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33 Léeme 7 IES Cardenal Sandoval y Rojas 2007-08 De un tiempo a esta parte por Ainhoa del Barrio Lagándara Premio 3º de Prosa, Categoría C, Concurso Cervantes 2008 A quella triste tarde otoñal fue la última vez que le vio. El viento agitaba sus cabellos como si de un antifaz se tratase, impidiéndole ver con claridad y por última vez aquellas finas facciones que tantas noches había vislumbra- do en sueños, aquellas cuyos finos dedos habían recorrido tantas veces. Sabía que pronto la vida la obliga- ría a olvidarse de él, como a tantas otras cosas. Le guardaría en un rin- cón de la memoria al que regresa- ría cada vez con menos frecuencia. Pero esta vez no, esta vez no que- ría un recuerdo más, no quería una despedida definitiva. Se apartó los rizos que le impedían ver con clari- dad; notaba el escozor de sus ojos, el pulso le fallaba y el nudo de la garganta sólo le permitió susurrarle al oído palabras que ni la vida, ni el tiempo, serían capaces de borrar. Sus ojos se encontraron por unos segundos; pudo leer en aquella agua marina el miedo, la desespe- ración, la derrota… No tenía prisa, quería recordarlo todo, quería recordarle. Sus labios se unieron por última vez. Ambos eran conscientes de ese último momento. Aquel no fue un beso que se asemejara a ningu- no de los anteriores, ni siquiera fue un beso de despedida. Aquellos labios, aunque en silencio, se jura- ron volverse a encontrar. Quizá el tiempo les deterioraría y agrietaría, pero en aquella triste tarde de otoño prometieron esperar otro beso, tal vez, éste sí, definitivo. Lo único que pidió para acostum- brarse a su ausencia fue tiempo. Semanas, meses e incluso años pasaron por sus ojos después de aquella tarde adolescente, que alguna que otra noche acudía a su memoria antes de acostarse. De nuevo la habían derrotado, no había sido capaz de convertir a aquel muchacho en algo más que un triste recuerdo. Al principio, ella sí escribía todas las semanas largas cartas donde le contaba cuánto le echaba de menos y le preguntaba por su nueva vida; sin embargo, la espera a esas cartas llegaba a demorarse incluso meses. Un día dejó de escribir, cansada, le mandó las pie- zas de sus sueños en una última carta y guardó en una caja los recuerdos que un día les pertene- cieron. Se puede decir que tiempo es lo que ha pasado desde entonces. Crecieron, vivieron, volvieron a ena- morarse, les robaron los besos... él quiso encontrar una princesa; ella, Ainhoa del Barrio Lagándara, alumna de 1º B de Bachillerato

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33Léeme 7IES Cardenal Sandoval y Rojas 2007-08

De un tiempo a esta parte

por Ainhoa del Barrio Lagándara

Premio 3º de Prosa, Categoría C, Concurso Cervantes 2008

Aquella triste tarde otoñal fuela última vez que le vio. Elviento agitaba sus cabellos

como si de un antifaz se tratase,impidiéndole ver con claridad y porúltima vez aquellas finas faccionesque tantas noches había vislumbra-do en sueños, aquellas cuyos finosdedos habían recorrido tantasveces.

Sabía que pronto la vida la obliga-ría a olvidarse de él, como a tantasotras cosas. Le guardaría en un rin-cón de la memoria al que regresa-ría cada vez con menos frecuencia.

Pero esta vez no, esta vez no que-ría un recuerdo más, no quería unadespedida definitiva. Se apartó losrizos que le impedían ver con clari-dad; notaba el escozor de sus ojos,el pulso le fallaba y el nudo de lagarganta sólo le permitió susurrarle

al oído palabras que ni la vida, ni eltiempo, serían capaces de borrar.Sus ojos se encontraron por unossegundos; pudo leer en aquellaagua marina el miedo, la desespe-ración, la derrota…

No tenía prisa, quería recordarlotodo, quería recordarle.

Sus labios se unieron por últimavez. Ambos eran conscientes deese último momento. Aquel no fueun beso que se asemejara a ningu-no de los anteriores, ni siquiera fueun beso de despedida. Aquelloslabios, aunque en silencio, se jura-ron volverse a encontrar. Quizá eltiempo les deterioraría y agrietaría,pero en aquella triste tarde deotoño prometieron esperar otrobeso, tal vez, éste sí, definitivo.

Lo único que pidió para acostum-brarse a su ausencia fue tiempo.Semanas, meses e incluso añospasaron por sus ojos después de

aquella tarde adolescente, quealguna que otra noche acudía a sumemoria antes de acostarse. Denuevo la habían derrotado, nohabía sido capaz de convertir aaquel muchacho en algo más queun triste recuerdo.

Al principio, ella sí escribía todaslas semanas largas cartas donde lecontaba cuánto le echaba demenos y le preguntaba por sunueva vida; sin embargo, la esperaa esas cartas llegaba a demorarseincluso meses. Un día dejó deescribir, cansada, le mandó las pie-zas de sus sueños en una últimacarta y guardó en una caja losrecuerdos que un día les pertene-cieron.

Se puede decir que tiempo es loque ha pasado desde entonces.Crecieron, vivieron, volvieron a ena-morarse, les robaron los besos... élquiso encontrar una princesa; ella,

Ainhoa del Barrio Lagándara, alumna de1º B de Bachillerato

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alguien con quien volver a sentirseviva.

La vida la llevó lejos de su casa.Estudió ciencias en Londres; apren-dió un nuevo idioma y se dio otraoportunidad. Se dejó en el viaje laniña que un día fue para comenzardesde el principio quien quería seren realidad.

Pasaba las tardes sentada en uncafé observando la vida a travésdel vaho del líquido que removía.La gustaba perderse por la ciudady descubrir rincones que solíanpasar desapercibidos pero que, sinduda, tenían más encanto que losque estaban a la vista de todos.Había aprendido a apreciar lascosas banales.

La puerta de la cafetería se abrió yentró una joven con la melenaalborotada por el temporal, prote-gía su garganta con una bonitabufanda que sin duda había sidocara. Pidió un té y esperó en labarra. Estaba esperando a alguien.Sus ojos no se apartaban de lapantalla del móvil en la que apare-cía la hora y movía los dedos deforma impaciente. Intentó moldear-se el pelo para que no tuviera unaspecto desaliñado y con sumadelicadeza mezcló la leche con elté.

Muchas jóvenes de la ciudad erancomo aquella. Largas melenas,movimientos sutiles y elegantes,maquillaje perfecto; todas ellashijas de grandes empresarios capa-ces de gastarse millonadas desco-munales en un bolso o en unmodelo de pasarela. Eran auténti-cas princesas.

Desde donde se encontraba eracapaz de seguir todos sus movi-mientos e incluso trató de imitaralguno, pero los suyos eran torpesy carecían de aquel encanto queella les confería.

La puerta se abrió de nuevo y todoel aire que entró con ella ahogó su

respiración, comenzó a temblar yun sudor frío le empapó las manos.Podía estar soñando o imaginándo-selo quizá. Los exámenes habíanacabado hace poco y necesitabadescansar. Nunca pensó que elestrés pudiese hacerla ver cosascomo aquella.

Retiró la mano rápidamente. Leestaba ardiendo y su cuerpo reac-cionó de manera precoz ante elestímulo; había derramado el cafécuando vio a aquel chico entrar enla cafetería. Esto fue lo que la hizodarse cuenta de que no estaba

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soñando y de que el cansancio noestaba jugando con ella. Sin dudaera él. Le miró disimuladamentepero con la máxima atención posi-ble. Habían pasado años desde laúltima vez que le vio. Había creci-do, el pelo le tenía mucho másoscuro y el gimnasio había moldea-do su cuerpo. Pero sus ojos nohabían cambiado, seguían teniendoese color de mar en el que un díase sumergió y acabaron por ena-morarla. ¿Pero qué hacía él allí?

Inmóvil en aquel lugar junto a laventana, vio cómo se acercaba a lachica de la bufanda que llevabaminutos mirando y fue testigo delbeso que ambos se regalaron. Unbeso que le dolió en lo más profun-do de su ser, un beso que le trajo ala memoria todo lo que ella creíaque eran recuerdos. Volvía a seruna niña de 16 años, volvía a estarenamorada y sin quererlo volvió aaquella tarde de otoño de hace yademasiado tiempo.

Una lágrima estaba a punto desurcar su mejilla. Apartó la miradahacia el ventanal que tenía al ladoy vio cómo las hojas se movían alcompás del viento; ese viento quetambién trajo recuerdos.

Al mirar de nuevo seencontró con la miradade él.

Toda la gente que esta-ba antes a su alrededorhabía desaparecido; oíasonidos lejanos e ininte-ligibles. Aquellos ojos laatraparon una vez más,en silencio la invitaban abucear de nuevo enellos. Sabía cómo hacer-lo, tiempo atrás solíanadar en aquel mar paradescubrir sus secretos,sus engaños y sus tem-pestades. Volvió asumergirse de nuevo. Élno se lo impidió, al con-trario, la ayudó a hacer-lo.

No olvidaría nunca aquella sensa-ción, el volver a sentir, el olvidar elvacío…, descubrió que él tambiénhabía abandonado su niñez paracomenzar una nueva vida, supoque ésta le había enseñado muchomás que a ella y que…

Buscó el amor, la pasión, el todo;pero no lo encontró. No desde latarde que ambos recordaban comoúltima. Al igual que ella, él tambiénhabía creído que eso no eran másque recuerdos; recuerdos quedolían con su presencia.

La joven que estaba a su lado lellamó varias veces para que la ayu-dara a enfundarse de nuevo en elabrigo y así poder irse pronto. Él lasonrió y sujetó la prenda. Cogió denuevo la fabulosa bufanda y mien-tras se la colocaba en torno al cue-llo, él miró de nuevo a la mesa delfondo junto a la ventana.

Seguía esperando aquellos ojos,en realidad, le seguía esperando.

Fue en ese momento cuando ellale susurró al oído mientras la emo-ción hacía pesadas y difíciles laspalabras. Él jamás olvidará lo quele dijo, por muchas vueltas que dé

la vida, ese momento sería sólo deella y nunca lo olvidaría. Sus ros-tros se acercaron lentamente, vol-vieron a mirarse mientras suslabios se unían en uno sólo. Aquelbeso tenía un sabor amargo, no eracomo ninguno de los que ya cono-cían; era un beso que quería reco-ger todo lo que les unía, todo loque habían vivido, todo lo que sig-nificaban. Tenía que ser un beso dedespedida.

Apartaron entonces las miradas yfue en ese preciso momento, en lacafetería de otro país y con unavida completamente nueva, cuandolos dos se dijeron "adiós" parasiempre. Una mirada había conse-guido lo que un día prometieronque haría un beso. Juntos cerraronun capítulo que habían comenzadohace años y en el que la vida leshabía ayudado a poner fin.

Agacharon la mirada. Él cogió a lajoven que le esperaba a su lado porla cintura y salieron de la cafetería;ella pagó el café y se dejó perderpor la ciudad.

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Día 29 de febrero, 8,00 de lamañana. No suele ocurrirpero esta mañana los alum-

nos nos han recibido de pie y conuna sonrisa fraterna por saludo.Parecen dispuestos a todo ya a pri-mera hora. Sin embargo, la maravi-llosa escena no es fruto del sueñoo del síndrome del burn out (sea,del profesor quemado). Suele ocu-rrir cuando el aula es sustituida porel espacio móvil de un autobús quenos conduce a algún sitio de esosque suelen llamarse de interés cul-tural. El instinto nómada habita enel interior de los jóvenes que pare-cen preferir la aventura del viaje alcierre de la mente entre libros ypizarras. En esta ocasión nos dirigi-mos a Madrid. Las asignaturas deHistoria del Arte y CTS llevamosvarios años desarrollando estassalidas interdisciplinares con losalumnos de 2º de bachillerato. Hoyvisitaremos el ObservatorioAstronómico Nacional y el Museodel Prado, además de caminar porese espacio privilegiado que es elRetiro.

Madrid, OAN. 11,00 horas. Unjoven becario cordobés −especialis-

ta en las etapas iniciales de la for-mación de estrellas− nos muestrael recinto del ObservatorioAstronómico y el pequeño museoque se despliega dentro del hermo-so Palacio de Juan de Villanueva. Ala salida el amable astrónomohabla con los chicos de la carreradel científico. "¿Cotiza el joveninvestigador a la seguridad social?"

−preguntan los sandovalinos. Elastrónomo reconoce que aún notiene asegurado su futuro ni es elmás rico de sus amigos. Sin embar-go, lo que ha visto y vivido en susaños de doctorado es una experien-cia formidable a la que muy pocostienen acceso. Nuestros alumnosmiran y escuchan escépticos. Meacordé, atendiendo al diálogo, de

Diario de viaje con memoria, fotos y citas

por Luis González Santamaría

Luis González Santamaría, profesor delDepartamento de Filosofía

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Roy Batty el replicante protagonistade la película Blade Runer: "Hevisto cosas −dice Roy Batty− quevosotros no creeríais... atacarnaves en llamas más allá de Orión;he visto rayos C brillar en la oscuri-dad cerca de la puerta Tannhäuser.Todos esos momentos se perderánen el tiempo como lágrimas en lalluvia. Es hora de morir".

Retiro, 13,00 horas. Habíamosaleccionado a los alumnos sobre lahistoria y estructura arquitectónicadel parque del Retiro. Dispuestos ahacer carne las explicaciones ini-ciamos nuestra travesía por losJardines. Sin embargo, prontonuestro objetivo cambió. Isabel−seguidora insobornable de TimBurton− nos aseguró que la famo-sa escultura del Ángel Caído deRicardo Bellver se encontraba−exactamente− a 666 metrossobre el nivel del mar. Además, enlas cercanías de la escultura existíauna inscripción de luciferinas alu-siones. Yo llevaba en la carpetaunos textos de William Blake parailustrar el paseo y promocionar laenseñanza bilingüe que dominarála escuela en pocos meses, pero eltemor me paralizó. Siempre esmejor no invocar a las fuerzas queno nos invitaron a sus ontológicosbanquetes...

"And the original Arcángel, orposesor of the command of theheavenly host, is call´d the Devil orSatan, and his children are call´dSin & Death"

Por cierto, el Instituto Nacional deMeteorología nos dice que Madridse encuentra a 655 metros de alti-tud. ¿Alcanza el Ángel caído con sudedo o sus alas el fatídico 666?

Nos fuimos hacia el Palacio deCristal para que la luz filtrada porvidrios y ramas nos despejara. Unapareja, en los jardines, practicabaTai Chi. Alguien quiso imitar sus

pulcros movimientos (con menosgracia). En el estanque algunosalumnos montaron en barca. Esposible que dentro de unos añosése sea el recuerdo que permane-cerá en su memoria.

Puerta Murillo, Museo del Prado,15,30 horas. Hace muchos años,cuando era estudiante de instituto,me llevaron al Prado y un amigo yyo hicimos lo que los alumnosnunca deben hacer: Separarse delgrupo. Nos dirigimos como almasque guía el diablo a contemplar elJardín de las Delicias de El Bosco.Pasábamos de Velázquez y Murillo.Allí nos tiramos nuestra buenamedia hora atendiendo a todos losdetalles del alucinante paisaje enlibre lectura. Los alumnos nodeben nunca escaparse, lo sé, ypido disculpas (casi treinta añosdespués) a mi profesor o profesora.Sin embargo, hay desobedienciasque merecen la pena. Hoy hemosvisto la obra de Hieronymus vanAeken sin necesidad de escapar-nos y con un buen guía.

A las 18,00 horas estábamos en elautobús. Alguien había compradounas zapatillas Victoria. Leo en laWeb que están de moda. Me acuer-do de Marinetti: "Un coche decarreras con su capó adornado congruesos tubos parecidos a serpien-tes de aliento explosivo... un auto-móvil rugiente, que parece corrersobre la ráfaga, es más bello quela Victoria de Samotracia". La zapa-tilla Victoria entró en el Museo.

Fin. El filósofo Wittgenstein decíade su libro Tractatus: "Mi obra secompone de dos partes: de la queaquí aparece y de todo aquello queno he escrito. Y precisamente esasegunda parte es la importante".Los viajes de estudios deben tenerclaros sus objetivos y delimitadossus márgenes de trabajo. Sinembargo, detrás del viaje oficialhay otro que será el recordado y,por ello, dentro de unos años seráel importante. Me gustaría que losalumnos tuvieran el deseo de con-tarnos esos viajes no escritos niprogramados. Lo que quizá sea unfragmento de su memoria en elfuturo. Ahí queda la invitación.