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103 Darío Echandía Olaya Darío Echandía Olaya ¿El poder para qué? Perfil del rostro de Darío Echandía. Biblioteca Darío Echandía Por: Hernando A. Hernández Quintero

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Darío Echandía Olaya

Darío Echandía Olaya¿El poder para qué?

Perfil del rostro de Darío Echandía. Biblioteca Darío Echandía

Por: Hernando A. Hernández Quintero

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La frase el poder para qué fue pronunciada por Darío Echandía el 9 de abril de 1948 cuando Colombia, tras el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, ingresa a la más cruda violencia que aún no hemos podido superar, a pesar del esfuerzo de tantos ciudadanos. Muy variadas son las interpreta-ciones que se han dado a la pregunta del conocido hombre público, para que algunos concluyan que refleja una de las actitudes de pereza propia de los tolimenses o, por el contrario, una profunda reflexión e invitar al país para pensar en lo absurdo de su tradicional conducta violenta. De esta opinión es Roberto Arenas Bonilla, quien afirma que se trataba de: “…hacerle com-prender a sus amigos las razones que tenía para recomendar al liberalismo en esos momentos el poder para detener el desangre del país acabando con los asesinatos de indefensos colombianos”.

Darío Echandía con Jorge Eliécer Gaitán. Banco de la República

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Pero fue el propio Echandía quien aclaró el alcance de su frase cuando, en un reportaje radial transmitido por Caracol, explicó que en las democra-cias el mandatario obedece al mandante, que es el pueblo, y debe decirle para qué es el mandato. Así, debe interpretarse que en la violencia desenfrenada por la que atravesaba el país, no había claridad de aquello que se esperaba del posible gobernante. Como lo afirma Augusto Trujillo Muñoz, “no era un pueblo consciente de la necesidad de una restauración democrática, sino una turbamulta anarquizada expresando encontrados sentimientos negati-vos al amparo del alcohol”.

Echandía sí tenía mucha precisión de que era urgente colaborar con el gobierno de turno en el restablecimiento de la calma en la República; por eso acudió a Palacio, atendiendo el llamado de un subalterno del presidente Ospina Pérez, en compañía de Carlos Lleras, Alfonso Araujo, Jorge Padilla y don Luis Cano, y en medio del feroz combate llegó con sus acompañantes para cumplir el llamado del Gobierno.

Pues bien, a partir de esta interpretación es fácil deducir que Darío Echan-día, conocido por todos como el Maestro, entendía el poder para servir con devoción y sencillez las responsabilidades de la patria, tarea que cumplió como juez, magistrado de Tribunal y de la Corte Suprema de Justicia, concejal, dipu-tado, congresista, gobernador del Tolima, y presidente encargado de Colombia, en tres ocasiones; ministro de Educación, Gobierno, Relaciones Exteriores, em-bajador ante la Santa Sede, gerente de banco, profesor universitario y abogado.

Darío Echandía nació en el Chaparral de los Grandes el 13 de octubre de 1897, en el hogar de don Vicente Echandía Castilla y doña Carlota Ola-ya Bonilla. De su infancia recuerda los cafetales de su tierra chica. En una entrevista con Jaime Sanín Echeverri publicada en la revista Arco Nº 158 de marzo de 1974, afirma con afecto que: “Mis antepasados sembraron café. Haciendas que producían hasta mil cargas, con toda su maquinaria para be-neficiarlas, llevada el siglo pasado hasta esas lomas a lomo de mula. En mi infancia, a principios del siglo, recuerdo las haciendas de mi padre y de mis tíos. Era buen chalán por esos andurriales, pero tuve que ir a la escuela y al colegio y aficionarme a estas otras cosas”.

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Vicente Echandía Castilla, padre de Darío Echandía. Banco de la República

Luego de cursar sus estudios primarios en la escuela pública, dirigida en ese entonces por la señorita Soledad Medina, se traslada a Bogotá, en donde adelantó su bachillerato en los colegios de Araujo y de Ramírez y en el Co-legio Mayor del Rosario, donde concluyó sus estudios secundarios y obtuvo, con honores, el título de abogado. En su tesis de grado: De la responsabilidad civil por los delitos y las culpas, se advierte su profundo conocimiento de los temas del Derecho Penal y Civil, especialidad en la que descollaría en los juzgados, en la Corte Suprema de Justicia y en el ejercicio profesional.

De su paso por el claustro del Rosario se recuerda que solamente una vez obtuvo una nota inferior a cinco y que para terminar sus estudios, se vio en la necesidad de solicitar una beca, como se advierte en el artículo: La paradoja del poder, escrito por el magistrado de la Corte Constitucional, Mauricio González Cuervo.

Al recibirse de abogado fue designado como Juez Civil del Circuito de Ambalema, entonces próspero centro comercial conocido por su produc-ción de tabaco que se remesaba a Londres y Hamburgo. Compartía su la-

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bor con Joaquín Ferreira Casabianca, su compañero de estudio, encargado del Juzgado Penal del Circuito. De esa experiencia recordaba el Maestro, en entrevista de Jaime Sanín, “…no haber recibido ni un solo sueldo ni útiles de oficina y el privilegio de conocer y tratar muy de cerca a nuestra gente. Nuestro atraso, nuestra falta de sentido crítico, el dominio de los prejuicios”.

En 1919 inicia su carrera política, al ser elegido como diputado a la Asamblea del Tolima. Curiosamente, en esta actividad, a la que dedicó la mayor parte de su vida, no se sentía tan cómodo como en el ejercicio del De-recho. Al respecto, en entrevista con Jaime Sanín Echeverri, afirmaba: “Eso de la política no es que haya gustado mucho. Un poco como el médico de Molière, político a palos. No creo estar bien dotado para la política, que su-pone muchas dotes variadas y difíciles”.

Empero, no era la política la que molestaba al Maestro, era la politique-ría sobre la que señalaba en su discurso: Técnica y democracia, pronunciado en 1966: “Es una perversión, es una falsificación, una prostitución de la po-lítica. La política fue inventada para que los hombres especialmente dotados de conocimientos, de habilidades y de aptitudes tomaran sobre sí la respon-sabilidad de dirigir los Estados. Sin embargo, lo que fue noble vocación ha degenerado en un oficio vulgar de ganapanes. Estos lo que buscan al per-seguir las dignidades no es siquiera la dignidad, sino simplemente la paga”.

En una entrevista concedida a Fabio Lozano Simonelli, en mayo de 1965, delineó su concepto de la que estimaba debía ser la política, comentarios que hoy mantienen plena vigencia. Afirmaba, entonces, el doctor Echandía:

“Lo más urgente de todo es el cambio de la política. Que no se elija ni se nombre a las personas por ser amigos de Fulano o de Zutano, sino porque van a hacer algo positivo. Que no se discuta sobre quién va a repartir los puestos, sino sobre qué van a hacer los empleados. La causa de los males actuales está en que los políticos no ejercitan, generalmente, su inteligencia en solucionar los problemas sino en ver cómo colocan a sus amigos y cómo integran los directorios convirtiendo una posición, como la que yo ocupo en la Dirección liberal, en un oficio mecánico insoportable. No tiene sentido esto de lidiar con manzanillos heroicos. Lo que hay que hacer es cambiar

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la política y reagrupar el frente nacional en función de la revolución social, para que no insista en hacerla cualquier caudillo a quien la gente, tragando entero, como dice Palacio Rudas, tome de pronto por un Lenin criollo”.

Al regresar a la vida judicial, el Concejo de Bogotá nombra al doctor Echandía como Juez Tercero Municipal en lo Civil, cargo en el que permane-ció cuatro años, hasta que es elegido como Juez del Circuito de dicha ciudad.

En junio de 1927 es seleccionado por la Asamblea Departamental del Tolima como Magistrado del Tribunal Superior de Ibagué, dignidad que ejerció por pocos meses, pues fue designado como gerente del naciente Ban-co Agrícola Hipotecario, que tenía su sede en Armenia. Al entregar esta res-ponsabilidad regresó al ejercicio del Derecho y en 1930 es elegido concejal de Armenia y presidente de esa corporación. Sus ejecutorias en esas hermo-sas tierras cafeteras fueron rastreadas por Edgar Osorio Agudelo, el desta-cado procurador regional, que lamentablemente partió prematuramente a la eternidad. De su ejercicio profesional en esa ciudad recuerda Osorio:

Busto de Darío Echandía en el Palacio de Justicia de Armenia. Foto suministrada por Julián Ochoa Arango

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“El primer gran pleito fue la defensa de ciertos concejales del municipio de Circasia, acusados presuntamente de cambiar el destino de unos recursos del presupuesto, con el fin de construir un colegio oficial, lo cual confrontaba abiertamente el ambiente clerical de la época. En sonada defensa, Echandía logró la absolución de los concejales y estos, agradecidos, lo buscaron in-mediatamente después para cancelarle sus honorarios. Él los recibió efusivo e, invitándolos a una tiendecita frente a su oficina, luego de un brindis, les manifestó: ¿Cómo puedo cobrar mis servicios a quienes solamente actuaban en defensa de la educación pública?”.

Al acceder al poder Enrique Olaya Herrera en 1930, Alfonso López Pu-marejo, jefe del Partido Liberal, designó la Dirección Liberal Nacional de esa colectividad en la que incluyó a Darío Echandía, aquel joven abogado que había conocido en la Convención de Chicoral, en la que se sorprendió de su gran capacidad y la profundidad de sus planteamientos. Si bien en 1931 ejer-cía como diputado de la Asamblea Departamental de Caldas, la Asamblea del Tolima lo había elegido como primer suplente del doctor Fabio Lozano Torrijos, a quien debió reemplazar en el Congreso desde el 20 de julio de ese año por su ausencia para desempeñar la Legación de Colombia en el Perú, regresando solo al final del mandato para realizar el debate sobre el Protoco-lo de Río de Janeiro.

En este período parlamentario, el doctor Echandía participó decisiva-mente en los debates sobre la reforma de los artículos: 31 de la Constitución Nacional y 5º del Acto Legislativo Nº 3 de 1910; el régimen patrimonial en el matrimonio, en el que el Gobierno tenía especial interés y que gracias a la ardentía con la cual el maestro la defendió en el segundo debate, fue aprobado por el Parlamento, y luego se convirtió en la Ley 28 de 1932. Prestó también su invaluable concurso en la aprobación de la Ley de Tie-rras, conocida como la Ley 200 de 1936, antecedente inobjetable de la re-forma agraria en el país.

En agosto de 1934, un grupo de tolimenses visitó a Alfonso López Pumajero, entonces presidente de la República, nacido en el municipio de Honda, para solicitarle designar a Echandía como magistrado de la Corte

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Suprema de Justicia. El presidente consultó a Echandía sobre el sistema uti-lizado para esta clase de elección. Ante la respuesta de que los magistrados eran elegidos por la Cámara de Representantes y el Senado de la República, de sendas ternas remitidas por el señor presidente, López prefirió ofrecerle el cargo de ministro de Gobierno, para que le ayudara a elaborar las ternas de rigor.

Es justamente en esta altísima dignidad en la que el doctor Echandía evidencia sus claras concepciones sobre el Derecho y sus convicciones de-mocráticas, que por lo avanzadas fueron tildadas muchas veces de socialis-tas. Así, participó en el debate que se adelantó en el Congreso ante la tragedia generada por el lanzamiento de colonos de la hacienda Tolima, con presen-cia de la fuerza pública y la muerte de 17 campesinos. En esa oportunidad, a

Echandía como ministro defendiendo las reformas constitucionales. Banco de la República

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pesar de las voces acusadoras de Jorge Eliécer Gaitán, de Alberto Camacho Angarita y aun de su coterráneo Antonio Rocha, la Cámara encontró satis-factorias las explicaciones del Gobierno, expresadas con vigor por conducto de su ministro de Gobierno.

Reconocido desde ese momento como la conciencia jurídica del Régimen, el Maestro participa activamente en la propuesta de reformas a la Carta Política, particularmente en los temas de la intervención del Estado en la economía; el derecho de huelga; la función social de la propiedad; la libertad de culto y de enseñanza; el carácter no deliberante de las Fuerzas Armadas; la expropiación sin indemnización por motivos de equidad y la reforma de la universidad, pro-yectos que se plasmaron todos en la reforma constitucional de 1936.

Sus intervenciones en el Congreso siempre fueron prudentes pero lle-nas de sabiduría, sin poses de erudición, a pesar de las citas de autores nacio-nales y extranjeros que soportaban sus tesis, a las cuales acudía sin asomo de pedantería. Así, aparecían con naturalidad los nombres de Planiol y Ripert, Laurent, Charmont, Duguit, sobre las doctrinas del derecho social, para de-fender la intervención del Estado en la economía, que se introdujo por su

Con el presidente Alfonso López Pumarejo. Banco de la República

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iniciativa en la reforma constitucional de 1936 o de Josserand, Carlos Marx, Engels y Rousseau, para defender el proyecto de la Ley de Tierras.

A pesar de su serenidad defendía con firmeza sus convicciones, espe-cialmente la honradez que el país le reconoció ampliamente. En uno de los debates más sonados en la segunda administración del presidente López Pu-marejo, evidenció esta cualidad. En efecto, ante las graves acusaciones del senador Enrique Caballero Escobar contra el Gobierno por su participación en los negocios de la Handel, expresó:

“Una Facultad ilustre me confirió hace ya muchos años un título de abogado, señor presidente, pero a estas horas, cuando ya mi vida toca los umbrales de la edad provecta, no había aprendido el arte mágico de trans-formar la tendencia venerable de Gratiniano y de Gayo en doblones para mí bolsillo. Porque en este debate algo se me alcanza de los problemas jurídicos, en que los senadores que han manifestado su oposición a la Handel. Y ten-go derecho para intervenir en este debate porque soy un abogado, pero un abogado sin pleitos y sin negocios. Un abogado que no se ha acercado nunca a una oficina de negocios llevando en su imaginación un negocio fastuoso. Un abogado que viene a este debate sin rencores personales, sin rencores políticos, sin esa tristeza, sin esa amargura que puede dejar en el ánimo el ver frustrado un negocio brillante que concluyó. Sin amarguras, señor presi-dente, y sin amarguras políticas porque la vida ha sido demasiado generosa para mí, tan generosa que me ha permitido llevar con desenfado, sin pesa-dumbre, el lujo exquisito de ser pobre. Honorable senador Enríquez: Yo sí soy un empleado público. Estoy hablando aquí como un empleado público. Y solamente como un empleado público. No vengo a ventilar como en la última instancia pleitos privados. Vengo a ventilar los supremos intereses de la República, porque estoy a su servicio; soy un verdadero empleado público, señor presidente, que entró pobre al Ministerio para salir más pobre de él”.

Con esa misma fuerza argumentativa era capaz de lanzar insinuaciones que mortificaban al rival de turno. En el debate mencionado, le contestó al senador Caballero Escobar: “Yo no dejo en el ropero ni la conciencia, ni la caballerosidad”.

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En medio del trasegar político y cuando ocupaba el cargo de ministro de Educación, el 2 de agosto de 1936, el Maestro contrae matrimonio con doña Emilia Arciniegas Castilla, bajo el padrinazgo del presidente López Pu-marejo y su esposa, al igual que de Alberto Lleras Camargo y señora. La cere-monia fue en la hacienda Las Monjas, ante el obispo de Manizales, monseñor Concha, luego exaltado a cardenal de la Iglesia. Como lo advierte Sanín Echeverri en la multicitada entrevista en la revista Arco: “Al mencionar a su señora, el hombre severo y duro se enternece. Todo en la casa está aún como ella lo arreglaba. Sobre las grandes mesas del vestíbulo de ingreso, fotogra-fías en colores con los papas. Pablo vi se despide de ella. Montini, Tardini, Juan xxiii, Pacelli. Bendiciones manuscritas de los últimos pontífices. La austeridad de los floreros y el orden de los libros. Todo conserva la presencia de esa gran dama, primera que fue de la República, tantos años embajadora, que mantuvo la sencillez y la dulzura de su casa para el marido y para los innumerables amigos que llegan allá a pedir consejo, ánimo y enseñanza”.

Sobre el hogar que formó el Maestro con doña Emilia, afirmaba Ma-nuel Ignacio González, persona muy cercana a sus afectos: “El porte, la personalidad, el gesto, la vida de hogar del doctor Echandía, tenían una relación natural, no sofisticada con sus actuaciones en la vida pública y social. La pareja que hacía con la excelsa dama doña Emilia Arciniegas, era el fiel reflejo de ambas vidas, no solamente unidas por el amor, sino por el compaginamiento de actitudes, gestos y un sentido humano de la existen-cia. Hay tanto que decir de esa amalgama de vidas y espíritus, que es mejor callar: No puedo dar interpretación acertada de esas existencias, que en realidad eran una sola”.

Para suceder al presidente López Pumarejo, se propuso la candidatura del doctor Darío Echandía. Empero, en razón a que las elecciones parlamen-tarias de 1938 favorecieron ampliamente a los amigos del doctor Eduardo Santos, el Maestro prefirió retirar su nombre antes que someter su partido a una división.

Elegido Eduardo Santos como Presidente de la República, a Echandía, en su condición de embajador ante la Santa Sede, le correspondió la negocia-

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ción del Concordato que reformaba el de 1887, con el cardenal Luigi Maglio-ne, secretario de Estado de la Santa Sede. El propio Echandía debió defender en su calidad de ministro de Gobierno, en la segunda administración de López Pumarejo, el acuerdo concordatario que, aprobado por el Congreso, se convirtió en la Ley 50 de 1943, pero que en razón a que no contó con el canje de ratificaciones, no entró nunca en vigencia. Más tarde, su coterráneo Antonio Rocha Alvira lograría concretar este propósito.

En los debates ante el Congreso en noviembre de 1942, para la aproba-ción del Concordato, Echandía recibió los más álgidos ataques por parte de la bancada conservadora que encabezaba Laureano Gómez, quien acudió al expediente que el Maestro no podía liderar acuerdos con la Iglesia en razón a ser masón. El jefe de la oposición le enrostraba: “Su señoría no es católico. Su

Darío Echandía, con su esposa, Emilia Arciniegas. Banco de la República

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señoría está excomulgado”. Echandía, sin negar su vinculación con la Logia Masónica en el pasado, expresó: “Yo soy católico, como la gran mayoría de mis compatriotas”. Esa condición se evidenció cuando fue gobernador del Tolima y asistía a misa y acompañaba la Eucaristía leyendo su misal en latín.

Echandía con el papa Pablo VI. Banco de la República

El maestro Echandía con el presidente Eduardo Santos. Banco de la República

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Elegido López Pumarejo para un nuevo período presidencial (1942-1945), nombró a Echandía como su ministro de Gobierno y el Congreso lo ungió como primer designado. En esta condición asumió la Presidencia de la República, en calidad de encargado, cuando el titular debió trasladarse fuera del país para atender los quebrantos de salud de su esposa doña María Michelsen de López, el 19 de noviembre de 1943, dignidad que ocupó hasta el mes de mayo de 1944.

Durante este encargo, se trasladó para administrar por algunos días desde su natal Chaparral. Como una de las necesidades más sentidas de su región encontró la de un colegio de bachillerato; prometió entonces a su pueblo, en la Plaza Mayor, que construiría dicho establecimiento de educa-ción. Como lo relatan Alfonso Reyes Alvarado y Yesid Reyes Alvarado, en una crónica sobre su padre, el 29 de diciembre de 1943, por medio de la Ley 82, que lleva la firma del doctor Echandía como presidente de la República y del ministro de Educación, Antonio Rocha Alvira, otro chaparraluno, se dio vida jurídica al colegio Manuel Murillo Toro, como un homenaje al padre de la Escuela Radical y en dos ocasiones presidente de Colombia, quien tam-bién vio su primera luz en el Chaparral de los Grandes.

Casa donde nació el Maestro Darío Echandía, en Chaparral, Tolima. Universidad de Ibagué

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En el nuevo colegio se formaron entre otros destacados colombianos, Alfonso Reyes Echandía, expresidente de la Corte Suprema de Justicia, in-molado en la absurda toma del Palacio de Justicia en 1985 y Alfonso Gómez Méndez, exministro de Estado, exprocurador y exfiscal general de la nación.

De ese encargo presidencial también se recuerda la comunicación que dirigió el 18 de enero de 1944, a don Leopoldo Lascarro, entonces revisor presidencial, quejándose de que los funcionarios deshonestos no eran inha-bilitados para volver al Gobierno. Señalaba así, el Maestro:

“No puede continuar ocurriendo que a causa de las deficiencias, tan lar-gamente conocidas por toda la nación, de la administración de justicia, los desfalcadores del tesoro público y en general todos los delincuentes contra el fisco, puedan regresar al cabo del tiempo a ocupar empleos del Gobierno, valiéndose de la ausencia de un registro sobre sus antecedentes, o puedan, como hoy ocurre, recurrir a una numerosa gama de posiciones administra-tivas, en lo departamental o en lo municipal, cubiertos por la impunidad y prevalidos de la mala memoria de los órganos del Estado”.

Luego, encontrándose al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores y en su condición de primer designado, debió asumir abruptamente la Pre-sidencia de la República, cuando el presidente López Pumarejo fue apresado en Pasto el 10 de julio de 1944, por los militares rebeldes encabezados por el coronel Diógenes Gil. Se dice por los historiadores que, en compañía del doctor Alberto Lleras, entonces ministro de Gobierno, salvaron el régimen, al desarrollar actos de audacia y valor, como hacerse reconocer por las pro-pias tropas como el gobierno legítimo. El 11 de julio de 1944, al asumir la Presidencia, les expresó a sus conciudadanos:

“Colombianos: Esta es la hora decisiva para la patria. O perecemos en el caos, el desorden, la rebelión y la abolición de todas nuestras tradiciones, o nos salvamos, como tantas veces, por la voluntad inquebrantable del pueblo. El Gobierno está seguro de que la República no perecerá, con la ayuda de Dios y el apoyo del pueblo”.

En la entrevista con Jame Sanín Echeverri para la revista Arco, cuando el periodista le recuerda este episodio de la vida nacional y el reconocimien-

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to del pueblo colombiano, afirma sin espavientos: “Simplemente cumplí con el deber que me correspondía como empleado público”.

En las elecciones de 1946 su nombre es escogido por el Partido Liberal como candidato a la Presidencia de la República. A pesar de la importan-te fuerza electoral que lo acompañaba, inclusive del Partido Comunista, el Maestro, en razón a la presentación de los nombres de los doctores Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay, prefirió retirar el suyo de la contienda elec-toral, afirmando: “No deseo dividir en tres lo que ya está dividido por dos”. Luego fue designado embajador en Londres, asistiendo en esta condición a la primera Asamblea de las Naciones Unidas.

Ante los graves hechos que enlutaron el país el 9 de abril de 1948 con la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, y que generaron toda serie de disturbios de orden público, Echandía aceptó entrar a formar parte del gobier-no de Mariano Ospina Pérez, con el anhelo de buscar la pacificación del país. No obstante, por la crisis presentada meses más tarde, Echandía se retiró del Gobierno con los demás liberales que colaboraron en dicha administración. Al formar el 10 de abril de 1948 el movimiento de Unión Nacional afirmó so-bre su paso por el gobierno de Ospina Pérez: “No estábamos en el ministerio de Gobierno para conseguir empleos públicos, sino garantías políticas”.

En 1949 es escogido nuevamente como candidato presidencial. Empe-ro, ante situaciones sobrevinientes, el Partido Liberal decidió abstenerse de participar en las elecciones y Echandía retiró su candidatura con un históri-co discurso pronunciado el 8 de noviembre de 1949.

Cuando el general Gustavo Rojas Pinilla desplazó del cargo a Laureano Gómez, lo cual el Maestro Echandía llamó “un golpe de opinión”, es escogi-do como magistrado de la Corte Suprema de Justicia, en compañía de otros importantes juristas, entre quienes figuran los doctores Ricardo Hinestrosa Daza y Eduardo Rodríguez Piñeros; cargo en el que se posesionó el 10 de febrero de 1954, con el propósito de restablecer el derecho y la paz. Presen-tados los sangrientos hechos del 8 y 9 de junio, el Maestro se retira de la alta corporación, dejando tras su paso enjundiosas sentencias, por fortuna reco-gidas en la obra publicada hace algunos años por el Banco de la República.

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A propósito de la obra mencionada, el historiador Otto Morales Benítez relató en varias ocasiones la forma en la que se obtuvo la autorización del Maes-tro Echandía para publicarla. El propio Otto Morales y el doctor Germán Bote-ro de los Ríos, entonces gerente del Banco de la República, fueron comisionados para solicitar a Echandía el visto bueno para la edición de los libros. Cuando lo visitaron en su casa y le expusieron el proyecto, el Maestro se mortificó mucho y les dijo que cómo era posible que un hombre como Botero de los Ríos, que regentaba el banco Emisor y otro como Otto Morales, a quien el país le reco-nocía como un posible candidato a la Presidencia de la República, intentaran publicar unos discursos en un país que no sabía ni cuál era la Ley que estaba vigente, pues no se contaba con los mecanismos adecuados para darlas a cono-cer. Morales decía que se fueron escurriendo de sus asientos con el propósito de escapar de la furia del Maestro. Enterado del suceso el expresidente Carlos Lle-ras Restrepo, les indicó: “Es que ustedes no saben tratar con el doctor Echandía, espere que yo les enseño cómo”. En efecto, unos días después el doctor Lleras invitó al Maestro, a Morales y Botero de los Ríos a una frijolada en su casa. Lue-go de tratar diversos temas, Lleras le reiteró el deseo del Banco de la República de publicar sus múltiples intervenciones en la vida pública, pero le agregó una consideración: “Maestro, cuando uno no escribe sus memorias, se las escriben los enemigos”. Esta afirmación de tan culto ciudadano convenció a Echandía y de inmediato lo llevaron a un cuarto contiguo en donde estaba dispuesto un es-critorio con la nota de autorización, tinta y pluma para la firma del documento.

En la Academia de Jurisprudencia con Otto Morales Benítez. Banco de la República

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Con el presidente Carlos Lleras Restrepo. Banco de la República

Iniciado el Frente Nacional es elegido como su primer presidente Al-berto Lleras Camargo y Echandía es escogido por el Congreso de la Repúbli-ca como designado. En esta condición ejerció nuevamente la Presidencia de la República en calidad de encargado, el 2 de abril de 1960, cuando el titular se desplazó por varios países para atender la invitación de gobiernos amigos.

Es esa administración en la que Darío Echandía da muestras, una vez más, de su gran desprendimiento, sencillez y compromiso con su patria, cuando convocado por el presidente Lleras Camargo para que asumiera la Gobernación del Tolima, territorio en ese entonces azotado por la más ab-surda violencia partidista, aceptó sin reticencias la designación, con el sueño de que “los tolimenses puedan volver a pescar de noche”, y al respecto ex-presó con alegría: “Lo he aceptado porque tan grave encargo me ofrece una ocasión incomparable de aplicar, en las postrimerías de una larga actividad

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pública, los supremos esfuerzos de mi mente y mi voluntad al grande em-peño de recuperación del pueblo tolimense al que debo todo: La sangre y el espíritu”.

Con el presidente Alberto Lleras Camargo. Banco de la República

Aquello que Echandía demostraba era su total coherencia entre lo que decía y hacía, pues ya en una ocasión había afirmado: “El beneficio que el hombre recibe de la sociedad, debe usarse para beneficiar a la sociedad de quien la recibe”, lapidaria frase que fuera seleccionada por don Santiago Me-ñaca, cofundador de Coruniversitaria, hoy Universidad de Ibagué, para la placa que se ubicó en el edificio de la Facultad de Derecho de esa casa de estudios, y que se encuentra en el corredor de la entrada de esa edificación que lleva el nombre del Maestro, e invita a los jóvenes para que ingresan a este programa y conocer la grandeza de un tolimense digno de imitar.

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Placa que exalta la memoria de Darío Echandía en la Facultad de Derecho de la Universidad de Ibagué. Universidad de Ibagué

En su posesión como gobernador del Tolima, ante el Tribunal de Iba-gué, Echandía pronunció un conmovedor discurso en el que reseñó la situa-ción de nuestro Departamento y lo que había que hacer para sacarlo de la encrucijada. En crudo recuento señaló:

“Echad una ojeada sobre el lamentable espectáculo que presenta esta tierra nuestra del Tolima, cuyo hijos han dado al país ejemplos insignes de trabajo y honestidad, de heroísmo en la guerra y ánimo constante y estoico en la paz. Los campesinos tolimenses, inclinados sobre la tierra nativa, labra-da tal vez con primitiva técnica, pero con tenacidad sin reposo y entrañable

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amor, andan ahora desarraigados, perdidos en la confusión de las ciudades, con una herida irrestañable que les causó la ferocidad de los hombres que destruyeron su hogar y arruinaron el fruto de largas fatigas. Para ellos, ya no hay paz del ánimo, porque la crueldad sectaria arruinó su vida; ni fe, porque han visto prolongarse indefinidamente el dominio de la injusticia; ni espe-ranza, porque no creen en los grandes valores morales y políticos, sobre los que se asentó, en otros tiempos, su actividad de ciudadanos y su conciencia de hombres de bien”.

Desfile por la carrera Tercera de Ibagué para tomar posesión como Gobernador del Tolima. Banco de la República

De su paso por la gobernación se conocieron muchas anécdotas sobre la forma de resolver situaciones difíciles, y especialmente de su capacidad jurídica para atender los asuntos públicos. Manuel Ignacio González, quien fuera secretario privado en esa administración, relató alguna de ellas que a continuación rescatamos:

“Él había logrado que del dinero que manejaba el Comité Nacional de Rehabilitación, creado por el presidente Lleras Camargo, se destinaran algu-nas partidas fundamentales para obras concretas en los sitios más violentos y más aislados, como Planadas, Sur de Atá y Rioblanco, para no hablar de la

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represa de Río Prado y de las que se vinculaban con el norte, oriente y centro del Departamento.

“Las partidas no llegaban y cierto día llamó al doctor José Gómez Pinzón, presidente de aquel comité, para requerirle el cumplimiento de los compromi-sos. En la misma fecha y como resultado inmediato de la exigencia, llegó un mensaje telegráfico de la Contraloría Nacional, exigiendo que el Departamen-to prestara fianza para garantizar el empleo de los dineros que iba a recibir.

”En mi presencia, el doctor Echandía llamó al abogado consultor y le pidió rápidamente su opinión sobre la razón legal o jurídica del mensaje. Momentos después, el funcionario le presentó personalmente el concepto favorable a la exigencia de la Contraloría, dizque dando aplicación a las nor-mas fiscales frente a contratos oficiales con particulares.

”¡Quién dijo miedo!: Increpó duramente al profesional, preguntándole en qué universidad había perdido el uso de la razón y del sentido común. ¿No sabe usted, le dijo, que la Nación, departamento o municipio son un mismo ente jurídico, forman una misma parte, bajo la denominación de Es-tado, que no pueden contratar entre sí, menos garantizarse a sí mismo que no harán mal uso de los dineros que le son propios? Es como si yo, terminó diciendo, prestara fianza para garantizarme que mis dineros no los emplearé haciendo mal uso de ello. Esa misma opinión expresó, con firmeza, por te-léfono, al Contralor Nacional. El dinero llegó inmediatamente, sin contrato y sin fianza porque, además, se trataba de obras nacionales que iban a reali-zarse en el Tolima”.

En cumplimiento de la tarea central que el Gobierno nacional le había entregado de buscar la pacificación de la región, el doctor Echandía, como gobernador, estuvo presente en muchas zonas afectadas por la violencia, dialogando con los jefes guerrilleros. El doctor Manuel Ignacio González relata: “En cierta ocasión, en Planadas, en un acto de entrega de muchos de aquellos, estaba yo con Severiano Ortiz, acompañando al Maestro, por disposición suya. Por la noche, espontáneamente se formó una reunión muy animada entre los integrantes de ambos bandos, ante la presencia del señor gobernador, quien tarde se retiró a descansar en una de las escuelas públicas.

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”Las libaciones de licor fueron continuas hasta muy avanzada la ma-ñana del día siguiente, pero dentro de un gran respeto y cordialidad. Así lo informamos al jefe, quien exclamó: Ya casi se puede lograr mi aspiración que he hecho pública de que los tolimenses podamos pescar de noche”.

Otra anécdota en la Gobernación, también relatada por Manuel Ignacio González, expresa: “Alguna vez, un personaje político muy conocido, visitó la Gobernación con una mano vendada. El doctor Echandía, con un fuerte abrazo, le dijo: Acuérdate mijo que en política se pueden meter las patas, pero no las manos”.

Cumplida su misión como gobernador del Tolima, Echandía regresó al Parlamento para defender la alternación de los partidos en el gobierno. Luego, en la presidencia de Carlos Lleras Restrepo, es designado como ministro de Justicia, participando decisivamente en la Reforma Constitucional de 1968 y en la actualización de la administración de justicia. El expresidente Lleras re-cuerda que ante su inquietud por haber nombrado como ministro a Echandía, de quien había sido colaborador en el pasado, el ilustre colombiano le contestó: “Es inútil que se tome tantos trabajos para convencerme. Si usted me necesita y cree que le puedo servir al país, tomaré hoy mismo posesión del Ministerio”.

El Maestro Darío Echandía comparte con un campesino. Banco de la República

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Sin lugar a dudas en la actividad que se sentía más a gusto el Maestro era en los temas relacionados con la justicia, la conocía de cerca por haber esta-do vinculado a ella y tenía claras ideas de qué debía ser. Así, criticaba que los jueces se nombraran para atender a una milimétrica partidista. Al respecto, afirmaba: “Es una cosa vergonzosa que todavía haya que nombrar aquí los jueces por filiación política, por paridad. Pero no se puede evitar. Esto no es Dinamarca sino Cundinamarca”. También, propuso, mucho antes de la Asamblea Nacional Constituyente, la creación de una Corte Constitucional y al presentar en 1974 las sentencias recopiladas por su amigo Jaime Vidal Perdomo, advirtió con claridad cuál era el papel de esa jurisdicción:

“El objeto del control constitucional por los jueces, no es mantener pe-trificados los textos de la Ley fundamental, sino, al contrario, vivificarlos, amplificarlos, extenderlos a las nuevas circunstancias de la vida real. La Cor-te debe guardar la Constitución, pero no como cadáver momificado, sino como un organismo vivo que, por lo mismo que es vivo, cambia sin cesar. Su oficio es, pues, hacer flexibles los textos, acopiarlos a las situaciones nuevas, imprevistas o imprevisibles”.

El Maestro también era consciente del afán de los colombianos de rea-lizar reformas cosméticas a la Constitución, en procura de acabadas formas literarias, razón por la cual, según comenta el doctor Alfonso Gómez Mén-dez, en una crónica sobre Manuel Murillo Toro, algún día Echandía calificó nuestra democracia como “un orangután con sacoleva”.

Al retirarse del Ministerio de Justicia, el Maestro fue nombrado nueva-mente como embajador ante la Santa Sede y concluyó su vida política acom-pañando a Carlos Lleras Restrepo en la campaña que llevó al solio de Bolívar a Julio César Turbay Ayala.

En medio del trajín parlamentario y judicial, Echandía ejerció con voca-ción la cátedra universitaria. Así, fue profesor de Derecho Romano, Filosofía del Derecho, Latín y Griego e Introducción al Derecho, en las universidades: Libre, Nacional y del Rosario. Quienes adelantaron estudios en el período que el Maestro atendió sus asignaturas, cuentan que los salones se atiborra-ban de los alumnos de otras cursos que querían escuchar sus enseñanzas. En

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la Universidad del Rosario fue invitado en 1973 a dictar una corta charla con el tema de Hegel a Marx. El evento resultó tan extraordinario que se exten-dió por cerca de una semana y fue necesario ubicar parlantes en diferentes sitios del claustro, para que lo escucharan quienes no pudieron ingresar al recinto. El texto fue recogido luego en la obra del Banco de la República, gracias a la grabación que realizó Olimpo Morales, según comentó alguna vez su padre, Otto Morales Benítez.

El Maestro falleció en Ibagué, el 8 de mayo de 1989, a los 91 años, ro-deado del afecto de sus seres queridos y la admiración de todos los colom-bianos, como se advierte en la frase del expresidente Carlos Lleras Restrepo, que resume qué significó él para nuestra patria: “Si yo tuviera que decir cuál de los estadistas liberales de los últimos 50 años despierta en mi ánimo ma-yor admiración, no vacilaría en escoger su nombre”.

Es indudable que aquello que se resalta con mayor intensidad en la vida del Maestro es su sencillez, su autenticidad y su poco afán por el poder; atri-butos que fueron interpretados equivocadamente por algunos, como bien lo anota el maestro Fernando Hinestrosa Forero, quien fuera rector de la Universidad Externado de Colombia, en una conferencia en el Centenario del Natalicio del Maestro: “Cuán distante de la realidad es esa visión carica-turesca del doctor Echandía que algunos tienen, tendido en una hamaca, en vida contemplativa, producto tan solo de una interpretación distorsionada de su carencia de ambiciones personales, de codicia, de ansia de poder”.

Las nuevas generaciones de colombianos podrán dimensionar la gran-deza del maestro Echandía con solo leer la opinión que de él expresaron destacados colombianos, y que citamos a continuación como corolario de esta crónica:

“Echandía fue un hombre orgulloso de su estirpe, del sitio donde nació, y jamás perdió el tono y el ritmo de su tierra original. En Roma, ante las altas dignidades eclesiásticas o en Londres, ante los representantes de la Coro-na Inglesa, fue siempre el mismo hombre, con aire campesino, discreto, un tanto lejano y austero, taciturno la mayor de las veces. Con gran sentido del honor” (Saúl Pineda, exparlamentario tolimense).

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“Al incorporarse a la política, venía con unos amplios merecimientos. Estos, y su calidad intelectual de profesor, le conquistaron fácilmente el cali-ficativo de Maestro. Nadie ha osado discutírselo. Y ese reconocimiento se fue ensanchando con el paso de los años: Éxitos parlamentarios, contribución al cambio de las estructurales estatales, avance en la democratización de la cultura, sentido social de la responsabilidad del Estado y de sus gobernados, etc…etc. Y otra cualidad más. En medio de ese pavoneado circo de la polí-tica, su capacidad de no demandar nada para sí; de no forzar ningún home-naje; de no insistir en la permanencia de su nombre; de no perturbar con el rumor de su sabiduría; de no codear a nadie para que regresara la mirada sobre su estampa de prócer sin ostentación” (Otto Morales Benítez).

El Maestro Darío Echandía con los expresidentes Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras Camargo y Carlos Lleras Restrepo. Banco de la República

“Darío Echandía tuvo la presuntuosidad de ser modesto y el carácter y la suerte suficiente para que se le hubiera tolerado ser auténtico, y que se le respetara en esa condición” (Fernando Hinestrosa Forero).

“Darío Echandía, en el Parlamento, fue el artífice de la transformación de nuestro derecho público” (Moisés Prieto).

“Tenía una personalidad de roble que blindaba un corazón de pan” (Fa-bio Lozano Simonelli).

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“Yo creo que —con justicia y en derecho— se debe decir que la teoría del Estado Social de Derecho en Colombia la inauguró la Reforma Constitu-cional de 1936; y ese mérito principal como jurista se lo tenemos que reco-nocer a Darío Echandía, con cuya pluma, ministro de la política en 1934, sus tesis sobre la propiedad y la intervención del Estado en la economía empezó esa concepción del Estado Social de Derecho” (Jaime Vidal Perdomo).

“Habrá paz sobre la tumba de Darío Echandía. Lo que no habrá es paz en Colombia hasta tanto los herederos intelectuales y políticos del Maestro no vuelvan a ejercer aquí el magisterio de verdad, de civilización, de toleran-cia, de desinterés y de liberalismo a que aquel gran colombiano dedicó su vida” (Alberto Lleras Camargo).

“López inventa las cosas, o cree que las inventa; Echandía les encuentra la proyección y el precedente, y las incrusta en una dialéctica erudita y con-tundente” (Juan Lozano y Lozano).

“Echandía es un hombre que vive en el mundo de las ideas… Si el doc-tor López no lo hubiese constreñido al Gobierno, estaría todavía en Chapa-rral con un volumen en la mano, sentado en un asiento de vaqueta de esos que tienen paisaje en la espalda, y con los pies desnudos sumergidos en una jofaina de agua fría, como era costumbre, para que la modorra del trópico no le oscureciese la percepción y crítica de las nociones leídas en los libros” (Juan Lozano y Lozano).

“Me atrevería a afirmar que su concepción de lo social siempre estuvo presente en sus innumerables acciones de gobernante, de ministro de varias carteras, de dirigente y jefe político, de legislador de la República, de repre-sentante del país ante gobiernos de otros Estados, de juez y magistrado de la Nación y de catedrático universitario que siempre se esforzó por inculcar en sus discípulos la ética que él bien sabía practicar” (Roberto Arenas Bonilla).

En efecto, el hombre que se retrata con fidelidad en estos comentarios era Darío Echandía, el Maestro, que con timidez afirmó: “Cuando hablan mal de uno exageran. Y cuando hablan bien, también exageran”.

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Sepelio del Maestro Echandía en Ibagué. Fotografía suministrada por Santiago Meñaca

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Guía complementariaLas siguientes son preguntas sugeridas para estimular el diálogo en el aula. Se recomienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. ¿Cuáles cree usted que fueron las causas por las que el doctor Echandía lanzó su frase “¿El poder para qué?”, luego de la muerte de Jorge Elié-cer Gaitán? Describa brevemente, luego de consultar, los eventos que se desarrollaron en nuestro país luego de este asesinato. ¿Por qué cree que tanto el gobierno conservador como los líderes del partido liberal intentaron acercarse tras estos hechos?

2. El doctor Echandía prefería ejercer su profesión de abogado que la de político. ¿Qué opinaba él sobre la Política? ¿Cuál debe ser la función primordial de la política? Usted qué opina al respecto? Pese a lo ante-rior ¿cuáles cargos políticos desempeñó el doctor Echandía? ¿Por qué la educación fue un aspecto tan importante para el doctor Echandía? ¿Cómo lo demostraba?

3. En 1936, durante la presidencia de Alfonso López Pumarejo (1934-1938), el doctor Echandía participó activamente en la reforma de la constitución de 1886 con el fin de introducir cambios importantes para el país. Mencione algunos de estos aportes y escriba un breve texto re-flexionando sobre la importancia de estas reformas para el desarrollo y modernización de nuestro país.

4. En el texto se mencionan algunos eventos que fueron relevantes para la historia de Colombia que es importante consultar: ¿Por qué el partido liberal no presentó candidato para las elecciones presidenciales de 1950, en las que triunfó el conservador Laureano Gómez? ¿Por qué el general Gustavo Rojas Pinilla relevó de su cargo al presidente Gómez en 1953 a través de un golpe militar? ¿Qué fue el Frente Nacional? ¿Qué papel desempeñó el doctor Echandía en cada una de estas etapas? ¿Cómo po-dría usted describir su carácter y cómo influyó este en su papel como uno de los más grandes estadistas colombianos?