de botero a tejelo hay mucho trecho
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En el contexto de la ciudad confiada a la modernización como camino a seguir y promesa política del Estado, se presentan en los espacios visibles y públicos movimientos inconscientes, pero evidentes ante la mirada atenta: vestigios de un poder que revoluciona el espacio físico esperando modificar, de alguna forma, el espíritu ciudadano, transformando la experiencia cotidiana y dándole un giro estético, que en la mayoría de los casos, carece de un sentido de singularidad y pluralidad propios de la democracia como ideal, ya que su argumento principal es el de Plaza Pública para el encuentro y que, además, merece el título de ciudad: la Ciudad Botero.TRANSCRIPT
III COMUNICACIÓN URBANA Y RURAL PARA EL DESARROLLO SOCIAL.
Jualiana Paniagua Carolina Hernández Andrés Raigoza Walter Florez Daniel Botero
DE BOTERO A TEJELO HAY MUCHO TRECHO
Una ciudad que no esperamos,
una ciudad que no construimos,
una ciudad que no escogimos,
pero una ciudad que vivimos.
Walter Flórez En el contexto de la ciudad confiada a la modernización como camino a seguir y promesa política del Estado, se presentan en los espacios visibles y públicos movimientos inconscientes, pero evidentes ante la mirada atenta: vestigios de un poder que revoluciona el espacio físico esperando modificar, de alguna forma, el espíritu ciudadano, transformando la experiencia cotidiana y dándole un giro estético, que en la mayoría de los casos, carece de un sentido de singularidad y pluralidad propios de la democracia como ideal, ya que su argumento principal es el de Plaza Pública para el encuentro y que, además, merece el título de ciudad: la Ciudad Botero.
Es allí donde la imagen espera transformar el sentido de lo público,
donde el poder expresa su compromiso más evidente; mientras que en
el que parece el otro lado de la moneda florece la que no es “belleza”
turística, mostrable y mercadeable, donde otro poder y otra lógica
intervienen en la vida cotidiana de Medellín.
La calle Tejelo surje entonces como un denso pasaje comercial donde,
los arrinconados por lo embellecido para el arte turístico, se agrupan
para intercambiar todo tipo productos antes que el próximo
desplazamiento oficial los obligue a estar un poco “más allá”, alejados
de la vista susceptible a la heterogeneidad.
Y aunque en Tejelo no se está ajeno a la corriente de un ordenamiento
serial, es evidente el sentido de un renacimiento constante, muy
particular y característico de una cultura que ha avanzado a tumbos el
periplo entre la tradición, la modernidad y la modernización,
asentándose en un espacio que supera los límites de la proxemia y que
se asemeja más a un solo cuerpo social y humano, cuyas tendencias de
supervivencia superan la lógica de la cuadricula y el diseño del flaneur1
turístico del que fotografía. Esos que antes estuvieron asentados en el
Guayaquil de Cisneros, más específicamente en la zona conocida como
El Pedrero se niegan a desaparecer ante el esfuerzo que trata de
borrarlos.
¿Cómo entender el contraste entre dos ciudades separadas por unos
cuantos metros?; ¿Dónde se encuentran sus lógicas?; Cuestiones que a
simple vista parecen irreconciliables se vuelven un contraste que
fragmenta la ciudad.
Ciudad Botero, consagrada patrimonio antioqueño, ofrece las delicias de
una intervención paisajística y cultural digna de la ciudad europea,
donde hay una intención manifiesta del arte, donde la ciudad museo
pretende “evangelizar” al ciudadano del común, ilustrando desde la obra
rígida, carente de una identidad local, al espectador ciudadano. Sus
espacios son amplios corredores y ordenados estilos abiertos al cielo, la
luz y la limpieza; mientras que al otro lado, a unos cuantos metros, se
concentra otra cultura urbana que abraza el espacio del intercambio
comercial y la oferta/demanda cotidiana, que pasa por el alimento, la
diversión musical, la multitud en efervescencia y la explosión de los
sentidos, encabezada por los millones de olores y sabores de la otra
postal cultural, apostada en un pasaje, donde se facilita el control y el
“orden” que no se debe propagar a sus alrededores y que tiene, de
todos modos, una extensión interesante hasta el llamado Bazar de los
Puentes, el reino de los “Quincalleros”.
A simple vista, se pude considerar que, sin duda, espacios como la
Plaza de Botero se constituyen en referentes que traen beneficios para
una ciudad, pero si recorremos la ciudad encontraremos esas otras
marcas / referentes de lo opuesto, de lo indiferente, de lo excluido, de lo
irreconocible, lo irrecuperable y de lo superfluo, que perviven de la
1 En francés: turísta, viajante.
ciudad que consideramos ajena, a la que huimos y no nombramos por
temor o desconocimiento.
De todos modos, hay algo que aceptar irremediablemente y es que el
sentido y la razón de ser de los lugares que están por fuera, es su
propia exclusión, ya que es su única posibilidad de existir, cooptados
perecería su encanto y su exotismo; a eso precisamente le huyen,
mientras el afán de embellecimiento y modernización los conduce hacia
el inevitable desplazamiento, como si esos espacios y esos seres que
los habitan no tuvieran derecho a un lugar y a una memoria, por tanto el
marginase es su protección, el cuidado de sí mismos.
Para comprender de manera más aguda esta proclama que acabamos
de esbozar, Félix Guatari nos proporciona una conmodera escena en el
documento: Las Micro políticas del Deseo, donde nos conduce por el
camino del término Cultura hacia el panorama que representa en la
actualidad: la cultura como producto neto de una concepción venida
desde una manera de entender el mundo impuestos por el sistema
capitalista burgués, donde hay una cierta manera de inducir a la
homogeneización de la vida y de la historia privada y social en las
ciudades actuales, sobre todo, patrocinada por los medios masivos de
comunicación y las maneras de concebir la ciudad, junto con los modos
de acción sobre sus espacios.
Lo capitalístico, como lo concibe Guatari, es el aparato productor y
regulador de sentido, el que dicta la cultura como valor, direcciona el
alma colectiva y organiza la economía y los modos de producción. De
esta manera, estamos inmersos en un mundo masificado que niega la
singularidad y, por el contrario, proclama la homogeneidad, no sólo de
los individuos, sino también de los espacios que habitan.
En ese sentido, la reproducción se vuelve en un elemento articulador
que va en expansión permanente, borrando toda forma singular de
habitar la ciudad, es lo que ha llamado Vicente Verdú, el capitalismo de
ficción, donde la cultura del entretenimiento se ha encargado de
convertirlo todo en espectáculo, por tanto en espacios asépticos, hechos
para el disfrute de quienes pueden acceder a ellos y que funcionan
como montajes de la vida feliz.
La capacidad de consumo, la exclusividad, la comodidad, la atención, el
arte como hobby y decoración, la belleza como obligación, la tecnología
como una condición necesaria para el reconocimiento y el sentirse libre
sólo por la autosuficiencia individual, son los ideales que se imponen
hoy como valor, sin tener en cuenta que no es algo que conquistamos,
sino que, por el contrario, nos lo facilitan de manera que tal que así
parezca y cuando lo logramos, todos a nuestro alrededor también lo han
obtenido, muchos incluso con mayores posibilidades.
La Plaza de Botero y la Calle Tejelo, son los ejemplos vivos de la ciudad
que muestra contrastes por la tendencia modernizadora de buscar la
competitividad desde el artilugio de embellecer los espacios, de hacerlos
y planearlos desde modelos importados que han resultado exitosos y de
meter a sus habitantes en esa misma lógica, creyendo que sólo desde
allí se modificará la cultura ciudadana e incluso la cultura política.
Consideramos, primero, que construir ciudad no es sólo dotar con
infraestructuras, sino que el sentido pleno es el de mejorar las
condiciones de vida de las personas la habitan y, segundo, que si hay
un sentido de nombrar con el apellido urbano al periodismo es para
reconocer en los trozos de la ciudad que aún nos permiten recorrerla
más cerca de lo que pudiéramos llamar para el caso una esencia, y
verle incluso la piel lacerada o sus cicatrices, además de permitir, desde
los trazos que nos hablan de una memoria, que las gentes no olviden,
no como una tendencia conservadora ni conservadurista, sino porque
creemos en que la historia guarda el carácter y la piel, como dice José
Luis Pardo, es la conducta2.
2 PARDO, José Luis. Las Formas de la Exterioridad. Ed. Pre-textos. España 1992.