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ISSN 1657-429X • ENERO/ABRIL/2015 • UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Lecciones de dos maestros N. 70 M A R Í A T E R E S A U R I B E C A R L O S G A V I R I A D Í A Z Ilustraciones: Juan Andrés Álvarez

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Debates 70 Web Completa

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  • ISSN 1657-429X ENERO/ABRIL/2015 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

    Lecciones de dos maestros

    N. 70

    MAR

    A TE

    RESA URIBE

    CARLOS GAVIRIA

    DA

    Z

    Ilustraciones: Juan Andrs lvarez

  • Maestros a dos voces

    La profesora Mara Teresa ha sido y es un ejemplo para los cientficos sociales

    Las ciencias sociales: un proyecto de vida. Por Mara Teresa Uribe de Hincapi

    Nos ense usted a leer el mundo social nuestro. Por Alberto Uribe Correa

    El vaivn permanente entre pasado y presente en la obra de Mara Teresa Uribe. Por Daniel Pcaut

    La dicha del regreso. Por Clara Ins Aramburo Siegert

    Una invitacin a la ciencia poltica. Por Mara Teresa Uribe de H.

    Cuando el sentido de la vida ha estado centrado en el amor, el resto fluye. Por Ana Cristina Gaviria Gmez

    Para Carlos Gaviria. Por Clemencia Hoyos

    Defendi siempre la vida y la inteligencia, el pensamiento razonado, la discu-sin sin violencia y con argumentos. Por Hctor Abad Faciolince

    Nada comparara yo en mis cabales al placer de un amigo. Por Rodolfo Arango

    Carlos Gaviria encarna el smbolo de una nueva forma de concebir la poltica y la lucha democrtica. Por William Restrepo Riaza

    La filosofa liberal del magistrado Carlos Gaviria. Por Ivn Daro Arango

    Improntas de transparencia y libertad. Por Eduardo Domnguez Gmez

    Su irrevocable postura intelectual de laico. Por Mario Yepes Londoo

    Yo no soy un poltico

    Reflexiones del maestro Carlos Gaviria Daz en torno a la Universidad

    Si hoy la sociedad colombiana es un poco ms abierta y tolerante, se lo debe en buena medida a las acciones y al testimonio de Carlos Gaviria Daz. Por Hora-cio Arango Arango, S. J.

    Tiempo. Por William Fredy Prez Toro

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    ISSN 1657-429X N. 70 ENERO/ABRIL/2015 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

    Departamento de Informacin y Prensa Secretara General Ciudad Universitaria, Bloque 16 oficina 336. Medelln. Telfonos 2195023 y 2195026. E-mail: [email protected] http://almamater.udea.edu.co/debates

    Respuesta al anhelo de estudiantes y profesores de disponer de una publicacin que sea canal de ex-presin de las disposiciones y pun-tos de vista de los universitarios.

    Mauricio Alviar Ramrez, Rector Roberth Uribe lvarez, Secretario General

    Director: Heiner Castaeda Bustamante Edicin y correcin de textos: Luis Javier Londoo Balbn Ilustraciones: Juan Andrs lvarez Castao Diseo: Carolina Ochoa Tenorio Impresin y terminacin: Imprenta Universidad de Antioquia

    El contenido de los artculos que se publican en DEBATES es responsabilidad exclusiva de sus autores y el alcance de sus afirmaciones slo a ellos compromete.

    MAR

    A TE

    RESA URIBE

    CARLOS GAVIRIA

    DA

    Z

  • 2Maestrosa dos voces

    Es frecuente que por las pginas de Debates circulen cada cuatro me-ses mltiples autores con temas y puntos de vista diversos. No obs-tante, para esta, la edicin nme-ro 70, por primera vez la revista

    rompe esa tradicin para rendirle homena-je a dos de los ms ilustres integrantes que ha tenido nuestra comunidad universitaria: Mara Teresa Uribe de Hincapi y Carlos Gaviria Daz.

    Ante la talla y el reconocimiento de los dos profesores que honraron con su presencia las aulas de la Alma Mter, no sera necesario justificar el por qu la revista est dedicada exclusivamente a mostrar algunos trazos de su pensamiento, pero el Ttulo Honoris Cau-sa de Doctora en Ciencias Sociales otorgado el pasado 26 de marzo por la Universidad de Antioquia a la maestra Uribe de Hincapi, y la muerte, cinco das despus, del profesor Gaviria Daz, son una excusa ineludible para

    ponerlos a conversar en las siguientes pgi-nas, a partir de sus textos y pensamientos y desde quienes los describen como un faro infaltable en la institucin universitaria.

    Se funden en este especial los estudios so-ciales; la incansable bsqueda de otras ma-neras de ver el mundo de la ciencia poltica; la reflexin continua acerca de los derechos humanos; la filosofa de las libertades indivi-duales; la tolerancia y el respeto por las ideas de los dems; el compromiso con la ense-anza; el debate de las ideas y una suma sucesiva de tpicos que desde cada orilla representa el pensamiento de dos espritus libres que nos honran como universitarios.

    Las ideas aqu resumidas son solo una in-vitacin a retomar las reflexiones que nos han dejado los dos maestros en sus ctedras y textos, a volver sobre sus enseanzas y a no olvidar que, gracias a sus posturas inte-lectuales, en la Universidad florece la uni-versalidad y pluralidad del pensamiento.

  • 3Entre otras cosas, esta sera una bella definicin para la investigacin, investigar es intentar ver en la oscuridad, poner los ojos en asuntos desconocidos o vistos desde otra perspectiva, descubrir lo que estaba oculto, aquello que pareca irrelevante y nombrar el mundo con palabras nuevas para lograr que otros las conozcan y acten en consecuencia, es decir, sin investiga-cin, los estudiosos de los temas de la poltica solo habran hecho la mitad del viaje del conocimiento.

  • 4El Consejo Acadmica y el Consejo Supe-rior Universitario acogieron la propuesta de la Facultad de Ciencias Sociales y Hu-manas, del Instituto de Estudios Polticos y del Instituto de Estudios Regionales, INER, para otorgar a la profesora Mara

    Teresa Uribe de Hincapi el Ttulo Honoris Causa de Doctora en Ciencias Sociales, tras considerar que en-tre los acadmicos existe consenso sobre el hecho de que la propuesta analtica de la reconocida sociloga es radicalmente crtica y heterodoxa, que se ubica en una frontera interdisciplinar entre la historia, la socio-loga, la filosofa, la antropologa, la teora y la filosofa polticas, y que esta opcin analtica le ha permitido concebir y proponer una aproximacin politolgica propia del proceso colombiano desde los ltimos aos del siglo XVIII a la poca contempornea.

    Su trabajo dice la resolucin superior 1967 del 28 de octubre de 2014 se reconoce por la construc-cin de categoras analticas originales con evidentes desarrollos en el estudio de los fenmenos polticos y sociales en Colombia, lo cual da cuenta de la versati-lidad terica y metodolgica de la investigadora, y de su extraordinaria agudeza intelectual. La profesora ha hecho una enorme contribucin a las ciencias sociales al interrogar sus tradicionales formas de interpretacin del Estado, la violencia, la guerra y el territorio.

    La profesora Mara Teresa seala la resolucin mediante la cual se le concedi el Ttulo Honoris Cau-sa ha sido y es un ejemplo para los cientficos sociales al conjugar un extraordinario desempeo acadmico, con sus compromisos ticos y polticos fundados en la preocupacin constante por la suerte de unos pueblos, unas regiones y una nacin con profundas rupturas, intensos olvidos y enormes desigualdades.

    Y concluye que la ctedra y las enseanzas de la profesora han permitido la formacin de una escue-la cuyos problemas de investigacin y maneras de aproximacin al conocimiento hoy practican y difun-den sus alumnos y colegas, una escuela que enaltece el nombre de la Universidad de Antioquia.

    Lo que a mi parecer distingue la obra de Mara Teresa Uribe es que est centrada en los procesos de composicin, recomposicin, descomposicin de la sociedad misma, mucho ms que sobre el llamado sistema poltico. En este aspecto, ella es quien mejor sac la conclusin segn la cual el caso colombiano no refleja un modelo estado-centrista. Las dinmi-cas societales se le escapan, la mayora de las veces, a la autoridad del Estado. La temporalidad, que para ella cuenta, no es la de los gobiernos sucesivos sino la vinculada con los varios actores que interactan en la sociedad, dijo el colombianista Daniel Pcaut en el sentido homenaje que se le tribut a la maestra Uribe de Hincapi el 26 de marzo de 2015 en el teatro Ca-milo Torres Restrepo, cuando los amigos, la familia, los colegas acadmicos e investigadores, los estudiantes y en especial sus alumnos, coincidieron en la entrega del Ttulo Honoris Causa de Doctora en Ciencias Sociales que la Universidad de Antioquia le otorg a la maestra.

    Este acto, si bien honra una historia personal, so-bre todo celebra advenimiento. Porque lo que usted ha construido con su ejemplo intelectual converti-do en obra escrita y con su dedicacin al magisterio hecha vida en sus alumnos, no es solo huella, sino tambin horizonte para la interpretacin de la vida cotidiana y de las tramas sociales y polticas, dijo el rector Alberto Uribe Correa.

    En este momento de mi vida espero que los estudiantes que pasaron por mis aulas, los que me

    Especial Debates

    La profesora Mara Teresa ha sido y es un ejemplo para los cientficos sociales

  • 5escucharon en conferencias o leyeron mis textos hubiesen encontrado claves para seguir buscando alicientes para continuar este camino incierto de la investigacin poltica y las ciencias sociales y huma-nas. Quiero tambin que la Universidad de Antio-quia siga siendo pblica, crtica, deliberante; que mantenga en alto el estandarte de la excelencia aca-dmica y de la participacin en los despliegues de la democracia y la ciudadana, expres la maestra al recibir el Ttulo Honoris Causa.

    Aunque no estuvieron presentes, en la ceremonia se escucharon algunas voces de colegas y amigos, quie-nes celebraron el tributo que en buena hora la Alma Mter le rindi a la connotada maestra. Manifestacio-nes que recoge en este especial la revista DEBATES:

    Referente que trasciende los tiempos generacionales Te habla Mara Cristina Palacios

    Otra vez el tiempo nos rene. Con trayectorias propias pero con pasados compartidos, llega a mis ojos tu imagen, provocada desde la invitacin de la Universidad de Antioquia para otorgarte un mereci-do honoris causa en ciencias sociales.

    Esta imagen me devolvi unos aos atrs S, qui-zs, muchos; despus de encontrarnos en las aulas de la Universidad Pontificia Bolivariana, con el asombro de escuchar las palabras de un mundo atravesado por las rupturas necesarias, segn algunas voces transgresoras, y por el miedo y el sealamiento de otras ante el de-sastre que provoca el derrumbe del orden establecido.

    Seguramente recuerdes Caminamos tmida-mente; paramos el ritmo y la rutina en la Facultad de Sociologa de una universidad pontificia.

    Tenamos el reto de una valenta que genera la transgresin. Comenzamos cantando en unas esca-leras a desalambrar, a desalambrar; salimos por la avenida La Playa; caminamos por la Primero de mayo; atravesamos Junn, con pancartas alusivas a una universidad privada que se emberrac.

    Llega a mi memoria mayo del 68: las asambleas en la Universidad de Antioquia y las movilizaciones por las calles de Medelln, con la fuerza necesaria para alimentar la esperanza de encontrar alternativas a una sociedad excluyente, desigual y discriminato-ria, una fuerza que nos ha acompaado en nuestros propios caminos.

    Vivimos y compartimos un tiempo donde los dis-cursos nos ponan en la contradiccin dialctica en-tre la burguesa y el proletariado, seguramente con las ambigedades de ser consecuentes con la prcti-ca y la conciencia social que reclamaba la lucha que descubramos en nuestras lecturas sociolgicas, res-pecto a nuestros anclajes familiares y sociales.

    Despus de dejar las aulas de formacin transita-mos otros tiempos y lugares; hemos vivido en este pas las complejas realidades violentas de finales del siglo pasado, las mutaciones del presente, pero con la esperanza de otros rumbos.

    Hiciste posible desentraar su ordenamiento. La coherencia de una racionalidad que para algunas personas se constituy y an es argumento suficien-te para justificar la venganza y la retaliacin, con el disfraz de una democracia que pretende sostener un orden y una paz sin impunidad un costo muy alto, para un sentido de dignidad humana que la esperamos y la merecemos, y se interroga por la di-versidad y la diferencia en contextos pblicos y pri-vados de convivencia ciudadana.

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

    Tu compromiso y responsabilidad por leer y comprender este pas te pusieron en el lugar de la voz que anuncia, descu-bre y denuncia la configuracin histrica de los entramados en las alianzas y lealtades polticas; la estructuracin de las iden-tidades regionales, con el soporte de unos juegos de poder y resistencia; y la circulacin de discursos hegemnicos y contra-hegemnicos que sopesan la fuerza legal, moral y tica del Estado, los partidos polticos y los movimientos sociales.

  • 6Tu compromiso y responsabilidad por leer y com-prender este pas te pusieron en el lugar de la voz que anuncia, descubre y denuncia la configuracin histrica de los entramados en las alianzas y lealtades polticas; la estructuracin de las identidades regio-nales, con el soporte de unos juegos de poder y re-sistencia; y la circulacin de discursos hegemnicos y contrahegemnicos que sopesan la fuerza legal, moral y tica del Estado, los partidos polticos y los movimientos sociales.

    Asuntos regionales y nacionales, puestos en los contextos histricos y globales, te han permitido transitar por las honduras de la vida social y poltica. Ms all de la mirada local, parroquial y, quizs, de la aoranza vecinal, pones la clave en las figuraciones y configuraciones de las dinmicas sociales, polticas y culturales, de los movimientos societales, del Estado y del lugar de la ciudadana.

    Las tensiones en la estructuracin del Estado mo-derno; las confrontaciones partidistas en la demarca-cin del Estado-nacin; la construccin identitaria de los territorios; la expansin de las lgicas en las rela-ciones y prcticas violentas para la instalacin de un orden poltico hegemnico; el desenclave institucio-nal que produjo el desplazamiento forzado, como dis-positivos de poder en el orden de las violencias, son algunas huellas de tu pensamiento, tu voz y tu pluma.

    Y aqu nos vuelve a reunir la vida, la historia com-partida y la esperanza en un futuro.

    Hctor Abad Faciolince nos habla sobre el olvi-do que seremos; yo, desde el lugar que ocupas en mi trayectoria personal, profesional y acadmica, te nombro como referente que trasciende los tiempos generacionales.

    Un abrazo inmenso para ti.

    Mara Cristina PalaciosSociloga

    Los honrados somos nosotrosQuerida Mara Teresa:

    Este es un honoris causa en el que los honrados somos nosotros, por tener la oportunidad de com-partir este momento solemne de reconocimiento a toda una trayectoria profesional, humana y poltica.

    En lo que me concierne, honrado me siento yo por hacer parte del gremio de historiadores que ha enaltecido con su pluma y su magisterio Mara Teresa.

    Honrado me proclamo hoy por el privilegio de ha-ber tenido a Mara Teresa como integrante del equi-po fundacional de Memoria Histrica, hoy Centro Nacional de Memoria Histrica.

    Mara Teresa dej una huella que sigue presente en nuestro trabajo. Cariosamente la llambamos dentro del grupo Primera dama de las ciencias sociales.

    Honrado me siento tambin por ser beneficiario, y con muchos otros en este pas, heredero del legado y del reto que nos ha puesto Mara Teresa al combinar siempre creativamente la trama tica y poltica entre academia, derechos humanos y funcin pblica.

    Este ttulo es ciertamente un reconocimiento, pero es, ante todo, un abono a la enorme deuda que todos los integrantes del amplio y diverso campo de la memoria histrica tenemos con Mara Teresa.

    Vaya un afectuoso y emocionado abrazo.

    Gonzalo Snchez GmezDirector general del Centro Nacional

    de Memoria Histrica

    Las palabras de la guerraQuiero hacerme presente en el Doctorado Hono-

    ris Causa de la Universidad de Antioquia a Mara Te-

    Especial Debates

    Este ttulo es ciertamente un reconoci-miento, pero es, ante todo, un abono a la enorme deuda que todos los integrantes del amplio y di-verso campo de la memoria his-trica tenemos con Mara Teresa

  • 7resa Uribe de Hincapi; y quiero hacerlo en primer lugar por la amistad, esa amistad que, aun cuando se ha visto interrumpida en trminos presenciales por las enfermedades de Mara Teresa, sin embargo, ha continuado en mi reconocimiento a la osada y la honestidad de su trabajo.

    Con osada quiero nombrar la valenta de Mara Teresa Uribe de Hincapi en nombrar las guerras de este pas con un libro que expresamente se llama Las palabras de la guerra.

    Este pas ha construido una idea, una ideologa y una mitologa de la violencia, y yo he sentido siem-pre ahora que ya he cumplido mis 50 aos de co-lombiano, que la palabra violencia es tan ancha, es tan genrica de alguna manera, es tan ambigua; mientras que la guerra nombra lo que ha estado vi-viendo Colombia desde el siglo XIX y que haba sido estudiado, ya, por Mara Teresa Uribe de Hincapi.

    Entonces, yo celebro la valenta con la que ella ha sabido escribir ese libro, ponindole por ttulo Las palabras de la guerra, porque las palabras signifi-ca que la guerra no es un puro hecho de armas, ni siquiera puro hecho poltico; es un hecho de entre-cruce de discursos, de culturas, de visiones del mun-do Y la pregunta que nos hace, desde ese libro, Mara Teresa Uribe de Hincapi es: si no vamos a ser capaces ahora, que parece que estamos a un paso por ms grande, complejo y difcil que sea el paso de ir las Farc a la paz, pero desde que estamos ah, vamos a tener que saber y llamar a la guerra con su nombre y asumir esa densidad de lo que la guerra no es, nicamente guerra.

    En segundo lugar, la honestidad. La honestidad con la que ha sido capaz esta mujer, desde hace muchos aos, de dirigirse a las izquierdas y de mos-trarles la cantidad de lejanas que han abastado, im-portando unas categoras que aunque no vinieran de Estados Unidos venan de Francia o venan de Inglaterra, y de alguna manera sustituyeron a la pro-pia capacidad de pensar el pas.

    No estoy reclamando ningn encerramiento, nin-

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

    ... la guerra no es un puro hecho de armas, ni siquiera puro hecho poltico; es un hecho de entrecruce de discursos, de culturas, de visiones del mundo

    gn nacionalismo y menos ningn provincianismo. Lo que estoy pensando es esa lucidez con la que ella nos alert, desde sus primeros tiempos, de las ciuda-danas mestizas de este pas.

    Para entender lo denso de la poltica o para en-tender lo denso de la guerra, hay que pensar a las culturas polticas. No se pueden pensar solas.

    Mara Teresa, cmo me alegro de que la Univer-sidad de Antioquia a la que yo le debo tambin un Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales, cmo me alegro de que el Alma Mter de esa re-gin, que no es solo un departamento es cultura antioquea, te d el reconocimiento que mereces desde hace tantos aos.

    Felicitaciones, de parte de tu amigo Jess Martn Barbero.

    Jess Martn BarberoDoctor en filosofa, experto en cultura

    y medios de comunicacin

    Reconocimiento merecidoEste es un mensaje de salutacin para la profesora

    Mara Teresa Uribe, para mostrarle mi reconocimien-to profesional por su larga trayectoria acadmica y mi afecto personal por todos los momentos que pu-dimos compartir durante sus estancias en Espaa, a veces en situaciones ms felices que en otras.

    De aquel congreso que organic en Valencia, sali un volumen colectivo en el cual la participacin de la profesora fue tan significativa.

    Y tan solo desearle que disfrute de este da, de este reconocimiento tan merecido, junto a los colegas y a su familia.

    Un fuerte abrazo desde Espaa.

    Francisco Colom GonzlezProfesor de investigacin del Consejo Superior de

    Investigaciones Cientficas, CSIC,Centro de Ciencias Humanas y Sociales de Espaa.

  • 8Las ciencias sociales: un proyecto de vida E

    l destino de las personas no est marcado, se va tejiendo con materiales muy diversos, recuerdos, miedos, viven-cias, esperanzas, desengaos, emociones de diverso signo;

    afectos e identificaciones: todos ellos van marcando sentidos en la ruta de la vida, no siempre lineales ni unvocos, casi nun-ca conscientes y no todos con la misma intensidad y significacin; solo al final, en los tiempos largos de la soledad, es posible saber cules de ellos marcaron tu devenir y porqu escogiste unos caminos en lugar de otros en el amplio espectro de la vida de una mujer de mi generacin.

    Hoy pienso que la relacin con mi padre est en la raz de mis preferencias intelec-tuales, de mis bsquedas incesantes, de mi vocacin como maestra e investigadora; as como de la necesidad acuciante por desentraar las razones y sin razones de la violencia y el terror; de las falencias de la democracia, de las desigualdades y las ex-clusiones. Cuando llegu a la Universidad de Antioquia como profesora de sociologa en el ao de 1973, supe que ste era mi lugar; que solo la universidad pblica me permitira encontrar el sentido de mi vida y el de la sociedad que me toc vivir.

    Las ciencias sociales son risomticas, es decir, sus vectores analticos y sus aportes sustanciales no se circunscriben a los es-pacios que tradicionalmente les han sido asignados, si no que con frecuencia sus filamentos se entrecruzan, se confunden y son interpeladas por otras ciencias, pe-netran como races en otros campos ana-lticos tanto del mundo de lo social como en aquellas llamadas ciencias duras como las mdicas y las medioambientales. Estas ciencias son como un poliedro, una y va-rias segn se ponga la mirada. Por esta ra-zn, hoy quiero hacer una historia sucinta de las ciencias sociales en Colombia, que estn fuertemente imbricadas con la histo-ria del pas y como un reflejo a trasluz con mi propia vida.

    Especial Debates

    Intervencin de la profesora Mara Teresa Uribe de Hincapi al recibir el ttulo Honoris Causa de Doctora en Ciencias Sociales

  • 9Cuando llegu a la Universidad de Antio-quia como profesora de sociologa en el ao de 1973, supe que ste era mi lugar; que solo la universidad pblica me permitira encon-trar el sentido de mi vida y el de la socie-dad que me toc vivir.

    Esta historia, corta y difcil, est asociada con las diferentes coyun-turas que ha vivido el pas en el siglo XX, que vinieron de la mano de las profundas transformaciones sociales ocurridas en el pas durante las dcadas de 1920 a 1940 con el surgimiento de las primeras industrias, la expansin de la economa cafetera, el crecimiento de los centros ur-banos, el despliegue de redes viales de comunicacin y el advenimiento de un gobierno reformista empeado en modernizar el pas y en cumplir una funcin intervencionista en las esferas de la sociedad y de la eco-noma. Estas transformaciones posibilitaron que se hiciesen visibles las masas en el espacio pblico con nuevos actores sociales: obreros, ind-genas, empresarios, industriales y campesinos sin tierra y que se desple-garan nuevas formas de organizacin social como los sindicatos, las ligas campesinas y los gremios de la produccin; nuevos partidos socialistas y comunistas; otras estrategias de accin colectiva como las huelgas, las ocupaciones de tierra y los movimientos indgenas y estudiantiles. La presencia de las masas en la poltica tuvo como correlato que la cuestin social, nombre con el que empez a designarse ese cmulo de asuntos relativamente novedoso, empezara a verse como un problema al cual debera dedicrsele la mayor atencin por parte de los gobiernos, pero tambin de grupos de intelectuales y acadmicos que asumieron como un reto el esclarecimiento de estos nuevos fenmenos sociales.

    La cuestin social tena la virtud de darle un nombre comn a si-tuaciones novedosas y la de encerrar en una sola frase un cmulo de asuntos muy diversos; el resultado fue el de situar en la agenda pblica la preocupacin por lo social y el de generar la necesidad de conocer estos fenmenos y de estudiarlos de manera cientfica y sistemtica. En este contexto tiene ocurrencia la creacin de la Escuela Normal Superior (1934) cuyo propsito fue el de formar profesionales y docentes y ade-ms construir un sistema de informacin y conocimientos que sirviese de apoyo a la toma de decisiones y al despliegue de proyectos orientados a la solucin de los problemas sociales.

    La Escuela Normal Superior y ms tarde el Instituto Etnolgico Nacio-nal contaron con un selecto grupo de profesores y cientficos, muchos de ellos provenientes del exterior y llegados al pas por las vas del exilio poltico, formados en universidades europeas y portadores de los nuevos desarrollos disciplinares y de los grandes debates sociales y culturales que se venan dando en sus pases de procedencia; fue el caso de Paul Rivet, proveniente del Pars ocupado por los nazis, y de Jos Recasens, anarquista cataln derrotado en la guerra civil de su pas.

    La cuestin social, referente cultural de una poca y tema central del quehacer poltico y acadmico, haba logrado situarse en el centro de la vida pblica nacional; en su nombre se haban diseado las estrategias polticas de la revolucin en marcha con su cauda de reformas institucio-nales y legales; se haba impregnado el trabajo de los intelectuales y pen-sadores nacionales; se haban diseado nue vas instituciones educativas y por esa puerta llegaron las ciencias sociales para quedarse; no obstante, ste florecimiento inicial tuvo un significativo declive durante los gobier-nos conservadores y la poca de la violencia, pues dada la confrontacin en los campos se hizo ms difcil realizar los trabajos de campo y a su

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

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    No fue hasta fina-les de la dcada del los aos 50 cuando hubo un nuevo despertar de las ciencias sociales en Colombia; el pacto frentenacionalista ten-dra una vigencia de 16 aos, perodo en el cual suponan sus ges-tores que se curaran las heridas dejadas por la violencia, y sobre el olvido de las vctimas y el perdn a los victi-marios se construy un nuevo escenario don-de la modernizacin y el desarrollo estuvie-ron al orden del da.

    vez las nuevas ciencias sociales se volvieron sospechosas, muchos de los acadmicos fueron sealados de comunistas y gaitanistas, algunos aban-donaron el pas, otros se silenciaron y las instituciones educativas que haban construido los nichos privilegiados para la reflexin y la ensean-za de las ciencias sociales, languidecieron hasta desaparecer, asfixiadas por los problemas financieros que las llevaron a un declive definitivo.

    No fue hasta finales de la dcada del los aos 50 cuando hubo un nuevo despertar de las ciencias sociales en Colombia; el pacto frentena-cionalista tendra una vigencia de 16 aos, perodo en el cual suponan sus gestores que se curaran las heridas dejadas por la violencia, y sobre el olvido de las vctimas y el perdn a los victimarios se construy un nuevo escenario donde la modernizacin y el desarrollo estuvieron al orden del da. Aunque la barbarie de la violencia vivida en los aos anteriores dejaba muchos interrogantes que invocaban respuestas de las ciencias sociales, se consideraba de muy mal recibo mencionar en pblico estos asuntos del pasado que se queran dejar atrs y se convocaba el futuro signado por la necesidad del cambio y de la modernizacin econmica y social, cambios y modernizaciones sin poltica, marcados por un signo tecnocrtico e instrumental.

    En este contexto, las ciencias sociales volvieron a ser requeridas para contribuir al gran propsito nacional; esto significaba formar profesiona-les para responder a esas demandas gubernamentales y desarrollar inves-tigaciones orientadas hacia la consecucin de la informacin necesaria para planificar el desarrollo. En 1959 se fund el departamento de socio-loga en la Universidad Nacional y un poco despus el de antropologa; luego se crearan facultades similares en las universidades catlicas: la Javeriana en Bogot y la Bolivariana en Medelln, cuyo propsito era el de formar pensadores catlicos que orientasen el cambio social desde las tesis doctrinarias de las encclicas papales; as se fueron fundando por todo el pas facultades de sociologa, antropologa, comunicaciones, eco-noma e historia, muchas de ellas escindidas de las facultades de derecho y filosofa; de esta manera las carreras de las ciencias sociales vivieron un auge inusitado inducido en buena parte por las demandas gubernamen-tales de profesionales en estas disciplinas.

    Estas facultades y escuelas en ciencias sociales y humanas se nutrieron en buena parte con los aportes de los profesores formados en la nor-mal superior y con profesionales venidos al pas en la misma poca; el propsito de esas escuelas era calificar recursos humanos para realizar proyectos de cambio a nivel regional, nacional y local y otorgarles ha-bilidades para el diseo de estrategias de planificacin social. Lo que se pretenda, dice Gonzalo Catao, era comprometer a las disciplinas de lo social en un proceso controlado de modernizacin de la economa, la asistencia social y la administracin pblica; como era de esperarse, el nfasis en la formacin acadmica estuvo puesto en lo instrumental y en las ciencias aplicadas, con un espritu pragmtico signado por la utilidad y la aplicacin inmediata de los resultados obtenidos.

    No obstante, este pacto entre las ciencias sociales y el estado no dur mucho; para mediados de la dcada del 60 el optimismo reinante es-

    Especial Debates

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    taba en pleno declive, ya no se vea tan clara la posibilidad del cambio social, las resistencias polticas de ciertas lites hacan difcil la moderni-zacin del campo, la economa develaba los problemas del desempleo, el aparato pblico en lugar de modernizarse se clienteliz, las ciudades se expandan sin control mediante las invasiones de tierra urbana y poco a poco los trabajadores de las ciencias sociales fueron retirados de las funciones pblicas y las asesoras a los planes y programas de desarrollo pasaron de ser los grandes aliados de la propuesta reformista a situarse en el campo de la oposicin al frente nacional.

    El desencanto de los intelectuales de las ciencias sociales coincidi con el incremento de la crtica estudiantil a los programas que se impar-tan, se debatieron los supuestos tericos de las disciplinas, los enfoques metodolgicos, el positivismo, el funcionalismo y el trabajo emprico y empezaron a mirar hacia las teoras latinoamericanas de la dependencia, el colonialismo interno, el desarrollo desigual de la economa, la margi-nalidad social y sobretodo hacia el pensamiento marxista.

    Las teoras del subdesarrollo con sus variantes giraban en torno a una tesis central que entraba en franca disputa con las teoras desarrollis-tas del perodo anterior; segn este pensamiento, exista en estos pases latinoamericanos una suerte de imposibilidad estructural para salir del atraso a causa de la debilidad en la obtencin de bienes de produccin, a los intercambios desiguales, a la estrechez del mercado interno, fen-menos ocasionados por la dependencia de los pases centrales y desarro-llados. Frente a estos desequilibrios estructurales no habra espacio para el optimismo y slo parecan quedar en la escena pblica estrategias de cambios radicales de tipo revolucionario.

    El ethos del reformismo daba paso al ethos de la revolucin y la teora marxista apareca en el horizonte como la teora cientfica que iluminara el quehacer de las ciencias sociales en el pas. Fueron los tiempos de los movimientos estudiantiles, del surgimiento del frente unido dirigido por el socilogo Camilo Torres que convoc grupos importantes de las uni-versidades colombianas, de la aparicin de las organizaciones armadas Farc, ELN y EPL y de un clima de confrontacin y conflicto muy agudo que sirvi para poner en guardia a los gobiernos que a su vez empezaron a desconfiar de las ciencias sociales, a verlas como peligrosas, subversivas y a excluirlas de sus planes de gobierno con el consecuente cierre de al-gunas carreras en el pas; para principios de los aos 70 la ruptura entre Estado y ciencias sociales estaba prcticamente definida; sin embrago, es importante sealar que durante el perodo de predominio de lo que aqu hemos llamado el etos de la revolucin no todo fue dogmatismo, disputas internas y utopas como algunos afirman, pues se vivi un clima cultural e intelectual de mucha significacin que moderniz las visiones y formas de vida tradicionales abrindole horizontes nuevos a las ciencias sociales en el pas.

    Los aos 80 llegaron con otros aires y se vivi un lento despertar de la investigacin social en el pas; varios factores podran explicarlo: la adopcin de polticas pblicas en el campo de la educacin superior que situaba la investigacin como una funcin central de estas instituciones ponindola en el mismo nivel de la docencia y la extensin (decreto 80

    Quiero tambin que la Universi-dad de Antioquia siga siendo pblica, crti-ca y deliberante; que mantenga en alto el estandarte de la exce-lencia acadmica y de la participacin en los despliegues de la de-mocracia y la ciudadana.

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

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    de 1980); un mayor fortalecimiento de Colciencias, entidad destinada a financiar y a orientar la investigacin en el pas y, por supuesto, una mayor madurez en la formacin de los profesionales de las ciencias sociales despus de casi tres dcadas de desarrollo acadmico formal. Durante este perodo se renovaron los textos de lectura obligada en las carreras de ciencias sociales, abrindole la puerta a corrientes tan importantes como el estructuralismo; se incursion en campos nuevos como la ciencia poltica, la semitica, la hermenutica y la lingstica; se renov la mirada sobre la historia desde la escuela de los anales y de la sociologa con las escuelas de Frankfurt y Viena, se incor-por el psicoanlisis a las reflexiones de la psicologa y todo ese acerbo de tradiciones intelectuales empezara a reflejarse en el quehacer de los investigadores sociales unos aos ms tarde.

    Los aos noventa y los albores del nuevo siglo trajeron un florecimiento de las cien-cias sociales y humanas; adems de las nuevas disciplinas otros objetos convocaron su inters como los estudios de gnero, la historia de las mentalidades, los temas regio-nales, locales y del territorio, y sobretodo los trabajos sobre la violencia y el conflicto, objetos complejos y difciles de desentraar desde perspectivas unidisci plinares; de all que la multidisciplinariedad se hiciese patente; adems se incorporaron nuevas meto-dologas cualitativas que resaltaban las subjetividades.

    A este giro en el devenir de las ciencias sociales y humanas corresponde la creacin de institutos de investigacin y de maestras como fue el caso de estudios polticos y es-tudios regionales en la Universidad de Antioquia y ms tarde los doctorados en ciencias sociales y humanas creados en las principales universidades del pas; Universidad del Valle, Universidad de Antioquia y Universidad Nacional seguidas de la fundacin de instituciones similares en universidades como Eafit y la Javeriana.

    Hoy la coyuntura nacional como antes, como siempre, vuelve a convocar el aporte de las ciencias sociales al proceso de paz y el devenir del posconflicto, acontecimientos inditos y que muy pocos pases han vivido, constituyen no slo un laboratorio privile-giado para estas disciplinas sino que convocan a una participacin activa que coadyuve al buen suceso de tan difciles eventos; es una responsabilidad pblica que ni la univer-sidad ni sus estamentos pueden rehuir, porque los enemigos de la paz atrincherados en una justicia ortodoxa, conspiran contra este propsito largamente acariciado.

    Para finalizar quiero agradecer desde lo ms profundo del corazn a la carrera de sociologa y a los institutos de Estudios Polticos y Estudios Regionales que conspiraron para que este doctorado fuese posible; al consejo de Facultad de Ciencias Sociales, al Consejo Acadmico y al seor rector Alberto Uribe que la avalaron sin reservas y finalmente al Consejo Superior que la aprob; agradezco tambin a mi familia que me apoy en mi andadura acadmica, a mis estudiantes y compaeros profesores de todas las pocas y a los amigos todos que vinieron a acompaarme en esta tarde.

    En este momento de mi vida espero que los estudiantes que pasaron por mis aulas, los que me escucharon en las conferencias o leyeron mis textos hubiesen encontrado claves para seguir buscando alicientes para continuar este camino incierto de la inves-tigacin poltica y las ciencias sociales y humanas. Quiero tambin que la Universidad de Antioquia siga siendo pblica, crtica y deliberante; que mantenga en alto el estan-darte de la excelencia acadmica y de la participacin en los despliegues de la demo-cracia y la ciudadana.

    Gracias.

    Especial Debates

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    Nos ense usted a leer el mundo social nuestro*

    Por Alberto Uribe Correa

    Profesora Mara Teresa, siento un in-menso regocijo al saludarla y un gran orgullo al servir hoy como mensajero de toda la comunidad del saber que es la Universidad de Antioquia, para entregarle personalmente el testimo-nio de que usted es el modelo de su virtud ms preciada: la sabidura basada en el conocimiento, en la nobleza intelectual y en la bondad personal.

    Este es uno de esos eventos en los que la Uni-versidad se muestra en lo mejor de lo que es y de lo que debe ser y se exalta a s misma al hacerlo con quien mejor la representa. Si la admiracin por la sabidura, la decencia y la bondad es una vir-tud, ms virtuosa se hace la Universidad al honrar a quien las vivifica porque en quien admira esos valores est proyectado su mejor ideal.

    Usted representa el deber ser de nuestra Univer-sidad por su obra escrita, por su legado magisterial y por su ejemplar ciudadana. Si la Universidad pu-diera otorgar ciudadana no debera hacerlo porque usted se la ha otorgado a ella. Permtame decirle que usted es nuestro ideal de ciudadana.

    Y es que este acto, si bien honra una historia per-sonal, sobre todo celebra advenimiento. Porque lo que usted ha construido con su ejemplo intelectual

    convertido en obra escrita y con su dedicacin al magisterio hecha vida en sus alumnos, no es slo huella si no tambin horizonte para la interpreta-cin de la vida cotidiana y de las tramas sociales y polticas.

    La exquisitez conceptual con la que ha resignifi-cado los hechos que para los insensibles son ram-ploneras, nos ha despabilado. Nos ense usted a leer el mundo social nuestro sacudiendo el tapete, destejiendo los relatos para volverlos a tejer de otra manera, como Penlope o como Hannah Arendt. Y lo ms admirable: con la racionalidad propia de una inteligencia cultivada con mtodo y disciplina, con la sencillez de una maestra y con la dulzura y el donaire de una dama.

    Que an como rector de la Universidad pueda reconocerle su vala a nombre de toda esta comu-nidad del saber, ser orgullo para mi memoria que recordar estas palabras plenas de respeto y agrade-cimiento por la compaa intelectual y tica con la que usted nos prodiga.

    Honor a su familia a quien tambin agradecemos que la compartan con nosotros.

    iGracias por hacer de nuestra Alma Mter la ex-presin ms digna del sentido de lo pblico!

    *Texto ledo por el rector Alberto Uribe Correa en la entrega del Ttulo Honoris Causa a la maestra Mara Teresa Uribe de H.

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

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    El vaivn permanente entre pasado y presente en la obra de Mara Teresa Uribe*

    Por Daniel Pcaut

    ()

    Coincido con Je-ss Martn-Bar-bero, quien con-sidera que Mara Teresa Uribe ha hecho uno de los aportes ms importantes a las ciencias sociales colombianas y se lamenta del provincianismo tan fuerte de la vida intelectual en este pas, que ha hecho que slo recientemente se empiece a tomar conciencia, fuera de An-tioquia, de lo que representa la obra de esta sociloga.

    Como se sabe, la obra de Ma-ra Teresa Uribe se refiere tanto al siglo xix como al presente. Las cuestiones que plantea so-bre el pasado no dejan de tener una relacin con las cuestiones que derivan del presente. Este

    vaivn es propio de los mejores historiadores, quienes saben po-ner de relieve los fenmenos de larga duracin que estn detrs de los fenmenos coyunturales. Esta fue la gran leccin de Marc Bloch, a sabiendas de que, de esta manera, el historiador no se puede abstraer de los problemas ticos del presente.

    A lo que hay que aadir que la obra de la profesora Mara Teresa Uribe sobresale tambin por la manera como alcanza a mezclar los anlisis eruditos y detallistas con ambiciosas sn-tesis, al combinar mltiples en-foques disciplinarios: la historia por supuesto, pero tambin la sociologa, la ciencia poltica y la filosofa poltica. Ahora bien, la marca propia de su trabajo de investigacin es que las referen-cias tericas que en l abundan

    Especial Debates

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    no son decorativas ni artefactos salidos de su con-texto: las pone al servicio de su propio trabajo, mejor dicho, de la construccin de su propia teora.

    El hilo conductor que est en el trasfondo de su obra, lo constituye la reflexin sobre la violencia, desde aquella de las guerras civiles del siglo xix hasta la de los fenmenos recientes. Como se sabe, esta reflexin va a la par con sus anlisis sobre la constitu-cin de la nacin y del territorio, sobre su fragmen-tacin, sobre los destiempos que la caracterizan. Todos hemos aprendido de Mara Teresa Uribe la importancia que ha tenido la conformacin de una ciudadana mestiza, y de cmo esta ciudadana se confundi durante tanto tiempo con identidades partidarias locales, as como con las relaciones de poder, legales o ilegales, que ah prevalecen.

    Todos hemos aprendido cmo en todo momento prevaleci una dialctica en funcin de la cual las relaciones de inclusin dentro de los mecanismos de poder, se asociaban con mecanismos de exclusin, los cuales a su turno desembocaban en el surgimien-to de redes de facto de poder social.

    Ahora bien, lo que a mi parecer distingue la obra de Mara Teresa Uribe es que est centrada en los procesos de composicin, recomposicin, descom-posicin de la sociedad misma, mucho ms que sobre el llamado sistema poltico. En este aspecto, ella es quien mejor sac la conclusin segn la cual el caso colombiano no refleja un modelo estado-centrista. Las dinmicas societales se le escapan, la mayora de las veces, a la autoridad del Estado. La temporalidad, que para ella cuenta, no es la de los gobiernos sucesivos sino la vinculada con los varios actores que interactan en la sociedad.

    As fue como consigui destacar la manera en que estas dinmicas societales iban construyendo sus propias formas institucionales y su propio contexto,

    incluso su propia definicin de lo poltico, mientras que tantos anlisis se limitaban a describir estas di-nmicas como si fuesen el producto de los cambios coyunturales del sistema. En consecuencia, le fue posible subrayar lo que pertenece a la larga dura-cin; adems, sin caer nunca en una visin teleol-gica, segn la cual los procesos tenan que desembo-car necesariamente en la conformacin de un Estado considerado como clsico: el que consigue poco a poco el monopolio de la fuerza legtima y que define las reglas del estado de derecho.

    No por casualidad ella pone el nfasis sobre la incertidumbre que, de cierta manera, constituye el modo como Colombia se inserta en la modernidad. No se trata de oponer lo tradicional y lo moderno, lo tradicional se reinventa a medida que progresa la modernidad; la modernidad no existe en abstracto sino sobre el trasfondo de las experiencias pasadas.

    Como he dicho, el tema que recorre el conjunto de su obra es el de las guerras. El libro Las palabras de la guerra, escrito con Liliana Lpez, constituye un hito en los anlisis histricos colombianos.

    El libro, tan bien documentado, es una invitacin a considerar las guerras del siglo xix no slo sobre la base de los actos materiales que conllevan sino sobre la base de los argumentos, de las justifica-ciones, de los imaginarios que formulan los lderes de los bandos opuestos. Los lderes pelean pero lo hacen haciendo simultneamente filosofa poltica. Las palabras constituyen una manera de conformar identidades colectivas, construir territorios, definir la dimensin de lo poltico.

    Como es bien conocido, el jurista Carl Schmitt plantea que el criterio de la poltica es el clivaje amigo-enemigo. Tal criterio es central en la po-ltica blica del siglo xix. Ahora bien, cada una de las mltiples guerras manifiesta estilos diferentes, de

    ...lo que a mi parecer distingue la obra de Mara Teresa Uribe es que est centrada en los procesos de composicin, recomposicin, descomposicin de la sociedad misma, mucho ms que sobre el llamado sis-tema poltico. En este aspecto, ella es quien mejor sac la conclusin segn la cual el caso colom-biano no refleja un modelo estado-centrista.

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

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    tal manera que el clivaje amigo-enemigo cambia cada vez de contenido y no llega siempre a tener un alcance general: las guerras son casi siempre locales, tanto o ms que globales.

    La regionalizacin de las guerras implica que no se inserta siempre en la elaboracin de un Estado nacional. Es ms, contribuyen a que se mantenga la mezcla entre lo pblico y lo privado, las lealta-des personales y las creencias abstractas. Favorecen el surgimiento de vnculos colectivos, pero que no siempre significan el acceso a la nocin moderna de ciudadana, la que comporta derechos universales. Mara Teresa Uribe nos muestra que la precariedad del Estado y precariedad de la ciudadana van juntos.

    Lo sorprendente es que en muchos momentos las dinmicas blicas coexisten con la prevalencia de visiones liberales en lo econmico. Cuando Carl Schmitt afirma que el clivaje amigo-enemigo es el elemento distintivo de lo poltico, lo hace para desdi-bujar las ilusiones liberales. Al contrario, en muchos momentos de la historia colombiana la referencia al clivaje ha ido a la par con esquemas liberales o con el concepto catlico de comunidad, como si esta l-tima existiera como una realidad dada.

    Quiero mencionar el vaivn permanente entre pre-sente y pasado que subyace en la obra de la autora, para contrastar su aporte sobre las guerras del siglo pa-sado con sus anlisis de los conflictos actuales. Ah es-tn su libro sobre Urab, sus mltiples artculos sobre los enfrentamientos entre los grupos armados y sobre la violencia urbana. Muchos de estos trabajos giran alrededor de la temtica de las soberanas en vilo.

    Tal temtica dibuja cierta continuidad con las gue-rras del pasado. Todava son mltiples los actores que reivindican la soberana sobre territorios, sin que el Es-tado est en capacidad de contrarrestar sus acciones.

    Sin embargo, a diferencia de las guerras pasadas, los conflictos del presente no son conflictos con pala-bras y con argumentaciones. Son ms bien conflictos mudos en los cuales los actos de terror sustituyen las palabras. Al menos en los ltimos aos, las fronte-ras territoriales ya no estn predefinidas: cambian permanente a medida que se difunde el terror. El terror, las masacres, se constituyen en instrumentos para marcar los territorios. Ya no se trata de conse-guir lealtades duraderas, tampoco de conformar su-jetos colectivos, sino de obtener obediencias mudas o de obligar a desplazamientos masivos. La misma indiferenciacin entre los diversos grupos armados significa que, en muchos casos, el clivaje amigo-enemigo se desdibuja y da lugar a cooperaciones ocasionales, cuando no a cambios de bando.

    Me parece que en varios de sus trabajos Mara Teresa Uribe apunta a una transformacin radical que se ha dado en la sociedad. Las antiguas guerras tenan lugar dentro de estructuras sociales jerarqui-zadas y muy poco secularizadas. Los conflictos ac-tuales se dan en un contexto en el cual las jerarquas sociales se han vuelto borrosas y la secularizacin una realidad fundamental. En el artculo Las sobera-nas en vilo ella dice que los actores de los conflictos comparten un sustrato cultural similar. La cultura del narcotrfico contribuy a que se constituyera esta cultura similar. Una cultura es el producto de dinmicas sociales cuya dimensin poltica se vuelve siempre ms incierta.

    Pero el ltimo aporte de Mara Teresa Uribe es la forma como consigue combinar la problemtica de la memoria y la problemtica de la historia, sin confun-dir la una con la otra. Muy a menudo en Colombia lo que se llama historia es una memoria mtica y lo que se llama memoria es una historia no menos mtica. Al tomar como punto de partida las guerras del siglo xix,

    A diferencia de las guerras pasadas, los conflictos del presente no son conflictos con palabras y con ar-gumentaciones. Son ms bien conflictos mudos en los cuales los actos de terror sustituyen las palabras. Al menos en los ltimos aos, las fronteras territoriales ya no estn predefinidas: cambian perma-nente a medida que se difunde el terror.

    Especial Debates

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    ella nos obliga a pensar la historia como ciencia social que toma en cuenta tanto los hechos materiales como los imaginarios y las palabras. Esto le hace posible pensar tambin la memoria, tanto de los fenmenos lejanos como de los fenmenos recientes en su espe-cificidad, en el trabajo de su elaboracin.

    Por las razones aqu expuestas, por la solidez de la obra de la profesora Mara Teresa Uribe a lo largo de su vida acadmica, considero que es merecedora del Doctorado Honoris Causa, por haber hecho con-tribuciones sustanciales al desarrollo de las ciencias sociales en Colombia.

    * El texto corresponde al concepto presentado por el profesor Daniel Pcaut al Consejo Acadmico de la Universidad de Antioquia, en comunicacin fechada el 29 de mayo de 2014, como parte del proceso de postulacin de la profesora Mara Teresa Uribe al Doctorado Ho-noris Causa en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. El texto, titulado como aparece por los editores de Debates, fue ledo en la entrega del ttulo.

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

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    La dicha del regreso

    Por Clara Ins Aramburo Siegert*

    N o s si la nos-talgia es una cosa buena o un atavismo inmo-vilizador. Pero algunas veces el tiempo presente da la oportuni-dad para hacer de la aoranza una verdadera dicha. Eso sucedi en el teatro Camilo Torres el 26 de mar-zo, cuando la universidad le otor-g el Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales a Mara Teresa Uribe de Hincapi, oportunidad que tuvimos para aplaudirla en la penumbra, entre el nutrido pbli-co, un aroma de flores y las notas gratas de la Banda Sinfnica.

    El regreso de Mara Teresa a la Universidad trajo tambin de vuelta a sus viejos amigos y segui-dores, que acudamos a refrendar un ttulo ganado tiempo atrs por mrito propio, pero ahora a cele-brarlo en su compaa, la de su familia, sus amigos presentes y sus amigos virtuales convocados por Skype. Secundados por los recto-res entrante y saliente, entre otras directivas que hicieron presencia, era nuestra manera de hacer del homenaje una fiesta con ella, a costa de ella y bastante ajena a ella, pero que as y todo acepta-ba de buen grado. El objetivo era decirle que la queramos, que la admirbamos, que nos haba he-cho falta durante su ausencia, que le agradecamos tanto las invalua-bles lecciones en ciencia social como tambin las impartidas en su papel de maestra de vida. Me atrevo a asegurar que Mara Tere-sa no fue inmune a tan conmo-vedor, alegre y bonito homenaje, ni a ese sentimiento colectivo que ella comprende y valora tanto.

    Dice Albert Camus: Los dioses haban condenado a Ssifo a hacer

    Especial Debates

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    rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaa, donde la piedra volva a caer por su propio peso Veo cmo ese hombre vuelve a bajar con paso lento, pero igual, hacia el tormento cuyo fin no conocer. Esta hora que es como una respiracin y que vuelve tan seguramente como su desgracia: es la hora de la conciencia1. Esta imagen fue elegida por Mara Teresa para ilustrar uno de sus artculos, y ahora me socorre para caracterizar el talante de su vida acadmica: el incansable empeo de descender la montaa las veces necesarias para recoger nuevas inter-pretaciones de los viejos problemas, recursos originales para transfor-mar realidades casi que inquebrantables y remontar con ellos a la cima, como quien carga un pesado fardo, ms pesado en los tiempos aciagos del conflicto armado, esos aos 80 y 90 del siglo pasado para los que se haca necesaria la conciencia lcida que imaginaba Camus para ese Ssifo que bajaba a la llanura.

    No quiero, sin embargo, igualar su vida a la tragedia de Ssifo, sino simplemente hablar de su pertinaz actitud investigativa, acompaada de la alegra y diversin con que impregnaba las inquietudes que dis-cuta con sus colegas. Asuma la investigacin con la misma coherencia que asuma su vida de mujer inquieta, rebelde y al mismo tiempo res-petuosa y familiar, en todo caso siempre propositiva.

    Cules de tantas lecciones aprendidas de Mara Teresa podra yo mencionar de improviso? Comenzara por sealar la capacidad para sorprenderse, an con ella misma, cuando daba cabida en su discur-so a esas intuiciones que por caminos torcidos conducen a hallazgos correctos, aunque inesperados. Mara Teresa confiesa este autodescu-brimiento en su libro Nacin, ciudadano y soberano, cuando al fin advierte que un hilo misterioso se ha encargado de tejer las distintas preocupaciones trabajadas durante su trayectoria acadmica, de ligar temas aparentemente aislados y probablemente coyunturales, hasta el punto de lograr este que propongo como un enunciado supuestamente simple: que la guerra y la violencia se afincan en una poltica tradicio-nal alejada de un Estado moderno, en uno que mejor sera llamar un Estado-Nacin en construccin. Sus estudiantes y colegas luego sabra-mos, porque nos lo hizo ver Mara Teresa, que en este que yo llamo enunciado caban todos nuestros temas de estudio.

    Asimismo, nos advirti sobre el desgaste del patrimonio terico y analtico tradicional, por cuanto los viejos conceptos no servan para interpretar nuevas realidades y mucho menos eran capaces de darle salida a los nuevos y complejos entramados del conflicto. Nos estimul entonces a buscar otros referentes conceptuales y a asumir al mismo tiempo nuestras obligaciones ciudadanas. Y es que, sin decirlo expl-citamente, Mara Teresa conspir y propici nuestro encuentro, o al menos cierta afinidad, con las ideas de Gramsci, quien reconoca la accin poltica como una accin intelectual acometida en los campos de la tica, la economa, la poltica propiamente dicha y la cultura, esa construccin colectiva de larga duracin que perfila y redefine las con-diciones del ser y el deber ser de las naciones y las sociedades2.

    Creo percibir en mis colegas generacionales de las disciplinas del de-recho, la antropologa, la sociologa, la historia, la ciencia poltica, las

    En medio de todo esto, absorbimos de Mara Teresa la ense-anza sutil y sencilla de indagar sin presuncio-nes, de interrogarnos sin apego a frmulas y rituales acadmicos que refrenaran el pen-samiento, practicando una sana incertidum-bre, ms creadora que lo cierto y seguro, y sin campos o temas de in-dagacin vedados.

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

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    comunicaciones, en fin, que como yo se acercaron a ella, la aceptacin de su invitacin a esa convocatoria gramsciana, alentada con el inters y entusiasmo de una maestra que apreciaba nuestros temas de indaga-cin como compromisos intelectuales, que nos haca copartcipes de una obra colectiva que ella apenas se limitaba a esbozar e imaginar, pero que saba materializar y orientar con claridad en nuestra prctica, encontrn-dole a cada uno de nuestros temas el lugar dentro del enunciado aquel; mientras que a nosotros, como hacen los chamanes, nos ayudaba a des-cubrir nuestro propio lugar en cuanto intelectuales y universitarios.

    En medio de todo esto, absorbimos de Mara Teresa la enseanza sutil y sencilla de indagar sin presunciones, de interrogarnos sin apego a frmulas y rituales acadmicos que refrenaran el pensamiento, prac-ticando una sana incertidumbre, ms creadora que lo cierto y seguro, y sin campos o temas de indagacin vedados. Nos instaba a escuchar al entusiasta pensador y estudioso que llevamos por dentro, haciendo de nuestra vida acadmica y personal algo ms esperanzador y apasiona-do, en cuanto nos permita entender que los cambios de perspectiva no eran palos de ciego sino innovaciones y giros interpretativos, siempre y cuando estuvieran argumentados y fueran consistentes con los requeri-mientos de las condiciones sociales y polticas cambiantes.

    Por eso, una de sus mejores lecciones acadmicas y de vida fue esa premisa esencial que descartaba la existencia de prototipos, ideas fijas, causas y consecuencias naturalizadas; condicin de libertad que faculta para preguntar qu hay en lo que vemos, qu relaciones unen los hechos y las coyunturas, qu las hace funcionar, cul es el orden del desorden, cmo se negocia la desobediencia, por qu es impor-tante entender el malestar, adems de un largo etctera que apunta a considerar otras lgicas, concepciones y rdenes olvidados y excluidos.

    Para entender cmo lo haca es suficiente leer con cuidado cmo discute primero en sus textos los saberes recibidos o implcitos, los lu-gares comunes, lo que est naturalizado; acto seguido, qu es lo que interroga y cul es el problema con lo que examina, y, finalmente, por qu elige y cul es el otro camino de anlisis que propone a cambio del habitual. De esta manera mantuvo siempre cautivados y animados a su alumnado, sus interlocutores, lectores, amigos y contertulios.

    En definitiva, Mara Teresa hizo de la investigacin una tarea de au-tor con la que cre su propia obra siempre enriquecedora, la cual, como deca Proust de las rosas pintadas por Elstir eran una variedad nueva con la que el pintor, como horticultor, haba enriquecido la fa-milia de las rosas3. Pero tambin cabe el contraste de entender que en su devenir acadmico, la preocupacin poltica fue su roca a cargar. En algn momento, como ella lo reconoce4, los dolores, el cansancio y agotamiento personal fueron tan intiles como para Ssifo, cuando la violencia y la muerte la rondaron a ella y sus amigos. Sin embargo con esa conciencia que vio Albert Camus en la cara de Ssifo cuando bajaba a la llanura, Mara Teresa recobr en el llano la esperanza para rodar su roca, puesto que el peso mismo de la roca hacia la cumbre basta para llenar el corazn de un hombre5.

    ... una de sus me-jores lecciones aca-dmicas y de vida fue esa premisa esencial que descartaba la exis-tencia de prototipos, ideas fijas, causas y consecuencias natu-ralizadas; condicin de libertad que facul-ta para preguntar qu hay en lo que vemos, qu relaciones unen los hechos y las coyun-turas, qu las hace fun-cionar, cul es el orden del desorden, cmo se negocia la desobe-diencia, por qu es im-portante entender el malestar, adems de un largo etctera que apunta a considerar otras lgicas, concep-ciones y rdenes olvi-dados y ex-cluidos.

    Especial Debates

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    El homenaje de aquel da culmin con la alegra del reencuentro que nos haba devuelto a Mara Teresa por un rato; pero para m y con seguridad para otros muchos, es tan potente lo que vivimos y rea-lizamos con ella en los dominios de lo intelectual y personal, que esta especial ocasin nos dio tambin la dicha de reencontrarnos en nuestro espacio, ese espacio sin lmites ni distancias que conseguimos engen-drar con ella, ese espacio metafrico que nos une sin necesidad de un lugar definido, pero que esa vez se materializaba con toda su fuerza y amor en el teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia.

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

    * Profesora Instituto de Estudios Regionales, INER.

    Notas1. Camus, El mito de Ssifo

    2. Mara Teresa Uribe de H. Nacin, ciudadano y soberano, p. 12

    3. Gastn Bachelard, La potica del espacio, p. 20.

    4. Mara Teresa Uribe de H. Nacin, ciudadano y soberano, p. 13

    5. Albert Camus, El mito de Ssifo, p .2

    Foto: Jess Abad Colorado

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    Una invitacin

    a la ciencia poltica*

    Por Mara Teresa Uribe de H. Julio de 2004

    Ustedes se in-ternan hoy en los espacios analticos de la ciencia polti-ca, un territorio nuevo que todos creen conocer, que les atrae y les inquieta y que como todo lo nuevo, entraa al mismo tiempo esperanzas y mie-dos, riesgos, aventura y quiz tambin incertidumbres.

    Mi propsito en el da de hoy no es, como pudiera pensarse, entregarles un mapa certero para internarse en ese fascinan-te mundo de la ciencia poltica, ni decirles cul es la ruta que deben seguir para evitar tras-tornos y acceder ms pronto a los secretos de la disciplina; eso, ya lo irn descubriendo por ustedes mismos, con el acom-paamiento de los profesores y

    mediante las certezas, las dudas y las preguntas que les suscite ese transcurrir por la academia. Tampoco me interesa, como es de usanza en este tipo de con-ferencias, ocuparme del estatu-to epistemolgico de la ciencia poltica, trazar los lmites de su campo analtico o establecer su lugar entre las ciencias sociales y humanas y las fronteras que la separan o la unen, segn se mire, con disciplinas afines como la filosofa, el derecho, la sociologa, la antropologa o la historia entre otras.

    Prefiero hacer otra cosa, re-latarles un mito o en palabras coloquiales contarles un cuento; mito o cuento que ha servido de andamiaje a toda la cons-truccin terica de la ciencia poltica, que ha orientado su quehacer desde hace siglos y

    Especial Debates

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    que de alguna manera constituye una puerta de en-trada a la complejidad de las categoras que van a manejar y ms especialmente al sentido de la accin de ustedes como profesionales de la disciplina en el mundo de hoy y ms especficamente en la Colom-bia contempornea.

    El mito con el cual pretendo invitarIos a inter-narse por ese territorio nunca bien definido de la ciencia poltica, es el de la caverna, escrito por Pla-tn en la Grecia clsica pues, a mi juicio, ese mito permite dar una primera respuesta a esa pregunta aparentemente trivial sobre los alcances, posibilida-des y futuros as en plural de la disciplina en un momento de la historia cuando, al decir de algunos, el mundo se despolitiz abrindole al mismo tiem-po el espacio al mercado para que con su lgica trace los meridianos y los paralelos de los rdenes sociales contemporneos.

    Dice Platn que los hombres vivieron por mucho tiempo en un mundo de sombras, en una caverna protectora y complaciente que cual tero materno mantendra cierto clima de proximidad y de con-fianzas, mundo natural restringido por los meros afanes de la supervivencia biolgica pero al mismo tiempo pobre, miserable y oscuro, donde los seres humanos permanecan encadenados, sentados en el suelo de la caverna y de espaldas a la nica entrada por donde a veces se filtraba alguna luz e iluminn-dose con una pequea hoguera situada al fondo, cuyos reflejos en las paredes proyectaba imgenes borrosas y engaosas que confundan realidad con apariencias y donde solo el eco les traa el sonido de las palabras en un murmullo sordo y repetitivo.

    All, de espaldas a la realidad sin capacidad para distinguir, diferenciar, conocer e interpretar, perma-necan los seres humanos sumisos y serenos pero

    incapaces de reconocer su propia situacin de en-claustramiento y ceguera, as como de interrogarse sobre s mismos, sobre la condicin humana y sobre las alternativas posibles para construir aquello que llama Bobbio la ptima repblica, o en otras pala-bras el orden ideal de lo social, representado en un modelo ideal de Estado, de ley, de polis que marcase el camino de la caverna a la ciudad, de la oscuridad a la luz, de la supervivencia cuasibiolgica a la accin voluntaria y con sentido, es decir, el trnsito de la vida natural a la vida civil y poltica, y a la cultura.

    Finalmente, alguno o algunos deciden salir de la caverna, enfrentar la travesa por el desierto, arriesgar-se en el universo de lo desconocido e impredecible, abandonando las certezas, las sombras familiares, los entornos conocidos que brindaban una apariencia de seguridad, los viejos hbitos y las orientaciones prcticas, para optar por esa lenta y difcil travesa en soledad, sin acompaamiento de otros, sin mapa, sin brjula u orientacin alguna, con unos ojos que acostumbrados a la oscuridad, se deslumbraban con la intensidad de la luz solar y un cuerpo condenado a la inaccin que se resista a caminar, a subir a la cima de la montaa, a la ciudad de los dioses donde moraban las ideas y donde era posible, al menos, intuitivamente encontrar por fin el fundamento del bien o si se quiere la causa de todo lo justo, de todo lo bello y lo recto que hay en las cosas.

    Desde las cimas de este nuevo saber iluminado, desde sus claridades y transparencias, aquel que haba podido salir de la caverna, arrostrando mlti-ples peligros y dificultades, poda acceder al cono-cimiento y comparar su suerte con la de aquellos que nunca se arriesgaron y que se mantuvieron en la prisin de las tinieblas, amarrados por las cade-nas de una naturaleza agobiante que les negaba las bondades de la luz y del saber, situados por fuera

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

    All, de espaldas a la realidad sin capacidad para distin-guir, diferenciar, conocer e interpretar, permanecan los se-res humanos sumisos y serenos pero incapaces de reconocer su propia situacin de enclaustramiento y ceguera, as como de interrogarse sobre s mismos, sobre la condicin humana y sobre las alternativas posibles para construir aquello que llama Bobbio la ptima repblica

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    de los muros de la polis sin acceso al gora, a la pla-za pblica donde deba brillar la luz disipadora de las sombras, liberadora de las cadenas, lugar donde se reuniran los hombres libres para configurar por fin la ptima repblica.

    La primera parte del mito termina aqu, pero los que hace tiempo trasegamos por estos desiertos de la disciplina nos sentimos ms atrados por la se-gunda parte, o sea por el retorno de la ciudad de los dioses, por el regreso del mundo de las ideas a la vieja caverna, con el propsito, dice Platn, de hacer partcipes a quienes se quedaron sobre las bondades de las ideas, del conocimiento y del saber y de su necesidad para lograr por fin la utopa de la ptima repblica.

    El viaje de retorno, segn Platn, es tan azaroso y tan difcil como el de ida, pues para quienes se atre-vieron a abandonar el mundo de las sombras, resulta insufrible abandonar ese lugar armnico, coherente y perfecto donde reinan las ideas, donde se convive con la verdad, donde se respira el aire de la sabidu-ra, donde ninguna sombra parece inquietar esa vida contemplativa tan grata para aquellos espritus que se acostumbraron a la luz y a mirar el mundo desde las alturas para tener que enfrentarse de nuevo con las miserias y las mezquindades de la vida natural.

    Qu significa regresar cuando los ojos han visto la luz? Cmo acostumbrar la mirada a esos entor-nos claroscuros poblados de sombras furtivas y de palabras inaudibles? Cmo recuperar las destrezas perdidas para orientarse en los laberintos sinuosos de la vieja caverna? En suma, para qu volver al mundo de los hombres corrientes despus de haber conocido la morada de los dioses? Existira pues un aparente sinsentido en este viaje de retorno; ade-ms, los simples mortales posiblemente no querran

    escuchar sobre lo que existe ms all de la boca de la cueva y si lo escuchaban no lo creeran, viendo la torpeza de los retornados para habitar de nuevo el mundo que dejaron.

    Es decir, el viaje de retorno solo entraara incom-prensin, desdn y desesperanzas, pero dice Platn en su relato que a pesar de todo era necesario vol-ver, arrostrar todos los peligros, las incomprensiones, los desvaros e incluso el riesgo de perder la vida a manos de aquellos a quienes se intentaba despo-jar de sus cadenas. Sera ms cmodo y placentero habitar en el mundo de las ideas, en la ciudad de los dioses, pero era imperativo volver para llevar la verdad a los otros o como dice Platn: tenis que ir bajando, uno tras otro a la vivienda de los dems y acostumbraros a ver en la oscuridad1.

    Este doble imperativo de Platn, el de volver a la vivienda de los dems y el de ver en la oscuri-dad, le otorga al mito un sentido de actualidad que bien vale la pena explorar en sus mltiples direc-ciones. Volver, pensaba Platn, significa contribuir a la creacin del mundo de los hombres, hacerlos partcipes a todos ellos del conocimiento y el saber, difundir las ideas de justicia y de bien, tarea asigna-da por el autor a los ms sabios y a los mejores y, en lo fundamental, fundar el Estado y crear el espacio de la poltica; es decir inventar la polis y convertir a los hombres comunes y corrientes en ciudadanos que rigen sus relaciones a travs de la ley. Sin retor-no, el conocimiento adquirido sera estril, vacuo, intil, si con l no logran transformarse las condicio-nes oprobiosas de la caverna.

    As, la tarea de quienes retornan del mundo de las ideas es fundar la polis, la ptima repblica. En-frentarse al aparente caos de la vida social y esta-blecer un orden que permitiese la convivencia y la

    Especial Debates

    Finalmente, alguno o algunos deciden salir de la caverna, en-frentar la travesa por el desierto, arriesgarse en el universo de lo desconocido e impredecible, abandonando las certezas, las sombras familiares, los entornos conocidos que brindaban una apariencia de seguridad, los viejos hbitos y las orientaciones prcticas, para optar por esa lenta y difcil tra-vesa en soledad, sin acompaamiento de otros

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    justicia mediante la ley y la accin poltica, o sea a travs de la participacin de los hombres, converti-dos en ciudadanos, en los destinos comunes y co-lectivos; en la polis, as pensada, reinara la armona entre los ciudadanos y se unificara el Estado a tra-vs del instrumento de la ley; como los hombres no son dioses ni se poda esperar de ellos que actuasen como tales primer aprendizaje de quien regresa del mundo de las ideas se hace absolutamente necesaria la ley; es mediante ese instrumento como se definen los entornos del orden de la sociedad, se establecen las condiciones de la ciudadana, se determina el acceso a la polis, es decir, a la poltica y se prescriben los mandatos para los gobernantes.

    Por estas razones, el mito de la caverna es un mito fundador de la poltica, seran la poltica y la ley las que redimiran a los seres humanos del des-orden y de las contingencias de la vida social, de all la preocupacin de los filsofos polticos por estos temas desde la Grecia clsica hasta hoy; a su vez, la ptima repblica contina guiando los debates y aportaciones de la disciplina, algunos para criticar los enfoques idealistas y proponer otros puntos de partida y nuevos temas de anlisis, otros para du-dar de la bondad de la ley, de las posibilidades de acceder al reino de la armona o para desarrollar nociones insinuadas en el mito y las ms, porque continan buscando el horizonte utpico de la paz perpetua, sin renunciar a la bsqueda del buen or-den, la vida buena, la justicia y el bien que los fil-sofos polticos les prometieron a los seres humanos desde los albores de la civilizacin occidental.

    La salida de la caverna y el retorno a la polis ilustran el periplo y los avatares de un saber muy viejo y de una ciencia muy nueva, establecen tambin el sentido y el quehacer de aquellos que se acogen a este campo de anlisis, llaman la atencin sobre el peligro de que-darse fascinados por el mundo coherente y puro de las ideas, o de dejarse atrapar por las inconsistencias del mundo de los mortales; es en resumen un llamado al conocimiento y un retorno a la accin poltica con todo y lo azaroso que eso pueda llegar a ser.

    Pero adems de fundar el orden de la poltica, la forma del Estado, el sentido de la ley y el de la ciudadana, el mito logra tambin establecer dis-tinciones, espacios y clasificaciones, traza lneas de separacin y mbitos distintos para las diversas acti-vidades del quehacer humano, separando, por pri-mera vez en la historia, el mundo privado e ntimo,

    llamado tambin oikos, del espacio pblico o polis que es precisamente el que atae a las relaciones polticas entre los sujetos de la accin.

    La nueva polis, aquella fundada por la accin de los hombres en sociedad y regida por la ley, es algo ms que una ciudad formada por una aglomeracin de viviendas y de seres que se encuentran en el mercado para vender y comprar, la polis es un espa-cio habitado con un centro real y simblico desde el cual se dirige la vida colectiva de los ciudada-nos. Existe un espacio perifrico, para vivir, crecer, reproducirse e intercambiar productos y servicios; este es el espacio de lo privado, y un mbito para la accin poltica separado del primero, opuesto a l y que se desarrolla en el centro, en el gora o plaza pblica donde se renen los ciudadanos para deliberar sobre los asuntos que les son comunes y que les ataen a todos.

    El oikos, o el espacio de lo privado, se correspon-de con lo que ocurre en la viviendas, en los talleres de la economa domstica y en el mercado; este es-pacio regido por las demandas de la naturaleza, por las necesidades sociales, es desigual y jerrquico, es un universo cerrado sobre s mismo, oscuro y opaco, al cual no pueden acceder las miradas de los dems.

    A la vida privada se opone la vida pblica, la vida civil, el gora abierta y transparente, donde las co-sas que ocurren pueden ser vistas y odas por todos, lugar donde se desenvuelve la poltica, donde se discuten las leyes y las acciones de los gobiernos, donde se delibera y se decide y donde suceden, a juicio de los griegos, las cosas importantes, aquellas dignas de ser conocidas y expuestas al escrutinio de los ciudadanos; el mundo pblico es pues el de la libertad, y la disposicin de la plaza pblica no consagra un lugar superior a los dems, cualquier punto de la plaza es igualmente importante, todos los sujetos estn a la misma altura y desde cualquier lugar se pueden or o pronunciar palabras sin dis-tincin alguna de jerarqua o superioridad. El gora est hecha para llenarse de palabras y para expresar ideas y pensamientos, por eso gora y logos pare-cen constituir una misma unidad.

    Esta primera distincin entre lo pblico y lo pri-vado es la que traza los primeros rasgos del orden poltico, su mbito de despliegue, su sentido, sus propsitos diferenciados y los asuntos de los cua-les debera ocuparse el saber sobre la poltica. Mas el parteaguas de ambos mundos opuestos es pre-

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

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    cisamente la ley. Segn Hannah Arendt, en la an-tigedad griega la ley no era una serie de asuntos permitidos y prohibidos tal como la conocemos hoy, era algo as como una valla, una muralla, una lnea divisoria, una frontera entre los que estaban adentro y los que estaban afuera, y estar dentro de la ley era estar en la polis, dentro del orden cons-truido, pertenecer a su espritu y actuar en conse-cuencia como ciudadanos2.

    Los desarrollos posteriores de la filosofa y de la ciencia poltica han formulado nuevas propuestas de distincin, han enfatizado en la necesidad de ampliar el gora, de darles entrada a los excluidos, de universalizar derechos y libertades, o de recono-cer diferencias, han indagado sobre los fundamen-tos de la legitimidad de los gobernantes y sobre las razones ticas y polticas de la obligacin de obe-

    decerles, han dudado de la bondad de la ley, de la intrascendencia del mundo privado y han propues-to modelos alternativos de orden poltico, donde el conflicto y la guerra pudiesen tener tambin su espacio para la reflexin.

    En fin, se ha caminado mucho en los contenidos de la ciencia poltica, en la definicin sobre sus al-cances y posibilidades, en sus retricas, en sus te-mticas y sus formas de medicin y anlisis, pero lo que pretendo rescatar ac es que el mito de la caverna de alguna manera es una invitacin a la ciencia de la poltica, pues traza un primer esque-ma de conocimiento y le otorga un sentido prctico y referido a la realidad, al quehacer de quienes in-cursionan por estos terrenos.

    Ms que el mito de la caverna, este texto debera llamarse el mito del viaje, el imperativo de ir por las

    Especial Debates

    Foto: Luis Javier Londoo BalbnLa maestra Mara Teresa Uribe de Hincapi en su sitio de trabajo, con el profesor Vctor lvarez

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    ideas y traerlas para transformar el magma y el caos de la vida social en un orden predecible, que ga-rantice regularidades, permanencias, estabilidades, minimizando las contingencias y sealando derro-teros a seguir para conquistar la ptima repblica o, si se quiere, el buen orden soportado en la justicia, la verdad y la sabidura. Este sera el sentido general del mito, pero como todo mito es susceptible de adaptarse y readaptarse, de transformarse y contar-se de maneras distintas de acuerdo con los propsi-tos de quien narra la historia; como los mitos no son propiedad de nadie y son eternos e intemporales, yo me siento tentada a continuar el mito y a encon-trarle una faceta distinta a esta historia que quiz nos permita completar esta invitacin que hoy les hago al mundo maravilloso de la ciencia poltica.

    Existe en el texto de Platn un mandato para quie-nes retornan de la ciudad de los dioses con el pro-psito de fundar la polis de los hombres corrientes. Se les exige, como decamos, saber y conocimiento, atravesar el desierto, llegar al mundo donde viven las ideas, las teoras, los conceptos abstractos, las meto-dologas cientficas y todo ese saber acumulado por una ciencia que si bien es reciente tiene un pasa-do filosfico de gran trascendencia; se les demanda que vuelvan al mundo de los sujetos corrientes para ocuparse de la invencin del orden poltico y de la creacin de un espacio diferenciado y nico para el despliegue del ser y el quehacer de la poltica, docu-mentando de esta manera el trnsito de la periferia al centro, de la vida natural a la vida civil o cvica, del aislamiento y la inaccin a la accin colectiva, reflexiva y dialgica o, en otras palabras; a la funda-cin de la polis; esto querra decir, en palabras de Jos Manuel Bermudo, la urgencia de lo pragmtico, de vrselas con la realidad para transformarla, ade-

    ms de una intencin pedaggica de difundir y hacer aceptar el nuevo orden enraizado en la ley.3

    No obstante hay una frase en el relato platnico, en el mito de la caverna que me sigue pareciendo inquietante y que es precisamente la que me per-mitira continuar la historia, prolongar el mito y en-contrarle nuevas aristas a esa narracin inagotable que ha fascinado desde siempre a la humanidad y es la siguiente: cuando Platn les dice a quienes han conocido el mundo de las ideas que deben re-tornar al melanclico mundo de las cuevas, aade un imperativo ms, les demanda que deben ver en la oscuridad; y uno pudiera preguntarse por qu sera necesario hacerlo si all no habra nada digno de ser conocido, si lo que ocurre por esos entorno es equvoco, miserable y triste, si las ideas seran precisamente las herramientas destinadas a derrotar las tinieblas y sacar a los seres humanos del encie-rro, de la ignorancia y aislamiento, si la caverna est destinada a desaparecer cuando se configure la po-lis, qu es lo que habra que ver all?

    Qu querra decir el autor con eso de ver en la oscuridad? A mi juicio, ac hay una llamada para ocuparse tambin de ese magma aparentemente indeterminado, azaroso y contingente; de ese uni-verso de quienes viven por fuera de la polis sin ley y por tanto en el desorden y en el caos de la vida so-cial, y preocuparse por ver en la oscuridad significa-ra que dicha condicin tambin puede ser objeto de conocimiento y reconocimiento, que es preciso indagar sobre el sentido del desorden, sobre las ra-zones del caos, sobre sus lgicas y sus gramticas; sobre lo que realmente ocurre y cmo transcurre la vida de aquellos que por diversas circunstancias estaran por fuera del orden creado por la ley o en

    MARA TERESA URIBE DE HINCAPI, Ttulo Honoris Causa

    El viaje de retorno, segn Platn, es tan azaroso y tan difcil como el de ida, pues para quienes se atrevieron a abandonar el mundo de las sombras, resulta insufrible abandonar ese lugar armnico, co-herente y perfecto donde reinan las ideas, donde se convive con la verdad, donde se respira el aire de la sabidura, donde ninguna som-bra parece inquietar esa vida contemplativa tan grata para aquellos espritus que se acostumbraron a la luz y a mirar el mundo desde las alturas para tener que enfrentarse de nuevo con las miserias y las mezquindades de la vida natural.

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    la periferia de la polis, y preguntarse si as como el orden tiene reglas, las tiene tambin el desorden que solo sera tal si se lo compara con el primero pero que puede tener regularidades, permanen-cias, repeticiones y algunas certezas, sin cuyo co-nocimiento cualquier orden pensado desde lo alto, desde las cumbres del saber y del conocimiento, y por tanto luminoso y coherente, estara condenado a fracasar, porque sus constructores nunca lograron ver en la oscuridad.

    Qu significan esas sombras reflejadas en las pa-redes de la cueva? Es que las apariencias, las ideo-logas, las representaciones y los imaginarios son solo engaos, fantasas, falsas aproximaciones a la verdad o es que ellas tambin son verdad y hacen parte de dicha realidad y para bien o para mal guan las ac-ciones de los ciudadanos y de los gobiernos? Qu significan esos murmullos que como ecos lejanos se oyen en las cavernas? Son tan despreciables que no vale la pena ocuparse de ellos? Son meras palabras sin sentido, desarticuladas y carentes de estructura lingstica, incoherentes e insulsas o es que mediante ellas se est contando otra historia, se estn trans-mitiendo experiencias distintas, saberes ocultos y despreciados porque carecen de cientificidad y de reglas argumentales pero indispensables para enten-der e interpretar el mundo de los mortales?

    Por qu las resistencias de muchos sujetos a incorporarse al orden definido por las estructuras legales y normativas? Por qu la desobediencia, la delincuencia o la guerra? Platn pensaba que por ignorancia y por carecer de ojos acostumbrados a la luz, pero el imperativo de ver en la oscuridad puede estar significando que all existen otras razo-nes, que no se ven a simple vista y que es preciso encontrar para aproximarse a ese mundo de la con-dicin humana tan distinto a la ciudad de los dioses y constatar que pueden existir distintas verdades, diferentes formas de concebir la vida buena, otras morales, ticas, estticas y culturas y que los sujetos sociales, con ms frecuencia de lo aceptado, con-figuran demandas sociales que desbordan la cons-truccin normativa del buen orden, de la ptima repblica y llevan a cabo prcticas sociales que no se desarrollan propiamente en el gora pero que tienen un claro sentido poltico, una relevante in-tencin ciudadana y sobre todo propsitos eviden-tes de accin colectiva.

    Me parece, o creo ver en la narracin platnica

    que ese imperativo de ver en la oscuridad es un lla-mado a la investigacin, a vrselas con las realida-des de mundos imperfectos, con las complejidades, con las contingencias, con los hechos y las palabras de los seres comunes y corrientes: este imperativo y el sentido general del mito nos estara diciendo que si bien las ideas, las teoras, las nociones y concep-tos son condiciones absolutamente necesarias para acceder al campo de la ciencia poltica, se quedan cortas y no seran suficientes si no se retorna al mun-do de los simples mortales con la intencin de ver en la oscuridad. Nos estara diciendo, adems, que es necesario perder el miedo al desorden, a las ma-sas soliviantadas, a los brbaros y los ignorantes, a la chusma, a las multitudes y a esa plebe tan despre-ciada que estara simbolizando el riesgo permanente del retorno al caos, pues ver en la oscuridad no es otra cosa que interpretar lo que existe por fuera del dominio de lo conocido y luminoso y vrselas cara a cara con lo que realmente ocurre en la vida social.

    Entre otras cosas, esta sera una bella definicin para la investigacin, investigar es intentar ver en la oscuridad, poner los ojos en asuntos descono-cidos o vistos desde otra perspectiva, descubrir lo que estaba oculto, aquello que pareca irrelevante y nombrar el mundo con palabras nuevas para lograr que otros las conozcan y acten en consecuencia, es decir, sin investigacin, los estudiosos de los te-mas de la poltica solo habran hecho la mitad del viaje del conocimiento.

    Esta orden de ver en la oscuridad es an ms imperativa para quienes nos ocupamos de estos asuntos de la poltica en Amrica Latina y en el ter-cer mundo en general, pues con frecuencia nues-tras historias y realidades se alejan agresivamente de los paradigmas, no somos lo que deberamos ser, la ptima repblica no impera entre nosotros, el gora pblica con frecuencia es privatizada por los intereses del mercado nacional e internacional, los representados no se ven reflejados en las accio-nes de los representantes, los gobiernos no estn regidos por los ms sabios y los mejores y los ciuda-danos virtuosos e ilustrados brillan por su ausencia.

    Esto querra decir que algunos analistas de la po-ltica en nuestro medio aprendieron muy bien sus lecciones en el mundo de las ideas, en la morada de los dioses, pero al comparar esos modelos perfectos y armnicos con lo que ocurre en estos universos de los simples mortales, el resultado no puede ser otro

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    que la desesperanza, el ensayo fallido, el fracaso rei-terado y la percepcin de que la poltica es deficita-ria, el Estado incompleto y la ciudadana un simple remedo de lo que debera ser. En otras palabras, se estara repitiendo ad infinitum esa sensacin que ya describa Platn en el mito cuando nos narraba la resistencia de los sabios para volver y su sentido de superioridad al comparar su suerte con la de aque-llos que no haban abandonado la caverna.

    Mas el imperativo de ver en la oscuridad esta-ra sealando precisamente que el exceso de luz, la prevalencia de modelos, el prurito de enfatizar en lo que nos falta para llegar a ser, est escatimando la posibilidad de ver la poltica tal como es y descubrir all cmo es el Estado que se logr configurar en estos pases, cmo funciona realmente, qu leyes lo rigen y hasta qu punto ellas definen el orden o contribuyen al desorden: cmo se adeca o se dis-tancia la poltica de la sociedades que la soportan; qu incidencia tienen las culturas y las historias en la configuracin de las dimensiones polticas, qu estrategias de ciudadana se estn configurando en la lucha diaria por los viejos y los nuevos dere-chos, cmo se forman y se transforman las leyes y cmo se relaciona todo esto con las violencias y las guerras endmicas que cruzan estos territorios; en otras palabras, cules son los rdenes sociales que perviven y compiten entre s por el dominio de las sociedades en estas latitudes.

    Para ver en la oscuridad se requiere de un mni-mo de sensibilidad poltica, pero tambin entender que solo la crtica, el debate, la duda sobre los pro-pios conocimientos y los ajenos puede contribuir a develar el ser de las sociedades, porque stas se forman y se transforman precisamente en la con-frontacin, la colisin y el choque de prcticas e

    ideas, y porque desde que Platn escribi su mito, el mundo est en discusin y pese a su afn y el de muchos por encontrar la verdad, el bien y las rectas acciones, existen posturas distintas que con buenas razones argumentan lo contrario.

    sta es, para algunos, la gran debilidad de las cien-cias sociales en general y de la ciencia poltica en particular, su falta de precisin y de certezas sobre la verdad, el bien colectivo y la justicia que el Estado y la ley deberan garantizar, pero a mi juicio all ra-dica precisamente su gran virtud y las inmensas po-sibilidades de estas llamadas ciencias blandas, bajo la condicin de abordar los asuntos que le ataen a esta disciplina desde un espritu crtico, analtico, abierto, secularizado y polmico; solo del debate y la crtica puede surgir un conocimiento ms enrique-cido, un saber ms aproximado, pero siempre inaca-bado en torno a las grandes temticas, a los mtodos, a las teoras y a los paradigmas que la conforman.

    El mundo est en discusin en todas partes; hoy ms que antes se habla de la crisis de la poltica, del fracaso de los grandes relatos, de la muerte de las ideologas y de la lenta erosin de lo pblico, inva-dido y colonizado por lo privado e incluso por lo domstico, es decir por ese universo oscuro y retra-do de la mirada de los dems; sin embargo cabra la pregunta sobre si lo que est en crisis es la poltica o lo que sabemos sobre ella, si lo que ocurre es que estamos tratando de interpretar lo nuevo con los viejos modelos que quiz fueron tiles en ciertos momentos histricos, pero ahora desbordados por los cambios multilaterales y rpidos ocurridos en los ltimos aos. Y si fue que nos olvidamos de ese im-perativo fundacional de ver en la oscuridad.