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ROMMEL EL ZORRO DEL DESIERTO UNA BIOGRAFÍA DEL MARISCAL DE CAMPO ERWIN ROMMEL David Fraser Traducción de Ana Mendoza

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Page 1: David Fraser -  · 2017-03-10 · gran victoria de Lee sobre el ejército del Potomac. O como Bedford Forrest, que luchó en la misma guerra, un hombre tan brillante y escurridizo

ROMMELEL ZORRO DEL DESIERTO

UNA BIOGRAFÍA DEL MARISCAL DE CAMPO

ERWIN ROMMEL

David Fraser

Traducción de

Ana Mendoza

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Índice

Agradecimientos .......................................................................................

Parte 11891-1918

11. «Que el ala derecha se mantenga firme» ..........................................12. El súbito descenso del halcón ...........................................................13. Gebirgsbataillon .................................................................................14. Pour le Mérite .....................................................................................

Parte 21919-1939

15. Un soldado sin política ......................................................................16. La oscuridad y el amanecer ...............................................................17. Una tarea personal .............................................................................

Parte 31939-1940

18. El mando desde el frente ...................................................................19. «Hasta el último aliento de los hombres y de las bestias» ...............10. La División Fantasma ........................................................................

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Parte 41941-1943

11. Girasoles en África ............................................................................12. «El Seydlitz de los Pánzer Corps» .....................................................13. Panzer Gruppe Afrika .......................................................................14. «Rommel an der Spitze!» ...................................................................15. «Heia Safari!» ....................................................................................16. El final de la línea ..............................................................................17. Un giro decisivo .................................................................................18. Cae el telón ........................................................................................

Parte 51943-1944

19. La lámpara de rayos ultravioleta .......................................................20. La invasión .........................................................................................21. La última batalla ................................................................................22. «Por el honor de Alemania» .............................................................23. «¿Qué era lo que sabía Rommel?» ....................................................24. Un final necesario ..............................................................................

Cronología de Erwin Rommel ..................................................................Siglas .........................................................................................................Notas. ........................................................................................................Bibliografía ...............................................................................................Índice onomástico .....................................................................................

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PARTE 1

1891-1918

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Capítulo 1«QUE EL ALA DERECHA SE MANTENGA FIRME»

E l nombre de Erwin Rommel va asociado a uno de los mayores maestros delas maniobras de guerra, a uno de los miembros de ese selecto grupo cuya

personalidad trasciende el paso del tiempo y continúa comunicándonos su ener-gía. Las victorias de estos hombres, en otros tiempos, dependieron de su capa-cidad para comunicar sus intenciones, imponer su voluntad y actuar con una ve-locidad asombrosa en medio de situaciones confusas a lo largo y ancho de lasdistancias variables de los campos de batalla. Sus personalidades cortaron comosables, de forma análoga, y atravesaron los telones de la Historia llegando a lasgeneraciones posteriores con una inmediatez que nos acelera el pulso. Estoshombres, que se han convertido en leyenda, proyectan cada uno a su manera laimagen clásica del guerrero: valiente, vigoroso, de ojo de lince y mente aguda,capaz de tomar decisiones con toda rapidez, alerta cuando existe peligro y, enla lucha, más rápido y audaz que sus enemigos. Rommel perteneció a esta ex-traordinaria hermandad, la hermandad de Héctor y la de Rupert del Rhin, aquienes sólo se pueden describir como héroes. Y es curioso que un hombremoderno tan decididamente práctico como Rommel, el menos fantasioso detodos, se haya unido a una sociedad tan vinculada al mito.

Las actitudes ante el arte militar han ido evolucionando con el tiempo y lafama de los héroes guerreros se eleva y se desploma según las modas. En la ac-tualidad, a la gente le repele más que le fascina la energía de un personaje comoCarlos XII de Suecia, otro de los maestros de los campos de batalla, un hombreque dio caza a sus enemigos e hizo la guerra sin interrupción durante dieciochoaños. Cuando en 1714 se encontraba prisionero de los turcos, Carlos tentó a lamuerte organizando una resistencia sanguinaria junto con sus compañeros decautiverio, luchando contra fuerzas abrumadoras y matando a un gran númerode sus carceleros, hasta que fue apresado. Tiempo atrás, en medio de la campaña,el rey se había enfrentado a las protestas de sus consejeros civiles diciéndoles que

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su único cometido era reunir dinero para sus guerras y que estas guerras se li-braban por el honor de la Casa Real de Vasa, de la que podían tener el orgullode compartir un pequeño reflejo. En nuestros días, un personaje semejante re-pugna y horroriza, y su soberbia resulta tan incomprensible como su amoralidad.Sin embargo, cuando leemos la velocidad a la que Carlos conquistó vastos te-rritorios, en la guerra del Norte, sometiendo a polacos, rusos y alemanes, y es-tableció nuevos estados derrocando a los antiguos; cuando nos enteramos de quecomenzó su breve aunque asombrosa carrera a la edad de catorce años, siendoun rey niño, y la concluyó a los treinta y seis, podemos reconocer que hubo algonotable en el pálido rostro y en la figura alta y flaca que estalló sobre Europa, es-pada en mano, como, con palabras de Winston Churchill, «el guerrero más fu-rioso de la historia moderna... intrépido e implacable, capaz de hacer fríos cál-culos y, mediante un gran poder de encantamiento, con una vida hechicera»1.Carlos, un héroe, llega hasta nosotros aunque puede ser que nos resulte repelentey nosotros reaccionemos ante su figura.

La viva energía de estos hombres es lo que salta por encima de los años y loque los convirtió en mitos en su época. Son hombres como Jeb Stuart, el gransoldado de caballería confederado de la guerra civil estadounidense, que inspi-raba a sus tropas siempre que aparecía y, como aparecía en lugares muy distin-tos y lejanos del campo de batalla, todos ellos cruciales, daba la impresión de sersobrenatural, «constantemente sobre la silla de montar […] presente en todaspartes, en todo momento del día y de la noche […] sin que le faltara nunca laalegría ni el humor»2, y que galopó por las sierras de Chancellorville antes de lagran victoria de Lee sobre el ejército del Potomac. O como Bedford Forrest, queluchó en la misma guerra, un hombre tan brillante y escurridizo como el mer-curio. Estos hombres, soberanos o subordinados, fueron héroes sin ningún gé-nero de dudas, capitanes de las huestes y señores del campo de batalla. Su cla-ra opinión sobre la política y los acontecimientos, inevitablemente afectada porlas circunstancias y los sentimientos que los rodeaban, pudo haber sido limita-da o distorsionada. Y cuando se estudia a cualquiera de ellos es necesario an-darse con pies de plomo y ser cauto con los veredictos que se derivan de épo-cas, lugares y culturas completamente diferentes. Esos hombres, con todos suserrores, fueron los hijos de su tiempo y podemos ver aquellos momentos tantoa través de sus ojos como objetivamente. Pero su influencia les ha sobrevivido.Podemos considerar que nuestra admiración es una brutalidad inmadura, peroeso no la hará desaparecer.

En una época de poderío aéreo, de mecanización a gran escala, de un in-cremento de la capacidad de destrucción de la potencia de fuego hasta un gra-

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do tal que habría sido impensable poco tiempo antes, en una época en que laguerra entre las sociedades modernas e industrializadas ha pasado a implicar ine -vitablemente un conflicto de masas despersonalizadas que se extiende por te-rritorios vastísimos, los maestros del campo de batalla a la manera heroica handejado de ser útiles, y sus logros espléndidos se vuelven primitivos e irrelevan-tes. Aquí tenemos a Churchill otra vez, reflexionando en las postrimerías de laPrimera Guerra Mundial sobre el carácter militar de Marlborough:

En las épocas de las que estamos hablando, el gran comandante demostró el díade la batalla que poseía una combinación de las cualidades mentales, morales yfísicas adecuadas para la acción y que destacaban hasta el punto de parecer di-vinas. Su aspecto, su serenidad, sus ojos penetrantes, sus ademanes, los tonosde su voz, más bien el latido de su corazón, comunicaban armonía a su alrededor.Cada palabra que pronunciaba era decisiva […] esa época se ha desvanecidopara siempre.3

Nueve años después de que se publicaran estas frases, su autor se encontraríadeambulando de aquí para allá en su cuartel temporal de El Cairo al tiempo quepronunciaba una y otra vez el nombre de cierto general alemán para después gri-tar: «¡Lo único que importa es derrotarlo!» Era una figura que, de alguna ma-nera, parecía salida de las páginas de la historia. En cierto sentido era una figu-ra completamente contemporánea, técnicamente experto, con inventiva, deideas progresistas y especialmente partidario de la forma moderna de llevar acabo las campañas en el siglo XX. Sin embargo, su dominio personal del campode batalla recordaba los logros de otras épocas anteriores y heroicas. Un domi-nio que hizo que Churchill se refiriera a él en la Cámara de los Comunes como«un oponente muy osado y habilidoso […] y puedo decir, a pesar de los estra-gos de la guerra, un gran general». Erwin Johannes Eugen Rommel.

El tipo heroico, al que sin duda pertenecía Rommel, se desmorona por com-pleto si no lo respalda la competencia profesional. Sin embargo, estos hombres,cuyo servicio activo en el Ejército se puede discutir o no, conocían su oficio. Es-tos hombres, fueran reyes o soldados profesionales, estudiosos de la guerra portradición familiar o movidos a ella por un accidente de la historia o de la revo-lución, dominaban su oficio, usaban la inteligencia, eran diligentes y al mismotiempo estaban en armonía, por su naturaleza, con las exigencias que plantea-ba la batalla. Surgieron, y siempre lo harán, de estratos sociales muy diversos.Pero fueran cuales fueran la educación, la influencia familiar y la herencia reci-

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bidas siempre ha estado presente una combinación de tres características queunidas significan la capacidad del comandante en el campo de batalla. A la pri-mera de ellas se la podría denominar temperamento.

El señor del campo de batalla siempre disfrutó de las dificultades que seplantean en el combate. Él mismo (y sus biógrafos de rigueur) con frecuencia la-mentó este entusiasmo, por lo menos en la época moderna. La guerra puede seralgo horripilante. Las cosas sin importancia pueden ser mutilaciones, muertes ydestrucción; el ambiente es de violencia y de dolor, las consecuencias serán su-frimientos y duelo y lo que genera, aunque no necesariamente entre las tropasque luchan, es una brutalidad despreocupada en el mejor de los casos y, en elpeor, una depravada crueldad. Las condenas más severas que se hacen en nues-tros días se reservan a los que conspiran o a los que glorifican los tiempos de gue-rra y, como el elemento natural del héroe es la batalla, nuestra actitud hacia éles ambivalente. Esta ambivalencia se resuelve en la actualidad por medio del con-cepto de «deber», es decir, tenemos la imagen de un soldado que obedece ór-denes con estoicismo, incluso con brillantez en sentido técnico, pero realizan-do esta tarea, odiosa por definición, porque no estaba en su mano resolver ladisputa, la que originó la guerra. En nuestra época han existido soberanos y ge-nerales dictadores pero rara vez han estado en el campo de batalla ni en primeralínea de fuego. Por lo tanto, al comandante se le puede absolver y, de hecho, loshistoriadores lo hacen, de ser culpable de crear las circunstancias que le handado su ocupación y su oportunidad.

Sin embargo, no debemos imaginarnos, a partir de esta inocencia, que ésteno disfrute haciendo su tarea porque si fuera así su temperamento le haría in-capaz de realizarla. Es imposible que un hombre haga algo con habilidad y ta-lento si no consigue una satisfacción de su actuación y los capitanes perversosde la historia, fueran sus causas justas o injustas, han luchado con un entusias-mo que sólo ha disminuido con la derrota o con la torpeza imperiosa de un su-perior. El entusiasmo no implica inhumanidad. La pérdida de amigos, el sufri-miento de los subordinados e incluso de los enemigos con frecuencia* handespertado las simpatías de los grandes comandantes. Lo que es seguro es quedespertaron las de Erwin Rommel. Pero sería un disparate pretender que el en-tusiasmo estuviera ausente, lo mismo que en los casos de Alejandro Magno y delgran O’Neill. El temperamento de un luchador que triunfa, por muy cuidado-so que pueda ser para expresarlo de una manera adecuada según las conven-ciones que rigen en su época, es un temperamento que se encuentra en armonía

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* Me gustaría poder escribir «siempre» pero me temo que me equivocaría.

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con las exigencias particulares de la batalla. La batalla es su elemento. Y aunqueen las frías condiciones de las postrimerías de la guerra lo tachara de ocupa-ción estúpida, la batalla era el elemento de Erwin Rommel.

Si el temperamento es algo indispensable para tener habilidad en el mo-mento de la batalla, también lo es la comprensión, el conocimiento de la bata-lla. Todos los capitanes victoriosos lo han tenido, ese sentido de lo que funcio-nará y lo que no en las situaciones, con frecuencia extraordinarias, creadas porel hecho de que hay grandes cifras de hombres intentando matarse unos a otros.Hasta cierto punto, esta comprensión se puede adquirir por medio del estudioy de la reflexión aunque la palabra «estudio» implica un proceso académicoque con frecuencia es inaplicable. Lo cierto es que en gran parte deriva de la ex-periencia, de lo que ha sucedido anteriormente. Y la experiencia puede ser, y loes con frecuencia, la experiencia de otros, es decir, algo histórico. Debe tener susraíces, fuera de toda duda, en los factores prácticos, técnicos y profesionalesque se dominan y se valoran; en las capacidades y en las deficiencias del arma-mento, los equipos y los vehículos, y, sobre todo, en las capacidades y en lasdeficiencias de los hombres. Pero la comprensión y el conocimiento de la bata-lla, ahí donde se distingue a un gran comandante que es en el campo de batalla,de alguna manera están por encima de lo cerebral. Se convierten en algo asícomo un sexto sentido, un instinto, una reacción visceral que va más allá de losfenómenos (que son igualmente esenciales pero se pueden describir con más fa-cilidad) y que es la capacidad y la oportunidad de juzgar una situación concre-ta con sagacidad y rapidez. Trasciende aunque se acerca al coup d’oeuil que le per-mitió a Wellington en Salamanca ponerse en pie de un salto cuando observabalas columnas de Marmont y, al grito de «¡En nombre de Dios! ¡A ellos!», saliral galope para conseguir la que acaso sería la victoria más brillante de toda su ca-rrera. También lo podemos encontrar en el apodo que daban sus hombres aErwin Rommel, Fingerspitzengefühl*, que aludía a su respuesta casi animal antelos peligros, las oportunidades y las variaciones de una batalla. Esta compren-sión y este conocimiento se refinan hasta convertirse en un instinto y se aplicande forma instantánea. Es algo que se puede reconocer en todos los grandesmaestros de las maniobras bajo distintos disfraces y con distintos nombres.

«Hecho al momento.» La última y fundamental cualidad de las tres queprecisa un gran comandante en el campo de batalla es la capacidad de pensar yactuar con absoluta claridad, con resolución y, sobre todo, con rapidez. El tem-peramento puede aportar un entusiasmo muy necesario, el conocimiento pue-

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* Fingerspitzengefühl: tacto (también en sentido figurado), «olfato», instinto. [N. de la T.]

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de proporcionar una intuición sólida, incluso extraordinaria, de lo que se debe ha-cer pero el experto en maniobras es aquél cuyas actuaciones son tan rápidas, se-guras y enérgicas que fijan el rumbo y dirigen el curso de la batalla. Éste fue el casode Rupert quien, a pesar del mito de su impetuosidad, fue un comandante pro-fesional de gran experiencia, cuando ordenó la carga del puente de Powick en losprimeros días de la guerra civil inglesa y atacó antes de que nadie, en especial elenemigo, estuviera preparado. Atacó y derrotó a fuerzas muy superiores antes deque éstas pudieran desplegarse, antes de que el enemigo pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Atacó de una manera que «convirtió el nombre delpríncipe Rupert en el sinónimo de algo realmente terrible»4.Sigue siendo así has-ta nuestros días. Y, tres siglos después, sucedió lo mismo con Rommel.

Erwin Rommel nació en Suabia. El ducado de Suabia había sido absorbidohacía mucho tiempo por el reino de Wurttenberg y el calificativo de Schwaben*era más territorial que político. Sin embargo, el suabo tenía y sigue teniendo ca-racterísticas peculiares. Rommel era estable e imperturbable más que emocional,en algunas ocasiones su severa timidez contrastaba con la exuberancia de suvecino de Baviera. Era cuidadoso con el dinero, más que eso, prudente. Era unwurttemburgués leal pero se sentía superior a las otras personas del reino. Y, porencima de todo, tenía sentido común, una cabeza despejada y mucha sagacidad.Rommel, a pesar de su brillantez, de su posterior don especial para la teatrali-dad, del aura romántica de sus logros, era un suabo de arriba abajo.

Su padre, también de nombre Erwin Rommel, fue profesor de instituto enHeidenheim en Wurttemberg, a unos 80 kilómetros al este de Stuttgart y 30 alnorte de Ulm. Su madre, Helene von Luz, que vivió hasta 1940, era hija del Regierungs-Präsident** de la ciudad. De niño, el pequeño Erwin, nacido el 15de noviembre de 1891, era de cara pálida, cabello claro y ojos azules, a veces so-ñador pero siempre apacible, un niño «fácil». En el campo académico así comoen el deportivo fue normal, aunque durante la adolescencia descubrió su aficiónpor las matemáticas (tanto su padre como su abuelo fueron distinguidos mate-máticos) que lo acompañó hasta la muerte. La dureza física y la energía tan no-tables que caracterizaron a Rommel, el soldado, en todas las graduaciones, noquedaron patentes al principio. Sin embargo, su familia*** siempre recordaba

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*** Schwaben: suabos. [N. de la T.]*** Regierungs-Präsident: gobernador civil. [N. de la T.]*** Tenía una hermana mayor y dos hermanos menores, uno de los cuales regresó gravemente

herido de la Primera Guerra Mundial; el otro se hizo cantante de ópera.

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una cosa de él: parecía que no le tenía miedo a nadie. En la adolescencia empezóa desarrollar una gran capacidad para las matemáticas, sorprendentemente rá-pida, acompañada por una afición entusiasta por el esquí, la exploración y la bi-cicleta. Por lo que se refiere a las lecturas, siempre prefirió los libros prácticosa las obras de imaginación.

Erwin padre sirvió en el Ejército como oficial de artillería antes de dedicar-se a la enseñanza, pero en la familia no había una tradición militar especial. Eljoven Erwin, una vez aprobados sus exámenes básicos, comenzó a estudiar aeronáutica y tuvo algunas ideas que se podrían aplicar a los trabajos de Zeppelinen Friederichshafen. No obstante, su padre se opuso y le aconsejó que ingresaraen el Ejército.

Durante la victoriosa posguerra franco-prusiana se había proclamado el Im-perio alemán, en 1871. Los soberanos independientes, los reyes, los grandesduques, los duques y los príncipes de los distintos estados se unieron en unaalianza con el rey de Prusia como emperador de Alemania. Después de eso, enmuchos de los sectores de la vida política se planteó el problema de reconciliarlas necesidades legítimas, pero que se encontraban en conflicto, que planteabanla diversidad y la unidad, de equilibrar esa diversidad que percibían tanto los go-bernantes como los pueblos, ya que se sentían, fueran bávaros o wurttember-gueses, muy alejados de los prusianos o de los silesios, es decir, estaban en con-tra de la unión que imponían los imperativos del progreso económico y de laseguridad militar.

Este problema, recurrente y que sigue siendo válido en nuestros días, lo re-cogió la Constitución de 1871, que establecía las relaciones que regirían en elseno del Imperio. De acuerdo con sus disposiciones, por la parte militar, lastropas del reino de Wuttemberg formarían el XIII Cuerpo de Ejército, del Ejér-cito Imperial alemán. El Ejército Imperial, reglamentado por un estado mayorImperial General cuyos ascendientes fueron los grandes prusianos de la guerrade la Independencia, Scharnhost y Gneisenau, y cuyo jefe más distinguido, el an-ciano Moltke, había dirigido la campaña contra Francia que había logrado es-tos resultados, era de un tamaño enorme, se podía reunir en caso de moviliza-ción, se organizaba en el ámbito de todo el Imperio y reconocía al káiser comocomandante supremo. Disfrutaba de todas las ventajas de la unidad aunque,en opinión de sus detractores, sólo de algunas. Pero también disfrutaba de to-dos los beneficios de la diversidad aunque, una vez más, en opinión de sus crí-ticos, de forma excesiva. Los wurttembergueses, por lo menos en teoría, perte-necían al ejército de Wurttemberg y el rey conservaba cierto mando, por lomenos sobre los rangos más bajos de los oficiales.

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La resolución de este tira y afloja entre la unidad y la diversidad, por lo me-nos a los ojos de un extranjero, parece ser que funcionó de una forma admira-ble. Sin ninguna duda que ayudó mucho la tradición de la «nación en armas» se-gún la cual un hombre prestaba servicios, en un puesto o en otro, como recluta,reservista de primera línea, Landwehr* o cualquier otra hasta la edad de cua-renta y cinco años, una tradición que se aplicaba imparcialmente a lo largo yancho del Imperio. Por lo tanto, el soldado alemán, fuera cual fuera su lugar deorigen, compartía el privilegio y la carga del servicio activo con todos los demás.El patriotismo que se sentía por la tierra chica era muy fuerte y en algunas oca-siones exclusivo. Pero apareció, cuidadosamente cultivado y floreciendo en unatierra fértil, el concepto de la Madre Patria, objeto de orgullo, de leyendas y decanciones.

A lo largo de toda su vida, Erwin Rommel hizo gala de un cauteloso escep-ticismo, se podría decir que susceptibilidad, por los asuntos relacionados con lasclases sociales. Hay un concepto erróneo que se sostiene frecuentemente y es quelos oficiales del Ejército Imperial alemán en su mayor parte pertenecían a la no-bleza, aunque fueran miembros de ella sin importancia o empobrecidos, peroesto no era así. El antiguo concepto prusiano de un trono al que servía de for-ma exclusiva una casta hereditaria, de la existencia de una orden de caballería,se había modificado enormemente debido a la presión de los acontecimientos,a la evolución social y a las vivas necesidades de un ejército en expansión. En lamisma Prusia, desde 1845 en adelante, se produjo un considerable incrementoen el número de hombres que eran admitidos en las filas del cuerpo de oficia-les y que provenían de las clases medias, un flujo formalizado de hecho por undecreto imperial en 1890. En los estados alemanes del sur, incluido Wurttem-berg, la burguesía había establecido servicios activos desde hacía mucho tiem-po. En el Ejército Imperial en conjunto, en 1912, año en que Rommel se unió asu regimiento proveniente de la Escuela de Cadetes, poco más de una cuarta par-te de los oficiales más jóvenes pertenecían «a la nobleza». Esta clasificación noincluía solamente a las familias nobles por definición, es decir, las que poseíantierras, sino también al elevado número de los «ennoblecidos», a los que se ha-bía otorgado el aristocrático prefijo de von, por sus distinguidos servicios, fue-ran éstos legales, administrativos o de otro tipo. En Wurttemberg, la proporciónera significativamente menor y la nobleza, como tal, tenía muy poca influenciaen el seno del Ejército. En consecuencia, Rommel, cuya familia por parte de supadre era sólidamente burguesa aunque su madre era «de la nobleza», se en-

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* Landwehr: guardia nacional. [N. de la T.]

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contraba totalmente en su elemento y podemos abrigar pocas sospechas de queabrigara resentimientos sociales en estos primeros años de su vida. La influen-cia de la nobleza dentro de la elite del estado mayor, entonces y posteriormen-te, era harina de otro costal porque, cuando Rommel entró en activo, por lomenos la mitad de los miembros del estado mayor eran nobles.5 Pero los vio-lentos altercados de Rommel con el estado mayor tendrán lugar en el futuro.

Lo que le afectaba más era la notable evolución que se había producido enlas actitudes tanto ante el periodo de instrucción como ante el proceso de se-lección de los futuros oficiales, evolución que reflejaba la de otras naciones yotras épocas. La antigua tradición prusiana se basaba en la herencia y tambiénen el «carácter»; es decir, la educación, como tal, se descuidaba bastante o se des-preciaba. La revolución que se había producido en la ciencia militar y las acti-tudes provocadas por la guerra contra Napoleón cambiaron todo esto. Despuésde la guerra se introdujo en Prusia la reforma y se pusieron los cimientos de unedificio espectacular y duradero: el Estado Mayor General y su sistema. El re-formador fue Scharnhorst* y no soportaba la idea de que la guerra se pudierallevar adelante con éxito sin tener un intelecto bien capacitado. Creía en la se-lección y en el desarrollo del oficial como hombre instruido y sus reformas hi-cieron efectivo estos principios.

Se produjo una reacción. No fue algo sorprendente, pero el siglo XIX habíasido testigo de un conflicto entre los que estaban en el poder en Prusia y, en con-secuencia, en el Imperio alemán, aquellos que consideraban que los únicos re-quisitos que debía reunir un oficial eran que proviniera de una «buena familia»y que tuviera «carácter», y que conformaban el ala conservadora de la opiniónpública, y aquellos otros que pedían que demostrara también que tenía cuali-dades intelectuales y académicas y que se le animara a ello, y éstos eran el ala pro-gresista. La discusión sufrió muchas oscilaciones, se lograron algunos compro-misos y se tomaron algunas tibias medidas según se iban produciendo loscambios políticos. Hubo que esperar a 1897 para que se hiciera pública unacircular en la que se hacía hincapié en la necesidad de que los candidatos paraser oficiales de graduación tuvieran «buena crianza», «voluntad» y «sentido co-mún», aunque no se hacía ninguna referencia a los títulos académicos. La fina-lidad era desanimar a los «progresistas». Pero la suerte cambió, hasta ciertopunto, en los primeros años del siglo XX y cuando Rommel ingresó en la profe-

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* Scharnhorst, jefe del estado mayor alemán, estuvo a la cabeza de la Comisión de Reorga-nización Militar, establecida en 1807 por el rey de Prusia y cuyo objetivo era organizar la refor-ma de Ejército después del desastre que le provocó Napoleón.

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sión en la que habría de morir, se dispensaba a menos del 4 por ciento de los queaccedían a ella de la obligación de presentar certificados de estudios antes de seraceptados. Los jóvenes de «carácter» y de buena cuna habían utilizado ante-riormente este método para ingresar en el sistema.

Esto no habría significado gran cosa para Rommel. Es imposible creer quepudiera haberse quedado incluso en el caso de que el ingreso hubiera dependi-do de los conservadores, entusiastas del carácter, así como tampoco de los pro-gresistas, que se fijaban en el intelecto. Para los oficiales, el ingreso seguía variossistemas. La principal academia militar para oficiales, en la época de Rommel,se encontraba en Danzig, a orillas del Báltico, un antiguo puerto de Prusia Occidental muy alejado de Suabia, tanto como era posible sin salir de las fronterasde Alemania. La Kriegsschule* en la que Rommel tenía puestos los ojos, era unainstitución imperial. Pero si quería conseguir la recomendación necesaria paraingresar primero tenía que alistarse en el Ejército de Wurttemberg. Como con-taba con los títulos académicos necesarios, Rommel tuvo la posibilidad de alis-tarse como Avantageur**, candidato para un despacho de oficial; y si su carre-ra se hubiera ido a pique, habría tenido derecho a servir solamente un año, envez de dos, como Einjährig Freiwillig***, voluntario por un año, con la condi-ción de que se comprara por su cuenta el uniforme y el equipo, cosa que su pa-dre se comprometió a hacer.

Sin embargo, Erwin Rommel no tenía ninguna intención de perder la gra-duación de oficial ni tampoco de abandonar el Ejército. Su primer intento fuealistarse en la artillería, que si bien tiempo atrás había sido socialmente poco dis-tinguida, en esa época se encontraba junto a la caballería en cuanto a prestigiose refiere. Pero el comandante de artillería de la zona le dio una respuesta des-corazonadora. Le informaron a Herr Rektor**** Rommel de que no habría nin-guna vacante en un futuro próximo («In absehbare seit keiner Stelle frei wird»),y la segunda posibilidad de elección de Rommel, el cuerpo de Ingenieros, resultóigualmente descorazonadora. De esta manera, al joven Rommel se le envió al124.º Regimiento de Infantería de Wurttemberg de la 26ª División de Infante-ría (Württemberg). Después de sufrir un contratiempo que duró cuatro mesesdebido a razones médicas (tuvo una hernia y sufrió una operación), pasó a for-mar parte del regimiento como cadete en el mes de julio de 1910.

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***** Kriesschule: academia militar. [N. de la T.]***** Avantageur: aspirante a oficial sin pasar por la Escuela de cadetes. [N. de la T.]***** Einjährig Freiwillig: servicio voluntario de un año. [N. de la T.]***** Herr Rektor: señor director. [N. de la T.]

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Hasta hacía relativamente poco tiempo, era una costumbre inveterada en elEjército alemán que, antes de que un joven pudiera recibir instrucción como ca-dete y fuera nombrado oficial, tenía que prestar servicios en las filas del regi-miento que había elegido y demostrar que era un joven caudillo.* Además, y estoera de gran importancia, tenía que ser efectivamente elegido por los que seríansus oficiales compañeros. Este implacable examen interno, aunque no esté ne-cesariamente formalizado, sigue vigente en muchos ejércitos. Es evidente quepuede desembocar en abusos, en la predominancia de camarillas y que tam-bién puede perpetuar valores viciados. Pero reconoce la soberana importanciade la confianza mutua entre los miembros de una hermandad que puede tenerque enfrentarse en una batalla en la que los unos dependen del cariño de losotros y de su abnegación y en la que el vínculo entre ellos es total y absoluto.

El periodo de servicio de Rommel en su regimiento como cadete duró des-de julio de 1910 hasta marzo de 1911. Dejó satisfechos a los oficiales del regi-miento y fue nombrado cabo en octubre y sargento a finales de ese mismo año.Se esperaba de un cadete, que recibía nominalmente algunas de las prebendasde un oficial pero que por lo general se tenía que enfrentar a situaciones más du-ras que un oficial joven o que un soldado raso, algo parecido a lo que sucedía conlos guardiamarinas en la Armada Real, que reuniera todas las condiciones ne-cesarias para desempeñar las tareas de una graduación de rango inferior al de te-niente si es que quería llegar a ingresar en la Academia de Cadetes. En marzo,Rommel fue enviado a la Königliche Kriegsschule** de Danzig.

Rommel había trabajado mucho. Los estudios académicos nunca le habíangustado demasiado ni le habían resultado agradables pero en los ejercicios prác-ticos cada vez era más capaz y se tomó la tarea muy en serio, firmemente deci-dido a tener éxito. El curso se prolongó durante ocho meses, hasta finales de no-viembre de 1911. Según su informe final, en el que se proporcionaba muy pocainformación, era apto en todos los campos en los que se le habían hecho prue-bas, entre ellos la capacidad de mando [Führung-Gut!], y en enero de 1912, eljoven teniente Erwin Rommel, apuesto y con monóculo, se volvía a unir al 124.ºRegimiento en sus cuarteles de Weingarten.

El Ejército Imperial era una maquinaria gigantesca y magnífica. A sus com-ponentes se les daba instrucción con regularidad y con mucha meticulosidad, ysus soldados llamaban la atención por su vestimenta. A Rommel le hicieron

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** En tiempos de guerra, y, por supuesto, también durante la Segunda Guerra Mundial, in-cluía un turno en el frente.

** Königliche Kriegsschule: Real Academia Militar. [N. de la T.]

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una fotografía con la guerrera de cuello alto y el casco con un pincho del cuer-po de infantería de Wurttemberg, impecable, sólido y elegante. Y probable-mente se habría hecho eco de los recuerdos de un contemporáneo suyo, un sa-jón que escribía durante esa misma época de modernización:

Cuando, después de dos años, me nombraron por vez primera «oficial del día»e iba caminando tímidamente por los corredores en los que resonaba el eco, conla gola de bronce sobre cadenas de plata alrededor del cuello, tuve la sensaciónde que no podía haber una declaración más vertiginosa de lo que era la distinciónmilitar. Si eso era el militarismo, ¡me declaraba culpable! Uno se sentía orgullo-so de su uniforme y las palabras «espíritu de cuerpo» seguían teniendo signifi-cado.6

Durante todo el tiempo que perduró el Imperio alemán, los jóvenes oficia-les se sentían exultantes y tenían la sensación de pertenecer al mayor ejército delmundo y de ser los vencedores de 1870; y, asimismo, estaban exultantes por laposición que ocupaban en la sociedad. En muchas ciudades alemanas se espe-raba que los civiles les cedieran el paso por la calle a los oficiales de uniforme yen los consejos más elevados del Imperio se suponía que los dirigentes militarestenían influencia con el káiser, un dirigente a quien, según la tradición prusia-na, se consideraba comandante supremo al tiempo que soberano constitucional.El káiser recibía al jefe del Estado Mayor General con mucha más frecuencia quea cualquier ministro, un jefe del Estado Mayor General cuyo antecesor había ase-gurado desenfadadamente en una ocasión que el Estado Mayor General teníaderecho a tener la capacidad de decisión fundamental en las cuestiones de po-lítica exterior alemana.7 Porque esta comunidad curiosamente atávica contabacon todas las cualidades de una nación moderna, industrial y dinámica, alta-mente organizada, regulada de forma inteligente, técnicamente progresista y,además, estaba a la cabeza de Europa por lo que se refiere a sus muchos lo-gros, tanto comerciales y sociales como artísticos y educativos. Pero todas estasformidables características cubrían como un barniz sólido, aunque permeable,el temperamento histórico de Prusia. Esa Prusia de la que se ha dicho que mien-tras que, en la mayor parte de las sociedades, el Estado es dueño de un Ejérci-to en Prusia, el Ejército es dueño de un Estado. Y fue la Prusia austera, obe-diente, con fuertes principios y temerosa del Señor, la que dio su toquecaracterístico al Ejército Imperial (solamente se libraron, hasta cierto punto, lastropas bávaras) y, hasta un grado que muchos estados alemanes encontrabanodioso, también al propio Imperio alemán. Aunque esto pudiera quedar ocul-

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to por las convenciones civiles del siglo XX, lo cierto es que Rommel creció enuna sociedad guerrera. En Prusia, a la nobleza y a los cuerpos de oficiales los ha-bían nombrado el «primer bien del reino» y, a lo largo de todo el tiempo que per-duró el Imperio, aquellos que ascendían en la escala social, en ocasiones lo-grando comisiones de servicio activo como oficiales de la reserva, teníantendencia a imitar las maneras y a exagerar tanto las costumbres como los pre-juicios que exalta una sociedad belicista.

Había pocos que pusieran en tela de juicio la necesidad inherente de hacerlo.El Ejército Imperial debía ser gigantesco o, en cualquier caso, debía de poder sergigantesco después de la movilización. Pero lo cierto es que era más pequeño quelos de Francia o Rusia, las vecinas de Alemania al este y al oeste. Además, Fran-cia había formado una alianza con Rusia en la que se daba por hecho que laTriple Alianza, es decir, las potencias centrales de los imperios alemán y aus-trohúngaro, o sea, la antigua Doble Alianza ahora unida con la poco fiable Ita-lia, era un enemigo potencial. En 1912, haciendo entrar en vigor un acuerdo quese había tomado muchos años antes, el estado mayor ruso se comprometió, encaso de guerra, a concentrar a 800.000 hombres contra Alemania y a comenzarla ofensiva quince días después de que se hubiera ordenado la movilización. Elestado mayor alemán no ignoraba los detalles de una ofensiva francesa en Alsaciaque se había planificado para caso de guerra.

Para los alemanes, el Ejército era el garante de su seguridad en una Euro-pa en la que había, como los había habido con frecuencia en el pasado, ene-migos en los dos flancos. Una Europa, además, a la que Alemania había pro-porcionado campos de batalla en incontables ocasiones para las potenciasextranjeras y superiores que desfilaban, luchaban y devastaban las tierras ale-manas. Cuarenta años antes se había establecido la hegemonía prusiana sobrelos pueblos alemanes. Francia había sido derrotada de una forma decisiva, loque garantizaba la seguridad de la frontera occidental y también la de las pro-vincias alemanas, o bien ocupadas por Alemania, de Alsacia y Lorena. De estamanera, el Imperio había quedado establecido. Y su guardián principal era elEjército Imperial.

En los dos años que siguieron al primer nombramiento como oficial deRommel, cada vez parecía más probable que llegaría un momento en que habríaque poner a prueba la fuerza de ese guardián. Los alemanes habrían refutadocon indignación —lo hicieron entonces y también después— las acusaciones dehaber provocado tentativas de agresión, señalando, no sin justicia, que lleva-ban un tiempo récord de paz, desde 1871, en comparación, por ejemplo, conGran Bretaña (cuatro guerras) o Rusia (dos). Habrían proclamado, y así lo creían

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ellos, que el peligro residía en los otros. Al otro lado de la frontera oriental, Ru-sia se encontraba en una situación de inestabilidad política profunda que siem-pre podía encontrar salida en una aventura en el exterior. Y Rusia tenía en losBalcanes algunos estados protegidos problemáticos que se encontraban en pro-ceso de liberarse de los recuerdos de la soberanía turca. De todos ellos, desdeel punto de vista de Alemania, el más amenazador era Serbia.

Serbia era un país pequeño, completamente independiente desde 1878 ylos serbios deseaban expandirse y fortalecer su posición. Al norte y al oeste te-nían las provincias del imperio austrohúngaro, algunas de ellas habitadas por es-lavos, a los que los serbios consideraban más próximos a ellos que a los teuto-nes, y a los magiares que gobernaban desde Viena. Algunas de estas provincias,especialmente Bosnia y Herzegovina, Austria, que las había administrado du-rante mucho tiempo por invitación* de los turcos, no se las había anexionadohasta 1908. Para Austria-Hungría, Serbia era una molestia, un elemento per-turbador, un agente promotor de la subversión interna entre una minoría disi-dente de algunos de los departamentos del Imperio, un pequeño gángster in-ternacional. Pero detrás de este gángster se encontraba Rusia, que con frecuenciallevaba la voz cantante y que también con frecuencia lo orquestaba todo. Por estarazón, con algunos recelos de Berlín, las preocupaciones de Austria eran tambiénlas de Alemania y en más de una ocasión, el emperador alemán había mencio-nado su apoyo a su aliado (la Doble Alianza se concertó formalmente en 1879)en unos términos cuya extravagancia había producido escalofríos por toda Eu-ropa. El joven Moltke, jefe del estado mayor alemán, garantizó a Viena que si Ru-sia se movilizaba, también lo haría Alemania. Esto tenía poco que ver con lo quehabía declarado Bismarck: «Para nosotros, las cuestiones de los Balcanes nopueden constituir en ningún caso motivo de guerra.»

El Ejército ruso era muy grande, aunque se creía que era menos eficiente delo que en realidad era, y ciertamente requeriría cierto tiempo movilizarlo aun-que no fuera más que por las enormes distancias que tendrían que cubrir tantolos hombres como los regimientos. Pero al oeste se encontraba el Ejército fran-cés, considerado hasta 1870 como la primera fuerza de tierra en Europa, toda-vía inspirado por el espíritu del gran Napoleón, y todos los alemanes creían, nosin razón, que estaba animado por el afán de revancha: revancha por 1870, re-vancha por Sedán, por la recuperación de las «provincias perdidas» de Alsaciay Lorena, aunque en el caso de Alsacia estaba habitada por gente de raza, idio-ma y tradiciones alemanas. Para los alemanes, un pueblo hasta cierto punto in-

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* Conseguida en el Congreso de Berlín de 1878.

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seguro en todos los rincones del Imperio, volátil hasta un grado sorprendentebajo un exterior en ocasiones flemático, había peligros por todos lados. Y Rom-mel debió escuchar relatos perturbadores acerca de la falta de fiabilidad de al-gunas de las fuerzas del principal aliado de Alemania, Austria-Hungría, de sudesafección para con Viena y para con cualquier otro. La seguridad de Alema-nia podía encontrarse en una situación muy frágil.

Pero no era eso todo. Algunos años antes, pero prosiguiendo con la des-cripción de la primera década del siglo XX, había tenido lugar la denominada«disputa por África», en la que las principales potencias europeas se habíanasegurado la posesión de colonias, dependencias y concesiones en los subdesa-rrollados territorios del continente africano. Y los ojos de todos y cada uno delos contendientes europeos se encontraban puestos en los demás, observando,apoyando en ocasiones y con frecuencia adelantándose a los movimientos de susrivales o frustrándolos. Alemania llegó algo tarde a este juego pero participó enél con empeño y voluntad, lo que le hizo entrar en competencia y casi chocar conFrancia y Gran Bretaña. Para Alemania, las reacciones de los otros eran renco-rosas e hipócritas. Rencorosas porque derivaban de un inextirpable prejuicio an-tialemán, como en el caso de Francia, e hipócritas, en todos los casos, por aque-llo de «le dijo la sartén al cazo...». Como esos territorios se encontraban muyalejados y su valor, caso de tener alguno, residía en su potencia comercial, la ri-validad colonial supuso un gran alivio para el sector marítimo.

A lo largo de todo el siglo XIX, Gran Bretaña, que disfrutaba todavía delresplandor crepuscular de Trafalgar, era la soberana que reinaba sobre las olas.Pero cuando terminó el siglo, esa hegemonía empezó a ser puesta en tela dejuicio, especialmente por parte de alemania. El káiser Guillermo II fue un apa-sionado estudiante de estrategia y un defensor acérrimo del poderío naval. Es-taba convencido de que si el Imperio alemán tenía que conseguir tanto en Eu-ropa como en el mundo el lugar que su posición le exigía (fronteras seguras,posesiones defendibles en ultramar, recursos y materias primas garantizadas,paz y prosperidad fuera cual fuera la combinación de los agresores), entonces esoimplicaba que Alemania tenía que convertirse es una potencia naval de primerorden. Apoyado en esto con toda naturalidad por los estados bálticos del nor-te, el Gobierno alemán se había embarcado en un importante programa deconstrucción de navíos militares con el fin de crear una flota para alta mar que,al menos, no pudiera sentirse intimidada por los británicos y sus amigos, una flo-ta que le negaría a Gran Bretaña, si es que se convertía en un elemento hostil, laoportunidad de estrangular a una fuerza continental de la misma manera que Pitthabía intentado en una ocasión estrangular a Napoleón. Al mismo tiempo, y

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por razones a la vez paralelas y confusas, se extendió por Alemania una des-confianza y una aversión profundas hacia Inglaterra.

Las ambiciones navales del káiser habían despertado, también de forma na-tural, unos grandes recelos en Gran Bretaña. El cuartel general alemán conocíalas amistosas conversaciones que se desarrollaban entre los cuarteles generalesde Londres y París y que habían comenzado en 1906. Además, en 1904 se ha-bía llegado a una entente cordiale entre Gran Bretaña y Francia, lo cual, si nocomprometía irrevocablemente a Gran Bretaña en caso de que estallara unaguerra en el continente, sin duda era algo parecido a haber recorrido la mitaddel camino. Por lo tanto, se podía suponer que Gran Bretaña, la aliada de Pru-sia en las incontables guerras de siglos anteriores, se podía contar entre los ene-migos de Alemania. Al enfrentarse con esto, los alemanes se sintieron cercados,incomprendidos y seriamente amenazados. Amenazados por los impulsos im-predecibles de una Rusia inclinada a explotar a las sociedades salvajes y primi-tivas de los Balcanes, amenazados por el implacable revanchismo de Francia ytambién, de forma poco probable pero no imposible, por la incomprensible en-vidia de Gran Bretaña.

Todos estos asuntos parecían muy diferentes considerados desde la orillaoriental del Rhin, desde la ribera oriental del Vístula e incluso desde el otrolado del canal de la Mancha. En estos lugares se tenía la sospecha de que la po-lítica exterior de Alemania era de un aventurerismo brutal. Lo que se percibíacomo amenazas principales para la paz en Europa eran el tamaño y la fuerza deAlemania, la notoria volatilidad de su emperador y lo que se vilipendiaba comosu aceptación de unos principios desvergonzadamente militaristas. Pero, se con-siderara desde la perspectiva que se considerara, parece ser que la situacióngeneral de Europa contenía todos los ingredientes necesarios para que se pro-dujera un conflicto. Cuando Rommel era cadete en Danzig, Francia ocupó Ma-rruecos. Durante los años anteriores, Alemania había estado observando losmovimientos expansionistas franceses en el norte de África con una envidiosadesaprobación. Como señal de esta desaprobación, en 1911 envió ostentosa-mente un buque de guerra a Agadir. Esta jugada, muy parecida a las que ante-riormente había realizado en muchas ocasiones una confiada Gran Bretaña,produjo gran indignación y Londres reaccionó de forma a la vez diplomática yenérgica. Esta reacción fue bastante incoherente teniendo en cuenta que GranBretaña, pocos años antes, había animado a Alemania a tomar la iniciativa en elnorte de África con el fin de que se adelantara a Francia, pero los vientos habíancambiado. En 1912, el primer año en que Rommel estaba de vuelta con su re-gimiento, Francia le garantizó a Rusia su apoyo militar en cualquier circunstan-

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cia si estallaba la guerra. En los Balcanes, Serbia tronaba. Parecía improbable queno hubiera ninguna tarea para los guerreros.

Moltke, desde Berlín, resumió la situación en un memorándum fechado endiciembre de 1912. La Triple Alianza, decía, era una unión defensiva. Rusia te-nía la ambición de aparecer como la protagonista de los pueblos eslavos de Eu-ropa y de garantizarse una salida al Adriático después de la derrota de Austria.Francia quería venganza y también recuperar las provincias perdidas. Inglaterraquería librarse de «la pesadilla del poder naval alemán». Alemania sólo queríadefenderse. Pero la estrategia defensiva exigía una ofensiva defensiva, requisitoobligado por los dos puntos lógicos de la geografía y la fuerza relativa.8

En este tenso ambiente internacional, el estado mayor alemán trabajaba in-cansablemente sobre los planos y sobre los tableros de movimientos. En caso deque estallara la guerra contra Francia y Rusia, una guerra de dos frentes, la es-trategia imponía un esfuerzo fundamental y decisivo en contra de uno de ellosantes de pasar a ocuparse del otro. El esfuerzo principal debería realizarse con-tra los franceses, cuya movilización sería más rápida que la de los rusos. Y los pla-nes para realizar una gran ofensiva en el oeste, con 35 cuerpos del Ejército, fue-ron concebidos por un anterior jefe del estado mayor, el conde Von Schlieffen,como un rodillo gigantesco cuyo borde externo pasaría por Bélgica y por el Ca-nal.9 En ellos participaría el Cuerpo XIII (Wurttemberg) del Ejército Imperial.Schlieffen había abandonado su cargo en 1906. Su concepto grandioso dominósus últimos días y cuando falleció, en 1912, las últimas palabras que pronunciófueron: «Que el ala derecha se mantenga firme.»

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