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    De la cultura castrea al mosaico castreo: una aproximacin

    en trminos sociales a la variabilidad de las formas de

    poblamiento de las comunidades castreas del noroeste

    peninsular y orla cantbrica

    David Gonzlez lvarezBecario FPU, Departamento de Prehistoria, [email protected]

    RESUMENEn este trabajo se exponen las carencias e insuficiencias que la aplicacin de perspectivas histrico-cul-turales en la definicin y estudio de la Edad del Hierro en el Noroeste peninsular y cornisa cantbrica,donde con la etiqueta cultura castrea se nos presentaba una realidad artificiosamente plana de las co-munidades prerromanas del rea. Recientemente se han puesto en claro la existencia de mltiples rasgosde variabilidad en las caractersticas culturales de estos grupos de la Edad del Hierro, aunque los estudiosdel poblamiento seguan acusando cierta inercia de las perspectivas tericas tradicionales. Con el obje-tivo de incorporar este gnero de estudios a la lnea renovadora que nos muestra la diversidad de las gen-tes castreas, se propone desterrar el uso del concepto de cultura arqueolgica y sustituirlo por laconcepcin de un mosaico de grupos arqueolgicos castreos, en el que se ha de atender a la existenciade distintos modelos de poblamiento, relacionados con diferentes modelos sociopolticos.

    Palabras clave:

    Edad del Hierro. Formas de poblamiento. Castros. Arqueologa del Paisaje. Comunidades rurales pro-fundas.

    ABSTRACTIn this paper we discuss about the failures in the application of cultural-historical archaeology perspecti-ves in the definition and study of the Iron Age in northwestern Iberia and Cantabrian Coast, where the labelcastro culture shows an artificial and uniform view of the prerroman communities in this area. Re-cently, the existence of multiple features of variability in the cultural characteristics of these groups of IronAge have been made clear, although the studies of settlement patterns still accuse certain inertia of the tra-ditional theoretical perspectives. In order to incorporate this kind of studies to the renewal line that showsthe diversity of Iron Age communities, it is proposed banishing the use of the "archaeological culture" con-cept and replacing it by the concept of a mosaic of "castro archaeological groups", with the aim to pointout the existence of different settlement patterns, related with different socio-political models.

    Keywords:Iron Age. Settlement patterns. Hillforts. Landscape Archaeology. Deep rural communities.

    RESUMEn aquest treball sexposen les carncies e insuficincies que laplicaci de perspectives histrica-cultu-rals en la definici i estudi de lEdat del Ferro en el Nord-est peninsular i cornisa cantbrica, on amb le-tiqueta de cultura castrense sens presentava una realitat artificiosament plana de les comunitatsprerromanes del rea. Recentment shan posat en clar lexistncia de mltiples trets de variabilitat en lescaracterstiques culturals daquest grups de lEdat del Ferro, encara que els estudis del poblament seguienacusant certa inrcia de les perspectives teriques tradicionals. Amb el objectiu dincorporar aquest ge-

    Rebut: 1 septembre 2010; Acceptat: 1 decembre 2010

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    un rosario de distintas subculturas castreas: lagallega, la asturiana, la cntabra Nos encon-tramos ante un buen ejemplo de que el pensa-miento y los objetivos marcados en cadamomento por los arquelogos son producto desu propia realidad vital, con lo que su decons-truccin ha de ser una va necesaria para com-

    prender el trasfondo de los discursosarqueolgicos y para poder as desentraar losaspectos a travs de los cuales se reproducen,

    proyectados hacia el pasado prehistrico, los

    esquemas establecidos en la sociedad actual yen el mundo acadmico o profesional del pro-pio investigador.

    El mantenimiento de tal actitud investigadoraacerca de las comunidades prerromanas se in-tenta justificar en algunos casos con el refrendode las descripciones geogrfico-etnogrficas delas fuentes clsicas, o aduciendo que las pro-vincias y comunidades autnomas son porcio-nes geogrficas tan aptas como otras opciones

    posibles para afrontar estudios arqueolgicossobre el pasado (vid. Fernndez-Posse, 2001).En realidad, existen una serie de factores ex-ternos a la investigacin o al discurso histricoque son los que terminan por imponer tales re-glas de juego.

    Desde su establecimiento, cada ComunidadAutnoma ha favorecido la construccin dediscursos histricos que refuercen la solidez delas identidades regionales o autonmicas. Latransferencia de competencias desde el estadocentral espaol en materias como educacin,investigacin o gestin del Patrimonio, ha pro-

    piciado que las distintas comunidades investi-gadoras autonmicas se hayan encerrado en simismas, mostrndose relativamente imperme-ables a programas investigadores desarrolladosen las regiones vecinas. Las universidades, losarquelogos profesionales, los museos arqueo-lgicos, las asociaciones ciudadanas o las edi-toriales se sitan como colectivos dependientesde las administraciones autonmicas, ya que

    dependen de stas en aspectos tan importantespara su sostenimiento como su financiacin. Enlas distintas universidades de cada autonomase favorece el estudio de historias locales, antela mxima de generar conocimientos al serviciode sus convecinos. De igual forma, los arque-logos profesionales han de cumplir reglamen-tos y leyes de Patrimonio autonmicas y debenrendir cuentas de su trabajo ante los serviciosde Patrimonio correspondientes. Los museosse han convertido en centros de custodia de los

    materiales arqueolgicos de cada provin-cia/autonoma, y tienen como funcin social latransmisin hacia la ciudadana del conoci-miento arqueolgico local, obviando normal-mente realidades geogrficas ms amplias. Porltimo, las asociaciones culturales, las edito-riales y los equipos de investigacin se han de

    plegar ante las exigencias de los estamentos au-tonmicos a la hora de solicitar buena parte delas ayudas y subvenciones para todo tipo de

    propuestas, como la organizacin de eventos oactividades de difusin y participacin ciuda-dana; la publicacin de libros o revistas; la

    puesta en marcha de proyectos investigadoreso la solicitud de contratos y becas de formacinen investigacin.

    En las bases de todas estas convocatorias deayudas o subvenciones autonmicas suele apa-recer un punto en el que se recoge la prioridad

    cuando no la obligatoriedad de realizar estastareas y actividades en clave local. Por poneralgn ejemplo hipottico, el gobierno de Can-tabria seguramente preferir financiar investi-gaciones sobre el poblamiento de la Edad del

    Hierro en Cantabria o en la comarca de Li-bana, antes que sobre la zona geogrfica delalto Ebro o sobre una porcin de territorio queabarcase reas de Cantabria, Burgos y Palen-cia. Ambas selecciones sobrepasaran sus lmi-tes autonmicos establecidos, ms all de loscuales el gobierno autonmico no tendra com-

    petencias ni obtendra rditos para sus intere-ses regionales (econmicos, ideolgicos,

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    electorales). Incluso existen obstculos tanclaros para mantener esta parcelacin auton-mica de la investigacin como la imposibili-dad, por ejemplo, de que una universidadmurciana o castellano-leonesa solicite finan-ciacin a las partidas de investigacin asturia-nas ofertadas por la Fundacin para el Fomentoen Asturias de la Investigacin Cientfica Apli-cada y la Tecnologa (FICYT) para realizar un

    proyecto investigador en territorio asturiano.Por supuesto, las comunidades murciana o cas-

    tellano-leonesa difcilmente destinaran recur-sos para que sus universidades localesdesarrollasen investigaciones en otra CCAA.Esta situacin pone trabas a que distintos gru-

    pos investigadores trabajen sobre problemas si-milares en una misma regin. Al final, losresultados de tales investigaciones tendrn unacalidad potencialmente limitada, al establecersemil y un obstculos al debate y a la discusinque podran ofrecer la multiplicidad de pro-

    puestas, mtodos de trabajo y perspectivas te-ricas, si se hubiera garantizado la igualdad ofacilidad de acceso a las ayudas y subvencionesque podran financiar distintos programas in-vestigadores.

    Al final, vemos cmo con el afn de potenciarlos estudios de lo local, se acaba por minusva-lorar lo general, lo cual est teniendo un duroefecto en el desarrollo de las investigacionesarqueolgicas sobre cuestiones como las trata-das en este trabajo, en cuanto a que se cercenala ptica territorial de los investigadores, difi-cultando la realizacin de sntesis generales ge-ogrficamente amplias.

    Este contexto de trabajo tan marcadamente lo-calista se traslada al pblico general, con lo quese propicia la generacin de toda una serie dediscursos simplistas y falaces que, en ocasio-nes, tienen como objetivo la justificacin dediscursos polticos del presente a partir de suacrtica proyeccin de las identidades contem-

    porneas hacia el pasado (vid. Daz Santana,

    2002; Marn, 2005; Ruiz Zapatero, 2006). Estasituacin crea verdaderos ncleos locales de

    poder que vetan y persiguen la intromisin deforneos en sus reas de accin, defendiendo,en realidad, posiciones de acumulacin de ca-

    pital cientfico, e incluso econmico o merca-dotcnico (vid. Lombarda, 2006 como claroejemplo de esto ltimo).

    NUEVOS AIRES EN EL ESTUDIO DELAS COMUNIDADES CASTREAS.

    Sobre este panorama problemtico en las in-vestigaciones de la Edad del Hierro del Nor-oeste peninsular y rea cantbrica, en losltimos aos se han venido realizando nuevaslecturas que nos ofrecen notables avances cua-litativos en el conocimiento arqueolgico deestos grupos prerromanos, adems de estable-cer interesantes puntos de partida para nuevos

    proyectos investigadores. Las lneas de trabajoque ms me interesa resaltar, en relacin coneste estudio, son las que apuntan hacia la iden-tificacin de un elenco de formas sociales, po-

    lticas y econmicas mucho ms rico y diversopara los grupos castreos de la zona de estudio.

    El Noroeste ha sido quiz el rea que ms de-bate ha generado en la ltima dcada en cuantoa interpretacin social de la Edad del Hierro enla Pennsula Ibrica. En esta direccin, variostrabajos han visto a la luz en los ltimos aos,generando un interesantsimo debate en cuantoa la interpretacin social de las comunidades

    prerromanas del Noroeste peninsular y orlacantbrica (Fernndez-Posse y Snchez-Palen-cia, 1998; Sastre, 2004, 2008; Gonzlez Rui-

    bal, 2006, 2006-2007; Parcero et al., 2007;Marn, 2009). La aplicacin de nuevas herra-mientas analticas, como los SIG (Parcero y F-

    brega, 2006); la toma en consideracin denuevas fuentes inspiradoras en la elaboracinde los discursos arqueolgicos, como la Antro-

    pologa o la Etnoarqueologa (Gonzlez Rui-bal, 2006-2007; Sastre, 2008; Gonzlezlvarez, 2009a); y el desarrollo de nuevas l-

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    neas investigadoras, como la atencin a los es-pacios agrarios castreos (Parcero, 2006); o losestudios arqueozoolgicos y arqueobotnicos(Barroso et al., 2008; Lpez Merino, 2009;Lpez Sez et al., 2009), estn ofreciendo infi-nidad de posibilidades para elaborar interpre-taciones ms crticas y contextuales que

    profundicen en aspectos abordados, hasta en-tonces, de forma superficial. A la vez, el caudalde datos e informaciones empricas sigue flu-yendo a buen ritmo, con la publicacin de nue-

    vas memorias de excavaciones para el reagallega (Ayn, 2005, 2008a: Aboal y Castro,2006) o nuevas sntesis regionales para la zonaasturiana (Villa, 2007). Sin embargo, an conlas novedades recientes, zonas como el piede-monte meseteo de la Cordillera Cantbrica,Cantabria o Euskadi siguen sin ofrecer nove-dades renovadoras del conocimiento arqueol-gico establecido para la Edad del Hierro.

    Variabilidad en las formas sociopolticas enlos grupos castreos del Noroeste peninsu-lar.Respecto a la interpretacin de las formas so-ciopolticas castreas para la Edad del Hierrodel Noroeste peninsular, el debate actual en ladisciplina acadmica ha alcanzado una situa-cin de relativa madurez, en la que la tesis doc-toral de Alfredo Gonzlez Ruibal (2006-2007)rene el mejor estado de la cuestin, que co-mento de aqu en adelante.

    En la Primera Edad del Hierro los castros se si-tuaron como los nuevos elementos de hbitatmonumentalizado y propiciaron la definicin

    de los territorios o reas de explotacin de cadagrupo. La importancia de los poblados, comoncleos centrales de la cotidianeidad de los gru-

    pos castreos refuerza el nfasis en lo comuni-tario (Fernndez-Posse y Snchez-Palencia,1998: 129). A pesar de esto, en zonas como elSur de Galicia y Norte de Portugal sigue siendoevidente cierto acceso diferencial a determina-dos objetos, como algunos objetos de repre-

    sentacin (joyas, armas...) (Gonzlez Ruibal,2006-2007: 210-232, 2008: 902-905). Para elmbito asturiano, las evidencias disponiblesson de mucha menos calidad informativa, aun-que contamos con algunos datos que nos lle-van a apuntar en la direccin opuesta a lo queacontece en el rea bracarense. La aparicin deamplios espacios cargados de fuerza simblicacomo la parte alta del Chao Samartn y su grancabaa (Villa y Cabo, 2003) o el recinto des-

    pejado de construcciones del castro del Picu La

    Forca (Camino et al., 2009); la amortizacin demateriales broncneos en castros, muchas vecesen contextos fundacionales; o los esfuerzosconjuntos en la construccin de las defensas delos nuevos poblados, podran llevarnos a pen-sar en un reforzamiento de los lazos comunita-rios de estos primeros grupos castreos. Noobstante, dada la situacin actual de nuestrosconocimientos sobre la Primera Edad del Hie-rro, no pueden ser ms que ideas a discutir enlos prximos aos, a la vista de las necesarias

    publicaciones en detalle que han de ofrecernoslos excavadores de estos castros.

    Para la Segunda Edad del Hierro contamos conuna mayor y mejor base emprica, por lo que elestudio de las formas sociales y polticas enesta fase ofrece mayores posibilidades inter-

    pretativas. En el Noroeste peninsular se han de-finido distintas formas organizativas para laSegunda Edad del Hierro, distribuidas en dife-rentes zonas geogrficas, como reflejo de un

    proceso de regionalizacin. Slo por enume-rarlas, Gonzlez Ruibal (2006, 2006-2007:401-419, 2008: 908-910, 2009, e.p.) habla de

    sociedades heroicas, con una jerarquizacin debase guerrera y extendidas desde el interiorseptentrional de Gallaecia hasta la costa del oc-cidente cantbrico; sociedades de casa, con lacasa familiar como clula bsica en el sistemade economa poltica propio de los oppida delrea galaica bracarense; sociedades rurales pro-fundas, en las reas montaosas del interior deLugo, Asturias o Len, ajenas al comercio de

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    larga distancia o a los procesos complejos dejerarquizacin de los territorios vecinos y conuna economa moral que impide la acumula-cin de excedentes u objetos de prestigio; jefa-turas basadas en el parentesco, que seextenderan por las llanuras que lindan con el

    piedemonte meridional de la Cordillera Cant-brica, centralizadas en base al parentesco, condesarrollos de tipo aristocrtico donde ganaranimportancia el componente guerrero y los ele-mentos exticos mediterrneos y celtibricos.

    Esta propuesta viene a converger con los estu-dios generales de la Edad del Hierro europeadel mbito atlntico, reforzando la impresin,cada vez ms presente, de diversidad y varia-

    bilidad (Hill, 1995a, 1995b; Henderson, 2007;Thurston, 2009).

    El dilogo entre el estudio de las formas depoblamiento y la organizacin social de losgrupos castreos como objetivo.Mi intencin en este trabajo ser la de incorpo-rar los estudios de poblamiento y territorializa-cin sobre la Edad del Hierro en el rea deestudio (Agrafoxo, 1992; Xusto, 1993; Carba-llo, 1996; Camino, 2002; Parcero, 2002; F-

    brega, 2004; Fernndez Fernndez, 2009;Garca Snchez, 2009; Gonzlez lvarez,2009b; Vzquez Mato, 2010) al debate generalsobre los aspectos polticos y sociales de las co-munidades castreas de la Edad del Hierro. Ami juicio, sera muy interesante interrelacionarambos tipos de estudios, lo que permitira com-

    prender mejor la diversidad o uniformidad en laconstruccin social del paisaje castreo. sta

    puede ser una excelente va para aclarar algu-

    nas cuestiones pendientes de la discusin ar-queolgica actual, a la vez que nos permitir

    plantear nuevos interrogantes acerca de la g-nesis y el desarrollo de las comunidades cas-treas del Noroeste y mbito cantbrico.

    LA CONSTRUCCIN DEL PAISAJECASTREO.A comienzos del I milenio cal AC tuvo lugar

    un profundo cambio cultural que propiciara eltrnsito de la Edad del Bronce a la Edad delHierro. Los grupos pastores constructores demegalitos modificaran su cosmografa, suidentidad y sus pautas de poblamiento muy r-

    pidamente, dando lugar a los primeros gruposcastreos, que en el rea de estudio se consoli-daran a partir del siglo VIII cal AC (JordPardo et al., 2009). Este profundo cambio so-ciopoltico acontecera en el transcurso de unas

    pocas generaciones, por lo que tal fenmeno

    sera un verdadero caso a abordar en un marcocomprensivo de tiempos cortos (sensu Mo-rris, 2000; Marn, 2009). Dicho cambio cultu-ral dara paso a la formacin de un paisajeterritorializado, con los castros como centrosgravitatorios de la vida cotidiana de las comu-nidades humanas y de sus esquemas identita-rios.

    Los poblados castreos, como asentamientosfortificados definidos por importantes obras de-fensivas, supondrn la plasmacin de un cam-

    bio en el cdigo material demonumentalizacin del paisaje respecto a po-cas precedentes. En el Calcoltico y la Edad delBronce, los grupos nmadas cantbricos le-vantaban monumentos megalticos y realiza-

    ban pinturas y grabados en abrigos, estelas ymonumentos naturales destacados en el paisajecomo topogramas (sensu Santos Granero,1998) que facilitaran la apropiacin simblicade los principales escenarios de su vida coti-diana: los espacios productivos y las vas natu-rales de comunicacin (de Blas, 1983; Marn,2009). La materialidad del cambio cultural

    hacia la Edad del Hierro implicar el naci-miento del paisaje castreo, con un proceso deapropiacin simblica del paisaje apoyado enla progresiva monumentalizacin de los castros(Parcero, 2002). La importancia y atencin

    prestada a los propios asentamientos nos hablade la importancia de la comunidad local, comouniverso cotidiano de la socializacin de estasgentes de la Edad del Hierro. As, el poblado

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    monumentalizado sera uno de los referentesidentitarios bsicos para sus habitantes, ademsde constituir la base de su organizacin polticay social.

    Otros factores importantes a tener en cuenta enel proceso de formacin de las sociedades cas-treas sera el cambio en las relaciones a largadistancia, con el colapso de los circuitos del co-mercio atlntico, tan importantes en la Edad delBronce (Ruiz-Glvez, 1998), y el creciente pro-

    tagonismo de los mercaderes mediterrneos enestas latitudes (Gonzlez Ruibal, 2004, 2007).Por ltimo, asistimos a un importante cambioambiental, del Suboreal al Subatlntico, que in-cidira sustancialmente en las pautas subsisten-ciales de los grupos castreos (Lpez Sez etal., 2006; Lpez Merino, 2009). La calibracinde su importancia respecto a los cambios cul-turales es an un tema a estudiar con mayor de-tenimiento.

    Las formas castreas de poblamiento.Los poblados caractersticos de la Edad delHierro en el Noroeste y rea cantbrica hancentrado la atencin de los investigadores hastatal punto que los castros han dado nombre al

    perodo y a su contexto humano, hablando decastreo, castrexo o castrejo, segn las lenguasde su rea de extensin. Este hecho es bastantesignificativo, ya que los castros en si mismoshan monopolizado por completo el inters delos arquelogos hasta hace tan slo dos o tresdcadas. A finales de la dcada de 1980 y co-mienzos de la de 1990, los recintos amuralladosde los castros al fin sern desbordados por los

    arquelogos con una serie de trabajos enfoca-dos hacia la catalogacin de yacimientos cas-treos, realizando descripciones detalladas delos tipos de asentamientos, hasta crear tipolo-gas de los enclaves habitacionales de la Edaddel Hierro. A la vez, se hicieron estudios terri-toriales del entorno de los poblados en la lneade los estudios de Arqueologa Espacial enton-ces en auge en la Pennsula Ibrica, gracias al

    xito de los Coloquios Internacionales de Ar-queologa Espacial de Teruel (Fernndez-Posse, 1998: 204) y a la creciente influencia enEspaa de la Nueva Arqueologa. En este grupode trabajos debemos citar, para el rea de estu-dio, las voluntariosas aproximaciones a esta te-mtica por parte de Agrafoxo (1992), Xusto(1993) y Carballo (1990, 1996), destacando aeste ltimo por la continuidad de sus trabajos.

    El verdadero salto cualitativo en este gnero de

    estudios vendr de la mano del grupo investi-gador en Arqueologa del Paisaje coordinadopor Felipe Criado (1999), en donde destacarla investigacin de Csar Parcero, quien reali-zar un anlisis interpretativo del paisaje cas-treo. Con su tesis doctoral (2002) afronta elestudio diacrnico del paisaje de la Edad delHierro como construccin poltica y social, re-alizando para ello anlisis locacionales de losasentamientos con tecnologas SIG (Parcero yFbrega, 2006) en distintas zonas del centro yoriente de Galicia. Como conclusin, propon-dr un modelo de poblamiento para la culturacastrea en relacin a un proceso de intensifi-cacin agraria entre el Hierro I y el HierroII/perodo altoimperial romano, en el que losgrupos castreos cambiarn las localizacionesseleccionadas para establecer sus poblados enla inmediatez de las mejores tierras para unaagricultura intensiva, adems de variar los dis-cursos materiales de monumentalizacin del

    paisaje y de los propios castros. En el seno delmismo grupo, se realizaran con posterioridadnuevas contrastaciones de la propuesta en di-ferentes zonas de Galicia (Fbrega, 2004), con-

    solidando la vigencia del conocido modelo deltres para dos (Parcero, 2000) para reas pr-ximas y semejantes a las ya analizadas.

    Nuevas alternativas: paisaje(s) castreo(s).A la vista de los recientes desarrollos interpre-tativos en el estudio arqueolgico de la Edaddel Hierro en nuestro rea de estudio, acerca deaspectos como la organizacin social, parece

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    Patrones de asentamiento en el territorivm de Cavca

    que podemos ir desmantelando el viejo edifi-cio monoltico que explicaba una cultura cas-trea de forma plana y uniforme. En losltimos aos, algunos investigadores han co-menzado a introducir notables dosis de varia-

    bilidad en los discursos arqueolgicos,ofrecindonos lecturas mucho ms sugerentesy diversificadas acerca de los grupos humanosde la Edad del Hierro en el Noroeste (Sastre,2002, 2004, 2008; Gonzlez Ruibal, 2006,2006-2007, 2009, e.p.; Marn, 2009). La diver-

    sidad regional en las caracterizaciones identi-tarias, sociopolticas o subsistenciales empiezaa ser un componente a tener muy en conside-racin a lo largo y ancho del territorio por elque se extendieron los castros como principa-les formas de hbitat conocidas para la Edaddel Hierro.

    En cambio, la atencin a la variabilidad en losmodelos de poblamiento para las comunidadescastreas del Noroeste y mbito cantbrico esuna de las asignaturas pendientes en el estudiode la Edad del Hierro. En este punto, se puede

    percibir cmo, de alguna manera, el modelo deltres para dos de Parcero (2000) se ha termi-nado por relacionar con ese viejo contenedorque es la cultura castrea. Cuando se han

    propuesto nuevos estudios del poblamiento porotros autores o en otras reas de estudio, la exi-tosa propuesta de Parcero se ha situado siemprecomo el referente inicial a contrastar, en vez detratar de dialogar con dicho modelo en el pro-ceso final de discusin de las nuevas investi-gaciones. En la base de esta habitualgeneralizacin del tres para dos a todo el rea

    castrea, seguramente se encuentren reminis-cencias del pensamiento histrico-cultural y desu tendencia a establecer modelos generales.

    Ahondando en este problema, si repasamos qureas geogrficas han sido estudiadas con la

    propuesta del tres para dos como modelo re-ferencial preferente, comprobaremos cmo ensu mayora se corresponden con zonas litora-

    les, de valles interiores a poca altitud o, a losumo, espacios de media montaa. Adems,estos estudios se han realizado preferentementeen la mitad occidental de la actual Galicia,frente a unas pocas excepciones planteadas enotras regiones. Por lo tanto, podemos pensarque una serie de espacios geogrficos muy con-cretos, en donde el desarrollo cultural de laEdad del Hierro tendra unas particularidadesdeterminadas, se encuentran sobrerrepresenta-dos en los estudios de poblamiento efectuados

    hasta la fecha para la Edad del Hierro del Nor-oeste y orla cantbrica. Esta misma muestra

    poco equilibrada es la que sustenta la impre-sin de que slo existe una pauta general en el

    poblamiento prerromano en tan amplio territo-rio. A la vista de esta observacin, se hace con-veniente emprender ms estudios de las formascastreas de poblamiento en nuevos escenarios:con distintas coordenadas geogrficas y condistinta caracterizacin fisiogrfica y paisajs-tica. As pues, sera urgente la realizacin denuevos estudios de este tipo en el mbito de laorla cantbrica, y a la vez, dirigir un mayor es-fuerzo hacia las zonas de media y alta montaa.

    Con esta orientacin, he planteado la realiza-cin de mi proyecto doctoral, teniendo comoobjetivo el estudio de las formas de pobla-miento durante la Edad del Hierro en la Cordi-llera Cantbrica. En mis primerasexploraciones al respecto, he encontrado argu-mentos suficientes para sostener que en lasreas de montaa del centro-occidente astu-riano, como en el valle del ro Pigea (Gon-zlez lvarez, 2009b, e.p.), podramos

    observar nuevas pautas de poblamiento para elI milenio AC Aqu, las comunidades castreasseleccionarn como ubicaciones preferentes

    para erigir sus poblados permanentes una seriede localizaciones semejantes para toda la vi-gencia del fenmeno castreo en el rea (s.VIIIcal AC s.II cal DC), sin que se identifiquenvariaciones diacrnicas en tal seleccin. Estasobservaciones preliminares pueden relacio-

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    narse con la idea de que la intensificacin agra-ria que se detectaba en las zonas bajas de Gali-cia no se reproduzca en las zonas altimontanasde la Cordillera Cantbrica. Ms an, vemoscmo hay cambios diacrnicos en la seleccinde los lugares permanentes de habitacin en al-gunas zonas del oriente asturiano en el sentidoinverso al que se producen en las zonas estu-diadas por Parcero y Fbrega. As, en el entornode la ra de Villaviciosa parece que con el trn-sito entre la Primera y la Segunda Edad del

    Hierro las ubicaciones de los castros ganan al-tura, dando la espalda a las frtiles tierras bajasde la rasa costera potencialmente ms aptas

    para la agricultura intensiva, orientndosehacia los espacios serranos del interior (Ca-mino, 2002) eminentemente pastoriles y pro-

    picios tambin para frmulas agrariasitinerantes.

    Volviendo la vista, de nuevo, al trabajo de Gon-zlez Ruibal en el que indica la existencia dedistintos sistemas de economas polticas en el

    Noroeste peninsular (2006, 2006-2007, 2009,e.p.), y asumiendo que existen reas concretasdonde el modelo de poblamiento del tres parados parece no funcionar, podemos plantear-nos en qu medida podramos enlazar ambosrangos de variabilidad, para fundamentar mejorla narrativa arqueolgica que intente compren-der los entresijos de una formacin y desarro-llo diversificado de los paisajes castreos del

    Noroeste y mbito cantbrico. De esta forma, ypara el caso de estudio abordado en el trans-curso de mi primera incursin en esta temtica,

    podramos pensar que en las zonas montao-

    sas del segmento occidental de la CordilleraCantbrica las comunidades castreas, carac-terizadas socialmente como sociedades rurales

    profundas, desarrollaran un modelo de pobla-miento propio que se relacionara con una graninercia de sus formas tradicionales de subsis-tencia, en las que el pastoreo (probablementetransterminante) sera una actividad funda-mental, en conjuncin con prcticas agrarias de

    carcter extensivo basadas en un sistema derozas (Gonzlez lvarez, 2009b).

    HACIA EL MOSAICO CASTREO.La revelacin del Noroeste peninsular como unverdadero mosaico de formaciones sociales

    puede ser una excelente va para deconstruir vi-siones planas, hoy inadecuadas, sobre la exis-tencia de una cultura castrea del Noroesteen la Edad del Hierro. Este objetivo tampocodebe justificar la artificiosa proyeccin de rea-

    lidades histricas actuales, como las comuni-dades autnomas, hacia el pasado, en cuanto adelimitaciones geogrficas vlidas para aco-meter estudios arqueolgicos sobre las comu-nidades prerromanas.

    El empleo del concepto de grupos arqueol-gicos como categora contenciosa y compren-siva sera ms correcto para nuestros objetivos,a la vista de las deformaciones que se derivandel uso de conceptos como cultura arqueol-gica (sobre sus implicaciones cronolgicas yculturales, vid. Gonzlez Marcn et al., 1992).Esta categora nos permite mantener una con-cepcin amplia y reflexiva de las manifesta-ciones arqueolgicas de las gentes del pasado,con la que adems podremos desglosar la tra-dicional cultura castrea en varias opcionesregionales, en funcin de la diversidad y varia-

    bilidad que parecen observarse en la Edad delHierro del rea estudiada. A la vez, se puedeexplicitar el actualismo que subyace a toda in-terpretacin arqueolgica, ya que son investi-gadores contemporneos quienes definengrupos culturales de hace varios milenios en

    base a unos pocos trazos observados, por lo quela certidumbre del sentido de tales definicionesnunca ser total (Gonzlez Marcn et al., 1992:24-25).

    Con la seleccin de nuevos escenarios, comolas zonas de montaa del centro y occidente dela Cordillera Cantbrica, para la ejecucin deestudios del poblamiento castreo de la Edad

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    del Hierro, podemos barajar un nuevo trminode variabilidad las formas de poblamiento enla caracterizacin arqueolgica de los grupos

    prerromanos del Noroeste peninsular y reacantbrica. Esta variacin se suma a otras yadescritas en la literatura arqueolgica, como al-gunos elementos muebles (Carballo y Fbre-gas, 2006), la arquitectura domstica (Ayn,2008b), u otros aspectos ya comentados en estetexto acerca de las formas de organizacin so-ciopoltica de los grupos castreos.

    El rango de diversidad que arqueolgicamentese aprecia de los rasgos culturales de las po-

    blaciones castreas es cada vez ms amplio y,lo que es ms importante, cada vez se apreciauna mayor regionalizacin en su dispersin.Esto me lleva a plantear que es necesario, deuna vez por todas, desterrar viejas etiquetas ob-soletas como la de cultura castrea, para

    poder comprender en mayor profundidad el es-cenario humano del I milenio AC en este reageogrfica. Como propuesta, pienso que en vezde invocar una cultura castrea del Noroestesera ms enriquecedor si comenzsemos a ha-

    blar de un mosaico castreo que se extenderapor el Noroeste peninsular y toda la cornisacantbrica, que contara con mltiples maticesregionales diferenciadores, a la vez que se sos-tendra cohesionado por las mltiples conco-mitancias que todos estos grupos arqueolgicoscastreos compartiran entre si.

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