danéz diserta sobre alucinados

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«[...] JIMÉNEZ URE, al igual que el florentino Dante ALIGHIERI, logran bucear en la profundidad del alma de los mortales, creando como consecuencia de sus enfoques y descripciones ámbitos aterradores. Lenguajes que se vuelven pavorosos al develar -sus autores- la condición humana, lo que los humanos no quieren ver de sí mismos. Si en Venezuela el vulgo leyera, bien pudiera acuñarse el termino jimeniano en vez de dantesco [...]»

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SOBRE ALUCINADOS Por Carlos DANÉZ

(https://prosoponetius.wordpress.com/tag/carlos-danez/)

BAUDELAIRE comienza sus Flores del Mal con un poema dedicado al lector, al que llama «hipócrita», ya que si no ha violado, ni ha incendiado, es por causa del miedo. El lector es su cómplice, su semejante y hermano, el haría cualquier cosa por liberarse del tedio. Alberto JIMÉNEZ URE, en el género de la novela inmoral, es un maestro como lo son SADE o DIDEROT; concibe personajes y sociedades sin miedo, donde el ejercicio de la «moralidad» no es un obstáculo para el libre desarrollo de la concupiscencia.

En Alucinados (Ediciones Caminos de Altair. Mérida, Venezuela, 2007), este autor de novelas breves no exagera

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ironizando la patología de la sociedad en la que vive: sino que resalta, mediante una leve distorsión, algunos rasgos particulares y colectivos como la drogadicción y el alcoholismo, la corrupción, lujuria y la traición; jugando, libremente, con esos valores en una suerte de fantasía literaria.

Nada de lo que sucede en esta novela le es extraño al lector y, por eso, su atención queda capturada durante el breve desarrollo de su contenido en ochenta y ocho páginas con letra grande. Los personajes de Alucinados, a diferencia de los personajes shakesperianos, no hacen grandes reflexiones, sin embargo su extraordinaria actuación en la incesante y absurda acción dramática les permite cumplir con la máxima hegeliana de ser artistas de sí mismos.

JIMÉNEZ URE, al igual que el florentino Dante ALIGHIERI, logran bucear en la

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profundidad del alma de los mortales, creando como consecuencia de sus enfoques y descripciones ámbitos aterradores. Lenguajes que se vuelven pavorosos al develar -sus autores- la condición humana, lo que los humanos no quieren ver de sí mismos. Si en Venezuela el vulgo leyera, bien pudiera acuñarse el termino jimeniano en vez de dantesco. Digo en Venezuela, ya que inmerecidamente Alberto es un autor poco conocido en el exterior. Sus novelas deberían estar en la librería «Espasa-Calpe» de Madrid, al lado de los libros de Kafka. Pero, en nuestro país continúan existiendo políticas editoriales sin criterio acertivo y en manos de parcialidades. Como todos sus cuentos y novelas, un narrador desbordado pero parco retrae y contrae la acción, de una manera totalmente intuitiva. Notamos una profundidad mística (evidente presencia luciferina) en la «maldad» que,

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en la devastadora acción, acontece para satisfacernos mediante el asombro que es capaz de producir esta especie de catástrofe creativa. Su lenguaje «sexual» y sensual -como en una oportunidad dijera Juan LISCANO- está impregnado de contenido sadomasoquista. Hay algo sapiencial y empírico en sus imprudentes, «dementes» situaciones que, francamente, escandaliza. Basta referir –en Alucinados– la elemental sensación de simplicidad, de la a su vez apoteósica metamorfosis que sufriera el personaje principal en cangrejo gigante. Después de todo, pudiéramos estar aprendiendo un proceso de catarsis estética del imaginario colectivo, que hasta ahora se satisface con las representaciones de orgasmos y crímenes. Todo sufrimiento es tal porque está en su naturaleza prolongarse: así, nuestras vidas se convierten en pesadilla semejándose a la temporalidad narrativa

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de esta novela. Quedan así pontificados los espacios de la realidad y la ficción.

Una escéptica textura reflexiva se esconde tras las consecuencias de los hechos, que acontecen en primer plano de la narración. Pese a la personal postura ácrata del autor, en sus novelas afortunadamente no se precisa ningún propósito moral. Alucinados nos enfrenta a los lectores, con la grandeza del Mal; sobrecogiéndonos cuando lo disfrutamos, y nos estamos identificando de manera inconsciente con el espejo concupiscente que el autor despliega. En ese sentido, es una ventaja que las novelas perversas de JIMÉNEZ URE no sean más largas de lo que son. Dejado en brevedad (desde su violencia figurativa) una sensación de infinito espanto.