central. No creo necesario decir las consecuencias de semejante doctrina.

Voy a concluir haciendo una proposición: que la Academia emprenda el estudio médico-psicológico de la personalidad de Bolívar y haga el análisis psiquiátrico de sus ideas y de sus actos. A este fin la Academia debe invi­tar a que contribuyan con sus estudios personales, no sólo a todos sus Individuos de Número y Miembros Correspon­dientes Nacionales, sino a todos los venezolanos. Reunido todo el material suficiente, la Academia publicará un tra­bajo de conjunto que podría titularse: "Estudio médico-psicológico de la personalidad de Bolívar y análisis psi­quiátrico de sus ideas y de sus actos." Setiembre 22 de de 1915.

L. RAZETTI.

NOTA.—La proposición antedicha fué aprobada sin discusión y por unanimídac de votos.

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CARTA DEL DOCTOR CARBONELL

París, febrero 13 de 1916.

Señor doctor don Luis Razetti.

en Caracas.

Muy señor mío: tan pronto sepa cual sea el resultado que puedan tener sobre el porvenir de su posición polí­tica los ataques y la crítica a mis ideas y a mi persona, ese público de Caracas que usted desea manejar con sub­terfugios extraños a la verdad científica, sabrá al mismo tiempo cual ha sido el verdadero origen de aquellos ata­ques, ajenos, desde luego, a la serenidad profesoral y a la dignidad de los maestros. La ambición varia de usted, y la indecisión en que se ha estado para elevarlo a más altas prerrogativas, es lo que me ha detenido hasta ahora en la intención inolvidable de pagar a mis lectores la deuda de una explicación que les debo. Pero si en breve, después del lucimiento que usted se granjea con sus actuales cri­ticas, no hubiere para usted algo más efectivo que una cá­tedra, me apresuraré a publicar la causa o causas que dieron motivo para la nota académica. Así, nadie podrá decir que fui hostil a los propósitos políticos o a las justas aspiraciones de un trabajador que lo merece todo, aunque a la-verdad, gente hay que comenta la hostilidad que opu­so usted a quien sin otro patrimonio que el honor y el trabajo, pretende vivir al amparo del sol y respirando la atmósfera que otros respiran. Pero esto último es más grave de lo que usted pudiera imaginar, y prefiero callarlo y no pedir explicaciones que serían prematuras y hasta mal interpretadas. Por hoy sólo deseo anunciar a usted cuál es la intención mía respecto a la ya célebre nota aca­démica : no he querido exhibir el ridículo que hay en los orígenes del escándalo porque el nombre de usted, señor, sería risible en América, en donde se aplaude a usted por otra propaganda que sí fué de apóstol; no he querido que se conozca la puerilidad o patriotería disfrazada que hu­bo en su decisión de hacerme daño, para que no tenga motivos un Ingegnieros o cualquier otro pensador especia-

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ble de América para decir que es usted sabio ridículo \ dictador científico: un Loyola en su género; no he querido declarar que en su nota académica hay una vibración de narices, un resoplido nasal a causa de una alusión extra­ña a la maldad pero que dañaba al orgullo megalománi-co de usted, a fin de que no se lo crea estrecho, ignorantue-lo o esclavo de ciertas ideas.

Sin embargo, no podrá usted—y mucho menos yo,— evitar los calificativos que empleará tanta gente que ahora sabe, por aquella nota de escándalo, que usted nada cono­cía de las aplicaciones que de la ciencia se hace a la his­toria en, sus problemas patológicos o morbosos. Si usted no ignoraba tales aplicaciones, el pecadillo es mayor: jue­ga usted con sus propias ideas y se acostumbra a ser falso en el oficio intelectual. . . Recuerde las palabras del Secre­tario perpetuo: "Si hay una ciencia que demuestre que los verdaderos grandes hombres han sido epilépticos, nosl veremos en el forzoso caso de concluir que la epilepsia no es sindroma patológico sino la más alta manifestación de la evolución superorgánica del sistema nervioso cen­tral". A posar de toda esa palabrería huera, la epilepsia sigue siendo sindroma patológico y se la tiene como una de las más altas manifestaciones, si usted quiere, del siste­m a nervioso cuando se trata de ciertos hombres en quie­nes ha prendido la genialidad. . . . Pero el subterfugio d( usted prenderá entre discípulos e ingenuos: para usted e triunfo sobre mis ideas; para usted el triunfo sobre las ideas de hombres geniales como el italiano Lombroso y el francés Binet-Sanglé; pero toca a la juventud de Vene­zuela, a esa juventud que aprende la ciencia repetida poi usted, aquel otro honor de la ignorancia o mala fe de un eminente profesor que no había leído que el mercurio combinado se emplea en inyección intravenosa, y que pre­tende ignorar que la epilepsia está considerada, en una de sus tantas variedades, como neurosis, como el mal ner­vioso gracias al cual se explicarían ciertos actos de los grandes hombres.

Bepito que no he querido delatar el ridículo que haj en los orígenes del escándalo que usted no mide porqm está en la parroquia, entre gente que lo aplaude y ríe des­pués. Y no deseo tampoco que en los puntillos de neci( orgullo propios al espíritu de usted, sorpréndase una ra­zón para que se m e califique de antiguo discípulo a la ma­nera de Judas; pero sí m e corresponde esclarecer la de­licada cuestión de aquellas causas que impulsaron a Só­crates contra Platón a pesar del hondo cariño (pie Platón sintiera por Sócrates. Verdad es que ésto pudo sufrir d

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;risis, pudo presentar síntomas faciales de aquellos que corresponden a cierta degeneración, y hasta sufra tal vez le una oculta anormalidad genital, pero no sabía yo que la íistoria de un hombre infecundo como parece que lo es ú viejo Sócrates, lograra hacerle olvidar la virtud por ixcelencia: el ejemplo de la serenidad y mejor proceder mando se trata de los discípulos, sobre todo de aquellos jue dirán mañana quién fué Sócrates. Y es que sin la ejemplar generosidad de Sócrates ante la traición de Me-ito, la historia no vería en el primero ni siquiera al gran-le acusado que bebiera la cicuta para dar ejemplo de íombre digno y de corazón paternal. Es muy semejante es-;:e caso al del doctor Calixto González bebiendo sus lágri-1 ñas ante el denuesto de su discípulo más querido... Cuanto fa nosotros, parece que Platón deplora el que la mínima iegeneración que de fijo hay en Sócrates, lo haya con­vertido en hombre sin generosidad, sin respeto a la propia Inmortalidad que naturalmente debe corresponder a Só­crates. Porque, cuál sería la verdadera satisfacción del maestro en el caso del triunfo sobre mis humildes apre­ciaciones histórico-científicas? El placer del triunfo, bien entendido, pero no así como lo desea obtener ahora Só­crates, pues que no hay tal triunfo sino el aplauso de diez ÍD quince que en verdad no le declaran con franqueza la opinión que le es muy personalísima. Entiendo que el ¡triunfo, para que corresponda a una satisfacción íntima, elebe de estar protegido por la justicia, a fin de que pueda sonreímos, aunque a la verdad, entre ciertos hombres no podría hablarse de los triunfos de la justicia y mucho me-jtios de la sonrisa interior, sobre todo cuando se vive de la p̂olítica, se usa aperitivos y se tiene por especial tempe­ramento un espíritu de arrebato: entre nosotros, la poli-tica lo es todo; ella no sólo ha corrompido a muchos hom­ares, sino que alucinados éstos por el becerro de oro, se Jplvidan a menudo que en el mundo se les observa y se jles califica; se olvidan que la pasión de venganza tiene nan límite y se es ridículo cuando el magíster nos sale en la ría con intenciones de oprimirnos, de lastimarnos; y se >£S ridiculo porque el magíster debe emplearse en mejores Lpruebas de orgullo y no en ese de tener en mayor o menos aprecio el apéndice nasal que nada tendrá que ver con la pseriedad y buena fe de los hombres.. . Todo para decir s\\ usted que por el prurito, la viveza de aparecer triunfa-sior ante una sociedad en la cual es usted parte principal 'ppor sus funciones de hombre honorable como por sus in­tereses profesionales, se vale usted de procedimientos que jio proclaman a grandes voces la dignidad que debió

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guiarle en osla ocasión en que azuzara usted a mucha gen­te a fin de que se ofendiese a uno de sus antiguos discípu­los que creyó honrarse con tal título; es necesario (pie triunfe usted, pues a no sor asi. la suya seria la derrota a causa de sus vulgaridades. Y es (pie ya no está usted en la edad de sostener polémicas valiéndose de la critica na­da noble de las mentirillas: citar a hombres hasta extra­ños a la ciencia con el solo objeto de probar que el mal de montañas—soroches—no es un vértigo (Roger, Introduc-tion, página 44); (1) posponer a Lombroso la magra auto­ridad de un Burlureaux para citar alguna frase de éste que convenga a la tesis (pie se desea sostener, callando, desde luego que ese mismo Burlureaux ha dicho que la epilep­sia está lejos de presentar esa forma trágica que la delata a ojos profanos (Cabanes, Indiscretions, Vol. 3); romper con las propias tradiciones que se han exhibido en perió­dicos, libros o revistas, no es sincero, crea usted que es pura pasión de gente que cita la última palabra de la cien­cia con la fe de los carboneros, aunque critique la libertad con que los carboneros crean en la fe de sus mayores. Ese párrafo que tanto triunfo ofrecía su sagacidad de crítico y que se refiere a los delirios de Bolívar, no ha sido com­prendido por usted o pretende hacer creer que no lo com­prende: el Bolívar del Monte Sacro no era el Libertador; en su juventud bien se pudo que no fuera un delirante;

"Mal de montañas.—Los síntomas que caracterizan el mal de mon­tañas son bastante análogos a los del mareo; el primer fenómeno es un sentimiento de quebranto general; el individuo tiene dolores en los miem­bros inferiores, especialmente en las rodillas; la boca se llena de saliva en abundancia, después vienen náuseas, vómitos alimenticios y, en los casos ¿Través, vómitos biliosos o hemorrágieos. En un grado mayor, el individuo tiene cólicos, evacuaciones alvinas, diarrea; al mismo tiempo, su cuerpo se cubre de sudores frfos. Si se examina en este momento, se comprueba que la respiración está muy acelerada; el pulso es irregular, rápido y débil.

el individuo continúa su ascensión, el mal aumenta; aparecen vértigos, dea anecimientos, zumbidos de oído, un violento dolor de cabeza. El sujeto cae en una indiferencia más o menos completa, una apatía ab­soluta; pide que lo dejen tranquilo, es incapaz de marchar, su voluntad está completamente aniquilada; no puede resistir el deseo de dormir. En

través, todo movimiento se hace imposible; se produce un anona­damiento profundo que conduce a la muerte''.— (Roger.—Introduction á l'étude de la Médecine, págs. 43 y 44).

Vértigo.—Sensación subjetiva de instabilidad en el espacio, con re­lación a los objetos ambientes".— (Roger, Loe. cit. pág. 779).

''Vértigo epiléptico.—El enfermo, pierde súbitamente el conocimiento y cae o amenaza sólo caer; se producen algunas convulsiones desde luego muy ligeras, muy cortas, y que pasan a menudo desapercibidas: una des­viación de la cabeza o de lo ai plegamiento 'le los labios, y eso es todo'.—(Charcot y Bouchard—Traite de Médecine, Vol. VI, pág. 1.308 Xota de L. E.

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pero el Bolívar que yo comprendo en el caso-Bolívar, ya es el hombre de Trujillo, de Boyacá o de Casacoima: su na­turaleza mental era la de un delirante sin ser la de un ena­jenado; sus delirios corresponden acaso a una forma psi­quiátrica del delirio sin que sepamos gran cosa de tales accidentes en el Libertador. Y eso es lo que usted no ha querido comprender o declarar cuando hace la critica de mis ideas: esa verdad muy relativa de las afirmaciones retrospectivas. No muy tarde tendré la ocasión de estu­diar en usted el concepto en que tiene usted a las conquis­tas médicas, pues es de allí de donde le viene ese carácter de absolutismo que quiere dar a sus afirmaciones hechas en el terreno de la patología: es muy suya aquella frase: la última palabra de la Ciencia, y aquella otra: el estado actual de la Ciencia... Todo eso podría indicar que su pensamiento es mediocre tal vez, pues usted se conforma­ría con el estado actual de la Ciencia y con la última pa­labra de la Ciencia: esa es la psicología de los portavo­ces. .. Me califica usted de contradictorio por aquello de los delirios y que usted critica hasta confundirme. El con­tradictorio es usted cuando dice: Debemos tener presente que el juramento en el Monte Sacro—punto de partida de toda la argumentación de Carbonell—no es un hecho in­discutiblemente demostrado por la crítica histórica. Sin embargo, debemos aceptarlo como verídico, porque fué Bolívar mismo quien lo refirió después de su triunfo. .. En que quedamos: la crítica histórica no lo tiene como in­discutible cuando habla usted de que Carbonell lo toma como punto inicial de toda su argumentación; pero se debe aceptar porque fué Bolívar quien lo refirió. .. Y así, absolutamente así, señor doctor, sabio, académico, me-neur, intrigante, escaso de valor moral para sostener la inmortalidad que tarde o temprano caerá sobre las céle­bres narices de usted: así, absolutamente así, es toda la argumentación histórico-científica del Secretario a per­petuidad.

Sé que usted no hará pública esta carta; pero podría suceder que para exhibirse lastimado por un discípulo y para intentar un cambio en la opinión pública de la cual vive usted, quiera usted comentarla y dar a conocer algu­nos párrafos: le advierto que será peor, pues guardo una copia que daría a la imprenta sin quitar una coma. Lo justo sería que usted la publicase completa.

Mande a su antiguo y sincero discípulo que mucho lo apreciara, DIEGO CARBONELL.

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Inmediatamente que recibí la carta anterior, escribí a mi amigo el señor don Laureano Vallenilla Lanz, Di­rector de El Nuevo Diario, la siguiente esquela:

Caracas. 26 de marzo de 1916.

Señ\>r Director de "El Suevo Diario".

Presente.

Mi estimado amigo: Acompaño a usted—en calidad de devolución—los originales de la carta del doctor Diego Carbonell que acabo de recibir, y le suplico que tenga la bondad de insertarla en las columnas de su ilustrado diario.

El doctor Carbonell atribuye a manejos políticos, completamente extraños a mi carácter, lo que no ha sido sino el cumplimiento de un deber patriótico: defender la obra del Libertador; y el ejercicio de un derecho: la liber­tad de pensar. He combatido las opiniones del doctor Car­bonell sobre el diagnóstico retrospectivo de la mentalidad do Bolívar, porque creo que Simón Bolívar no fué epi­léptico. En mi réplica no he abandonado ni un sólo instan­te el estricto terreno de la ciencia y m e he conservado siempre dentro de la más exquisita cultura. A mi argu­mentación circunspecta, el doctor Carbonell sólo ha po­dido contestar con esa carta, cuyo contenido y tono m e abstengo en absoluto de calificar.

Anticipo a usted mis más expresivas gracias.

Su amigo afectísimo, L. RAZETTI.

La carta del doctor Carbonell fué publicada en El Nuevo Diario del 3 de abril de 1016.

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