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David Toscana «El último lector»

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Page 1: David Toscana: "El último lector"

David Toscana«El último lector»

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Biografía

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David Toscana (Monterrey, Nuevo León, 1961) es un escritor mexicano. Se graduó como Ingeniero Industrial y de Sistemas en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM).

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Comenzó a escribir cuando tenía 29 años. Sus influencias literarias incluyen a los clásicos españoles Cervantes y Calderón de la Barca y los escritores latinoamericanos Juan Carlos Onetti y José Donoso.

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Ha sido becario por el ConsejoNacional de la Cultura y las Artes(CONACULTA) en novela, y por elCentro de Escritores de Nuevo León.Cursó estudios de Narrativa en laEscuela de Escritores de la SociedadGeneral de Escritores

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En 1994 formó parte del International Writers Program, en la Universidad de Iowa, y, en 2003, del Berliner Künstlerprogramm. Su novela El último lector recibió los premios «Antonin Artaud», el Premio «Bellas Artes de Narrativa Colima» para Obra Publicada y el Premio «José Fuentes Mares». En 2008 recibió el Premio «Casa de las Américas de Narrativa José María Arguedas» por El ejército iluminado.

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Ha sido Coordinador del Taller deCreación Literaria del Centro Regionalde Información, Promoción e Investigación de la Literatura del Noreste y también ha impartido seminarios y talleres literarios en México, DF., y en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

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Integrante del Consejo Internacional de la revista Revuelta, de la Universidad de las Américas.Su obra ha sido traducida al inglés,alemán, griego, italiano, árabe, serbio,sueco, eslovaco y portugués.

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¿Por qué cambiar la ingeniería por laliteratura?

Por la literatura se cambia la ingeniería,la contabilidad, la medicina y cualquiercosa. No veo que haya sido un sacrificio;sólo monetario. Pero siempre será másinteresante Don Quijote que un manualde control de calidad, y La metamorfosismás reveladora que un libro sobre resistencia de materiales.

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¿Qué representan los niños muertos en sunarrativa?

Cuando tenía entre diez y doce años,le tenía miedo a la muerte. Cada eventotrágico, cada esquela en el periódico medejaba sin dormir. Y cada noche de insomnio era reflexionar sobre la muertey convivir con ella. Tal vez eso esté regresando en forma de historias, de palabras. Tal vez, no lo sé.

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¿A qué atribuye la obsesión por la muertedentro de su obra?

En parte es lo que menciono arriba, yen parte se relaciona con otros momentos de la infancia en que mi relación conla muerte fue más afectiva, como cuando jugaba en el cementerio junto a micasa y conversaba con los muertos. Además creo que cualquier reflexión sobre la vida debe incluir la muerte; sin muerte no habría filósofos ni novelistas.

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¿Cómo influyen tanto Onetti comoCervantes en la narrativa toscaniana?

Los dos me revelaron la forma de ver elmundo. A través de Onetti entiendoque el hombre no tiene escapatoria; através de Cervantes, o mejor dicho deDon Quijote, aprendo que este mundohay que verlo desde fuera de la lógica,que las palabras funcionan mejor si noparten de la razón, sino de la belleza.

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¿Qué concepción tienen de la literatura mexicana en Europa?

No ven la literatura mexicana sino como parte de la latinoamericana, tal como nosotros podemos hablar de la africana, sin hacer distinciones entre la etíope y la angoleña. Y en general se estáaún viviendo una cruda de las letraslatinoamericanas luego del boom. Enpalabras de un editor: estamos pasadosde moda.

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Entrevista

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1. ¿Qué te gustaría leer en las dos próximas décadas? Y a la inversa, ¿qué tipo de literatura te resulta hoy tan desdeñable que podría desearse que desapareciera del horizonte de lecturas?

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1. Me gustaría leer novelas sencillas en sus formas pero profundas en sus intenciones, novelas que me hagan cambiar mi modo de pensar, mis creencias morales y religiosas, así sea para siempre o sólo mientras dura la lectura. Me interesa la literatura hecha de personajes y de pasiones. No me interesan las novelas con juegos literarios ni con gratuitas estructuras complicadas. No me interesan las novelas hechas con mucha inteligencia y poca entraña.

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Prefiero la intuición a la razón. No me interesa la literatura de lenguaje tan inofensivo que lo mismo parece que uno está leyendo una traducción o un tratado; ni de lenguaje tan elaborado que se vuelve verborrea sin sentido. No me gustan las novelas cobardes y políticamente correctas. A fin de cuentas, las novelas no tienen nada que ver con la literatura; tienen que ver con la vida.

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Por otra parte, no creo que haya literatura que “deba desaparecer”. La inmensa mayoría de los lectores son puercos y alguien tiene que escribir el rastrojo para alimentarlos.

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2. ¿Cómo describirías tu literatura? ¿Por qué escribes?

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La describo como la literatura que me gustaría leer: sencilla y profunda, con esmero en el lenguaje, con estructuras al servicio de la historia y de los personajes; y sobre todo, la considero una escritura individual, cifrada para mí mismo y en busca de unas cuantas sensibilidades parecidas a la mía. No busco crear un espejo de la realidad tangible, cotidiana, sino otra realidad, con situaciones emparentadas con el absurdo y lo esperpéntico.

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Mis libros muestran mucho, pero dicen poco, así permito una mayor participación del lector. Pero también por eso decepciono a muchos lectores que me preguntan: “¿Y qué pasó?” o incluso editores, que me han escrito para decirme: “Me parece que nos entregó su novela incompleta”. Mis novelas tratan un tema y para eso me valgo de una historia; pero la novela termina cuando ya se abordó el tema, no cuando la historia llega a su fin.

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3. ¿Qué escritores de tu país te parecen más interesantes? ¿Y de otros países? ¿Por qué?

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3. De mi país, Rulfo; de otros, Onetti y Donoso. Voy a ser repetitivo, pero ellos escriben literatura humana, en la que los personajes son los protagonistas (esto parece una perogrullada, pero muchos otros autores luchan por ser ellos mismos los protagonistas de sus obras, las convierten en una extensión del ego).

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El campo mexicano no es como lo describe Rulfo, ni Montevideo es como la Santa María de Onetti, ni La Providencia como lo narra Donoso: los tres toman una realidad y lo convierten en algo fantasmagórico, mucho más profundo, doloroso, humano e individual que el modelo verdadero.

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4. ¿Ha tenido el cine especial influencia en la escritura literaria, ajena o propia? ¿Podrías citar alguna secuencia memorable de una o varias películas? ¿O un procedimiento narrativo interesante en cine que haya servido o pudiera servirle a la escritura?

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4. El cine representa muy poco en mi vida, prácticamente no lo veo. No entiendo el lenguaje de las imágenes. Y creo que los escritores han sobrevalorado el cine, como si creyeran que una novela es una película de papel; hoy en día los escritores hablan más de películas que de libros; admiran incondicionalmente a directores y siempre tienen peros para los novelistas.

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A veces confieso que no he leído tal o cual libro y mis compañeros se muestran comprensivos. Pero cuando digo que nunca vi tal o cual película, cambian sus expresiones y me dicen: “¡¿Qué?! Tienes que verla”. Un conocido escritor mexicano (perdón que no diga quién) dijo que no había leído mi novela Santa María del Circo porque ya había visto algunas películas de circo. Supongo que tampoco oye el Requiem de Mozart porque ya fue a un velorio.

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5. ¿Cuán difícil o gratificante ha sido el proceso de “reconocimiento” a tu obra publicada? ¿Cómo es, en ese sentido, el medio cultural en tu país? ¿Sientes que tus cuentos o novelas han sido bien leídas?

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5. A pesar de todo lo que he dicho sobre la escritura intimista, para unos cuantos, sobre los puercos lectores, etc., lo cierto es que me encantaría que mis novelas tuvieran muchos lectores. Me siento muy satisfecho con el recibimiento que han tenido en reseñas de periódicos y revistas, entre algunos alumnos y profesores de universidades, y entre mis todavía pocos lectores.

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Por ese lado está contenta la parte de mi ego que se ocupa de escribir; sin embargo, la parte de mi ego que se ocupa de publicar está muy interesada en un reconocimiento más amplio y en mayores ingresos por cuenta de regalías.

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6. ¿Consideras que el público de tu país y de tu época es el “lector natural” de lo que escribes?¿Qué piensas de los libros leídos fuera de contexto, en cualquier otro país o cultura? ¿O la literatura no tiene contextos para ser entendida y apreciada?

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6. Creo que para una obra con valor literario los lectores naturales son muy pocos, la mayoría se queda con la historia —le interesó, le divirtió, le emocionó—, y omiten esas cosas invisibles para el ojo común que le dan a la literatura su verdadero peso. Mis novelas están construidas sobre un contexto mexicano, específicamente del norte de México, y en su momento eso representó un problema para los editores, pero nunca lo ha sido para los lectores.

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Las novelas que tienen su eje en el ser humano no están limitadas por la geografía ni por el idioma, a pesar de que en el proceso se pierdan ciertas referencias regionales. En mayor o menor grado podemos sumergirnos en el ritual de conversar en torno a un samovar, aunque nunca hayamos probado ese brebaje ni hayamos sufrido los fríos de San Petersburgo.

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7. ¿Son importantes, o no, los concursos, los premios, las becas, para escribir y difundir lo escrito?

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7. Las becas sirven para pagar la renta, no para escribir; para difundir lo escrito los premios son la mejor estrategia, desde los concursos de editoriales hasta el premio Nobel. No sólo porque se monta un aparato publicitario en torno al libro o autor premiado, sino que se impone un gusto: el jurado dice “esto es una obra maestra” y muchos lectores acabarán por creer que eso es una obra maestra.

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En todos los concursos organizados por las editoriales se toman en cuenta los atributos comerciales de la obra y, sin embargo, en la información que dan al público sólo se mencionan aspectos literarios. Los concursos, premios y becas también sirven para demostrar que el escritor (pese a los golpes de pecho que se da) puede ser corrupto, sumiso, envidioso y comprable.

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8. ¿Escribes a mano, a máquina, en computadora? ¿Crees que las nuevas tecnologías han modificado la escritura literaria?

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8. Escribo en la computadora lo que antes se llamaba vuelapluma (vuelatecla). A partir de ahí imprimo y reviso y corrijo en papel, siempre con una pluma de tinta roja. Desde que escribí mi primer libro usé la computadora, así es que no conozco un antes y un después, pero me parece que la computadora facilita, no modifica, la escritura.

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9. ¿Crees necesario mantener siempre una actitud renovadora, en busca de lo original, o bien la escritura puede ser un diálogo sin crisis con la tradición?

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9. La tradición debe estar presente, puesto que nadie puede ser tan original como para dejarla de lado; pero sí, se debe buscar lo original, donde originalidad e individualidad sean sinónimos.

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Obras

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El último lector

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La acción se sitúa en Icamole, una aldea ubicada en el norte de México, donde está por cumplirse un año desde la última lluvia. Remigio, que es el poseedor del único pozo al que aun le queda un poco de agua, descubre una mañana en el fondo del mismo el cadáver de una niña de unos 12 años.

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Casi simultáneamente, corre la noticia de que se trata de la hija de una dama viuda de visita en el pueblo vecino. Temeroso de que se le acuse de la muerte, Remigio decide ocultar el cadáver entre las raíces de un aguacate siguiendo los consejos de Lucio, su padre.

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Lucio es bibliotecario depuesto, (la biblioteca ha sido cerrada por falta de lectores y de recursos), que nada en la miseria, pero también un lector compulsivo para el que todos los sucesos del mundo real se encuentran contenidos en los libros. De hecho, Lucio reconoce en la niña muerta a la Babette del libro de Pierre Lafitte: La muerte de Babette y Remigio no puede sino sorprenderse cuando su padre le lee algunas páginas.

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Apoyándose en la memoria de los cientos de libros que ha leído, Lucio es capaz de intuir los movimientos de los diferentes personajes que lo acompañan en la novela: el del presunto asesino, el de los policías encargados de la investigación, o el de la madre de la niña, gran lectora como él y a la que intentará seducir; pero también, el modo de reaccionar ante las situaciones que van sobreviniendo tratando con ello de manipularlas en su favor.

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Sin embargo, El último lector no es una novela policíaca. El culpable está decidido de antemano y la intriga brilla por su ausencia. Se trata, más bien, de un profundo análisis del alma de Lucio, torturado por la muerte temprana de su mujer. Los libros acumulados en la clausurada biblioteca son los verdaderos pobladores de su universo, dedicando todo su tiempo a leerlos y a juzgarlos, no solo en función de su calidad literaria, sino también en cuanto a su adecuación a ese universo.

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Es también, una crítica sincera sobre la esterilidad e inutilidad de gran parte de la literatura contemporánea. Como botón de muestra, este corto extracto de la página 107 en la que Lucio comenta a la madre de la niña:

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Leo los libros uno por uno antes de decidir si los pongo en los estantes o lo mando al infierno (Pieza cerrada de su casa, plagada de cucarachas y otros insectos, en la que arroja los libros desechados con el ánimo de que sean destruidos.) ¿Sabía usted que de veintiocho paginas que se publican solo se lee una? Porque hay libros que se regalan a gente que no leen, porque caen en una biblioteca sin usuarios, porque se adquieren para abultar un librero, porque se obsequian en la compra de otro producto, porque el lector pierde interés desde el primer capitulo, porque nunca salen de la bodega del impresor, porque también los libros se compran por impulso.

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Yo acabo de deshacerme del Otoño de Madrid,... Para que un tedio como ese llegue a Icamole se requiere de la complicidad de autor, correctores, editores, impresores, libreros y hasta lectores; eso sin contar a la pareja del escritor que le dice si, mi vida, tú si escribes muy bonito. Delincuencia organizada...

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El ultimo lector es una historia totalmente surrealista, que explota los recursos propios del realismo mágico para hacer que se desvanezcan por completo las fronteras entre nuestra realidad de lectores, la ficción propiamente dicha de esta novela y la de los numerosos libros de los que Lucio nos habla, que dicho sea de paso, han sido todos ellos inventados por el autor David Toscana.

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La lectura, vista como proceso o como producto, no es sino un entrecruce de subjetividades, un ir hacia el otro y lo otro. Como desplazamiento, encuentro y revelación, la lectura es la única vía a través de la cual el texto emerge más allá de su materialidad. Ya lo dijo Wolfgang Iser: “un texto sólo despierta a la vida cuando es leído”.

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Desde la metaliteratura, los dobleces y complejidades del acto de leer han sido motivo de reflexión y exploración, aunque probablemente menos que los vinculados particularmente a los problemas de la escritura literaria. Desde la posición de autorreferencialidad, el lenguaje artístico observa el universo extraordinario que se despliega en la producción y recepción del mensaje literario.

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Asomarse a la propuesta metaliteraria de uno de los exponentes más distinguidos de la narrativa mexicana actual permite un acercamiento a di-versas cuestiones asociadas al acto de leer, por ejemplo, el placer estético, los tipos de lectores, la novela como género literario, el paso de la realidad a la ficción, la impostación, así como la relación entre vida y literatura, por seña-lar algunos. Sobre todo, se está al alcance de una visión de mundo fincada en cierta medida en la asunción de la lectura como descubrimiento y revelación.

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En El último lector aparece la provincia porque la referencia espacial es el pueblo de Icamole, ubicado entre Coahuila y Nuevo León. El páramo desértico que en épocas prehistóricas albergó el mar es, en la no-vela, un paraje desolado por el que deambulan personajes polvorientos, casi fosilizados como los trilobites que recogen los turistas en el camino.

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Esta línea argumental, que podría conducir a la búsqueda de un asesino y los motivos del crimen, se entrelaza con otra de no menos fuerza que constituye la historia de otra búsqueda: la de Lucio y su devenir como lector crítico y apasionado, como el último lector, inconforme con sus circunstancias y su mundo.

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Para Roman Ingarden, la obra de arte literaria es una formación multiestratificada de carácter intencional o imaginacional intersubjetivo. Tiene su fundamento óntico en los actos creativos del autor, pero su consumación requiere la presencia de un lector que pueda revelar sus cualidades metafísicas en la apreciación armó-nica de todos los estratos constitutivos.

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De esta manera, la lectura es percibida como el proceso en que el lector aprehende el mundo intencional sugerido o apuntado por la obra de arte literaria y los valores que de esta se desprenden.

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Lucio encarna al lector ideal que responde a los requerimientos del texto literario, pero que le exige a ese texto (la novela) lo que Roland Barthes (1974) planteó en “El placer del texto”: probar que la escritura desea al lector, lo busca, lo persigue, lo hace suyo, lo devora.

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Por eso, novela que no prueba que desea un lectores lanzada al fuego del olvido o, simplemente, destinada a ser la comida de las cucarachas. En este sentido, Lucio es un lector apasionado, puro (Ricardo Piglia (2005), en un libro homónimo al de Tos-cana, señala que los “lectores puros” son aquéllos para quienes la lectura no sólo es una práctica, sino también una forma de vida) y casi salvaje, que engulle de forma se-lectiva lo que llega a su biblioteca en Icamole.

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Desde este microcosmos en que reverberan la palabra, el tiempo y los personajes de numerosas novelas, Lucio se acuartela quijotescamente para defenderse de una realidad que lastima: el calor desesperante, la falta de agua, la pobreza, la ignorancia, el desempleo, la indolencia gubernamental y el éxodo de las familias hacia donde puedan sobrevivir.

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En Icamole el tiempo parece haberse de-tenido. Prima en el ambiente la sensación de que cada día es la lectura de una misma página. La ruptura de este “acontecer petrificado” sucede justamente a partir del descubrimiento del cuerpo de Anamari, una niña de esas que en las novelas “se hicieron para desearse, ultrajarse o asesinarse”,dice Lucio.

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La niña muerta plantea un enigma: es un texto para leerse e interpretarse. ¿Cómo murió? ¿Quién la mató? ¿Cómo llegó hasta el pozo de Remigio?...

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El signo de la muerte que flota en el agua es también una paradoja: el movimiento y el cambio arriban a Icamole de manera subrepticia a través de la muerte, pues sólo a raíz de la desaparición de Anamari en Icamole todo se mue-ve. Van y vienen policías que interrogan a los habitantes; son inculpados inocentes, como Melquisedec, el repartidor de agua del pueblo; Remigio va de un punto a otro tratan-do de deshacerse del cadáver para no ser inculpado; Lucio entra y sale de los libros para mostrarle a su hijo que ya antes, en distintas novelas, estaban señaladas la vida –su vida– y las circunstancias en que los pobladores están en-vueltos.

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La vida real está marcada por el destino literario. En la novela apócrifa La muerte de Babette, de Pierre Lafitte, el libro de cabecera empleado por Lucio para explicarse qué pudo suceder con Anamari, se lee:

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«A los doce años, Babette poseía la vanidad de una mujer mayor y gustaba de llevar vestidos ceñidos en la cintura, que mostraran un mínimo de pantorrilla. Adoraba los días de viento porque el revoloteo de su negrísimo cabello hacía fulgurar sus ojos claros, tristes, de plomo; ojos siempre viendo el horizonte, más allá de su delicada nariz.

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Aunque de piel muy blanca, al punto de traslucir venas azules en brazos y mejillas, no daba la impresión de ser enfermiza; todo lo contrario: quien la mirara detenidamente notaría una carne compacta, severa para su edad y casi varonil, a no ser porque unas incipientes formas de mujer comenzaban a perfilar una hechura de esas que silencian voces a su paso».

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Al ser rebautizada Anamari como Babette (y ser llamada como tal a lo largo de la novela) se acentúa la fusión entre ficción y realidad. Las inserciones de las distintas obras que lee el personaje principal se hacen muchas veces sin previo aviso al lector, de manera que éste asiste al entre-cruce lúdico de dos dimensiones:

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«No le sedujo la trama sobre Fritz y Petra, una pareja que visita varios lugares en busca de un sitio dónde vivir, pues a Lucio le pareció una mera excusa para que Haslinger hablara sobre terremotos, plantas y animales, usando lo mismo nombres comunes que técnicos o en latín; sin embargo, cuando estaba por abandonar la lectura, la pareja arribó a un sitio que, a Lucio no le cupo duda, era Icamole.

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Fritz tomó la mano de Petra y la apretó con excesiva fuerza al sentirse tan entusiasmado. Me lastimas, dijo ella. Él respondió: Mira, Petra, nuestro paraíso…»

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Con intenciones de homenaje o parodia, el recurso al pastiche literario permite a Toscana exhibir su destreza en el manejo del lenguaje y, a la vez, ridiculizar la impostación o los vicios de los escritores que, en aras de mostrarse sofisticados, sacrifican la verosimilitud del relato.

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Algunas de las novelas que evidencian el periplo bibliográfico de Lucio son El color del cielo, de Brian MacAllister; Ciudad sin niños, de Paolo Lucarelli; El otoño en Madrid, de Jordi Ventura; Los peces de la tierra, de Klaus Haslinger; Las nieves azules, de Igor Pankin, y El Manzano de Alberto Santín.

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A su modo, cada uno de los personajes principales de El último lector busca algo, recoge pistas o fragmentos de una realidad inasible en que urge una certeza. A su modo, también son lectores e intérpretes ya del mundo real y sus objetos, ya del lenguaje literario y sus objetos proyecta-dos; son, asimismo, signos de otro texto en que alguien los descifra. La existencia humana se muestra como una gran caja china.

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En El último lector resulta claro el paralelismo de leer e investigar: en ambos casos se formulan hipótesis, premisas y rectificaciones de las ideas iniciales. El texto como realidad lingüística y el mundo como realidad se perciben de forma esquematizada y fragmentaria, ante la imposibilidad de captarse en todos sus de-talles y ángulos.

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El lector, “por su propia iniciativa, y con la actividad de su imaginación, ‘rellena’ los varios lugares de indeterminación con elementos escogidos de entre los muchos posibles y permisibles” (Ingarden),

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Las manchas de indeterminación son resueltas por la actividad co-creadora del lector que, en este ejercicio, encuentra su razón de ser. Así, mientras un comandante, dos policías y la madre de Anamari buscan –en la realidad misma– pistas y claves que les faciliten conocer el paradero de la niña, Lucio apela ala literatura para llenar los vacíos o manchas de indeterminación; es decir, redescribe con la lectura de novelas la realidad que le circunda.

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El distanciamiento que provee la escritura, como palabra fijada, hace factible que se opere mucho mejor el entendimiento de la vida. Para él, cualquier hecho real ha sido imaginado siempre con anticipación y superado, con creces, por la literatura.

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Al contrario del dicho común que dicta que toda realidad supera a la ficción, en El último lector el arte de leer novelas es una experiencia más genuina y auténtica que la vida misma. Lucio, en diálogo con la madre de Anamari, expresa lo siguiente:

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Viva Pancho Villa, cabrones, y la virgen de Guadalupe. Le rezan a uno y a otra, hacen sus propias novelas. Creen en ellas como usted y yo creemos en Babette […]. [Creen]en ángeles, demonios, crucificados y tan-tas cosas que nadie ha visto ni verá más que a través de las palabras; entonces no me explico por qué se resisten a entrar en mi biblioteca, por qué piensan que hay un abismo entre la vida y el papel

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Varios personajes como el hijo de Lucio, funcionarios culturales y algunos habitantes de Icamole se oponen a la idea de que la literatura es más real que la realidad y que tiene una función social: “Si acerco las manos al fuego, le dijo un hombre [a Lucio], me quemo; si me encajo un cuchillo, sangro; si bebo tequila, me emborracho; pero un libro no me hace nada, salvo que me lo arrojes en la cara”

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Pero a Lucio se le revela que en el acto esté-tico el sujeto “se siente en la apropiación de una experiencia del sentido del mundo, que puede descubrirle tanto su propia actividad productora como la recepción de la experiencia ajena”(Jauss).

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El placer estético prodiga la experiencia de la multiplicación: ser otro a partir del otro. Como apunta Octavio Paz: “la revelación no descubre algo externo, que estaba ahí, ajeno, sino el acto de descubrir entraña la creación de lo que va a ser descubierto: nuestro propio ser”

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Es importante señalar que el personaje prin-cipal no está mostrado como un desadaptadosocial o un ser separado del mundo. No, su ca-rácter es pragmático, incluso cínico, y tiene unprofundo sentido del humor y la ironía. Lucio haextraído de la literatura la savia que le permitecomprender los distintos matices de la existen-cia humana; ha descubierto la dimensión opa-lescente de la obra literaria, aquélla que “resultauna mediación entre vivir la obra como una ex-periencia ‘verdadera’ y reconocer la verdad re-presentada y dada armónicamente en el mundode la concretización”

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Finalmente, se debe decir que en El último lector, como resultado de la experiencia estética, la lectura es un acto de alumbramiento y revelación.

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Es allí, en ese desplegar del mundo frente al texto, como diría Paul Ricoeur (2001),donde el personaje principal, mediante la ficción, introduce en la realidad cotidiana nuevas posibilidades de ser en el mundo y, al hacerlo, alcanza a tocar a sus lectores.