date d’emission date of issue abril 8, 2008 boletín … · 2015-06-03 · tarea difícil resulta...
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Emisión Postal Especifi caciones Técnicas
Emisión “Carlos Lleras Restrepo, Desarrollo con criterio social”
Motivos 1
Valor facial $ 1.400
Cantidad 100.000 unidades
Tamaño 3 x 4 cm.
Presentación Pliego especial de 42 estampillas
Color Policromía
Papel Sopal
Goma Tropicalizada
Autor Textos: Rafaél Merchán ÁlvarezFoto: F. GonzálezDiseño: Miguel Nova
Impresor Assenda
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Carlos Lleras RestrepoEl hombre de las transformaciones
Tarea difícil resulta hacer un recuento completo y mi-
nucioso de la vasta obra, de su legado y de los muchos y
valiosos aportes del doctor Carlos Lleras Restrepo al de-
sarrollo de Colombia, pero no se puede dejar de destacar
el muy importante papel que jugó en la promoción de la
reforma agraria, en la regulación de la inversión extran-
jera, en el fortalecimiento de la administración pública,
en la defensa de la niñez y en su incansable búsqueda
por lograr una integración regional andina que permitie-
ra expandir los mercados internacionales para nuestros
productos. Su visión quedó plasmada en la estructuración
de distintas organizaciones ampliamente conocidas en el
país por el positivo impacto que éstas han tenido en las
nuevas generaciones.
A esta importante gestión como transformador de la
democracia colombiana, se suma igualmente la admirable
faceta de cultor y comunicador que desarrolló el Expresi-
dente durante toda su vida, no sólo como Director y cro-
nista de El Tiempo y el semanario Nueva Frontera, entre
otras publicaciones, sino a través de su pluma talentosa
plasmada en sus columnas de opinión fi rmadas bajo el
seudónimo de “Hefestos”, inspirado en el dios del fuego
en la mitología griega, o en sus interesantes coloquios a
través del “Bachiller Cleofás Pérez”, un personaje fi cticio
retomado del libro “Don Quijote de la Mancha”. De igual
forma, más de 30 libros desde temas relacionados con la
Estadista, político, elegante humorista, crítico impla-
cable, hombre de letras, intelectual consumado y gran
conocedor de nuestra geografía nacional; Carlos Lleras
Restrepo con su vida ejemplar, nos ha dejado una heren-
cia de esfuerzo, moralidad y patriotismo.
Fue uno de los ministros más jóvenes de Colombia,
ocupó la cartera de Hacienda a sus 30 años. Defensor de
la tesis “las ideas no se negocian”. Al igual que su cole-
ga el Ex presidente Belisario Betancur, reconocido “tra-
bajadicto”. En ocasiones logró “evadir” la seguridad del
Palacio Presidencial para pasear por las calles del Barrio
Las Cruces. Consagrado educador, juicioso estudiante y
reformador incansable.
Para Servicios Postales Nacionales, operador ofi cial
de Correos de Colombia es motivo de orgullo, dar cum-
plimiento a la Ley 1167 de 2007, que en su artículo 6º
autoriza la emisión de una estampilla, bajo la leyenda:
“Carlos Lleras Restrepo, Desarrollo con criterio social”,
como reconocimiento al primer centenario del natalicio de
uno de las más ilustres dirigentes de nuestro país.
Las estampillas son un medio idóneo para exaltar he-
chos y personajes que como Carlos Lleras Restrepo, han
trabajado en favor del país, del bienestar de sus ciudada-
nos y el crecimiento de nuestra Nación.
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economía, historia, política internacional y administración
pública, hasta otros de temática más mundana y picares-
ca, hacen parte de su producción literaria.
La plenitud de una vida se mide no sólo por el legado
de grandeza que cada ser humano proyecta en su entor-
no, sino primordialmente en la fortaleza y respeto hacia
los designios divinos. Carlos Lleras Restrepo aceptó con
valentía su hora fi nal, la cual fue bellamente plasmada por
Patricia Lara Salive cuando escribió: “Recuerdo que un par
de semanas antes de su muerte escuché por teléfono su
voz vigorosa que me contaba que todo le dolía a raíz de su
fractura de pelvis; que no encontraba acomodo; que por
fi n había decidido comerse el helado de chocolate que le
mandé; y que iba a comenzar a trabajar, ya no tecleando
él mismo su máquina vieja, sino dictándole a su fi el Clara
Inés”.
El gran pensador Confucio solía decir: “manéjese
al Estado como se conduce a la familia: con autoridad,
competencia y buen ejemplo”, el Dr. Lleras Restrepo supo
aplicar esta fi losofía en su vida, que lo inmortalizó, sin
proponérselo, como el hombre de las transformaciones y
el mayor gestor social de Colombia.
Juan Ernesto Vargas Uribe
Presidente
Servicios Postales Nacionales S.A.
Bogotá D.C., abril 8 de 2008
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Notas para un perfi lEl incansable espíritu del luchador
Así, por ejemplo, Lleras Restrepo impulsa con ardor
desde el Congreso la reforma tributaria promovida por Ló-
pez Pumarejo a pesar de ser apenas un advenedizo en las
complejas lides parlamentarias; asume la Contraloría Gene-
ral siendo un joven de escasos 28 años, sin estudios de eco-
nomía o contabilidad, no obstante lo cual logra una gestión
efi caz que tuvo su principal huella en la modernización de
la estadística nacional; toma las riendas del Ministerio de
Hacienda en momentos de turbulencia cuando la Segunda
Guerra Mundial amenaza sin clemencia sobre las precarias
fi nanzas públicas del país; se hace cargo de la dirección del
Partido Liberal en la convulsionada época de la Violencia y
logra que durante la Dictadura su grito de defensa de las
instituciones resuene en el territorio nacional como un true-
no de esperanza para una maltrecha democracia.
Finalmente, el espíritu indomable de Lleras lo termina
llevando a la Presidencia de la República. Desde allí em-
puñó sin descanso la espada de guerrero para luchar por
las reivindicaciones que a lo largo de una carrera política
de casi 40 años llevaba defendiendo. Lleras encarnaba al
prototipo de hombre de Estado que recuerda a un San
Jorge luchando en solitario contra dragones que, para su
caso, no eran otros que la injusticia social y el deterioro
de la moral pública.
Con ocasión del Premio Nacional de Periodismo Si-
món Bolívar que le fue otorgado a Lleras en 1984, Juan
Gossaín escribió para la revista Semana un perfi l del Ex
Presidente que con elocuencia enfatizaba el carácter de
infatigable soldado de mil batallas. Decía Gossaín:
De pocos hombres públicos de nuestra Nación puede
decirse que hayan sido verdaderos estadistas, con toda
la carga y profundidad que esta expresión conlleva. Car-
los Lleras Restrepo, nacido en Bogotá en 1908, un 12 de
abril, para ser más precisos, es sin asomo de dudas uno
de ellos.
Basta echar un vistazo a los distintos cargos que ocu-
pó para darse cuenta de su vertiginosa y fulgurante vida
pública que lo ubica necesariamente en lugar de honor a
la hora de contar la historia de quienes forjaron la vida de
Colombia en el Siglo XX.
Cada escalón que Lleras pisaba en su descollante
vida pública, se convertía en el escenario para desplegar
ese férreo carácter y esa voluntad a prueba de fuego que
distingue a aquellos hombres públicos que no se confor-
man con ser espectadores de la historia, sino que están
llamados a escribirla. Lleras no era el simple servidor pú-
blico que veía en los cargos un fi n en sí mismo. Por el
contrario, él demostraba con creces que éstos eran para
generar cambios a pesar de las difi cultades de toda índole
que se le suelen presentar al hombre de Estado conciente
de su misión, que sabe que el interés de la Nación debe
ser su único derrotero.
La claridad para defender el interés público confl uía
con otra de las más defi nidas características de Lleras: su
temple. Y es que su capacidad para enfrentar situaciones
que a otros hubieran amedrentado, era sin lugar a dudas
un sello defi nitorio de su personalidad.
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“El señor Lleras Restrepo, en cambio, esta ahí, vigi-
lante al pie de su propia trinchera, disparando el fuego
graneado de su máquina de escribir, exponiendo sus
ideas, defendiéndolas, orientando al país, alertándolo
cada semana desde esa revista que es lo mas parecido
a él, como que no está hecha de papel sino de cartón.
Este hombre parece invencible. Contra él no pueden ni el
paso de los años, ni las trampas que le tiende la salud, ni
siquiera el merecidísimo derecho al reposo del guerrero,
que se ha ganado desde hace 50 años.
Extraordinaria lección la de este hombre venerable.
Lo llevan al quirófano para extirparle la vesícula biliar, y
a las dos semanas está de pie ante un auditorio, leyendo
un estupendo ensayo sobre la función del periodismo en
la vida nacional. O las cataratas lo obligan a ponerse bajo
la lámpara del cirujano, y a los tres días se quita la pijama
para ir a discutir las reformas de la OEA.
Lleras es un ejemplo contra los pobres de espíritu y
los débiles de corazón. Para él parece escrito el consejo
de Shakespeare: “Cuando sientas que se te va el aliento,
ponte de pie y lucha. Que te venza Dios, no el destino”.
Carlos Lleras Restrepo no heredó de su familia gran-
des fortunas ni excesivas propiedades materiales. Por eso
escribía que “me eduqué bien pero pobremente. Entonces
la educación, por fortuna, no era tan cara como ahora.
En el Colegio de la Salle…pagaba creo que tres pesos, lo
cual siempre era pesado para mi padre, que tuvo la boba-
dita de catorce hijos, de los cuales sobrevivimos once”.
Lo que sí heredó y en abundancia fue el ejemplo de
un linaje que por muchos años y en diversos campos ha-
bía servido denodadamente al país. Por eso también ano-
taba el estadista que la falta de recursos económicos de
sus ancestros se podía explicar “porque probablemente
ha sido una familia carente del sentido de los negocios y
de la especulación, por haber tenido otras afi ciones como
la cultura, la política, la del servicio por el Estado, la del
magisterio”.
Su padre, don Federico Lleras Acosta fue un prominen-
te médico que se destacó en el campo de la inmunología.
En un bello texto llamado Mi Padre, Lleras Restrepo evoca
su fi gura evocando: “Mis primeros recuerdos de él están
ligados a esa instalación precaria; a la blusa blanca, su
uniforme de trabajo; a una serie de aparatos que habrían
parecido extraños a cualquier otro niño: el microscopio, la
centrífuga, el autoclave, la nevera; y a una silla de metal
que yo miraba con un temor supersticioso, aquella donde
se sentaban los enfermos a quienes se examinaba para el
diagnóstico de la lepra y que después de cada examen era
desinfectada cuidadosamente”.
Como se narra en la Crónica de mi propia vida, el
científi co murió trágicamente en un viaje a El Cairo don-
de iba a intervenir en una conferencia. La tragedia marcó
hondamente a Lleras Restrepo, quien nunca ahorró es-
La generosa herencia
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fuerzos para agradecer lo que su padre había signifi cado
en su formación.
Lleras también fue heredero de las condiciones in-
telectuales de su bisabuelo y su tatarabuelo. El primero,
don Lorenzo María Lleras, fue eximio educador, periodista,
hombre muy cercano al General Francisco de Paula San-
tander y defensor del mismo en las época de las disputas
entre santanderistas y bolivarianos. Pero, como lo recuer-
da Luis Villar Borda en la biografía de Alberto Lleras, para
don Lorenzo María, más que la política, la enseñanza era
su fuerte. En aquella “no sólo trasmite sus conocimien-
tos sino también sus principios liberales:…la vigencia del
estado de derecho, las garantías legales y las libertades
políticas”.
Don José Felix de Restrepo, el tatarabuelo, fue otro
ilustre hombre de letras. Sus datos biográfi cos dan una
dimensión de su carácter de humanista universal: científi -
co, fi lósofo, jurisconsulto, matemático, conocedor del latín
y tratadista de gramática, pero también, antes que nada,
educador. Fue decidido abanderado de la lucha por la dig-
nidad humana y abogó por la liberación de los esclavos.
Desde la academia jugó un rol determinante en la forma-
ción de la generación de la Independencia. Próceres como
Francisco Antonio Zea, Camilo Torres y Francisco José de
Caldas, entre otros, fueron alumnos suyos quienes reco-
gieron las ideas republicanas que el profesor antioqueño
había sembrado en ellos.
Así no es de extrañar que Lleras Restrepo escribiera
que “Ninguna otra ocupación ha sido para mí más grata
que la del profesorado y aún, a estas horas de la vida,
añoro los tiempos en que ella me sirvió de estímulo para
el estudio, me brindó la oportunidad de ir conociendo
sucesivas generaciones de muchachos colombianos y
también me ligó a una tradición familiar de la que siem-
pre me he sentido orgulloso. Sabido es, en efecto, lo que
signifi có en la historia de la educación colombiana el fa-
moso Colegio de “El Espíritu Santo” que fundó y regentó
mi bisabuelo Lorenzo María Lleras. La referencia que a
don Lorenzo y a su instituto hizo don Marco Fidel Suárez
en uno de sus “Sueños” es la mejor consagración, tanto
más cuanto que las ideas políticas de los dos eran radical-
mente opuestas. Y son muchos los Lleras que siguieron la
carrera del profesorado, o regentaron cátedra en colegios
o universidades. Y por el lado materno, ¡cómo podría yo
no tener siempre presente el recuerdo de mi tatarabuelo
don José Félix de Restrepo, maestro de la generación de
la Independencia!”
Era algo natural, entonces, que la vida del estadista
estuviera íntimamente ligada a las aulas: Primero, como
profesor de Derecho en la Universidad Nacional, su alma
máter; después, como Decano de la misma; posteriormen-
te, como cofundador y profesor en la Facultad de Admi-
nistración Industrial y Comercial del Gimnasio Moderno,
que fue la semilla de la Facultad de Economía en la Uni-
versidad de los Andes. Escenarios todos ellos donde Lleras
marcó a centenares de estudiantes que fueron testigos
privilegiados de su inspiradora actividad docente.
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Una biografía de Carlos Lleras Restrepo diría que
adelantó sus estudios de primaria donde las señoras
Triana, parientes suyas, y su bachillerato en el Colegio
La Salle en Bogotá. Época que Lleras recuerda con gran
cariño en la Crónica de mi propia vida, donde rememora
su participación en clubes literarios y su inclinación a la
declamación.
Esa biografía también recordaría que a los 17 años
ingresa a la Facultad de Derecho de la Universidad Na-
cional, donde se graduaría de abogado en 1930 con una
tesis titulada “El juicio de quiebra”.
Sin embargo, esos datos serían apenas una pequeña
anécdota. Porque si algo caracterizó al estadista bogo-
tano fue su inclinación casi obsesiva a hacer del estudio
permanente una forma de vida.
María Mercedes Carranza, quien fuera estrecha co-
laboradora suya en los años de esa hermosa aventura
periodística que fue Nueva Frontera, recordaba en una
bella nota que publicó con ocasión de su muerte, que en
los consejos de redacción, Lleras abrumaba al equipo del
semanario con su capacidad para devorar todo tipo de
libros que llegaban a sus manos:
“Era capaz –señalaba la desaparecida poetisa- de
hablar con igual conocimiento y entusiasmo sobre las mo-
difi caciones introducidas al artículo 15 de la Constitución
por el Acto Legislativo No. 8 de 1905, a propósito de un
escrito que le encargaba a Luis Carlos Galán, o de los
efectos de la caída de las reservas internacionales sobre
la base monetaria para pedirle una nota a Jorge Méndez,
que de comentarle a Pedro Gómez Valderrama una biogra-
fía de Voltaire de 1.200 páginas que estaba leyendo, para
hacer luego apuntes sobre la linda piel de la reina Isabel II
y solicitarle a María Teresa Herrán un artículo sobre la mo-
narquía inglesa, mientras le daba 20 gruesos tomos sobre
el particular para que se documentara; en seguida podía
entregarle a Patricia Lara un buen número de documen-
tos y publicaciones, debidamente señalados y subrayados,
sobre las cinco últimas reformas educativas para pedirle
que hiciera una crónica sustanciosa, y, por último, me de-
cía a mí que aligeráramos “el periódico” -así se refería a
la revista- metiendo una página de poesía: “aquí tiene
una buena traducción de los sonetos de Shakespeare, he
seleccionado algunos para que los publiquemos en los
dos idiomas”, y no era raro que recitara unos versos y
recordara que en su juventud se sabía todos esos sonetos
de memoria. Al fi nalizar la reunión, todos quedábamos
exhaustos por ese despliegue avasallador de energía y de
intereses y conocimientos tan vastos y diversos”.
Como si aún tuviera que presentar exámenes a im-
placables profesores de Derecho, Lleras tuvo hasta el fi nal
de sus días la costumbre de llevar fi chas donde consigna-
ba los resúmenes de todas las lecturas que iba haciendo.
Por ejemplo, De ciertas damas, ese magnífi co libro donde
vemos en toda su dimensión la faceta más picaresca de
su autor, es fruto de esas juiciosas notas que, de paso,
revelan también uno de los rasgos más sobresalientes y
admirables de su forma de ser: la disciplina casi militar
con que afrontaba todas y cada una de las tareas que
emprendía.
El eterno estudiante
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Esa infatigable búsqueda por el conocimiento expli-
ca que a su casa llegaran, religiosamente, publicaciones
internacionales como Cambio 16, The Economist, Foreing
Affairs, The New Statement, The Times, The Guardian,
L´Express, Le Nouvel Observateur, Le Point, Le Monde,
L´Europeo, L´Expresso, Rinascita, Veja, Time, News Week
y la edición dominical de The New York Times que eran
leídas por Lleras con la pasión y el apremio propio de un
hombre que era consciente de la necesidad de aprovechar
todas las horas y todos los minutos de la vida.
Jaime Aponte, quien acompañó a Lleras como Secre-
tario Privado durante la campaña electoral y posterior-
mente durante los 4 años de su gobierno, relata que du-
rante los comicios que lo llevaron a la presidencia, en no
pocas ocasiones el candidato privilegiaba en su apretada
agenda tiempo para la lectura de estudios e informes de
los más importantes problemas colombianos, por encima
de reuniones que le habrían dado importantes réditos po-
líticos. Sin duda, una actitud desconcertante para un polí-
tico común. Pero es que Lleras no era un político común.
Él entendía que la responsabilidad de un gobernante es
conocer a profundidad y con detalle los grandes temas
nacionales. De lo contrario, el ejercicio del poder se cons-
tituye en un fi n en sí mismo.
Para ilustrar el deseo infi nito de Lleras por estar al
tanto hasta del más mínimo detalle de lo que ocurría a
lo largo y ancho del territorio nacional, bien vale la pena
traer también a colación el recuerdo de Otto Morales Be-
nítez, de lo que eran las correrías políticas que ambos em-
prendían. Rememora Morales que no había pueblo al que
llegaran, por pequeño, apartado o desconocido que fuera,
donde el estadista bogotano no hiciera un pormenorizado
inventario de la situación y necesidades del mismo. La si-
tuación en educación, salud, alcantarillado, orden público
o agricultura era conocida por Lleras con tal profundidad
que en no pocas ocasiones terminaba sabiendo más de
esas regiones que los líderes políticos que llevaban años y
años trabajando en ellas. Quizá por eso, el liderazgo que
Lleras ejercía en el Partido Liberal y en todos los cargos
públicos que ocupó, no era un liderazgo impuesto. Era un
liderazgo cuya legitimidad se refrendaba todos los días a
base de esa consagración casi patológica de Lleras por sa-
lirse de los lugares comunes y por conocer con la precisión
de un relojero lo que ocurría a su alrededor para poder así
proponer con conocimiento de causa, cuál era el derrotero
que debería seguirse.
Incluso momentos como una simple afeitada eran
aprovechados. Todas las mañanas, frente al espejo de su
baño, colgaba un poema que aprendía de memoria. No
era entonces gratuito, que, como lo evoca el propio Mo-
rales Benítez, su conocimiento de poetas y poesías fueran
de tal magnitud que en alguna jornada de bohemia hu-
biera derrotado a consagrados maestros del género como
León de Greiff, Umaña Bernal, o Eduardo Carranza en un
concurso donde los comensales tenían que recitar un poe-
ma o descubrir quién era el autor del que declamaban los
compañeros de velada.
Y es que como él mismo dijera, “si de algo me he
preocupado es de no petrifi carme en el pasado”.
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Pero volvamos al ciclo vital de Lleras. Ya en su tem-
prana juventud, daba muestras de su liderazgo y estirpe
de incesante luchador. No hay que olvidar, por ejemplo,
sus actuaciones en la Federación Nacional de Estudiantes
a fi nales de los años veinte, donde descollaba por su ora-
toria en defensa de la libertad de cátedra.
En junio de 1929 Lleras toma parte activa en las ma-
nifestaciones contra la llamada “rosca manzanilla” de Bo-
gotá. En la Crónica, él recordaría el ambiente de la época
y su participación en este episodio que implicó algo así
como su bautizo político.
“La apelación de manzanillos se la dimos, los bogo-
tanos principalmente, a los jefes y a la tropa política que
giraban en esa ciudad en tomo al doctor Arturo Hernández,
un hombre inteligente, abogado de cierto renombre, que
manipulaba el poder electoral y dispensaba, en combina-
ción con otros jefes conservadores, los nombramientos y
las mercedes de la administración entre sus seguidores. El
“manzanillismo” fue una combinación de fraude electoral
y de lo que hoy llamamos “clientelismo”, y el nombre co-
rresponde a un árbol que, según es voz general, intoxica a
quienes se acogen a su sombra y les produce úlceras en la
piel. Los manzanillos habían infestado en los últimos años
del régimen conservador la administración pública de la ca-
pital y del departamento de Cundinamarca y luego tomaron
posiciones en la órbita nacional cuando Arturo Hernández
fue nombrado Ministro de Obras Públicas. Las jornadas del
8 y 9 de junio fueron una reacción contra ellos”.
Producto de su intervención en estas manifestacio-
nes, Lleras obtuvo su primera dignidad al interior del Parti-
do Liberal: fue nombrado Vicepresidente de la Convención
de dicha colectividad que se llevaría a cabo en Apulo. Allí
se codea con los más prominentes exponentes del libera-
lismo nacional y se proyecta como uno de los más desta-
cados representantes de la sangre nueva del partido.
La carrera política del joven bogotano estaba en
ascenso. Su futuro era halagador como quiera que con
tan sólo 23 años es escogido Diputado a la Asamblea
de Cundinamarca. En 1931 el asesinato de cinco jurados
electorales, bajo la consigna de que “lo que es al pueblo
no llegan estos rojos”, provocó la furia de Lleras y sus
copartidarios. En los Borradores para una historia de la
República Liberal, haría memoria sobre estos hechos y
señalaría que “Lleras, que estaba muy indignado por el
asesinato, se conmovió aún más cuando vio que los fé-
retros bajaban por la Calle 26…Y pronunció un discurso
encendido. Del tono que tuvo puede dar idea la última
frase: <<Al poblacho oscuro no llegan los rojos; los rojos
han venido a la capital de Colombia a demandar justicia
de la patria y del liberalismo>>”.
Al calor de los acontecimientos, Lleras defi ende la idea
de una Asamblea Constituyente y se dirige con las multi-
tudes al Palacio Presidencial a solicitar una cita con Olaya
Herrera para plantearle la iniciativa. Ésta, por supuesto,
no fue concedida, lo que llevó a Lleras a manifestar: “muy
bien, vamos a contarle al pueblo liberal de Bogotá que
el Presidente a quien él eligió se niega a escucharlo”. La
actitud desafi ante llevó a que el precoz líder terminara
encarcelado. Afortunadamente, por apenas algunas horas
gracias a la intervención directa del propio Olaya. Esas
horas de cautiverio fueron, por utilizar los términos del
propio Lleras, el precio que pagaría por los “arrebatos de
la juventud”.
Los arrebatos de la juventud
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Baldomero Sanín Cano solía decir que los hombres
públicos se dividen en dos: los escrutables, que se some-
ten al implacable veredicto de las urnas, y los elegibles
que gracias a sus conocimientos técnicos son nombrados
en los cargos de la Administración. Lleras Restrepo perte-
necía a ese reducido número que podía nadar de forma
exitosa en ambas aguas. Ese era uno de sus rasgos más
característicos y que más forjó su impronta como hombre
de Estado. Aunque, eso sí, él mismo reconocía que no le
faltaba algo de razón a quienes decían que él no era pro-
piamente el paradigma del “buen político”.
Sea como sea, el hecho cierto es que las urnas le die-
ron la posibilidad de ser, desde muy joven, diputado, con-
cejal, representante, senador y Presidente de la República.
Como “nombrable” fue Contralor, Ministro de Hacienda,
delegado a un buen número de conferencias económicas
internacionales de primer orden (Ginebra, La Habana, San
Francisco, entre otras) y director del liberalismo en varias
oportunidades. Sin lugar a dudas, el carácter de estadis-
ta que Lleras destilaba por cada uno de sus poros era
precisamente el producto de saber combinar un exigen-
te ejercicio político donde recorría el país de extremo a
extremo, estaba en contacto con su gente y conocía de
primera mano sus problemas, con el estudio ponderado y
profundo de las dinámicas sociales y económicas propias
del tecnócrata obsesionado por las cifras, las estadísticas,
las comparaciones con lo que sucede en otras latitudes y
los informes de toda índole.
Retomando el itinerario del joven líder habría que de-
cir que en 1933, es elegido Representante a la Cámara.
Poco tiempo después se desempeñaría como Secretario
de Gobierno de Cundinamarca, donde trabajó uno de los
temas que serían su obsesión a lo largo de su extensa
y fructífera carrera pública: la Reforma Agraria. La labor
adelantada en torno a la parcelación de la Hacienda “El
Chocho” fue de trascendental importancia y fue esfuerzo
pionero en la redistribución de la tierra.
De vuelta al Congreso brilla, como ya se dijo, con luz
propia y se proyecta con gran fuerza en el escenario na-
cional por su conocimiento de la Hacienda Pública en la
discusión de la Reforma Tributaria de 1935, de la cual fue
indiscutible protagonista.
Las vueltas entre la política y la tecnocracia lo llevan
a que, precisamente como consecuencia de lo que había
sido su labor parlamentaria en el trámite de la Reforma,
sus colegas de la Cámara lo escojan como Contralor de la
República. Este cargo marcaría en grado sumo la carrera
pública de Lleras Restrepo pues le obligó a profundizar y
conocer al detalle el complejo mundo de las fi nanzas na-
cionales. No en vano, años más tarde manifestaría que “es
el cargo que más me ha hecho estudiar. Tuve que aprender
contabilidad y hacer curso de estadística porque tenía que
conocer las intimidades del ramo antes de fi rmar informes
o balances sobre el estado fi scal de la Nación”.
Tras dos muy fructíferos períodos en la Contraloría,
Lleras asume una responsabilidad enorme: el Ministerio de
Hacienda bajo el gobierno de Eduardo Santos. El contexto
era muy adverso: la Segunda Guerra Mundial había lleva-
do a que se diminuyeran drásticamente las exportaciones
de café, bastión de la economía colombiana. El manejo
de la deuda también era tema de profunda preocupación.
Aspectos que Lleras, supo sortear con tal éxito que le valió
una bien ganada fama de efectivo servidor público. De
Escrutable y elegible
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esta época queda como legado, sin ir muy lejos, la crea-
ción del Fondo Nacional Cafetero.
Por aquella época Juan Lozano y Lozano escribió en
el semanario Sábado un perfi l que da buena cuenta de la
imagen que Lleras había logrado construir a pesar de su
juventud. “No puede darse más actividad –decía Lozano-
en menos vida. La carrera de Carlos Lleras Restrepo se
parece más a la de ciertos hombres ilustres de nuestro
pasado que a las de nuestro infecundo presente…Y le
queda toda la vida por delante. Los abogados de treinta
años, sus contemporáneos, apenas están empezando sus
carreras como secretarios de juzgados. Si a un extranjero
se le enumeraran, en cambio, las cosas que Carlos Lleras
ha creado en el país…ese extranjero se imaginaría a este
ministro más encanecido y barbado que un patriarca.
Una época turbulenta
Tiempo después, y tras haber desplegado por varios
años enorme conocimiento técnico que le valió reconoci-
miento y admiración de tirios y troyanos, Lleras deja ver
con toda su fuerza la faceta de aguerrido político, en épo-
cas más que difíciles. Es así como tras los sucesos del 9
de Abril asume la dirección del Partido. Tras sortear con
éxito el hecho que el ala gaitanista de la colectividad no
veía en un principio con buenos ojos su nombre, Lleras
despliega con su oratoria vibrante y su pluma afi lada una
campaña decidida y fi rme para que cese la persecución a
los liberales y hace llamados desesperados por la necesi-
dad de recorrer caminos de concordia. Tiempo después, se
opone también con vehemencia a la Constituyente que
promueve el Gobierno, a la que considera retardataria y
antidemocrática.
En el fragor de las luchas partidistas de aquella épo-
ca se produce, el 6 de septiembre de 1952, la quema de
su casa. Si no es por la feliz coincidencia de que en ese
momento se encontraba acompañado de unos cuantos
amigos que lo ayudaron a defenderse de los asaltantes,
probablemente su fulgurante vida habría llegado prema-
turamente a su fi nal.
Marcado por la angustia y sin un peso en los bolsi-
llos, emprende su exilio a México, donde estaba apenas
de cuerpo. Porque su alma, como recuerdan sus escritos
de aquella época, publicados en El Tiempo, permanecía en
Colombia. A pesar de la adversidad sigue incólume en sus
creencias. La distancia y las difi cultades, no lo vuelven un
simple testigo silencioso. El batallador de siempre seguía
en pie de lucha a pesar de los vientos adversos.
Las cartas que en esta época de la vida Lleras se cru-
zaba con Eduardo Santos no sólo permiten conocer las
complejidades de esta agitada época de la vida nacional.
También permiten conocer algunos rasgos característicos
de Lleras. Por ejemplo, en alguna de dichas cartas, Lleras
relata que le había sido ofrecida la subdirección del Fondo
Monetario Internacional. A pesar de las difi cultades eco-
nómicas, optó por rechazar el ofrecimiento, que le habría
permitido una vida más holgada, por una elemental razón:
le implicaba alejarse la vida política nacional justo en mo-
mento en que él sentía que no podía haber lugar a dudas,
titubeos o silencios.
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Más tarde, y ya de vuelta en Colombia, cuando el país
transita la ruta de la República a la Dictadura, por utilizar
los términos de uno de sus libros, el batallador enfi la sus
armas contra el régimen que, en su opinión, somete las
instituciones a una de sus horas más oscuras y encarna
a aquellos que defendían la tesis de que el liberalismo no
podía ser contemporizador con el quebrantamiento de las
vías democráticas. Por eso en sus intervenciones públicas
y escritos Lleras deja patente su férrea oposición al inten-
to reeleccionista de Rojas y a la Constituyente que desea
convocar para tal fi n.
Después, el país sería testigo de Lleras como solda-
do de la causa del Frente Nacional, la cual defendía con
ahínco como única opción posible para restablecer la paz
y volver a los cauces democráticos.
El pedregoso camino a la presidencia
La Presidencia de la República parecía puerto obliga-
do de llegada para alguien con la vocación de servicio y el
profundo conocimiento del país y sus problemas, como el
que derrochaba Carlos Lleras. Aunque, eso sí, la ruta para
llegar a aquella no estuvo desprovista de tormentas. Ya en
1944 un nutrido grupo de parlamentario liberales lo había
propuesto para la Primera Magistratura. Ese intentó no
prosperó y tuvo que esperar más de 20 años para volver
a intentar alcanzar la cima a la que aspira todo hombre
de Estado.
Al respecto, con fi no humor señalaba que, “si de esa
experiencia puede sacarse alguna conclusión es que el
mal político como yo sólo llega al poder cuando es un
cincuentón avanzado”.
Para el tercer período del Frente Nacional, Carlos Lle-
ras se erige como una sólida alternativa para representar
la coalición bipartidista y emprende una agitada campaña
política que lo lleva a los rincones más diversos de la geo-
grafía nacional donde sus propuestas son escuchadas con
simpatía por las masas. Sin embargo, en 1965 los vien-
tos parecen nuevamente serle adversos. Al darse cuenta
que su nombre generaba resistencias en una facción de
la coalición, y con el carácter y determinación que le eran
característicos, decide renunciar a la candidatura.
Alberto Lleras, quien gozaba de un enorme prestigio
en el país por su papel en la consolidación del Frente Na-
cional y por las ejecutorias de su Gobierno, decide volver
a la vida pública para persuadir a Carlos, quien, por cierto,
no era su primo sino su sobrino lejano, de que retome la
candidatura. En un solemne acto en el Salón Rojo del Ho-
tel Tequendama, Lleras Camargo pronuncia un enérgico
discurso en el que señala:
“Nuestro propósito es el de dirigirnos a Lleras Res-
trepo para ofrecerle la candidatura a la Presidencia de la
República a nombre de colombianos de los dos partidos
que tienen plena confi anza en el Frente Nacional…una
persona así que está disponible para la Nación cuando
ésta lo necesita, que además ha recibido el apoyo inequí-
voco y entusiasta de su partido y más respaldo de los
Conservadores que todo el que se me dio a mí para ser
candidato y Presidente en 1958 no puede, simplemente,
ponerse a un lado como si en Colombia estuvieran so-
brando gentes de tan extensa experiencia, alta capacidad
y prestigio indiscutible”.
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Más adelante el Ex Presidente defi ne a Carlos Lleras
como “un imaginativo hombre de gobierno que no puede
asumir una responsabilidad sin desempeñarla exhausti-
vamente, sin encontrar para cada problema una solución
práctica, sin dar un poderoso empujón a los proyectos que
se le encomiendan hasta convertirlos en hechos. Es un crea-
dor de instituciones, de soluciones, de fórmulas de buen go-
bierno que es la condición mayor para quien deba conducir
los destinos públicos en los ominosos años venideros, es un
hombre de gobierno como ha tenido pocos Colombia”.
En el mismo acto llevó la palabra a nombre del Par-
tido Conservador Belisario Betancur quien destacó las
cualidades de Lleras Restrepo y, en representación de su
colectividad, lo invitó a reconsiderar su decisión de aban-
donar la lucha política.
La decidida actuación de Lleras Camargo y de la Co-
misión Bipartidaria que éste había creado para impulsar la
candidatura de Lleras Restrepo, había cambiado el pano-
rama político: Es así como el 27 de Noviembre de 1965,
en un nutrido acto en Bogotá, éste acepta formalmente la
invitación que días antes se le hiciera para que retomara
la candidatura. Su ascenso a la cúspide de toda carrera
política era ya inevitable.
El derrotero del Gobierno de la “Transformación Nacional”
En las elecciones de abril de 1966, Lleras Restrepo
vence con 1.891.175 de votos a José Jaramillo Giraldo,
candidato apoyado por el grupo político de Rojas Pinilla,
quien recibió 742.133 sufragios.
El 7 de Agosto toma posesión como Primer Mandata-
rio ante el Presidente del Congreso, Eduardo Abuchaibe.
En su discurso, Lleras plantea lo que serán las líneas más
importantes de su Administración.
Es así como, tras advertir que el Frente Nacional no era un
fi n en sí mismo sino tan sólo un medio perfectible para lograr
la paz entre los partidos políticos, se refi ere a la necesidad de
una profunda reforma institucional; enfatiza la necesidad de
consolidar un gobierno cuyos funcionarios sean ejemplo de
pulcritud y decoro; señala que su gobierno no contemporizará
con grupos que acudan a las vías de hecho para llevar a cabo
sus reclamos; explica la necesidad de llevar a cabo profundas
reformas en el campo económico para subsanar los “desequi-
librios estructurales” que afrontaba el país; a su vez recalca un
tema que había estado muy cercano a toda su carrera pública
y que en distintos momentos y escenarios había defendido
con ahínco: la necesidad de una agresiva política social y de
redistribución del ingreso. Para lograr tal propósito se esbozan
las que serán las herramientas más importantes:
“La reforma agraria, la organización cooperativa, la in-
troducción de nuevas formas de capitalización, las limitacio-
nes que se impondrán a la apropiación privada de las plusva-
lías sociales, el fácil acceso de las clases populares a todos los
niveles de la educación, la vigilancia sobre los monopolios, la
política de precios y la de crédito, la eliminación dé privilegios,
como la de ciertas situaciones que engendran utilidades anor-
males, y la lucha contra el desempleo serán los instrumentos
para obtener modifi caciones en la distribución original del in-
greso y a la vez aumentar la tasa de su crecimiento global.”
El camino estaba trazado. Llegaba ahora el momento
de recorrerlo.
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Haciendo realidad la Transformación
“Pienso que –declaraba Lleras tiempo después de
dejar la Presidencia- mi vida pública no ha sido fácil, pero
al fi n y al cabo he tenido el honor de dirigir al liberalis-
mo, solo o en compañía de otras personas, quizá por un
tiempo mayor que el de cualquier dirigente del presente
siglo. Como Contralor y Ministro de Hacienda, al igual que
como representante al Congreso pude realizar tareas de
las cuales me siento personalmente satisfecho y lo mismo
puedo decir con respecto a mi ejercicio de la Presidencia
de la República, aunque algunas de mis aspiraciones con
respecto a reformas económicas, sociales y otros aspectos
del gobierno, hayan sido frustradas. En todo caso, creo
que no peco de vanidad al considerar que mis 52 años de
actuación en la vida pública tienen por qué dejarme más
satisfacciones que desencantos”
Una somera revisión al legado de los cuatro años de su
Administración parecen dar la razón al estadista. En efecto,
¿por dónde se debería iniciar una enumeración de su obra
de Gobierno? ¿Quizás señalando la importancia que tuvo
para la vida institucional del país la reforma constitucional
de 1968 que redefi nió el equilibrio de poderes e instituyó la
planifi cación en la gestión pública? ¿O tal vez recordando
que la Reforma Administrativa de 1968 estableció de forma
visionaria la arquitectura de nuestro Estado y lo modernizó
de forma tan profunda que aún hoy en día vemos su im-
pronta? ¿Destacando el hecho que bajo su liderazgo el país
ganó un importante protagonismo internacional que tuvo
manifestaciones tan elocuentes como la histórica visita de
Estado a Washington, la llegada a Colombia del Papa Pa-
blo VI o el restablecimiento de las relaciones con la URSS?
¿Recordando su papel de primer orden en los procesos de
integración latinoamericana y el nacimiento bajo su decidi-
do impulso del Pacto Andino?
En lo social y lo económico ¿se debería iniciar este
juicio enumerando la gran cantidad de institutos que
fueron creados bajo su tutela y que prestaron –y algunos
siguen haciéndolo- un gran servicio al país, como el ICBF,
Colciencias, Coldeportes, el Fondo Nacional del Ahorro,
el Instituto de Fomento Industrial, Proexpo, Colcultura, el
INDERENA, por mencionar algunos? ¿Haciendo alusión
a los esfuerzos y batallas que tuvo que librar para hacer
realidad la Reforma Agraria? ¿Acaso pasando revista a los
éxitos económicos que implicaron impresionantes niveles
de crecimiento y el establecimiento de mecanismos que
perduraron casi cuatro décadas como el famoso Decreto
444? En fi n, es claro que Lleras al hacer el balance de su
vida pública no pecaba de ninguna vanidad…
Una hermosa pieza editorial del diario El Espectador,
escrita al fi nal de su gobierno y titulada “El gran presiden-
te” da cuenta de ese gran legado que dejó para Colombia
la “Transformación Nacional”. Decía la nota en cuestión:
“Entre el 7 de agosto de 1966 y la misma fecha de
1970, Carlos Lleras Restrepo ha dirigido una etapa a la
vez crítica y luminosa de la historia de Colombia. Por su
propio afán de creación, por la energía indómita de su
temperamento, por la reciedumbre de su personalidad
fue acerbamente combatido y lo seguirá siendo. Pero a
su lado están, hoy, inmensas muchedumbres que le rin-
den homenaje de respeto y gratitud, y le reiteran su so-
lidaridad constante e inalterable en los días venideros. Y
muchos otros que no lo quieren…con el paso de los días
medirán mejor la grandeza de su obra…en todo caso el
futuro fallará a favor suyo.”
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Un ideario escrito sobre piedra
Las políticas que Lleras como candidato predicó y
posteriormente como Presidente desarrolló no eran, ni
mucho menos, nuevas. Durante todo su extenso itinerario
público defendió con decisión un ideario que consideraba
necesario y útil para el país. Por eso, incluso muchos de
sus más feroces críticos reconocían que a él se le podía
criticar por muchas cosas, pero no falta de corresponden-
cia entre lo que hacía, lo que decía y lo que pensaba. Los
cambios en la opinión pública y las circunstancias políticas
no modifi caron nunca su conducta para acomodarse de
forma oportunista a las nuevas mareas.
En 1969, ya en el ocaso de su mandato, durante un
homenaje que le ofrecía la Federación de Profesionales
Liberales, Lleras señaló cuánto lo sorprendía que incluso
muchos de quienes apoyaron su candidatura se sorpren-
dieran frente a las orientaciones que se le daba a la Ad-
ministración.
“Se ha dicho que lo que caracteriza mi acción como
jefe de Gobierno es el haber perseguido con terca insis-
tencia dar cumplimiento fi el a los programas que enuncié
cuando era candidato…Me siento orgulloso de haber
respetado mi palabra y de haber buscado sin ahorrar es-
fuerzo traducir en normas legales o en hechos de vida
lo que ofrecí al pueblo colombiano cuando me presente
ante él como aspirante a la Primera Magistratura de la
República.
Paradójicamente, esa fi delidad a los programas pare-
ce que me ha privado de la adhesión de algunos amigos y
ha enfriado el afecto de otros. Paradójicamente, también
ella despierta un inesperado sentimiento de sorpresa. No
debiera ser así. Verdad es que resulta bastante común que
los políticos cambien de opinión cuando se encuentran al
otro lado de la barricada y hasta esto suele ponderarse
como demostración de un saludable realismo. En mi caso
no había derecho a esperar una evolución de tal natu-
raleza. Mis ideas sobre los problemas nacionales no son
improvisadas ni constituyeron jamás un secreto. A lo largo
de años y años las he venido exponiendo, refi nando y tra-
tando de plasmarlas en realidades.”
A renglón seguido recordaba que se pueden buscar
las raíces de los principios orientadores sobre reforma
agraria, en sus actuaciones como Secretario de Gobierno
de Cundinamarca en 1934 y los proyectos que presentó al
Congreso en ese mismo año. Las tesis de política económi-
ca internacional se podrían a su turno rastrear en las que
expuso en las conferencias de Bretton Woods, La Habana
o San Francisco a mediados de los años cuarenta. Sobre
la regulación del mercado del café, la génesis de su pen-
samiento se podía a su vez remontar a 1937, año en que
se celebró el primer “pacto de cuotas” y en que se creó el
Fondo Nacional del Café mediante decreto que él redactó.
Por eso enfatizaba, en importante lección de coherencia
en el ejercicio político, “ni improvisé como candidato ni
había ocultado en manera alguna mi pensamiento”.
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Política y periodismo
En Lleras confl uían y alternaban la vocación del po-
lítico luchador y el periodista. O, para ser más precisos, el
agudo editorialista. Siendo muy joven ingresó a la redac-
ción de El Tiempo, donde combinaba su trabajo de redac-
tor con sus estudios de Jurisprudencia. Años más tarde,
en 1941, volvería al periódico de Eduardo Santos pero
esta vez en calidad de Director, donde estuvo por unos
cuantos meses. Como contaría en la Crónica, su paso por
la dirección del diario bogotano obedecía a la necesidad
de defender desde esa tribuna “la política internacional y
económica de la Administración Santos y para contribuir
a buscar una solución a las divisiones que habían surgido
en el seno del liberalismo”.
Vale la pena acá hacer un breve paréntesis para
contar una divertida anécdota sobre lo que fue el paso
de Lleras por la dirección del periódico. Cuando éste ini-
cia su labor tiene que reemplazar a Roberto García Peña,
hombre muy querido por toda la redacción del periódico
y con una muy larga carrera en el mismo. Por eso no
era extraño que muchos de los empleados sintieran que
el nuevo y fl amante Director fuera un advenedizo. Un
grupo de empleados deciden hacer una guerra soterrada
contra Lleras. Este enfrentamiento clandestino tuvo su
peor episodio cuando, no mucho tiempo después de ha-
ber asumido su cargo, escribió un editorial donde en una
de sus líneas decía: “No vine a El Tiempo a ser candida-
to”. Más de un lector se sorprendería al día siguiente
al leer que el joven ex ministro, dedicado ahora a las
labores periodísticas, declaraba con desparpajo: “vine a
El Tiempo a ser candidato”. Por supuesto, el incidente
debió despertar la furia de Lleras, aunque nunca se supo
quién había sido el “diablillo de los linotipos” que había
orquestado el complot.
Pero El Tiempo no fue, en esos remotos años, el único
escenario en que el fogoso dirigente desplegó con ardor
sus dotes de escritor. A mediados de los años cuarenta
escribió también editoriales “en El Mes Financiero y Eco-
nómico que la Editorial Antena, de Plinio Mendoza, me
remuneraba a razón de $50.oo cada uno”. Más tarde, con
aquel fundaría Política y algo más, donde también brilló su
estilo analítico y punzante.
Capítulo aparte merece, por supuesto, la creación de
Nueva Frontera. Surgido en 1974 tras la derrota electoral
que Lleras sufre en su búsqueda de la nominación liberal
a la Presidencia, esta revista es como una prolongación de
las inquietudes más hondas de Lleras.
Sobre todo en los primeros años del semanario, cuan-
do el equipo de la redacción era ínfi mo y el peso editorial
caía en un altísimo porcentaje en Lleras, se ve en las pá-
ginas de la publicación la huella inequívoca del estadista.
Por ejemplo, en la sección de poesía, tan cara a los afectos
del Ex Presidente, se desplegaba todo el conocimiento de
Lleras por el género y no con poca picardía daba espacio
a traducciones que él mismo hacía de poetas eróticos que,
con seguridad, hacían indisponer a más de un mojigato.
Bueno es recordar que en lo más íntimo de su ser,
tal vez Lleras era un poeta frustrado. Él mismo se defi nía
como miembro “de esa estirpe de rimadores impertinen-
tes que fueron siempre los Lleras”. A mediados de los
años veinte, siendo casi un adolescente, publicaba ya sus
primeros versos en El Tiempo. Éstos eran, siendo honestos,
de muy dudosa factura. Pero el amor por la poesía corría
por sus venas y lo acompañó hasta el último de sus días
de lo cual Nueva Frontera fue testigo fi el.
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Lleras también dejaba fl uir en la publicación su espí-
ritu pedagógico en la sección “La lección de la semana”
donde, imitando los que hacía The Economist, una de las
publicaciones que leía con más pasión y admiración, expli-
caba complejos problemas. Por ejemplo, el primer número
de este ejercicio intelectual estaba dedicado a la historia
de Arabia, Mahoma y el Islam.
Las reseñas que Lleras elaboraba sobre los libros que
leía ocuparon cientos de páginas en la vida del semanario.
Temas como la Segunda Guerra Mundial o la actualidad
internacional; biografías de grandes hombres como Chur-
chill, Roosevelt, De Gaulle o Miterrand; acontecimientos
históricos de diversa índole o la producción bibliográfi ca
nacional como los libros de sus amigos y contertulios Ger-
mán Arciniegas o Pedro Gomez, eran tratados con verda-
dera pasión y el conocimiento propio de un gran humanis-
ta como lo fue Lleras.
Y obviamente, estaban los editoriales. Allí Lleras opi-
naba de los temas económicos y políticos más importan-
tes del momento. Muchos de ellos causaban verdaderos
terremotos políticos y eran reproducidos por los principa-
les medios de comunicación, con antelación incluso a su
publicación en la revista. Nueva Frontera era así la revista
más “chiviada” del país: cuando veía la luz ya todo el
mundo había leído sus notas más polémicas.
Patricia Lara, cofundadora del semanario y su gerente
por muchos años, recuerda que en alguna oportunidad
Alberto Lleras comentaba que él envidiaba a Carlos Lleras
por la posibilidad que le brindaba Nueva Frontera de man-
tenerse vigente y de generar infl uencia sobre la opinión
pública. Y es que prácticamente no hubo un gran proble-
ma nacional que no fuera objeto de sesudos análisis. El
petróleo, la agricultura, la política internacional, la econo-
mía, la educación la salud, los temas energéticos, el orden
público, los procesos de paz, las iniciativas de reformas
constitucionales, fueron todos ellos –y muchos más- obje-
to de la pluma prodigiosa y prolífi ca de Carlos Lleras.
Además, Hefestos y el Bachiller Cleofás Perez, que
periódicamente aparecían con su estilo cáustico, le ponían
a la publicación un toque de ironía y humor que no sólo
eran un deleite para el lector, sino que deberían divertir
profundamente a su autor.
Una hacienda con tigre
Detrás del hombre público que evoca carácter, dig-
nidad, coherencia y conocimiento, entre otras virtudes,
se escondía el otro Carlos Lleras: el hombre de familia
cariñoso, el amigo leal, el animado conversador que des-
plegaba fi no humor…en últimas, el ser humano sensible
y afable.
En no pocas ocasiones Lleras se lamentaba de que
quienes no lo conocían tuvieran una imagen de él como
una persona arrogante o soberbia. “Hay una gran diferen-
cia –comentaba a un periodista en 1975- entre la imagen
de uno que proyectan los malquerientes y la que en defi ni-
tiva se forman quienes tienen la ocasión de tratarme. Me
ocurre con frecuencia que personas a quienes encuentro
por primera vez me dicen <<!cómo me lo fi guraba de dis-
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tinto, doctor Lleras!>>”. Recordaba también con mucha
gracia que en alguna oportunidad López Pumarejo señaló,
haciendo eco a la creencia sobre el mal carácter de Lleras,
que éste “sólo compraba una hacienda con tigre”.
Pero en contraste con esta imagen, las personas cer-
canas a él encontraban un ser amable y, como lo destacaba
un funcionario de su gobierno, compenetrado a fondo con
los problemas e inquietudes de sus amigos más próximos.
Su Secretario Privado recuerda que “Cuando por alguna
circunstancia se excedía en el trato con la gente…siempre
acudía a una forma de compensación apropiada. Cual-
quier observación dura, terminaba más tarde en una frase
amable o en un <<café para el frío>>. Frente a lo que
muchos piensan, no era rencoroso. Varias veces, siguiendo
instrucciones suyas, llevé mensajes directos de aproxima-
ción hacia personas que, en numerosos casos y en otras
circunstancias, hubieran pasado al olvido”.
Además, muchos se sorprenderían de saber que ese
hombre con fama de serio y malhumorado, disfrutaba
como un niño las cosas cotidianas más simples de la vida.
Por ejemplo, sus nietos recuerdan que a las 7.30 de la
noche suspendía sus actividades intelectuales, o con fi na
cortesía daba por terminadas las reuniones que estaba
sosteniendo, para cumplir un sagrado ritual: sentarse fren-
te al televisor con una caja de chocolates, que tenían que
ser de los más fi nos para justifi car el pecadillo, y ver la
novela de moda, que seguía con la misma intensidad que
las complejidades del mundo político.
El hombre de familia
Su círculo más cercano recuerda también que el Lle-
ras íntimo era esposo excepcional. Y es que no se puede
entender la vida, obra y luchas del Lleras público sin hacer
una referencia obligada a Cecilia de la Fuente, o “Ceci”,
como él la llamaba afectuosamente.
Casados el 25 de marzo de 1933 Lleras sólo tuvo
gratitud y amor por ella. Las páginas de la Crónica de mi
propia vida refl ejan esos sentimientos y dan testimonio de
lo que doña Cecilia signifi có para él.
Sobre lo que fue su noviazgo anotaba que “Los jóve-
nes de ahora se sorprenderán mucho al leer que Cecilia
y yo nunca salimos solos a teatros, fi estas o paseos du-
rante el año corto de nuestro noviazgo. Nos acompañaba
siempre alguna de las tres tías y no pocas veces las tres.
Excepcionalmente confi aban la guarda a algún respetable
matrimonio amigo de la casa.”
Más adelante señalaba que “El matrimonio se me pre-
sentaba, pues, como un refugio seguro y además como el
don de una providencia clemente que no me cobraba mis
faltas. Tal impresión subsistió por mucho tiempo y por ella
di a mi primogénita el nombre de Clemencia. En verdad, la
vida me ofreció generosamente el mejor camino y sobra
decir que no me he arrepentido por haberlo seguido.”
Es más. En público y en privado el estadista desta-
caba el papel de su esposa como su eterna y abnegada
consejera. “Las malas decisiones políticas que he tomado,
se deben a que no escuché a Cecilia”, le solía decir a sus
contertulios.
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Y, claro, junto con el esposo devoto estaban el padre
y el abuelo. Recio pero cariñoso. Firme pero cómplice. Edu-
cador en todo el sentido de la palabra. Una anécdota da
buena idea de la dimensión de Lleras como formador. En
alguna oportunidad uno de sus hijos llevó de su despacho
público un frasco de pegante. Al saber que ésto había sido
así, no dudó en reconvenirlo, le obligó a devolverlo al día
siguiente y le recordó que los bienes públicos deben ser
respetados con extremo celo.
Al hablar de ese otro Carlos Lleras, el hombre familiar,
hay necesariamente que recordar dos sucesos trágicos: la
muerte de sus hijas, Clemencia y María Inés. Ambas aban-
donaron el mundo tempranamente. La una, de forma in-
tempestiva. La otra, tras una larga y penosa enfermedad.
Quienes lo conocieron aseguran que después de éstos he-
chos nunca volvió a ser el mismo. Era un ser incompleto,
sin sus acompañantes y amigas.
Unas de las páginas más personales que escribió
en Nueva Frontera fue “Mi hija María Inés” donde deja
traslucir ese dolor de padre tan profundo, ese luto que se
incrusta hasta por el último de los poros, esas ausencias
tan vivas que le quitaron la sonrisa del rostro.
El fi nal de la jornada
El 27 de septiembre de 1994, con 86 años a cuestas,
muchas batallas encima –algunas ganadas y otras tantas
perdidas- se apagó la vida de Carlos Lleras Restrepo. Con
él terminaba una era. Pero como sucede con los gran-
des hombres, dejaba un inmenso legado. Un legado de
honestidad a toda prueba en una larga vida pública. Un
legado de dignidad en el ejercicio político. Un legado de
coherencia. Un legado de fi rmeza para defender aquello
en lo cual se cree. En fi n, un legado de amor y de servicio
a Colombia. Por eso el centenario de su natalicio es una
oportunidad única para que los colombianos le rindamos
un merecido homenaje a ese hombre excepcional que fue
Carlos Lleras Restrepo.
La investigación, información y opiniones aquí expresadas, son responsabilidad de sus autores, y no refl ejan necesariamente el pensamiento de Servicios Postales Nacionales S.A.
Rafael Merchán Álvarez
Director Ejecutivo
Fundación Carlos Lleras Restrepo
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Álvaro Uribe VélezPresidente de la República
María del Rosario GuerraMinistra de Comunicaciones
Asamblea de Accionistas y Junta Directiva Servicios Postales Nacionales S.A.Ramón Angarita Lamk
Rubén Dario Mestizo ReyesEdgar Orlando Quintero
Carlos Alberto Gómez GómezOscar Fernando Casas FarfánFrancisco Julián Medina Mora
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